Pensando en ti - Jennie Adams - E-Book

Pensando en ti E-Book

JENNIE ADAMS

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Beschreibung

Un jefe serio y formal acababa de contratar a una secretaria sin miedo a romper las normas. En cuanto conoció a Sophia Gable, Grey Barlow se dio cuenta de que su nueva secretaria era cualquier cosa menos una mujer convencional y no tardó en empezar a preguntarse por qué la había contratado. Sophia estaba algo nerviosa con el trabajo y sabía que lo peor que podía hacer era enamorarse del jefe. Pero, ¿cómo no iba a enamorarse de un hombre tan increíblemente guapo? Grey no era de los que se comprometían, pero ella tenía un corazón bueno y generoso que quizá fuera exactamente lo que él necesitaba.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Jennie Adams

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pensando en ti, n.º 2241 - mayo 2019

Título original: The Boss’s Unconventional Assistant

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-991-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AQUÍ es donde se viene a relajar un multimillonario o a recuperarse de un accidente –dijo Sophia Gable al detener el coche delante de la mansión de Grey Barlow.

Se trataba de un magnífico edificio de piedra y pizarra con un amplio porche de altos pilares, rodeado de amplios prados con espléndidas flores.

Era un lugar muy distinto al ajetreo de Melbourne, pero Soph era muy adaptable y, mirando al conejillo blanco que ocupaba una jaula en el asiento del acompañante, supuso que Alfred preferiría aquel escenario al de la ciudad.

Suspiró profundamente. Estaba a punto de dar un primer paso hacia su nueva carrera. Era el primer empleo que le proporcionaba la agencia de colocación. Le habían asignado el cuidado de un hombre y esperaba demostrar su versatilidad para que siguieran empleándola regularmente.

Bajó del coche, se estiró el jersey color cereza y los pantalones negros, y fue sonriente hacia la escalinata de entrada.

–¿Eres Sophia Gable, la ayudante personal que solicité a la agencia de empleo? –oyó una voz masculina desde una esquina del porche que quedaba en la penumbra–. Pensaba que serías mayor y menos… colorida.

¿Le incomodarían las puntas del cabello teñidas de rojo? Sophie escudriñó el porche para localizar la voz.

–Soy Sophie, pero puede llamarme Soph, señor Barlow. Pude ver la escayola que le cubría el brazo y la venda que le envolvía el tobillo de la pierna que tenía estirada delante de sí en una incómoda postura. El anuncio solicitaba alguien con habilidades secretariales y domésticas, y le aseguro que yo estoy preparada para ambos tipos de tareas. He estado pensando en cómo ayudarle.

–Para ayudarme, bastará con que hagas lo que te pida y me lleves en coche cuando lo necesite. Eso será todo –replicó él en tono irritado–. No estoy completamente impedido. Sólo tengo un esguince y una brazo roto.

–Me alegro de que tenga una actitud tan positiva –aunque estaba un poco desconcertada, Soph hizo lo posible por sonar animada–. Además, puedo…

–Siéntate, por favor –la interrumpió él sin ofrecer disculpas al tiempo que señalaba una silla frente a sí–. Me alegro de que hayas sido puntual, pero no tengo tiempo para socializar –Soph dio un paso adelante y pudo verlo–. No te pareces nada a como te había imaginado. Pensaba que serías mayor.

Soph prestó atención sólo parcialmente a sus palabras porque estaba entretenida admirándolo. Tenía hombros anchos, cabello oscuro y un rostro de rasgos marcados con unos impresionantes ojos verdes. Debía de estar en la treintena y en su cuerpo no había ni un gramo de grasa.

–Supongo que los dos podremos sobreponernos a la sorpresa –dijo él en tono ácido.

–Seguro que sí –a pesar de su malhumor, resultaba muy atractivo.

Soph sintió que el pulso se le aceleraba, pero prefirió ignorarlo. Se trataba de un desconocido, unos diez años mayor que ella y, para colmo, su jefe.

Ella sólo salía con hombres de su entorno y edad, y siempre aclaraba desde el principio que sólo quería pasarlo bien. Si alguna vez la cosa se ponía seria, huía. Quizá en un futuro lejano, aceptaría una relación estable con un hombre corriente, pero sólo si podía controlarla.

Intuía que Grey Barlow no era ni corriente ni dominable, y tampoco tenía el aspecto de alguien que buscara estabilidad en una casita con una valla blanca como la que ella podría desear algún día. O al menos como la que habían buscado y encontrado sus hermanas a pesar de que, como ella y por culpa del abandono de sus padres, también habían tenido problemas para confiar en los demás.

De hecho, Bella y Chrissy habían sufrido más que ella. Después de todo, sus hermanas mayores la habían protegido para que llevara una vida normal y feliz a pesar del abandono. Gracias a ellas, no había crecido traumatizada. Por eso las adoraba.

–Encantada de conocerlo, señor Barlow. Confío en que quede satisfecho de mi trabajo –eso era lo fundamental para ella. Hacer las cosas bien, sentirse útil.

–La agencia me ha asegurado que eras la mejor candidata –Grey alzó el brazo derecho, lo dejó caer con gesto contrariado, y levantó el izquierdo.

Soph le tendió también su mano izquierda.

–Espero cumplir sus expectativas –dijo, inquietándose por la incredulidad que percibía en él.

El apretón de manos, que debía haber resultado impersonal, fue como una sacudida eléctrica que le llegó al corazón. Soph creyó adivinar una reacción similar en la mirada de Grey, pero cuando lo observó con más atención, encontró una máscara imperturbable y decidió que debía de haberlo imaginado.

–Los médicos me han ordenado descansar una semana. Supongo que el aire fresco me sentará bien, pero creo que están demasiado preocupados con mi salud. Después, volveré a Melbourne y tú seguirás trabajando para mí.

–Prometo esforzarme al máximo –dijo Soph, mientras pensaba que también tendría jardín en Melbourne para acoger a Alfie. En algún momento tendría que explicar su presencia. Cómo lo había encontrado atado a un poste, abandonado, la noche anterior, y cómo había pasado a pertenecerle.

Su jefe asintió con la cabeza.

–Además de las tareas que has comentado, tendrás que filtrar las llamadas y ahuyentar a las visitas inoportunas.

A Soph le llamó la atención que no quisiera visitantes. En una situación similar, podía imaginarse rodeada de sus hermanas y cuñados, que la atenderían hasta que se recuperara.

Ello le llevó a pensar en la familia de Grey Barlow. Quizá era demasiado orgulloso como para dejar que le vieran sus amigos o familiares cuando no estaba en plena forma. Soph sonrió con especial amabilidad.

–No se preocupe, si alguien intenta entrar, lo echaré como si fuera un perro guardián.

Grey sonrió y Soph sintió que el corazón le daba un salto. Súbitamente sus facciones se habían dulcificado y había rejuvenecido varios años.

–¿Tiene mascotas, señor Barlow? Verá, yo…

–No, no tengo ninguna –la sonrisa desapareció y fue sustituida por una expresión de enfado–. Ese tipo de compromisos me resultan incómodos.

Soph optó por no mencionar a Alfie. Tal y como había intuido, tampoco había en el horizonte de aquel hombre una casita con un vallado blanco, y la confirmación le resultó reconfortante.

–Volvamos a hablar de tus funciones –una vez más, Grey sonó irritable–. Aunque no esté en condiciones de acudir a las obras, pienso seguir cada detalle de la empresa. Mantendré videoconferencias, leeré y responderé el correo, y revisaré los informes de los distintos departamentos –tomó aire–. Tendrás que pasar al ordenador toda mi correspondencia y realizar las tareas que te asigne, incluidos algunos trabajos de documentación.

–Estoy deseando empezar –Soph curvó los labios en una sonrisa con la que esperó transmitir seguridad en sí misma.

–Me alegro de que tengas una actitud tan positiva –dijo él. Y deslizó su mirada por su jersey y su colorido cabello antes de dirigirla hacia su fiel Volkswagen Escarabajo. Arqueando las cejas, preguntó–: ¿También estás preparada para las tareas administrativas?

–Tengo buenos conocimientos de informática y sé usar programas de transcripción –que nunca hubiera tenido que ponerse a prueba profesionalmente no significaba que no pudiera hacerlo.

Se había preparado y necesitaba una oportunidad para demostrarlo. Enumeró las demás habilidades que poseía:

–Sé usar sistemas de clasificación clásicos y de ordenador, y tengo experiencia en organizar citas y atender llamadas –pocos sitios resultaban más estresantes que un salón de belleza–. Y tengo un historial como conductora impecable –añadió, asumiendo que en algún momento tendrían que usar el coche–. Aunque he venido un poco cargada, podré hacer sitio para sus cosas para cuando volvamos a Melbourne.

–Tu coche será enviado a la ciudad. Yo prefiero usar el mío. Lo trajo un chófer.

–Muy bien. Me encanta conducir distintos coches –dijo Soph, aunque nunca había conducido más que su Escarabajo y el viejo descapotable de su cuñado.

–Puedes descargar tus cosas –dijo Grey, poniéndose en pie y renqueando hacia la puerta principal–. Después, reúnete conmigo en el despacho. Es la habitación a la derecha de la entrada. Tu dormitorio está en el primer piso, la primera puerta a la izquierda –concluyó antes de abrir la puerta.

Soph dedujo que ése iba a ser su comportamiento. La había contratado y pagaría generosamente para que le ayudara, pero no quería mostrarse inválido ni que lo tratara como si lo estuviera.

A ella no le importó. Cuidaría de él sin hacérselo notar, pero no le fallaría.

–¿Has traído el programa de reconocimiento de voz?

Grey había levantado el pie del suelo porque, evidentemente, le hacía daño apoyar el peso en él.

–Sí, lo recogí ayer por la tarde –Soph escrutó su rostro y reconoció las huellas del cansancio y del dolor. Claro que necesitaba descansar…, y que le cuidaran.

–Tráelo. Si lo instalo, podré mandar correos sin tu ayuda y sin tener que escribir con una sola mano. Tu primera tarea será copiar el dictado que he hecho esta mañana.

¿Apenas habían dado las nueve y ya había estado trabajando?

–Haré lo que le convenga –siempre que le dejara cuidar de sus lesiones. Soph fue hacia el coche–. Le daré el programa y luego descargaré mis cosas.

Tendría que buscar un escondite para Alfred hasta que encontrara la oportunidad de hablar de él. Era mejor dedicar las primeras horas a demostrar a su jefe que era una buena empleada.

Dentro de la casa sonó el teléfono.

–Ya contesto yo –dijo de inmediato, volviéndose.

Precedió a Grey al interior y siguió el sonido del timbre hasta el despacho.

–Sophia Gable. El señor Barlow no está disponible. Por favor, diga quién es y deje un número de teléfono, fax o correo electrónico y le daré el mensaje.

–Soy Peter Coates, director del departamento de arquitectura Empresas Barlow –tenía una voz amistosa, pero sonaba preocupado–. Grey me ha llamado para que le pusiera al día sobre el proyecto Mitchelmore.

–Iré a ver si el señor Barlow se puede poner –Sophie presionó el botón de llamada en espera y se volvió. Grey estaba justo detrás de ella y Sophie volvió a sentir que el corazón le daba un saltito. Le tendió el auricular diciéndole quién llamaba.

–Pásamelo –dijo Grey–. Algunas cosas son demasiado importantes como para hacer caso a los médicos.

Soph no estaba de acuerdo, pero le dio le teléfono.

Grey se sentó en una silla de oficina adoptando una incómoda postura y Soph notó que no tenía un apoyo para los pies.

–Peter –Grey concentró toda su atención en su interlocutor–. ¿Sabes algo más sobre las recalificaciones?

Sophie fue al coche y volvió con el programa de software. Como su jefe seguía hablando, lo dejó sobre el escritorio y recogió a su adorable aunque problemático conejo.

Primero le buscaría un sitio y luego se ocuparía de su jefe.

Con una jaula plegable en una mano y la cesta con Alfie en la otra, fue al jardín trasero. En cuanto vio un rincón tras un árbol y un arbusto de flores, suspiró aliviada. Un pequeño cobertizo lo ocultaba a la vista desde la casa.

–Aquí tienes un montón de hierba, Alfie –Soph desplegó la jaula y lo metió, luego corrió a llenar un cuenco de agua y puso comida en otro. Para que tuviera sombra, cubrió parte de la jaula con una manta.

Gracias a Joe, el mecánico, que tenía guardada la jaula desde su infancia, y a su vecina, una madre soltera que sabía de cobayas y conejos, tenía todos los útiles necesarios.

Hizo varios viajes para vaciar el coche. Tendía a cargar siempre con muchas cosas y en aquella ocasión había incluido algunas pensando en su jefe.

Terminó con prontitud y llegó al despacho a tiempo de oír a Grey hablando a un micrófono. A continuación, dejó escapar varios exabruptos al ver lo que aparecía impreso en la pantalla del ordenador.

–He pasado por la cocina. ¿Hay algo especial que quiera cenar?

En la despensa había encontrado ingredientes básicos, nada especialmente apetitoso. Afortunadamente, ella había llevado provisiones y ése era un frente que no le preocupaba.

Su jefe se quitó los cascos y los tiró sobre el escritorio.

–Puedes hacer sándwiches para almorzar. Hasta entonces –señaló un segundo escritorio–, siéntate ahí. Transcribe las cintas en el orden que las he dejado en la bandeja. Enséñame la correspondencia antes de mandarla. Una vez esté satisfecho, te indicaré si debes mandarla por ordenador o por fax.

–Sí, señor Barlow –Soph tomó la primera cinta y la metió en el aparato, pero no se sentó.

–Prefiero que me llames Grey. Y que me tutees –Grey se giró hacia el ordenador y, poniéndose los cascos, continuó dictando. Ocasionalmente, apretaba el ratón con impaciencia o mascullaba algo mientras escribía torpemente con una mano. Era evidente que el programa de reconocimiento de voz y él no se entendían.

Soph salió, tomó un mullido almohadón de un sillón de la sala de estar y lo llevó al despacho. Sacó un par de paquetes de folios de una caja y, con ellas y el almohadón, se arrodilló junto al escritorio de Grey y se metió debajo a cuatro patas.

–Estoy lista. Levanta el pie para que ponga esto debajo.

Grey tardó en reaccionar y Soph reculó unos centímetros.

Oyó un suspiro nervioso seguido de unas palabras que sonaron a:

–Cualquier cosa con tal de que salgas de ahí debajo.

Y Grey alzó el pie.

Soph acomodó los paquetes y el almohadón y dijo:

–¿Estás más aliviado?

–«Aliviado» no es la palabra que me viene a la boca en este momento.

El tono profundo con el que habló hizo sentir a Soph un delicioso estremecimiento.

Posó el pie y Soph, al ver que no protestaba, asumió que estaba bien y se felicitó por haber triunfado en su primer intento de cuidar de él.

Retrocedió hasta poder incorporarse y se sacudió los pantalones.

–Ahora, Sophia, te agradecería que posaras el trasero en tu silla y lo dejaras ahí –dijo él con ojos brillantes y apretando los dientes al tiempo que desviaba la mirada–. Mucha de esa correspondencia es urgente.

Soph se quedó mirando la perfecta forma de su cabeza y sintió un aleteo en el pecho al darse cuenta de lo que había pasado. Las mejillas le ardieron. ¿Ésa era la causa de que su jefe dejara escapar un tenso suspiro hacía unos instantes? ¿Haber visto su trasero serpenteando bajo el escritorio?

Tras asentir precipitadamente, se puso a trabajar.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SOPH descubrió en cuestión de horas que su jefe no se tomaba ni un respiro, que el teléfono no dejaba de sonar y que tenía tres madres adoptivas empeñadas en que les hiciera caso. ¡Tres!

A las doce y media Soph le transmitió el último de los mensajes de Leanna Barlow, en el que preguntaba por su salud y mencionaba la necesidad de hablar con él por un asunto de su tarjeta de crédito. Sharon Barlow y Dawn Barlow habían dejado mensajes similares, la primera solicitando el uso de su yate y la segunda, el de su avión.

Grey ignoró todos ellos y continuó trabajando. Soph, que estaba de pie junto a su escritorio tras entregarle los últimos mensajes, tuvo que reprimir las ganas de preguntarle por su familia, pero se limitó a tomar un papel que asomaba de una pila de documentos.

–¿Es el programa de rehabilitación? –preguntó, mirándolo. Grey no había hecho ninguno de los ejercicios–. Puedo ayudarte a hacerlos. Es hora de comer.

–Los haré antes de ir a la cocina –dijo él, haciendo ademán de quitarle el papel–. Mientras, puedes organizar la comida.

Soph hizo como que no le oía y fue a hacer una fotocopia del papel. Luego le pasó el original y desapareció en la cocina. Mientras calentaba una sopa, salió a ver a Alfie. Parecía contento, pero ansioso por jugar. Tras dedicarle unos minutos, entró en la casa. Todavía no había llegado el momento de presentárselo a su jefe.

Grey entró en la cocina al poco de que ella lo hiciera.

–La comida está lista –dijo Soph señalando la mesa–. Siéntate.

Grey olisqueó el aire.

–¿A qué huele? Unos sándwiches habrían bastado. Hay jamón y queso en el frigorífico.

–He traído una sopa que hice ayer por la noche –según sus hermanas, sus habilidades culinarias dejaban mucho que desear, y sus cuñados estaban de acuerdo, pero Soph pensaba que sólo lo decían por tomarle el pelo. A ella todo lo que cocinaba le sabía bien–. Espero que te guste la calabaza. Además de otras verduras, tiene un toque de curry y algunas especies italianas. De segundo, haré unos sándwiches calientes.

–Vale –Grey se sentó con gesto de dolor–. Suena… interesante.

–Precisamente. Soy de la opinión que las especies añaden sal a la vida –dijo ella. Llevó dos tazones con sopa a la mesa y se sentó frente Grey–. Necesitas comer bien para mejorar.

–Buena comida y tranquilidad, aire fresco, descanso y olvidar todos los problemas –su jefe dijo aquellas palabras como si repitiera de memoria. Probablemente era lo que le había dicho el médico, aunque sonaba un tanto exagerado teniendo en cuenta que sólo se recuperaba de un par de fracturas.

Grey apretó los labios y probó la sopa con desconfianza. Arrugó la nariz y la olió. Dio otro sorbo y se sirvió un vaso de agua que bebió precipitadamente.

–Me alegro que hayas decidido seguir el consejo médico y descansar –dijo ella, aunque viendo lo que trabajaba, no quería ni imaginar cuál era su nivel normal de actividad.

Probó la sopa a su vez y sonrió con satisfacción. Deliciosa. Alzó la mirada enarcando las cejas esperando que su jefe expresara su opinión.

Grey carraspeó.

–¿Dices que la hiciste ayer para poder traerla?

–Sí. Tardé un par de horas, pero quería que tuvieras algo sustancioso para comer y supuse que hoy no tendría tiempo de prepararla –y en eso no se había equivocado.

Grey suspiró profundamente y se bebió el resto de un trago. Para cuando dejó el tazón sobre la mesa, le brillaban los ojos y se le habían coloreado las mejillas.

El rostro de Soph se iluminó con una sonrisa radiante.

–¡Te ha gustado! –exclamó triunfal.

–Estaba muy… sabrosa –dijo él, bebiendo otro vaso de agua.

Soph aprobó que bebiera tanta agua. Saber que tenían gustos comunes, aunque fueran culinarios, le hizo sentirse más cercana a él. También le agradó que se mostrara un poco tímido al expresar su aprobación.

Unos minutos más tarde, cuando habían acabado los sándwiches, miró a Grey con severidad.

–Es hora de que hagas los ejercicios que no puedes hacer solo. He estudiado la hoja y, si no los hicieras, la recuperación podría retrasarse. ¿Has hecho el de levantar peso?

–Sí, y por el momento no voy a hacer nada más. Tengo trabajo –dijo él, frunciendo los labios–. Además, ya he guardado la abrazadera.

–No debías haberlo hecho –dijo Soph, poniéndose en pie mientras se negaba a admitir que Grey tenía unos labios que despertaban deseos de besarlo.

Era un espectacular gruñón que protegía su espacio personal como un tigre olvidando que la había contratado precisamente para entrar en él.

Buscó en los cajones de la cocina hasta que encontró un trapo del tamaño adecuado.

–¿Vamos? Decías que tenías prisa –dijo. Y con paso decidido fue al salón confiando en que Grey la siguiera–. ¿Por qué no te sientas ahí? –añadió, actuando con indiferencia para mitigar el efecto de estar dándole órdenes.

Grey no estaba acostumbrado a que le mandaran ni a que pasaran por alto sus indicaciones.

–He dicho que no tengo tiempo.

–Ya, pero sólo nos llevará un par de minutos –Sophia pestañeó con aparente inocencia y Grey pensó que sus pestañas eran espectacularmente largas.

–Está bien –refunfuñó–. Pero date prisa.

–Primero tendré que quitarte la férula del tobillo –dijo Soph.

Grey se sentó. Intentar detener a aquella mujer era como pretender atrapar un rayo. No se sentía capaz de dominar su entusiasmo.

Sophia se sentó a su lado, tan cerca que sus muslos se rozaban. Grey sabía que era inevitable, pero ello no impidió que se tensara y se diera cuenta de que quería prolongar el contacto, o aún mejor, extenderlo.