La Argentina vista como es - Luigi Barzini - E-Book

La Argentina vista como es E-Book

Luigi Barzini

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Beschreibung

Traducción de un libro sobre la inmigración italiana en Argentina y sobre el origen de los males políticos y sociales del país, vistos por un periodista imparcial, el corresponsal del diario italiano "Corriere della Sera" Luigi Barzini, que evidentemente sabía más que los argentinos de antaño y de hoy sobre el país, dada la sorpresa (y la alarma) que causaron sus artículos, escritos en 1902. Se trata de los males que existían y que fueron creados antes de los populismos y golpes de estado del siglo XX, y que siguen vigentes, no solo en Argentina, sino también en todos los países donde existe un alto grado de corrupción. Maestros de la impunidad y de la deshonestidad, la clase dominante de la época en cuestión no era Nacional sino por su residencia e intereses. Tal vez, la lectura de este libro pueda despertar algunas conciencias y revelar cómo se vota contra los propios intereses y los del país donde se vive. Además, Barzini evidencia como los italianos, que prácticamente crearon la Argentina, fueron humillados y despreciados por esta clase, tratados, como lo son ahora, los extra-comunitarios en Italia. Pero atención, porque Barzini no escatima críticas al Gobierno Italiano (del Rey) y a sus diplomáticos. En definitiva, un libro no solo para argentinos. La versión italiana (L'Argentina vista come è) se encuentra libremente en la web.

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Seitenzahl: 328

Veröffentlichungsjahr: 2023

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LUIGI BARZINI

La Argentina vista como es

Política, economía y sociedad de la Argentina en 1900

Gestión de la inmigración italiana por la Generación del 80

Traducción de L’ARGENTINA VISTA COME È de Luigi Barzini

** *

Traductor José M. Carcione

Barzini, Luigi La Argentina vista como es : gestión de la inmigración italiana por la Generación del 80 / Luigi Barzini. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3668-6

1. Narrativa. I. Carcione, José M., trad. II. Título. CDD 304.809

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Diseño de portada: Banderas del Reino de Italia (1861–1946) y de Argentina (1816)

Copyright © 2023 por José M. Carcione

email: [email protected]

Índice

INTRODUCCIÓN

PREFACIO

EL ADIÓS

HOJEANDO UNA GUÍA

AQUÍ Y ALLÁ POR BUENOS AIRES

LOS ALUCINADOS

LA CRISIS ARGENTINA. DEMASIADA BUENOS AIRES

ARGENTINA Y EL CAPITAL INGLÉS

NUESTRAS CARTAS DESDE ARGENTINA. CONTINUANDO...

LAS BASES DE LA OLIGARQUÍA ARGENTINA

EL GOBIERNO ARGENTINO EN ACCIÓN

LA JUSTICIA ARGENTINA

LA POLICÍA ARGENTINA

EL EJÉRCITO ARGENTINO

EL LUJO EN ARGENTINA

RIQUEZAS Y MISERIAS

YENDO A LA ESTANCIA

VIDA DE CAMPO

EL TRABAJO ITALIANO EN ARGENTINA

ERRORES Y DEFECTOS DE LA EMIGRACIÓN ITALIANA

UNIONES Y DIVISIONES

LOS HIJOS DE LOS ITALIANOS

EN EL CAMPO ARGENTINO: PEONES Y MEDIEROS

EN EL CAMPO ARGENTINO: LOS "COLONOS"

LA PROTECCIÓN DE LA MADRE PATRIA

CONCLUYENDO SOBRE ARGENTINA

BIBLIOGRAFÍA

EL TRADUCTOR

Introducción

Este libro es la traducción de una colección de artículos escritos por Luigi Barzini, corresponsal del Corriere della Sera a principios del siglo XX, enviado a la Argentina para informar sobre la situación de los emigrantes italianos. Partió con un grupo de ellos en 1901 desde el puerto de Génova en el buque de vapor "Venezuela". La situación era dramática y recuerda la de los extra-comunitarios y el "caporalato", actualmente en Italia. Además, Barzini describe la situación política y social del país durante la época de la Generación del 80 antes de la llegada al poder de los llamados populismos y golpes de Estado militares que marcaron la historia del país durante el siglo XX. Un "museo de los horrores", como decía el nieto de Sarmiento. Evidenciar este último aspecto, la política social y económica, es el motivo de la traducción de este libro. El fracaso e ineficiencia de una clase dominante que sentó la base de la ruina del país ("la ineptitud se convierte en una enfermedad crónica en las esferas superiores del gobierno y la descomposición avanza sin encontrar obstáculos"). Este grupo, proveniente de las familias tradicionales (prevalentemente españolas), posee la tierra (latifundio) e imposibilitaron (y todavía impiden) el desarrollo de una industria nacional y, en consecuencia, del país. Así, el proyecto oficial fue desmotivar la industrialización y fundamentar completamente la economía del país sobre la exportación de las materias primas del agro ("el granero del mundo").

Esta clase continuó manejando los destinos del país por medio de golpes de Estado, por ejemplo, la década infame (1930–1943), el golpe de 1966 al óptimo y honesto gobierno de Arturo Illia (Franco, 1984) y el trágico período 1976–1982, desde diversos puntos de vista, social y económico. El concepto de clase está bien interpretado por esta élite para contraponer la clase media ("europea") a la más pobre ("indígena") y lograr sus objetivos, aunque hoy día sin golpes de Estado. Actualmente, la manipulación y control de la opinión pública por los medios de comunicación se traduce en la manipulación de los individuos (Iyengar, 1991). Así, los medios (principalmente TV, radios y diarios en Argentina) crean tendencias o corrientes de opinión que nos convierten en una sociedad controlada de acuerdo a fines que son ajenos al bien común, y que son determinados por estos grupos de poder económico.

Todos los males en los que degenera la democracia, no solo la argentina, están explicados brillantemente por Barzini, inventor del "reportage" (Colarizi, 2017, 2018), uno de los corresponsales más notables del siglo pasado. Nacido en 1874, tenía solo 26 años cuando escribió esta serie de artículos que conforman el libro. Pudo ver en unos pocos meses lo que otros no ven –o no quieren ver, o informar– en años. Barzini describe también la idiosincrasia del argentino, en particular aquella de su clase dirigente, que idolatra París a despecho de la cultura indígena y de la integración social. Esta actitud fue y es directa o indirectamente causa de muchos males y se repitió en los nuevos ricos (Jauretche, 1966). La Generación del 80 quiso transformar a Buenos Aires en la París del Sur, o sea, en un polo cultural al estilo europeo y con ese fin se incentivó la inmigración, pero no llegaron los más letrados, sino mayormente analfabetos, italianos principalmente y españoles de Nápoles, Génova, Sicilia, Galicia, etc. En 1869, el país tenía 1.830.214 habitantes y en 1895 la cantidad sube a 3.954.911. Entre 1857 y 1899 llegaron un millón de italianos y 360 mil españoles aproximadamente. La promesa del Estado argentino fue otorgar tierras a bajo costo y trabajo calificado, pero las tierras pertenecían ya a los latifundistas y el modelo agropecuario no permitía tantos puestos de trabajo y ni menos calificado. Entonces la elección fue vivir hacinados en los conventillos y después de mucho sacrificio establecerse en los arrabales de la ciudad. Por otro lado, el final de la guerra contra el indio (la Conquista del Desierto), para recuperar territorios, produjo una cantidad de ex–soldados y gauchos desocupados (los futuros compadres y compadritos) que llegaron desde el campo para poblar los arrabales y orillas de Buenos Aires. Sin embargo, siempre hay algo bueno detrás de todo lo malo. Si bien el plan de la clase dominante fue "culturalizar", en el sentido de europeizar a Buenos Aires, debido a este “melting pot” de distintas culturas, de inmigrantes y nativos, nace una expresión cultural popular que representó a las clases más bajas: El Tango, una expresión ya universal (el de la quimera, 2015). Los problemas políticos y sociales han sido extensamente tratados en las letras de tango. Como dice el sociólogo Julio Mafud las letras de tango son un imprescindible manual de sociología. A principios del siglo XX encontramos payadores que escribieron tangos y milongas para denunciar injusticias y para desmentir que un tema musical tiene que ser un elemento de entretenimiento sin contenido político y social alguno. Finalmente, están los tangos, más conocidos, de denuncia social, compuestos por Discepolín (Enrique Santos Discépolo), entre los que podemos nombrar "Yira–Yira" (1930), "Cambalache" (1934) y "Uno" (1943). A través del tango, el porteño expresó sus emociones, miedos y cuestionamientos sociales. No hay pesar, alegría, vicio o virtud que no haya sido mencionado en las letras del tango. Son las fuentes más auténticas de la forma de vivir de un pueblo. Y nada más actual que las estrofas de "Cambalache", compuesto durante la década infame.

Este es un libro que todo argentino (y no solo) debería leer, cuyo contenido debería ser parte del material de educación cívica que se enseña en las escuelas, donde generalmente se idealizan los eventos, próceres y personajes políticos. Es un ejemplo de los males, no solo argentinos y no solo de un determinado momento histórico, que aquejan la mayoría de los países del mundo, democracias o no. Ejemplos de delincuencia e injusticia institucional a la enésima potencia. La semilla de todos los males examinados por Alconada Mon (2018) brotó en la segunda década del siglo XIX: "El sistema argentino está montado para la corrupción y la impunidad. Los fiscales no investigan, los jueces no juzgan, los organismos de control no controlan, los sindicalistas no representan a sus trabajadores y los periodistas no informan". Los males de hoy, que llamamos "raíces" no son más que frutos rancios de ese mismo árbol cuyas verdaderas raíces tienen más de 120 años. Los métodos cambian pero la intención es la misma. En 1901, el presidente era Julio Argentino Roca, el representante más importante de la Generación del 80, que dirigió la política argentina durante más de treinta años a través del Partido Autonomista Nacional, y que se mantuvo 42 años sin discontinuidad en el poder (1874–1916). Barzini escribe: "Hay que concluir que Argentina es verdaderamente un país maravilloso si hasta ahora ha sido capaz de llevar sobre sus hombros a un monstruo tan devorador." Barzini revela también los sufrimientos que han tenido que soportar nuestros abuelos y bisabuelos emigrados en condiciones muy precarias, algo que nos toca de cerca a nivel familiar. Pero atención, porque Barzini no escatima críticas al Gobierno Italiano (del Rey) y a sus diplomáticos.

Homenaje al autor por su lucidez. Luigi Barzini (Orvieto 1874 – Milán 1947). Periodista y escritor italiano, corresponsal del Corriere della Sera, con sus reportajes (famosos los de la guerra ruso–japonesa, 1904–05, y la guerra de Libia, 1912) inauguró una técnica periodística basada en la vivaz inmediatez del tono. Como ya expresado, a finales de 1901 viajó a Argentina para realizar una investigación sobre la emigración italiana. Sus artículos, que denunciaban la difícil situación de los emigrantes y las delicadas condiciones políticas de esa república, fueron atacados por la prensa argentina afín a la clase dominante (ver el séptimo capítulo). Barzini participó en la competición automovilística Beijing–París (1907) y relató los principales acontecimientos de su tiempo, como el vuelo de los hermanos Wright. Publicó numerosos libros de viajes, incluido "La mitad del mundo visto desde un automóvil" (1906).

La capacidad de trabajo de Barzini era enorme. Sus reportajes, libres de preciosismo, se hacían entender tanto por la gente educada como por el pueblo. Fue premiado por las principales potencias europeas: Gran Bretaña lo nombró caballero de la Orden del Imperio y Francia le concedió la Legión de Honor. Barzini marcó profundamente la historia del periodismo, iniciando una nueva era, un antes y un después de Barzini, considerando su capacidad innovadora en el estilo, en los argumentos y en las fuentes de información. Su estilo de escritura fue comparado con la pintura de los impresionistas y fue llamado el "Kodak de la pluma" (Colarizi, 2018). En esta traducción he tratado de preservar las palabras y el estilo de la prosa del autor, a veces poética, muchas veces directa; la palabra parece ser la cosa misma. 

Barzini publicó algunas obras de teatro; la más conocida fue "Lo que no esperas". La película “Occultus” (2020) está inspirada en el libro de Barzini "En el mundo de los misterios con Eusapia Paladino". "En los albores del siglo XX era el mejor. Luego equivocó todo, hasta el gesto extremo" (Colarizi, 2018). Durante las dos décadas fascistas (1920–43) colaboró con la prensa del régimen (la única permitida), pero sus artículos reflejan la imposibilidad de decir la verdad sobre la situación política para satisfacer el "patrón" y el temor de perder el trabajo. Su hijo Ettore, partisano, murió en el campo de concentración de Mauthausen, a pesar de los intentos del padre para salvarlo (Barzini, 2021).  

Para finalizar, señalo algunos libros sobre la historia de las naciones latinoamericanas en el siglo XX y que desde distintos puntos de vista analizan todos los males. Ramos (2012) examina la historia de Latinoamérica, negativamente marcada por las clases dominantes, que no eran nacionales sino por su residencia e intereses. El libro, escrito en 1968, comienza con la colonización, y continúa con la emancipación y las revoluciones nacionales, la fragmentación en veinte Estados débiles e impotentes, y como la clase agraria exportadora fusiló o expatrió a los unificadores (Bolívar, San Martín, Morazán, Artigas). En Biografía Patria, Franco (1958), desde una posición netamente independiente, analiza los procesos históricos, en particular el argentino. Da cuenta como instituciones, academias, literatos, periodistas, la iglesia e incluso la izquierda, son los custodios del consenso. Quien no se adapta paga su precio: el desempleo, el olvido o la persecución político–ideológica (Galasso, 2005), en particular, Manuel Ugarte, que fue tan reconocido en el exterior como ignorado y proscripto en su propio país, y que tuvo como objetivo propagar la idea de la formación de una nueva nacionalidad latinoamericana (Ugarte, 1987).

Otro Mal fue (y lo es todavía) la incapacidad de integrar a los indígenas (y luego inmigrantes) a la sociedad, que culminó en la Conquista del Desierto una idea ("civilización o barbarie") anticipada por Domingo F. Sarmiento en su libro "Facundo" (Sarmiento, 1845), que elabora y pone las bases para la construcción del Estado agroexportador basado en el exterminio de gauchos e indios, luego llevado a cabo por Julio A. Roca en el período 1878–1889. Este general era el presidente de la República durante la estadía de Barzini en Argentina. La Conquista fue de una tal incivil brutalidad que incluso Bartolomé Mitre, quien había estado a favor de la campaña militar, publicó en 1879 un artículo sobre la matanza de 60 indígenas, que calificó, en el diario La Nación como "crimen de lesa humanidad". En esta frase de Luis Franco, se interpreta el motivo de la Conquista: "¿Que fue imposible hacer que los indios respetasen las vacas de los terratenientes? Más difícil fue hacer que los terratenientes respetasen las tierras del Estado". Barzini escribe: "Quinientos italianos desempleados en Bahía Blanca han publicado un manifiesto que dice: “Nos encontramos sin pan en la miseria más infeliz. Muchos de nosotros no hemos comido en dos días; nuestras esposas e hijos tienen hambre. ¡Solo pedimos tierra para trabajar!…” ¿No es inexplicable esto en un país que tiene casi un millón de kilómetros cuadrados de tierra esperando ser trabajada?". Poeta, político y periodista, José Hernández en su "Martín Fierro" (Hernández, 1966) escrito en 1872, denuncia el despojo de las tierras y maltrato al que fue sometido el gaucho por el Estado argentino y en el que muchos de los males "revelados" por Barzini son ya evidentes.

La historia sirve para conocer al pasado e interpretar al presente: la evolución de las sociedades en tiempo y espacio nos ayuda a no repetir los mismos errores en el presente y a moldear el futuro. Pero para esto, es necesario conocer la verdadera historia.

El traductor

“Quien olvida su historia está condenado a repetirla”

(Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás).

Prefacio

Medio millón de habitantes emigraron de Italia el año pasado. Nuestra emigración, que surgió, continuó y aumentó a estas proporciones espantosas en medio de demasiada indiferencia, se impuso de pronto a nuestra preocupación como uno de los problemas más graves, más complejos y más urgentes.

¿Es esta emigración un indicio de nuestra fuerza de nuestra necesidad de expansión, o de nuestra miseria, o de nuestra ignorancia, o un poco de todo? ¿Obedece leyes naturales e ineludibles, o es provocada –al menos en parte– artificialmente –aprovechando la credulidad, flexibilidad e ignorancia de las masas más bajas de nuestra población– con el propósito de lucrar por los agentes de emigración o con el propósito de fortalecer nuevas regiones con nuestra fuerza y nuestra sangre? ¿No hay tal vez un "tráfico" de personas? ¿Son las nuevas condiciones en las que se encuentra el emigrante italiano mejores o peores que las que deja?

¿Cuáles son las ventajas o desventajas directas e indirectas que se derivan de esta emigración para la Madre Patria? ¿Cuáles son los posibles remedios para los males? Estas son las preguntas que requieren una respuesta.

El gobierno ha promulgado nuevas leyes de emigración y la Comisión de reciente creación, presidida y administrada con celo y amor, comienza a dar sus frutos. Pero a pesar de ello, la opinión pública, de la que todo emana, no ha permanecido indiferente. Los males han llegado a tal punto que las miserias lejanas de tantos, de demasiados de nuestros emigrantes, han generado un grito que ha resonado hasta aquí, y ha focalizado imperativamente nuestros pensamientos sobre esas miserias, miserias antiguas y que nos parecen nuevas.

El Corriere della Sera aprovechó la oportunidad de la emigración italiana a Canadá que tuvo lugar el año pasado, a fines de marzo, para seguir paso a paso la dolorosa odisea de esos infelices arrebatados de sus hogares por el engaño de una infame especulación, y abandonados a la miseria y a las privaciones. Nuestro Eugenio F. Balzan, que junto a esos emigrantes hizo con ellos el viaje de Italia a Canadá, o sea de la ilusión a la verdad, reveló los engaños, la explotación, los abusos y las injusticias de los que miles de nuestros conciudadanos fueron víctimas; y sus artículos tuvieron un eco profundo. [N. d. T.: Eugenio Francesco Balzan (1874–1953) fue un periodista y empresario italiano.].

Este interés nuestro nos valió el honor de una carta del senador Pasquale Villari, con la que el ilustre presidente de la Dante Alighieri incentivó un estudio más amplio del fenómeno de la emigración, y resolvimos apresurar la ejecución de un antiguo proyecto nuestro: examinar de cerca la vida de nuestros emigrantes, en su nuevo entorno, para verificar su nueva situación moral y material. Y empezamos por Argentina, que es el país donde vive la mayor cantidad de italianos, y donde se dirige la mayor corriente de nuestra emigración desde hace cincuenta años.

Aquí está el origen y propósito de las cartas argentinas de nuestro corresponsal Luigi Barzini, publicadas en el Corriere desde noviembre del año pasado hasta septiembre de este año. Son cartas honestas y concienzudas, que presentamos ahora reunidas en un libro porque hay que insistir un poco sobre muchas verdades, y lamentablemente los artículos periodísticos nacen, viven y mueren en el transcurso de un solo día.

Esperamos no haber hecho un trabajo completamente estéril, y haber contribuido, dentro de los límites de nuestras fuerzas, con un aporte al estudio de la emigración, un tema que nos preocupa.

EL CORRIERE DELLA SERA

EL ADIÓS

[Del Corriere della Sera del 19 de noviembre de 1901]

A bordo del "Venezuela", 12 de octubre

¿Quién puede oír sin profunda emoción el grito que se eleva de un barco cargado de emigrantes, en el momento de la partida, ese grito al que responde la multitud aglomerada en los muelles, el grito desesperado de mil voces roncas de lágrimas? ¡Lloran adiós! ¡Y parecen clamar por ayuda!...

¡La despedida! No hay nada más amargo y doloroso. Todo el sufrimiento humano se puede expresar con esta palabra: ¡adiós! En el fondo de todos nuestros dolores siempre podemos encontrar una despedida: de algo o de alguien.

Nunca olvidaré la triste partida de este vapor que me lleva a través del Atlántico; quizás porque, al salir, me siento un poco como un acompañante de los emigrantes que están a bordo. Y también porque en el aburrimiento y la desilusión de viajar hay dos grandes emociones, solo dos, de las que nadie puede escapar: la partida y el regreso.

** *

Cuando se escucha la advertencia a bordo: “¡Quién no es un pasajero, a tierra!” comienza un momento de agonía. Parece que solo entonces aquellos que se van tienen claramente la sensación de lo irreparable. Parece que está este pensamiento en cada alma: ¡puede que todavía no me vaya! Esto daba coraje.

“¡Quién no es un pasajero, a tierra!” —repiten las voces indiferentes de los marineros. El llanto estalla entre la multitud pobre acampada en las cubiertas; se anudan abrazos largos, violentos y desesperados; los rostros llorosos se reclinan sobre hombros sacudidos por los sollozos; palabras interrumpidas y jadeantes se entrelazan: ¡Recuerda!... ¡Escribe!... ¡Vuelve, vuelve!...

“¡A tierra! ¡A tierra!” —advierten cruelmente los marineros: y comienza la dolorosa procesión de los que quedan en la pasarela. No hay muchos. El amargo consuelo de los saludos no es para todos. Es una multitud variada que se dispone a lo largo del muelle, con sus rostros pálidos atentos al barco, esperando.

Hay algo de funeral en esta expectativa. De hecho, la partida de un emigrante a un país lejano tiene un poco de muerte. Muere a su vida habitual. Muere para los suyos, muere para su país, desaparece en lo desconocido. Quizás piensa vagamente en un regreso, es cierto; su muerte tiene esperanza de resurrección. Pero en el momento del desapego, el torbellino de dolor disipa todos los sueños. Tiene el ojo perdido y el rostro desolado de quienes se encuentran frente al abismo insondable de otra vida. Esta muerte es peor que la real, la última, en que está la desolación de los que se van sumada a la desolación de los que quedan. Estos dos dolores enfrentados, desde la orilla hasta el barco, se alimentan hasta el punto de la desesperación. Las almas, unidas por el afecto, son como espejos que envían imágenes: lo que pasa dentro se refleja cien veces hasta el infinito.

Todos guardan silencio porque todos sienten que hablar sería llorar. Solo unas pocas voces susurran de vez en cuando: ¡coraje! Y con sollozos responden. Un emigrante llega tarde, corriendo, seguido de una mujer. Sus rostros están enrojecidos de correr y empapados de lágrimas. En el borde del embarcadero se abrazan con fuerza, sin mediar palabra, mientras los porteadores dispuestos a retirarse de la pasarela gritan: ¡De prisa! Entonces el hombre se libera y se apresura a abordar, como si huyera. Le sigue la mirada desolada de la mujer que permanece inmóvil, atónita. Nadie presta atención a esta escena; el dolor hace egoísta, es decir, cruel; los dolores de los demás suelen ser un consuelo propio.

** *

En el silencio se pueden escuchar las órdenes desde lo alto de la cubierta: los silbidos de las señales hacen vibrar las órdenes. De todos lados el trueno de la vida es intenso, el latido de la ciudad indiferente. Los tranvías eléctricos rugen a lo largo de la carretera de circunvalación y tocan sus campanas alegremente. El estruendo de un tren que parte se dispara en el túnel que conduce al luminoso San Pier d’Arena [N. d. T.: barrio de Génova.]. Un mundo de personas pasa sin detenerse, sin darse vuelta, sin darse cuenta de los miles de dramas que en la salida inmediata tienen un solo epílogo. El viento fresco desciende de las colinas y trae los últimos aromas de la tierra. Los jardines nunca han sido tan verdes y hermosos, tan cruelmente seductores. El colosal Neptuno de Villa Doria, mira con profundo desdén a su antiguo reino, el mar, desde la espesura de los árboles; parece decir: ¡Aquí, aquí está bien! Génova toda sonríe al sol…

Los preparativos están en pleno apogeo. Los brazos grandes y lentos de las grúas han colocado las últimas cajas en la bodega abierta. Eran valijas de emigrantes, pobres baúles de madera en bruto, cestas, viejas cajas tachonadas que crujían sujetadas por las sogas. Se retira la pasarela. Ya no hay nada entre la tierra y el barco. Se escucha una orden. Los cabrestantes de proa comienzan a girar con estruendo: el ancla se levanta, sale lentamente del mar húmedo y resplandeciente. Los amarres se aflojan. Debajo de la popa el agua empieza a hervir, se forma un vórtice del que la espuma se escapa agitada y se esparce muy lejos: la hélice está en movimiento.

Los emigrantes acuden en masa a los parapetos, trepan a los ataques de los obenques, luchan por un lugar, pálidos, silenciosos, decididos.

El vapor se mueve: lentamente, lentamente, fluye a lo largo del muelle. La muchedumbre silenciosa lo sigue paso a paso haciendo señas de despedida. Unos pañuelos suben a los ojos, pero por poco tiempo; no hay tiempo para llorar, se quiere ver, ver hasta el final, ver hasta lo posible: los momentos son preciosos. Los ojos no se apartan del barco ni un instante; ojos resignados y doloridos, en los que con la expresión del sufrimiento hay tanta dulzura de súplica. Los que sufren resignadamente tienen la mirada del vencido que pide piedad, y de él emana toda la poesía de la derrota. Una pobre mujer levanta a un niño sobre su cabeza que saluda con ambas manitas, riendo.

De repente el vórtice de espuma se torna tormentoso, la hélice comienza a latir rápidamente, haciendo vibrar toda la nave. La tierra se aleja. Entonces se elevan las voces, estallan gritos mal contenidos. Entonces, de repente, desde los lados del vapor el grito desesperado que aprieta el corazón, el grito que casi ya no parece humano: ¡¡Adiós !! Y mil brazos se extienden hacia la tierra y se mueven casi en el estúpido esfuerzo de un último abrazo.

** *

¡Adiós! La multitud ya confundida en el puerto responde. Sobre ella relucen los pañuelos ondeados, y cada pañuelo se reconoce a bordo como si fuera un rostro, se sigue fija, ávidamente. Ese punto blanco que parpadea sobre las cabezas repite una vez más todo ese mundo de cosas inexpresables que las almas saben contarse cuando el llanto enmudece la boca.

Todo desaparece lejos; las aduanas y los muelles del puente Federico Guglielmo ya parecen casas blancas al sol. Se pasa cerca de un buque escuela, de donde llegan los compases alegres de una marcha militar; muchachos con uniforme de marinero se asoman en el parapeto agitando sus gorras. Nuestro vapor silencioso se aleja deslizándose sobre aguas tranquilas y serenas. Sobre un carbonero, los marineros en fila realizan una maniobra y su canto se extiende alegremente en la tranquilidad del puerto. Giramos el Molo Vecchio, detrás del cual emerge un bosque de mástiles de veleros, un denso entrelazamiento de obenques, escaleras y mástiles de bandera que se destacan contra el azul inmaculado del cielo; el mar bromea de mil maneras sobre las rocas alrededor del farol. Los alegres toques de trompeta provienen de dos buques de guerra anclados en el Molo Lucedio; parecen evocar canciones lejanas. Las gaviotas se persiguen en la superficie del agua gritando, como en un juego. Girando el Molo Giano para salir del puerto, toda Génova se abre a los ojos, custodiada por los fuertes, encantadora. ¡Hay un alegre aire de celebración!

Poco a poco, todo se escapa en el horizonte y se empaña. El rostro de la Patria palidece a lo lejos, pero las últimas caricias de nuestra mirada aún la recorren con fervor…

HOJEANDO UNA GUÍA

[Del Corriere della Sera del 5 de diciembre de 1901]

A bordo del "Venezuela"

Un interesante folleto llegó a mis manos. El gobierno argentino lo encontró interesante, incluso antes que yo, tanto que pensó que lo mejor era autorizar la compra de quince mil ejemplares para distribuirlos gratuitamente en Italia. Es una Guía del Emigrante Italiano a la República Argentina.

Es un folleto escrito con cierta sinceridad, y por lo tanto básicamente honesto, y me cuido de ponerlo en un paquete con las infames publicaciones de propaganda que circulan en algunas de nuestras campañas donde la epidemia de la emigración hace estragos. Precisamente porque está escrito con una sinceridad que resulta interesante. A la Argentina, por supuesto, se le llama el «país ideal»; se dice que «no hay país en el mundo donde los italianos puedan estar mejor que en la República Argentina», en el que se han unido todas las bendiciones del cielo y la tierra. Pero entre tantas cosas bellas y seductoras se pueden leer frases, quizás destinadas a amortiguar el desencanto, que deberían hacer meditar mucho a nuestros emigrantes, si el hombre atrapado por el furor migratorio fuera un ser razonable.

Son frases sinceras: “Los trabajadores deben estar decididos a hacer todo, a ir a cualquier parte… Sus trabajos, así como el del campo, serán pesados, quizás más pesados que los trabajos similares que se realizan en Italia… Los emigrantes deben resignarse a todo (en los primeros días) e ir a América con la idea de que los principios serán duros y dolorosos... El empleo de los artesanos no es tan fácil (comparada con la de los campesinos) y más de una vez no podrán trabajar inmediatamente en su oficio y tendrán que resignarse a hacer cualquier cosa por pesada que sea. Cuando esto sucede, muchos maldicen la hora en que se les ocurrió embarcar, entregándose a desahogos completamente injustificados... Los emigrantes a los que se les ofrece un trabajo fuera de Buenos Aires lo deben aceptar de inmediato y también la posibilidad de ir a cualquier parte. En Buenos Aires muchas veces es imposible encontrar trabajo… Los emigrantes tienen que resignarse a los contratiempos de los primeros tiempos, viviendo mal, adaptándose a cualquier trabajo, sin debilidades ni desalientos. De lo contrario sería mejor que no se fueran de su país, porque en cualquier otra nación de América se encontrarían peor… Los que emigran deben siempre persuadirse que para abrir un camino, para vivir y ahorrar, tendrán que soportar los trabajos más dolorosos, someterse al trabajo más pesado. Mejor para ellos si la realidad será después menos sombría que las previsiones...”.

** *

Todo esto es natural. América tal como se presenta a las fantasías y esperanzas de tantos pobres nunca ha existido, ni siquiera en la era de los Guaraní. En todos los países del mundo son los fuertes los que resisten y triunfan después de intensas luchas y privaciones: incluso en América. Y esto es lo que deben entender los alucinados que son atraídos aquí por el sueño de riquezas fáciles.

Deben entender que “resignándose a vivir mal, adaptándose a cualquier trabajo, sin debilidades ni desalientos”, bien podrían quedarse en su Italia, que sigue siendo “el país del mundo donde los italianos pueden sentirse mejor”, sin ofender a la República Argentina. Deben entender que si hicieran en casa lo que la necesidad les obliga a hacer aquí, si vertieran en su país todas las energías con las que enriquecen esos países lejanos, si los sacrificios y el trabajo bestial a los que la desesperación los lleva, una vez que hayan emigrado, como un látigo sangriento, los reservaran para la hermosa tierra que los vio nacer, si las iniciativas que encuentran cuando están lejos y perdidos, las tendrían en casa, encontrarían bien su América en Italia, pero aquella de las leyendas, es más bella, y más querida.

Pero es la miseria lo que los empuja a emigrar: lo dice también la Guía italiana para emigrantes a la República Argentina. Casi parece que la América joven nos tiende una mano caritativa, a nosotros, viejos miserables, tomándonos por los brazos. ¡Ah! nuestra miseria, la gritamos. ¿Y la miseria de América, de la tierra prometida? ¿Y las huelgas argentinas? ¿Y los diez mil desocupados en Buenos Aires? ¿Y los que vuelven de allí agotados, con la voluntad destruida? ¿Y los que ni siquiera pueden volver porque no tienen fuerzas? ¿Y los que terminan en el atorrantismo, la forma de pobreza más abyecta y vilipendiada? De los emigrantes que conocemos, ¿cuántos caídos, desconocidos, lejanos, olvidados?

La Guía del Emigrante, hablando de las fortunas hechas por muchos trabajadores italianos en Argentina, dice:

«Sabemos que entre los emigrantes hay algunos que sufren todo tipo de angustias, contratiempos y privaciones antes de encontrar una situación menos dura, si la encuentran, que no les pasa a todos. Pero sin embargo, diablos, hay quien consigue un buen puesto, y “solemos citar, como ejemplo, en Buenos Aires, a un herrero que acabó siendo dueño de una gran fundición y un gran número de casas”. Bueno, no basta un herrero, y luego el herrero porteño, ¿no tenemos cien nosotros? ¿No vemos en todas nuestras ciudades trabajadores inteligentes, hombres de voluntad y perseverancia que llegan a liderar industrias, y que llegan a tener una “fundición con una gran cantidad de casas?».

Vamos, rompamos el hechizo que todavía rodea a América en la mente de nuestra gente. América es un lugar donde la gente sufre, donde llora y donde sucumbe, como en todo el mundo. Aquí la lucha es menos disciplinada y, por lo tanto, violenta, terrible: mastines fuertes y agresivos corren detrás de la riqueza. Y no son estos mastines que puede aportar nuestra emigración. La emigración italiana es una emigración de músculos. Esta Guía del Emigrante dice: “Además de los débiles raquíticos y los viejos, no deben emigrar los que han estudiado, que han recibido una educación más o menos especial”. Entonces, ni músculos enfermos ni cabezas sanas. Son brazos buenos lo que quieren de nosotros, solo brazos fuertes. Y les damos.

Este folleto que hojeo, en cuya portada, a modo de aval oficial, destaca el sello del “Consulado de Milán”, es una exposición clara y fácil de consejos, al alcance de mentes sencillas. A partir de la lectura de estos consejos, el emigrante italiano, poco a poco, se hace una idea de lo que realmente es la emigración: cómo se entiende una enfermedad a través de los consejos del médico.

La emigración no es el efecto natural de la ley de la oferta y la demanda de trabajo, como afirma el prefacio del folleto. En los centros argentinos hay plétora de mano de obra, sobre todo en Buenos Aires que atraviesa una crisis considerable, y la Guía de hecho intenta en cada página persuadir al emigrante para que vaya al campo, resueltamente, sin miedo de la distancia, e inmediatamente. En la colonización, es la riqueza del país la que se aventaja, mientras que el esfuerzo y el trabajo pesan sobre los pioneros dispersos en la estancias de las Pampas. Quieren una emigración estable: la Guía considera que la “emigración definitiva” es mucho más ventajosa para los emigrantes y les aconseja que “resuelvan sus asuntos como si nunca regresaran” antes de partir. Advierte contra el dulce mal del país; “Hay que tener cuidado con estos sentimentalismos que nos provocan malestar y ansiedad y nos llevan a cometer ligerezas de las que luego nos arrepentimos”; la ligereza, por supuesto, es el retorno. “Estas vacilaciones hacen un daño enorme a los emigrantes”. “Al fin y al cabo, incluso los llanos argentinos con sus horizontes infinitos tienen su poesía y sus atractivos”. “Afortunadamente, los italianos son los que más fácilmente se arraigan en la República Argentina; sin embargo, la mayoría de ellos tardan en convencerse de que deben considerar a la Argentina como su residencia final, como su segunda patria”. Quienes no tienen tales debilidades “obtienen una inmensa ventaja sobre quienes solo piensan en regresar”.

Es lógico. La Guía ve la emigración con franqueza y claridad desde el punto de vista argentino, sobre todo cuando, hablando de los ahorros de los emigrantes, aconseja a “los que tienen un mayor conocimiento de estas cosas” que compren valores de los préstamos internos de la Nación, porque “no se repetirán los colapsos y las suspensiones de pago de otras épocas.” ¿Y desde el punto de vista italiano? ¿No es doloroso y humillante? Esta sustracción continua de nuestras fuerzas vivas, esta transfusión de nuestra sangre para la regeneración de países lejanos, debido principalmente a la ignorancia de nuestras masas, ¿no es algo muy triste?

Y no debemos ser demasiado optimistas sobre las ventajas que Italia puede obtener de la emigración: el estado civil de los consulados nos enseña que la italianidad normalmente se pierde en la primera generación: y todos los italianos que han pasado cincuenta años en la Argentina han proporcionado a su madre patria solo un tercio de las exportaciones que Inglaterra tiene aquí; y solo hay veinte mil ingleses en Argentina. Ingleses, afortunados, de padre a hijo y de hijo a nieto, como si vivieran en el corazón del Reino Unido.

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La Guía del Emigrante critica el gobierno italiano porque tiene la intención de ocuparse de la emigración. “Todas las naciones de Europa –dice– tienen emigración, en mayor o menor escala: pero Italia es la única nación donde se habla continuamente de medidas, protecciones, leyes, colonias (que no lo son).” Se mete con el Gobierno “porque en resumen, con tanto hablar de colonias y protecciones, solo irrita la susceptibilidad y crea desconfianza y sospecha.”

Sí, todas las naciones tienen emigrantes: pero de los 1.765.784 emigrantes europeos que desembarcaron en Argentina entre 1857 y 1898, 1.093.112 eran italianos. Tenemos derecho a ocuparnos de ello. Y luego, ¿qué ha hecho el gobierno italiano con su nueva ley de emigración y el reglamento complicado y burocrático? Facilitó el viaje, para que los emigrantes llevaran a bordo mucha carne, pan y metros cúbicos de aire respirable durante el viaje.

¡Como si el complejo fenómeno de la emigración consistiera en esos veinte días de navegación!...

AQUÍ Y ALLÁ POR BUENOS AIRES

[Del Corriere della Sera del 24 de diciembre de 1901]

Buenos Aires, Noviembre

La mayor característica de Buenos Aires es que no tiene características. Buenos Aires es un poco de todo. Un Santos Dumont que aterrizara aquí, suponemos, con una máquina para volar, se sentiría extremadamente avergonzado de juzgar, desde arriba, a qué país del mundo lo había llevado el viento o el motor. [N. d. T.: Alberto Santos Dumont (1873–1932) fue un aviador, inventor e ingeniero brasileño.].

¡En la llanura e interminable extensión de casas vería chapiteles alemanes adornados con tracería de hierro, como ciertos tejados de la antigua Nuremberg, cerca de terrazas bajas blancas y desordenadas que recuerdan a Cádiz! Vería las cinco cúpulas tradicionales de una iglesia rusa y dos campanarios españoles más lejos: y cúpulas italianas proyectando su sombra sobre las mansardes[áticos] de un edificio parisino: y palmeras como en la Favorita y plátanos como en “Avenue des Champs–Elysées”. ¡De vez en cuando el infeliz aviador podría creer que ha llegado a todos los países de Europa!

De hecho, se puede decir que Buenos Aires es una especie de muestra de capitales europeas; ni siquiera el más mínimo tono de color local. Casi surge la pregunta, como la del rey portugués de España de los sonetos de Pascarella:

Ma st’America c’è? ne sete certo?

¿Pero esta América existe? ¿Estás seguro?

[N. d. T.: Cesare Pascarella (1858–1940) fue un poeta y pintor italiano. Este verso aparece en su poema "La Scoperta dell'America".].

Se sale de una mala copia del “boulevard” parisino –que es la Avenida de Mayo, la calle principal de la ciudad– y uno se encuentra en la “Plaza de la Victoria” [N. d. T.: hoy Plaza de Mayo.], una perfecta plaza londinense, sombreada y verde con su fuente que arroja agua en días solemnes y su valiente monumento ecuestre, una especie de “caballo de espadas”, que representa al general Belgrano. Frente al general se encuentra ese curioso obelisco famoso con el nombre de “Pirámide de Mayo”, erigido para “perpetuar el glorioso pronunciamiento de independencia”, función que este, aunque hecho de estuco, lleva cumpliendo concienzudamente hace noventa años [1811]. Es la obra maestra de un pobre maestro albañil italiano, un tal Podestá, que se convirtió en arquitecto por necesidad. Ya sabes, el italiano:

Er talentaccio suo se l’ariggira [sic; se lo rigira]

[N. d. T.: verso de Cesare Pascarella, en "La Scoperta dell'America", que significa que el italiano tiene talento para realizar cualquier cosa si se lo propone.].

El trabajo de nuestro oscuro compatriota está encerrado en una armadura tachonada de bombillas eléctricas que se encienden en las noches festivas: una vez al año todo recibe una buena capa de pintura. Este es el monumento más antiguo y sagrado de la República Argentina, alrededor del cual se realizan ceremonias y manifestaciones patrióticas; destino de ceremonias y peregrinaciones, tribuna de elocuencia conmemorativa. [N. d. T.: En realidad la pirámide fue realizada por el maestro mayor de obras Francisco Cañete. En 1856, una comisión presidida por Domingo F. Sarmiento encargó a Prilidiano Pueyrredón un proyecto para restaurarla. Construyó la actual, dejando parte de la original en su interior.].