Juegos de poder - Penny Jordan - E-Book

Juegos de poder E-Book

Penny Jordan

0,0
3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Aquella mujer bella y ambiciosa representaba un reto al que muchos hombres deseaban enfrentarse. Pero había pagado muy caro su éxito.Durante diez largos años, Pepper Minesse había trabajado duramente para alcanzar la riqueza y el poder que le permitiera llevar a cabo su venganza y, por fin, había llegado la hora. Los cuatro hombres que la violaron en su adolescencia pagarían por ello: sus futuros por un pasado.De cada uno de esos hombres tenía informes que, de hacerse públicos, destruirían sus vidas profesionales para siempre. Para tres de ellos, su silencio era de vital importancia, aunque ese silencio implicase la muerte. Solo un hombre tenía la fuerza de su amor como única arma para desconectar la bomba de relojería que Pepper había puesto en funcionamiento...

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 316

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2003 Penny Jordan

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Juegos de poder, n.º 412 - abril 2024

Título original: POWER PLAY

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410628380

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

A mi editora, Tara Parsons. ¡Porque a las dos nos encanta este libro! Porque trabajar contigo es una delicia. Porque conviertes mis libros en algo mucho mejor. Mil gracias.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Nicole Keyes siempre había pensado que, cuando la vida te daba limones, había que dejarlos en un frutero en la cocina e irse a tomar un croissant danés con un café, y esperar tiempos mejores. Lo cual explicaba por qué tenía en aquel momento un buen colocón de cafeína y azúcar.

Miró la vitrina, desde la que un croissant danés de queso y cerezas susurraba su nombre una y otra vez, y después observó el aparato ortopédico que llevaba en la rodilla y el bastón que había a su lado. Todavía se estaba recuperando de una operación, y no podía hacer mucha actividad física. Si no quería arriesgarse a que los vaqueros le quedaran todavía más apretados, debía renunciar a aquel segundo croissant danés.

«Es mejor dejarse tentar por un croissant que por un hombre», recordó. La bollería podía hacer engordar a una mujer, pero un hombre podía arrancarle el corazón y dejarla rota y ensangrentada. La cura de lo primero, dieta y ejercicio, no era agradable, pero podía soportarlo. En cambio, la cura para lo segundo era, como mínimo, incierta. Distancia, distracciones, buenas relaciones sexuales. En aquel momento no tenía ninguna de las tres cosas.

Se abrió la puerta de la pastelería y la campanilla tintineó. Nicole apenas alzó la vista mientras entraba un muchacho en edad de ir al instituto y pedía cinco docenas de donuts. Maggie, que estaba trabajando detrás de la vitrina, puso tres cajas grandes en el mostrador y comenzó a llenarlas de donuts. Justo en aquel momento sonó el teléfono. Maggie se giró a responder la llamada.

Nicole no supo qué fue lo que la impulsó a mirar hacia su joven cliente en aquel momento. ¿Un sexto sentido, suerte… o la manera de moverse nerviosamente del muchacho, que le llamó la atención?

Vio que el chico se metía el teléfono móvil en el bolsillo, tomaba las cajas de donuts y se dirigía a la puerta. Sin pagar.

Si había algo que le sentaba mal a Nicole, era que la tomaran por tonta. Sin pararse a pensarlo, sacó el bastón, hizo que el chico tropezara y después le clavó el extremo del bastón en el centro de la espalda.

—Me parece que no —dijo—. Maggie llama a la policía.

Esperaba que el muchacho se pusiera en pie de un salto y saliera corriendo. Ella no habría podido detenerlo, pero él no se movió. Diez minutos después volvió a abrirse la puerta, pero en vez de un policía de Seattle, Nicole vio a un hombre que podía pasar por modelo de ropa interior o héroe de película de acción.

Era un tipo alto, moreno y atlético. Ella supo que era atlético porque llevaba una camiseta gris del Instituto de Secundaria Pacific rota justo por encima de la cintura. Al moverse, se le encogían y estiraban músculos que ella desconocía en el cuerpo humano.

Llevaba unas gafas de sol oscuras. Miró al muchacho, que seguía en el suelo con el bastón de Nicole en la espalda, y vio los donuts esparcidos por el suelo. Después se quitó las gafas y sonrió.

Ella había visto antes aquella sonrisa.

No en él, concretamente. Era la de Pierce Brosnan cuando interpretaba a James Bond, la que usaba para sacarles información a secretarias ligeramente obnubiladas. Era también la que solía usar su ex marido para librarse de una bronca. Nicole no podría ser más inmune a aquella sonrisa ni aunque hubiera inventado la vacuna ella misma.

—Hola —dijo el tipo—. Me llamo Eric Hawkins. Puede llamarme Hawk.

—Qué estupendo para mí. Me llamo Nicole Keyes. Puede llamarme señora Keyes. ¿Es usted policía? —preguntó, y lo miró de pies a cabeza, intentando no dejarse impresionar por tanta perfección masculina en un espacio tan pequeño—. ¿Es que tiene el uniforme en el tinte?

La sonrisa de él se hizo más amplia.

—Soy el entrenador de fútbol americano del Instituto de Secundaria Pacific. Tengo un amigo que trabaja en la comisaría. Él mismo respondió su llamada, y me telefoneó.

La gente creía que Seattle era una ciudad muy grande, pero estaba hecha de pequeños barrios. A Nicole casi siempre le gustaba eso de su ciudad. Aquel día, sin embargo, no.

Disgustada, miró hacia atrás.

—Maggie, ¿te importaría llamar a la policía otra vez?

—Maggie, espere un segundo —dijo Hawk. Apartó el bastón de Nicole para que el chico pudiera ponerse en pie—. Raoul, ¿estás bien?

Nicole miró al techo con resignación.

—Oh, por favor. ¿Qué podría haberle ocurrido?

—Es mi quarterback estrella. No estoy dispuesto a correr ningún riesgo. ¿Raoul?

El chico arrastró los pies y bajó la cabeza.

—Estoy bien, entrenador.

Hawk se lo llevó a un rincón y mantuvo una conversación en voz baja con él. Nicole los observó con cautela.

En el estado de Washington, el fútbol americano era un asunto muy importante. Ser el quarterback titular de un equipo de instituto era tan bueno como ser Paris Hilton. Probablemente, Hawk tenía la esperanza de que ella sucumbiera a sus encantos y dejara marchar al chico con un encogimiento de hombros, como si todo fuera un malentendido. Aquello no iba a suceder.

—Mire —dijo, con tanta severidad como pudo—, ha robado cinco docenas de donuts. Quizá para usted eso no tenga importancia, pero para mí sí. Voy a llamar a la policía.

—No ha sido culpa suya —dijo Hawk—. Es culpa mía.

—¿Porque usted le dijo que los robara?

—Raoul, espérame en el coche —dijo Hawk.

—Raoul, ni se te ocurra moverte —replicó ella.

Vio que el buen humor de Hawk se esfumaba. Éste tomó una silla y se sentó a su lado.

—No lo entiende —dijo, en voz baja—. Raoul es uno de los capitanes. Todos los viernes, el capitán lleva donuts a los jugadores.

Tenía manos grandes, pensó ella, distraída por el tamaño. Grandes y fuertes.

Nicole se obligó a atender a la conversación.

—En ese caso, debería haberlos pagado.

—No puede —prosiguió él en un susurro—. Raoul es un buen chico. Está en un hogar de acogida. Normalmente tiene trabajo, pero durante los entrenamientos no puede. Nuestro trato es que yo le doy unos cuantos dólares para los donuts, pero ayer se me olvidó, y él es demasiado orgulloso como para pedírmelos. Hoy es viernes y tenía que llevar los donuts. Ha tomado una decisión equivocada. ¿Nunca ha cometido un error, Nicole?

Casi la tenía convencida. La triste historia del pobre Raoul la había conmovido. Entonces Hawk bajó más la voz, hasta llegar a un tono íntimo, y dijo su nombre de un modo que a ella le resultó muy molesto.

—No me tome el pelo —le soltó.

—Yo no…

—Y no me trate como si fuera idiota.

Hawk alzó ambas manos.

—No…

Ella lo fulminó con la mirada.

Seguro que estaba acostumbrado a salirse con la suya, sobre todo con las mujeres. Con aquella sonrisa asesina, cualquiera con dos cromosomas X se derretiría como la mantequilla bajo el sol. Bien, pues ella no.

Se puso en pie y agarró el bastón.

—Voy a denunciar al chico.

Hawk se levantó de un salto.

—Demonios, eso no es justo.

—Dígaselo al juez.

Hawk avanzó hacia ella, pero Raoul se interpuso.

—Entrenador, no se preocupe. He actuado mal. Sabía que estaba mal robar los donuts, y de todos modos lo hice. Usted siempre dice que hay que aceptar las consecuencias de nuestros actos. Ésta es una de ellas.

El chico se volvió hacia Nicole y bajó la mirada.

—No tener dinero no es una excusa. No debería haberlo hecho. Tenía miedo de quedar en ridículo delante de todo el equipo —dijo, y se encogió de hombros—. Lo siento, señora Keyes.

Por mucho que lo odiara, Nicole quería creerlo. Raoul tenía un aire de derrota…, se dijo que podía estar engañándola, que aquellos dos formaban un gran equipo, pero por algún motivo, tenía la sensación de que el chico decía la verdad. Estaba avergonzado y lo lamentaba.

Sabiendo que iba a arrepentirse a la mañana siguiente, cuando el muchacho no apareciera, dijo:

—Vamos a hacer un trato. Puedes pagarme lo que has robado trabajando. Ven mañana a las seis de la mañana.

Por primera vez desde que lo había hecho tropezar, Raoul la miró. En sus ojos oscuros brilló algo parecido a la esperanza.

—¿De verdad?

—Sí. Pero si no apareces, te buscaré y haré que te arrepientas de haber nacido. ¿Trato hecho?

Raoul sonrió. Ella suspiró. Dos años más y sería tan atractivo como su entrenador. ¿Acaso no era injusto?

—Estaré aquí —prometió él—. Y vendré pronto.

—De acuerdo.

Hawk se volvió hacia ella.

—Y ahora, ¿puede ir a esperarme al coche?

—Claro.

Aunque, si fuera por ella, el entrenador Hawk también podía irse. No tenían nada que decirse el uno al otro.

Lo miró, y tuvo la tentación de frotarse los párpados. Quizá fuera sólo un efecto de la luz, pero Nicole tuvo la impresión de que cada vez era más guapo. Molesto, ciertamente.

 

 

Hawk se volvió hacia la mujer que lo estaba fulminando con la mirada. Le recordaba a un gato callejero que su hija había llevado a casa años atrás. Era todo dureza y desdén.

Nicole era sensata. Él se daba cuenta por la camisa que llevaba, larga hasta las rodillas, de tela vaquera oscura, su camiseta lisa, la falta de maquillaje y su pelo largo y rubio, recogido en una coleta. No era de las que se dejaban impresionar fácilmente. Aunque a él, eso no le importaba.

—Gracias —dijo—. No tenía por qué hacerlo.

—Tiene razón —respondió ella—. No tenía por qué. También sé que voy a lamentar dejar que se vaya de rositas.

—No, no es verdad. Es un buen chico. Tiene mucho talento. Llegará lejos.

—Se ve en él, ¿verdad?

Hawk sonrió.

—Sí.

—Típico —respondió Nicole, y miró el reloj—. ¿No tiene que estar en ningún sitio?

—En el entrenamiento. Los chicos están esperando —dijo él, y sacó la cartera del bolsillo—. ¿Cuánto le debo por los donuts?

Ella frunció el ceño.

—¿Es que no estaba escuchando? Raoul va a pagarlos con su trabajo. Al menos, ésa es mi fantasía.

—Bueno, entonces sigo necesitando cinco docenas para el equipo.

Nicole miró a la mujer que estaba detrás del mostrador.

—Maggie, ¿puedes darle sus donuts al entrenador para que se marche de una vez?

Hawk se inclinó y recogió los donuts que todavía estaban por el suelo.

—Está intentando librarse de mí.

—¿De verdad?

—Pero si yo soy la mejor parte de su día.

—Quizá me clave una astilla después, y ése sea el momento álgido.

Él se echó a reír.

—No es usted fácil.

—Ésa es la primera cosa inteligente que ha dicho.

Él dejó las cajas aplastadas y los donuts en una de las mesas del local.

—Yo soy muy listo, Nicole.

—Siga diciéndoselo, y quizá un día se haga realidad.

Él se quedó mirándola fijamente hasta que ella comenzó a retorcerse.

—¿Por qué está intentando que yo le caiga mal por todos los medios? ¿Acaso la intimido?

—Yo… usted… Váyase.

Dicho eso, se apoyó sobre el bastón y se dirigió al obrador, en la parte trasera de la pastelería.

—¿No hay ningún comentario desdeñoso? —le preguntó él—. ¿Significa eso que he ganado?

Ella se volvió y lo miró con cara de pocos amigos.

—No todo en la vida es ganar o perder.

—Claro que sí.

Ella apretó los dientes.

—Váyase.

—Me voy porque los chicos están esperando. Pero volveré.

—No se moleste.

—No es molestia. Será divertido.

Salió de la tienda silbando mientras se acercaba a su coche, que estaba aparcado enfrente.

Hawk se había dado cuenta de que a Nicole le gustaba decir la última palabra. Obviamente, estaba acostumbrada a llevar las riendas y a salirse con la suya. El fútbol le había enseñado mucho de la vida a Hawk. Algunas veces, los equipos se sentían pletóricos porque eran muy buenos en algo determinado. Si se les quitaba ese algo, se tambaleaban. Lo mismo con las mujeres. Sobre todo, con las mujeres.

Iba a ser un buen día, pensó mientras le entregaba a Raoul los donuts y arrancaba. De repente, el mundo parecía lleno de posibilidades.

 

 

—¿Qué te parece? —preguntó Claire.

Nicole siguió mirando las camisas que había en uno de los percheros.

—No.

—Vamos. Es rosa.

—No.

—Ni siquiera estás mirando.

Nicole contuvo la sonrisa.

—No tengo que mirar. No. No te queda bien.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque estás embarazada de tres meses y en total has engordado dos kilos. No necesitas ropa premamá.

—Pero quiero comprarme algo.

—Compra una mantita.

—Quiero algo que pueda ponerme. Quiero que la gente sepa que estoy embarazada.

—Pues imprime unas tarjetas y entrégaselas a todos los que veas.

—No me estás ayudando.

—No necesitas que te ayude a estar loca. Lo haces muy bien sola.

Claire se apartó el pelo rubio del hombro.

—No eres una buena hermana.

Nicole sonrió.

—Soy la mejor hermana que tienes y tu melliza favorita.

—Mi única melliza, y todavía no tengo muy claro que seas mi favorita. ¿No te gusta esta camiseta con patos?

—No.

—¿Y con conejitos?

—No. El bebé tiene el tamaño del borrador de un lápiz, Claire. Quizá de una uva. No necesitas ropa especial porque estés embarazada de una uva.

—Pero estoy embarazada.

—Dentro de un par de meses, cuando hayas engordado más, hablaremos. Por ahora, si te pones ropa premamá vas a parecer un saco de patatas.

—Pero es que estoy muy emocionada.

—Lo sé, y es lógico. Es maravilloso.

Claire sonrió.

Nicole pensó que su propia alegría por el embarazo de su hermana era una prueba de que tenía buen carácter. Era feliz por Claire, incluso sabiendo que las posibilidades de que ella tuviera un hijo eran tantas como las de ganar el primer premio de la lotería…, aunque ella nunca comprara un décimo. Un embarazo significaba generalmente que había un hombre involucrado. Ella había renunciado a los hombres para siempre.

—¿Estás bien? —le preguntó Claire—. Estás pensando en Drew, ¿verdad?

—No. No estoy pensando en Drew —dijo Nicole. Se negaba a malgastar energía mental en su ex marido—. Estaba pensando en los hombres en general.

—Encontrarás a alguien —le aseguró Claire.

—No quiero a nadie. Acabo de separarme y estoy muy contenta de estar sola.

O, más bien, lo estaría, si todo el mundo dejara de pensar que estaba destrozada emocionalmente por haber sorprendido a su hermana pequeña en la cama con su marido.

Sí, había sido horrible, degradante y quizá incluso desgarrador. Pero ella lo sobrellevaba.

—Necesito acostumbrarme a estar sola —dijo Nicole.

—¿Por qué? Ya estabas sola antes, cuando estabas casada con Drew.

—Ay.

Claire suspiró.

—Lo siento. No quería decirlo así.

—No pasa nada.

No iba a demostrar que estaba dolida. Ni siquiera delante de su hermana.

Claire sonrió con delicadeza. Su sonrisa era compasiva, y denotaba la intención de dejar el tema para más adelante. Cuando notara que ella se sentía más fuerte emocionalmente.

¿Acaso era capaz de leer la mente de su hermana melliza?

Qué estupendo.

Nicole miró la hora.

—Tenemos que salir a buscar a Wyatt.

—¡Oh! ¡Ya es la hora! Voy a darme prisa.

Claire volvió corriendo al probador. Nicole se preguntó si debía reprocharse a sí misma haber engañado a su hermana para que se olvidara de hablar de su trágica vida, pero entonces pensó que se había ganado el indulto. Después de todo estaba allí, un viernes por la noche en el centro comercial, acompañando a una pareja que debería estar sola. Pero ellos se lo habían pedido, y ella no quería pasar la noche sola.

—Te espero fuera —dijo Nicole desde la entrada del probador.

—Saldré dentro de un segundo —prometió Claire.

Nicole salió de la tienda pre-mamá y se encontró a Wyatt esperando frente al escaparate. Estaba observando un maniquí con un embarazo muy evidente, y parecía un poco incómodo.

—Hola —dijo ella—. Me debes una. Acabo de evitar que tu prometida se comprara algo espantoso.

—Lo has hecho por ti misma —respondió Wyatt—. A ti te habría importado más que a mí.

Nicole sabía que era cierto, así que no respondió. Miró la bolsa que Wyatt tenía en la mano. Era de una librería.

—Otro libro sobre el embarazo —bromeó—. ¿Os queda alguno por comprar?

—Queremos hacerlo bien —dijo Wyatt—. Tú también lo harías.

Nicole sabía que no, pero eso no era lo importante. Estaba a punto de sugerir que alquilaran una película, cuando Wyatt dijo:

—¿Cómo te va?

Ella pestañeó.

—¿Cómo?

—Hace unos días que no hablamos. ¿Estás bien? Ya sabes, esas cosas.

«Esas cosas» era la forma en la que los hombres se referían a lo emocional.

Wyatt era su amigo y cuñado desde mucho antes de haberse enamorado de Claire. Conocía todos sus secretos. Se había ofrecido para darle una paliza a Drew al enterarse de que la estaba engañando. Ella lo quería como a un hermano, salvo en aquel momento, en el que tenía ganas de darle un manotazo en la cabeza.

—¿Habéis estado hablando de mí Claire y tú? —preguntó—. ¿He sido el tema de una de esas horribles conversaciones del tipo «¿qué vamos a hacer con la pobre Nicole?». Porque si es así, no es necesario. No necesito ayuda de ninguno de los dos. Estoy bien, mejor que bien.

A Wyatt no le impresionó su reacción.

—Apenas sales de casa y no ves a nadie. Y estás más malhumorada de lo normal.

—No estoy de humor para citas. Sé que es una sorpresa, pero así estamos.

—No juzgues a todo el mundo por Drew, ¿de acuerdo? Hay tipos estupendos por ahí. Sólo tienes que volver a subir al caballo, la carrera continúa.

—Por favor, dime que no acabas de decir eso. ¿Que me suba al caballo? Mi marido me engañó con mi hermana pequeña, en mi propia casa. No es un simple tropiezo. Es algo que le hace a una replantearse su orientación sexual, ¿sabes?

Sentía una opresión en el pecho. ¿Era ella, o acaso hacía mucho calor allí dentro?

—Mira, tengo que irme. Gracias por invitarme a cenar. Os llamaré luego.

Se dio la vuelta y se alejó.

—Nicole, espera.

Ella siguió caminando. Cuando vio la señal, se apresuró hacia el aparcamiento, increíblemente aliviada de haber quedado con ellos en el centro comercial. Al menos, tenía su propio coche.

Treinta minutos después, estaba en casa, donde todo era silencioso y familiar, y nadie le hacía preguntas tontas ni sentía compasión por ella. Había también demasiados recuerdos y un vacío que la impulsó a cambiar de canal en canal con el mando a distancia de la televisión, hasta que encontró una serie. Miró fijamente a la pantalla y se juró que no iba a llorar por Drew. Ni esa noche, ni nunca más.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El sábado por la mañana, Nicole llegó al obrador unos diez minutos antes de que Raoul comenzara su turno. En realidad, no estaba muy segura de que apareciera, pero cuando se acercaba a la puerta trasera de la pastelería, un adolescente alto de pelo oscuro se unió a ella.

—Buenos días —dijo Raoul educadamente.

Ella lo miró.

—Llegas temprano.

—No quería llegar tarde.

—Me impresiona que hayas venido.

—¿No me esperaba?

—No.

—Le di mi palabra.

—Robaste cinco docenas de donuts. Eso hace que tu palabra sea cuestionable.

No lo estaba mirando mientras hablaba, así que no podía estar segura, pero tuvo la impresión de que el chico se estremecía. ¿Porque había dudado de él? ¿Porque había mencionado el robo? Bien. Todas las mañanas deberían empezar con un ladrón de bollería hipersensible.

—Además, eres deportista —añadió, sin saber por qué se sentía obligada a hacer que se sintiera mejor—. Tengo algo en contra de los deportistas desde el instituto, porque ninguno de los chicos que me gustaban me hacía el menor caso.

—No me lo creo.

Ella suspiró.

—¿Estás intentando ser encantador?

—Sólo un poco. Estoy practicando.

Nicole se imaginaba quién había sido su maestro.

—Déjalo para alguien más fácil de impresionar. Yo soy inmune a los encantos masculinos.

—Ya me he dado cuenta. No le cayó muy bien el entrenador Hawkins.

—Yo no diría eso —murmuró Nicole, aunque era cierto.

Hawk le había parecido guapísimo, y tenía un cuerpo asombroso, más de lo necesario para hacer que ella comenzara a arder, pero eso no significaba que le cayera bien. No había manera de que ella se dejara impresionar por su sonrisa estudiada y su atractivo sexual.

Raoul mantuvo la puerta abierta; Nicole entró en el obrador y saludó a Phil.

—Buenos días —dijo.

Phil, un hombre mayor vestido de blanco de pies a cabeza, incluyendo el delantal, se acercó a ellos.

—Buenos días —respondió, mirando a Raoul—. ¿Estás listo para trabajar?

—Sí, señor.

Phil no parecía muy convencido.

—Esto no va a ser fácil, y a mí no me interesan las quejas. ¿Me oyes? Nada de lloriqueos.

Raoul se irguió.

—Yo no lloriqueo.

—Ya lo veremos.

Phil se lo llevó.

Nicole los observó. Raoul iba a pagar lo que debía fregando los enormes tanques en los que se mezclaba la masa del pan. Después tendría que hacer una serie de tareas que conseguirían que pensara las cosas dos veces antes de intentar robar algo en vez de comprarlo. Nicole se preguntó si el chico aprendería la lección, o simplemente, la soportaría.

 

 

Cuatro horas después, Nicole había adelantado bastante trabajo administrativo, una tarea que siempre detestaba. Sin embargo, quería quedarse durante todo el turno de Raoul, y no podía trabajar en el obrador hasta que hubiera podido librarse del bastón. Archivó las facturas y les puso una etiqueta para enviárselas a su contable. Phil llamó a la puerta, que estaba entreabierta, y entró al despacho.

—¿Cómo va la cosa? —preguntó Nicole.

—Bien, mejor de lo que esperaba. El chico sabe trabajar. Hace lo que le dicen, sin poses tontas, sin remolonear. Me gusta.

Nicole arqueó las cejas.

—Eso no es muy corriente.

—Dímelo a mí. Creo que deberías ofrecerle trabajo. Necesitamos a alguien como él fuera de las horas álgidas. Va al instituto y juega al fútbol americano, así que creo que tendrá esas horas libres, y es cuando nos vendría bien.

—De acuerdo. Hablaré con él.

Nicole se puso en pie y se estiró. El dolor de la rodilla cada vez era menos intenso, y estaba mejorando.

Raoul se encontraba en la parte de atrás, amontonando sacos de harina, asegurándose de que no se inclinaran y se cayeran.

—Buen trabajo —lo felicitó Nicole—. Has impresionado a Phil, y eso no es fácil.

—Gracias.

—¿Quieres un trabajo de verdad? Media jornada. Lo organizaríamos teniendo en cuenta las horas de instituto y de entrenamiento. El sueldo no es malo.

Le dijo un salario por hora que era ligeramente superior a lo que ganaría en un restaurante o en una tienda.

Raoul colocó el último de los sacos, y después se limpió las manos en el delantal que Phil le había encontrado.

—No puedo —dijo, sin mirarla.

—De acuerdo.

—Necesito el dinero. No es eso.

—Entonces, ¿qué es? ¿Es que estamos en temporada de castings para los nuevos programas de televisión y tu representante quiere que vayas a Los Ángeles?

El comentario consiguió arrancarle una pequeña sonrisa que desapareció rápidamente. Parecía que el chico estaba reuniendo valor antes de mirarla.

—No querrá contratarme cuando conozca mi historial. Voy a cumplir dieciocho años dentro de un par de semanas. Cuando sea mayor de edad, puedo pedir que anulen mi expediente juvenil; hasta entonces tengo antecedentes penales.

Ella se quedó un poco sorprendida, y también decepcionada.

—¿Qué hiciste?

—Robé un coche cuando tenía doce años, para impresionar a mis amigos. Fui un idiota, y me detuvieron cinco minutos después. Desde entonces no he vuelto a meter la pata, salvo los donuts, y usted ya lo sabe. He aprendido la lección —dijo Raoul, y bajó la vista—. No tiene por qué creerme.

Había una razón, pensó Nicole. Comprobar su historia era fácil, así que sería tonto si mintiera. Y Raoul no le parecía nada tonto.

—Comenzar tu carrera criminal robando un coche es impresionante. La mayoría de la gente roba algo en una tienda. Tú fuiste directo a primera división.

Raoul sonrió ligeramente.

—Era un niño. No tenía sentido común.

Todavía era un niño. ¿Tenía más sentido común ahora?

—La oferta sigue en pie. No es un trabajo fácil, pero es honrado. Y podrás comerte todos los croissants que sobren y admita tu estómago.

—Mi estómago admite mucho.

—Entonces, es un buen trato para ti.

Él la miró a los ojos.

—¿Y por qué va a confiar en mí?

—Todo el mundo la pifia alguna vez —respondió Nicole.

Pensó en su hermana pequeña. Jesse había tenido cien o doscientas oportunidades, y las había echado a perder todas.

—Entonces acepto el trabajo —dijo Raoul—. Tengo entrenamiento todas las tardes, así que quizá pudiera trabajar por las mañanas, antes del instituto.

—Habla de eso con Phil. Él va a ser tu jefe. Si te interesa trabajar más horas cuando acabes la temporada, díselo.

Raoul asintió.

—Gracias. No tiene por qué hacer nada de esto. Podía haber llamado a la policía.

Nicole no se molestó en señalar que lo había intentado, pero en vez de la fuerza pública de Seattle, era Hawk quien había aparecido en la pastelería.

—¿Qué pasa con los hombres y el fútbol? —le preguntó—. ¿Por qué jugáis? ¿Por la gloria?

—A mí me encanta este deporte —confesó Raoul—. Quiero ir a la universidad. No puedo permitírmelo, así que espero conseguir una beca para jugar.

—¿Y después jugarás en la liga profesional y ganarás millones?

—Quizá. Las probabilidades están en contra, pero el entrenador dice que tengo talento.

—¿Y él está en posición de juzgarlo?

Raoul frunció el ceño.

—Es mi entrenador.

Lo cual no respondía la pregunta, pensó Nicole. ¿Cómo iba a saber un entrenador de instituto si un jugador podía llegar a la liga profesional?

—¿No sabe quién es? —dijo Raoul en tono de asombro—. No tiene ni idea…

Nicole se movió con incomodidad.

—Es tu entrenador.

Y era un monumento de hombre, aunque aquello no tenía nada que ver con la conversación.

—Es Eric Hawkins. Jugó en la liga profesional durante ocho años, y se retiró en la cumbre. Es una leyenda.

A Nicole le costó creer aquello.

—Qué suerte tiene.

—Es el mejor. No necesita trabajar. Está dando clases de fútbol en el instituto porque ama este deporte, y porque quiere contribuir.

Nicole tuvo que contener un bostezo. Raoul estaba recitando algo que parecía un discurso enlatado. Probablemente, el chico lo había oído miles de veces en boca de la leyenda.

—Bueno es saberlo —dijo, y se sacó cuarenta dólares del bolsillo trasero del pantalón—. Toma.

Él no tomó el dinero.

—No puede pagarme.

—Claro que sí. No serás empleado oficialmente hasta que firmes el contrato. Así que por ahora toma esto. Pronto tendrás que fichar y tendrás un cheque de verdad.

Él metió las manos detrás de la espalda.

—He trabajado para pagar los donuts que robé.

—En realidad, ni siquiera conseguiste sacarlos por la puerta. No se te da muy bien lo de robar —dijo Nicole, y suspiró al ver que él no sonreía—. Mira, hoy has trabajado duro. Te lo agradezco. Te has ganado esto. Tómalo o me pondré de muy mal humor, y eso no quieres verlo.

Raoul aceptó el dinero.

—Usted cree que es muy dura, pero no me asusta.

Eso estuvo a punto de conseguir que Nicole se echara a reír.

—Dame tiempo, chico. Dame tiempo.

 

 

Nicole acompañó a Raoul a la pastelería, donde llenó un par de bolsas con croissants y pasteles del día anterior.

—No tiene por qué hacer esto —dijo él, mientras miraba con melancolía las bolsas.

—Tú puedes hacerte cargo de estas calorías. Y, como te he dicho, es un extra.

—¿Y hay más extras?

Aquella pregunta no la había formulado Raoul. Nicole no tuvo que darse la vuelta, ni preguntarse quién había hablado. Y, por si acaso había alguna confusión en su cerebro, todo su cuerpo se encendió para dar la bienvenida.

Se irguió y se preparó para el impacto. Después se dio la vuelta. Hawk estaba detrás del mostrador, con aquella sonrisa suya tan sexy, tan segura.

—¿Qué quieres? —le preguntó ella, sin preocuparse demasiado de si sonaba irritable o no.

—Una pregunta interesante —murmuró, y después le guiñó el ojo a Raoul—. He venido a ver cómo ha trabajado mi jugador estrella. Te ha impresionado, ¿verdad?

Nicole se vio atrapada. Le había gustado mucho el trabajo de Raoul y le había ofrecido el puesto de buena gana, pero con Hawk allí, sentía la necesidad de decir que todo había ido mal y que se alegraba de librarse de él.

—Ha estado bien —dijo, mientras le entregaba las bolsas a Raoul. No quería ver la decepción en los ojos del chico, así que añadió—: Mejor que bien. Lo ha hecho estupendamente.

—Lo sabía.

—Esto no tiene nada que ver contigo. Sé que es un concepto asombroso, así que debería darte un minuto para que lo asimiles.

Hawk se echó a reír.

—Raoul, ya puedes marcharte. Te veré en el entrenamiento, dentro de un par de horas.

Raoul asintió y se marchó. Nicole lo miró mientras salía, porque era más fácil que intentar no mirar a Hawk. Aquel hombre era como un afrodisíaco, y ella odiaba que tuviera el poder de conseguir que se sintiera incómoda en su propia piel.

—No tienes por qué quedarte aquí —le espetó.

—Quiero agradecerte que le hayas dado una oportunidad a Raoul —dijo Hawk, inclinándose un poco hacia ella, aunque sin moverse.

Buen truco, pensó Nicole.

—Ha trabajado duro. Eso sucede con mucha menos frecuencia de la que me gustaría. Le he ofrecido trabajo.

Hawk arqueó una ceja.

—Te ha impresionado de verdad.

—Raoul necesita el trabajo, y yo necesito ayuda. No le des más importancia de la que tiene.

Parecía que aquellos ojos oscuros podían ver su interior.

—Quieres que la gente piense que eres dura.

—Soy dura.

—Por dentro eres de mantequilla.

Nicole irguió los hombros.

—Podría haber metido a tu jugador a la cárcel. No pienses que no lo habría hecho si no llega a aparecer hoy. Dirijo esta pastelería desde hace años. Sé lo que hago.

—¿Y te gusta lo que haces?

—Por supuesto —dijo Nicole automáticamente, porque era lo que respondía siempre. Sabía que iba a hacerse cargo de la pastelería desde que tenía ocho o nueve años. Era algo sobrentendido… esperado. La suya no iba a ser una vida con muchas sorpresas. Últimamente, no había habido demasiadas buenas.

Un momento. Claire. Reunirse de nuevo con su hermana había sido bueno. Ver cómo Claire se enamoraba locamente y se quedaba embarazada, se prometía y encontraba la felicidad total había puesto un poco a prueba su buena naturaleza, pero estaba superándolo. Porque, ¿qué otro remedio tenía?

—Tierra llamando a Nicole.

Nicole pestañeó y vio a Hawk, que se había acercado un poco. Demasiado.

—Te he perdido —dijo él.

—Eso debe de ser algo nuevo para ti —respondió ella, sin pensarlo.—. Una mujer que se concentra en algo que no eres tú durante ocho segundos.

—¿Porque soy imposible de resistir?

—Para mí no.

—No lo creo. Estás interesada.

—No.

Hawk sonrió.

—Vaya respuesta más convincente.

—No me importa que no parezca convincente, pero es la verdad —dijo ella. Casi. Aunque no quisiera, tuvo que ser sincera—. Sabes que tienes un cuerpo interesante y es evidente que disfrutas mostrándoselo a la humanidad. ¿Y qué significa eso? Ya tienes más de treinta años. ¿No deberías haberlo superado? ¿No deberías pasar tanto tiempo desarrollando tu mente como el que pasas ejercitando el cuerpo? No vas a poder ser entrenador para siempre.

Nicole recordó, demasiado tarde, que sí, que él podía ser entrenador para siempre porque Raoul le había mencionado que había sido jugador profesional de fútbol americano. Eso significaba que probablemente era muy rico.

—¿Es que piensas que soy tonto? —le preguntó él, en un tono entre la indignación y la diversión—. ¿Porque tengo músculos, o porque juego al fútbol? ¿No sería eso igual de injusto que que yo pensara que eres tonta porque eres rubia natural?

Quizá. Sí. Nicole hizo caso omiso de la pregunta.

—¿Cómo sabes que soy rubia natural?

—Por mi excelente poder de observación.

—Yo dirijo un negocio próspero. Es evidente que soy muy lista —dijo Nicole remilgadamente.

 

 

A Hawk le gustaba que ella se pusiera nerviosa cuando estaba molesta. Le gustaba que, cada vez que él se acercaba un centímetro más, se aturullara y no supiera adónde mirar. Si no estuviera interesada, le habría dicho que se marchara y se habría metido al obrador, pero no le había dicho ni una palabra. Y eso también le gustaba.

—Es evidente —dijo él, acercándose un poco más.

—¿Es que no tienes respeto por el espacio personal?

—No.

Ella alzó la cabeza y lo fulminó con la mirada, pero antes de que pudiera hablar, Hawk dijo:

—Tienes unos ojos muy bonitos.

Nicole abrió y cerró la boca.

—¿Qué te crees que estás haciendo?

—Flirtear.

—¿Por qué?

—Es divertido.

—Para mí no.

—A todo el mundo le gustan los cumplidos.

—Habla por ti.

—¿No crees que tienes unos ojos muy bonitos?

—Están bien. Son funcionales. No me importa el color.

—Claro que sí. Tienes que saber que son bonitos. Eres guapa.

Nicole se ruborizó, y él aprovechó su desconcierto.

—Te gusta que flirtee contigo —le dijo—. Es la mejor parte de tu día.

—Eres increíble.

—Ya lo sé.

Ella soltó un gruñido.

—No lo digo en el buen sentido. Tienes imaginaciones. Nada de ti es la mejor parte de mi día.

—Mentirosa.

—Ahórrate el flirteo para alguien que esté interesado de verdad —murmuró Nicole.

—Estás interesada.

Ella agitó la cabeza.

—¿No hay ningún sitio al que tengas que ir?

—Claro, pero esto es más divertido.

—No, no es cierto.

—Deberíamos salir juntos —dijo él entonces, sabiendo que la invitación la desconcertaría todavía más.

—¿Qué? No.

—A cenar. Iremos a cenar por ahí.

—No voy a ir a cenar contigo.

—¿Por qué no?

—No es buena idea.

—Claro que sí. Es una excelente idea.

—No voy a ir.

—Sí, vas a venir.

—No voy a ir, y no puedes obligarme.

En vez de seguir con la discusión, él se dirigió hacia la puerta de la pastelería. Allí se detuvo.

—¿Qué te apuestas? —le preguntó. Después salió de la tienda.

Mientras atravesaba la calle hacia su coche, casi podía oírla tartamudear. Había ido bien. Estaban en el primer tiempo del partido, y ya se había adentrado en el campo contrario y estaba a punto de marcar.

 

 

—La terapia de Amy va muy bien —dijo Claire mientras cortaba más champiñones y los ponía en un cuenco—. Es pequeña, lo cual ayuda. Su cerebro todavía está abierto a los cambios. Al contrario que algunos de nosotros, que tenemos el cerebro cerrado.

Nicole puso la lechuga recién picada en una ensaladera.

—No tengo ni idea de qué pinta mi cerebro en este asunto de abierto contra cerrado.

Amy era la hija de Wyatt, y pronto iba a ser la hijastra de Claire. Era sorda de nacimiento, y recientemente le había dicho a su padre que quería hacerse un implante coclear para poder oír. Antes de la operación estaba recibiendo una terapia especial que la ayudaría a asimilar los sonidos de una manera nueva, y a procesarlos.

—Amy está muy emocionada por lo del implante —dijo Claire—. Me pide que toque para ella todas las noches.

—Y a ti te encanta.

—Por supuesto. Ella es mi admiradora número uno.

Teniendo en cuenta que Claire era una concertista de piano mundialmente famosa y que había grabado discos ganadores de premios Grammy, eso era decir mucho.

—Pensaba que tu admirador número uno era Wyatt.

—Y lo es. En otros sentidos.

Su hermana se echó a reír y Nicole sonrió. Se sentía feliz por Claire.

Terminó de poner la lechuga en la ensaladera y se la pasó a su hermana.

—Bueno, ¿y ya tienes organizada la programación de viajes?

Claire se encogió de hombros.

—Casi. Lisa me ha dado una lista de sitios, y estoy haciendo una selección. No quiero estar demasiado tiempo lejos de casa. No sólo porque echaría de menos a Wyatt y a Amy, sino también por el bebé.

—¿Le has preguntado a tu médico?

Claire asintió.

—Quiere que viaje lo menos posible durante las dos últimas semanas del primer trimestre. Después, durante el segundo, viajaré bastante. Y menos durante el tercero. Lisa me dijo algo sobre una serie de conciertos en Hawai, durante las Navidades, pero no creo que acepte.

Nicole tomó un aguacate y comenzó a partirlo.

—¿Por qué no? ¿No podéis llevaros a Amy?