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«España mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepultura», rezan unos versillos anónimos populares entre la soldadesca española de los tercios que combatía por su rey en las cuatro esquinas de Europa. Pero en la primera mitad del siglo XVI la península itálica, lejos de ser plácido lugar para entrenamiento de bisoños y solaz de veteranos, fue escenario de una acendrada pugna entre España y Francia, décadas de enfrentamientos que convirtieron a Italia en un crisol de nuevas tácticas y tecnología militar, y que propició la aparición de los tercios de infantería españoles como la mejor y más temida fuerza militar de Europa durante más de cien años. En el libro Italia mi ventura, Idan Sherer, experto en la guerra renacentista, examina la experiencia del soldado español durante el periodo formativo de las Guerras de Italia, y lo hace de una manera integral, desde su reclutamiento y vida diaria, con el desgaste fruto de desplazamientos, enfermedades o una alimentación a menudo deficiente, hasta la experiencia de combate –fuese en escaramuzas, asedios o batallas–, pasando por aspectos rara vez tratados como el motín o la a menudo conflictiva relación con la población civil, con su máxima expresión en las violencias que seguían a la expugnación de una ciudad y el saco de Roma de 1527 como epítome. El autor también plantea cuestiones de calado que marcan la aparición de la guerra moderna, como las tendencias hacia la privatización y profesionalización, las tensiones entre las motivaciones individuales y la eficacia organizativa, entre los contextos de origen del soldado y su adaptación a la vida militar, o entre el espíritu de cuerpo y la identidad nacional. Un espíritu de cuerpo, impregnado de orgullo por un sentimiento de valía, de celo nacional y religioso, que otorgaba una motivación extraordinaria a la severa sociedad guerrera formada por los soldados españoles de infantería, tantas y tantas veces demostrada sobre el campo de batalla, y que tuvo su origen en las Guerras de Italia.
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Seitenzahl: 681
Veröffentlichungsjahr: 2024
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ITALIA MI VENTURA
Italia mi ventura. El soldado español en las Guerras de Italia
Sherer, Idan
Italia mi ventura / Sherer, Idan [traducción de Carlos Valenzuela Cordero].
Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2024. – 360 p., 8 de lám. : il. ; 23,5 cm – (Historia de España) – 1.ª ed.
D.L.: M-18268-2024
ISBN: 978-84-128158-5-6
356.460(450) "1494-1559"
343.343
ITALIA MI VENTURA
El soldado español en las Guerras de Italia
Idan Sherer
Título original:
Warriors for a Living. The Experience of the Spanish Infantry during the Italian Wars, 1494-1559
First published in Leiden (The Netherlands) by Koninklijke Brill nv in 2017.
Publicado por primera vez en Leiden (Países Bajos) por Koninklijke Brill nv en 2017.
© 2017 Idan Sherer
ISBN: 978-90-04-33771-8
© de esta edición:
Italia mi ventura. El soldado español en las Guerras de Italia
Desperta Ferro Ediciones SLNE
Paseo del Prado, 12, 1.º derecha
28014 Madrid
www.despertaferro-ediciones.com
ISBN: 978-84-128157-3-3
Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández
cartografía y gráficos: Desperta Ferro Ediciones
Coordinación editorial: Isabel López-Ayllón Martínez
Traducción y documentación gráfica: Carlos Valenzuela Cordero
Primera edición: septiembre 2024
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Todos los derechos reservados © 2024 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.
Producción del ePub: booqlab
Dedicado a la memoria de mi padre,Yig’al Sherer (1958-2004)
Agradecimientos
Introducción. La infantería española en el siglo XVI
1 LOS SOLDADOS DE INFANTERÍA ESPAÑOLA
2 CONDICIONES DE SERVICIO
3 LOS MOTINES
4 LA EXPERIENCIA DEL SAQUEO
5 EL COMBATE
Conclusiones
Bibliografía
Durante la preparación de mi tesis doctoral, en la que se basa este libro, tuve la suerte de beneficiarme de la meticulosidad, sobresaliente profesionalidad e invaluable tutoría del profesor Yuval N. Harari de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Estoy profundamente agradecido por la implicación del profesor Harari, por su consejo y amistad a través del largo y arduo proceso de crear esta obra.
Quisiera también extender mi agradecimiento al profesor Hillay Zmora de la Universidad Ben Gurion del Negev, que me introdujo en el fascinante mundo de la historia militar europea del Renacimiento, y que siguió mi trabajo al tiempo que hizo grandes contribuciones al mismo.
Asimismo, agradezco a Guy Beiner su ayuda durante estos años, a Thomas J. Dandelet y al Departamento de Historia de la Universidad de Berkeley su hospitalidad y a Mark C. Fissel su apoyo y la confianza depositadas en mi trabajo.
Estoy en deuda con el programa de becas Nathan Rotenstreich por su generosa contribución durante mis estudios de doctorado en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Transformar mi tesis en una publicación académica valiosa no hubiera sido posible sin el extraordinario apoyo de la beca posdoctorado Fullbright, financiada por la United States-Israel Educational Foundation, que me permitió beneficiarme de una excepcional experiencia académica en la Universidad de Berkeley, y me ofreció acceso a recursos académicos inigualables.
Ninguno de mis logros hubiera sido posible sin el apoyo de mis familiares directos ni del resto de mi familia. Deseo agradecer a mis padres, Hava y Yig'al, así como a mi hermana pequeña Roni, que nunca pusieron en duda mis decisiones a nivel académico y profesional, y me apoyaron de todos los modos posibles.
Debo un especial agradecimiento a los miembros de la familia Oren, por su amor, apoyo, entusiasmo y afecto.
Y, más que a nadie, quisiera agradecer a mi esposa y compañera, Noa Oren, la cual con su infinito amor, increíble dedicación y excepcional apoyo, siempre me ilumina, incluso en los oscuros momentos de desánimo y cansancio.
Este libro es tan tuyo como mío.
Hoy en día, tan solo unos pocos historiadores coincidirían con la afirmación de Charles Oman de que «el siglo XVI constituye el periodo menos interesante de la historia militar europea».1 La mayoría, por el contrario, estaría de acuerdo en que la convergencia generalizada de soldados y nueva tecnología militar en numerosos teatros bélicos a través de toda Europa durante el siglo XVI trajo cambios significativos que constituyeron la base sobre la cual se construyeron aspectos centrales y normativos de la guerra moderna, estableciéndose de ese modo el siglo XVI como el punto de ruptura entre la historia militar medieval y la historia militar moderna.
El siglo XVI también vio el auge de una de las fuerzas de combate profesionales más eficientes de la Europa moderna temprana: los tercios españoles. Entre sus infinitas campañas en Europa y África en la primera mitad de este siglo, Carlos V, rey de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, celebró las habilidades de sus soldados españoles al declarar: «la suerte de mis batallas ha sido decidida por las mechas de mis arcabuceros españoles».2 En la época en que España estaba inmersa en un frustrante intento de derrotar a los rebeldes en los Países Bajos durante la Guerra de los Ochenta Años, los soldados de infantería española eran considerados por los estrategas militares del Consejo de Estado «el nervio principal del exercito y sin la qual ninguna buena faction se ha hecho por lo pasado ni se hará en lo venidero».3 Decenas de miles de hombres reclutados en la península ibérica llegaron a formar parte de una de las mejores fuerzas de infantería en la Europa del Renacimiento hasta bien entrado el siglo XVII y ganaron una prestigiosa reputación entre sus contemporáneos.
La larga lucha entre España y Francia por el dominio e influencia en Italia, las llamadas Guerras Italianas (1494 y 1559), constituyó el terreno para el desarrollo de los tercios. Este conflicto abarcó décadas de feroces choques militares y diplomáticos entre Carlos V y Francisco I de Francia, sobre todo, en cuestiones de soberanía dinástica, pero también en materia de prestigio y honor. Ambos monarcas quedaron exhaustos, así como a sus reinos y a sus súbditos, con las duras campañas en Italia y sus alrededores, lo que impuso un enorme peaje político y financiero a los poderes locales italianos e indujo a otras potencias militares europeas a participar en sus interminables conflictos. Soldados de toda Europa fueron llevados a Italia para participar en lo que parecía ser el más potente choque en la Europa del siglo XVI.
Los miles de españoles que se unieron al Ejército y partieron a Italia, o a cualquier otra esquina del creciente imperio español, se enfrentaron a la incierta experiencia soldadesca de la Europa renacentista. Estos soldados tuvieron que lidiar con las deficiencias organizativas de los gobernantes y la administración de la época, los exigentes esfuerzos físicos y mentales de las largas jornadas por tierra y mar, el inminente peligro de muerte debido a las privaciones, enfermedades o al combate, y a los rápidos y marcados avances tácticos y tecnológicos en la forma de hacer la guerra. Aun con todo esto, los soldados de los tercios lograron mantener altos niveles de resiliencia y eficiencia en el combate y llegaron a ser muy pronto la más fiable y estimada fuerza de infantería disponible para la Corona española.
Pero a pesar de su importancia militar y política para la historia de la Europa moderna, las Guerras Italianas no han recibido la atención que merecen. Aunque existen estudios que versan sobre la temprana Edad Moderna en Europa a nivel biográfico, político, financiero y militar, y, de hecho, tales estudios se ocupan de las luchas en Italia hasta cierto punto, pocas monografías exploran las Guerras Italianas como una continua y definida sucesión de conflictos que afectaron de modo significativo las políticas posteriores en Europa.4
Y, lo que es más, aunque muchos investigadores de la temprana Edad Moderna han reconocido la importancia de la infantería española, tan solo un puñado de estudios han explorado el auge de las unidades básicas de uno de los más grandes imperios de la historia mundial. Los completos estudios de René Quatrefages cubren el periodo formativo de las Guerras Italianas, y van más allá al estudiar el final del siglo XVI y el siglo XVII. La obra de este autor es fundamental en materia de administración, organización y desarrollos tácticos de los ejércitos españoles, pero apenas ahonda en la experiencia del soldado común.5 El estudio de referencia de Geoffrey Parker sobre el Ejército de Flandes ofrece una profunda mirada acerca de la organización de un Ejército profesional en la Edad Moderna, pero la experiencia del soldado común recibe tan solo una modesta atención.6 En general, la mayoría de los estudios sobre los ejércitos españoles del Renacimiento se centran en la organización, tácticas y estrategia, así como en la larga lucha en los Países Bajos.7
Francisco I carga contra la infantería suiza durante la batalla de Marignano en 1515, lámina de manuscrito iluminado atribuida a Noël Bellemare, en Les Oraisons de Cicéron, traducido por Étienne Le Blanc, hacia 1529-1530. Bibliothèque nationale de France (BnF), département des Manuscrits, Français 1738, f.o 1 vo. Francisco I atropella a lomos de su destrero a la infantería suiza durante la batalla. Este rey sería un actor fundamental durante las Guerras Italianas por el dominio del ducado de Milán y como rey guerrero sería capturado en la batalla de Pavía.
Esta ausencia de investigación resulta sorprendente, sobre todo si consideramos la importancia de la infantería española, que iba más allá de las tácticas militares y de la eficiencia en el combate. La infantería española estaba compuesta por soldados profesionales reclutados en España, y, en contra del acostumbrado uso de mercenarios y milicias locales, servían únicamente bajo las banderas de la Corona española. Tal vez constituya el primer ejemplo de un Ejército moderno, reclutado y mantenido en lo que parece ser el modelo fundacional de un Estado moderno. Es más, los españoles participaron de forma activa en el proceso de experimentación y difusión de las tecnologías en desarrollo y de las tácticas que serían la base de una revolución militar en la Europa de los siglos XVI y XVII; una materia, la revolución militar, que ha sido el origen de un animado debate académico hasta el día de hoy. En general, los soldados españoles tuvieron un destacado papel en la configuración de la Europa del Renacimiento y del Imperio español en su totalidad.
El propósito del presente estudio es llenar ese vacío y explorar el mundo y las experiencias de los soldados de infantería española, que sirvieron y lucharon en las Guerras Italianas. Mediante el empleo de una amplia variedad de fuentes, este trabajo intenta mostrar una vívida imagen de lo que significó ser un soldado español en el siglo XVI en particular, y quizá lo que implicó ser un soldado en la temprana Edad Moderna europea en general.
Siempre se ha considerado que el suceso que constituyó el detonante de las Guerras Italianas fue la invasión de Italia por Carlos VIII (reg. 1483-1498), el cual se consideraba el verdadero heredero de los angevinos que gobernaron el reino de Nápoles hasta mediados del siglo XV y que habían sido depuestos por el rey Alfonso I de Nápoles (reg. 1442-1458). Cuando el hijo de Alfonso I, Fernando I de Nápoles (reg. 1458-1494), murió, Carlos VIII, inducido por el duque de Milán, Ludovico Sforza (1452-1508), el Moro, entró en Italia al mando de un gran Ejército compuesto por infantería suiza y caballería francesa junto a un tren de artillería descomunal y consiguió conquistar el reino de Nápoles con escasa resistencia.
Fernando el Católico, rey de Aragón entre 1479 y 1516, y desde 1476 compartiendo el gobierno de Castilla con su esposa Isabel (reg. 1474-1504), decidió entonces acudir en ayuda de los miembros de su casa aragonesa, y envió a Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), el Gran Capitán, con una pequeña fuerza de apoyo al nuevo rey de Nápoles, Fernando II (reg. 1495-1496), para combatir al resto de fuerzas francesas que había en su reino. Tras la inicial derrota española ante los franceses en la batalla de Seminara en junio de 1495, Fernández de Córdoba y sus aliados en Nápoles, lograron expulsar a los franceses del reino en 1498. Por temor a la creciente influencia francesa, Milán, Mantua y Venecia, respaldadas por el papa Alejandro VI (1492-1503) y el emperador Maximiliano I (reg. 1496-1519), formaron la Liga de Venecia, pero fueron derrotadas por el rey francés, que se retiró con parte de sus tropas a Francia, en la batalla de Fornovo en julio de 1495. La invasión francesa y la amplia respuesta europea frente a la misma consiguió romper el frágil statu quo italiano y atrajo el interés de otros ambiciosos poderes europeos hacia los asuntos de Italia.
A esta etapa inicial de lo que sería un periodo casi ininterrumpido de más de sesenta años de conflictos, le siguió la intervención del emperador y el nuevo rey de Francia, Luis XII (reg. 1498-1515), en el eterno conflicto entre Florencia y Pisa. Pero un nuevo choque entre España y Francia se produjo después de que Luis XII conquistara el ducado de Milán en 1499, pues esgrimía que era el legítimo heredero de su abuela paterna, Valentina Visconti (m. 1408), hija del duque de Milán, Gian Galeazzo Visconti (m. 1402). En un intento de resolver sus problemas con España y mantener la estabilidad, Luis XII, que se consideraba también el legítimo heredero al trono de Nápoles, firmó el Tratado de Granada con los Reyes Católicos en 1500, tratado que repartía el reino de Nápoles entre las dos potencias.
Pero en 1502, nuevos combates entre las fuerzas españolas y francesas en el reino de Nápoles dieron lugar a una guerra total y el Gran Capitán fue enviado a liderar las tropas españolas y asegurar el control de este reino para España. Aunque las fuerzas francesas bajo Luis de Armagnac, duque de Nemours (m. 1503), se consideraban superiores a las españolas tanto en calidad como en cantidad, Fernández de Córdoba consiguió derrotar y expulsar a los franceses tras una serie de maniobras y contiendas, de modo que la campaña culminó en las batallas de Ceriñola y del Garellano en abril y diciembre de 1503, respectivamente. Para enero de 1504, el reino de Nápoles al completo estaba en manos españolas. Una sangrienta y rotunda derrota francesa, la batalla de Ceriñola, fue una exhibición de las ventajas de combinar una posición fortificada segura con un eficiente despliegue de artillería y fuego de espingardas contra los reputados escuadrones de infantería suiza y la caballería pesada francesa.
En 1508, el papa Julio II (1503-1513) preocupado por la influencia de Venecia en el norte de Italia, promovió la formación de la Liga de Cambrai, con España, el Sacro Imperio, Francia (que por entonces seguía controlando Milán) y Ferrara, para oponerse a la expansión veneciana. Culminando en la batalla de Agnadello en mayo de 1509, los derrotados venecianos tuvieron que ceder. Pero las tornas pronto mudaron y en 1511 el papa tuvo que crear una nueva Liga Santa a fin de limitar las ambiciones francesas en Lombardía y el Véneto. Los primeros combates culminaron en la batalla de Rávena en abril de 1512, en la cual los franceses lograron derrotar a las fuerzas hispanopapales. La asombrosa cantidad de bajas y el eficiente uso de un gran tren de artillería por ambas partes –en especial por el lado francés– constituyeron un punto de inflexión en la percepción de la guerra en la temprana Edad Moderna.
Los españoles derrotados avanzaron contra Florencia, el principal aliado de Francia en Italia, con el objetivo de restaurar a los depuestos Médici como cabezas de la república, pero Florencia rápidamente se rindió, tras el brutal saqueo o saco de Prato llevado a cabo por los españoles en agosto de 1512. Las triunfantes, aunque debilitadas fuerzas francesas, tuvieron entonces que retirarse y defender Milán contra un intento de los suizos de restaurar a los Sforza en el gobierno del ducado. La tentativa francesa de expulsar a los suizos finalizó con la derrota de Novara en junio de 1513, mientras la Liga Santa continuó acosando a Venecia en una serie de maniobras y batallas en el Véneto durante dicho año.
Pero la Guerra de la Liga de Cambrai fue interrumpida por importantes acontecimientos dinásticos que tuvieron lugar en España y Francia. En 1515, Francisco I (m. 1547) sucedió a Luis XII en el trono francés y de inmediato invadió y conquistó el ducado de Milán, derrotando a los suizos en la batalla de Marignano en septiembre de 1515. A continuación, murió Fernando el Católico en 1516, cuyo nieto fue coronado como rey de España y llamado Carlos I y poco después, en 1519, fue también elegido emperador, como Carlos V, al fallecer su abuelo paterno Maximiliano I, iniciando una dura competición con Francisco I. La animosidad personal y política entre Carlos V de la casa de Austria y Francisco I de la casa de Valois delineó la guerra en Italia y buena parte del Mediterráneo durante las siguientes tres décadas.
Consejo de guerra suizo. Grabado de Urs Graf, 1515. Aquí vemos el consejo de guerra de los confederados, preparados para la campaña en Pavía en 1512. Se asume que la figura central, con el penacho en la cabeza, debe ser el barón de Hohensax. Los mercenarios suizos armados con picas y alabardas fueron la fuerza de infantería que desafió de modo efectivo a la caballería pesada a finales del siglo XV y el modelo a seguir por los lansquenetes alemanes o las capitanías españolas del Gran Capitán.
Tras un periodo de relativa paz, Carlos V, que reclamaba sus derechos como cabeza del Sacro Imperio, tomó Milán y expulsó a la guarnición francesa. Por su parte, Francisco I, rodeado de enemigos, y teniendo que lidiar con el mudable papa León X (reg. 1513-1521), reaccionó invadiendo el ducado de Milán en un intento de recuperar el control de Lombardía, una campaña que acabó en la derrota de Bicoca en abril de 1522. El intento de Carlos V de invadir Provenza a finales de 1523 con un ejército comandado por el renegado Carlos, tercer duque de Borbón (m. 1527 durante el saqueo de Roma) finalizó con una desordenada retirada a Italia con el ejército francés pisándole los talones. Tras tomar Milán, mientras se hallaba asediando Pavía en el invierno de 1524–1525, Francisco I se encontró junto a su ejército rodeado por las mismas fuerzas a las que él había estado dando caza en sus tierras unos pocos meses antes. Los ejércitos imperial y francés combatieron en la confusa batalla de Pavía en febrero de 1525, una jornada que finalizó con una decisiva derrota francesa y la captura del rey de Francia por las tropas imperiales. La batalla de Bicoca, y, en especial la de Pavía, dejaron dolorosamente claro que las dinámicas de la guerra estaban cambiando rápido y que el uso de armas de fuego combinadas con densos escuadrones de piqueros era la más efectiva y preferible táctica de combate.
Nada más finalizar su cautividad a manos de Carlos V, y solo después de firmar el Tratado de Madrid en 1526, con el que renunciaba a todas las pretensiones sobre las tierras del emperador, Francisco I, el papa Clemente VII (1523-1534), Florencia, Venecia y el ducado de Milán, formaron la Liga de Cognac para combatir la creciente influencia de Carlos V en Italia. El harapiento ejército imperial bajo el mando del duque de Borbón dejó Lombardía en 1526 para marchar sobre Florencia, y después sobre Roma, mientras era seguido por el ejército de la Liga. La incapacidad del duque de Borbón para pagar a sus hambrientas y desobedientes tropas condujo al brutal saqueo de Roma en mayo de 1527. El papa Clemente VII, asediado en su castillo, tuvo que ceder y pagar a las tropas imperiales antes de conseguir escapar.
Al tiempo que la Liga de Cognac, que finalizó con el Tratado de Cambrai entre Francia y Carlos V firmado en 1529, se desmoronaba y que los franceses se mostraban incapaces de ejercer cualquier tipo de influencia en el curso de la guerra, el papa y los Estados italianos se encontraron haciendo frente al emperador sin ayuda. La llegada de Carlos a Italia en 1529 y su coronación por Clemente VII en Bolonia un año más tarde, simbolizó, e incluso formalizó a los ojos de muchos contemporáneos, la pérdida final de las libertades en Italia. Al doblegar la resistencia florentina y asegurar Milán, el emperador pasó a ocuparse de defender las fronteras de su imperio de los otomanos y de sus aliados en el norte de África y Hungría.
Tras la muerte de Francesco Maria Sforza, duque de Milán, en 1535 sin herederos que reclamaran su sucesión, las tensiones afloraron de nuevo. Francisco I no aceptó la reclamación directa de Carlos V sobre el ducado, y decidió invadirlo otra vez, para lo que envió un ejército al Piamonte. Reuniendo sus fuerzas tras la exitosa conquista de Túnez en 1535, Carlos V lideró en persona su ejército a otra invasión de Provenza en 1536 en represalia por los audaces movimientos de Francisco I. La invasión finalizó en una desastrosa retirada del ejército imperial a Italia y el emperador se encontró haciendo frente a una controvertida alianza franco-otomana. Presionado por todos los frentes, Carlos V firmó la Tregua de Niza en 1538 y abandonó Turín en manos francesas, pero a poco más renunció.
No obstante, Francisco I, seguía reacio a abandonar sus pretensiones, y al tiempo que el emperador se estaba recuperando de sus desastrosos intentos de capturar el baluarte de Argel en 1541, el rey francés, se alió de nuevo con los otomanos, invadió el Piamonte y asaltó las fortalezas imperiales situadas a lo largo de las costas de Provenza y del mar de Liguria. El ejército imperial bajo el mando de Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto (m. 1546), fue derrotado por el ejército francés comandado por Francisco de Borbón, conde de Enghien (m. 1546) en la cruenta batalla de Cerisoles en abril de 1544, pero fue incapaz de mantener su ímpetu. La invasión conjunta de un ejército inglés y otro imperial del norte de Francia redujo los embates de Francisco en Italia, pero al tiempo que los ejércitos de Enrique VIII de Inglaterra (reg. 1509-1547) y Carlos V marchaban peligrosamente cerca de París, tanto Francisco como Carlos, así como sus finanzas y ejércitos se mostraban exhaustos. Por todo lo cual, ambos monarcas se vieron obligados a firmar la Paz de Crépy en septiembre de 1544, pactando mantener el statu quo anterior y acordando un matrimonio para cimentar el tratado de paz. El conflicto entre Inglaterra y Francia, por su parte, acabó en 1546.
Retrato de Carlos I, rey de España, grabado de Barthel Beham, 1531. Rijksmuseum, Ámsterdam. Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico unirá bajo su cetro territorios de varias herencias y estará durante todo su reinado en semipermanente disputa con su acérrimo rival Francisco I de Francia, a quien tendrá preso entre 1525 y 1526.
Francisco I murió en 1547 y fue sucedido en el trono por su hijo Enrique II (reg. 1559) quien reavivó las tensiones con Carlos V a partir de 1551, con la ayuda de las flotas otomanas que seguían asaltando las plazas fuertes de la Corona en el Mediterráneo occidental, y apoyado por los desafiantes príncipes protestantes que se oponían al emperador en Alemania. Pero el principal choque entre Francia y España en Italia sucedió en el momento culminante del intento de Florencia de anexionarse Siena. Los sieneses, bajo el mando de Piero Strozzi (m. 1558) y apoyados por fuerzas francesas, defendieron la sitiada ciudad frente a un ejército florentino-imperial comandado por Gian Giacomo de Médici (m. 1555) pero tuvieron que enfrentarse al ejército imperial en la batalla de Marciano en agosto de 1554. Esta batalla resultó ser una victoria decisiva para el ejército florentino-imperial, pues se consiguió la anexión de Siena al nuevamente constituido Gran Ducado de Florencia gobernado por Cosme de Médici (1537-1569).
En 1556, Carlos V, exhausto y enfermo, renunció a todos sus títulos, y dejó a su hijo Felipe II como rey de España (reg. 1556-1598) y a su hermano Fernando I como emperador del Sacro Imperio (reg. 1558-1564). En los últimos coletazos de las luchas de la década de 1550 que tuvieron lugar en y alrededor de Flandes, los franceses fueron derrotados por las fuerzas de Felipe II en San Quintín, en agosto de 1557, lo que dejó a ambos reinos, Francia y España, financiera y políticamente agotados. La presión generada por esta interminable guerra condujo a Felipe II de España y Enrique II de Francia a firmar la Paz de Cateau-Cambrésis en 1559, según la cual, España mantenía sus posiciones en Italia, principalmente, el ducado de Milán y el reino de Nápoles. La paz acabó formalmente con más de seis décadas de una incesante rivalidad entre Francia y España sobre el dominio de Italia, la cual quedaba en aquel momento mayoritariamente bajo control español.
Como se expondrá a lo largo de este estudio, las Guerras Italianas no solo supusieron algunos de los más radicales y significativos cambios en la temprana Edad Moderna, sino que también supusieron un campo de pruebas para las nuevas tácticas militares y tecnologías que arraigaron en el modo europeo de hacer la guerra en los siglos posteriores. El ejército del duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo (m. 1582), que dejó Italia en 1567 para sofocar la emergente revuelta en los Países Bajos, fue, de hecho, el epítome de los cambios que habían tenido lugar en los ejércitos españoles desde el desembarco del Gran Capitán en Calabria el año de 1495.
El término «experiencia» puede, de hecho, ser confuso, al abarcar varios significados. The Face of Battle [editado en español como El rostro de la batalla], obra de John Keegan publicada en su primera edición en lengua inglesa en 1976, anunció una nueva era en el estudio de la historia militar. Keegan cambió de forma deliberada el foco de las materias tradicionales de la historia militar –táctica, estrategia, logística, etc.– y lo puso sobre el modo en que el soldado común experimentó las batallas de Agincourt (1453), Waterloo (1815) y el Somme (1916). Prestando atención en detalle, y casi en exclusiva, a los drásticos efectos de esos violentos encuentros sobre los soldados, Keegan usó las fuentes primarias disponibles para describir lo que se sentía al tomar parte en una batalla real.8
A la obra de referencia de Keegan le siguió una avalancha de estudios que intentaron detallar la experiencia de combate en diferentes contextos históricos. Esos estudios se han ocupado de asuntos militares relativos a la batalla –entrenamiento, preparación, tácticas, logística, etc.– pero se centran en lo que un soldado experimentaba durante la batalla u otras operaciones de combate: los ruidos, lo que veían, así como los impactantes efectos físicos y emocionales, y las respuestas que se derivaban de tales efectos. Otros estudios se ocuparon de la experiencia general de los soldados en diferentes épocas y entornos. La batalla se considera una mínima parte de la experiencia de un soldado, pero la vida militar abarca otras importantes e influyentes vivencias: el reclutamiento, los viajes por tierra y mar, el contacto con la población local, la camaradería o incluso la tediosa rutina definían también la vida de un soldado. Los estudios más generales que versaban sobre la «experiencia soldadesca» comenzaron a incorporar y ampliar la específica «experiencia de batalla».9
Durante la segunda mitad del siglo XX, los científicos sociales comenzaron a interesarse por el combate y la vida del soldado en general, como una experiencia humana extrema. La posibilidad siempre inminente de enfrentarse a la violencia de los soldados atrajo la atención de los sociólogos, psicólogos y antropólogos hacia las experiencias vitales de estos como un importante foco de las causas y efectos del comportamiento violento. Con una gran cantidad de información disponible sobre la experiencia del soldado, en especial, del siglo XX, los científicos sociales han podido estudiar estas vivencias a través de categorías y conceptos científicamente definidos.10 Las conclusiones y el marco de trabajo conceptual de estas obras pueden ahora emplearse para comprender mejor las vivencias subjetivas de los soldados en diferentes contextos históricos.
Muchos de los temas planteados en el presente estudio se ajustan a las investigaciones históricas tradicionales sobre la experiencia del soldado: vamos a realizar un exhaustivo examen de lo que vivieron los soldados de los tercios españoles durante su servicio en las Guerras Italianas. La decisión de adherirme al marco tradicional de investigación no es una mera cuestión de conveniencia, sino que es resultado de restricciones metodológicas. Casi todas las fuentes del siglo XVI presentan bastante poca información en materia de vivencias personales, en el sentido de los pensamientos, emociones y percepciones. De acuerdo con las normas culturales aceptadas entonces, incluso las memorias más completas ofrecen datos limitados en lo referente a la experiencia subjetiva de los soldados de la temprana Edad Moderna. Esta falta de información supone, como es natural, un obstáculo para cualquier análisis de una experiencia subjetiva.
Aun así, cuando ha existido la necesidad de profundizar en la complejidad de algunas de las vivencias más importantes y desafiantes que conllevaba el hecho de ser un soldado de los tercios españoles, la información disponible se ha escudriñado a través de la visión que investigaciones de otras disciplinas relacionadas nos han ofrecido. Todo esto, teniendo siempre en mente los posibles peligros de incurrir en anacronismos. Es más, las teorías procedentes de disciplinas de las ciencias sociales se han empleado sobre todo para ordenar y validar información superficial y escasa, y en ningún caso se han usado para reorganizar el material disponible y ajustar mejor la tesis general de esta obra. En general, estas teorías se han empleado junto a bien fundadas y sólidas fuentes primarias, sin reemplazar en ningún caso a estas últimas.
Esta investigación se centra en el periodo comprendido entre el inicio de la década de 1520 hasta el final de la década de 1540. Esto no debería ser ninguna sorpresa, pues este periodo en Italia fue crucial tanto para las aspiraciones locales como para las potencias que intervinieron en tierras italianas, produciéndose numerosos y significativos acontecimientos históricos. Si ahondamos en la materia, en dicho periodo se produjeron algunos de los más importantes sucesos militares de la temprana Edad Moderna, desde extraordinarias operaciones militares hasta cambios tácticos, tecnológicos y organizativos en el arte de la guerra de gran trascendencia. De manera significativa, este periodo fue testigo del clímax del conflicto entre Francia y España en Italia, en términos de movilización de hombres y recursos, y se convirtió en una instructiva radiografía para el estudio de la guerra en el siglo XVI.
Aun así, en ocasiones, los márgenes geográficos y temporales se han ampliado cuando se ha creído conveniente. Dado que los soldados en particular, y los conflictos en Italia en general, se entrelazaron con otros sucesos significativos que tenían lugar en remotos lugares en distintos momentos, muchos de dichos episodios se han analizado en detalle. La batalla de Rávena y el saqueo de Prato tuvieron lugar en 1512, pero proveen una extraordinaria cantidad de información sobre el combate en las Guerras Italianas. Muchos de los españoles que combatieron en Italia fueron enviados a través del Mediterráneo occidental y el norte de África desde finales del siglo XV, y muchos se encontraron en las remotas fronteras frente al Imperio otomano en Grecia o Hungría, pero su experiencia como soldados en un ejército del Renacimiento fue en general similar a la vivida en Italia.
Con estas aclaraciones en mente, el primer capítulo de la presente obra explora uno de los temas menos estudiados en la historia militar de la temprana Edad Moderna: el proceso de reclutamiento. La primera parte presenta una evaluación demográfica de los hombres que se unieron a los tercios españoles en la primera mitad del siglo XVI: su origen socioeconómico, su procedencia, su edad, sus motivaciones para servir en el ejército, y otros datos de interés. La segunda parte de este capítulo analiza el proceso de reclutamiento. Desde la decisión de unirse al Ejército pasando por el proceso de sentar plaza de soldado, hasta partir con sus compañías, esta parte muestra las formas en que los soldados eran movilizados para la guerra en la España del siglo XVI.
El segundo capítulo explora en detalle la vida diaria de un soldado de infantería española. Como profesionales del oficio de las armas, los españoles tenían que lidiar con un sistema administrativo con dificultades financieras para mantenerlos durante largos periodos de tiempo. Estas dificultades fueron especialmente notables en las largas y arduas jornadas por mar y por tierra que exponían a los soldados a privaciones, al agotamiento y a la enfermedad. Cuando se hallaban en guarnición o durante los periodos de relativa paz, los soldados vivían con la población local, siempre con el inminente peligro de que hubiera estallidos por ambas partes. Pero la vida militar podía aportar a los soldados ciertas comodidades y placeres que solo la libertad de hallarse lejos de sus hogares podía concederles.
Piqueros y arcabuceros de una compañía de lansquenetes. Xilografía de Erhard Schoen, primera mitad del siglo XVI, Brunswick. Amén de suizos y españoles, los lansquenetes alemanes fueron el tercer pilar en el que se sustentó la «revolución» del arte de la guerra en la primera mitad del siglo XVI en lo que a infantería se refiere. En el grabado aparecen soldados beneméritos, Der Dopel Soldner, los «doble-sueldos», o sea, aquellos soldados veteranos por cuyo saber en el oficio recibían una paga doble. En el caso español, su equivalente serían los soldados «aventajados» o «particulares», que recibían una ventaja o sobresueldo como recompensa a su servicio o en reconocimiento de su estatus.
Los capítulos tres, cuatro y cinco analizan de forma detallada algunas de las experiencias más significativas en los aspectos social, físico y mental que la vida militar podía ofrecer al soldado de la temprana Edad Moderna: el motín, el saqueo, y, sobre todo, el combate.
El motín es, paradójicamente, la materia más descuidada de la historia militar moderna. Aunque resulte sorprendente, han recibido muy poca atención –y aún menos en el siglo XVI– a pesar de ser una de las actividades más comunes, intensas y extendidas en los ejércitos españoles de la temprana Edad Moderna. A menudo, los soldados españoles conseguían crear y mantener complejas instituciones sociopolíticas ad hoc con carácter temporal, al tiempo que reclamaban sus derechos como soldados profesionales de modo violento. Los motines evidencian algunas de las características básicas de los soldados renacentistas, sus personalidades y sus expectativas.
En el caso de los saqueos o «sacos», en cuanto a intensidad y brutalidad, solo son secundarios respecto al combate. El análisis de la participación regular de los soldados españoles en ellos constituye una extraordinaria oportunidad para conocer en detalle algunas de las experiencias más íntimas de la vida militar, al tiempo que permite observar las capacidades del soldado. Al examinarlos desde el punto de vista de las víctimas y despacharlos en términos de pérdidas económicas, físicas y culturales, el saqueo es en esta obra, analizado, sobre todo, aunque no solo, desde la perspectiva de los soldados que participaron en esos brutales hechos. Además, expuestos a una avalancha de estímulos físicos y emocionales, al tiempo que, condicionados por convenciones legales y morales, los soldados españoles fueron responsables de algunos de los más horribles y memorables actos de violencia en la temprana Edad Moderna.
Pero, antes que nada, los soldados fueron reclutados para luchar. Las operaciones de combate se libraron con una mezcla de exaltación, terror y violencia. No es coincidencia que los episodios más célebres de las Guerras Italianas fueran sus sangrientas batallas y asedios. Además de la compleja experiencia de combate, la vida del soldado español también estuvo influenciada por los notables cambios tácticos y tecnológicos que vivió el arte de la guerra durante el siglo XVI. Sin embargo, la gran mayoría de los trabajos que intentan estudiar la cronología, el alcance y los efectos de la «revolución militar» en la temprana Edad Moderna europea, rara vez, si es que alguna vez lo hacen, buscan profundizar en la experiencia de los soldados, los cuales influyeron directamente en ella, al tiempo que fueron también influenciados por ella. La indiferencia hacia la vivencia de los soldados de la Edad Moderna en relación con la revolución militar es especialmente evidente cuando hablamos del siglo XVI.11
En un intento de contribuir a este intenso debate, la experiencia de combate de los soldados españoles será, en primer lugar, estudiada desde la perspectiva de la revolución militar. Los notables desarrollos tácticos y tecnológicos de la primera mitad del siglo XVI dejaron una profunda huella en los contemporáneos. Los soldados españoles se vieron envueltos en operaciones de combate –desde escaramuzas hasta asedios y batallas a campo abierto–, durante los cuales se adaptaron a dichos cambios, a la par que condicionaron su desarrollo. Y, aunque esta obra no pretende ofrecer conclusiones relacionadas con el alcance y cronología de la revolución militar en general, la experiencia de combate extremo será, sin embargo, analizada dentro del debate más general de los efectos de los cambios más significativos que tuvieron lugar en la forma de hacer la guerra durante el siglo XVI.
El capítulo pasará a reconsiderar la efectividad de combate de los soldados españoles en particular, y la de los soldados profesionales y mercenarios de la temprana Edad Moderna en general. Los soldados profesionales de la época, en comparación con los «soldados-ciudadanos» cuyo compromiso y patriotismo resplandecía desde la perspectiva del idealismo republicano clásico, así como del moderno, eran despreciados por sus contemporáneos, y, hasta cierto punto, se les ha menospreciado hasta el día de hoy. Pero las evidencias demuestran claramente que los soldados que se unían al Ejército por motivos económicos o necesidad personal, o incluso por obligación, no necesariamente hacían gala de bajos niveles de moral, motivación o esprit de corps, como prueba el caso de los soldados españoles, sino más bien lo contrario. Este capítulo tiene dos objetivos: primero, explorar la manera en la que los soldados españoles afrontaron las extremadas demandas físicas y mentales de la guerra, y, segundo, reconsiderar las aceptadas percepciones en relación con su eficacia en el combate.
Los potenciales beneficios de un estudio acerca de la experiencia de la infantería española en las Guerras Italianas son dos. A un nivel micro, esta obra presenta una evaluación exhaustiva y extensa sobre la experiencia de un destacado ejército de la temprana Edad Moderna. Los soldados de infantería española lucharon junto y contra soldados alemanes, suizos, italianos, franceses y británicos, por citar solo algunos ejemplos, muchos de los cuales han recibido poca atención académica.12 Los historiadores militares deberían poner más atención en las raíces de los sistemas militares que caracterizaron los ejércitos europeos durante siglos, así como a los soldados que participaron en ellos. Sería deseable que este libro sirviera como cimiento de futuras investigaciones.
En un nivel macro, explora el fenómeno de los ejércitos mercenarios, los ejércitos profesionales y los soldados en general. Tras más de dos siglos en los que los ejércitos compuestos por soldados profesionales y mercenarios fueron eclipsados por los ejércitos de ciudadanos-soldados que cumplían un servicio militar obligatorio, parece que las condiciones sociales, políticas y financieras están dando lugar a una transición hacia un empleo de ejércitos profesionales y compañías militares privadas. Aunque el proceso todavía permanece en su etapa formativa, las naciones modernas pueden encontrar en esta obra algunos de los temas fundamentales –movilización, organización y mantenimiento de las fuerzas militares profesionales– que fueron un quebradero de cabeza para los estrategas de la Edad Moderna. Algunos de estos problemas básicos son discutidos y evaluados hasta cierto punto en el presente estudio.
Asimismo, otro planteamiento importante se tuvo en cuenta para la redacción de esta obra. El desplazamiento del enfoque hacia la experiencia y la centralidad del elemento humano como base del éxito en la guerra, en lugar de centrarse únicamente en el genio táctico y estratégico de los generales, así como en la superioridad de la tecnología, es una tendencia cultural reciente. Esta noción se resume de modo abstracto en afirmaciones tales como el lema de las fuerzas armadas israelíes: «La persona en el tanque deberá prevalecer». Aunque los europeos del Renacimiento tenían en cuenta la importancia del elemento humano, cualquier referencia era usualmente vaga y general. No se hizo popular hasta las décadas finales del siglo XX y los estudios académicos sobre historia militar abarcan mucho más que biografías de renombrados generales o relatos de guerras y batallas acompañadas por rectángulos y flechas para indicar la situación de las tropas en el campo de batalla y sus movimientos.
Influyentes y respetados como eran los generales, estrategas e intelectuales en la temprana Edad Moderna, los piqueros y arcabuceros de los tercios españoles, tienen, de hecho, una considerable responsabilidad en haber modelado la cultura de la guerra en el Renacimiento. Este estudio debería, pues, percibirse también como otro intento para cambiar el enfoque hacia la experiencia del soldado común, que permitirá crear un completo, realista y preciso retrato del contexto histórico y de los eventos que tuvieron lugar.
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1. Parker, G., 1976, 195.
2. Fernández Álvarez, M., 1979, 167.
3. Parker, G., 2004, 27.
4. Entre las monografías sobre las Guerras Italianas encontramos: Lemonnier, H., 1982; Boillet, D. y Piéjus, M.-F., 2002; Fournel, J. L. y Zancarini, J. C., 2003; Pellegrini, M., 2009. Una refrescante monografía sobre las guerras de Italia se publicó en 2012: Mallett, M. y Shaw, Ch., 2012. Para una bibliografía integral respecto a eventos específicos durante las Guerras Italianas, vid. específicamente, ibid., 313-349. Algunos estudios generales sobre las monarquías española y francesa y sobre Italia en el siglo XVI también contienen información valiosa de las Guerras Italianas. Vid., por ejemplo, los siguientes estudios: Cazzamini Mussi, F., 1947; Elliot, J. H., 1990; Cadenas y Vicent, V. de, 1978; Lynch, J. A., 1981; Kamen, H. A., 1983; Lovett, A. W., 1986; Elliot, J. H., 1990; Villapalos Salas, G., 1998; Edwards, J., 2000; Hernando Sánchez, C. J., 2001; Mazzocchi, G., 2010. Obras biográficas sobre figuras clave de la época a nivel político, intelectual y militar, también nos pueden proveer de información importante. Por nombrar tan solo unos pocos trabajos de importancia: Ridolfi, R., 1968; Knecht, R. J., 1984; Baumgartner, F. J., 1994; Zimmerman, T. C. P., 1995; Fernández Álvarez, M., 1999; Géoris, M., 1999; Belenguer Cebrià, E., 2002; Suárez Fernández, L. y Mata Carriazo Arroquia, J., 1969. Los estudios sobre eventos específicos que guarden relación con el presente estudio, o con la historia militar de las Guerras Italianas se mencionarán más adelante, según su relevancia.
5. Quatrefages, R., 1983 y 1996.
6. Parker, G., 1975.
7.Vid., por ejemplo Albi de la Cuesta, J. 1999; Pablo Cantero, A. de, 2000, 297-310; Martínez Ruiz, E., 2008; González de León, F., 2009; Ladero Quesada, M. Á., 2010.
8. Keegan, J., 1976.
9. Para el cambio general de enfoque durante la segunda mitad del siglo XVII, vid. Martines, L., 2013, xiv. Para ejemplos específicos, vid. Lynn, J. A., 1984; Hanson, V. D., 1989; Carlton, Ch., 1994; Goldsworthy, A. K.,1996; Prestwich, M., 1996; Murdoch, S., y Mackillop, A., 2002; Daly, G., 2002; Goodman, A., 2005; Bell, A. R., Curry, A., Chapman, A. y Simpkin, K. D. (eds.), 2011.
10. Una lista de estudios ejemplares parece redundante en este punto, y serán apuntados más adelante cada vez que sea relevante.
11. Una importante excepción puede ser la de Eduardo de Mesa; vid. Mesa Gallego, E. de, 2014. Aunque Mesa se centra en las tropas irlandesas que lucharon en los ejércitos españoles del siglo XVII, también destaca la importancia de las Guerras Italianas, y de la primera mitad del siglo XVI en general, al desarrollo e implementación de la revolución militar. Otro ilustrativo análisis sobre la importancia de la primera mitad del siglo XVI puede hallarse en David Eltis, si bien su estudio emplea en su mayor parte la misma metodología y fuentes narrativas que son usualmente empleadas en análisis sobre la revolución militar; vid. Eltis, D., 1995.
12. Para estudios sobre los lansquenetes alemanes y los mercenarios suizos, vid. Parrott, D., 2012, 335-341.
Al ver su país devastado por las tropas extranjeras y nativas, los italianos contemporáneos tenían poco bueno que decir de los soldados del Renacimiento. Nicolás Maquiavelo pensaba que las únicas personas deseosas de ir a la guerra eran los «escandalosos, vagos, desenfrenados, impíos, huidos de la autoridad paterna, blasfemos, apostadores y llenos de toda clase de vicios».1 Francesco Guicciardini describió a las tropas imperiales marchando sobre Milán en 1521 como «blasfemos, asesinos y ladrones».2 Por su parte, Pablo Jovio declaró que la infantería estaba formada por la parte más «servil y baja» de la población.3
Esos sentimientos no se circunscribían a Italia.4 Las macabras imágenes de mercenarios suizos y lansquenetes alemanes del grabador helvético Urs Graf describían con franqueza la omnipresencia de las prostitutas, el juego y la muerte en la vida del soldado. Erasmo de Róterdam describió a los soldados de su época como «una clase de gente rebelde e impía, sin ley, impulsiva y pronta a hacer el mal, que venden su vida y su alma por dinero, consistiendo todo su placer y deleite en apoderarse y robar bienes ajenos; hombres fieros, presuntuosos y licenciosos».5
Como es natural, se pueden hallar halagos hacia los soldados de la propia nación. Los, por lo general, siniestros grabados de Urs Graf son en ocasiones reemplazados por representaciones románticas y gloriosas de la elegancia, el patriotismo y el valor de los mercenarios alemanes y suizos. Tales representaciones son también frecuentes en España. La «ensalada» de Mateo Flecha titulada «La guerra», compuesta en la primera mitad del siglo XVI, glorifica a los soldados y sus capitanes:
Todos los buenos soldados
que asentaren a esta guerra
no quieran nada en la tierra
si quieren ir descansados.
Si salieren con victoria
la paga que les darán
será que siempre ternán
en el cielo eterna gloria.6
Batalla de Marignano, grabado de Urs Graf. Amén de la escena de combate representando un detalle de la batalla de Marignano en 1515, el grabado recoge la muerte y la destrucción que ocasionan la guerra. En la escena podemos ver a unos capeletes albaneses, caballería ligera balcánica, cargando contra un cuadro de picas suizas, reconocibles por el penacho del oficial. Los soldados muertos y desnudos en primer plano eran la prueba gráfica del posible destino, no solo para los perdedores de la batalla, sino también para una buena parte de los vencedores, pues las bajas podían rondar entre el veinte y el treinta por ciento de estos últimos.
La rápida y continua expansión del poderío español en Italia y el Mediterráneo, así como la extraordinaria hazaña de los conquistadores en el Nuevo Mundo, trajeron honor y respeto para los soldados en guerra.
Pero incluso las voces más elogiosas y entregadas que se podían hallar en España fueron muy críticas al describir a los hombres que solían sentar plaza de soldado. El arcediano y Lactancio, los dos protagonistas del diálogo de Valdés en defensa de Carlos V por el saqueo de Roma en 1527, debaten sobre el papel y la responsabilidad de la soldadesca en los brutales sucesos del saqueo. La descripción que hace el arcediano de los soldados como «aquellos alemanes, peores que herejes, y aquella otra canalla de españoles e italianos, que no tienen fe ni ley», claramente representa los sentimientos prevalecientes en la época hacia los soldados.7 En defensa de los infantes del emperador, Lactancio cuestiona al arcediano si describir el «mal vivir» de los soldados como infidelidad, y a los propios soldados como «infieles» no es una exageración.8 Aceptando los elementos centrales de las ideas generalizadas en su tiempo, Valdés no fue más allá de la expresión de una mera duda para defender la reputación de los soldados del ejército imperial que arrasaron la capital de la cristiandad.
El emperador Carlos V loaba las habilidades de sus soldados en el campo de batalla, pero de acuerdo con el famoso cirujano del siglo XVI Ambroise Paré (m. 1590), se preocupó muy poco por los cientos de soldados que murieron durante el asedio de Metz en 1552, llegando a decir que «no importaba si ellos morían, comparándolos con las orugas, saltamontes y abejorros, que devoran las simientes y otros frutos de la tierra, y que si fueran hombres de valía, no servirían en su campo por seis libras al mes, y por lo tanto no había que tener en cuidado si morían».9
Pero las escasas y a menudo emotivas descripciones de los soldados del siglo XVI ofrecen poca ayuda para identificar a los hombres que sirvieron en los ejércitos españoles. Aunque se han llevado a cabo muchos intentos para identificar el origen demográfico de los reclutas, la relativa escasez de fuentes, en especial antes de la mitad del siglo, hacen que esta tarea sea, en cierto modo, difícil.10 Aun así, al contrario de lo que dicen las descripciones generales, ambiguas y a menudo sesgadas, de las fuentes narrativas de la época, hombres de toda la península ibérica, de todos los estratos sociales, se unieron a los ejércitos de la Corona española por varias e intrínsecas razones.
Los estudios muestran, de hecho, un patrón general en la distribución geográfica de los bisoños, los soldados recién reclutados. A lo largo de los siglos XVI y XVII las provincias más pobladas fueron, como es lógico, la mayor fuente de reclutas del Ejército español. Así, la mayoría de los soldados tenían su origen en las provincias de Castilla la Vieja, León y Castilla la Nueva, mientras que las provincias periféricas de Andalucía, Aragón, Cataluña, Asturias, Galicia, Navarra, Valencia, Extremadura, Murcia y las provincias vascas, proveyeron cada una de ellas cantidades significativamente menores de reclutas.11 Extranjeros procedentes de Portugal, Flandes, Borgoña e incluso Francia no fueron infrecuentes.12 Parece también que la mayoría de los reclutas procedía de los poblados centros urbanos de la península ibérica.13
Ese parece ser el caso de las compañías de infantería española que se reclutaron en la primera mitad del siglo XVI. La bandera de Diego Sarmiento, por ejemplo, embarcada en Alicante el 28 de noviembre de 1528, ofrece un vívido retrato de la composición de tales compañías.14 De 464 soldados –105 arcabuceros y 359 piqueros– podemos identificar los nombres y orígenes de 347 de ellos con certeza.
Una gran parte de los reclutas cuyo origen ha podido ser determinado (vid. Gráfica 1, pág. 5) de la compañía de Sarmiento (42 %) eran habitantes de las dos Castillas y de León, seguidos por los originarios del reino de Valencia (15 %), Andalucía (9 %), Aragón (8 %), Cataluña (4 %), Navarra (3 %), Galicia (2 %), Murcia (2 %) y Asturias (1 %). Esas cifras son bastante similares, en especial en el caso de Castilla y León, a las que caracterizarían los reclutas de la segunda mitad del siglo XVI y primera mitad del XVII (vid. Gráfica 2, pág. 5). Cinco reclutas de Portugal, dos de Flandes, e incluso uno de Borgoña, sumaban hasta el 2 % de los soldados de la compañía de Sarmiento. La presencia de estos extranjeros no es sorprendente, dadas las extensas fronteras de la Corona española y la insaciable necesidad de recursos humanos, así como la circunstancia de que muchos contemporáneos acostumbraban a servir en ejércitos de otras «naciones». El hecho de que la leva de la compañía de Sarmiento tuviera lugar en el reino de Valencia (como indica el relativamente elevado número de reclutas de esa provincia), no impidió que hombres capaces procedentes de los distantes confines de la península ibérica y del imperio español, se enrolasen en ella.
Aun así, una sorprendente gran proporción de los reclutas llegaron desde las lejanas provincias vascas del norte, suponiendo un 11 % de los reclutas de la compañía. Esa cifra puede ser excepcional, pero la contribución de los vascos a las empresas militares de la Corona española fue siempre importante. En una muestra de cuatro compañías de unos 1200 hombres en 1544, había un total de 196 vascos, un 15 %.15
La muestra de la compañía indica que la mayoría de los reclutas procedían de áreas urbanas de la península ibérica. Ciento catorce reclutas (32 %) aparecen listados como «vecinos» de villas y ciudades que, al menos una vez durante el siglo XVI tuvieron una población de más de diez mil habitantes: Madrid, Salamanca, Toledo, Sevilla, Barcelona, Granada, Valencia y Burgos son los ejemplos más prominentes de esos centros urbanos como plazas importantes de reclutamiento.16 Aunque el tamaño de la villa o ciudad no afectaba directamente al número de reclutas, está claro que la mayoría de los lugares de origen eran grandes villas y ciudades. Bilbao, con seis mil habitantes,17 y Calatayud, con unos cinco mil,18 contribuyeron con solo tres reclutas a la compañía de Sarmiento, pero constituyen los típicos ejemplos del característico lugar de origen: una villa con una población de más de cinco mil habitantes.
No obstante, esas cifras deben considerarse con cautela, dado que el lugar de origen listado en las muestras puede ser impreciso, o indicar tan solo una orientación geográfica general. En el último caso, un recluta llegado de Cuenca, por ejemplo, no necesariamente llegaba desde la ciudad, sino que podía haber venido de los pueblos y zonas rurales de alrededor de la misma. Dicho recluta podría incluso ser un campesino o un viajero llegado de forma reciente a Cuenca y que declarase ser «vecino» de ella, aunque fuera «natural» de otro lugar, incluso quizá de algún remoto pueblo o aldea.19 Como sucede con todas las fuentes de la temprana Edad Moderna, las listas de muestras, aunque eran detalladas, es probable que revelen una realidad demográfica parcial.
Aunque establecer un retrato exacto y completo de aquellos hombres es difícil, el origen urbano de la mayoría de los reclutas también viene determinado por los aspectos socioeconómicos de la España del siglo XVI. El hecho de que la mayoría de los reclutas llegase de áreas urbanas es consistente con que durante el siglo XVI cerca del 37 % de la población española vivía en villas y ciudades de al menos cinco mil habitantes.20 La abundancia de reclutas en áreas urbanas fue también algo común dado que los centros urbanos de la España del Renacimiento estaban densamente poblados y se convirtieron en un destino altamente deseado para los pobres y desempleados, con independencia de si podían o no hallar empleo en ellos.21
Muy poco se conoce acerca del estatus socioeconómico de los reclutas de la época, pero parte de los que decidían unirse al Ejército estaban lejos de ser «serviles y bajos». Estimaciones modestas concluyen que cerca del 15 % de los soldados de infantería a lo largo del siglo XVI eran, de hecho, jóvenes de la baja nobleza o hidalgos, que se unían al Ejército debido a dificultades financieras o conducidos por un celo aventurero.22 Conocidos como soldados «particulares» o «aventajados», recibían un suplemento a su paga o «ventaja». De los 7503 soldados que servían en el Ejército de Italia en 1525, 273 eran soldados «aventajados», y constituían, por tanto, un 3 % de la fuerza total.23 Un número adicional e indeterminado de hombres de orígenes nobles constituían otra parte de esta fuerza, aunque parece que solo unas pocas docenas de esos nobles estaban presentes. Aun así, esto significa que incluso los jóvenes de la nobleza, fuera por necesidad o por afán de aventuras, podían a veces encontrarse comenzando sus andanzas entre las filas de los soldados comunes.
Noble español a caballo, dibujo en Trachtenbuch de Christoph Weiditz, ca. 1530. Germanisches Nationalmuseum Nürnberg, Hs. 22474. Bl. 47-48. Las aventuras y la promoción social podían atraer a muchos hidalgos, segundones e incluso caballeros, como este Spanischer Edelmann montado a caballo. Según Diego de Montes, «los soldados llamados en el campo de Ytalia los guzmanes entre los españoles», siempre iban «bien adereçados y galanes» y «traen muy luzidas armas», invirtiendo su ventaja no solo en ropa sino en armamento, el cual les permitía acabar sirviendo en las llamadas hileras de los capitanes. Además, estos guzmanes se empleaban en acciones singulares, «cosas muy señaladas» con afán de fama, «porque sean conoscidos», situándose sus actuaciones muy lejos del perfil de soldado desesperado que acudía solo por el sustento.
Otras fuentes primarias confirman la presencia de hombres jóvenes nacidos en el seno de la nobleza que sirvieron en la infantería española. Diego Núñez de Alba, un antiguo soldado de los ejércitos imperiales, mencionó que los pobres hidalgos se unían a la infantería en busca de fortuna, y se distinguían claramente del resto de las tropas por sus modales y vestimenta.24 Martín García de Cerezeda, que luchó en el ejército de Italia durante más de veinte años, no se arrepentía de su decisión de unirse al ejército, «por haber cabido entre tantos caballeros y fijosdalgo y nobles e valientes soldados».25 Diego García de Paredes, uno de los más notables y apreciados soldados de infantería española del siglo XVI, que fue más tarde capitán, era de orígenes nobles.26 Alonso Enríquez de Guzmán descendía del primer conde de Gijón, el hijo del rey Enrique II de Castilla (1334-1379), pero esto no le disuadió de unirse a la infantería, caminando «por mitad de Barcelona delante del Rey y de su Corte y de algunos de mi tierra en ordenanza con los otros soldados con la pica en el hombro».27 Don Tomás de Projita, un «caballero» de Valencia, sirvió como soldado de caballería ligera bajo los reinados de Fernando y Carlos.28 Algunas veces, los nobles podían ser sentenciados a servir en el Ejército dado que el sistema judicial de la época no podía imponer castigos corporales ni degradantes contra los miembros de dicho estamento.29
El hecho de que la mayoría de los reclutas no fueran nobles ni hidalgos no significa por fuerza que dichos reclutas carecieran de educación, fueran analfabetos o marginados sociales. Cerezeda y Diego Núñez de Alba escribieron vívidas memorias sobre su experiencia militar. En sus escritos, el segundo exhibió algunas influencias de Erasmo.30 Un antiguo soldado y capitán de artillería, Buenaventura Jorge Pérez de León, fue un «reverendo fraile franciscano […] en las cosas de la Iglesia hombre de muy buena doctrina».31 Lope de Ávalos, quien lideró un motín en Lombardía en 1538, solicitó del emperador el perdón, citando las escrituras en latín.32 Otro motín ocurrido en Sicilia en 1539, fue dirigido por un antiguo monje alfabetizado que se convirtió en soldado.33 Con todo, es razonable asumir que en una por lo general iletrada sociedad,34 una porción significativa de los reclutas fueran gente llana que no tenían ni la educación ni la capacidad financiera para dejar ningún tipo de testimonio escrito.
El origen socioeconómico de los reclutas también puede deducirse a partir de sus motivaciones para unirse al Ejército en primera instancia. Las fuentes documentales administrativas y burocráticas no ofrecen pistas respecto a los factores que los animaron a ejercer el oficio de las armas y, ante la carencia de fuentes, las teorías generales de motivación son insuficientes.35 Aun así, se puede inferir que los reclutas se unían a la milicia por una combinación de deseo de aventura, atractivos de la vida militar, necesidades económicas, y razones de índole social o personal. Al tratarse de un Ejército totalmente profesional y voluntario, unirse a las compañías de infantería española ofrecía la oportunidad de escapar a cualquier problema que el recluta afrontase en su vida civil, así como la posibilidad de ver mundo, de obtener honor y gloria y de disfrutar de la camaradería. Esas son algunas de las mismas motivaciones que inducen hoy a los reclutas a unirse a los ejércitos voluntarios profesionales actuales.36
No obstante, las necesidades económicas eran, de lejos, el factor que se menciona más a menudo en las fuentes contemporáneas. Lamentándose por épocas pasadas, Diego Núñez de Alba escribió que «començaron a venir algunos a la guerra no por viuir o ganar honra en ella sino para recoger algun dinero con que boluerse a sus casas».37 Este fue también el caso de los jóvenes que don Quijote halló en sus viajes, los cuales cantaban: «A la guerra me lleva mi necesidad; si tuviera dineros, no fuera, en verdad».38