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Respiramos sin darnos cuenta. Una inteligencia inconsciente, la inteligencia vital, regula lo que somos y hacemos y late en toda forma de vida. Vinculando las ciencias de la mente con la nueva biología, Inteligencia vital muestra que: - todo lo vivo está dotado de percepción y sensibilidad; - hay inteligencia en los animales, en las plantas e incluso en los seres unicelulares; - las células de nuestro organismo se coordinan de manera inteligente; - las múltiples inteligencias humanas surgen de la inteligencia vital; - no hay inteligencia artificial: las máquinas no piensan, solo aplican reglas fijas; - lo que guía a los organismos no es la supervivencia sino la autorrealización. Este libro constituye una lúcida invitación a un nuevo modo de entender la vida, la inteligencia y la conciencia.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Jordi Pigem
INTELIGENCIAVITAL
Una visión postmaterialistade la vida y la conciencia
© Jordi Pigem, 2015
© de la edición en castellano:
2016 by Editorial Kairós, S.A.
Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España
www.editorialkairos.com
Composición: Pablo Barrio
Diseño cubierta: Katrien Van Steen
Imagen de cubierta: Sergey Nivens
Primera edición en papel: Marzo 2016
Primera edición digital: Junio 2017
ISBN papel: 978-84-9988-492-9
ISBN epub: 978-84-9988-594-0
ISBN kindle: 978-84-9988-595-7
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A
Brian Goodwin (1931-2009)
Becky Tarbotton (1973-2012)
Peter Matthiessen (1927-2014)
¿Qué sabemos de la vida en la Tierra? ¿Cuántas especies conocemos, una décima parte, tal vez una centésima? ¿Qué sabemos de los vínculos que las unen? La Tierra es un milagro. La vida sigue siendo un misterio.
YANN ARTHUS-BERTRAND1
La incesante renovación de la vida –cada primavera, cada nueva generación, cada instante– desborda lo que la mente puede concebir: incontables variedades de formas y estructuras, de hojas y ojos, de órganos y organismos, incontables maneras de estar en el mundo, de expresarse y de relacionarse. Si preguntamos qué es la vida, las palabras «belleza» y «prodigio» vendrían a la mente de muchas personas, incluidos los más eminentes biólogos, como Charles Darwin, que culmina la conclusión de El origen de las especies (1859) con un elogio de como la vida genera una y otra vez las «formas más bellas y maravillosas» («endless forms most beautiful and most wonderful»).2
Desde Darwin, sin embargo, la biología intenta explicar la vida a partir de lo carente de vida. Lo que rebosa belleza y prodigio hemos intentado reducirlo a procesos mecánicos (mutaciones aleatorias, programas genéticos) y a evocaciones del rostro más insensible del capitalismo (lucha por la supervivencia, genes egoístas). Hemos desarrollado una visión de la vida (mecánica y competitiva) a imagen y semejanza de un ego que se siente separado de la naturaleza y de los demás, que querría controlar un mundo mecánico y que no sabe vivir sin competir. Lo peor que tienen muchas tendencias del mundo contemporáneo se resume, precisamente, en que son contrarias a la vida.
La luz no puede entenderse a partir de la oscuridad. La vida no puede entenderse a partir de la no-vida. La luz y la vida solo pueden entenderse a partir de sí mismas. Como escribía Joseph Needham, si respetamos el carácter único de cada acontecimiento, veremos que nada puede reducirse a otra cosa.3 ¿Por qué seguimos intentando reducir la vida a lo mecánico y lo insensible? Los animales, antes de quedar atrapados tras barras metálicas, han quedado atrapados tras las barras de la visión mecanicista, donde se les despoja de su inteligencia y de su interioridad.
En la época de Darwin, los biólogos estudiaban con atención la forma de los organismos. Un siglo y medio después, a menudo perdemos de vista la unidad dinámica de cada forma de vida, sepultada bajo capas de fórmulas químicas y abstracciones.4 Ernst Mayr, uno de los biólogos más respetados de las últimas décadas, publicó a los cien años de edad una obra titulada What makes biology unique? [¿Qué hace que la biología sea única?].5 La biología es única en la medida que no es reducible a física y química. Cuando observamos la complejidad de un bosque, acariciamos un gato o seguimos con la mirada el vuelo de una bandada de pájaros, hemos de reconocer que la vida desborda lo que se puede explicar de forma mecánica.
¿Es posible una biología que sea plenamente científica y no reduzca la vida a la no-vida? No solo es posible, sino que ya está naciendo, abriéndose paso como las raíces que emergen a la superficie resquebrajando el asfalto gris y gastado. Está desarrollándose una nueva forma de entender la vida que a veces empieza a llamarse «post-darwinista» o «post-genómica», porque recoge lo que hemos aprendido de Darwin y del genoma, pero lo integra en un contexto mucho más amplio y más lleno de sentido.6
Además de ayudarnos a redescubrir lo que las formas vivas tienen de «bellas y maravillosas», la nueva biología muestra que todo lo vivo, desde el nivel celular, está dotado de sensibilidad. Y de algún tipo de inteligencia. Podemos llamarla inteligencia vital, la inteligencia connatural a todo lo viviente. Las páginas siguientes son una invitación a este nuevo modo de entender la vida y la inteligencia. Se trata, a fin de cuentas, de una invitación a una nueva vida, a una nueva inteligencia y a una nueva conciencia.
La vida es más impresionante y menos predecible que ninguna «cosa» cuya naturaleza pueda ser exclusivamente explicada por «fuerzas» que actúan de manera determinista.
LYNN MARGULIS Y DORION SAGAN1
¿Qué es la vida? ¿Qué es lo que distingue una rosa de una roca, una hoja de roble de una hoja de papel? Desde la filosofía griega a la ciencia contemporánea, se han multiplicado los intentos de explicar qué es la vida, pero todos saben a poco. Hace cuatro siglos, Descartes declaró que solo los seres humanos tenemos inteligencia y sensibilidad y que todos los demás organismos actúan de manera ciega y mecánica. Siguiendo su rastro, hemos tomado como modelo lo que es abstracto y sin vida: creemos que es verdaderamente real lo que es racional y cuantificable, no lo que es vivo, cualitativo y concreto.
Nos hemos erigido como sujetos que querían analizar la vida como objeto. Pero entonces se desvanece nuestro arraigo en el mundo.2 Y se desvanece la vida, porque no es un objeto. No se deja fosilizar en una fórmula, escapa de las jaulas conceptuales. Se empieza a decir que es necesario «dar vida a la biología» y construir una «biología digna de la vida».3
Tanto el neodarwinismo como el creacionismo reducen la vida a la no-vida: a fuerzas ciegas y mecánicas (neodarwinismo) o trascendentes y sobrenaturales (creacionismo), totalmente ajenas, en ambos casos, a lo que la vida tiene de orgánico e inmanente.
La vía media de la evolución
Sin duda la vida evoluciona, como evoluciona asimismo nuestra comprensión de la vida. A fin de dar a conocer los nuevos modos de entender la evolución que está desarrollando la ciencia, en la primavera de 2014 un grupo internacional de prestigiosos biólogos puso en marcha el portal de internet The Third Way [La Tercera Vía].4 El grupo se presenta así:
La gran mayoría de la gente cree que solo hay dos formas de entender los orígenes de la diversidad biológica. Una es el creacionismo, que invoca la intervención de un Creador divino. Obviamente, eso no es científico, porque implica una fuerza sobrenatural arbitraria en el proceso evolutivo. La alternativa normalmente aceptada es el neodarwinismo, que sí es ciencia natural, pero que ignora mucha evidencia molecular contemporánea e implica un conjunto de supuestos sin fundamento sobre la naturaleza accidental de la variación hereditaria. […] En la actualidad muchos científicos ven la necesidad de una exploración más profunda y completa de todos los aspectos del proceso evolutivo.
El público en general, y también muchos científicos, a día de hoy todavía no son conscientes de décadas de investigación en ciencia evolutiva, en biología molecular y en secuenciación del genoma que dan respuestas alternativas a cómo los nuevos organismos se han originado en la larga historia de la vida en la Tierra. […] Lo que sabemos del ADN no sostiene la afirmación de que pequeñas mutaciones aleatorias son la principal fuente de variaciones nuevas y útiles.
The Third Way presenta nuevas visiones de la evolución, siempre desde una perspectiva empírica y científica, sin caer en la negación de la evidencia que cada vez afecta más a la ortodoxia neodarwinista:
El neodarwinismo ignora importantes procesos de evolución rápida como la simbiogénesis, la transferencia horizontal de ADN, la acción del ADN móvil y las modificaciones epigenéticas. Además, algunos neodarwinistas, sin una base empírica real, han elevado la selección natural a una fuerza creativa única […].
El genoma no es un código, y ni siquiera es algo rígido:
Hoy sabemos que en la gran diversidad de procesos de variación hay una intervención bien regulada de la acción celular sobre las moléculas de ADN.
Los genomas se fusionan, se encogen y crecen, adquieren nuevos componentes de ADN, y modifican sus estructuras a través de procesos celulares y bioquímicos bien documentados.
La biología moderna tiene como padrinos ideológicos la física de Newton y la economía capitalista (en su malsana versión maltusiana). Pero hace tiempo que una y otra han perdido su prestigio. A principios del siglo XX, cuando la física parecía a punto de dar con el fundamento último de la materia, se encontró con las paradojas cuánticas y relativistas. Hoy la biología está viviendo una transformación similar: parecía a punto de encontrar las partículas elementales de la vida, perfectamente uniformes, aislables y controlables (los genes, los ácidos nucleicos), pero está topando con una red inextricable de relaciones donde todo influye en todo.
Seguimos utilizando la física clásica, pero lo hacemos por inercia y comodidad, no porque refleje el fondo más íntimo de las cosas. Hoy podemos leer en Nature, la más prestigiosa de las revistas científicas, que «el comportamiento de un electrón depende de lo que hacen todos los demás» hasta el punto de que el electrón como entidad individual se convierte en «una ficción».5 La biología molecular está descubriendo tres cuartos de lo mismo. Un equipo de la Universidad Libre de Bruselas que intentaba comprender un pequeño grupo de interacciones en el interior de la célula acabó concluyendo que la complejidad se dispara exponencialmente: cualquier intento de representación da una «gráfica de horror» (horror graph) porque «todo hace de todo a todo» (everything does everything to everything).6
La escisión entre la vida (el cuerpo, la naturaleza) y la mente (el alma, la inteligencia) es el trauma originario de la cultura occidental. Se manifiesta en tres rasgos especialmente acentuados en las culturas de raíz judeocristiana: el miedo a la muerte, la incomodidad ante la sexualidad y la actitud colonial ante la naturaleza. La cultura occidental, acaso más que ninguna otra, históricamente ha querido distanciarse de la naturaleza y de la vida. Durante siglos rechazamos la naturaleza, el cuerpo y la sexualidad (el mundo «terrenal») en aras de un supuesto paraíso celestial. Nietzsche lo vio y a su modo buscó vías para la liberación de la vida.7
Hoy el paraíso celestial ha quedado eclipsado por los paraísos artificiales de la tecnología, pero la escisión entre la mente y la vida se mantiene bajo otras formas. Por ejemplo, hay multimillonarios que buscan la inmortalidad convirtiendo su cerebro en datos digitales y copiándolo en un programa de software (han sido engañados por la tecnocracia, que nos querría hacer creer que la vida tecnológica es la vida verdadera).
La visión de la vida como lucha por la supervivencia emana del antagonismo entre la mente y la vida que desde antiguo impregna la cultura occidental. También de ese antagonismo emana la definición del existir humano como un ser-para-la-muerte (el Sein zum Tode de Heidegger). ¿Por qué no ser-para-la-vida? Ya el filósofo japonés Tetsuro- Watsuji contraponía al heideggeriano ser-para-la-muerte (shi e no sonzai) el ser-para-la-vida (sei e no sonzai), que hoy debería guiar nuestro pensamiento y nuestro quehacer.
Curiosamente, la cultura contemporánea asocia la inteligencia con la tecnología más que con la vida. Ignoramos la inteligencia que late en todo lo vivo, y en cambio proliferan las utopías relacionadas con la llamada «inteligencia artificial» –que nunca es verdadera inteligencia, sino simple capacidad mecánica de aplicar reglas de manera rígida y ciega–. Ello refleja nuestra profunda escisión cultural entre la vida y la mente, entre la inteligencia y la naturaleza –una herida que tenemos cubierta, pero no curada–. En un extremo hemos situado la inteligencia (que creemos exclusiva de los humanos y de las tecnologías que inventamos) y en el otro la vida de los seres unicelulares y multicelulares (que imaginamos desprovistos de interioridad y de sensibilidad). Es una versión aparentemente científica del antiguo dualismo entre el alma celestial y el cuerpo caído:
inteligencia ↑
––––––––––––––––––––––––––––
vida ↓
Pero solo es aparentemente científica. Al recibir el Premio Nobel de Medicina o Fisiología, el 8 de diciembre de 1983, Barbara McClintock dejó claro que en la célula debe haber «algún tipo de mecanismo de sensación» («some sensing mechanism») y que habría que investigar su capacidad de «conocimiento» y «como usa este conocimiento con sensatez» («how it utilizes this knowledge in a “thoughtful” manner»).8 Ha transcurrido un tercio de siglo. Ya no podemos seguir negando que en la célula hay sensibilidad, conocimiento y algo que podemos llamar inteligencia. Otra mujer, otra bióloga eminente, Lynn Margulis, escribía poco antes de morir:
Casi cuatro mil millones de años de vida sensitiva nos han precedido […]. Te invito a aventurarte. Por un momento, por favor, supera tus reservas e inhibiciones […]. Comparte conmigo, por un momento, una visión simbiótica de la vida y una perspectiva de la mente arraigada en la naturaleza.9
En algún momento de la evolución de la conciencia, la mente se volvió autoconsciente hasta el punto de sentirse ajena a la vida. Para sentirse más segura, por miedo a la vida, se exilió en un mundo de entidades perfectamente uniformes y cuantificables (el mundo de la inteligencia lógico-matemática, el mundo digital) y desde allí intentó entenderlo todo. Esta aproximación a la realidad funciona, hasta cierto punto, en física, en astronomía y en todo lo que sea reducible a parámetros de ingeniería. Pero no funciona a la hora de entender el arte o nada que sea humano, cualitativo o verdaderamente vivo. La inteligencia lógico-matemática puede explicar muy bien una máquina, pero no un ser vivo. Por eso afirmaba el filósofo Henri Bergson que la inteligencia abstracta es muy hábil manipulando lo inerte, pero «despliega su torpeza tan pronto como toca lo viviente».10