Perfume de pasión - Penny Jordan - E-Book

Perfume de pasión E-Book

Penny Jordan

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Beschreibung

eLit 406 Aquella pasión era más exquisita que el perfume más embriagador... Leon Stapinopolous nunca había conocido la derrota en la junta directiva... ¡ni en el dormitorio! La adquisición de una de las casas de perfumes más antiguas de Francia iba a suponer otro triunfo en su larga carrera de éxitos como empresario, y quería que la asombrosa diseñadora de perfumes Sadie Roberts estuviera incluida en el trato. Mientras Leon se empeñaba en obtener lo que había pagado con su dinero, Sadie quería dejarle bien claro que nunca podría poseerla a ella. Pero aquel hombre la afectaba más que la más embriagadora de las fragancias, y a pesar de saber que sólo podía salir perdiendo, no pudo evitar dejarse llevar por la pasión...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2004 Penny Jordan

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Perfume de pasión, n.º 406- febrero 2024

Título original: The mistress purchase

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

ISBN: 9788411806855

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Disculpen.

Sadie Roberts hizo una mueca cuando su ruego fue ignorado y tuvo que esforzarse para pasar junto a un pequeño grupo de hombres que escuchaban atentamente a otro que se dirigía a ellos. Y qué hombre, reconoció con un pequeño e irritado exabrupto de hostilidad femenina. Si la virilidad era una esencia, aquel hombre la poseía a raudales.

Sobrepasaba unos diez centímetros al hombre mayor que permanecía a su lado, y su voz poseía un timbre grave y suave que hizo que Sadie se estremeciera como si acabaran de acariciarla con un guante de terciopelo.

Atrapada donde estaba por una repentina marejada de gente que iba de un puesto a otro de la feria, se tambaleó peligrosamente sobre sus altos tacones, idea de su primo Raoul, al igual que el exceso de maquillaje, y se vio inexorablemente empujada hacia el arrogante desconocido. Estaba tan cerca que podría haberlo tocado con la mano, aunque no tenía ningún deseo ni interés en hacerlo… ¿o sí? ¿No estaba pensando secretamente en…?

El hombre había alzado una mano para mirar su reloj y Sadie se fijó en sus dedos morenos y largos, de uñas perfectamente cortadas, muy masculinos. Era la mano de un hombre capaz de ocuparse de tareas manuales, mientras que el traje que llevaba hacía ver que era igualmente capaz de extender un cheque con el que pagar para que otro se ocupara de ellas.

Seguro que se le daba muy bien extender cheques, decidió Sadie. Poseía aquella clase de arrogancia. La arrogancia de un hombre rico. Se notaba en la altiva mirada que le estaba dedicando, una lenta e inquietante inspección visual mezcla de evaluación y sensualidad.

Otro empujón estuvo a punto de lanzarla directamente contra él, y Sadie supo que si se hubieran tocado se habría quedado sin aliento.

¿Qué le pasaba? ¿Por qué se sentía tan alarmada, tan afectada por el hecho de saber que bajo aquel inmaculado traje había un fuerte cuerpo masculino cargado de vigor?

Apartó de inmediato de su mente aquellos absurdos pensamientos. Irritada consigo misma y con su reacción, aprovechó un hueco entre la gente para huir.

Avanzó por el pasillo con el rostro acalorado en busca de su primo Raoul.

 

 

–Ven aquí, Sadie, y deja que esos tipos aspiren nuestro aroma.

Sadie miró a su primo y codirector con expresión imperturbable.

Aún estaba furiosa con él por la jugarreta que le había hecho aquella mañana al persuadirla para que se pusiera el actual perfume de la casa. Era un perfume creado en la época del padre de Raoul, cuando dirigió brevemente el pequeño negocio familiar. Y estaba especialmente enfadada consigo misma por haber cedido a su idea. Debería haber hecho caso de su instinto y haberse negado a seguir los planes de Raoul en cuanto había olido el atroz mejunje que en aquellos momentos ofendía su sentido del olfato. En lugar de ello había cedido diciéndose que estaba dispuesta a hacer lo necesario para resolver la ruptura que se había producido en su familia.

Había asumido que simplemente iba a acompañar a Raoul a la feria, pero éste tenía otras ideas. La ropa, el maquillaje y el peinado que le había convencido para que se hiciera no le gustaban nada y no tenían nada que ver con ella, pero se había mordido el labio y había cedido por el bien de la armonía familiar. ¡Pero cuánto se arrepentía de haberlo hecho!

Durante las pasadas e interminables horas, se había visto sometida a una andanada de miradas lascivas, comentarios sugerentes e intimidades físicas que no venían a cuento por parte de los posibles compradores varones a los que Raoul insistía en invitar para que olieran el perfume que llevaba.

Odiaba aquel perfume. Representaba todo lo que Sadie detestaba de los perfumes modernos sintéticos, totalmente carentes de carácter y sutileza, sin poder de permanencia, fríos y sin cuerpo cuando deberían ser cálidos e intensos. Además, aquel perfume poseía una especie de desparpajo… sexual, no encontraba otra palabra para describirlo, que le molestaba tanto que había acabado por desarrollar un fuerte dolor de cabeza.

–Ya he tenido suficiente. ¡Me vuelvo al hotel ahora mismo! –dijo a su primo mientras evadía las indeseables atenciones del rubicundo comprador que trataba de husmearle el cuello.

–¿Qué sucede? –preguntó Raoul, sonriente.

–¿Cómo que qué sucede?

Dieciocho meses antes, tras la muerte de su abuela materna, Sadie había heredado un treinta por ciento de la pequeña y prestigiosa casa de perfumes Francine, que había pertenecido a la familia de su abuela durante varias generaciones, junto con la fórmula secreta del perfume más famoso de la casa.

Ser consciente de la ruptura que había existido entre su abuela y el hermano de ésta, el abuelo de Raoul y tío abuelo de Sadie, que había hecho que su abuela se distanciara del negocio y no tomara parte en él, había afectado a la reacción de Sadie ante su herencia. Pero Raoul, que era dueño del resto de las acciones del negocio, la había invitado a superar el enfrentamiento que se había desarrollado entre ambas ramas de la familia en la época de su abuela y a ocupar su puesto en la dirección y volcar sus habilidades como perfumista en el negocio.

Pero Sadie no sabía lo alejados que estaban los planes de Raoul para el negocio de los suyos, mucho más idealistas e imaginativos.

Raoul, con su sagacidad para los negocios y su carencia de sentimentalismo, parecía decidido a utilizar todos los medios posibles para promocionar la casa de perfumes, por muy alejados que estuvieran sus planes de la historia y la tradición de la casa.

–¿Cómo que qué sucede? –repitió Sadie, furiosa–. ¿De verdad necesitas preguntármelo? ¿No te das cuenta de que este truco publicitario tuyo está desprestigiándome no sólo a mí, sino también a nuestros perfumes? ¿De verdad crees que lo que acabo de tener que soportar animará a las mujeres a comprarlos? ¿Que después de haber sido manoseada…?

–¿Por los compradores de perfumes más influyentes del mundo? –la interrumpió Raoul, que había dejado de sonreír.

–Me da lo mismo lo que digas. ¡Me voy al hotel!

Sin dar oportunidad a que su primo siguiera discutiendo, Sadie giró sobre sus talones y se encaminó a la salida.

Al principio se había sentido muy animada ante la perspectiva de asistir a la feria, sobre todo cuando Raoul le dijo que iba a tener lugar en Cannes, que estaba cerca de Grasse, donde su tatarabuelo inició el negocio de los perfumes. Pero en aquellos momentos estaba deseando volver a su casa en Pembrokeshire, junto al mar, a ocuparse de su propio negocio, la elaboración de una serie de perfumes para clientes selectos y entendidos que acudían a ella a través del boca a boca.

El mundo de los grandes negocios no era para ella, pensó mientras caminaba demasiado concentrada en sus pensamientos como para prestar atención al pequeño grupo de hombres de negocios que había junto a la salida, hasta que uno de ellos se interpuso en su camino y le dedicó una insolente mirada antes de volverse hacia sus colegas.

–Venid a oler la última oferta de Raoul, amigos.

Sadie se quedó paralizada y le lanzó una mirada de abierta hostilidad. La altura que había heredado de la familia de su padre le permitió no bajar la cabeza, pero un pequeño estremecimiento de vulnerabilidad femenina recorrió su cuerpo.

Los otros hombres comenzaron a rodearla como un grupo de chacales. Uno de ellos hizo un desagradable comentario sexual sobre ella y Sadie lo miró con desprecio. Gracias a su abuela materna su francés era bastante fluido, pero no pensaba rebajarse a responder a lo que acababa de escuchar.

En lugar de ello, los rodeó mientras se prometía decirle a Raoul lo que pensaba de él y de sus tácticas de venta cuando volviera al hotel.

Acababa de superar al grupo de hombres cuando uno de ellos alargó una mano y la tomó del brazo.

Sadie llevaba un vestido negro sin mangas y la sensación de la mano en sus brazo desnudo la hizo estremecerse. Dio un tirón para librarse y siguió caminando con la mirada fija en la salida.

Aquél debió de ser el motivo por el que no vio al otro hombres que apareció de pronto a su lado. Pero aunque no lo viera fue inmediatamente consciente de él, lo que le hizo volver la cabeza a pesar de que no quería. Lo reconoció de inmediato y no pudo evitar sentirse conmocionada. Su altura y la anchura de sus hombros la dejaron sin aliento, y también percibió la intensa masculinidad que emanaba de él y que ya había sentido hacía un rato.

Cuando se volvió de nuevo, decidida a seguir su camino, él la tocó con delicadeza en el hombro. De inmediato, Sadie giró de nuevo sobre sí misma dispuesta a enfrentarse a él, y se quedó asombrada al ver cuánto tenía que alzar la vista para mirarlo a los ojos.

Aquel hombre debía de medir más de un metro noventa. Por su aspecto, parecía griego. Era moreno, de nariz aguileña, con una fuerte mandíbula y unos pómulos altos y marcados. Pero sus ojos no eran oscuros, como habría cabido esperar, sino de un tono verde suave, y se notaba que estaba en plena forma. Debía de tener poco más de treinta años.

Sadie vio que la miraba y fruncía el ceño ligeramente antes de inclinarse hacia ella para olfatear el aire.

–El perfume que lleva es muy poco habitual. ¿Está también en venta? –preguntó en un tono que era pura sensualidad y con un acento típicamente australiano.

Sadie ya había tenido suficiente. De hecho, ya había tenido más que suficiente.

–¿Cómo se atreve a preguntar si estoy en venta? –preguntó, furiosa–. ¿Qué les pasa a los hombres como usted?

–¿Los hombres como yo? –el hombre entrecerró los ojos–. Bueno, podríamos decir que en lo referente a mujeres como usted los hombres como yo tendemos a ser un poco quisquillosos. Me gusta que mis mujeres sean como mis perfumes. ¡Exclusivas!

Se interrumpió y se volvió cuando el hombre mayor que estaba a su lado le tocó el brazo, y murmuró a algo a la vez que miraba a Sadie con expresión de desagrado.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Sadie sonrió cuando Mary, su mejor amiga, entró en la habitación en que destilaba los ingredientes de sus perfumes.

–Mmm… qué olor tan bueno –exclamó Mary, entusiasmada.

–Es un encargo personal que estoy elaborando.

–¿Para algún famoso? ¿Para quién?

Sadie negó con la cabeza y rió.

–Ya sabes que eso no puedo decírtelo. Es un tema confidencial.

–Ya que la prensa ha averiguado que una famosa cantante te ha pedido que elabores un perfume especial para ella, sólo puedo asumir…

–No me hagas más preguntas al respecto –rogó Sadie fervientemente a la vez que su sonrisa se transformaba en una expresión de preocupación. Sin duda, otras personas en su posición habrían dado la bienvenida a la publicidad que obtuvo cuando se supo que iba a elaborar el perfume de la cantante, pero Sadie valoraba mucho su intimidad y el anonimato.

–¿Deduzco que aún vas a ir a Francia? –preguntó Mary.

Sadie frunció el ceño.

–En realidad no tengo otra opción. Raoul está haciendo imposible que no vaya. Está decidido a vender la casa de perfumes a ese multimillonario griego…

–¿Te refieres a Leoneadis Stapinopolous?

–Sí, o al Destructor Griego, como yo lo llamo.

–¿Destructor? –Mary movió la cabeza–. Está claro que ese hombre no te gusta.

–¡No me gusta lo que planea hacer con Francine, desde luego!

–Pero no hay duda de que es un hombre muy sagaz –dijo Mary–. El consorcio que dirige vale millones, y desde que contrató a ese diseñador de ropa para mujeres, no hay una que no sueñe en llevar una prenda con su etiqueta.

–¿No? –dijo Sadie con expresión irónica–. Pues aquí tienes una que no tiene ninguna intención de hacerlo. Ese tipo no sólo quiere la casa de perfumes; también quiere los derechos del perfume que me dejó mi abuela. Raoul me está presionando para que se lo venda, pero no pienso hacerlo. Ese perfume fue diseñado por mi bisabuelo para mi bisabuela. Sólo se lo vendía a un grupo de clientes muy selecto. Mi abuela me dejó el secreto de su elaboración porque sabía que lo protegería. ¡El motivo por el que discutió con su hermano fue precisamente porque éste quería venderlo, como Raoul!

–En ese caso, no vayas a Francia –dijo Mary.

–No me queda más remedio. Soy dueña del treinta por ciento del negocio y no pienso permitir que Raoul se lo venda a ese… a ese…

–¿Dios del sexo? –concluyó Mary con un travieso brillo en la mirada.

–¿Dios del sexo? –repitió Sadie en tono desaprobador.

–¿No has visto su foto en la prensa? –cuando Sadie negó con la cabeza, Mary sonrió–. ¡Es un tipo increíble! Sus bisabuelos eran griegos y emigraron a Australia siendo bastante jóvenes.

–Pareces saber mucho sobre él.

–Es un hombre muy sexy… ¡y yo soy una mujer hambrienta de hombres sexy! –Mary volvió a sonreír–. Y hablando de eso, me parece una locura que sigas escondiéndote en Pembroke cuando podrías estar viviendo en París y en Cannes. ¿Y qué piensa Raoul de tu negocio, por cierto?

–Francine ya no hace perfumes únicos por encargo, así que en ese terreno no hay conflicto de intereses; pero me está presionando para que elabore uno. Me convenció para que me pusiera uno horroroso durante la feria; fue uno de los últimos errores de su padre. La abuela siempre decía que su hermano carecía de olfato, y a su sobrino parece pasarle lo mismo. Ahora quiere que cree un nuevo perfume para Francine.

–¿Y tú no quieres?

Sadie suspiró, exasperada.

–Sí quiero. Claro que quiero. De hecho, crear un nuevo perfume para Francine sería un sueño hecho realidad. Pero… –alzó las manos expresivamente–. Como ya sabes, mis perfumes proceden de materiales totalmente naturales y se elaboran del modo tradicional, mientras que a Raoul le interesan los procedimientos modernos y los productos manufacturados químicamente. ¡Y no es sólo eso! Espero poder persuadirlo para que no siga adelante con la venta. El tiene la mayoría de la acciones, por supuesto, pero somos una de las poquísimas casas de perfumes tradicionales que quedan, y vender nuestra herencia por…

–¿Un plato de lentejas? –dijo Mary en tono burlón.

–No quiero vender el negocio a ese millonario griego, y así se lo he hecho saber a Raoul.

–Mmm, toda esta charla sobre pociones y lociones me recuerda… ¿Por qué no me preparas una mezcla especial para atraer a los hombres?

–Elaboro perfumes, no pociones mágicas.

–Es lo mismo, ¿no? –dijo Mary en tono ligero, pero su expresión cambió al ver lo seria que estaba Sadie–. Te preocupa algo más, ¿verdad?

Sadie suspiró.

–Todo es tan complicado… Tal y como están las cosas, Francine vale muy poco en términos financieros. En realidad sólo queda el nombre, y eso es precisamente lo que quiere comprar el Destructor Griego.

–¿Sólo el nombre?

–¡No sé! Raoul me llamó anoche y me dijo que ha informado a Leoneadis Stapinopolous de que estoy trabajando en un nuevo perfume y que éste y mis habilidades formarán parte del trato. Le dije que no tenía derecho a hacer tal cosa. Tan sólo soy la accionista minoritaria de Francine. ¡No trabajo para la casa! –Sadie se puso a caminar de un lado a otro, enfadada–. Raoul dice que sólo estoy poniendo dificultades y que no me doy plena cuenta de la maravillosa oportunidad que puede ser esta venta. ¿Pero una oportunidad para qué, Mary? No hay duda de que ganaríamos bastante dinero, sobre todo Raoul, pero la esencia de Francine quedaría destruida, y eso no puedo permitirlo. Pero me está presionando tanto… ¡Si hago lo que me pide estaré vendiendo mi alma! Anoche me recordó que había tenido mucha suerte al heredar la fórmula del perfume más famoso de Francine. De hecho, hizo que me sintiera un poco culpable al respecto.

–¿Culpable? ¿Tú? ¿Por qué ibas a tener que sentirte culpable? –preguntó Mary–. Sé que no es asunto mío, pero somos amigas hace mucho tiempo y creo que deberías ser un poco cauta en lo referente a tu primo –dijo con franqueza.

 

 

Sadie sonrió mientras entraba en el vestíbulo de su hotel. Había reservado una habitación allí siguiendo los consejos de un cliente que le había hablado maravillas del sitio.

Aunque al encontrarse en Mougins se hallaba un poco lejos de Grasse, que era donde estaba el edificio con la perfumería y la casa en que vivía Raoul, no le importaba.

Aquel hotel era un remanso de paz y tranquilidad, no como los que prefería Raoul, que lamentaba enormemente no estar en posesión de la casa de París que en otra época perteneció a su familia.

–¿Por qué decidiría nuestro bisabuelo vender la casa de París y conservar la de Grasse? ¡Cuando pienso en lo que habría valido ese lugar en París!

Sadie no había dicho nada. Su propia abuela le había contado que tanto la casa de París como la tienda tuvieron que venderse para hacer frente a las deudas de juego de su hermano, pero no había querido reabrir las viejas heridas familiares.

Había reservado la habitación para una semana con intención de compaginar el trabajo con visitas a los floristas de la zona, a los que compraba parte de los ingredientes naturales que utilizaba para sus perfumes.

Mientras firmaba el registro del hotel ocultó una sonrisa al ver que la elegante francesa que atendía en recepción olfateaba discretamente en su dirección. El perfume que llevaba Sadie era único y se negaba a dárselo a nadie más, por mucho que se lo rogaran.

Estaba basado en la fórmula original que le había dado su abuela, pero con un sutil añadido personal que aligeraba el aroma original y realzaba el olor de su propia piel. Era la creación favorita de Sadie, y sabía sin ninguna vanidad que si quisiera sería un éxito de ventas.

En su frasco, el perfume siempre le recordaba a su abuela, pero cuando se lo ponía era completamente único.

Cuando entró en su habitación comprobó que era tan cómoda, elegante y tranquila como había esperado. Tenía el tiempo justo para deshacer el equipaje y cambiarse antes de ir a Grasse a reunirse con Raoul para explicarle por qué se oponía que vendiera el negocio a Leoneadis Stapinopolous, el Destructor Griego. Su boca se curvó en una mueca desdeñosa cuando pensó en los motivos del millonario para querer hacerse con Francine.

Sin duda había visto que varios de sus competidores ya se habían dado cuenta de las ventajas financieras que suponía poner en venta un perfume de éxito, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de mujeres que querían seguir el ejemplo de actrices y modelos que habían expresado su preferencia por algún exclusivo perfume tradicional.

Su desdén se transformó en un ceño fruncido mientras se ponía unos cómodos vaqueros. La ropa formal no era su favorita y, a fin de cuentas, aquélla no iba a ser una reunión oficial, sino una conversación con su primo y socio.

En otra época, Francine solía producir algunos de los perfumes de su tiempo, pero Sadie sabía que el hermano de su abuela, el abuelo de Raoul, vendió casi todos los derechos de aquellos perfumes y utilizó el dinero para pagar sus deudas de juego y para financiar una serie de negocios que resultaron un completo desastre.

En el presente, lo único que producía Francine era una anticuada agua de colonia de lavanda y una crema para caballeros que, en opinión de Sadie, no favorecían en lo más mínimo al nombre de la casa.

Sadie se consideraba muy afortunada al haber encontrado una familia cerca de Grasse que no sólo cultivaba rosas y jazmines para la industria de la perfumería del modo tradicional, sino que también utilizaba el método de destilación tradicional. La familia Lafount producía una esencia de rosa y de jazmín de la máxima calidad, y ella tenía el privilegio de poder comprarles los materiales. Los hermanos Lafount, que ya tenían más de setenta años, habían conocido a su abuela, y Sadie sabía que le permitían comprar las pequeñas cantidades que ella podía encargar por deferencia a ésta.

–Prácticamente todo lo que producimos ya está vendido de antemano a determinados antiguos clientes –le contaron, y ella dedujo que aquellos clientes debían de ser los más famosos y respetados en el negocio–. Pero lo poco que queda lo reservaremos para usted –añadieron con magnanimidad.

Raoul se había reído de ella por su sensiblería.

–Estás loca –dijo, incrédulo–. ¿A quién se le ocurre pagar esas cantidades cuando eso mismo puede producirse en un laboratorio por menos de la mitad del costo?

–Precisamente por eso. La esencia de los perfumes que quiero crear no puede producirse en un laboratorio.

Raoul se encogió de hombros.

–¿Quién puede notar la diferencia?

–Yo –replicó Sadie con calma.