Jorge Mario Bergoglio: Una biografía intelectual - Massimo Borghesi - E-Book

Jorge Mario Bergoglio: Una biografía intelectual E-Book

Massimo Borghesi

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La formación intelectual de Jorge Mario Bergoglio, cuya exposición y análisis detallado se lleva a cabo por primera vez en esta obra, permite comprender la mirada amplia y de carácter poliédrico que marca el actual pontificado del papa Francisco. Formado en la escuela jesuítica, sobre todo en la francesa, Bergoglio ha asimilado el mensaje de San Ignacio a través de la lectura, al mismo tiempo "dialéctica y mística", que de él hizo Gaston Fessard, un importante filósofo del siglo XX. Es de aquí de donde surge la concepción del catolicismo como coincidentia oppositorum que le llevará al encuentro de la antropología de la polaridad de Romano Guardini y con el pensamiento de Alberto Methol Ferré, quizá el intelectual católico más importante de la segunda mitad del siglo XX en América Latina. Para la elaboración de la presente obra, el filósofo Massimo Borghesi, además de sumergirse en las "fuentes" que han alimentado el modo de ver y razonar del actual pontífice, ha recibido del propio Bergoglio aclaraciones esenciales sobre su pensamiento y su formación intelectual en cuatro documentos de audio, grabados entre enero y marzo de 2017, en respuesta a las preguntas del autor.

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Massimo Borghesi

Jorge Mario Bergoglio

Una biografía intelectual

Dialéctica y mística

Prólogo de Guzmán Carriquiry Lecour

Traducción de M. M. Leonetti

Revisión de Fernando Montesinos Pons

Título original: Jorge Mario Bergoglio. Una biografia intellettuale

© Jaca Book, Milano, 2017

© Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2018

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

100XUNO, nº 36

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN epub: 978-84-9055-872-0

Depósito Legal: M-21466-2018

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

A Alberto Methol Ferré (1929-2009).

In memoriam

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

1. Un horizonte marcado por contrastes profundos

1.1. En los orígenes de un pensamiento: Gaston Fessard y la teología del «como si»

1.2. Juan Domingo Perón y la Iglesia

1.3. La unidad de lo universal y lo particular, del centro y la periferia. La enseñanza de Amelia Podetti

1.4. Ciudad de Dios y ciudad de los hombres. La actualidad de Agustín

1.5. El pueblo fiel como «lugar teológico»

2. La filosofía de la polaridad

2.1. La Compañía de Jesús como síntesis de las oposiciones

2.2. Jesuitas y pensamiento dialéctico: Przywara, De Lubac, Fessard

2.3. El tomismo dialéctico de Alberto Methol Ferré

3. La teoría de la oposición polar. Bergoglio y Romano Guardini

3.1. La tesis doctoral sobre Guardini

3.2. Principios y polaridad. Analogías entre Bergoglio y Guardini

3.3. La oposición polar y el bien común. El pensamiento sineidético

3.4. El poder, la naturaleza, la técnica. Guardini en la Laudato si’

4. Iglesia y modernidad. Methol Ferré y el Resurgimiento católico en Latinoamérica

4.1. El concilio Vaticano II como superación de la Reforma y de la Ilustración

4.2. De Medellín a Puebla: el Resurgimiento católico en América Latina

4.3. Catolicismo y modernidad. La enseñanza de Augusto Del Noce

4.4. El ateísmo libertino y la crítica de la sociedad opulenta

5. Un mundo sin vínculos. El primado de la economía en la era de la globalización

5.1. Globalización y Patria grande latinoamericana. Methol Ferré y Bergoglio

5.2. La Caritas in veritate de Benedicto XVI

5.3. La crítica a la desigualdad en la Evangelii gaudium

6. En la escuela de san Ignacio. La vida como testimonio

6.1. Pensamiento narrativo y theologia crucis: una tensión ignaciana

6.2. La biografía de Pedro Fabro escrita por Michel de Certeau

6.3. El ser y la unidad de lo bello-bueno-verdadero. Bergoglio y H. U. von Balthasar

7. Cristianismo y mundo contemporáneo

7.1. Misericordia y Verdad. La Amoris laetitia y la mirada de la Morenita

7.2. El encuentro como «inicio». El nuevo equilibrio entre kerygma y moral

7.3. Aparecida: el estilo cristiano en el siglo XXI

Índice onomástico

Prólogo

Guzmán Carriquiry Lecour

Vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina

En los cuatro años que han transcurrido desde la elección del papa Francisco, es verdaderamente impresionante el número de libros y artículos publicados, en diferentes lenguas, sobre su pontificado: algunos son biográficos, otros están basados en el trabajo pastoral del obispo Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires. Muchos textos están dedicados a su reforma de la Iglesia, de la Curia Romana en particular, a su opción por los pobres, a su estilo de comunicación, a la acción de Francisco en el contexto internacional actual. Semejante abundancia de publicaciones es signo de un tiempo rico en sorpresas, de una extendida empatía e interés suscitados por el testimonio y por la intensa actividad desarrollada por el Santo Padre. Esto demuestra, sin el menor asomo de duda, la curiosidad de un amplio público de lectores, que trasciende el ámbito eclesiástico y abarca a muchas personas muy alejadas de la Iglesia de Roma. El tema «Francisco» entra en las conversaciones de la gente ordinaria y de las élitesdel mundo.

En este panorama, el libro de Massimo Borghesi no es uno más en el mar editorial dedicado a su pontificado. En efecto, se trata de un estudio muy importante que somete a examen un aspecto esencial, decididamente descuidado, para la comprensión del actual pontífice: el de lagénesis y el desarrollo de su «pensamiento». En este libro, que lleva por título Jorge Mario Bergoglio. Una biografía intelectual. Dialéctica y mística, manifiesta su autor un enfoque original con respecto a toda la literatura sobre Francisco. El texto, a través de una extraordinaria capacidad de recogida de fuentes y de investigación, ofrece un ahondamiento sistemático en el territorio interior cultural, así como en las influencias intelectuales que han contribuido a formar la personalidad y el «pensamiento» de Jorge Mario Bergoglio. Se trata de una contribución indispensable para un mejor conocimiento de la personalidad compleja del papa Francisco, en la que se conjugan su experiencia pastoral, su experiencia mística y la intelectual. La escasez de referencias relativas a su biografía intelectual se debe, en primer lugar, al mismo papa Francisco, a quien no le gusta hacer ostentación de sus propias dotes y cualidades al respecto, y a quien, a buen seguro, no le agradaría que le calificaran de «intelectual». Bergoglio, como es bien sabido, detesta los intelectualismos abstractos, inducidos siempre por una deriva ideológica, muros que cierran y distraen de la relación con Dios y con su pueblo. Por otra parte, no le gusta introducir en sus homilías, catequesis o mensajes, desarrollos teológicos que no sean breves, adecuados y comunicados de manera sencilla. Quiere otorgar siempre privilegio a la «gramática de la simplicidad» —que no es nunca simplismo— en su modo directo y auténtico de expresarse, de comunicar, para dirigirse a todos y cada uno, y llegar al corazón de todos los que le escuchan, allí donde se encuentren y sea cual sea su nivel de instrucción y de formación cristiana. De ahí que su lenguaje quiera ser comprensible a todos, que vaya acompañado de imágenes, que son como «instantáneas» de la realidad cotidiana, y de gestos simbólicos. El papa Bergoglio habla de manera sencilla, ¡porque quiere hablar así! No es casual que el papa defina el poder de la comunicación como «poder de la proximidad», llena de ternura y de compasión, propia del Pastor guiado por el realismo de la encarnación. También Jesús daba gracias al Padre por haber «escondido estas cosas a los sabios y entendidos», y haberlas «revelado a los pequeños» (Mt 11,25). Y Pascal, en sus Pensamientos (797), decía de Jesús: «Ha dicho las cosas grandes tan simplemente, que parece que no las ha pensado, y, sin embargo, con tanta claridad, que se ve perfectamente lo que pensaba de ellas». Para el papa Francisco, esta es la modalidad esencial de acercamiento a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo, a los que están alejados de la Iglesia y no poseen instrucción cristiana. Es preciso concentrarse en lo esencial, «que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante» (Evangelii gaudium, 35). Esta es la «vía pequeña» de la fe en nuestros días. La simplicitas representa en el papa Bergoglio, como afirma Massimo Borghesi, un «punto de llegada que presupone la complejidad de un pensamiento profundo y original». Esta complejidad se le puede escapar a quien, acostumbrado al gusto literario, estético y teológico que suscitaba la lectura de los textos y las alocuciones del papa Benedicto, el mayor teólogo vivo, se confronta ahora con un lenguaje más «directo», oral, dirigido a las multitudes de la gente ordinaria más que a minorías preparadas intelectualmente. A las perplejidades de algunos, que no se encuentran a gusto en el estilo de comunicación del nuevo papa, se añade la desconfianza de algunos medios eclesiásticos e intelectuales hacia un papa «latinoamericano», «argentino», «populista», del que dicen que no está a la altura de los parámetros culturales europeos. Estos críticos demuestran que siguen siendo insensibles frente al abrazo universal y a las llamadas genuinamente evangélicas del papa. Siguen encerrados en una Europa vieja, donde arden todavía las brasas del gran fuego que fue el de su mejor tradición, pero que, sin embargo, no genera nada en nuestros días: ni hijos —nos encontramos en pleno invierno demográfico—, ni nuevas corrientes intelectuales, movimientos, horizontes políticos que abran el camino a un destino de esperanza. Son como aquellos «doctores de la Ley» que se preguntaban si podía salir algo bueno de Nazaret, del «hijo de un carpintero». En este caso, Nazaret indica el Cono Sur del mundo. El valor de este libro, con respecto a este cuadro, consiste en colocar a Bergoglio en el interior de una rica tradición intelectual que encuentra sus raíces en Argentina y su fecundidad en el estrecho diálogo que es capaz de plantear con las corrientes más fecundas del catolicismo europeo. El estereotipo del papa «argentino» tiene, a no dudar, su parte de verdad. Con todo, tal como acredita el texto que presentamos, no ha de ser absolutizado. Bergoglio es argentino y, al mismo tiempo, en virtud de los autores que han contribuido a su formación y de sus lecturas de referencia, profundamente europeo. Como indica su dialéctica polar, precisada en el encuentro ideal con Romano Guardini, él mismo es «puente» entre dos continentes. De aquí la utilidad del libro de Massimo Borghesi, que nos ofrece un marco de extraordinaria riqueza, porque muestra las diferentes vetas culturales e intelectuales que se entrelazan en la personalidad del futuro papa y que constituyen el sustrato iluminador de su magisterio y de su acción pastoral. El lector dispondrá así del modo de comprender la verdadera génesis del pensamiento de Jorge Mario Bergoglio, que ha permanecido oculta, hasta ahora, a los diferentes intérpretes. Esta viene dada por una concepción dialéctica, «polar», de la realidad, que el joven estudiante de filosofía y teología del Colegio San Miguel fue madurando gracias a la renovación de la concepción ignaciana llevada adelante por su profesor Miguel Ángel Fiorito y por la lectura que hacían de los Ejercicios espirituales algunos intelectuales jesuitas como Gaston Fessard y Karl-Heinz Crumbach. De aquí parte el redescubrimiento de la mística jesuítica y el aprecio por la figura de Pedro Fabro, al que leyó a través de Michel de Certeau. La visión dialéctica se revelará preciosa cuando Bergoglio, como joven provincial de los jesuitas argentinos, en los ardientes años setenta, se compromete con una visión sintética de la Compañía de Jesús, de la Iglesia, de la sociedad, a fin de sustraerse a la contradicción, desgarradora, entre los seguidores de la dictadura militar y los revolucionarios filomarxistas. Es la misma visión dialéctica que le lleva a encontrarse con Amelia Podetti, la «filósofa» argentina más aguda de los años setenta, y con Alberto Methol Ferré, el intelectual católico latinoamericano más importante de la segunda mitad del siglo XX. La reflexión de Bergoglio, como bien muestra Borghesi, debe mucho a una tradición propia del pensamiento jesuítico. Una tradición que, a partir de Adam Möhler, entiende la Iglesia como coincidentia oppositorum, una visión, esta, que volvemos a encontrar en Erich Przywara, Henri de Lubac, Gaston Fessard. Esta orientación explica la razón de que Bergoglio escoja como tema de su tesis doctoral, el año 1986 en Alemania, la «oposición polar» de Romano Guardini. Borghesi traza así un hilo rojo del pensamiento de Bergoglio cuya presencia no había sido advertida por los investigadores. Esto explica asimismo, en buena medida, las acusaciones de aquellos que, hostiles a la línea del pontificado, no han dudado en acusar a Francisco de escasa preparación en materia teológico-filosófica. Es mérito del libro de Borghesi situar la visión ideal de Bergoglio en el interior del escenario histórico, eclesial y político de la Argentina de los años setenta y ochenta. De este modo, podemos comprender su peculiar juicio sobre el «peronismo», su crítica a la teología política a partir de un horizonte exquisitamente agustiniano. Queda asimismo iluminada su simpatía por la «teología del pueblo», la corriente de la teología de la liberación elaborada por la escuela del Río de la Plata, para la que la opción preferencial por los pobres, afirmada en el Documento de Puebla (1979) de la Iglesia latinoamericana, se unía a una firme oposición al marxismo. Esta escuela, que tenía como protagonistas a Lucio Gera, Rafael Tello, Justino O’Farrell, Juan Carlos Scannone, Carlos Galli, dejará su marca en los documentos de Puebla y de Aparecida (2007). A ella se debe el redescubrimiento de la religiosidad popular, tema muy entrañable a Bergoglio, que no por ello permanece menos atento a la dimensión propia del «encuentro» que caracteriza al testimonio cristiano en el horizonte secularizado propio de las grandes metrópolis. De ahí el desarrollo que tiene, en la reflexión de los últimos años, la categoría de la «belleza» en su unidad con el bien y la verdad. Una reflexión que debe mucho a la lectura del gran teólogo Hans Urs von Balthasar.

Del papa Francisco se ha subrayado su pensamiento «abierto», con el viento en popa, vulnerable al Misterio cada vez mayor, siempre inaprensible. Por eso, el libro de Massimo Borghesi no tiene, a buen seguro, la pretensión de cerrar sino de abrir el camino hacia ulteriores ahondamientos concernientes a la biografía intelectual de Jorge Mario Bergoglio/papa Francisco. Los dos voluminosos tomos de Scritti teologico-pastorali di Lucio Gera1, recientementepublicados en Italia, ofrecen nuevo material de investigación de un autor clave. El pensamiento de Lucio Gera, padre y maestro de una generación de sacerdotes argentinos, sepultado por deseo del arzobispo Bergoglio en la catedral de Buenos Aires, ha tenido un profundo eco en las últimas conferencias generales del Episcopado Latinoamericano.

En la «biografía intelectual» de Bergoglio, que fue profesor de filosofía, teología y literatura, merece asimismo un espacio su pasión literaria. Consiguió comprender mejor la realidad de su pueblo pasando por la poesía nativa, gauchesca, desde El gaucho Martín Fierro, a los contemporáneos metafísicos, aunque muy diferentes, como Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal. Leyó varias veces Los novios, de Alessandro Manzoni, con todas sus implicaciones de religiosidad popular, y le gustó la lectura de Dostoievski situada en el entrelazamiento del alma humana entre el pecado, la culpa, el castigo, el perdón y la redención. También apreció las paradojas de Chesterton, y no es casual que los Padres de la Iglesia definieran como «paradoja de las paradojas» el misterio de la encarnación. Lee a León Bloy, un convertido iracundo, «políticamente incorrecto», que se habría divertido al verse citado en la primera homilía del papa Francisco: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Bloy fue importante para la conversión de Charles Péguy, cuyas páginas le gusta recorrer al papa, en el poco tiempo que le deja su densa agenda de compromisos, cuando encuentra alguno de sus libros en el montón que se acumula sobre su mesa de escritorio en la Domus Sanctae Marthae. También citó el papa Francisco a Bernanos, con su Diario de un cura rural, en el retiro que dirigió a los sacerdotes durante el Año jubilar de la Misericordia. Estas lecturas no constituyen un género menor para una biografía intelectual. Como escribía Hans Urs von Balthasar, refiriéndose a la magna literatura francesa de la primera mitad del siglo XX: «Podría resultar que en los grandes literatos católicos hubiera una mayor vida intelectual original, grande y capaz de crecer al aire libre, que en nuestra teología actual, de corto alcance y que se contenta con poco» (Le Chrétien Bernanos, Seuil, París 1956).

Si bien la formación intelectual y la experiencia sacerdotal y pastoral proceden juntas, en la biografía de Jorge Mario Bergoglio están marcadas, como subraya Borghesi en el subtítulo del libro, por la experiencia mística, de discernimiento orante, que acompaña sus jornadas. En compañía de los santos —seguirá diciendo von Balthasar— se advierte una «existencia teológica», en la medida en que sus vidas demuestran, de manera existencial, una doctrina viva, entregada por el Espíritu Santo para el bien de toda la Iglesia. Toda acción pastoral y toda reflexión teológica comienzan «de rodillas», repite el papa Francisco. Así pues, su biografía intelectual es indudablemente inseparable de las vías a través de las cuales le ha llevado la Providencia hacia un radicalismo evangélico, en el encuentro con el Señor, para bien de toda la Iglesia en el actual momento histórico.

Introducción

Al atardecer del 28 de febrero de 2013, despegaba de San Pedro un helicóptero blanco, sobrevolando la ciudad de Roma, acompañado por el sonido de las campanas de las iglesias de la capital. Trasladaba a Benedicto XVI, el anciano pontífice, que había sido el primero en presentar la renuncia a su ministerio en la Edad Moderna. El teólogo más grande de nuestro tiempo se había encontrado teniendo que administrar una difícil herencia, la de Juan Pablo II, con una Iglesia marcada por problemas y escándalos que habían alterado y manchado la imagen de la misma a los ojos del mundo. Su determinación de resolverlos y contrarrestarlos no había sido suficiente ante el debilitamiento de sus fuerzas. Su sucesor, el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, venía «del otro extremo del mundo». A la dulzura apacible de Ratzinger la sustituía la dulzura impetuosa de Francisco, su forma sencilla de hablar, su manera directa de expresarse y dirigirse al corazón de la gente. Un testimonio persuasivo hasta el punto de cambiar, en unos pocos años, desde el 13 de marzo de 2013, la mirada a la Iglesia, cuya pesada herencia ya no constituye una acusación. El éxito planetario de la figura de Francisco no ha cubierto, como en los años de Juan Pablo II, el vacío progresivo de las iglesias. Este sostiene la fe humilde de los pueblos, de los sencillos, de aquellos que en el escenario de la historia son los «invisibles». Con todo, el encuentro entre el pontificado y la realidad popular no ha provocado aplausos y reconocimientos en todas partes. Como escribe Agostino Giovagnoli:

Su popularidad, sin embargo, no se extiende por todas partes ni en todos los medios y, sobre todo, la novedad que él trae no siempre es aceptada y comprendida. Este es, asimismo, el caso de gran parte de las clases dirigentes europeas y, especialmente, de los intelectuales y los universitarios del Viejo Continente. De hecho, en Europa, el mundo de la cultura se muestra al menos un tanto inseguro con respecto al nuevo papa. Indudablemente, el papa Francisco ha realizado pocas visitas a las grandes instituciones culturales y han sido raros los encuentros con exponentes de la academia. De él no se recuerdan lecciones magistrales como las de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona o en el Collège des Bernardins, en París. Han sido pocas, además, las ocasiones en que ha hablado de manera explícita sobre la actividad cultural, la investigación científica o los problemas de los intelectuales. Pero todo eso no basta para explicar la distancia entre Francisco y el mundo de la cultura europea2.

En realidad —observa Giovagnoli—, no es verdad que Francisco esté alejado de la cultura, de la europea en particular. «De sus escritos, por último, surge un pensamiento más complejo y elaborado de lo que aparentemente se manifiesta. A pesar de lo que se piensa por lo general, cuanto más se leen sus encíclicas, sus discursos o sus homilías, más se tiene la impresión de que Francisco conoce el mundo de los intelectuales y tiene convicciones sólidas sobre el rol de la cultura en la sociedad contemporánea»3. Esta «complejidad» del pensamiento de Bergoglio no ha encontrado hasta ahora, salvo pocas excepciones, la atención que merece4. Proliferan, por el contrario, los críticos, los teólogos de última hora, aquellos que deducen la visión del papa de los artículos de periódicos. Dos son las objeciones que vuelven con desarmante monotonía. Para la primera, Francisco sería un populista, un «peronista» argentino, carente de las categorías capaces de comprender las sutiles distinciones de la Europa liberal y moderna. Para la segunda, Bergoglio no tendría la preparación teológica y filosófica necesaria para desempeñar el cargo petrino. Ambas críticas se mezclan en la presunción, enteramente europea y norteamericana, de que lo procedente de América Latina no está a la altura de los parámetros occidentales. Se trata de una persuasión bien expresada por Angelo Panebianco, según el cual «es inevitable —dado que cada uno de nosotros es hijo de su propia historia— que este papa, como todos los que le han precedido, traiga consigo, además de su fe y su interpretación del Evangelio, también experiencias, ideas y sentimientos que forman parte de la tradición de su tierra. Tradición que no coincide necesariamente con la nuestra. Es plausible que, en un país de un capitalismo maduro, como es, a pesar de todo, Italia, no sean pocos, incluso entre los católicos, los que disienten de Bergoglio en materia de trabajo y beneficio o los que —por poner otro ejemplo— no creen que las guerras contemporáneas sean puramente fruto del deseo de ganancia de ávidos capitalistas. Y también es plausible que muchos se den cuenta de que las ideas económicas del papa derivan de una cierta interpretación de las Escrituras, pero tal vez también de una tradición fuertemente anticapitalista, arraigada en el país del que procede. En Italia, disponemos de magníficos investigadores sobre América Latina en general y sobre Argentina y su historia en particular. Tal vez haya llegado el momento de que empiecen a ocuparse de los vínculos culturales entre este papa y esa tradición»5.

El límite de Francisco vendría dado por su procedencia, por su ser «argentino». El juicio de Panebianco no es un caso aislado. Le hace eco, de un modo menos sobrio, Loris Zanatta, según el cual Bergoglio «es hijo de una catolicidad impregnada de antiliberalismo visceral, erigida, a través del peronismo y guiada por la cruzada católica contra el liberalismo protestante, cuyo ethos se proyecta como una sombra colonial sobre la identidad católica de América Latina»6. Es la crítica que encontramos en el filósofo liberal Marcello Pera, conocido por el libro que escribió con Joseph Ratzinger, Senza radici (Sin raíces, Península, Barcelona 2004), en el que pronosticaba una nueva «religión civil» y, en concomitancia con la guerra contra Irak, el retorno de Europa a un espíritu guerrero contra el pacifismo. Según Pera, «tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI habían dado a su misión un fuerte acento occidental. Se habían referido constantemente a Europa y habían adoptado una evidente perspectiva occidental, considerando a nuestro continente como la cuna de los valores precisamente occidentales. Francisco, en cambio, tiene una visión puramente sudamericana»7. Su apertura al tema de la inmigración acredita que «detesta el Occidente, aspira a destruirlo y recurre a todo para conseguir este fin [...] el papa refleja todos los prejuicios del sudamericano contra Norteamérica, contra el mercado, contra las libertades, contra el capitalismo»8. Según Pera, «su visión es la sudamericana del justicialismo peronista, que no tiene nada que ver con la tradición occidental de las libertades políticas y con su matriz cristiana»9.

Panebianco, Zanatta y Pera expresan, con tonos perentorios, la distancia con la que el área laica, liberal, mira a Bergoglio. La ideología occidentalista, capitalista, librecambista ve en el papa «argentino» un freno al pensamiento único que ha dominado en la era de la globalización. El pontífice es un adversario, y como tal ha de ser tratado. A estos críticos hay que sumar los católicos conservadores de orientación teocon (teoconservadurista), análogos en la mentalidad a gran parte del catolicismo en EE. UU. Vuelve con ellos la oposición Occidente-Sudamérica, típica de la derecha liberal laica10. Las simplificaciones de los términos —populismo, peronismo— sin que se investiguen sus articulaciones históricas obedecen en realidad a una lógica de deslegitimación, a la intolerancia con respecto a toda crítica al modelo de la globalización. Lo que sorprende, en los críticos, es la falta de documentación y ahondamiento, como si el actual pontífice no tuviese un territorio interior cultural, ni una experiencia eclesial digna de ser puesta de relieve11. Massimo Franco escribe de manera oportuna que, «cuando se tiende a describir a Bergoglio como una especie de don Camilo sudamericano, se lleva a cabo una obra involuntariamente mistificadora. El exarzobispo de Buenos Aires no puede ser etiquetado con categorías europeas o, peor aún, italianas. No es un cura rural, como el personaje de Giovanni Guareschi, sino un sacerdote urbano, más aún, de una megacity. Y su lenguaje sencillo deriva de un profundísimo conocimiento del territorio y de sus habitantes, y de una larga elaboración incluso léxica, ‘de campo’, de su identidad de sacerdote»12.

El lenguaje de Bergoglio es «sencillo» porque quiere ser sencillo. Es la simplicidad como resultado de la reflexión, de la simplicidad evangélica, y no límite de expresión. Hay detrás un proceso de pensamiento, rico y original, que procede de la escuela de los jesuitas, que se alimenta no solo de maestros argentinos, sino sobre todo de europeos. Cuando el joven Bergoglio estudia filosofía y teología en el Colegio Máximo, en San Miguel, sus referencias ideales son los intelectuales jesuitas del ámbito francés: Henri de Lubac, Gaston Fessard, Michel de Certeau. Algunos son exponentes de la Escuela de Lyon. Estos son sus «maestros». Son maestros «europeos». Los mismos, en parte, que dirigen la reflexión de alguien que se convertirá en su amigo y punto de referencia, el uruguayo Alberto Methol Ferré, el intelectual católico latinoamericano más genial de la segunda mitad del siglo XX, director de Víspera y de Nexo, revistas que Bergoglio leía asiduamente.

Maestros europeos y argentinos, una mezcla compleja que es necesario indagar si se quiere salir de las simplificaciones que encuentran terreno fértil en el desconocimiento de los datos. Como observa Rodrigo Guerra López:

La falta en Europa de estudios sobre filósofos y teólogos latinoamericanos es recurrente. A veces tengo la impresión de que ciertos académicos europeos (y norteamericanos) consideran al pensamiento latinoamericano como una especie de compromiso inferior o secundario en comparación con lo que se produce en países como Alemania, Francia e incluso Italia. Esto no sería sino una observación anecdótica si no fuese también importante, a mi juicio, para comprender algo de lo que está ocurriendo con respecto a Francisco. [...] Cuando Juan Pablo II fue elegido papa, su perfil intelectual y pastoral requería un esfuerzo especial para comprender su enseñanza. Para muchos fue necesario estudiar la historia de los cristianos en Polonia, las diversas tradiciones filosóficas de las raíces de Wojtyla, y penetrar en su ardua filosofía para comprender en profundidad, por ejemplo, el verdadero alcance y el significado de Redemptor hominis, de Laborem exercens o de lo que se conocería en definitiva como «teología del cuerpo». Hombres como Rocco Buttiglione, Massimo Serretti, Tadeusz Sytczen, Angelo Scola y otros hicieron un trabajo increíble de profundización y explicación que hasta hoy produce sus frutos. En mi opinión, es necesario llevar a cabo un esfuerzo análogo en el caso de Jorge Mario Bergoglio, S.J. ¡Cuántas discusiones evitaríamos si nos dejásemos interpelar por la biografía intelectual y pastoral de nuestro papa! En los principales institutos académicos dedicados a la difusión y profundización del magisterio pontificio, los profesores y alumnos han llevado escasamente a cabo un estudio serio y sistemático de los escritos de Jorge Bergoglio y sus autores más apreciados, como Lucio Gera, Juan Carlos Scannone o Methol Ferré, por no hablar de un estudio amplio y profundo de la teología del pueblo o del magisterio episcopal latinoamericano13.

El deseo de Guerra López está enteramente justificado. Tanto más por el hecho de que los lectores italianos y españoles, así como los de lengua inglesa, disponen, entre otras, de una magnífica biografía de Jorge Mario Bergoglio: la de Austen Ivereigh, que reconstruye, con esmero, la formación, incluso intelectual, del futuro pontífice14. Se trata de un texto esencial para comprender también la posición «política» de Bergoglio, tan frecuentemente mal entendida por sus críticos. Como escribe Ivereigh:

El radicalismo de Francisco no debe confundirse con una doctrina o la ideología progresista. Es radical porque es misionero, y místico. Francisco se opone de manera instintiva y visceral a los «partidos» dentro de la Iglesia. Entronca su papado con el catolicismo tradicional del santo pueblo fiel a Dios, sobre todo de los pobres. No cede en las cuestiones más sensibles que separan a la Iglesia del Occidente secular —una brecha que a los liberales les gustaría cerrar mediante una modernización de la doctrina—. Con todo, también está claro que este papa no es solo el pontífice de la derecha católica: no usa el papado para librar batallas políticas y culturales que cree deben librarse a nivel diocesano, sino para atraer y enseñar; tampoco siente la necesidad de repetir hasta la saciedad lo que ya es bien conocido, y lo que quiere es hacer hincapié en lo que se ha visto oscurecido —la bondad amorosa de Dios, y su misericordia y perdón—. Y allí donde los católicos conservadores prefieren hablar más de moral y cuestiones sociales, Francisco opta por hacer lo contrario, por rescatar el catolicismo como «túnica sin costuras»15.

El juicio de Ivereigh es importante, porque permite superar el lugar común de la oposición de Francisco a Benedicto XVI, patrocinado por los conservadores. En realidad, estamos ante una diversidad de estilos y acentos, y no de contenidos. «Si el largo pontificado Wojtyla-Ratzinger se caracterizó por el magisterio de la Iglesia sobre las cuestiones morales y sociales, por un decidido énfasis ‘antropológico’ ligado a la idea de ‘ley natural’, el papa Bergoglio parece estar animado por una visión más histórico-cultural y en sintonía con el medio teológico latinoamericano del que procede, así como por una visión más espiritual que teológica del ministerio del pontificado romano. El pontificado de Benedicto XVI, ‘papa teólogo’ (en el sentido del teólogo académico), podría quedarse como una excepción en la historia del catolicismo moderno. El desplazamiento del acento con Bergoglio, desde el papado teológico al espiritual, presenta algunas incógnitas para el orden futuro del catolicismo. Pero esta opción, alternativa en relación con la de Ratzinger, no hace de Bergoglio un progresista o un liberal (del mismo modo que Ratzinger no era un reaccionario). Bergoglio es un ‘católico social’, con una visión ambivalente y compleja de la ‘modernidad’»16. Es este catolicismo «social», en auge en los años posconciliares y después olvidado en la era de la globalización, el que choca con un determinado mundo católico comprometido con los valores de la vida, pero no igualmente con los sociales. Ese mundo critica un supuesto progresismo teológico de Francisco, que no existe, a partir de la desconfianza en un papa que se muestra excesivamente crítico con los valores del mercado. En realidad, la crítica del papa a una sociedad que excluye, quita el trabajo y crea nuevas divisiones no quiere convertir a los católicos en un partido, ni colocar a la Iglesia en las barricadas.

«Francisco es el hombre de la reconciliación entre las historias de división, con rasgos trágicos, de la América Austral. El equivalente de sus reformas en el Vaticano, por otra parte controvertidas y combatidas, constituye a nivel global la destrucción y eliminación de todos los escombros y escorias ideológicos que dejó la Guerra Fría. En América Latina, esto significa hacer caer el último ‘muro de Berlín’, es decir, el ‘muro de La Habana’, y otros muros invisibles, escondidos en los archivos secretos y en la memoria colectiva de esos pueblos. Significa remitir al pasado las guerras civiles combatidas en nombre del marxismo y el capitalismo, con la Iglesia católica y sus episcopados en el rol de víctimas, a veces de cómplices. Sorprendió mucho el regalo que hizo a Francisco el presidente boliviano Evo Morales: un crucifijo con la hoz y el martillo, obra del padre Luis Espinal, asesinado en los años ochenta por defender a los pobres y la democracia. Sin fijarse en la expresión perpleja de Francisco en el momento de la entrega, algunos han querido ver en ello un abrazo póstumo a la teología de la liberación de matriz marxista por parte del pontífice. En realidad, con ese gesto, Morales reconoció al papa un liderazgo nunca atribuido antes a la Iglesia; y realizó un gesto de subalternidad y sumisión impensable hasta hace algunos decenios»17. Para Massimo Franco, «Francisco ha liquidado los mitos revolucionarios comunistas, para ponerse él mismo a la cabeza de movimientos populares a los que ofrece una salida diferente: pacífica, inclusiva, pero no por ello menos clara al condenar lo que ha llamado ‘el paradigma tecnocrático’ e invitar a ponerle resistencia»18.

Se trata del mismo paradigma criticado por Romano Guardini, autor apreciado por Bergoglio, y por Augusto Del Noce, autor de referencia para Methol Ferré. Es el modelo que excluye a los «inútiles», a los «descartados», a los no productivos, a los desempleados, a los pobres, a los ancianos, a los «malnacidos» y a los «aún-no-nacidos», a los enfermos graves, a los débiles en general. La vía de salida es una vía de reconciliación entre los débiles y los protegidos, que permite la concordia y, por consiguiente, la paz social y política. Todo el pensamiento de Bergoglio es un pensamiento de reconciliación. No es un pensamiento «irénico», optimista, ingenuamente progresista, sino, al contrario, un pensamiento dramático, «que engendra tensión», que, madurado en el curso de los estudios ignacianos de los años sesenta, encuentra su primera formulación en el marco trágico de la Argentina de los años setenta, dividida entre la derecha filomilitar y la izquierda filorrevolucionaria. Una contraposición que marcaba también a la Iglesia y a la Compañía de Jesús. De aquí surge su idea de una dialéctica «polar», «antinómica», que constituye el hilo rojo de su pensamiento, su núcleo conceptual original. Bergoglio ha luchado por una síntesis de los opuestos que desgarraban la realidad histórica, no una síntesis «equidistante», ni una mera solución «centrista», sino un intento teórico-práctico-religioso de sugerir una unidad antinómica, una solución agónica obtenida mediante el contraste. De ahí procede una visión dialéctica en la que la reconciliación no se confiaba, como en Hegel, a la especulación filosófica, sino al Misterio que actúa en la historia. El modelo estaba tomado de Gaston Fessard, de su obra fundamental La dialéctica de los «Ejercicios espirituales» de san Ignacio de Loyola, publicada en su edición original en 1956. Posteriormente, en su estancia en Alemania el año 1986, podrá confrontar esta perspectiva con el estudio riguroso del sistema de la oposición polar elaborado por Romano Guardini en su obra de 1925 Der Gegensatz, Versuche zu einer Philosophie des Lebendig-Konkreten (trad. esp.: El contraste: Ensayo de una filosofía de lo viviente-concreto, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1996). Desde entonces, Guardini, sobre cuyo pensamiento filosófico debía versar su tesis doctoral, se convierte en su autor, el que le acompaña en su reflexión social y eclesial impulsada por el intento de dar razón de las antinomias y de sus soluciones. El pensamiento de Bergoglio, que en muchos aspectos es semejante al de Methol Ferré, llega a constituirse como una sinfonía de los opuestos. Es una filosofía que se sitúa en el cauce del catolicismo, entendido como coincidentia oppositorum, siguiendo a Adam Möhler, Erich Przywara, Romano Guardini, Henri de Lubac. Como dirá Bergoglio ya de cardenal:

«Armonía», dije, este es el término justo. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Uno de los primeros Padres de la Iglesia escribió que el Espíritu Santo «ipse harmonia est», él mismo es armonía. Solo él es el autor al mismo tiempo de la pluralidad y de la unidad. Solamente el Espíritu puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y al mismo tiempo construir la unidad. Porque cuando somos nosotros los que queremos hacer la diversidad hacemos los cismas y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad hacemos la uniformidad, la homologación19.

Confirma la misma perspectiva ya de papa:

En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal. En primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad; en todas las épocas en efecto hace que florezcan carismas nuevos y variados. A continuación, el mismo Espíritu realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía: «Reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí» (Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan, XI, 11). De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.

Para que se realice esto es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes. La primera es buscar la diversidad sin unidad. Esto ocurre cuando buscamos destacarnos, cuando formamos bandos y partidos, cuando nos endurecemos en nuestros planteamientos excluyentes, cuando nos encerramos en nuestros particularismos, quizás considerándonos mejores o aquellos que siempre tienen razón. Son los así llamados «custodios de la verdad». Entonces se escoge la parte, no el todo, el pertenecer a esto o a aquello antes que a la Iglesia; nos convertimos en unos «seguidores» partidistas en lugar de hermanos y hermanas en el mismo Espíritu; cristianos de «derechas o de izquierdas» antes que de Jesús; guardianes inflexibles del pasado o vanguardistas del futuro antes que hijos humildes y agradecidos de la Iglesia. Así se produce una diversidad sin unidad. En cambio, la tentación contraria es la de buscar la unidad sin diversidad. Sin embargo, de esta manera la unidad se convierte en uniformidad, en la obligación de hacer todo juntos y todo igual, pensando todos de la misma manera. Así la unidad acaba siendo una homologación donde ya no hay libertad. Pero dice san Pablo, «donde está el Espíritu del Señor, hay libertad» (2 Co 3,17)20.

En esta relación, compleja, entre unidad y diversidad reside el núcleo del pensamiento «católico» de Bergoglio. Aquí toman forma sus tres parejas polares (plenitud-límite; idea-realidad; globalización-localización) con los cuatro principios: el tiempo es superior al espacio; la unidad es superior al conflicto; la realidad es superior a la idea; el todo es superior a la parte. De aquí parte también su doctrina clásica de la unidad de los trascendentales del Ser (bello-bueno-verdadero), en estrecho contacto con la reflexión teológica de Hans Urs von Balthasar. Doctrina fundamental por el hecho de que constituye la clave de la relación entre Misericordia y Verdad en el mundo contemporáneo. Si, como afirma von Balthasar, solo el amor es digno de fe, entonces la vía cosmo-teológica de los medievales y la antropológica de los modernos deben ceder paso, en el tiempo del relativismo y del nihilismo, a la Misericordia como «manifestación» de la Verdad21. Es la vía evangélica, el camino kerigmático que se encuentra en el centro del pontificado, mediante el que, hoy, el cristianismo puede volver por sus fueros con la misma dinámica de los comienzos. Es este un punto fuertemente contrarrestado por los conservadores, que persisten en oponer, como los modernistas, Misericordia y Verdad.

De este modo, de un análisis atento de las raíces y el desarrollo del pensamiento de Jorge Mario Bergoglio surge, para el erudito europeo, un cuadro de extraordinaria riqueza. Este se alimenta de diversas contribuciones, vinculadas entre ellas por una lógica profunda. Como escribe Diego Fares,

la referencia a Guardini, con su capacidad fenomenológica de «ver» las «figuras vivas» en las que las partes se entienden en función del todo y el todo en función de las partes, parece dar coherencia a lo que nos comunica el papa Francisco. [...] Sin dejar fuera a Erich Przywara con su pensamiento del Dios cada vez más grande y del Espíritu que pone todo en movimiento y crea armonía en la diversidad, y a Hans Urs von Balthasar, con su ordenamiento de los trascendentales, que sitúa la belleza y la bondad (siempre dramática) antes de la Lógica; con su manera de abrir toda verdad finita, filosófica a Cristo (de hacer saltar toda verdad hacia Cristo) y su arte de la transposición clasificadora (que lleva la unidad a la multiplicidad; que traduce la única Palabra en muchas, siempre con una mirada de amor, creativa y misericordiosa)22.

Nos encontramos frente a un cuadro compuesto a base de intercambios culturales entre Europa y América Latina, de tramas de las que brota con fuerza la communio católica. Bergoglio representa, en su aparente sencillez, una figura compleja. Él mismo constituye, con su personalidad, una complexio oppositorum. Este hombre, criticado como pontífice por estar demasiado preocupado por los destinos del mundo, es un «místico». El fondo de su pensamiento y de su alma se alimenta de los Ejercicios de san Ignacio, de la veta mística de la Compañía de Jesús, que une contemplación y acción. Como escribe el padre Antonio Spadaro, «la clave de su pensamiento y su acción debe buscarse y encontrarse precisamente en la tradición espiritual ignaciana. La experiencia latinoamericana toma cuerpo dentro de esta espiritualidad y debe ser leída a su luz para no correr el riesgo de interpretar a Francisco cayendo en estereotipos manidos. Su mismo ministerio episcopal, su estilo de actuar y de pensar están plasmados por la visio ignaciana, por la tensión antinómica a estar siempre y en cualquier caso in actione contemplativus»23. Pedro Fabro, el compañero de Ignacio, incansable viajero por la Europa dividida a causa de las guerras de religión, el dulce y apacible anunciador del Evangelio y de la paz de Cristo, es su modelo. Un pensamiento «místico» es un pensamiento abierto, que no cierra los resquicios. Como ha declarado Francisco, «el aura mística jamás define sus bordes, no completa el pensamiento. El jesuita debe ser persona de pensamiento incompleto, de pensamiento abierto»24. Por eso, la dialéctica antinómica de Bergoglio es, a diferencia de la de Hegel, una dialéctica «abierta». Porque sus síntesis siempre son provisorias, deben ser sostenidas y reconstruidas cada vez, y porque la reconciliación es obra de Dios y no primariamente del hombre. Esto explica su crítica a una Iglesia «autorreferencial», encerrada en su propia «inmanencia», marcada por la doble tentación del pelagianismo y del gnosticismo. El cristiano está «des-centrado», el punto de equilibrio entre los opuestos está fuera de él.

***

El trabajo que presentamos constituye un primer intento de perfilar el pensamiento de Jorge Mario Bergoglio. Nos han servido de gran ayuda cuatro grabaciones de audio de excepcional importancia que el Santo Padre nos ha transmitido, con una extraordinaria cortesía, como respuesta a un conjunto de preguntas que le habíamos hecho llegar. Las grabaciones llevan la fecha del 3 de enero, del 29 de enero de 2017, y dos más del 13 de marzo de 2017, el día del aniversario del cuarto año de su pontificado. Gran parte de su contenido está incorporado en el texto del libro, en el que se cita cada vez la fuente. Las grabaciones van acompañadas de dos comunicaciones del secretario del pontífice, con fechas del 7 de febrero y 12 de marzo de 2017, que contienen dos textos útiles para nuestro trabajo. El papa ha señalado en sus respuestas algunos puntos esenciales de su formación, difícilmente intuibles de otro modo. Ha aclarado, en particular, la génesis de su pensamiento, en el curso de los años sesenta, a partir de sus lecturas de las interpretaciones de los Ejercicios de Ignacio de Loyola. Unas interpretaciones que ponían en el centro la tensión dialéctica entre gracia y libertad, corazón de la perspectiva ignaciana. A partir de aquí irá tomando forma una línea de pensamiento que le llevará después al encuentro con la dialéctica polar de Romano Guardini. Entre las novedades surgidas de las grabaciones de audio del pontífice, merece ser señalada la influencia determinante que ejerció sobre él Gaston Fessard y la «teología del como si», la importancia de la revista Christus de los jesuitas franceses, una mina de ideas y de lecturas, la confesión de las deudas que había contraído con Amelia Podetti y Alberto Methol Ferré en el campo de las ideas, la dirección de su tesis doctoral sobre Guardini, la importancia del ensayo sobre san Ireneo de von Balthasar por su lectura antignóstica, etc. Por todas estas dilucidaciones, por el tiempo que nos ha concedido, no podemos más que estar profundamente agradecidos al Santo Padre, a quien expresamos nuestro vivo agradecimiento.

También deseamos expresar nuestro agradecimiento al profesor Guzmán Carriquiry Lecour, vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina. Su apoyo y sus consejos, como discípulo y amigo de Methol Ferré, él mismo protagonista directo de muchos de los intercambios intelectuales latinoamericanos descritos en este libro, me han servido de gran ayuda y apoyo. También debo expresar mi agradecimiento al Dr. Alver Metalli, responsable del blog Terre d’America, ya director de las revistas Incontri. Testimonianze dall’America Latina y 30 Giorni, que me ha servido de «puente» con Methol Ferré y con otros protagonistas del catolicismo latinoamericano. Sin él tal vez no habría apreciado como es debido la extraordinaria talla intelectual de Methol. También deseo dar las gracias al Dr. Marcos Methol Sastre, responsable del «Archivo de Alberto Methol Ferré en el Centro de Documentación y Estudios de Iberoamérica (CEDEI) de la Universidad de Montevideo (Uruguay)». A él le debo el envío de las dos cartas inéditas de Augusto Del Noce a Methol, del año 1982, que hemos publicado. De modo análogo, le damos también las gracias al profesor Enzo Randone, presidente de la «Fondazione Centro Studi Augusto Del Noce» de Savigliano (Cuneo, Italia), por habernos enviado las dos cartas inéditas de Methol Ferré a Del Noce, del año 1980-1981, publicadas en este libro. También debemos agradecer al profesor Roberto Graziotto la traducción del ensayo de Karl-Heinz Crumbach, Ein ignatianisches Wort als Frage an unseren Glauben, y a la doctora Serena Meattini sus preciosas indicaciones de carácter bibliográfico. Por último, debo un agradecimiento particular a mi esposa Carmen, que ha compartido conmigo, pacientemente, el proyecto y los tiempos de redacción del libro. Con ella también le doy las gracias a mis hijos: Daniela, Luisa y Alessandro, que han participado de una manera ideal en mi esfuerzo.

1. Un horizonte marcado por contrastes profundos

1.1. En los orígenes de un pensamiento: Gaston Fessard y la teología del «como si»

Cuando el joven Bergoglio entra, a los veintiún años, en el noviciado de la Compañía de Jesús, el 11 de marzo de 1958, el programa de las enseñanzas y el claustro de profesores no brillaban con una luz particular. La manualística, alimentada por un planteamiento neoescolástico, sufría la pesadez de fórmulas alejadas de la vida. El juicio lapidario emitido por el papa Francisco al padre Spadaro, en su entrevista Mi puerta siempre está abierta, es elocuente desde este punto de vista: «No debemos confundir la genialidad del tomismo con el tomismo decadente. Yo, desgraciadamente, estudié la filosofía en los manuales del tomismo decadente»25. Una valoración que no implica lo más mínimo un juicio negativo sobre el pensamiento de Tomás. En el Prólogo al libro de Enrique Ciro Bianchi, dedicado a Rafael Tello, uno de los teólogos de la religiosidad popular argentina, escribirá Bergoglio que había quedado impresionado al ver cuánto le debía a Tomás el pensamiento de Tello: «En una época en que la Suma Teológica era dejada de lado o que quien decía que daba clases basado en la Suma Teológica era mirado como un bicho antediluviano. Él siempre con la Suma Teológica como referencia de su pensamiento. Entendía como nadie la profundidad y la originalidad de santo Tomás de Aquino»26. De hecho, la impronta tomista permanecerá constante en Bergoglio, su realismo gnoseológico-metafísico, su valorización del mundo sensible, tienen aquí su fuente. Desde el punto de vista académico, la formación del joven Jorge prevé dos años de noviciado, un año de juniorado, o sea, de estudios humanísticos de grado universitario, tres años de filosofía, tres años de enseñanza en una escuela, tres años de teología y un año de «tercera probación». En total, trece años, desde 1958 a 1971. Los estudios de filosofía y de teología los realiza en el Colegio Máximo San José de la ciudad de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires. No ha conservado un gran recuerdo de los profesores de entonces. Austen Ivereigh observa que «los profesores, en su mayoría, eran viejos, extranjeros, y no estaban preparados para comprometerse con el mundo de su tiempo»27. La enseñanza repetía los módulos manidos de una escolástica fuera del tiempo. «¿Cuándo deja de ser válida una expresión del pensamiento? —dirá Francisco al padre Spadaro—. Cuando el pensamiento pierde de vista lo humano, cuando le da miedo el hombre o cuando se deja engañar sobre sí mismo. Podemos representar el pensamiento engañado en la figura de Ulises ante el canto de las sirenas, o como Tannhäuser, rodeado de una orgía de sátiros y bacantes, o como Parsifal, en el segundo acto de la ópera wagneriana, en el palacio de Klingsor. El pensamiento de la Iglesia debe recuperar genialidad y entender cada vez mejor la manera como el hombre se comprende hoy, para desarrollar y profundizar sus propias enseñanzas»28. No obstante, no había que descartarlo todo. En sus estudios de teología en el Colegio Máximo, entre 1967 y 1970, Bergoglio queda marcado por la obra de renovación de la concepción ignaciana llevada adelante por su profesor de filosofía, el padre Miguel Ángel Fiorito: «El grupo de Fiorito se tomaba muy en serio la idea del ressourcement, una renovación que implicaba un retorno al ‘carisma primitivo’ de los primeros jesuitas, adaptándolo a los tiempos modernos. Se trataba de un planteamiento muy distinto a la otra versión de la renovación, según la cual había que rechazar aquella herencia por considerarla obsoleta, que tendía a adaptar acríticamente las ideas contemporáneas»29. Esta diferente lectura de Ignacio y del valor de los Ejercicios espirituales para el presente marcará la diferencia de Bergoglio tanto con respecto a los ancianos, entumecidos en una repetición formal de la tradición jesuítica, como con respecto a los «modernos», influenciados por las nuevas perspectivas sociológicas americanas y europeas, para los que los textos fundacionales se presentaban, en su «espiritualidad», arcaicos y obsoletos. La verdadera reforma de la Iglesia no pasaba, para el joven Bergoglio, por una modernización acrítica, sino por una recuperación inteligente de la enseñanza y del testimonio de Ignacio capaz de medirse con los tiempos nuevos30. La enseñanza que le guiaba a un pensamiento católico abierto, capaz de valorizar el pasado, era la del concilio Vaticano II. Bergoglio, como muchos de la nueva generación de católicos, era un lector asiduo de Criterio, revista de Buenos Aires dirigida por el padre Jorge Mejía, que daba voz a las nuevas corrientes de pensamiento procedentes de Francia31. En ella escribían dos jóvenes profesores del seminario, destinados a ser creados cardenales: Eduardo Pironio, futuro colaborador de Pablo VI, y Antonio Quarracino, el que habría convencido a Juan Pablo II de crear cardenal a Bergoglio. Entre sus colaboradores se encontraban Jorge Luis Borges, Homero Manzi, Francisco Luis Bernárdez, Baldomero Fernández Moreno, Leonardo Castellani, Ernesto Palacio, Manuel Gálvez, Ignacio B. Anzoátegui, Julio Irazusta, Julio Meinvielle, Basilio Uribe, José Luis Romero. La revista daba cobijo a firmas importantes: Gilbert K. Chesterton, Hans Urs von Balthasar, Gerardo Diego, Eduardo Frei Montalva, Jean Guitton, Jacques Maritain, Julián Marías, Gabriela Mistral.

Además de esta, había otra revista que constituyó una mina de ideas y de sugerencias para el joven estudiante. Era Christus, la editaban de manera trimestral los jesuitas en Francia desde 1954 y estaba dirigida por el padre Maurice Giuliani32. Francisco, en su grabación de audio, recuerda

la lectura de la revista Christus, bajo la dirección del padre Giuliani. En ella se publicaban muchos artículos que, en los primeros tiempos —después ha cambiado el planteamiento de la revista—, pero en sus primeros tiempos, los del padre Giuliani, había muchos artículos que me servían de inspiración. Creo que no se debe perder, en la historia del pensamiento de la espiritualidad católica y en la posconciliar, el trabajo realizado por la revista Christus, apreciada por el padre Arrupe y por el Centro de espiritualidad que él mismo fundó, bajo la dirección del padre Luis González, que tanto bien ha hecho a la renovación de la Compañía. Permítaseme aquí un paréntesis. Cuando fue elegido el padre Arrupe, la Compañía se encontraba en tal grado de uniformidad que el discernimiento quedaba reducido a la elección entre el bien y el mal, pero no entre lo bueno y lo mejor. Para mí, el símbolo más grande de esta reducción a la uniformidad fue el Epítome de la Compañía bajo la dirección del padre Dóchowski. Cuando lo llevé al abad mayor de los benedictinos, le dijo este: «Con esto ha matado a la Compañía, le ha quitado movilidad». Porque todo estaba previsto, las fuentes de la Compañía, de la legalidad. El aparato legal de la Compañía tiene tres fuentes: la fórmula Instituti, que no hay que tocar porque ahí se encuentran las intuiciones ignacianas. Segundo: las Constituciones, que deben ser aplicadas según lugares-tiempos-personas y, de este modo, se dispone de una ductilidad capaz de ser puesta al día e inculturada. Tercero: las reglas están para ayudar a realizar una tarea, pero no tienen ningún valor universal y permanente. La única que vale es la fórmula Instituti. En el Epítome todo está junto, mezclado. La diferencia se había globalizado esféricamente suprimiendo la tensión, por ejemplo la tensión de las Constituciones entre lugares-tiempos-personas. El padre Arrupe coge al padre Jansen y forma un gobierno de reordenamiento en la posguerra. Cuando fue elegido el padre Arrupe se sirvió de muchos instrumentos, pero sobre todo de estos dos: el Centro de espiritualidad y la revista Christus, a fin de recuperar esta tensión que hace crecer a la Compañía. Esto lo he vivido yo y lo llevo dentro. Tal vez de ahí vengan estas cosas33.

Se trata de una confesión importante. Una confesión que nos permite entrar en el «laboratorio» del joven Bergoglio. Los artículos que encuentra en Christus permiten ensanchar el horizonte de la Compañía, superar la forma inmóvil proporcionada en el Epítome, algo de lo que Francisco hablará también en la entrevista que le hizo el padre Spadaro y que fue publicada en La Civiltà Cattolica: «Ha habido etapas en la vida de la Compañía en las que se ha vivido un pensamiento cerrado, rígido, más instructivo-ascético que místico: esta deformación generó el Epítome del Instituto»34. En Christus fue donde Bergoglio pudo conocer los ensayos de un jesuita destinado a hacerse famoso: Michel de Certeau. Un autor que apreciará por sus estudios sobre la mística jesuítica, en particular sobre Pedro Fabro. De esto hablaremos más adelante. Se trataba de unos artículos que ahondaban en la espiritualidad ignaciana, en la auténtica, y permitían dar aliento al programa de los Ejercicios de Miguel Ángel Fiorito. La formación de Bergoglio se desarrolla, como es evidente, en el mundo intelectual dominado por la Compañía. Sus maestros, no los efectivos sino los ideales, son los intelectuales, filósofos y teólogos, de la orden de san Ignacio. Entre ellos emerge un autor destinado a ejercer una gran influencia sobre él: el francés Gaston Fessard. Este último, autor clave asimismo para Alberto Methol Ferré, había publicado en 1956, en Aubier, el primer tomo de La dialéctica de los «Ejercicios espirituales» de san Ignacio de Loyola, una obra que marca la formación de Bergoglio35. «Tal vez el primer contacto [con Fessard] tuvo lugar en el bienio 1962-1964»36. De él recoge el modelo de un pensamiento dialéctico que va a constituir un punto firme de su reflexión, un pensamiento antinómico, profundamente «católico» en su idea de la síntesis de las oposiciones. Extrañamente, Bergoglio lo cita raras veces, a pesar de haber tomado de él el impulso para una especulación a la altura de los problemas de la Compañía, de la Iglesia, de la realidad política de entonces:

Ahora bien, el escritor «hegeliano» (entre comillas) —pero que no es hegeliano aunque pueda parecerlo— que ejerció una gran influencia sobre mí fue Gaston Fessard. He leído muchas veces La dialéctica de los «Ejercicios espirituales» de san Ignacio de Loyola y otras cosas suyas. Me dio muchos elementos que se mezclaron después37.

Se trata de una confesión de gran importancia. Bergoglio señala aquí al autor clave de su formación: el jesuita de la Escuela de Lyon, amigo fraterno de Henri de Lubac. Fessard se había medido a fondo con Hegel y la dialéctica, una auténtica excepción en el pensamiento de los años treinta y cuarenta. Entre 1926 y 1929 había traducido y comentado el Prólogo de la Fenomenología del Espíritu, que pretendía publicar, con el apoyo de Jean Wahl, en la Revue philosophique. No lo conseguirá, pero eso no le impedirá utilizar la perspectiva hegeliana, de un modo original y creativo, adecuadamente reformulada, para entender la actualidad histórica. Esto explica su profunda amistad con Alexandre Kojève, el genial comentador de la Fenomenología hegeliana, que reunía en los años treinta, en su cátedra de la École Pratique des Hautes Études de París, a la flor y nata de la intelligentsia filosófica de entonces38. La frecuentación de Kojève y la confrontación con Hegel le llevarán no solo al libro sobre los Ejercicios de san Ignacio, sino también a la elaboración de la triple dialéctica (siervo-amo, hombre-mujer, judío-pagano), de la que hablaremos más adelante, elaborada en el libro De l’actualité historique39. Un texto considerado por Augusto Del Noce como «modelo de análisis filosófico-teológico de la realidad presente y crítica desde el interior, verdaderamente insuperable»40, hasta el punto de configurar un método histórico, como «solución de las antinomias», que él mismo se compromete a seguir en Il problema dell’ateismo41. Con todo, las analogías entre Fessard y Hegel, el hecho de que ambos hagan uso del método dialéctico, no debe llevarnos a engaño. Como observa el papa Francisco, Fessard no era «hegeliano», aunque a una mirada inexperta pudiera parecérselo. En realidad, la fuente de su pensamiento dialéctico se encuentra más arriba de Hegel y precede a su encuentro con él. Como ha escrito Giao Nguyen-Hong, «la inspiración fundamental» del padre Fessard se encuentra en Maurice Blondel, el filósofo católico de La acción: «Fue principalmente bajo la influencia de Blondel como estudió los Ejercicios espirituales»42. Afirmación confirmada por Peter Henrici, para quien «el padre Fessard me había confirmado personalmente algunos años antes a propósito de su libro La dialéctica de los ‘Ejercicios espirituales’ de san Ignacio de Loyola: ‘En el fondo, me he inspirado sobre todo en Blondel y no en Hegel’»43. El mismo Fessard confesará que «la Fenomenología del Espíritu [...] me había seducido desde el primer momento por la semejanza de su propósito con el de La Acción de Maurice Blondel»44. Fessard, al igual que su hermano de Lubac, es un blondeliano, no un hegeliano. Pertenece a la veta de los jesuitas blondelianos de la Escuela de Lyon45. Como ha escrito Henrici, «la inspiración blondeliana se deja ver claramente en la estructura misma de la dialéctica del padre Fessard, que juega con el antes y el después de la elección ignaciana, que corresponde a la opción blondeliana»46. De esta ascendencia blondeliana es de donde, a través de Fessard, deriva el modelo dialéctico que Bergoglio replanteará de nuevo de modo original. Se trata de una pieza importante para comprender la génesis del pensamiento del autor, un pensamiento que debe mucho al blondelismo de la Escuela jesuítica de Lyon, la de Fessard y De Lubac47: la cuestión que debemos clarificar es la de su fuente, a saber: ¿de quién le vino al joven Bergoglio el estímulo para interesarse por el libro de Fessard? Una lectura que, a buen seguro, no había de resultarle fácil a un joven estudiante. Es muy probable que fuera de su profesor de filosofía, Miguel Ángel Fiorito. Juan Carlos Scannone ha sido el primero, y hasta ahora el único, que ha formulado, en un artículo de 2015, la hipótesis de una convergencia entre Fessard y Fiorito a la hora de inspirar a Bergoglio:

Es conocida la coincidencia entre la interpretación de los Ejercicios