¿Ir al psiquiatra? ¿Para qué? - Ramon Andreu Anglada - E-Book

¿Ir al psiquiatra? ¿Para qué? E-Book

Ramon Andreu Anglada

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El doctor Andreu, buen lector y cinéfilo, suele etiquetar, acertadamente, sus casos clínicos como si fueran literarios, temas a resolver de género detectivesco. Sin duda, su caso se correspondería al de «El detective paciente que investiga con lupa la mente». No resulta difícil animar a leer este libro; al autor le avala una considerable práctica como psiquiatra en una dilatada vida profesional, donde revela un inicio precursor en pediatría, la lucha para implantar la psiquiatría cuando ni se contemplaba en la sanidad pública ni se aceptaba socialmente la enfermedad mental ni su tratamiento. En este ensayo, el autor se propone difundir su experiencia de forma generosa. A través de la escritura refleja su espíritu humanista, el mismo que ha sanado a tantos pacientes a lo largo de años. Con rigor ha ido elaborando minuciosamente un valioso legado basado en su profundo conocimiento de la mente humana. Este, el último de sus lúcidos ensayos, aborda de forma amena, incisiva y también útil, los prejuicios sobre la necesidad de acudir a un profesional de la salud mental, una especialidad la cual, según afirma, no la ejercen ni dioses ni jueces. Define con claridad si la motivación de acudir a una consulta es visible o la verdadera causa del malestar emocional está oculta, latente entre lo consciente y el inconsciente. Analiza las posibles formas de «hablar» que conectan a un paciente con un terapeuta. Apunta las técnicas profesionales de distintas terapias, desde las que tratan al paciente en fase preventiva hasta las severas que exigen tratamiento clínico. También se cuestiona con valentía algunas terapias alternativas que —para el doctor— no son tales por su falta de criterio científico. Rosa Vergés

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¿IR AL PSIQUIATRA?¿PARA QUÉ?

RAMON ANDREU ANGLADA

Prólogo de Rosa Vergés

ColecciónCaleidoscopio

Créditos

Título original: ¿Ir al Psiquiatra? ¿Para qué?

© Ramon Andreu Anglada, 2022

© Del Prólogo: Rosa Vergés, 2022

© De esta edición: Pensódromo 21, 2022

Diseño de cubierta: Lalo Quintana

Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions.

Editor: Henry Odell

e–mail: [email protected]

ISBN print: 978-84-125319-0-9

ISBN ebook: 978-84-126321-3-2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

AgradecimientosNota del autorPrólogo - El caso del doctor Andreupor Rosa VergésA mis lectoresCuando el psiquiatra llegó a la calleSalud mentalNacimiento de la psiquiatría y de la psicologíaA quién acudir. ¿Al psiquiatra?Clasificación generalClasificación particular¿Ir al psicólogo?¿Ir al psicoanalista?¿Ir al morfoanalista?Terapias mixtas o combinadasPreguntas frecuentesRecomendaciones y conclusionesEl sufrimiento adictivo. Explicación de la teoríaPrincipio fundamental: principio de autoridadUn sufrimiento especial: la pandemiaRosa. El caso de la cuidadora a la que nadie cuidóEjemplos prácticos¿Para qué? Para solucionar una crisis de parejaIvan y Sara: el caso de un desencuentro¿Para qué? Para averiguar la verdadAlba. El caso de la mujer que sabía demasiado... poco¿Para qué? Para terminar con un sufrimiento de repeticiónValentina. El extraño caso de una fobia (al pescado y al marisco) y una obsesión (una vez al año)Yori. El caso de la mujer que buscaba la luz¿Para qué? Para terminar con un sufrimiento conocidoEl caso del sacrificio de IfigeniaEpílogoBibliografíaBibliografía citadaBibliografía recomendadaFilmografía recomendadaAcerca del autor

Este libro está especialmente dedicado

A Ifigenia A Alba A Yori A Valentina A Rosa A Ivan y Sara Y a todos aquellos que confiaron en mí

In Memoriam

A mis padres en el cielo Con mi amor Y mi dolor No les pude rescatar Del monstruo de hielo.

Agradecimientos

A Rosa, sin cuya luz, la noche oscura del camino, hubiera impedido llegar a ninguna parte.

 

A Rosa Vergés, escritora, profesora y cineasta, que ha tenido la generosidad de prologar este y los tres libros anteriores que componen la trilogía sobre el sufrimiento-droga, el sufrimiento adictivo. Ha añadido el oro y la plata, al modesto bronce de estos escritos.

 

A mis hijos. Marta, que tanto sabe del perdón; Gerard,  que siempre me apremió a escribirlo; Eduardo, que sabe leer mis libros antes de ser escritos y ha hecho posible escribirlos. A su esposa, Sonia. Leyeron, observaron, criticaron y sugirieron. Sus aportaciones me han resultado de un valor incalculable. Creyeron en este libro antes de que fuera realidad, y les estoy agradecido por su fe, dedicación, cariño, y apoyo.

 

A Ifigenia, Yori, Rosa, Alba, Valentina, Iván y Sara, coautores voluntariamente anónimos de este libro, sin cuya generosa aportación no hubiera podido ser escrito. Tengo con ellos una deuda eterna de gratitud, de estas que a uno le enriquecen.

 

Al Dr. Vicente Llibrer Suay, que me reveló que podía ser útil, enseñando.

 

Al Prof. Dr. Marius Foz Sala (Barcelona 1929-2021), catedrático de Patología Médica de la UAB., que fue quien me señaló a tiempo donde estaba el camino de salida del laberinto y me puso en contacto por primera vez con el psicoanálisis.

 

Al Dr. Roberto Goldstein, presidente de la Asociación Europea de Historia del Psicoanálisis, en cuyo seno me ha hecho sentir acogido, y en ella, a todos sus miembros, que junto a su presidente, con menos años que yo, pero con mucha más sabiduría, me han enriquecido con su magisterio.

 

A Olinta y Giselle, mis dos hadas madrinas que me han guiado en el bosque de la informática impidiendo que me perdiera en su espesura.  

 

A Xoroi Edicions y sus adalides, Henry Odell y Salvador Foraster.

 

A la Sra. Mirta Losada Aggeré, y a la Asociación Española de Terapia Morfoanalítica, por su colaboración para la difusión y conocimiento de la especialidad.

 

A la Sra. Mari Pau Moreno, psicóloga clínica, por su aportación sobre el conductismo.

 

Y un agradecimiento especial al Dr. Ramon Meseguer Albiac (Quinto de Ebro, 1928 - Barcelona, julio 2012), maestro y amigo, sin cuyas enseñanzas no hubiera podido escribir ninguno de mis libros.

Nota del autor

Al transcribir las historias personales, cada una de ellas empieza por el seudónimo elegido por el interesado, y la cabecera «El caso de…». Se trata de un modesto homenaje a Erle Stanley Gardner, creador del famoso personaje «Perry Mason», mítico en el género de novela policíaca, popularizado en la serie televisiva que lleva su nombre en la década 1960, y en el cine, con diversas películas en las décadas 1980 y 1990. Cada novela, episodio o película tenían la misma cabecera: «El caso de…». De los diversos actores que encarnaron el personaje, el más conocido y popular fue sin duda Raymond Burr, que también protagonizó otra serie famosa, Ironside.

Ir al psiquiatra no significa estar loco. Significa que te puede ayudar a orientar tu GPS y a que cambies tu vida.

Alba, de su diario.

PrólogoEl caso del doctor Andreu

El Doctor Andreu, buen lector y cinéfilo suele etiquetar, acertadamente, sus casos clínicos como si fueran literarios, temas a resolver de género detectivesco. Por eso al titular el prólogo me atrevo a usar la misma táctica como si él fuera un «caso» más entre los referidos en su texto. Sin duda, su caso se correspondería al de «El detective paciente que investiga con lupa la mente».

He tenido el privilegio de formar parte del «caso del Doctor Andreu», ya que he prologado otras publicaciones suyas. Me siento como un personaje secundario situado en la puerta de entrada del libro que atiende a los lectores a medida que van llegando y les doy la bienvenida antes de que se introduzcan en la lectura.

No resulta difícil animar a leer este libro, al autor le avala una considerable práctica como psiquiatra en una dilatada vida profesional, según consta en la introducción, donde revela un inicio precursor en pediatría, la lucha para implantar la psiquiatría cuando ni se contemplaba en la sanidad pública, ni se aceptaba socialmente la enfermedad mental ni su tratamiento.

Se ha propuesto difundir su experiencia y sabe exprimirla generosamente. A través de la escritura refleja su espíritu humanista, el mismo que ha sanado a tantos pacientes a lo largo de años. Con rigor ha ido elaborando minuciosamente un valioso legado basado en su profundo conocimiento sobre la mente humana.

El último de sus lúcidos ensayos aborda de forma amena, incisiva y también útil, los prejuicios sobre la necesidad de acudir al psiquiatra, una especialidad en salud la cual según afirma, no la ejercen ni dioses ni jueces. El texto induce a escalar hasta las alturas de la mente humana, deslizarse por un tobogán de ideas preconcebidas para entender la importancia de indagar sobre uno mismo mediante una terapia. Define con claridad si la motivación al iniciarla es visible o la verdadera causa del malestar emocional está oculta, latente entre lo consciente y el inconsciente. Analiza las posibles formas de «hablar» que conectan a un paciente con un terapeuta. Apunta las técnicas profesionales de distintas terapias, desde las que tratan al paciente en fase preventiva hasta las severas que exigen tratamiento clínico. También se cuestiona con valentía, algunas terapias alternativas que para el doctor no son tales por su falta de criterio científico.

Su primer acercamiento a la psique es la psicología, una básica concepción del estudio del alma, esa caja negra inexpugnable que intenta abrirla sin forzar la cerradura al tantearla. A continuación define el conductismo, técnica de observación y valoración de la influencia del entorno externo sobre los fenómenos internos; el cognitivismo añade las variables que pueden condicionar la conducta humana. El psicoanálisis, la especialidad que mejor se adapta al doctor Andreu, lo expone como un clásico, el del intercambio, un «vis a vis» entre terapeuta y paciente. Por cierto, nos aclara el por qué de la escenografía tan cinematográfica del paciente tumbado en el diván con visión al techo de la consulta y no al médico, un truco para no verse las caras; la comunicación se produce a modo de voz en off. El morfoanálisis es una técnica que contempla a la persona en su globalidad, su experiencia vital de los receptores sensoriales o afectivos depositados en la memoria de la infancia. La búsqueda de la armonía saludable a través del cuerpo, las sensaciones, sentimientos, los pensamientos o emociones. El neopsicoanálisis complementa el valor sobre lo causal y lo sintomático. Al final de la exposición el autor valora la interrelación entre algunas técnicas, complementarias y con capacidad para retroalimentarse.

Con la precisión de un bisturí disecciona «la ciencia de la conducta» valiéndose de agudeza en las palabras; desliza signos de interrogación pero sin ánimo de sentenciar no ofrece respuestas genéricas. Sutilmente traza lo que denomina, «el círculo terapéutico»: al pensar, entender/sentir distinto/actuar de otra manera. Para restablecer el equilibrio de la salud mental señala la necesidad de aprender a comunicar/respetar/compartir. Otra de sus tríadas ajustada al proceso de sanación, como lo es la relativa al control de la adicción al sufrimiento insoportable, después de sufrirlo/durante la acción que lo provoca, visualizarlo/antes de sufrirlo, evitar su efecto nocivo de autodestrucción. Una de las máximas preferidas del doctor es una cita de San Mateo: «De la abundancia del corazón habla la boca.»

El texto resulta revelador tanto para personas muy heridas como para quienes han logrado cicatrizarlas. Se establece un juego emocional con el lector que sin darse cuenta compartirá experiencias dolorosas de otros. Se verá reflejado en un espejo de papel en rostros de extraños pero rasgos reconocibles. Creo que es voluntad del doctor alcanzar asimismo la conciencia de quienes infringen el daño, personas que probablemente han sido dañadas a su vez.

En estos momentos de una convivencia difícil, alterada a raíz de la pandemia y por el bien común, no escapa al GPS del doctor las señales que emite el aislamiento forzado; obligados todos a escondernos en madrigueras, algunos pacientes han interrumpido sus terapias indispensables o bien se han visto forzados a seguirlas a través de pantallas. Se ha generado miedo a salir de casa, relacionarse, contagiarse y morir, incluso en personas sanas mentalmente.

Una de las afortunadas actividades en ese terrible período de aislamiento ha sido el considerable aumento de la lectura, una afición que ha generado felizmente el auge de las librerías. El renovado interés por la lectura ha alcanzado al propio autor. Es prueba de ello que algunos casos tratados en este libro surgen precisamente a raíz de la lectura de sus libros anteriores donde mediante el ejemplo de otros casos para restablecer la salud mental fija el eje fundamental en las relaciones familiares y sociales.

Desde mi punto de vista, influido por mi exceso de imaginación, veo en su obra, en la exposición de sus «casos», el dibujo de un árbol genealógico. Una plantilla que configura una imagen de la familia para ayudar al paciente a «comprender». La especie o familia del árbol metafórico es: «grupo original». Quizá esa simbología que usa el doctor proviene de aquel «pecado original» de aquellos primeros padres, Adán y Eva los cuales según la Biblia fueron expulsados del paraíso. ¿El paraíso de la salud mental?

Entonces surge la necesidad de la terapia para combatir el dolor de la herida en el alma, el antídoto al veneno inoculado en la fruta prohibida. No es una receta mágica pero el terapeuta lo administra como un experto jardinero para restablecer el equilibrio mental entre las ramas del árbol vital. A lo largo del tratamiento busca la estabilidad del tronco, asegura el enraizamiento en la tierra, controla nutrientes y el agua necesarios para que crezca fuerte bajo el sol. Con unas tijeras, poda, cura, aligera y quizá detiene el desgaste producido por la enfermedad mental, puntual o crónica, en sus distintos grados.

El Doctor Andreu es a mí parecer un jardinero tenaz. Por su talante, empatía, su sabiduría y cariño transforma hojas de árbol en hojas de papel en las cuales escribe sus reflexiones de su filosofía del bienestar mental. Su potente GPS orienta vidas en el mapa emocional del extenso bosque, manda señales por carta, escritas con savia invisible a padres que nunca las recibirán; riega el tronco de los árboles con agua caliente de amor para licuar al monstruo de hielo que aprisiona el alma mientras se pregunta sentado en la sombra bajo la copa de un árbol: «¿Para qué sirve un psiquiatra?»

Me he visto envuelta en la simbología de mi propio árbol, un pino solitario, el que de pequeña contemplaba durante horas desde mi ventana y le contaba mis secretos… En una etapa convulsa de mi vida el árbol recibió los atentos cuidados de una delicada jardinera, Rosa Dolcet, extraordinaria y amorosa compañera del Doctor Ramón Andreu.

El final feliz de «El caso del Doctor Andreu» es coral. Creo no equivocarme si en nombre de muchos de sus pacientes les doy las gracias a ambos por despejar la maleza que envenena la mente, ayudar a madurar frutos sanos, a tratar la vida como un jardín.

Rosa Vergés

ΩΩΩΩΩ

Rosa Vergés Coma és directora i realitzadora de cinema. Llicenciada en Història de l’Art per la Universitat de la Sorbona (París) i Barcelona. La seva primera pel·lícula —Boom-Boom— va guanyar el Premi Goya a la millor Òpera Prima, el Premi Sant Jordi i el Premi Fotogramas de Plata. És professora associada a les Universitats Ramon Llull, Menéndez Pelayo i Pompeu Fabra. Delegada de la Fundació de l’Escola de Cinema i Audiovisuals de Catalunya. Vicepresidenta de l’Acadèmia de les Ciències i les Arts Cinematogràfiques d’Espanya (1994-1998). Va ser membre del Consell Nacional de Cultura i de les Arts de la Generalitat de Catalunya.

A mis lectores

Ante todo, gracias por estar ahí.

Siempre he tratado de ayudar a comprender porque, como dijo William James, entender lo que no se entiende, es el primer paso para poder pensar diferente. Por eso, cuando un sufrimiento nos hace sentir muy mal, tanto que dudamos de que valga la pena vivir, lo importante es comprender la causa de ese sentir.

En estas páginas intento ayudar a comprender por qué, a veces, uno puede necesitar ir al psiquiatra; o al psicólogo, o al psicoanalista. Y entonces surge la gran pregunta: ¿a que clase de psiquiatra o de psicólogo, o de psicoanalista? ¿Por qué, a veces, hacen falta dos de estos especialistas para ayudar a la persona que sufre?

También es fundamental comprender cuándo el sufrimiento psíquico o emocional configura una enfermedad mental y cuando no. Y por qué, necesitar consultar a uno de estos profesionales no significa necesariamente ser un enfermo mental.

He tratado, como en todos mis libros, de ilustrar con ejemplos prácticos las explicaciones teóricas y las distintas motivaciones que suelen inducir a la gente a acudir a la consulta de un psiquiatra. A veces, la motivación es manifiesta. Pero otras, la verdadera motivación es latente y desconocida por el consultante, es decir, inconsciente. En ocasiones, la motivación es una quimera, y a veces, es un «encargo» imposible.

Los ejemplos prácticos que utilizo para hacer más comprensible todo lo expuesto, son de dos clases. Unos, son alusiones a casos de archivo a los que se cita someramente de forma genérica sin dar detalles; otros, son historias clínicas completas que incluyen la descripción de la terapia y sus sucesivas fases. Su utilización para la confección de este libro ha sido autorizada por sus protagonistas, que han supervisado el texto y hecho las correcciones que les han parecido oportunas, antes de entregar el texto a la editorial. Su privacidad ha sido debidamente respetada, eligiendo un seudónimo, y modificando detalles y aspectos de su historia real, para hacerlos irreconocibles a cualquier lector.

Con todos ellos tengo una deuda impagable de gratitud, y a ellos va dedicado en especial, este libro.

Cuando el psiquiatra llegó a la calle

En nuestros días, ir al psiquiatra o al psicólogo es una práctica habitual comúnmente aceptada, y son residuales y cada vez más exiguos los sectores en los que esto constituye un tabú del que no se puede hablar. Pero esto no fue siempre así. Empezó a serlo en los años setenta; hasta entonces, acudir a un psiquiatra solo estaba al alcance de la clase media alta, y era un tema tabú del que los afectados no se atrevían a hablar.

La popularización de la consulta psiquiátrica se inicia en la década de los setenta a raíz de que la Seguridad Social decide hacerse cargo de la asistencia en salud mental, y establece convenios con centros hospitalarios accediendo a pagar los costes de las consultas. Esto permite, a los hospitales concertados, sufragar las nóminas de personal facultativo, que solo a partir de entonces tiene un contrato laboral de seis horas; era y sigue siendo, compatible con la práctica privada.

Como no soy historiador de la medicina, tan solo puedo contar mi experiencia personal desde que me gradué como médico en 1962. En la década de los sesenta, el llamado Antiguo Hospital de San Juan de Dios de Barcelona, estaba situado en lo que hoy es la Illa Diagonal. Había un servicio de psiquiatría, dirigido por el Dr. Juan Campos Avillar. Los médicos, algunos estudiantes todavía de la especialidad, acudíamos a título de beneficencia, como una especie de voluntariado, y percibíamos una retribución puramente testimonial y simbólica. No había una disciplina horaria ni regularidad de asistencia, dado que todos teníamos que realizar trabajos varios para la subsistencia.

En esa década empezó a construirse lo que se llamó entonces el nuevo Hospital de Sant Joan de Déu, en Esplugues de Llobregat; al parecer, tras vender la orden hospitalaria los terrenos que ocupaban hasta entonces. En 1970, estaba casi terminado, pero faltaba aún el ala de consultas externas, donde se ubicaría el servicio de psiquiatría, dado que no estaba previsto que hubiera camas destinadas al mismo. La orden tenía y sigue teniendo, otras instalaciones en Sant Boi de Llobregat.

Teníamos las consultas en la planta 4ª, con gran pesar de los pediatras, que veían invadido su espacio. A poco de empezar a trabajar allí, en 1972, se inauguró el ala de consultas externas.

Pero, había un problema: la falta de profesionales especialistas en psiquiatría infanto-adolescente. En aquel entonces, los estudiantes de la especialidad, lo hacíamos en la Escuela Profesional de Psiquiatría de la Facultad de Medicina en el Hospital Clínic de Barcelona, dirigida por el profesor Dr. Ramon Sarró. Los estudios duraban tres años, pero no se impartía ninguna asignatura de psiquiatría infantil. Esto era así en toda España. Por lo que respecta a San Juan de Dios, la orden tuvo el acierto de contratar como director del servicio de psiquiatría, a un catalán formado en París durante siete años, psiquiatra y psicoanalista adherente de la Sociedad Psicoanalítica de París, el Dr. Fernando Angulo Gracia. De vez en cuando, hacíamos un viaje a París y conectábamos con sus maestros: Pierre Marty, Diatkine, Soulé, D’Amuzant, Cristian David. Nos parecía que entrábamos en otro mundo. Tenían una red asistencial perfecta, con centros de barrio, servicios sociales, camas en hospitales para casos psicóticos, asistencia de urgencias, coordinación con escuelas, escuelas especiales, y un largo etcétera. Cuando en España, la Seguridad Social empezó a hacerse cargo de la asistencia, y aún con limitaciones (no teníamos camas para niños psicóticos que precisaban internamiento urgente), en Francia hacía ya cincuenta años que esto funcionaba a la perfección.

Todo esto viene a cuento a propósito del principio de la popularización de la consulta psiquiátrica. Había grandes prejuicios en contra, no solo por parte de la población, si no también por parte de la clase médica. Las escuelas de la época, muy avanzadas y sensibilizadas a la problemática infantil y adolescente nos enviaban niños con problemas de conducta y de rendimiento escolar, sintomáticos de neurosis infantiles. A veces, se trataba de psicosis infantiles, dramas que rondaban la tragedia. Un día, uno de estos niños atravesó corriendo el amplio vestíbulo y se lanzó a través de un ventanal abierto cayendo al vacío, ante la consternación de todos nosotros. Milagrosamente, quedó atrapado en la copa del árbol que quedaba pocos metros por debajo del alfeizar de la ventana, y se salvó. Lo que más me impresionó entonces del sector de población que asistíamos, fue el caso de los falsos subnormales1. Niños diagnosticados y etiquetados oficialmente como subnormales, con certificados médicos (para vergüenza de la clase médica) y becas y ayudas económicas concedidas, nos eran remitidos por escuelas honestas y competentes que, al hacerles una exploración de entrada, descubrían con asombro, que tenían un cociente intelectual (CI) normal. Descubrimos que la clave estaba en la patología de la madre, y que, si bien el niño era recuperable, si la madre no aceptaba tratarse, el caso se perdía.

En aquel entonces, las familias, o mejor dicho, las madres (porque los padres rara vez venían) mostraban gran extrañeza al acudir a la consulta y mirando perplejas en rededor, solían comentar «nos han dicho que viniéramos aquí, pero no estamos locos». Para facilitar el contacto humano visitábamos de paisano, sin bata blanca ni uniforme hospitalario. Teníamos que hacer un doble trabajo: clínico, pero también pedagógico. No solo con las familias. También con los pediatras, neurólogos, otorrinos, cirujanos y demás especialistas, que tenían el mismo desconocimiento de la asistencia en salud mental que las familias… y bastantes prejuicios en contra. Teníamos que hacer consultas de planta cuando éramos requeridos por un pediatra respecto a un niño hospitalizado, y en ocasiones nuestros informes de asistencia eran motivo de risas y burlas. Pero, gracias a nuestra labor, a la receptividad de la mayoría de los pediatras, y al apoyo del director del hospital, el Dr. Plaza Montero, esto fue cambiando. Aprendimos a hablar un lenguaje más comprensible, y ellos aprendieron que toda la medicina, toda la patología, es psicosomática, y lo que esto significa. Colaboramos cada vez más estrechamente, celebramos sesiones clínicas conjuntas y aprendimos unos de otros. Por ejemplo, los neurólogos aprendieron que epilépticos atípicos que tenían una frecuencia de crisis superior al promedio y consumían dosis de medicación muy superiores al estándar sin resultado, mejoraban grandemente con sesiones de psicoterapia, disminuyendo espectacularmente la frecuencia de las crisis y disminuyendo la necesidad de medicación, que podía reducirse a las dosis habituales.

Al inaugurar el Servicio de Maternidad, cuyo primer director fue el ginecólogo Dr. Campos, aprendimos a asistir a las madres con problemas. Los más frecuentes eran las depresiones puerperales, pero, sobre todo, los conflictos con la lactancia. Aprendimos a tratar el asma del recién nacido, por psicoterapia de la madre, además de su hospitalización, que hacíamos conjunta, y varias otras situaciones.

Las familias que acudían a la consulta eran de clase media baja, y clase obrera. De ahí la popularización progresiva de la asistencia psiquiátrica, y el que dejara gradualmente de ser un tema tabú. Poco a poco, la población se fue sensibilizando. Otros centros hospitalarios, como el Hospital de Sant Pau i el Hospital Clínic participaron en la labor.

A pesar de que en el servicio de psiquiatría estaba el departamento de psicología, una innovación revolucionaria en la época, la popularización de la asistencia psicológica fue mucho más tardía, porque apenas había psicólogos. La primera Facultad de Psicología se abrió en Barcelona, en 1975, y la primera promoción fue la de 1980 porque la carrera tenía cinco años. Hasta entonces, había sido una rama de Filosofía y Letras, sin identidad clínica. Desde 1975, pasa a ser una licenciatura universitaria encuadrada en Ciencias de la Conducta. No es una carrera de letras. Es una carrera de ciencias. Nos extenderemos más adelante sobre esto, cuando hablemos de «ir al psicólogo».

Así es cómo empezó todo. Me refiero a Catalunya. Desconozco cómo y cuando empezó en el resto de España.

Tras esta introducción, hablemos ahora de la asistencia. Hay cuatro clases de profesionales en la asistencia en salud mental: el psiquiatra, el psicólogo, el psicoanalista, y el morfoanalista.

Empecemos primero, por definir qué es la salud mental; a continuación, veamos cómo nacieron la psiquiatría y la psicología. Por último, veamos a quien acudir.

 

Salud mental

Daré aquí, varias definiciones que explican qué es la salud mental de distintas formas. La primera, es la de una profesional del magisterio, la maestra Mercedes Pons Pujol:

Salud mental, es la capacidad de disfrutar de lo bueno (cotidiano), soportar la adversidad (sin hundirse), y afrontar los problemas.

La segunda, es la de un médico catalán, el Dr. Jordi Gol i Gorina, que la dio a conocer en el Congreso de médicos y biólogos de lengua catalana celebrado en Perpiñán, en 1976, en la ponencia «Función social de la medicina».

Salud Mental, es la capacidad de vivir la vida de forma solidaria, autónoma, y con alegría de vivir.

La tercera, es la de la Organización Mundial de la Salud. Dice textualmente:

Salud mental, es, el conjunto de capacidades, por parte del individuo, de establecer relaciones armoniosas con otros, y para participar en modificaciones de su ambiente físico y social, o de contribuir constructivamente a ello; de obtener satisfacción armoniosa y equilibrada de sus necesidades instintivas; de desarrollar su personalidad, en la plena realización de sus potencialidades2.

La cuarta, es la acuñada por mí, como fruto de mi experiencia a lo largo del ejercicio de la profesión, primero como médico internista (1963-1969) y después como psiquiatra (desde 1970 hasta la actualidad).

Salud mental es el poder estar contento y satisfecho con lo que uno es, con lo que uno tiene, y con lo que uno hace.

Es decir, con lo que uno siente ser, con lo que uno tiene, en lo fundamental y en lo accesorio, y con lo que uno hace: profesión, modo de actuar ante la vida y ante los demás. Esto es perfectamente compatible con el afán de superación, aspirar a ser mejor como persona, tener más de lo que se tiene, mejorar la calidad de vida o actuar de forma cada vez más justa, ponderada, y madura.

 

Nacimiento de la psiquiatríay de la psicología

El verdadero padre de la psiquiatría fue Jean Marie Charcot (1825-1893), una de las grandes figuras de la medicina de mediados del siglo XIX. Dirigía el Servicio de neurología del Hospital General de París. Era un genio. Los genios ven lo que nosotros no podemos ver. Y Charcot vio que había paralíticos que podrían volver a andar, y otros que jamás andarían. Y que había ciegos que podrían volver a ver, y otros, que jamás recuperarían la visión. En aquel tiempo, sin rayos X, ni TAC, ni resonancias magnéticas, sin oftalmoscopio, ni escáner de retina ni de fondo de ojo, sin poder fotografiar en colores el nervio óptico como hoy en día, se tenía que ser un genio para poder afirmar lo que afirmó. La segunda genialidad, consistió en demostrarlo, mediante el método científico-natural por excelencia: el experimental.

La genialidad fue intuir, que la hipnosis podía ser un método de investigación científica. Hoy nos parece natural, pero en aquel tiempo, la hipnosis estaba condenada por la Iglesia católica como practica demoníaca. Y el poder de la Iglesia y su ascendente sobre la sociedad eran inconmensurables a mediados del siglo XIX. Nadie se atrevió nunca a desafiar su poder. Solo un genio revolucionario podía hacerlo. Y este fue Jean Marie Charcot.

En marzo de 1885, un neurólogo llamado Sigmund Freud, obtuvo una beca para ampliar estudios en París, trabajando en el Hospital de La Salpetriêre, a las órdenes de Charcot. Durante ese tiempo, asistió a sus sesiones clínicas, y en una de ellas, memorable por histórica, asistió a la demostración por parte de Charcot, de forma científica y a través del método experimental, de la existencia de patología propia de la mente, y no del cuerpo; aunque pudiera expresarse por síntomas corporales. Ante un paciente afectado de parálisis de las extremidades inferiores (paraplejia) y otro afectado de ceguera, Charcot afirmó, que a diferencia de otros paralíticos y ciegos, aquél, sí podría andar, y el otro, sí podría ver. Aventuró su teoría, sin otros medios que su instinto.

En aquella sesión clínica, utilizando por primera vez en la historia la hipnosis con fines de investigación científica hizo que los dos pacientes intercambiaran sus síntomas bajo las órdenes hipnóticas: el ciego recuperó la visión, pero se quedó paralítico, y el paralítico pudo andar, pero se quedó ciego. Terminada la sesión hipnótica, recuperaron el estado inicial. Quedaba, pues, en evidencia, que no podía existir ninguna afectación de la médula espinal ni del nervio óptico: la enfermedad, no estaba en el cuerpo. Tenía que estar, forzosamente, en esta otra parte de la persona, que entonces empezó a llamarse psique.

Hasta entonces, estas enfermedades eran consideradas neurológicas, y en algunos casos, como manifestación de posesión demoníaca. Tengamos en cuenta, que un parapléjico de los que años después se denominarían «histéricos», no se diferencia en nada, en su apariencia, de un parapléjico por afectación de la médula espinal: los dos tienen atrofia de la musculatura de las extremidades, que aparece como fundida, en delgadez extrema, por la falta de actividad y movilidad. Ni uno ni otro, tienen reflejos; tampoco tienen sensibilidad ni al frío, ni al calor, ni al dolor.

Añadamos, por último, que la parálisis histérica, o psicológica, como algunos la llaman, es real. Nada más falso que la creencia, bastante extendida, de que con un par de bofetadas o con un buen susto, el paciente echaría a andar.

Aunque hoy día tenemos recursos técnicos para hacer desaparecer la parálisis histérica en una sola sesión, si al paralítico histérico se le incendia la casa antes de la sesión, morirá quemado dentro, a no ser que sea rescatado a tiempo. Que quede, pues, claro.

Lo mismo pasa con la «ceguera histérica». Es una ceguera real. Si a este ciego, le hacemos caminar hasta el borde de un precipicio, y le ordenamos seguir caminando, se despeñaría por él.

A partir de ahí, muchos de los asistentes a la demostración de Jean Marie Charcot, empezaron a investigar el enorme campo que de repente se abrió ante sus ojos. ¿Cómo? Pues como les había mostrado el maestro: con el único medio de que se disponía entonces, la hipnosis. De ahí la necesidad del diván: la persona tenía que dormir el sueño hipnótico. Por esto la psiquiatría empezó en un diván, como suele decirse frecuentemente.

Pero, afortunadamente para la psiquiatría y la psicología, Freud era (y así lo reconocía él) muy mal hipnotizador. Un día, una paciente3 se le quejó de que las palabras con las que él trataba de inducirle el sueño hipnótico le interrumpían el curso del pensamiento, y le pidió que se callara y la dejara continuar. Freud, que también era un genio y tenía su humildad, —en una época en la que el médico era un ser endiosado y prepotente—, accedió a sus deseos. Vio que lo que decía en estado de vigilia, tenía mucho más sentido, y relación con lo que le pasaba, que lo que decía en estado hipnótico. Y a partir de ahí dejó de hipnotizarla. Se limitó a invitarla a hablar de lo que le viniera a la cabeza, con total espontaneidad, sin cuestionarios, ni preguntas. Ahí nació el método que diez años más tarde, en 1896, se denominaría «psicoanálisis», y su técnica esencial, que también por aquel entonces se denominaría «asociación libres (En el refranero: «La boca habla de lo que el corazón está lleno».).

Otros asistentes a aquella sesión clínica desarrollaron otros métodos y siguieron sus investigaciones por otros derroteros. Entre todos ellos, destaca, por la importancia de sus aportaciones al desarrollo de la psicología, Pierre Janet.

Por último, voy a explicar por qué las ciencias de la salud mental son fundamentalmente dos: psiquiatría y psicología, y no una.

Veamos, antes de que ambas nacieran, los únicos profesionales de la salud, eran los médicos. Entendiendo por profesionales, los poseedores de conocimientos científicos adquiridos mediante el estudio. Curanderos, sanadores, y otros especímenes que han existido en todas las épocas, incluida la nuestra, no son más que aficionados, peligrosos por el atrevimiento propio de la ignorancia.

Pero Freud, también revolucionó su época, en este sentido. Se atrevió a afirmar categóricamente, que:

«La salud mental no podía ser patrimonio exclusivo, y monopolio, de la clase médica».

Efectivamente, alguno de sus discípulos y después psicoanalista ilustre, no era médico. Por ejemplo, Hans Sachs era abogado; Carl Furtmüller, maestro de escuela. La lista es extensa.

La postura de Freud le granjeó el odio a muerte de la clase médica de la época. Esta inquina ha persistido hasta nuestros días, y está en el fondo de muchas críticas destructivas que se hacen al psicoanálisis y a Freud, bajo una apariencia falsamente científica.

Así pues, en un principio, tras el histórico experimento clínico de Charcot, nació una sola Ciencia de la Conducta y de la Salud Mental, que en la época de su nacimiento estaba adscrita a la medicina porque médico era su iniciador y fundador, y médicos, los primeros investigadores que siguieron el camino abierto por el maestro.

Pero Freud, al elaborar el cuerpo de doctrina psicoanalítico, rompió esta tradición, dando entrada a profesionales no médicos en el campo de la investigación sobre salud mental y conducta. Este fue el origen del nacimiento de la psicología como ciencia de la conducta independiente de la medicina. Surgió cuando otros investigadores no médicos, se adentraron en esta área, gracias a la apertura iniciada y protagonizada por Freud; unos, siguiendo la metodología y la orientación doctrinal de este; otros, siguiendo métodos de investigación, que nada tenían que ver con el psicoanálisis.

Una vez constituida la psicología como ciencia de la conducta y de la salud mental, ha habido psicólogos que han adoptado la doctrina psicoanalítica como herramienta de trabajo y se han hecho psicoanalistas, y otros que han optado por otras orientaciones doctrinales: la cognitivo-conductual, la constructivista, la gestáltica, etc. De ahí, los diferentes tipos de psicólogos.

Hoy día existen en las universidades facultades de psicología, como entidad, con igual rango que medicina o cualquier otra disciplina. Pero han tenido que sostener una enconada lucha para poder nacer como tales, porque un sector de la clase médica se ha opuesto siempre a que profesionales no médicos, pudieran serlo de esta importantísima rama de la sanidad.

En Barcelona, por ejemplo, la primera facultad de psicología no pudo inaugurarse hasta 1975, coincidiendo (casualmente) con la muerte del dictador. Es curiosa la afinidad de las dictaduras en torno a la psicología y el psicoanálisis: Stalin fusiló tantos psicoanalistas, como Pinochet y Videla, juntos.

Jean Martín Charcot, murió en 1893. Sigmud Freud, murió a las tres de la madrugada del día 23 de septiembre de 1939, veinte días después de haber estallado la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

A quién acudir. ¿Al psiquiatra?

El psiquiatra es un médico que se ha especializado en salud mental. Con el tiempo, nos ha pasado como a los abogados. Ellos han tenido que subespecializarse: derecho mercantil, derecho penal, derecho civil, matrimonial, laboral, y un largo etcétera. No se puede abarcar todo. Nosotros, tampoco. Los hay especializados en la enfermedad mental (psicosis); otros, en la problemática psicológica de la persona no enferma mental (neurosis); otros, en enfermedades psicosomáticas; y, otros, en toxicomanías o adicciones (ludopatía, alcoholismo, drogadicción, etc.).

Empero, aquí hemos de hacer dos clasificaciones: una general y una particular.

Clasificación general

No creo que la clasificación que voy a dar se encuentre en ningún libro de los publicados sobre salud mental, pero, aún así, me parece fundamental.

Partamos de la base real: nadie, absolutamente nadie, de los que hemos llegado esta profesión, lo hemos hecho por el gusto y las ganas. Lo hemos hecho por necesidad. El gusto y las ganas —la vocación— surgieron después. Pero sin la necesidad primera, no habrían surgido nunca. ¿Y cual era la necesidad? Encontrar respuestas a ciertas preguntas, y un equilibrio emocional estable. El profesional de la salud mental que niegue esto, una de tres: o disimula, o no sabe lo que se dice, o miente.

Este es el criterio que rige esta clasificación general. Psiquiatras y psicólogos nos dividimos en dos grandes grupos: los que primero fuimos pacientes y después escogimos ayudar a los demás de la misma forma en que fuimos ayudados (vocación) y los que nunca han sido pacientes, y creen haber encontrado las respuestas y la estabilidad en los libros y en los conocimientos adquiridos y constantemente ampliados en una formación continuada. Maticemos que tanto unos como otros, necesitamos ineludiblemente, de una formación continuada. Los profesionales de este segundo grupo, empero, han tenido la misma necesidad, pero en ellos, no está concienciada. Está involuntaria e inconscientemente negada.

Como el lector comprenderá, la actitud subjetiva del profesional ante el paciente es muy distinta según haya sido antes paciente o no.

El primer grupo lo constituimos los psicoanalistas y los morfoanalistas. El segundo, todos los demás.

Clasificación particular

Aquí nos interesa diferenciar tres clases o tipos de psiquiatras, según la técnica terapéutica que desarrollen.

La primera son los psiquiatras autodenominados «biológicos». Se caracterizan por enfocar las cosas con un criterio puramente biológico. Se trata de los neurotransmisores, del nivel de serotonina en sangre, de la dopamina, de si se dan antidepresivos serotoninérgicos, noradrenérgicos, o la suma de los dos, y en definitiva, de cual es la psicofarmacología más adecuada para el paciente. Esto es muy útil en la enfermedad mental (esquizofrenia, paranoia, esquizofenia paranoide, psicosis confusional, etc.). Pero la medicación apenas actúa sobre el factor humano. Las personas no enfermas mentales atendidas en estas consultas relatan que al tratar de hablar con el psiquiatra de los problemas y las angustias que les acechan, el psiquiatra les interrumpe diciéndoles que de eso no podrán hablar. Que allí solo se hablará de los síntomas: de si hay crisis de ansiedad, de la intensidad de la depresión, de trastornos del sueño, de crisis de pánico, o de lo que sea. Algunos de estos psiquiatras, suelen colaborar con un psicólogo clínico, a quien derivan al paciente (para que hable con él de sus cosas). Otros, ignoran el factor humano, la psicología, y cualquier técnica psicoterápica.

La persona aquejada de un sufrimiento que su mente no puede controlar ni resolver, quizás necesite una ayuda farmacológica para aliviar los síntomas, o quizás no. Pero, aunque la necesite, no será suficiente. Necesitará hablar y que le hablen tras escucharle, para poder entender, y que esto le permita pensar diferente para llegar a poder sentirse diferente.

Hay psiquiatras que practican una técnica psicoterapéutica determinada. Habrá que ver si es la que el paciente necesita. La mayoría, empero, no practica ninguna. De estos, una minoría, colabora con un psicólogo, y entonces la persona puede ser debidamente asistida.

¿Cómo saber si este es el tipo de psiquiatra que uno necesita? Es el médico de cabecera o de familia, quien tiene la obligación de saberlo y orientar al paciente en la buena dirección. Pero en la práctica, su ignorancia sobre el tema suele ser clamorosa, y las personas nos llegan a la consulta a través del boca a boca, referenciados por pacientes en tratamiento, o que se trataron con anterioridad. Lo primordial, no obstante, es la sensibilidad y la intuición de la persona que siente la necesidad de consultar. Si cree saber lo que le pasa y no encuentra solución, buscará alguien que le ayude a pensar, siempre y cuando esté dispuesto a hacer el esfuerzo que sea necesario para salir del bache. Si no es así, hará como algunos que me han dicho en la consulta, «a mí no me haga pensar, deme pastillas».

La segunda son los psiquiatras «conductistas» o «cognitivo-conductuales». Son los que practican la técnica conductista para modificar conductas o comportamientos. Son especialmente eficaces en el tratamiento de las adicciones. Pueden servirse de la medicación como elemento auxiliar, pero a diferencia de los psiquiatras biológicos, no lo fían todo a la medicación. No obstante, si el paciente no puede efectuar o seguir sus pautas, por bloqueos de origen inconsciente, el tratamiento no puede surgir efecto.

La psicóloga clínica Mari Pau Moreno, a quien agradecemos su colaboración, nos explica resumida, pero detalladamente, lo que es el conductismo.

Actualmente, la psicología incluye una gran variedad de orientaciones teóricas. Los paradigmas psicológicos suponen directrices de conducta que nos inducen a ejercer la práctica profesional de distintos modos. En esta línea, el conductismo es una corriente de la psicología que se centra en el estudio de las leyes comunes que determinan el comportamiento humano y animal. En su origen, el conductismo deja de lado lo intrapsíquico para dirigir su atención en la conducta observable, prioriza lo objetivo por encima de lo subjetivo. Partiendo de esta premisa, el conductismo se sitúa en un escenario donde se opone frontalmente a los planteamientos psicodinámicos y fenomenológicos.

Los conductistas tienden a concebir a los seres vivos como tabulas rasas cuya conducta está determinada por los refuerzos y castigos que reciban más que por predisposiciones internas. En esta línea, la conducta o el comportamiento, no depende principalmente de fenómenos internos, como los instintos o los pensamientos, sino más bien del entorno, y no podemos separar ni la conducta ni el aprendizaje del contexto en que tiene lugar.

Los procesos internos que ocurren en el sistema nervioso, y que para muchos psicólogos son la causa de cómo actuamos, para los conductistas no son más que otro tipo de reacciones generadas a través de nuestra interacción con el entorno.

Los primeros modelos conductuales concibieron los trastornos mentales como conductas problemáticas aprendidas y, por lo tanto, gobernadas por las mismas reglas que dan lugar a las conductas adaptativas. Esto se debe, en parte, al tipo de patologías que abordó primeramente la terapia conductual. No profundizaron en el tratamiento de patologías con síntomas psicóticos, sino en los trastornos depresivos y de ansiedad. Dicho de un modo simple, para el paradigma conductista las enfermedades mentales no son enfermedades del cerebro.

El término «modificación de conducta» tiene como objetivo promover el cambio a través de técnicas de intervención psicológica para mejorar el comportamiento de las personas, de forma que desarrollen sus potencialidades y las oportunidades disponibles en su medio, optimicen su ambiente, y adopten actitudes, valoraciones y conductas útiles para adaptarse a lo que no puede cambiarse.

Así en lugar de diagnosticar, inferir las causas subyacentes de un trastorno que se evidencia a través de sus síntomas, la aplicación de los principios conductistas a la clínica dio lugar al análisis funcional. Este se entiende como un procedimiento previo a todo tratamiento, en el cual se da la importancia a la función de la conducta. El enfoque conductista no se pregunta por la causa de que un paciente se corte, sino más bien por la función que cumple la conducta de cortarse. En este sentido, la psicoterapia conductual con frecuencia consiste en ayudar al paciente a desarrollar una conducta alternativa que cumpla la misma función que la conducta problemática, pero que no sea desadaptativa. Siguiendo el mismo ejemplo, la conducta de cortarse puede ser reemplazada por una habilidad de regulación emocional que permita el manejo de la ansiedad sin producir daño físico.

Conceptos básicos del conductismo:

Estímulo, respuesta, condicionamiento, refuerzo y castigo son los principales términos de la teoría conductista.

Estímulo es cualquier señal, información o evento que produce una reacción (respuesta) en un organismo.Respuesta es cualquier conducta de un organismo que surge como reacción a un estímulo.Condicionamiento es un tipo de aprendizaje consecuente de la asociación entre estímulos y respuestas.Refuerzo es cualquier consecuencia de una conducta que aumenta la probabilidad de que esta vuelva a darse.Castigo es un procedimiento que consiste en presentar un estímulo aversivo o retirar un reforzador inmediatamente después de una conducta y como resultado, se disminuye la probabilidad de ocurrencia de dicha conducta.

Wilhelm Wundt (1832-1920), considerado por muchos el padre de la psicología, sentó las bases de lo que acabaría siendo el conductismo. Creó el primer laboratorio de psicología científica y utilizó de forma sistemática la estadística y el método experimental para extraer reglas generales sobre el funcionamiento de los procesos mentales y la naturaleza de la conciencia. Sus métodos dependían en gran medida de la introspección o auto observación, técnica en la que los sujetos experimentales proporcionan datos sobre su propia experiencia.

John Broadus Watson (1878-1958), criticó el uso de la metodología introspectiva de Wundt y sus seguidores. Este autor afirmó que para ser verdaderamente científica, la psicología debía centrarse en la conducta manifiesta en lugar de en los estados mentales y conceptos como la conciencia o mente, que no podían ser analizados de forma objetiva. Los seres vivos somos «cajas negras» cuyo interior no es observable. Cuando los estímulos externos llegan a nosotros, damos respuestas en consecuencia. Desde el punto de vista de los primeros conductistas, si bien se dan procesos intermedios dentro del organismo, al ser inobservables deben ser ignorados al analizar el comportamiento.

Un conocido y controvertido experimento de Watson y su ayudante consiguió provocar una fobia a las ratas a un bebé de nueve meses (el pequeño Albert). Para ello emparejaron la presencia de la rata con sonidos fuertes. El caso del pequeño Albert demostró que la conducta humana no solo es predecible sino también modificable.

Ivan Petrovich Pavlov (1849-1936), era un fisiólogo ruso que descubrió en un experimento sobre secreción de saliva en perros, que los animales salivaban de forma anticipada cuando veían u olían la comida, o cuando se aproximaban los cuidadores que les facilitaban la comida. Posteriormente consiguió que salivaran al oír el sonido de una campana, de un timbre o de una luz al asociar estos estímulos con la presencia de comida.

Pavlov describió el condicionamiento clásico, concepto fundamental del conductismo, gracias al cual se desarrollaron las primeras intervenciones basadas en las técnicas de modificación de conducta en seres humanos. Un estímulo incondicionado (no requiere aprendizaje para provocar una respuesta) provoca una respuesta incondicionada; en el caso de los perros, la comida causa salivación de forma espontánea. Al emparejar repetidamente el estímulo incondicionado (la comida) con un estímulo neutro (la campana), este estímulo neutro acabará produciendo la respuesta incondicionada (salivar) sin necesidad de que esté presente también el estímulo incondicionado. Pavlov conceptualiza las respuestas como reflejos que se dan después de la aparición de estímulos externos.

La observación sistemática de la conducta animal daría paso a la etología (estudio científico que estudia el comportamiento humano y animal) y la psicología comparada. Konrad Lorenz y Nikolaas Tinbergen son dos de los representantes más importante de estas corrientes.

Edward Lee Thorndike (1874-1949), contemporáneo de Pavlov, realizó diversos experimentos con animales para estudiar el aprendizaje. Introdujo gatos en «cajas-problema» para observar si conseguían escapar de ellas y de qué modo. Thorndike formuló la Ley del efecto, que afirma que si una conducta tiene un resultado satisfactorio es más probable que se repita, y si el resultado es insatisfactorio esta probabilidad disminuye.

Los estudios y las obras de Thorndike introdujeron el concepto del condicionamiento instrumental. Según este modelo el aprendizaje es consecuencia del reforzamiento o el debilitamiento de la asociación entre una conducta y sus consecuencias.

Burrhus Frederic Skinner (1904-1990), introdujo los conceptos de refuerzo positivo y negativo, en función del tipo de respuesta se aplicaría uno u otro refuerzo. Este autor defendía el conductismo radical, que mantiene que todo el comportamiento es resultado de asociaciones aprendidas entre estímulos y respuestas. El enfoque teórico y metodológico desarrollado por Skinner se conoce como análisis experimental de la conducta y ha sido especialmente eficaz en la educación de niños con discapacidad intelectual y del desarrollo.

El conductismo entró en declive a partir de los años cincuenta, coincidiendo con el auge de la psicología cognitiva. El cognitivismo surge como reacción al énfasis radical del conductismo en la conducta manifiesta, observable, dejando de lado la cognición, planteando un modelo teórico que introduce en su estudio el concepto de variables intervinientes, que se van introduciendo en los modelos conductistas. Este paso del conductismo al cognitivismo, constituye un cambio de paradigma conocido como «revolución cognitiva», Dando lugar al modelo cognitivo-conductual y las terapias cognitivo-conductuales, que se centran en encontrar los programas de tratamiento más avalados por la evidencia científica.