Siete días a la semana - Jennie Adams - E-Book
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Siete días a la semana E-Book

JENNIE ADAMS

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Beschreibung

Dan Frazier, un importante ejecutivo, estaba muy ocupado con sus cinco hijos. Compaginar su trabajo con cambiar pañales le estaba pasando factura. ¡La niñera Jess Baker no podía haber aparecido en mejor momento! A pesar de que Jess también tenía un bebé, parecía capaz de hacer magia: cocinaba comida exquisita, acababa con la pila de ropa sucia, organizaba excursiones familiares… Hasta que un día la relación entre Dan y Jess se convirtió en algo más, poniendo a prueba la decisión de dos corazones testarudos que estaban decididos a permanecer solteros…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Jennie Adams. Todos los derechos reservados.

SIETE DÍAS A LA SEMANA, N.º 2397 - mayo 2011

Título original: Daycare Mom to Wife

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-333-6

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

–DESPUÉS de ver a los patos seguiremos llamando a las puertas del vecindario, Ella. Sé que preferirías estar en casa gateando entre los muebles, pero esto es lo que toca esta mañana –le dijo Jessica Baker a su hija mientras empujaba el carrito por la hierba y recorría el parque de Randurra con la mirada.

No era que Ella pudiera comprenderla, pero Jess se sentía mejor hablando en voz alta y le servía para recordarse que tenía un plan.

Un poco más adelante, los niños jugaban junto al estanque de patos. Un hombre alto y de cabello oscuro los observaba mientras hablaba por su teléfono móvil.

La vida continuaba aunque hubiera gente que intentara no temer por nada. Jess no quería ser temerosa. Era madre soltera y tenía que mantener a su hija. No podía permitirse tener miedo.

«Igual que tampoco puedes permitirte pagar la enorme deuda atrasada que tienes en la casa».

Y todo gracias al padre de Ella y al acuerdo por el que le había comprado una casita a Jess a cambio de que Jess y Ella salieran de su vida para siempre.

Jess enderezó la espalda y soltó una mano del carrito para alisarse el top sin mangas que llevaba sobre una blusa negra y naranja.

–Estaremos bien, Ella. Solucionaremos esto de algún modo.

–¡Cua! ¡Cua! –dijo la niña desde el carrito.

–Sí, vamos a ir a ver a los patos. Te lo has ganado por haberte portado tan bien esta mañana.

Jess miró a los niños. Dos adolescentes jugaban a pelearse sobre la hierba. Una niña de unos diez años y con cara de aplicada, agarraba de la mano a otra más pequeña para que no se acercara al agua. Y una tercera se había sentado en el suelo y estaba arrancando briznas de hierba. ¿Para dársela a los patos?

–Vamos a ofrecerles nuestro pan, Ella –Jess estaba acostumbrada a los niños. A diario cuidaba a cinco para ganarse la vida. Y antes cuidaba a otros cuatro, pero la familia se había marchado de Randurra a principios de diciembre.

Jess había estado buscando más trabajo desde entonces. Era una niñera cualificada. Aquella mañana, cuando su situación económica había pasado de ser bastante delicada a peligrosa, gracias a la noticia de que la casa tenía cargas atrasadas, Jess había dirigido todos sus esfuerzos a encontrar trabajo.

Había llamado a muchas puertas para ofrecerse a trabajar de cualquier cosa. No era necesario que el trabajo fuera cuidando niños, siempre y cuando pudiera tener a Ella a su lado.

«Tranquila, Jessica».

Jess y Ella estaban llegando al estanque de patos. El hombre miraba a los niños de tal manera que dejaba claro que era el padre.

Jess notó que le daba un vuelco al corazón cuando el hombre volvió la cabeza y ella se fijó en lo atractivo que era. Aparentaba unos treinta y seis o treinta y siete años. Era alto, tenía la piel bronceada, el mentón prominente y el cabello castaño y ondulado que le llegaba hasta el cuello del polo blanco que llevaba. Vestía vaqueros y zapatos de cordones. Era un día cálido, pero no hacía tanto calor como había hecho justo después de Navidad. Jess quería verle los ojos.

No, no quería.

Con todos esos niños debía de estar casado.

Además, Jess no estaba buscando un hombre. Después de que su relación con Peter fracasara, ya no confiaba en tener otra.

–No. Tú eres un cliente clave y tus finanzas han estado a mi cuidado durante mucho tiempo. Quiero ser yo quien haga este trabajo –el hombre hablaba con tono calmado por teléfono.

Pero Jess se fijó en que parecía estresado y oyó que pedía un poco de tiempo para colocar las cosas en su sitio, antes de finalizar la llamada. En ese momento parecía que se sentía como Jess se había sentido esa misma mañana, cuando se enteró de que si no pagaba todos los costes de la casa en menos de treinta días la pondrían a la venta.

El hombre parecía desconcertado.

Como si estuviera preguntándose cómo podría solucionar lo que le pasaba.

¿Y qué le pasaba?

–¿Puedo ayudarlo? –soltó Jess sin pensarlo–. Lo he visto hablar por teléfono y parecía… –no quiso decir que parecía asustado–. Soy de aquí. ¿Necesita alguna dirección, o información sobre algún servicio o algo?

–Um, hola. Gracias… –la miró con sus ojos color avellana y después se fijó en Ella que estaba en el carrito.

Tenía unos ojos preciosos. Unos ojos que mostraban su edad y su madurez, y que provocaron que Jess contuviera la respiración.

Jess tenía veintidós años y era mucho más joven que él. Ella nunca se había fijado tanto en un hombre de esa edad. No comprendía por qué había reaccionado así.

–Eres muy amable. Acabamos de mudarnos aquí y todavía no controlo todo lo que pasa en Randurra –le tendió la mano–. Soy Dan Frazier.

–Jess Baker. Jessica, en realidad, pero me gusta más Jess. Vine a vivir aquí hace catorce meses –justo a tiempo de instalarse en la casita antes de dar a luz a Ella–. Así que ya conozco prácticamente todo lo que hay que saber sobre el pueblo.

Intentó no tartamudear, pero le parecía tan agradable la sensación de los dedos de Dan alrededor de su mano. Respiró hondo y retiró la mano, acercándola a su cabello para comprobar que el lazo verde que llevaba estaba en su sitio. ¿Dan Frazier pensaría que era una cabeza de chorlito al ver ese lazo? No lo era. Se había vestido así para sentirse segura y mostrarse decidida.

Ese día se había llevado un chasco, pero no había permitido que la detuviera. Se había puesto ropa colorida y se había dirigido al ayuntamiento, tratando de hablar de manera calmada con Lang Fielder, el hombre que le había dado la noticia. No le había servido de nada, pero ¡eso no la detendría!

Y después había llamado a la puerta de la mitad de las casas de Randurra, buscando trabajo. Y todavía le quedaba la otra mitad.

–Papá –se oyó la voz de una niña–. Rob y Luke se van a caer en el agua.

–No –se oyó otra voz–. Sólo estamos jugando, Daisy.

–Pues basta. ¿No sabéis que en ese estanque habrá al menos cincuenta mil tipos diferentes de gérmenes? –la niña que se llamaba Daisy se subió las gafas y los miró con desaprobación.

Jess contuvo una sonrisa.

–A lo mejor podrías indicarme dónde se encuentran los servicios de guardería en Randurra, si es que existe alguno que pueda ocuparse de una familia como ésta –Dan acarició la cabeza de la más pequeña, que había ido a abrazarse a su pierna.

Miró a Jess otra vez y guardó el teléfono móvil en el bolsillo de su polo.

–Pensé que tendría tiempo para mirar varios servicios de guardería. No esperaba que fuera a necesitarlo más que de vez en cuando pero, al parecer, la vida tranquila de la familia Frazier se ha convertido en un torbellino.

–A lo mejor puedo ayudarte. ¿Qué es exactamente lo que necesitas?

–Oh, no necesito gran cosa –soltó una carcajada–. Sólo una especie de Mary Poppins para que venga volando con su paraguas y se ofrezca a cuidar de mis hijos mientras yo viajo a Sídney varias veces durante las próximas semanas, sabiendo que estarán bien con ella cuando no es más que una desconocida y no me gusta dejarlos con nadie –frunció el ceño–. Mi hermana solía cuidar de ellos cuando yo tenía que trabajar lejos de casa. Después yo conseguí prescindir de su apoyo y ahora ella tiene que centrarse en su propia vida.

¿Así que la madre no estaba por ningún sitio? ¿Dan era viudo? Jess se quedó atónita al pensar en que Dan tenía que criar a los cinco hijos solo. Peter ni siquiera había estado preparado para cuidar de Ella a tiempo parcial.

Pero a Jess le seguía llamando la atención que Dan no tuviera pareja.

«¡Pero casi te dobla la edad, Jess!»

–Así que cuando te mudaste aquí no necesitabas niñera y de pronto ¿algo ha cambiado? ¿Tiene que ver con tu trabajo?

–Uno de mis clientes tiene que pasar por una auditoría de venta y los posibles compradores quieren que se haga cuanto antes. Yo soy el contable de la empresa y tengo que estar presente para ayudar a contestar todas las preguntas respecto a los datos y para dar toda la información que necesiten. Es un cliente importante y no puedo permitirme decirles que no puedo ayudar –la miró a los ojos–. Me trasladé aquí con los niños para salir de Sídney y vivir en una casa más grande que fuera nuestra. Pensé que no tendría que pensar en el trabajo durante todo el mes de enero.

–No te puedes culpar por los imprevistos –le tocó el brazo brevemente.

Dan tenía la piel cálida y varonil. Jess se estremeció al sentir que Dan tensaba los músculos, quizá sorprendido por el contacto. Durante un instante, sus miradas se encontraron.

Jess no esperaba sentir tanta conexión. Acababan de conocerse. Él era mucho mayor. Y después de cómo había sufrido con Peter ella no quería tener otra relación con ningún hombre. Retiró la mano.

Junto al estanque, los hijos de Frazier los miraban atentamente.

–Papá está hablando con una chica –le dijo uno a otro.

–Prácticamente están dándose la mano. No se ha acercado a una chica desde que murió mamá.

–Calla, Rob. Calla, Mary –dijo el niño mayor–. Sea quien sea, papá no está interesado –el pequeño fulminó a Jess con la mirada y se volvió.

Jess sintió que la habían puesto en su sitio. Era mucho más joven que Dan, además, ¿por qué iba a estar él interesado en ella?

«No quieres que se interese por ti, Jess».

¿Dan había oído lo que habían dicho? ¿Hacía cuánto tiempo que había perdido a su esposa? ¿Habría malinterpretado ella su reacción cuando lo tocó?

–Lo siento. Están un poco nerviosos por el traslado –dijo Dan.

Así que lo había oído. Al menos en parte.

–No hace falta que te disculpes. Dan, sé que acabamos de conocernos y que no he llegado volando con un paraguas como Mary Poppins. De hecho mi paraguas es negro con lunares de color rosa y está medio doblado porque un día lo aplasté con el asiento del coche –suspiró–. Pero soy una niñera cualificada. Normalmente trabajo con niños más pequeños, pero también estoy formada para ocuparme de niños en edad escolar. En Randurra no hay ningún sitio oficial que ofrezca cuidado de niños. Hay otras dos mujeres mayores que yo que tienen hijos y que se han quedado sin empleo al disminuir el negocio de la carne en el pueblo. Ellas no han cuidado niños profesionalmente, pero son muy buenas mujeres. Yo estoy buscando trabajo, pero he visto que ellas también se anuncian en el supermercado para cuidar niños y limpiar casas. Así que tienes algunas donde elegir. Yo también puedo ayudar con las tareas domésticas.

–Si tienes experiencia cuidando niños… ¿Quieres decir que estás disponible?

Al ver que Dan posaba la mirada en sus labios, ella forzó una sonrisa. Probablemente pensara que era demasiado joven para el trabajo.

–¿Qué es exactamente lo que necesitas para tus hijos, Dan?

Él apartó la mirada de sus labios y frunció el ceño.

Dan Frazier se sentía ligeramente atraído por ella. Y a juzgar por su expresión, no quería estarlo.

Pues estaban en el mismo lugar.

–Necesito a alguien que cuide de mis hijos cinco días a la semana durante las próximas tres o seis semanas. Ayudaría mucho si esa persona también pudiera ocuparse de las comidas, de la colada y de otras tareas domésticas básicas –Dan respiró hondo–. El trabajo que tengo que hacer va a suponer muchas horas fuera de casa. Y también tendré que viajar a Sídney, quizá tres días a la semana, hasta que lo solucione.

Trabajando cinco días a la semana para Dan Frazier durante tres o seis semanas, Jess podría ganar algún dinero para pagar las cuotas. No sería capaz de pagar toda la deuda, pero a lo mejor serviría para convencer al señor Fielder de que era capaz de ganar suficiente dinero para cubrir parte de las cargas y aplazar otras.

Si pagaba regularmente durante algún tiempo tendrían que darle más plazo para saldar la deuda. El padre de Ella no debería haber actuado de espaldas a Jess, pero era un gesto típico de Peter Rosche.

–Me gustaría ayudarte –Jess agarró el carrito con fuerza–. Cuido a otros niños los martes y los sábados, pero estoy dispuesta a ir a tu casa el resto de los días, si a ti te parece bien. Ella vendría conmigo, y tengo referencias.

Su hija comenzó a moverse en el carrito.

–¡Cua!

Jess se inclinó hacia delante para soltar a su hija y tomarla en brazos.

–Sí, cariño, vamos a ver los patos ahora mismo.

Dan observó a Jess mientras abrazaba a Ella. Después miró a sus hijos, tomó en brazos al más pequeño y se dirigió hacia el estanque.

–Podría arreglármelas sin ti los martes y los sábados –Dan le dijo cuánto podía pagarle por día. Era una cantidad generosa, incluso cuando añadió–. Por esa cantidad tendrías que quedarte en mi casa hasta que yo llegue. Algunas noches será tarde, pero tu hija y tú tendríais incluidas todas las comidas.

–Parece razonable. No me importará esperar hasta que llegues –era una buena manera de ahorrar dinero en comida y podría regresar a su casa en coche a cualquier hora.

–Ven a conocer a mis hijos. Será un buen comienzo… Y, por cierto, gracias. Gracias por acercarte a preguntarme si necesitaba ayuda.

–De nada, es agradable ayudar a los demás –Jess besó a Ella en la cabeza para disimular su nerviosismo. Dan todavía no le había dicho que fuera a contratarla.

Pero a lo mejor lo hacía. A lo mejor Jess podría ayudar a Dan y con ese dinero pagar su deuda.

Quizá pudiera dejar de preocuparse y tener suficiente dinero para aplacar a las fieras mientras encontraba al padre de Ella y conseguía que se hiciera responsable por haberle tendido aquella trampa.

Jess había intentado localizar a Peter nada más nacer Ella. Pero ya había desaparecido.

Jess alzó la barbilla. Lo único que podía hacer era intentar solucionar las cosas, y estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ello.

–Muy bien, Dan. ¡Preséntame a tus hijos!

CAPÍTULO 2

–NIÑOS, quiero presentaros a alguien –Dan guió a Jess Baker hasta el estanque, desde donde sus hijos fingían no haber estado observándolo mientras hablaba con Jess.

Los niños habían sacado sus propias conclusiones. Jessica Baker era mucho más joven que él, y además, debía de mantener ese tipo de relaciones fuera del lugar de trabajo.

Dan frunció el ceño. Él no estaba interesado en Jess. Quizá se había fijado en que era una mujer atractiva, con su rostro ovalado, su nariz derecha, su cabello dorado y sus ojos grises, pero no se sentía atraído por ella.

En aquellos momentos, lo importante era decirles a sus hijos que se quedarían con una niñera mientras él se ocupaba de su trabajo en Sídney. Dejarlos solos era lo último que Dan quería hacer, pero no le quedaba más remedio.

Dan había tenido un buen trabajo, pero seguía siendo un hombre con cinco hijos. Había alquilado una casa en Sídney y había trabajado duro para ahorrar y poder comprarse una casa allí, donde todo era más barato y podrían disfrutar de una vida tranquila.

Jess Baker le había dicho que su paraguas estaba un poco doblado, pero había algo en la expresión de su rostro que le sugería que podía haber llegado como caída del cielo.

–Luke, Rob, Daisy, Mary, os presento a Jess Baker –Dan miró a la niña que Jess sostenía en brazos. No podía recordar si Jess le había dicho el nombre de su hija, sin embargo, recordaba muy bien el roce de sus dedos sobre el brazo. Sentía curiosidad por ella.

No. Dan no estaba curioso. Era padre de cinco hijos y tenía dieciocho años llenos de recuerdos con el amor de su vida, y Jess era una mujer muy joven y una posible empleada. Dan miró a la hija de Jess y dijo:

–La pequeña es…

–Ella –añadió Jess con una sonrisa.

Dan señaló a la niña que tenía en brazos.

–Esta es Annapolly. Se llama Pollyanna, pero comenzamos a llamarla al revés y se ha quedado con ese nombre.

Dan intentaría desplazar los confusos pensamientos acerca de Jess Baker que invadían su mente. ¿Y por qué se había fijado en aquella mujer si no se había fijado en ninguna durante los últimos cuatro años?

Rebecca y él habían estado juntos desde que eran pequeños. Se habían casado y habían tenido los cuatro primeros hijos. Cuando Rebecca se quedó embarazada de Annapolly, los médicos descubrieron que tenía cáncer. Rebecca había fallecido un mes después de que naciera Annapolly.

–Hola –dijo Jess con una sonrisa mirando a los niños.

–Hola –contestó Rob, mirándola con curiosidad.

–Te hemos visto hablando con nuestro padre –comentó Daisy.

Mary preguntó:

–¿Vas a dar de comer a los patos?

–Sí –asintió Jess–. Les voy a dar de comer.

Jess Baker era joven y tenía un bebé, pero el instinto de Dan indicaba que Jess se implicaría en su trabajo. Ése era el único instinto en que debía confiar.

–Comeremos en nuestra casa nueva. Es una casa de campo situada en una finca de diez acres al norte del pueblo –miró a los niños–. Os explicaré lo que ha pasado con mi trabajo, y cómo Jess se ha ofrecido a ayudarnos, de regreso a casa.

–Después de dar de comer a los patos –dijo Jess, y les dio pedacitos de pan.

Los hijos más pequeños de Dan se agolparon a su lado. Luke y Rob no. Ellos estaban hablando en voz baja. Sin duda, tenían preguntas. Dan se las contestaría cuando se subieran a la furgoneta y esperaba que no se enfadaran demasiado cuando les dijera que estarían con una niñera durante la mayor parte de sus vacaciones.

Quizá aceptaran con facilidad que Jess los cuidara. Quizá todo saliera bien.

¿Quizá?

Y quizá Dan consiguiera olvidarse de cómo había reaccionado ante Jess. No permitiría que le sucediera otra vez. Dan no se daba cuenta de que pensando así estaba admitiendo que había reaccionado ante ella de manera especial.

–Jess, me preguntaba si te importaría preparar la comida mientras yo arreglo unas cosas con Roy.

El técnico de Internet había llegado con su furgoneta al mismo tiempo que Jess Baker.

Dan le pidió que hiciera la comida mientras todos entraban en la casa. Dan había aprovechado el trayecto hasta la casa para explicarles a sus hijos por qué tendrían que quedarse con una niñera.

Lo único que le quedaba por hacer era comprobar si Jess sabía manejarse. Él les había dejado claro a los pequeños que esperaba que colaboraran con ella.

–Por supuesto, Dan. Para eso estoy aquí –la cocina estaba al fondo de la casa, atravesando el salón y a la izquierda. Jess la vio y preguntó–. ¿Alguno de tus hijos tiene alergia a algún alimento?

–No –Dan era afortunado en ese aspecto.

–Estupendo –asintió ella, y al hacerlo se movió el lazo que llevaba en el cabello.

Había algo en su rostro, y en cómo alzaba la barbilla con determinación que indicaba que había vivido más de lo que le correspondía por su edad.

Permaneció un instante de pie, con el bebé en sacadera y mirando el caos que había en la casa. Al menos no se dio la vuelta para marcharse inmediatamente.

Dan no quería que se marchara. Quería tener la oportunidad de llegar a conocerla.

«Lo que quieres es tener la oportunidad de que cuide de tus hijos mientras solucionas la situación laboral actual».

–Si me acompañas por aquí –Dan hizo un gesto al técnico para que lo siguiera.