La censura de la palabra - José Portolés Lázaro - E-Book

La censura de la palabra E-Book

José Portolés Lázaro

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Todos censuramos. La censura no es un fenómeno limitado a ciertos sistemas políticos, sino un comportamiento habitual en la interacción comunicativa. Censura quien trata de impedir o castigar aquello que otros desean comunicar y que considera amenazante para su ideología. Encontramos censuras oficiales, otras grupales o por adición, así como también censura de formulación. Este volumen pretende sistematizar las distintas posibilidades de la censura a partir de los instrumentos teóricos que aportan la pragmática y el análisis del discurso, y mediante su índice temático, se convierte en una pequeña enciclopedia de la censura en España. Una obra de interés para los lingüistas estudiosos del análisis del discurso, para los profesionales de las Ciencias de la Comunicación y para quienes se preocupan por la libertad de expresión y sus limitaciones.

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Veröffentlichungsjahr: 2016

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LA CENSURADE LA PALABRA

ESTUDIO DE PRAGMÁTICAY ANÁLISIS DEL DISCURSO

LA CENSURADE LA PALABRA

ESTUDIO DE PRAGMÁTICAY ANÁLISIS DEL DISCURSO

José Portolés

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Del texto: José Portolés Lázaro, 2016© De esta edición: Universitat de València, 2016

Coordinación editorial: Maite SimónMaquetación: Inmaculada MesaDiseño de la cubierta: Celso Hernández de la FigueraCorrección: Communico-Letras y Píxeles S. L.

ISBN: 978-84-370-9957-6

A mis hijas, Luisa y Elena

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PARTE ILA CENSURA DESDE LA PRAGMÁTICA Y EL ANÁLISIS DEL DISCURSO

1. EL CENSOR COMO TERCERO

1.1 El motivo de censurar

1.2 La censura prototípica: el censor como tercero

1.3 La comunicación inferencial

1.4 La complejidad del censor

1.4.1 La censura oficial.- 1.4.2 La censura por organizaciones no oficiales.- 1.4.3 La censura grupal.- 1.4.4 La heterogeneidad dentro del grupo censor.- 1.4.5 La censura del individuo: la identidad censoria.

2. LA IDEOLOGÍA COMO NORMA

2.1 La ideología

2.2 Ideología e identidad

2.3 El poder

2.4 La periferia de la censura

3. EL MENSAJE CENSURABLE

3.1 Los actos de habla como amenaza

3.2 La imagen

3.3 Poder relativo. El control

3.4 La distancia entre el censor y el censurado

3.4.1 La identidad social.- 3.4.2 La identidad de género.

3.5 El grado de imposición

3.5.1 La atenuación- 3.5.2 La intención informativa.- 3.5.3 Mensajes esópicos.- 3.5.4 El recurso a la neolengua del censor.- 3.5.5 La compensación de la amenaza.

3.6 El grado de difusión

3.6.1 La transmisión de las ideas.- 3.6.2 La publicidad del acto censurable.

3.7 La ocasión del mensaje censurable

4. LAS CONDICIONES DEL ACTO CENSORIO

4.1 Diferencias entre el acto censurable y el acto censorio

4.2 La (no) satisfacción del acto censorio

4.2.1 El espacio.- 4.2.2 El tiempo.- 4.2.3 Mensajes accesibles para el censor.- 4.2.4 La responsabilidad.

PARTE II¿CÓMO ACTÚA LA CENSURA?

5. LA INTERACCIÓN CON LA CENSURA

5.1 La autocensura

5.1.1 Autocensura del emisor.- 5.1.2 Autocensura del receptor.

5.2 La censura activa

5.2.1 La interacción emisor/censor.- 5.2.2 La interacción destinatario/ censor.- 5.2.3 Una nueva interacción emisor/destinatario. La palinodia censoria.- 5.2.4 La interacción censor/destinatario. La publicidad del acto censorio.

6. LAS RELACIONES DE IDENTIDAD DEL CENSOR

6.1 La identidad del censor y la identidad del censurado

6.2 El censor coligado con el destinatario

6.3 El censor coligado con el emisor

6.4 El censor no-coligado

7. ¿QUÉ SE CENSURA?

7.1 Los asuntos

7.1.1 La realidad interdicta. La libertad de información.- 7.1.2 La prohibición de opiniones. La libertad de opinión.

7.2 El emisor

7.2.1 La persona del emisor.- 7.2.2Opera omnia.- 7.2.3 Grupos de personas.- 7.2.4 Organizaciones y medios de comunicación.

7.3 El receptor

7.3.1 El censor coligado.- 7.3.2 El censor no coligado.

7.4 Los modos

7.4.1 Hablar.- 7.4.2 Leer y escribir.- 7.4.3 El alfabeto y otros aspectos formales.- 7.4.4 La comunicación multimodal.

7.5 La formulación

7.5.1 La lengua.- 7.5.2 Léxico y gramática.- 7.5.3 Actos de habla.- 7.5.4 Géneros discursivos.

7.6 Los textos

7.6.1 Discurso y texto.- 7.6.2In totum y expurgación.- 7.6.3 La selección de los discursos.- 7.6.4 La traducción.

7.7 La interpretación

8. LA IMPOSICIÓN Y LA REESCRITURA DEL MENSAJE

8.1 La elusión censurable

8.2 Los censores creadores

8.2.1 Consignas y otras imposiciones no manifiestas.- 8.2.2 Intrusiones manifiestas del censor.- 8.2.3 La censura por adición.- 8.2.4 La recontextualización.

9. ¿EN QUÉ MOMENTO SE CENSURA?

9.1 El paso de la representación mental a la representación pública

9.2 La censura de soportes y terminales

9.3 La censura de las tecnologías de la comunicación

9.4 La censura de los sectores y servicios de comunicación

9.4.1 Servicios de comunicación asincrónicos o diferidos.- 9.4.2 Servicios de comunicación sincrónicos o instantáneos.

9.5 La censura anterior a la difusión de un mensaje

9.5.1 La censura editorial.- 9.5.2 La censura previa. La libertad de imprenta.

9.6 La censura de la circulación de textos

9.6.1 La censura de los impresores, libreros o distribuidores.- 9.6.2 La incautación de copias y ejemplares.- 9.6.3 La destrucción de textos.- 9.6.4 La incautación de bibliotecas.

RECAPITULACIÓN

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ANALÍTICO

INTRODUCCIÓN

Muy posiblemente el texto que más ha influido en la libertad de expresión tal como se entiende en la actualidad haya sido la primera de las diez enmiendas –Bill of Rights– de 1791 a la Constitución de EE. UU.

Enmienda I

El Congreso no hará ley alguna por la que se establezca una religión, o se prohíba profesarla, o se limite la libertad de palabra, o la de prensa, o el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y pedir al Gobierno la reparación de sus agravios.1

Pues bien, pocos años después de su aprobación, la Sedition Act (1798) –condicionada por las noticias llegadas de la Francia revolucionaria– condenaba escribir, imprimir, proferir o publicar escritos escandalosos o maliciosos contra el Gobierno de los Estados Unidos, el Congreso o el presidente.2 Y es que censurar no constituye algo excepcional, lo verdaderamente extraordinario es que se hable o se escriba sobre muchos asuntos solo pensando en los posibles destinatarios y sin temer una prohibición o un castigo por ello. De hecho, actualmente padece una censura oficial (§ 1.4.1) buena parte de la humanidad y tampoco es una situación ajena a las personas que viven en los países democráticos.3 Más todavía, el escritor John M. Coetzee (2007 [1996]: 23) nos advierte de que mientras que en la década de 1980 los intelectuales compartían la opinión de que lo deseable era el menor número posible de restricciones legales a la expresión, en la actualidad, conforme ha pasado el tiempo, hay voces que defienden sanciones contra todo aquello que consideran ofensivo.4

Esta universalidad de la censura explica que se ocupe de ella una amplia bibliografía.5 El presente libro pretende, no obstante, aportar un punto de vista que aspira a ser original: su análisis a partir de distintos conceptos propuestos por la pragmática y el análisis del discurso. Estas dos disciplinas de la lingüística estudian el uso de una lengua en los contextos concretos y, en las últimas décadas, han planteado una serie de instrumentos teóricos que permiten describir de un modo más ajustado las situaciones que se dan en la interacción verbal. Estas son, pues, las herramientas con las que se procura iluminar el fenómeno censorio. Para iniciar esta tarea, comencemos con dos teorías pragmáticas ya tradicionales: la teoría de actos de habla de John Searle y el análisis de la conversación.

De acuerdo con Searle (1997), los hechos del mundo no son todos de la misma clase. Existen, al menos, dos tipos: hechos brutos y hechos institucionales. Una piedra, un árbol, una carretera o una tachadura en un papel son hechos brutos; un informe geológico para una prospección petrolera, las subvenciones al olivar de la Unión Europea, la preferencia en los cruces de los coches de bomberos o los índices de libros prohibidos de la Inquisición española son hechos institucionales. Si nos fijamos, hemos nacido y hemos crecido en una cultura construida a partir de hechos institucionales que nos son tan cercanos como los propios hechos brutos: los padres tienen responsabilidades para con sus hijos, pagan con el dinero que ganan en sus trabajos sus alimentos y la casa en la que habitan, y los niños cada mañana van a la escuela, donde los profesores tienen unas obligaciones y ellos otras. ¿Son estos hechos institucionales –las responsabilidades de los progenitores, el dinero, la enseñanza escolar y sus deberes– menos reales que el hielo de los polos o los rayos ultravioletas? Así las cosas, en su argumentación, Searle basa la existencia de las distintas instituciones humanas en una primera: el lenguaje, ya que sin él no se explicaría el resto. Comprobémoslo con un primer ejemplo de censura oficial: el bando nacional promulgó en plena Guerra Civil española una ley de prensa que estuvo vigente hasta 1966 (BOE, 23-04-1938). A raíz de su aprobación se requirió un permiso especial para ejercer como periodista,6 a las nuevas publicaciones se les exigía una autorización administrativa, se regulaba, asimismo, la intervención gubernativa en la designación del personal directivo de los periódicos –se imponía un cierto censor interno– y, por último, se instituía la censura previa (§ 9.5.2): los periódicos y revistas debían enviar a la censura aquello que iba a aparecer en sus páginas antes de ser publicado –artículos, fotografías, dibujos o publicidad–.7 Todo este complicado aparato censor precisaba de la existencia del lenguaje, se ocupaba de él y había de estar condicionado por sus propiedades. En suma, volviendo a Searle, el hecho institucional primario del lenguaje permitía y determinaba los hechos institucionales de la censura franquista.8

Desde una perspectiva de estudio distinta de la teoría de actos de habla, los investigadores del análisis de la conversación (Conversation Analysis) llegan a unas conclusiones similares. Aquellos analistas que se dedican a la elucidación de la comunicación oral en las instituciones mantienen que, bajo sus peculiaridades comunicativas, se advierten las características propias de la conversación cotidiana. Lo que sucede es que algunos hechos que se encuentran esporádicamente en las conversaciones se vuelven recurrentes en interacciones institucionales por estar sus tareas fuertemente orientadas a un fin determinado.9 Este vínculo entre lo diario y lo institucional va a posibilitar que acercarse al funcionamiento de la interacción verbal permita comprender mejor los distintos tipos de interdicción censoria: desde la prohibición de unos padres de que sus hijos discutan de política en la mesa, a la compleja censura oficial de prensa de la España franquista. Se trata de partir de los conocimientos adquiridos en los estudios del uso cotidiano de la lengua para poder también iluminar la censura en el discurso público, esto es, en aquel discurso –oral o escrito– que acontece en el domino público propio de algún tipo de institución social. Este discurso público se produce tanto en los medios de comunicación o la política como en cualquier otra comunicación en los ámbitos institucionales: una queja del cliente de una empresa, una consulta al médico o una pregunta en clase. En definitiva, se defiende en este estudio que se puede transitar de una pragmática tout court a la que Sarangi (2011) denomina pragmática social.

En cuanto a la denominación del objeto de estudio –la censura–, se ha de tener presente que la pragmática recurre frecuentemente a términos del habla cotidiana. Emplea cortesía, conversación, contexto o ironía de un modo técnico que, si bien no es aplicable a todas las apariciones de estos sustantivos en las conversaciones diarias, tampoco les es absolutamente ajeno. Algo semejante va a suceder con el uso terminológico del sustantivo censura y del verbo censurar en estas páginas. Por una parte, quienes las lean reconocerán la mayor parte de los fenómenos discursivos estudiados como ejemplos de censura, pero, paralelamente, serán conscientes de que otros usos habituales de estas dos palabras quedarán fuera de la categoría que se delimita. Se contempla, pues, un conocimiento metalingüístico propio de los hablantes que se refleja en el léxico general y se intenta perfilar de un modo que sea útil para análisis más técnicos.10

El término censura proviene de la magistratura romana ejercida por el censor. Este sustantivo, a su vez, deriva del verbo censeo (‘valorar, clasificar’) y de census (‘censo’). El origen de esta magistratura se explica por el carácter timocrático de la sociedad romana, en la que desde sus inicios los deberes y los derechos de los ciudadanos se basaban en sus propiedades. El censor romano distribuía a los ciudadanos en las clases censitarias y establecía el impuesto correspondiente. Para llevar a cabo esta tarea, era precisa una detallada información de sus propiedades y de sus relaciones familiares y, en consecuencia, el censor obtenía noticia de su vida personal. Este tipo de conocimiento condujo a que el censor no se ocupara únicamente de los bienes de los ciudadanos, sino que también atendiera a sus costumbres (cura morum), en la convicción de que la clase alta romana debía conservar las costumbres tradicionales y ser ejemplo para las demás.11

Si este es el origen de la palabra, el Diccionario del español actual [DEA] de Seco, Andrés y Ramos (1999, s.v.) recoge reprobación como primera acepción en el español general del sustantivo censura. Una de las citas que presenta como ejemplo es: «... para aguantar cara a cara las miradas de censura de mi tía Juana» (J. Benet). Sin embargo, no es esta la acepción que nos interesa en nuestro estudio, sino la segunda: «Examen oficial de publicaciones, emisiones, espectáculos o correspondencia, con el fin de determinar si hay algún inconveniente, desde el punto de vista político o moral, para su circulación, emisión o exhibición». De acuerdo con esta segunda definición, existe un tipo de interacción de varios participantes en la que un tercero –quien actúa como censor–examina lo que un emisor quiere comunicar a su destinatario (§ 1.2). Obsérvese que esta característica fundamental de la segunda acepción no se da necesariamente en la primera, ya que para la reprobación son precisos únicamente dos participantes en la interacción: quien reprueba –la tía Juana– y quien ha cometido la acción reprobable –el sobrino que sufre sus miradas–. Así pues, si se toma como rasgo distintivo de la categoría pragmática de censura el criterio de tratarse de un hecho interaccional con un tercer participante –una interacción triádica–, los casos en los que el uso de la palabra se limita a una simple reprobación quedan fuera de nuestro uso terminológico.

De todos modos, tampoco la segunda acepción del DEA se acomoda por completo a nuestros intereses. Es demasiado restrictiva para un estudio que aspire a fijar un concepto pragmático, pues se ocupa únicamente del prototipo histórico de censura: la censura previa oficial (§§ 1.4.1 y 9.5.2). En realidad, cualquier persona puede censurar, aunque no pertenezca a una institución oficial. También censura quien marca como inapropiado el comentario de una noticia a sabiendas de que, con esta indicación, los administradores de un periódico digital la eliminarán de la página web. Adviértase que, de nuevo, en esta interacción existen al menos tres participantes –quien colgó el comentario, quienes tal vez desearían leerlo y quien lo marca para que desaparezca–.12

En cuanto al carácter peyorativo de la palabra y del concepto censura, se ha de señalar que se trata de una connotación relativamente reciente. En su Contrato social Jean-Jacques Rousseau (2005 [1762], capítulo VII) todavía mantiene:

Así como la declaración de la voluntad general se hace por la ley, la declaración del juicio público se hace por la censura; la opinión pública es la especie de ley de la que el censor es el ministro, y que él no hace más que aplicar a los casos particulares a ejemplo del príncipe.

Así pues, lejos de ser el tribunal censorial el árbitro de la opinión del pueblo, no es más que su declarador, y tan pronto como se aparta de ella, sus decisiones son vanas y sin efecto.

En definitiva, para él, no todos los censores son malvados. Aquellos que siguen la opinión del pueblo no lo son.13 En realidad, hasta las vísperas de la Revolución francesa, fue inhabitual la opinión de que la publicación de un libro debía ser libre.14 Con posterioridad, ya en 1849, el Bulletin de censure francés cambia su denominación por Revue de l’ordre social15 y en la actualidad censura es un término que se trata de evitar.16 En el presente estudio, para no acarrear las connotaciones peyorativas de este sustantivo,17 se podría haber empleado otro sin esta rémora, pongamos por caso, el sintagma nominal interdicción ideológica jerarquizada. Ahora bien, ¿quién lograría terminar un libro en el que se tuviera que repetir a cada momento este sintagma? En fin, es más sencillo advertir que en estas páginas se utiliza censura de acuerdo con una definición técnica.18

Censura quien, por motivos ideológicos, impide y/o castiga la comunicación entre un(os) emisor(es) y su(s) destinatario(s).19

Introducidos el término y el concepto de censura, pasemos a un breve acercamiento a la pragmática y el análisis del discurso. Estas disciplinas de la lingüística se han desarrollado en el último cuarto del siglo XX a partir de una nueva explicación de la comunicación.20 Su conveniencia se debe a que los seres humanos acostumbramos a manejarnos con un análisis demasiado simple del funcionamiento de la lengua: pensamos que una persona tiene una idea, la codifica en un enunciado determinado y crea un mensaje que la representa literalmente. Su interlocutor, que conoce la misma lengua, descodifica el mensaje y lo comprende. Sin embargo, esta explicación es más apropiada para la comunicación con las máquinas que entre las personas. Cuando marcamos nuestro código secreto en el cajero automático del banco, tecleamos exactamente el número –la idea– que tenemos en mente y la máquina lo comprende también exactamente. Procuramos que nadie vea lo que hacemos, no nos interesamos por cómo se siente la máquina, ni ella se enfada si pedimos los movimientos de la cuenta del último mes y no únicamente de la última semana.

En realidad, nuestra comunicación es mucho más compleja. Este libro, por ejemplo, tiene como origen una ponencia presentada en un congreso en la Universidade do Minho (Braga, Portugal) sobre la censura y la interdicción.21 A los asistentes a esa ponencia no les hablé como lo hubiera hecho a una máquina, por lo pronto, intenté mantener su atención; asimismo, si yo hubiera exclamado a mitad de intervención: «¡Cuánto ruido!», hubieran comprendido que les rogaba que bajaran la intensidad de sus cuchicheos, algo que no habría dicho de forma expresa; aún más, la mayor parte del auditorio de esta ponencia no hablaba castellano, como yo no hablo portugués, cuando lo intentamos, chapurreamos la otra lengua –es decir, marcamos mal casi todas las cifras del código– y, sin embargo, generalmente nos entendemos o al menos eso creemos. En definitiva, quienes hablamos, además de conocer el código lingüístico, sabemos usar una lengua.

La pragmática es la disciplina lingüística que estudia este uso de la lengua y el análisis del discurso es aquella otra que se ocupa de los resultados de estos usos; desde esta perspectiva, nos acercaremos a la censura.22 Su estudio con este instrumental teórico ofrece dos intereses principales. En primer lugar, presenta una descripción del fenómeno censorio que no es idéntica a la que proporcionan los estudios históricos, jurídicos o sociológicos. Se percibirán, pues, aspectos difíciles de delimitar de otro modo. En segundo lugar, y en dirección opuesta, al enfrentarse a la censura y a su historia, el pragmatista ha de esforzarse en tener en cuenta realidades comunicativas a las que habitualmente no se acerca; así, el análisis de la censura que se lleva a cabo en estas páginas va a resaltar la complejidad de la comunicación humana. Esta realidad nos obliga a enriquecer nuestra teoría con nuevos conceptos y a perfilar mejor los que ya manejamos. Hay, pues, por una parte, una aplicación de lo ya sabido y, por otra, una serie de propuestas nacidas con el fin de dar cuenta de un tipo de realidades comunicativas que, por complejas, acostumbran a ser desatendidas.23

Con todo, y precisamente por lo amplio de su objeto de estudio, se impone una limitación de partida: se estudia la censura de la palabra –oral y escrita– y no la censura de los gestos o de la imagen, si bien con frecuencia palabra, gesto e imagen se acompañan.24 De ahí que el libro se titule La censura de la palabra y no simplemente La censura. Veamos tres ejemplos de gestos censurados: el primero, un movimiento del cuerpo con un objeto –un gesto objetoadaptador–; el segundo, un movimiento de dos partes del cuerpo –uno autoadaptador–; el tercero, una reacción hacia lo que se ha dicho –uno exteriorizador–.25 En 1945, ante el avance del ejército soviético hacia el río Neisse, los oficiales alemanes del IV Ejército Panzer confiscaron todos los pañuelos blancos de sus soldados para impedir que los emplearan como signo de rendición.26 Se trata de un caso de censura, pero no es censura de la palabra, sino de un gesto objetoadaptador; también es censura de gestos –en este caso, autoadaptadores– la prohibición del presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko del aplauso en manifestaciones;27 o, por último, la denuncia en 1530 ante la Inquisición de la canaria Aldonza de Vargas por haber sonreído equívocamente –gesto exteriorizador–, en opinión del delator, cuando se mencionó a la Virgen María.28

Por su parte, la imagen y el discurso exhiben profundas divergencias, y los instrumentos teóricos con los que acercarse a ellos no son en muchos casos intercambiables. Destaquemos, por lo pronto, algunas diferencias: los discursos se procesan de manera sucesiva y lineal, y sus partes tienen relaciones sintácticas, mientras que las imágenes se perciben en el espacio y sus distintas partes tiene relaciones espaciales; asimismo, las imágenes son icónicas, remedan de algún modo lo representado, y los discursos no lo hacen:29 las palabras casa, maison o house no se parecen a una casa y, en cambio, nos la recuerda la abarrotada 13, rúe del Percebe del dibujante Francisco Ibáñez. Por cierto, en su segundo derecha vivió de 1961 a 1964 un doctor que, como Frankenstein, creaba monstruos. El censor recomendó a la editorial que desapareciera ese personaje por ser blasfemo: solo Dios podía generar vida.30 A ello se debe que, en la revista Tío Vivo que recuerdo de mi infancia, ya ocupara ese domicilio un sastre vago y guasón. En fin, de nuevo la diferencia entre imagen y palabra: han seguido mi exposición verbal de forma lineal, pero, cuando caiga en sus manos el tebeo, su mirada no subirá en el ascensor desde el portal sino que saltará directamente al piso segundo para comprobar si en su ejemplar reside el doctor o el sastre.

Centrado, pues, en la palabra y su censura, el libro se divide en dos partes. En la primera se delimita con criterios pragmáticos y de análisis del discurso qué se entiende por censura en esta investigación y, en la segunda parte, se examina cómo actúa esta censura. Como hemos avanzado, la hipótesis de partida propone que el acto censorio es un hecho habitual en la interacción entre las personas y que las censuras que normalmente se reconocen –ya sean o no oficiales– no son más que muestras de un comportamiento humano que busca impedir y/o castigar los mensajes que considera amenazantes para una ideología. Con este fin, los cuatro capítulos de la primera parte tratan de proporcionar razones a favor de esta tesis. En el primero se presenta al censor como un tercer participante en la interacción (§ 1). Se recuerda en el segundo la teoría de los actos de habla para defender cómo la palabra puede constituir una acción amenazante y, en consecuencia, censurable por quien tiene poder censorio (§ 2). En el tercer capítulo (§ 3), se recurre a la fórmula propuesta en la teoría pragmática de la cortesía para analizar el acto verbal censurable como una amenaza a la ideología de quien censura. Y en el capítulo cuarto se revisan las diversas condiciones que se han de producir para que se satisfaga la acción de quien censura (§ 4).

Después de recopilar muy diversa documentación sobre actos censorios y sobre instituciones que, a lo largo de la historia, se han ocupado de censurar, se recogen en la segunda parte del libro una serie de circunstancias que también conviene tener presentes: ¿cómo se interactúa con la censura? (§ 5), ¿cómo se presenta a sí misma? (§ 6), ¿qué se censura? (§ 7), ¿cómo se impone la palabra? (§ 8) y ¿en qué momento del proceso comunicativo actúa? (§ 9). El último apartado consiste en una recapitulación de todo lo expuesto con el fin de afianzar lo que se recuerda de su lectura.

En fin, supongo que quien lea estas páginas, como me ha sucedido a mí mientras las redactaba, se admirará de lo proteica e insidiosa que resulta la censura, de lo cercana que es a cada uno de nosotros –tanto que en muchos casos no la advertimos ni cuando la ejercemos– y también de nuestra responsabilidad moral con quienes han sufrido un castigo por decir aquello que pensaban a quienes deseaban escucharlo.

Termino agradeciendo a Paloma Pernas su constante apoyo y consejo en la elaboración de este libro y a mis amigos colegas Inés Fernández-Ordóñez, Antonio Briz, Daniel Cassany y José Manuel Cuesta Abad su generoso esfuerzo para ayudarme en su publicación. La investigación que lo sustenta ha sido financiada gracias al proyecto FFI2013-41323-P del Ministerio de Educación español.

1. Amendment I

Congress shall make no law respecting an establishment of religion, or prohibiting the free exercise thereof; or abridging the freedom of speech, or of the press; or the right of the people peaceably to assemble, and to petition the Government for a redress of grievances. (Disponible en línea: <www.archives.gov/exhibits/charters/bill_of_rights_transcript.html>).

2. Paxton (2008: 3), Muñoz Machado (2013: 112-113 y 161-163). Se consideró inconstitucional en 1832. Tanto esta información histórica como otras que aparecerán a lo largo del libro pretenden únicamente facilitar la buena comprensión del texto por parte de lectores que no son especialistas en los hechos históricos que se mencionan.

3. La asociación Freedom House <www.freedomhouse.org> estudia, entre otras libertades, la libertad de los medios de comunicación en los distintos países. De acuerdo con su informe de 2014, solo el 14% de la población mundial vive en países con una completa libertad de los medios. (Disponible en línea: <https://freedomhouse.org/sites/default/files/FOTP_2014.pdf>). Se puede encontrar información actualizada sobre casos contemporáneos de censura en la página web de la organización Index of Censorship. (Disponible en línea: <www.indexoncensorship.org>).

4. Pasadas dos décadas de la afirmación de Coetzee, su apreciación continúa siendo válida; léase, como ejemplo, el texto de John Carlin (Disponible en línea: <www.elpais.com>, consulta: 9-11-2015).

5. De hecho, las obras consultadas para la redacción de este estudio, aunque muchas, constituyen una mínima parte de las publicadas. Existe, incluso, además de revistas especializadas, una enciclopedia sobre la censura en cuatro volúmenes (Jones, 2001).

6. En 1940 se crea el Registro Oficial de Periodistas. El carné n.º 1 fue para el general Franco. Para inscribirse en este registro, era preciso asistir previamente a una Escuela Oficial de Periodismo (1941), que, con distintos criterios, funcionó hasta la creación de las facultades de Ciencias de la Información en 1971 (Pizarroso, 1992: 171-173 y 198; Bordería, 2000: 30; Martín de la Guardia, 2008: 23).

7. Sinova (1989a), Bordería (2000), Chuliá (2001), Martín de la Guardia (2008).

8. Para conocer las publicaciones existentes sobre la censura franquista, véase la revista electrónica Represura (disponible en línea: <www.represura.es>). Esta censura comenzó el 28 de julio de 1936 con la censura previa militar a todo impreso que se pudiera difundir. En diciembre de ese mismo año la Junta Técnica del Estado declaraba ilícitas las publicaciones socialistas, comunistas, libertarias, pornográficas y «disolventes». En 1937 se creó la Delegación del Estado de Prensa y Propaganda. Dependerá del Ministerio de Interior, y se desdobla en 1938 en una Jefatura Nacional de Prensa, que se ocupa de la prensa periódica, y en otra de Propaganda, que atiende a la prensa no periódica. Ese mismo año una orden del 29 de abril desarrolla la censura previa de publicaciones no periódicas y una Ley de Prensa, que citamos más arriba (BOE, 23-04-1938), se ocupa de la censura de las periódicas. Con una orden ministerial de 1939 se creó la Sección de Información y Censura dentro de la Jefatura Nacional de Propaganda. Entre 1941 y 1945 la censura se subordinó a la Vicesecretaría de Educación Popular dentro de la Secretaría General del Movimiento, que dependía de la Falange. Posteriormente, de 1945 a 1951 estuvo adscrita al Ministerio de Educación Nacional y, a partir de ese año hasta el final del régimen, al Ministerio de Información y Turismo (Gracia y Ruiz Carnicer, 2004: 72-79; Martínez Rus, 2014: 19, 84-85 y pássim; Larraz, 2014: 58-62; Ruiz Bautista, 2015: 53-55; Sánchez Illán, 2015: 387-389).

9. Heritage y Clayman (2010).

10. Sobre el conocimiento metalingüístico que se refleja en la propia lengua, Loureda (2003a) y Casado, González Ruiz y Loureda (2005).

11. Se trataba de una magistratura de gran prestigio, por lo que las recriminaciones públicas de un censor podían, incluso, abortar el acceso al Senado (Suolahti, 1963: 47-54).

12. En un estudio sobre las interdicciones lingüísticas, Allan y Burridge (2006: 24) distinguen entre the censorship of language –la censura oficial– y the censoring of language –cualquier tipo de censura lingüística, incluida la oficial–. El presente libro pretende ocuparse de la segunda, así como mostrar el vínculo que existe entre ambas.

13. Censores españoles ilustres de la época fueron José Cadalso, Nicolás Fernández de Moratín o Gaspar Melchor de Jovellanos (Reyes, 2000, I: 584-585). El sentido de censura como «prohición» no es anterior a la Ilustración. El término en los siglos XVI y XVII se interpretaba como un examen crítico del contenido de una obra, sin sentido represivo. Es en la segunda mitad del siglo XVII cuando en Francia se comienza a denominar censeurs a los revisores de textos para su aprobación (Vega, 2013: 25; Infelise, 2014: 20).

14. «A lo sumo se podía discutir el modo en que el censor debía operar: una cosa era el fraile obtusamente empeñado en la defensa de la ortodoxia y otra, el letrado llamado a realizar esa tarea en virtud de su propia sensibilidad» (Infelise, 2004: 26).

15. Sierra Corella (1947: 336). Se trataba de una publicación de orientación católica que se anunciaba como revista indispensable para que las familias estuvieran advertidas contra «les erreurs de l’époque».

16. Puede darse el caso –como el de la República Democrática Alemana (1949-1990)– de que, pese a haber una institución oficial censoria, estuviera prohibido hablar de su existencia (Darnton, 2014: 148); es decir, se censuraba el hablar de la censura.

17. En opinión de Ruiz Bautista (2008: 45), en España se generalizarían estas connotaciones peyorativas a lo largo de la década de 1940. Ya en la década siguiente el propio ministro de Información en ocasiones elude la palabra censura y habla de «consulta previa» o de «aprobación previa» (Arias Salgado, 1955: 127 y 163). Gabriel Arias-Salgado fue en 1951 y hasta 1962 el primer ministro de Información y Turismo, año en el que fue sustituido por Manuel Fraga Iribarne.

18. Esta definición no sigue las reglas de la tradición lexicográfica. Las definiciones a partir de un sustantivo censor o de un verbo censurar comunican una clase –el sustantivo– o una actividad (con un aspecto verbal determinado) –el verbo–; no obstante, todos corremos alguna vez y no somos «corredores», ni un modo de acción verbal de realización –tal como se concibe la censura en este libro– se define bien con un infinitivo, cuyo significado aspectual se corresponde mejor con un estado o con una actividad homogénea.

19. A lo largo del texto, se empleará destinatario para aquella persona a la que se dirige el emisor y receptor para aquella persona, incluido el destinatario, que recibe el mensaje. El censor, por ejemplo, puede prohibir un mensaje pensando que un niño –receptor– puede escucharlo, pese a no ser él el destinatario. Con todo, también en este caso el verdadero destinatario del mensaje puede verse afectado por esta censura.

20. Para una primera introducción a los asuntos tratados por la pragmática y el análisis del discurso, se pueden consultar Escandell (1996), Calsamiglia y Tusón (1999), Fuentes (2000), Gutiérrez Ordóñez (2001), Portolés (2004) y López Alonso (2014).

21. Portolés (2009).

22. En relación con lo que aquí se pretende, también Jef Verschueren (2012: 199) defiende la pragmática lingüística como una disciplina que puede proporcionar unas nuevas perspectivas y herramientas a las otras ciencias sociales.

23. En este punto es oportuno situar la propuesta de estudio que se desarrolla en estas páginas frente a una corriente con gran predicamento: el análisis crítico del discurso (ACD, Critical Discourse Analysis). El ACD busca el fortalecimiento social de los grupos que se encuentran dominados y se ocupa de los problemas que les afectan, en general, cualquier tipo de discriminación por medio del discurso (Rojo, Pardo y Whittaker, 1998; Fairclough y Wodak, 2000; van Dijk, 2009; Wodak, 2011; Fairclough, 2012). Ahora bien, pese a que en nuestro estudio habrá una amplia ejemplificación de situaciones de dominio de unos grupos sociales por otros, el enfoque elegido es más amplio y no se circunscribe a esta situación. De hecho, como ya se ha advertido, todos los seres humanos censuramos, si bien los poderosos lo hacen con más facilidad, con más frecuencia y con mayores efectos.

24. Dicho con otras palabras, la comunicación acostumbra a ser multimodal (§ 7.4.3).

25. Para estos términos técnicos, Poyatos (1994).

26. Beevor (2012: 1033).

27. Los opositores utilizaban el aplauso como forma de rechazo al Gobierno. El presidente recibió el paródico Ig Nobel Prize de la Paz de 2013 por esta prohibición y por la detención ese mismo año de una persona manca que había aplaudido. Disponible en línea: <www.improbable.com/ig/ig-pastwinners.html#ig2013>, consulta: 12-12-2015.

28. Kamen (20042: 173); Escudero (2005: 28).

29. Kress (2010: 82).

30. Ibáñez (2009: s.p.).

PARTE I

LA CENSURA DESDE LA PRAGMÁTICAY EL ANÁLISIS DEL DISCURSO

Capítulo 1

EL CENSOR COMO TERCERO

1.1 EL MOTIVO DE CENSURAR

Para estudiar la censura de la palabra, se debe partir del hecho de que quien habla o escribe hace algo y eso que lleva a cabo puede importunar a otros. Con hacer no solo se ha de pensar en que articula sonidos al hablar o dibuja trazos al escribir, sino también que realiza algo con esos sonidos o esos trazos: cambia el estado mental de otras personas. Del mismo modo que, cuando se construye un puerto, la costa es distinta a como era antes, en el momento en el que se le ordena algo a otra persona su mundo es diferente: quien ha ordenado se sitúa en una posición superior –puede ordenar– y emplaza al otro a cumplir su mandado. Esto también sucede si simplemente se asevera algo. Al escuchar, pongamos por caso: «Esa camisa te sienta muy bien», la camisa no cambia, pero nosotros sí. Esas palabras nos confirman que acertamos al comprar la camisa, nos muestran que otra persona se preocupa de nosotros, nos alegran; en fin, después de escucharlas no somos los mismos.

En los cuentos y en los milagros también se actúa con palabras sobre las cosas. Con «Ábrete, Sésamo», Alí Babá franquea la entrada de una cueva y Jesucristo resucita el cuerpo muerto de Lázaro diciendo: «Levántate y anda», pero, por eso mismo, son cuentos o milagros. Lo habitual es que los seres humanos no podamos hacerlo y nos limitemos a actuar con nuestras palabras en lo que podemos: la mente de otros seres como nosotros. El filósofo John Austin (1982 [1962]) consideró central este hecho para explicar la comunicación humana: hacemos cosas con las palabras. En su teoría diferenció en los actos de habla tres tipos de actos: actos locutivos, actos ilocutivos y actos perlocutivos.

Los actos locutivos consisten en decir o escribir algo. En cuanto a los actos ilocutivos de Austin, constituyen aquello que se hace con los actos locutivos, con «Esa camisa te sienta muy bien» se han dicho unas palabras, pero también se ha aseverado –no se ha preguntado, ordenado, sugerido o pedido, como pudiera suceder con otros enunciados– lo bien que le sienta a alguien la camisa. Y una tercera distinción de Austin es la de los actos perlocutivos. Estos constituyen los efectos o consecuencias, buscados o no buscados, que ocasiona en el interlocutor un acto ilocutivo; así, el enunciado anterior alegró a quien vestía la camisa, otro enunciado podría haberlo intrigado, indignado, persuadido de algo o desanimado.

En resumen, se hacen cosas con las palabras y esas acciones puede que, en el caso de la censura, incomoden de algún modo –acto perlocutivo– a quien puede prohibir. Recordemos un ejemplo histórico. La teología de la contrarreforma denominaba propositio –con algún tipo de modificador (blasphema, erronea, haeretica, impia, injuriosa, insana, piarum aurium offesivae, sapiens haeresim, scandalosa, seditiosa, entre otros muchos)– a los delitos verbales.1 En las conversaciones de la gente corriente las proposiciones erróneas más frecuentemente perseguidas por la Inquisición eran afirmaciones irreverentes sobre el clero o la doctrina católica –v. gr. que el cuerpo de Cristo no estaba en la comunión–, o sobre el sexo –v. gr. que fornicar no era pecado–; pues bien, entre 1579 y 1635 casi un tercio de los condenados por la Inquisición en Cataluña lo fueron por lo que dijeron y no por lo que hicieron, es decir, los inquisidores castigaron a unas personas porque consideraban sus palabras como una amenaza.2

1.2 LA CENSURA PROTOTÍPICA: EL CENSOR COMO TERCERO

Varios lingüistas –el pragmatista Jef Verschueren (2002: 110 y ss.) o el sociolingüista Florian Coulmas (2005), entre otros– sitúan la idea de elección en el centro del estudio del uso de la lengua. En su opinión, el uso de una lengua consiste en una continua elección que se lleva a cabo de un modo consciente o inconsciente. Se elige una lengua –aquellos que hablan más de una–, una construcción sintáctica determinada, una unidad léxica o una estrategia discursiva. En casi todas estas elecciones quienes nos comunicamos tenemos presente quiénes son nuestros interlocutores y acostumbramos a adaptarnos a ellos en la formulación lingüística de los enunciados; elevamos la voz con las personas que no oyen bien, simplificamos el vocabulario cuando nos dirigimos a niños o repetimos nuestras palabras cuando alguien toma nota de ellas. Sin embargo, en ocasiones lo que escucha o lee nuestro destinatario no se debe a una elección de la formulación lingüística de acuerdo con nuestro criterio como hablantes, sino a restricciones impuestas por terceros, ya sean instituciones oficiales, grupos sociales o personas particulares. En muchos de estos casos se puede hablar de censura. Coetzee (2007 [1996]: 59), quien como sudafricano ha conocido la censura durante décadas, lo explica del siguiente modo:

Trabajar bajo censura es como vivir en intimidad con alguien que no te quiere, con quien no quieres ninguna intimidad pero que insiste en imponerte su presencia. El censor es un lector entrometido, un lector que entra por la fuerza en la intimidad de la transacción de la escritura, obliga a irse a la figura del lector amado o cortejado y lee tus palabras con desaprobación y actitud de censura.

Coetzee identifica, pues, a tres participantes en la interacción verbal con censura: quien habla o escribe, a la persona a quien se dirige –«el lector amado»– y quien censura –«el lector entrometido»–. Se trata del prototipo de censura que se estudiará en estas páginas: una interacción triádica. Ahora bien, no solo existe censura en el discurso escrito, como el que nos acerca Coetzee, también se da en el oral, es decir, quien censura no solo lee, también escucha. En 1959 el preso político Bao Ruo-Wang recibe por fin la visita de su esposa en la prisión china en la que se encuentra. Ella ya sabe que le han condenado a doce años de «reeducación» y le pregunta: «¿Cómo podré cuidar yo sola a los niños durante doce años?». La reacción del guardián es inmediata: «¡No se te permite hablar de ese tema!» (Bao y Chelminski, 1976: 141).

La caracterización de la censura como un tipo de interacción de tres participantes limita en nuestro estudio sobre la censura algunos usos que se han hecho de este término, en concreto el de «censura estructural» del sociólogo francés Pierre Bourdieu. Bourdieu (2001: 100) explica la comunicación como un mercado en el que los signos lingüísticos son bienes simbólicos por los que se obtienen beneficios. Esto hace que el hablante se esfuerce en obtener un máximo de beneficios. Considera, asimismo, que la coerción del mercado reviste una forma de censura –de autocensura, en concreto– porque determina como un pago tanto la manera de hablar entre dos personas como aquello que podrían decirse. Con el tiempo, este comportamiento configura el habitus del hablante, es decir, el conjunto de disposiciones que conducen a las personas a actuar y reaccionar de una cierta manera.3 Esta interpretación de la comunicación identifica al interlocutor con un censor, puesto que se iguala la autocensura (§ 5.1) con las habituales actividades de imagen y de acomodación del hablante al interlocutor.

Me explico. Los estudios pragmáticos sobre la cortesía verbal conciben las relaciones en la interacción verbal de un modo distinto al de Bourdieu. Parten de las propuestas del sociólogo canadiense Erving Goffman (1972), quien defendió que, al comunicarnos, los seres humanos presentamos una imagen (face) de nosotros mismos que esperamos que respete nuestro interlocutor. Para conseguirlo, en la interacción se produce una serie de actividades de imagen (facework). Supongamos que un hablante de un pueblo de la provincia de Sevilla varía por elección propia su ceceo habitual por el seseo de la capital cuando se afinca en ella o que una profesora pasa del tuteo al uso del usted ante un estudiante demasiado insistente en sus reclamaciones. No hay autocensura de acuerdo con la definición que se adopta en estas páginas, sino las actividades de imagen inevitables en quienes interactúan con los demás. Se trata de actividades que son propias de toda interacción: cómo nos presentamos a nosotros mismos y cómo esperamos que los demás nos acepten. El hablante del pueblo sevillano intenta que se le admita como a un capitalino más y la profesora procura mantener una prudente distancia con el estudiante.

Dentro de la psicología social y la sociolingüística, un concepto cercano al de actividad de imagen de la pragmática es el de acomodación. Howard Giles propuso la teoría de la acomodación en el habla –posteriormente, teoría de la acomodación en la comunicación (Communication Accommodation Theory)–en la década de 1970. La acomodación consiste en el ajuste verbal o no verbal de los comportamientos comunicativos entre los participantes en una interacción. Por otro lado, del mismo modo que puede existir una acomodación entre interlocutores, puede darse una falta intencional de acomodación. Así, un policía puede acomodar su modo de comunicación con ciertos ciudadanos –convergencia–, pero no acomodarse a los que considera delincuentes –divergencia–.4

No tener en cuenta lo consustancial con el ser humano de estas actividades de imagen y de acomodación encamina a Bourdieu a hallar una generalización de formulaciones de compromiso –«eufemismos», en sus términos– en la mayor parte de los discursos debida a una transacción entre el interés expresivo (lo que hay que decir) y lo que sería una censura inherente a las particulares relaciones de producción lingüística.5

Sin embargo, este planteamiento parte de una simplificación de la comunicación. No hay que confundir lo que se quiere comunicar y una expresión en concreto fuera de todo contexto, una expresión que, forzados por las circunstancias, casi siempre se traicionaría. Si a un pasajero del autobús, siguiendo la norma española le decimos: «Perdón» o «¿Va usted a salir?»,6 le estamos pidiendo que se aparte para dejarnos bajar. Esta no es una forma censurada frente a: «Apártate», sino la que transmite lo que se tiene intención de comunicar sin añadir una ofensa. No existen expresiones naturales en una lengua que se correspondan a un buen salvaje absolutamente desinhibido en un mundo sin circunstancias; todas son estímulos que pretenden comunicar de un modo ostensivo lo que se desea en un contexto determinado. Los franceses que saludan con un «bonjour, madame» no se censuran frente a los españoles que se dirigen a una señora con un simple «buenos días» –esto es, sin la forma apelativa de tratamiento– se limitan tan solo a saber hablar en francés.

De acuerdo con este punto de partida, no se ha de identificar la exigencia de formas de cortesía o de acomodación –«eufemización», en términos de Bourdieu– con censura. Existen, incluso, culturas que se caracterizan por la elusión del verbalismo y no por ello hemos de apreciar que sean culturas intrínsecamente censuristas; así, por ejemplo, la cultura japonesa no comparte con la occidental la preocupación por comunicar todo con palabras. Los japoneses educados limitan la expresión de sus deseos y opiniones personales, porque se podrían considerar ofensivos; y se valoran como inmaduras las personas que no saben comportarse de este modo.7

Asimismo, no se podría considerar autocensura la limitación en la formulación de un discurso por la que el propio emisor evita expresar ciertas ideas no por temor a un tercero, sino por los límites de actuación que él mismo se ha impuesto. No sería, pues, censura –de nuevo, tal como se entiende en este estudio–, sino un caso de actividad de imagen lo que la escritora Elvira Lindo (en El País Domingo, 31-10-2010: 15) denomina «autocensura» en el siguiente texto:

Cuando los estudiantes de periodismo me preguntan si me someto a autocensura en estos artículos respondo aquello que en principio no esperan oír: ¡claro que sí! Pienso dos veces lo que escribo, me arrepiento si he herido sin fundamento a alguien y no me fío de las personas que presumen de soltar lo primero que se les viene a la boca.

Como sucede con el resto de los hablantes, Lindo sabe que sus palabras afectan a otras personas y actúa en consecuencia. Elige la mejor formulación de su discurso para comunicar lo que desea y, de acuerdo con sus principios morales –no los de un censor–, evita ofender. Una primera elección comunicativa de cualquier hablante es la de callar, la de permanecer en silencio. Dejamos de decir cosas que pudieran herir a otros y no por eso, de acuerdo con la definición que aquí se adopta, nos autocensuramos.

Pese a esta ubicación de la censura dentro de la interacción triádica, existen casos en los que en interacciones verbales de dos personas –interacciones diádicas– sí puede tener lugar una verdadera autocensura: cuando se teme la delación (§ 5.2.2). En estas ocasiones, el censor –sea una institución o un grupo– no accede directamente a aquello que se dice en una interacción verbal determinada, pero el receptor del mensaje puede llevar a cabo una delación y comunicárselo. Hay que tener muy presente que en muchas situaciones históricas la delación se extiende y, por ende, trae consigo una autocensura generalizada. No es difícil documentar, por poner un ejemplo extremo, el hecho de denuncias de hijos contra sus propios padres.8 El franciscano fray Bernardino de Sahagún (1988 [1577], libro X, capítulo 27: II, 633) recoge en su Historia general de las cosas de Nueva España que algunos de los muchachos que se educaban en su colegio de Tlatelolco delataban a sus padres si «hacían idolatría siendo bautizados». Y, más recientemente, el régimen soviético convirtió en héroe y mártir al niño Pávlik Morózov, que, de acuerdo con la propaganda, había denunciado a su padre por un comportamiento «contrarrevolucionario». Su delación se enseñaba como ejemplo de conducta en las escuelas de la URSS.9

En definitiva, y volviendo al término de Bourdieu, hay censura estructural cuando en un régimen censurista se teme constantemente la delación o el castigo por parte de un tercero que no es el destinatario directo de nuestro mensaje y, en cambio, no la hay cuando nos limitamos a intentar no ofender o procuramos presentarnos a nosotros mismos de un modo determinado.

1.3 LA COMUNICACIÓN INFERENCIAL

Hasta no hace muchos años la comunicación se comprendía como un proceso de codificación y descodificación de enunciados. Era lo que habíamos aprendido del Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure (1973 [1916]). Cuando un hablante quería comunicar algo, lo codificaba, recurriendo al código que es una lengua determinada; el oyente, que conocía este código, descodificaba el enunciado recibido y comprendía lo que se le quería comunicar. Sin embargo, la comunicación humana no constituye únicamente un proceso de codificación y descodificación, sino también, y muy principalmente, una labor de inferencia. Nuestros enunciados no representan punto por punto la realidad, sino que constituyen estímulos para que nuestro interlocutor se represente en la mente aquello que se le quiere comunicar.

En el Madrid de la posguerra hubo una publicidad de una sombrerería que se hizo célebre: «Los rojos no usaban sombrero». Quien lo leía no solo reparaba en algo que ya conocía –la aversión del Madrid revolucionario por el sombrero burgués–, sino que llegaba a la conclusión de que debía comprarse un sombrero para no ser confundido con uno de los perdedores. Esto último, aunque en realidad no se había dicho, constituía lo esencial de la intención comunicativa del comerciante.

Así pues, toda comunicación verbal consta de una parte codificada y de otra parte producto de inferencias, esto es, de ciertos procesos mentales que llevan a conclusiones como la anterior de deber comprarse un sombrero. Los hablantes nos comunicamos presentando lo dicho como un estímulo para desencadenar estas inferencias. La simple descodificación nunca es suficiente, pues la comunicación humana es esencialmente una comunicación inferencial. El filósofo del lenguaje H. Paul Grice (1975) destacó este hecho esencial y denominó a aquello que el hablante desea comunicar significado del hablante (speaker’s meaning) y a las conclusiones no dichas sino inferidas («Cómprese un sombrero») implicaturas conversacionales (conversational implicatures).

Para dar cuenta del significado del hablante, a la explicación habitual de la comunicación, aquella que habla únicamente de codificación y descodificación, hay que añadirle al menos dos aspectos fundamentales: el contexto y unos mecanismos psicológicos que vinculan lo lingüísticamente codificado con ese contexto.

El contexto de los participantes en una conversación es siempre mental y está formado por las creencias que residen en su memoria, pero también por aquellas que se derivan de su percepción inmediata de la situación o, simplemente, de lo que se ha dicho antes.10 Muy posiblemente cualquier español actual considere que la canción de José María Peñaranda Se va el caimán (1941) trata de un reptil –en concreto, un caimán– que nada hacia la ciudad de Barranquilla; sin embargo, este porro colombiano se cantó en contra de Franco –el caimán– cuando comenzó una presión internacional para que se restaurara la monarquía y se fuera el general. El régimen reconoció este significado del hablante: durante algún tiempo prohibió que la canción se transmitiera por radio y llegó a multar a quienes la cantaban.11 Lo codificado en la letra de la canción puede ser idéntico en la actualidad y en la década de 1940, pero el contexto de quienes la escuchan es muy distinto; por ello, ningún político español contemporáneo se siente amenazado por la canción.12

Por otra parte, en opinión del antropólogo francés Dan Sperber y la lingüista inglesa Deirdre Wilson (Sperber y Wilson, 19952; Clark, 2013), la comunicación se logra por una relación entre esfuerzo y beneficio que guía el que denominan principio de pertinencia o, con otra traducción, de relevancia. Se trata de un principio cognitivo que guía el comportamiento comunicativo humano. La comunicación precisa que las inferencias que forman parte esencial de ella sean inmediatamente previsibles tanto para el hablante como para el oyente y esto sucede porque ambos comparten inexcusablemente este mismo principio. El principio de pertinencia se resume en: «Todo enunciado comunica a su destinatario la presunción de su pertinencia óptima». Las personas buscamos en la relación entre lo dicho y el contexto la pertinencia mayor; es decir, el efecto cognitivo mayor –la mayor información– en relación con el esfuerzo de tratamiento más pequeño. En todos los hablantes de todas las culturas por el hecho de ser seres humanos, el principio de pertinencia guía el proceso de obtención de las inferencias. Por ello, los lectores de las sociedades censuristas, que saben que los emisores no pueden manifestar de un modo ostensivo algo que pudiera acarrearles un castigo, se esfuerzan en hallar en los textos una intención soterrada –Franco es el caimán–.

Esto es posible porque quienes reciben un mensaje buscan su pertinencia, es decir, buscan beneficios comunicativos de él. Esta propiedad de la comunicación humana permite distintas lecturas de un mismo texto. Si el censor se limita a una primera lectura, el lector avisado puede observar una segunda lectura más costosa, pero de la que obtenga un beneficio superior. El siguiente texto es el fragmento de una carta que en 1937 envió Jimena Menéndez Pidal a su padre, que se encontraba en Estados Unidos:

Habrás estado estos días esperando el cable que no ha llegado. Hay que tener paciencia. Seguiremos en esta casita donde el invierno se irá pasando [...]. El abuelo de Arnau dice que podría venir pronto; pero esto es un poco frío y le digo que acaso le convenga para su salud esperar un poco a que pase el rigor del invierno (Catalán, 2005: 136).

Don Ramón («el abuelo de Arnau») lo comprendió aproximadamente del siguiente modo: ten paciencia, las cosas no están bien («esto es un poco frío»), no vuelvas a España hasta que la situación mejore. Esta interpretación muy posiblemente se le escapó a quien revisaba la correspondencia de la familia Menéndez Pidal.

Los espectáculos con público facilitan especialmente las lecturas esforzadas. En estas situaciones el espectador no solo interactúa con lo que se dice en el escenario, sino también con las reacciones del resto del auditorio. El aplauso, la risa o el murmullo de alguien pueden indicar que es preciso un mayor esfuerzo para obtener una segunda lectura en un pasaje del texto.13

1.4 LA COMPLEJIDAD DEL CENSOR

Consideremos que las sociedades se organizan en tres niveles estructurales: el institucional, el grupal y el interpersonal;14 pues bien, los tres se pueden advertir en la actuación censoria. Quien censura se reconoce como parte de un grupo: ya sea una organización –oficial o no– (§§ 1.4.1-2), ya sea un grupo social sin jerarquía interna (§ 1.4.3) o ya sea un individuo que generalmente se identifica en una actuación concreta como parte de un grupo (§ 1.4.5).

1.4.1 La censura oficial

Seguramente, el prototipo de censor que le viene a la mente a cualquier lector es aquel que pertenece a una institución oficial censora.15 En la Edad Moderna la censura oficial se centró primero en asuntos religiosos para pasar después a los políticos.16 La Inquisición española es un ejemplo de una institución de censura religiosa (censores fidei).17 Disponía de una organización compleja y bien establecida.18 En ella, se podían distinguir sujetos con tareas diferentes: los delatores, los visitadores de librerías y navíos,19 los calificadores, los tribunales inquisitoriales, el Consejo de la Inquisición y el inquisidor general. Quien ponía en conocimiento del Santo Oficio algún hecho punible era un delator. Se trataba de colaboradores inquisitoriales –calificadores, consultores, visitadores, comisarios–, pero también con frecuencia eran simples vecinos o conocidos del denunciado.

Existieron tribunales inquisitoriales tanto en Europa como en América. Un tribunal estaba compuesto, entre otras personas, por dos o tres inquisidores, el fiscal, el receptor, los notarios, los médicos, los cirujanos, el capellán y los alguaciles;20 junto con ellos se deben considerar los comisarios y familiares de la Inquisición, que constituían un personal auxiliar del Santo Oficio que no cobraba salario, pero que disfrutaba de una serie de privilegios. En el caso de las publicaciones, los tribunales inquisitoriales consultaban a expertos –los calificadores–,21 en muchos casos miembros de órdenes religiosas, pero también universitarios –generalmente de Salamanca o de Alcalá–, que evaluaban los hechos conocidos de acuerdo con los criterios inquisitoriales que se publicaban como reglas (§ 7.6.2). Con estos informes, el Consejo de la General y Suprema Inquisición tomaba las decisiones que consideraba adecuadas. Este Consejo estaba presidido por el inquisidor general y acostumbró a estar formado por siete miembros –inquisidor general, cinco consejeros y un fiscal–. Consejo e inquisidor general juntos formaban la Suprema.22

Prosigamos con el funcionamiento de esta institución oficial censoria: si el Consejo consideraba que un libro debía ser prohibido o expurgado, enviaba a los tribunales de distrito una carta acordada en la que comunicaba su decisión. En ocasiones esta carta iba acompañada de un edicto del inquisidor general que debía ser hecho público. Se acostumbraba a leer en misa y después se clavaba en la puerta de la iglesia. Esta decisión censoria habitualmente se reflejaba en el siguiente índice de libros prohibidos23 (§ 7.6.2).

Pero estas complejas censuras oficiales no son cosa de otra época. En la actualidad la mayor censura oficial es la de la República Popular China. Uno de los servicios de comunicación a los que más atiende la censura china es internet. No ha de extrañar, pues ya en 2012 538 millones de personas utilizaban internet en China. Esta censura china se ocupa de que la entrada desde el exterior a la red china de internet solo se pueda llevar a cabo por unos pocos operadores autorizados; de ellos depende qué consulten los ciudadanos chinos fuera de su país y qué sitios web chinos se puedan consultar desde fuera. Así pues, el internet chino es más parecido a una intranet que al sistema descentralizado occidental. Esta censura china hacia el exterior se denomina «la gran muralla de fuego» o en otras traducciones «el gran cortafuegos» (Great Firewall24) y, en consecuencia, se habla de «saltar la muralla» (fanqiang) al hecho de conseguir acceder a los sitios web extranjeros censurados. Dentro del país, su actuación es distinta: los nodos de comunicación de cientos de ciudades tienen su propio equipo censor formado por unos mil censores en cada una de ellas; aparte, hay de 20.000 a 50.000 miembros de la policía de internet que dependen del Ministerio de Seguridad Pública del Gobierno chino.25

Por último, tampoco es extraño el hecho de que una institución oficial que se ocupa de muy diversos asuntos atienda entre ellos a un tipo de censura. El lord Chamberlain inglés, oficial que se ocupaba de la organización de la Corte británica, ostentó la prerrogativa de la censura del teatro entre 1737 y 1968.26

1.4.2 La censura por organizaciones no oficiales

No obstante, esta censura por parte de organizaciones no se ejerce solo por instituciones oficiales como el Santo Oficio o el Ministerio de Seguridad Pública chino, sino también por otros tipos de grupos sociales. Muy posiblemente la organización censora, al tiempo que educadora, más próxima a todos nosotros haya sido la familia. La organización jerárquica de la familia ha impuesto que algunos de sus miembros puedan ser censurados por otros que se consideran con el derecho a hacerlo. Carmen Martín Gaite (1994: 112) se refiere a la actitud impositora que en la posguerra española los hermanos varones ejercían sobre el comportamiento de sus hermanas, actitud que, en opinión de esta autora, con el tiempo extendían a sus novias. En la actualidad esta censura familiar se puede mecanizar: en 2000 todos los receptores de televisión estadounidenses debían tener un chip que permitiera a los padres seleccionar los programas que sus hijos pudieran ver. Para conseguir esta selección, las emisoras marcan con un código los programas. Sistemas similares se proporcionan en los descodificadores de televisión por satélite y por cable.27

Las empresas privadas han podido actuar, igualmente, como censoras sin tratarse de instituciones oficiales. A partir de la década de 1870, las agencias de noticias empiezan a convertirse en grandes empresas internacionales. A principios del siglo XX la agencia francesa Havas, la británica Reuters y la alemana Wolff formaron un cartel que dominaba la transmisión de noticias internacionales. Concretamente en España, a comienzos de la década de 1870 la agencia francesa Havas compró la fundada en España por Nilo María Fabra y Deas en 1865 y la convirtió en su sucursal. Esta agencia detentará prácticamente el monopolio de la información internacional que se reciba en España hasta la llegada de las agencias norteamericanas en la década de 1930.28 Así las cosas, sin tratarse de una institución censora oficial, esta agencia privada ejerció la censura con criterios ideológicos. Desde un primer momento, y sobre todo durante la Primera Guerra Mundial y también en relación con asuntos coloniales, la agencia Fabra seleccionó desde criterios favorables a los intereses franceses tanto la información que distribuyó en España como las noticias españolas que vendió en otros países.29

Detengámonos, de nuevo, en otros ejemplos más recientes de organizaciones no oficiales que censuran. La asociación norteamericana Accuracy in Media, fundada en 1969 y de ideología conservadora, vigila las noticias que publican los medios de comunicación y, si no las comparte, presiona para conseguir su rectificación. Con este fin, se procura parte de su accionariado para poder intervenir en las juntas de accionistas. Distintas compañías privadas, entre otras varias petroleras, financian esta fundación.30 También ha actuado como censor en distintos medios el grupo proisraelí Committee for Accuracy in Middle East Reporting in America (CAMERA); en especial, ha tenido transcendencia su labor en la reescritura favorable a Israel de entradas en Wikipedia.31