Junto a los almendros - Jennie Adams - E-Book
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Junto a los almendros E-Book

JENNIE ADAMS

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Beschreibung

¡Cenicienta estaba cambiando las normas! Stacie Wakefield estaba cansada de tener siempre un papel secundario. Cuando su despampanante hermana mayor le robó el novio, fue la gota que colmó el vaso. Se marchó y comenzó una feliz vida, sola. Hasta que conoció a su nuevo jefe, el melancólico exsoldado Troy Rushton. Tras sufrir una grave lesión, Troy estaba demasiado ocupado volviendo a organizar su vida como para preocuparse por su corazón. Además, Stacie se merecía el cuento de hadas completo, no a hombres heridos como él. Troy le enseñó la mujer que podía ser… y ella le demostraría que necesitaba que el príncipe encantado estuviera a su lado.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Jennie Adams. Todos los derechos reservados.

JUNTO A LOS ALMENDROS, N.º 2465 - junio 2012

Título original: Once Upon a Time in Tarrula

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0187-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

–OYE, Stace, no sé cómo ha sucedido. Me he dado la vuelta solo unos segundos.

–Estabas hablando de fútbol y has dejado de prestar atención. No puedes hacer eso cuando eres el responsable, Gary –Stacie Wakefield no dejó responder al ayudante del jefe de la sección de descascarado de la planta de procesamiento de almendras–. ¡Cuando Carl no está, tú eres el encargado!

Estaban metidos hasta el tobillo en un mar de almendras con cáscara. Stacie se había dado cuenta del problema desde el despacho del piso superior y había salido corriendo para llegar justo cuando la sobrecarga caía al suelo.

–Cinco minutos más, Gary, y esta sección se hubiera retrasado tanto con respecto a las demás que habría que haber parado la fábrica en espera de que llegara la materia prima. El hecho de que Carl no esté hoy no implica que…

–De acuerdo, puede que me haya distraído –masculló Gary–. Voy a solucionarlo, así que tranquilízate. Ya había detectado el problema antes de que llegaras, ¿no? –le guiñó el ojo como si quisiera convencerla de que estaba muy tranquilo y de que ella debiera imitarlo.

–Te diste cuenta demasiado tarde. Espero que lo soluciones.

–Seguro que sí. Voy a ponerme a ello. El tiempo es oro –dicho lo cual, se marchó rápidamente.

Stacie se preguntó por qué había desaparecido tan deprisa y estuvo segura de que se debía a que, por detrás de ella, se acercaba el nuevo jefe.

«Y no va a marcharse y a volver en un momento más conveniente solo porque no quieras que vea las almendras caídas ni porque seas responsable de ello», se dijo. «Carl te ha pedido que te ocupes del nuevo jefe».

Solo tenía que presentarse y saludarlo. Si él necesitaba algo sobre lo que ella no tuviera autoridad, le haría saber lo que dependía de ella y lo que no. Se las arreglaría.

Adoptó lo que esperaba que fuera una expresión tranquila y servicial y se dio la vuelta.

En efecto, un hombre de uno ochenta de estatura, fuerte y rubio estaba a unos pasos de ella.

Trató de controlarse mientras, con los ojos como platos, le contemplaba el torso, tan ancho que llenaba todo su campo de visión. Llevaba una camiseta blanca ajustada, una chaqueta de pana marrón, unos vaqueros y unas botas de trabajo.

Tenía la mandíbula cuadrada y la nariz recta. Sus rasgos y su actitud denotaban fuerza y una presencia que no pasaba inadvertida.

Se fijó en la boca, en los labios que estaban hechos para besos largos y lentos. Los ojos eran de una mezcla de colores, castaño, verde, azul y gris, enmarcados por negras pestañas. En aquel momento la examinaban con atención.

Era un hombre que no se achantaría ante un desafío ni huiría si la cosas se ponían difíciles.

¿Habría visto a Gary guiñarle el ojo? ¿Habría oído sus palabras al marcharse?

¿Y por qué ella se dedicaba a pensar en besos ante su nuevo jefe y en lo atractivo que resultaba?

No debiera estar pensando en esas cosas, pero la culpa era de su exnovio, al que había dejado cuatro meses antes, y de la cantidad de desengaños en ese campo que había ido acumulando con los años.

Alzó la barbilla. Había decidido estar sola y era mucho más feliz así.

Y el atractivo que había observado en el nuevo dueño de la fábrica solo era una forma de análisis. Nada más.

–Hola –carraspeó para aclararse la voz que, de pronto, le había salido ronca–. ¿Es usted el nuevo dueño? Soy Stacie Wakefield, auxiliar administrativa –le tendió la mano.

Lo más probable era que tuviera una esposa esperándolo en casa o una novia que disfrutara de sus besos.

Claro que tendría a alguien. Del mismo modo que, en el caso de ella, había habido una hermana esperando…

Pensar esas cosas no iba a ayudarla en nada.

Lo que tenía que hacer era pensar en que había vuelto a empezar de cero.

Se había trasladado a la ciudad de Tarrula, entre Sídney y Melbourne, y había conseguido aquel trabajo mientras montaba un negocio en su propia casa que le diera para vivir. Y mientras estuviera en la fábrica, aunque su trabajo fuera mecanografiar, archivar y contestar al teléfono, lo haría lo mejor posible.

–Carl se disculpa por no estar aquí para darle la bienvenida. No se encuentra bien, pero espera estar de vuelta mañana.

–Entonces me quedaré hoy más tiempo de lo que pensaba, para llenar el hueco. Soy Troy Rushton.

Una mano fuerte y capaz estrechó la de ella.

Así de sencillamente, él se había adueñado de la situación.

–Stacie –comenzó a decir ella antes de darse cuenta de que ya le había dicho su nombre.

Eran los nervios; aquel cosquilleo que sentía en los dedos tenían que ser nervios, al igual que el zumbido que sentía en la cabeza y que le había hecho perder el hilo de la conversación.

Quería causarle buena impresión porque quería conservar el trabajo. Que la carga se hubiera vertido la había estresado. Y también que Carl la hubiera llamado aquella mañana, en el último momento, para decirle que estaba enfermo.

Al retirar la mano, Stacie comenzó a estirarse la falda, pero se detuvo. Estaba totalmente presentable.

Aunque deseó no haberse pintado las uñas de un rosa iridiscente aquel día. Pero las uñas eran el único capricho que se consentía en términos de belleza.

Cuando eran más jóvenes, sus hermanas le decían que su forma de pintarse las uñas era de mal gusto y poco sexy. Dos hermosas cenicientas y un patito feo.

Sus hermanas habían heredado todos los genes de la belleza, lo cual no le había importado hasta que pasó lo de Andrew y Gemma.

–Veo que hay un problema. ¿Quién es el encargado? –Troy le examinó el rostro y la melena castaña.

Stacie pensó que se había detenido al mirarla. ¿Era una señal de interés?

Unos segundos después, Troy dirigió la mirada a la zona donde había tenido lugar el incidente. Lo más probable fuera que ni siquiera se hubiera fijado en cómo era ella ni que hubiera tenido ningún tipo de reacción. Se estaba portando como una estúpida en dos sentidos, ya que, en primer lugar, no tendría que haberse fijado en él. Para ella se había acabado jugársela de esa manera.

Además, hasta aquel momento no se había enfrentado en serio a todo el dolor de la situación de la que había tratado de huir al trasladarse allí.

Y había vuelto una vez a visitar a su familia. ¿Qué más se podía esperar que hiciera?

Visitarla cuando Andrew y Gemma estuvieran allí.

–Es Gary –Stacie lo condujo hasta el encargado.

Troy Rushton cojeaba de la pierna izquierda y, mientras caminaba a su lado, su expresión pareció endurecerse, no a causa del dolor, sino de la frustración.

¿Sería una lesión permanente? ¿Cuál era la historia de Troy? ¿Qué lo había llevado hasta esa pequeña ciudad y hasta aquella fábrica? Stacie se hizo muchas preguntas, pero era natural sentir cierta curiosidad, ya que era el nuevo dueño. Y, además, guapísimo.

–Le explicaré las operaciones de la planta lo mejor que pueda, y si necesita información que pueda ayudarlo a instalarse con su familia…

–No tengo familia –dijo él sin ningún atisbo de emoción–. Y el resto puede esperar hasta que solucionemos este problema de producción.

Así que era soltero, lo cual era irrelevante, desde luego.

Stacie se detuvo ante Gary.

–Gary, Troy Rushton, el nuevo dueño. Este es Gary Henderson, señor Rushton.

Se estrecharon la mano.

–¿Qué pasa aquí? –le preguntó Troy

–Pues… la maquinaria se ha atascado.

–¿Por qué?

El tono de la pregunta no admitía una excusa por respuesta.

–Vuelvo a la oficina –dijo Stacie.

Troy le lanzó una breve mirada.

–Hay que limpiar esto. Después seguiremos hablando –afirmó Troy dirigiéndose a Gary. Luego se volvió hacia ella–. Enseguida estaré con usted.

Stacie subió a la oficina. Puso el hervidor a calentar en la pequeña cocina y volvió a su escritorio. Troy ya estaba allí.

El ambiente en la oficina se volvió más vivo y vibrante.

«¿Por qué piensas eso?», se reprochó ella.

–¿Quiere tomar algo caliente mientras le explico el funcionamiento de la planta?

–No, gracias. Pero puesto que Carl no está, vamos a ver lo que hay que hacer. Traiga el trabajo pendiente y una libreta.

Se dirigió al escritorio del gerente y se sentó como si fuera suyo.

Y eso le pareció a ella. Pero también que su aspecto era mucho más vital y juvenil que el de Carl. Era un hombre del que se enamorarían todas las mujeres de la ciudad.

Salvo ella, que estaba inmunizada.

O los hombres parecían inmunes a comprometerse con ella. Al menos, Andrew; y otros a los que sus hermanas habían deslumbrado.

«Ya da igual, Stacie», se dijo.

Y así era. Había decidido vivir su vida: una nueva ciudad, un nuevo empleo y nuevas metas.

Pero arrastrando el antiguo equipaje, ya que no podía deshacerse de él.

Sin embargo, podía no hacerle caso centrándose en su nueva vida.

–El problema que hemos tenido…

–Ya está solucionado –afirmó él–, gracias a que usted lo detectó con tanta rapidez –la miró a los ojos.

–¿Cómo lo sabe?

–No se me escapa nada.

–Normalmente no se cae nada cuando Carl no está –ella creyó que era importante aclararlo–. Es una lástima que haya sucedido hoy.

Una sonrisa se insinuó en los labios de Troy y se le comenzó a formar un hoyuelo en la mejilla derecha. Ella pensó que le gustaría verlo formado por completo.

La idea la turbó.

–Por lo que sé, en la fábrica no suele haber ese tipo de accidentes –dijo ella.

Parecía que Gary Henderson tendría que ser más cuidadoso en el futuro.

–Me alegro de saberlo.

Cuando Troy apartó la mirada, pasó de sus ojos azules, a su nariz y se detuvo unos segundos en su boca. Parpadeó y adoptó una expresión pétrea.

Pero eso no quería decir nada. Simplemente la había mirado. Eran sus guapas hermanas las que despertaban un genuino interés.

Y ella no quería atraer la atención de nadie. Estaba muy bien como estaba.

Troy Rushton contempló las diferentes expresiones del rostro de Stacie: curiosidad, interés y atracción por él que trataba de disimular.

Él también se sentía atraído, pero, ¿qué era lo que le atraía de ella?

¿Los ojos azules y sus largas pestañas? ¿La delicadeza de sus rasgos? ¿El color rosado de sus labios? ¿O la expresividad de su rostro que delataba lo que pensaba sin que ella se diera cuenta?

Cualquiera que fuese el motivo, no debería interesarse excesivamente por ella.

No le había interesado ninguna mujer desde que había roto con Linda, seis meses antes.

–¿Cuánto llevas trabajando aquí, Stacie? ¿Te importa que nos tuteemos?

Eso era lo que se proponía aquella mañana: conocer el máximo posible de la fábrica que había comprado, asegurarse de que funcionaba bien y después representar el papel de dueño mientras dedicaba su tiempo y su esfuerzo a sus huertos.

Todo ello muy distinto de las operaciones especiales militares.

La idea le produjo cierta amargura. Ya había pensado en ello muchas veces y debiera considerarse afortunado.

También debiera tener en cuenta que ya no tenía tanto que ofrecerle a una mujer.

–Solo llevo cuatro meses –Stacie no dejó de mirarlo a la cara.

¿Se habría percatado de la cojera?

¿Qué más daba? Ya formaba parte de él.

«Una parte que acabó con tu carrera y que desprecias », se dijo.

Stacie continuó hablando.

–Carl me ha dicho que viniste un fin de semana, cuando la fábrica estaba cerrada.

–Así es, pero antes había estado en otra para ver cómo funcionaba –y se había dado cuenta de que era mejor comprar la fábrica en la que se encontraba.

Stacie asintió y se puso a trabajar.

Troy aún sentía la huella de la mano de ella en la suya. La puso sobre el escritorio y apartó tales pensamientos mientras hablaban de asuntos que Stacie creía que merecían su inmediata atención, sin esperar a que Carl volviera.

Mientras trabajaban, Troy se preguntó por qué esta— ría ella allí. ¿Se habría trasladado a Tarrula a vivir o simplemente habría cambiado de trabajo? En cualquiera de los dos casos, ¿por qué?

Tardaron una hora en acabar. Al principio, ella parecía nerviosa por su presencia, pero pronto se dio cuenta de que Troy tomaba decisiones de manera sensata, y se relajó. Al terminar, lo miró y sonrió.

–Has conseguido que no eche en falta a Carl. Es la primera vez que se pone enfermo desde que trabajo aquí. Estaba un poco nerviosa.

–Lo has hecho muy bien.

Troy pensó que no era muy guapa, pero, al sonreír, se le iluminaba el rostro y él sintió el deseo de acariciarle los labios.

Semejante pensamiento estaba tan lejos de su naturaleza militar que frunció el ceño. Incluso con Linda, sus pensamientos habían sido de tipo práctico: intereses laborales compartidos y satisfacción de necesidades físicas. Claro que la quería, pero no era un hombre tierno. A Linda le importaba su carrera por encima de todo, y Troy había perdido la suya.

Se levantó.

–Me marcho. Quiero conocer al resto de los empleados.

–Gracias por tu ayuda. Enseguida tendré las cartas listas para que las firmes.

Troy se dirigió a la puerta mientras trataba de no pensar en su forma de andar.

–Me pasaré después a firmarlas –dijo.

Y salió.

CAPÍTULO 2

–¡QUÉ bien que estoy llegando a casa! –exclamó Stacie en voz alta mientras disminuía la velocidad para atravesar un puente. El arroyo que pasaba por debajo, sin apenas agua en verano, era en invierno una versión reducida del gran río que recorría las afueras de Tarrula. Se decía que había enormes lagartos en las orillas del arroyo, pero ella no había visto ninguno.

Pero, aquel día, había encontrado un atractivo espécimen humano, el nuevo dueño de la fábrica, Troy Rushton. Seguía viéndolo frente a ella, lo cual no le hacía ninguna gracia y carecía de toda lógica.

Normalmente a esa hora pensaba en llegar a casa, cuidar a Fang, su perro, y en ponerse a coser prendas de abrigo para perros, que era el negocio que quería montar.

La imagen de Troy la distrajo, y no quería distraerse.

Aparcó el sedán gris, se bajó y abrió la verja. Estaba construyéndose una nueva vida. Si eso no era luchar contra sus demonios personales, no sabía qué podría serlo.

«¿Visitar a tu familia cuando estén Gemma y Andrew? », pensó.

Era le segunda vez que lo pensaba ese día y no le gustó en absoluto.

–¿Me has echado de menos, Fang? –preguntó en tono alegre. Porque estaba contenta, claro que sí, y pensaba seguir así y dejar de hurgar en el pasado.

Y tenía que dejar de pensar en su nuevo jefe, aunque parecía que Troy se le había incrustado en el cerebro desde el momento en que lo había conocido esa mañana.

Y no era para tanto, porque no era tan atractivo ni tan interesante. Y si ella se había pasado la mañana mirando por la ventana para controlar el proceso de producción, y específicamente a Troy mientras saludaba a los empleados, había sido para asegurarse de que el nuevo dueño no necesitaba su ayuda. Ese había sido el motivo.

Fang comenzó a dar saltos por el jardín como el perro feliz y muy bien vestido que era. Llevaba un abrigo de satén rosa con forro y un collar a juego, y parecía que estaba orgulloso de hacerlo. Al menos, Stacie le confeccionaba la ropa con orgullo y con la vista puesta en su futuro negocio.

–Vamos adentro a calentarnos un poco, Fang.

Estaban a comienzos de junio, y el invierno australiano había llegado con fuerza. Mientras se encaminaban hacia la casa, comenzó de nuevo a llover. Stacie puso la calefacción, salió al porche y acarició la cabeza de Fang.

Este salio corriendo y dio unas vueltas por el jardín.

Stacie se echó a reír. Fang comenzó a ladrar y ella vio que había un hombre junto a la verja, un hombre que le resultaba conocido.

Se apresuró a ir a su encuentro con el corazón latiéndole a toda prisa.

–Troy, no esperaba… ¿Pasa algo? ¿Ha habido algún problema en la fábrica?

Sabía que aquello no tenía que ver con la producción. Cuando ella se había marchado, todo estaba en orden y las máquinas dejaban de funcionar por la noche.

Miró la casa vacía de enfrente. Pero ya no lo estaba. Había luces y un jeep aparcado en la puerta.

Y Troy estaba allí, de pie, como si hubiera llegado caminando desde un sitio cercano.

¡Tenía que haberse mudado el fin de semana anterior, cuando ella estaba fuera!

Había ido a ver a su familia por primera vez desde su traslado. No disfrutó de la visita y al llegar a casa la noche anterior se había puesto a coser para olvidarse del asunto. Y eso que su hermana Gemma no estaba, cosa que ella ya sabía.

–¿Has comprado la granja? ¿La has alquilado? No pretendo meterme en lo que no me importa, solo quiero saber si te has mudado a vivir aquí.

–La he comprado, con la ayuda de un banco, claro está. Me hicieron un paquete con la casa y la fábrica.

–Tiene un huerto muy grande –los árboles frutales daban mucho trabajo–. ¿Sabes algo de huertos? ¿Podrás…?

–Trabajaré lo que haga falta –durante unos segundos, Troy pareció irritado.

–Me preguntaba si necesitarías trabajadores –y por qué había comprado un huerto. No pretendía poner en duda su capacidad física, ya que parecía muy fuerte y capaz. Pensó en explicárselo, pero probablemente lo mejor sería no seguir hablando de ese tema–. ¿Te criaste en una granja?

–Mi tío tenía campos de almendros y trabajé allí cuando era adolescente.

–Eso está bien porque así sabrás qué hacer. No te vi hacer la mudanza. Cuando nos conocimos esta mañana en la fábrica, no sabía que… –que eran vecinos.

Lo cual implicaba que, en vez de verlo de vez en cuando, cuando él fuera a dar una vuelta por la fábrica, lo vería muy a menudo. Todos los días, de hecho.

–Me mudé el fin de semana pasado. Creí que tu casa estaba vacía –carraspeó–. Es decir…

–¿Que vivo en un sitio que necesita algo de atención? –sonrió–. Hay que hacer muchas reparaciones en la casa, pero es habitable. Tiene calefacción y la cocina y el baño se pueden usar, aunque están viejos. Los cimientos y la estructura son sólidos. Quedará muy bien cuando se hayan acabado las obras. Ya he renovado el lavadero y creo que he hecho un buen trabajo –había empezado por allí para comprobar que podía hacer el trabajo consultando un libro de bricolaje–. En cualquier caso, bienvenido a la ciudad, Troy. Tenía que habértelo dicho esta mañana. Estoy contenta de haberme mudado a vivir aquí, y espero que tú también.

–Gracias. Me gusta haber invertido en la fábrica, pero pienso dedicarme básicamente a cuidar el huerto.

–Claro. La fábrica no resulta muy emocionante –Sta— cie se dio cuenta de que no tenía que haberlo dicho–. Lo siento, no era mi intención…

Él entrecerró los ojos y ella creyó que iba a reprocharle sus palabras. Se lo tendría bien merecido. ¿En qué estaba pensando? Era cierto que había buscado un trabajo que no le resultara muy fatigoso para poder dedicar toda su energía al negocio que pensaba montar en su propia casa, pero no resultaba de buena educación sugerirlo.

Troy se limitó a bajar la cabeza. ¿Había habido un punto de diversión en sus ojos antes de hacerlo?

–Probablemente estés en lo cierto ¿Por qué no estabas cuando me mudé, Stacie? No solo creí que el lugar no estaba habitado, sino que…

–¿Que estaba abandonado? La granja era un caos cuando la compré. Tendrías que haber visto el jardín. Para descubrir que realmente lo era, tuve que hacer una limpieza a fondo y retirar un montón de basura. Y los prados estaban en un estado terrible.

Tenía dos. Sonrió al recordar que había alquilado un cortacésped para cortar la hierba.

Haberse mudado le había hecho mucho bien. Le había dado una nueva perspectiva, cosa que necesitaba. Nunca olvidaría lo sucedido con Andrew y, como Gemma era su hermana, siempre estaría ahí, aunque no quisiera pensar en ello constantemente.

–No me importa tener que trabajar duro aquí –prosiguió–. La casa está limpia y funciona casi todo en ella –vio que él dirigía la mirada a los tablones de madera desgastados por las inclemencias del tiempo, a la puerta principal, que estaba torcida, a los canalones que había que arreglar y a otras cosas.

A muchas otras cosas que iría haciendo poco a poco, lo cual la mantendría ocupada.

–Estoy aprendiendo bricolaje –continuó, contenta de que a Troy no le hubiera importado lo que había dicho de la fábrica.

–Yo también me dedico a ello –afirmó él–. Me resulta muy satisfactorio.

–A mí también me lo parece. Un día tendré un gallinero y una huerta. Para ciertas cosas, como el tejado, necesito ayuda. De hecho ya ha venido un hombre de la ciudad a verlo.