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Durante gran parte de mi vida, me repetí que no era linda, que mi cuerpo no se parecía al de las modelos y que, por lo tanto, alcanzar la belleza era una cuestión de sacrificio. Pero, ¿qué es realmente la belleza? ¿Por qué hemos aprendido a buscarla fuera de nosotras mismas? ¿A qué precio seguimos las mujeres un mandato estético que, de todos modos, resulta inalcanzable o insostenible? En este libro, comparto —a modo de bitácora— reflexiones que narran el viaje que emprendí en busca de respuestas a estas preguntas. De esta travesía emerjo convencida de que la belleza no duele. Lo que duele, en realidad, es la sensación constante de ser incorrecta.
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Seitenzahl: 59
Veröffentlichungsjahr: 2025
MARÍA ALEJANDRA BARAYBAR
ILUSTRACIONES: LORELEY CÁRCAMO
Baraybar, María Alejandra La belleza no duele : diario de una transformación / María Alejandra Baraybar ; Ilustrado por Loreley Cárcamo. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-5930-2
1. Narrativa. I. Cárcamo, Loreley , ilus. II. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agradecimientos
Presentación
La belleza no duele
Entre atajos y emboscadas
Durmiendo sobre una balanza
Tres facturas
El miedo a no pertenecer
El puente
Ecos como semillas
Y vos, ¿qué hacés solo por placer?
Incorrecta
La región de los encuentros
A barlovento
Tréboles
Sumergida
Miradas
Encendida
Mirarme en el espejo del mar
La otra orilla
“El amor más grande que conocí,
sin querer un día pasó por mí”.
Fito Páez
A Atilio, por pasar por mí,
arrebatarme el aliento
y colarse en mi corazón para siempre.
“Me han regalado un diamante
y no sé qué hacer con tanta luz”.
Jorge Fandermole
A Mica, por torcer el rumbo de mi vida en un instante
y enseñarme de valentía a todas horas.
“Todas las hojas son del viento,
ya que él las mueve hasta en la muerte”.
Luis Alberto Spinetta
A Dani, por enseñarme a ser como él,
hoja liviana que mueve el viento,
viajera de todos los tiempos.
“Susanita tiene un ratón,
un ratón chiquitín”.
—en la mejor versión de todas, la de Pedro.
A Pedro, por enseñarme que el universo
está contenido en lo pequeño.
“Por la cosa más pura con la cual me alimento,
por mi pan de ternura,
con las alas del alma desplegadas al viento”.
Eladia Blázquez
A mi mamá y mi papá,
por regalarme la hermosa aventura de vivir en este mundo
y por plantarme, al nacer, las raíces y las alas.
Zarpé un día en busca de mí misma y, aunque llevaba en mi barca todos los elementos necesarios para la expedición, desconocía cómo utilizar algunos de ellos.
Viajé en soledad, pero nunca estuve sola. En el puerto estaba Norberto Sánchez, quien, con amorosa paciencia, recibió uno a uno mis manuscritos y me enseñó a transformarlos en miel.
En uno de los puertos que visité encontré a Loreley Cárcamo. En su valija llevaba papeles de colores, tijeras y pegamentos con los que creaba imágenes para atestiguar sus hallazgos. Como una niña embelesada, le pregunté si me regalaba algunas. Y, ¿qué creen? Me dijo que sí. Por eso, están intercaladas entre mis notas, junto a otros tesoros que el mar me obsequió.
En las orillas, muchas mujeres agitaban sus pañuelos, alentando mi travesía. A algunas las conozco; a otras no. Por ellas, por mí, por las que ya no están, por las que aún no nacen, por todas nosotras, mis escritos cobraban sentido.
Y en casa estaba Atilio, mi esposo, atento a que el mundo que construimos juntos siguiera funcionando mientras tanto. Desde allí supo contener mis miedos, iluminar mi ruta y esperar mi regreso para celebrar mis conquistas.
Mi gratitud a todos estos seres mágicos, sin quienes no habría sido posible llegar al final de mi travesía.
En cierto momento de mi vida lo percibí con claridad, tal vez porque me sentía agotada o derrotada. Quizás destinaba gran parte de mi energía vital a lograr un cuerpo acorde a las exigencias del afuera. Sin embargo, los caminos siempre parecían llevarme directamente a uno de esos lugares de juegos repletos de espejos deformados. Quién sabe, según el azar del día –o del momento–, mi reflejo se agrandaba o se achicaba, se volvía una esfera caricaturesca o una espiga igual de irreconocible.
A mi cuerpo solo le pedía más y más, aunque, en verdad, no le daba nada a cambio. Ni descanso, ni amor, ni cuidados, ni placer. Y, claro está, mucho menos, la sensación de sentirme hermosa y disfrutar de vestirme para conquistar la vida.
Sentía la necesidad de ser hermosa, feliz, abundante y valiosa; sin embargo, esto dependía de la forma de mi cuerpo. Sabía que –hasta que no lograra lucir como las modelos– nada bueno ocurriría en mi vida.
A veces pienso, Harry, que la historia del mundo solo ha conocido dos eras importantes. La primera es la que ve la aparición de una nueva técnica artística. La segunda, la que asiste a la aparición de una nueva personalidad, también para el arte. Lo que fue la invención de la pintura al óleo para los venecianos, o el rostro de Antínoo para los últimos escultores griegos, lo será algún día para mí el rostro de Dorian Gray.
No es solo que lo utilice como modelo para pintar, para dibujar, para hacer apuntes. He hecho todo eso, por supuesto. Pero, para mí, es mucho más que un modelo o un tema. No te voy a decir que esté insatisfecho con lo que he conseguido, ni que su belleza sea tal que el arte no pueda expresarla. No hay nada que el arte no pueda expresar, y sé que lo que he hecho desde que conocí a Dorian Gray es bueno, es lo mejor que he hecho nunca. Pero, de alguna manera curiosa (no sé si me entenderás), su personalidad me ha sugerido una manera completamente nueva, un nuevo estilo.
El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde.
Tal vez así se reveló ante mí con repentina claridad. Verlo tan nítidamente se sintió como volver a respirar después de un eterno instante de ahogo. El aire fresco trajo preguntas nuevas, y sus reveladoras respuestas me permitieron reconstruirme poco a poco.
Advertí, entonces, que no era mi cuerpo lo que debía cambiar para sentirme viva, plena y hermosa. En la obra de mi vida, el reflector dejó de enfocar a mi cuerpo para iluminar el pantanoso mundo de mis creencias, de nuestras creencias, de esas que compartimos la mayoría de las mujeres y que nos mantienen exigiéndonos –hasta el agobio– responder a un estereotipo estético.
A quienes hemos escuchado decir: “la belleza duele”.
Las mujeres, ¿cuántos mensajes recibimos a diario sobre los sacrificios ineludibles para estar hermosas? ¿Cuántas dietas y tratamientos solventamos para alcanzar un mandato de belleza que, de todos modos, resulta inalcanzable o insostenible? ¿Qué lugar nos otorga la sociedad patriarcal atravesada por esta idea de belleza imperante? ¿Es posible seguir custodiando este mandato? ¿El costo...?
Soy una mujer de 48 años que, desde los 20, inició el camino de la maternidad. Tengo tres hijos que nacieron en épocas muy diferentes de mi vida, incluso como fruto de configuraciones familiares distintas. Durante la mayor parte de mi vida profesional, me dediqué a la docencia y a la música. Así, emprendí varios proyectos autónomos porque siempre vibró en mí la necesidad de construir mi propio universo, con mis reglas, aromas, principios y elecciones. Inicié con mucho entusiasmo cada proyecto, cada etapa, y estuve atenta a reconocer cuándo cada una de ellas estaba llegando a su final.