La ciencia de la virtud - David Alvear - E-Book

La ciencia de la virtud E-Book

David Alvear

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Beschreibung

El bienestar se puede entrenar. Aún mejor: podemos entrenar las habilidades psicológicas que facilitan que la felicidad o el bienestar aumenten. Para este menester está diseñado el Entrenamiento en Bienestar basado en prácticas Contemplativas (EBC), un programa muy completo fruto de años de trabajo, investigación y estudio de las tradiciones contemplativas y la psicología positiva. El EBC se fundamenta en los siguientes pilares: el mindfulness, la capacidad de alargar las emociones positivas, la facultad de acortar las emociones negativas, el altruismo y la compasión, y una perspectiva sobre la multiplicidad del self. El resultado es un libro práctico, útil y asequible (estructurado en ocho sesiones, con múltiples actividades y meditaciones asociadas), pensado para que los lectores puedan completar el programa de forma autónoma.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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David Alvear Morón y Ausiàs Cebolla i Martí

La ciencia de la virtud

Manual de Entrenamiento en Bienestar basado en prácticas contemplativas (EBC)

© 2023 David Alvear Morón y Ausiàs Cebolla i Martí

© de la edición en castellano:

2023 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Diseño cubierta: Editorial Kairós

Composición: Pablo Barrio

Primera edición en papel: Mayo 2023

Primera edición en digital: Mayo 2023

ISBN papel: 978-84-1121-134-5

ISBN epub: 978-84-1121-187-1

ISBN kindle: 978-84-1121-188-8

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

AgradecimientosPrólogo de Carmelo Vázquez1. Introducción2. Buscando la felicidad y sus significados3. Iniciando el camino: aspectos clave del entrenamiento4. Una motivación adecuada5. Mindfulness6. Exprimir la vida (saboreo)7. La virtud en acción (fortalezas)8. Acortando el malestar (regulación de emociones negativas)9. Compasión y altruismo10. Las diferentes partes de la mente: ¿Por qué no trabajamos en equipo?11. La felicidad como proyecto. El resto de tus días vividos con sentido12. Epílogo. EBC: una propuesta de futuroNotasAnexos

Agradecimientos

Queremos dar las gracias de manera especial a todas las personas que han participado en el proyecto EBC, principalmente a Ramon Rosaleny, Joaquim Soler y Pedro López. Tenemos también un recuerdo agradecido a nuestros colegas que nos han apoyado en todo momento: Jorge Moltó, Javier García-Campayo y Edgar González. Asimismo queremos agradecer a Carmelo Vázquez sus consejos y mostrar nuestra gratitud a todas las personas que han participado en grupos del EBC durante estos años. Este proyecto lo hemos diseñado con cariño para ellas. Por último, gracias a los grandes maestros y maestras de diversas tradiciones contemplativas que nos han nutrido con sus reflexiones y enseñanzas.

Gràcies a la meua familia per fer de tot una gatzara! (A)

Nire familiarentzat, maitasunez. (D)

Prólogo

Ausiàs y David me han arruinado la broma. Este libro pone fin a una pequeña pirueta verbal que he venido haciendo desde hace bastantes años cuando quería explicar mi opinión sobre el futuro de la investigación y las aplicaciones de la meditación. Lo que proponía, medio en broma medio en serio, era que había que transitar desde la perspectiva dominante hasta ahora, centrada en la reducción del estrés y el sufrimiento, hacia otra más ambiciosa y complementaria más centrada en la construcción de la felicidad. Y, sugería, siguiendo mi especulación futurista que, frente a los logros de programas basados en mindfulness para reducir el estrés (MBSR, en inglés), habría que desarrollar programas basados en mindfulness para incrementar el bienestar, a los que incluso me atreví a bautizar como programas de Mindfulness-Based Happiness Increasing (MBHI). Pues esto es justamente lo que los lectores tienen en sus manos con el programa de Entrenamiento en Bienestar mediante prácticas Contemplativas (EBC). Tendré que pensar en otras variantes del futuro de la meditación, tras este feliz desarrollo contemplado en las páginas que siguen a este prólogo, con el que no quiero entretener demasiado a quien haya tenido la distraída ocurrencia de leerlo.

Escribir un libro sobre la felicidad es un acto de valentía para investigadores y profesores universitarios. Para algunos colegas, severos guardianes de la ortodoxia más rancia, celosos del canon que ellos mismos imponen de la respetabilidad académica, escribir de estos asuntos resulta una impostura intelectual o, en el peor de los casos, una desvergonzada manera de sacar réditos económicos de los crédulos dispuestos a comprar la promesa de una vida mejor. Sin negar que hay rufianes interesados y una mercadería alrededor de este noble anhelo humano de felicidad, algo que los propios autores reconocen en sus páginas, estoy convencido de que no hay tarea más elevada y ambiciosa que afrontar con rigor la idea de alimentar, fortalecer y sostener la felicidad humana. En este contexto, a veces cargado de frontal hostilidad e incomprensión, atreverse a publicar un libro que incluya en su título la palabra «bienestar» puede interpretarse como un acto de impertinencia o de inconsciencia juvenil. Pero Ausiàs Cebolla y David Alvear (o como les gusta autodenominarse en su propio libro, A y D) están bien pertrechados para acometer esta empresa. No hay nada más serio en nuestras vidas, pero también en el mundo de la psicología académica, que hablar de la felicidad. Necesitamos discursos bien urdidos y enraizados con lo mejor de la investigación científica para poder contribuir de un modo preciso y honesto a esa noble exigencia de tener mejores vidas. Esto es lo que hacen con maestría y profundidad en este libro A y D, en el que, lo siento por sus potenciales críticos, no hay ni un ápice de ingenuidad ni de impostura.

Hace un par de meses, en un congreso europeo de terapias psicológicas, uno de los autores se me aproximó mostrándome el borrador completo de este libro, justo acabado en esos días. Tímidamente me pidió si lo podía prologar. Aunque dudé unos instantes (no quiero especializarme en escribir prólogos, ese arte del que Jorge Luis Borges hizo un género insuperable), resistí lo que me dictaba mi razón y opté por atender a mi corazón. No podía negarme a lo que me pedían estos autores de admirable trayectoria. Pero, al aceptar prologarlo, no pude anticipar bien lo que me esperaba (y de estos fallos predictivos hablan en su libro A y D como uno de los obstáculos de una vida dichosa). Leer un libro es siempre establecer un diálogo mental con los autores. Y, en este caso, no he podido evitar que, ante muchas de las cuestiones planteadas (¿qué nos hace felices?, ¿qué hace duradera y genuina la felicidad?, ¿cómo podemos contribuir con nuestra felicidad a la de los demás? o ¿qué valores guían nuestra acción?), se pusiera en marcha mi «mente de mono» ilustrado. Cada página me arrastraba a conectar con otras lecturas y autores, con estudios científicos propios y ajenos, o a pensar en cómo hacer cambios en mi vida con algunas de las iluminadoras guías que proponen A y D. De modo que leerlo me ha llevado más tiempo del que ingenuamente preveía. Pero ese diálogo mental, lento y premioso, me ha dado muchos momentos de felicidad plena. ¿Qué más puede pedir un lector? Espero que quien lea este libro sienta también ese vínculo íntimo con esa voz de los autores que nos va interpelando amable y razonadamente sobre asuntos tan centrales de nuestras vidas.

Este libro no es, como muchos otros, una mera revisión de saberes ajenos. Hay muchas obras publicadas que son un catálogo de lo que otros dicen o hacen, pero este no es el caso. Este es un libro en el que se trenzan, de un modo tan inteligente como creativo, dos áreas que han estado relativamente desconectadas: las prácticas meditativas y la ciencia del bienestar. Pero además se hace desde la experiencia de quien practica la meditación (y quién sabe si la felicidad) y desde el rigor y la investigación académicas. Y, a diferencia de libros de gurús de la felicidad, tan inocuos como abundantes, A y D escriben con un humilde y encomiable tono de ensayo y error, de probar tentativamente prácticas que ellos mismos bien saben que deberán someterse a escrutinio implacable de la evaluación científica. En este sentido, el programa descrito en el libro queda ya como una obra abierta sujeta, y ojalá sea así, a vaivenes, correcciones y mejoras. Además, entroncando con el modo de hacer ciencia moderna, el libro es transparente. En efecto, A y D son generosos y no ocultan nada esencial (fuentes bibliográficas, contenidos de meditaciones o técnicas y procedimientos de intervención). Por lo tanto, depositan la obra en el honesto terreno de la reproducibilidad y lo que proponen podrá ser probado en su eficacia por quien lo desee. Esta empresa es fascinante y deseo que los autores puedan instalar, diseminar e ir perfeccionando este programa en los próximos años. Ya solo por eso estoy seguro de que dejarán una huella en la psicología. Pocos podrán decir lo mismo.

En este libro se describe un programa de meditación, con sólidas bases científicas sobre sus fundamentos, con el fin no solo de mejorar el bien-estar de los participantes sino su bien-ser, si se me permite el juego de palabras. Se trata de mejorar no solo el estado de ánimo, el afrontamiento de circunstancias difíciles o la apreciación del presente y su disfrute, empresas todas ellas legítimas y ambiciosas, sino de ayudar a reconocer y alimentar nuestras fortalezas como seres humanos y hacerlo además mirando al otro. Siguiendo la estela aristotélica, la idea básica de este libro es que podemos engarzar prácticas meditativas con prácticas destinadas a desarrollar lo mejor de nosotros como personas.

El libro se asienta en la tradición epistémica de considerar que hay dos vías que alimentan la felicidad humana. Aunque se ha escrito mucho sobre la vía hedónica de la felicidad, contraponiéndola a la vía eudaimónica, que sería más sublime o elevada que la primera, puede que ambos caminos no sean tan divergentes. Es verdad que los autores reconocen que, a veces, las rutas hedónica y eudaimónica se entrecruzan y disuelven (pensemos en la sensación de comunión y trascendencia que puede tener un contacto sexual con la persona querida). Pero creo que aún no comprendemos bien la naturaleza quizá más unitaria del bienestar. Como bien se indica en estas páginas, la neurociencia ha mostrado que las estructuras cerebrales del placer son activadas por elementos muy dispares (de naturaleza hedónica o sensorial, o no). Y este es un indicador que no hay que olvidar. Sí es verdad que, en tradiciones budistas, pero también en algunas de las religiones monoteístas dominantes, hay una cierta sospecha del placer, por su carácter efímero y potencialmente engañoso, frente a lo que sería una felicidad genuina, creo que no hay que despreciar tampoco esa primera vía hedónica. De hecho, una buena pista para encontrar y desarrollar fortalezas es seguir el rastro hedónico: aquello que nos hace sentir mejores personas o más realizados como seres humanos suele producir dicha (incluida, por ejemplo, la humilde pero necesaria alegría). Saborear la realidad no solo es un acto que nos haga sentir contento y dicha. No queda limitado a los raquíticos límites de lo sensorial. Saborear es, a la vez, un acto de apreciación intelectual y un mecanismo esencial de nuestro sofisticado sistema para estar en el mundo y sentirnos vinculados a él.

Pero dejando de lado estas sutilezas sobre la naturaleza intrínseca de la felicidad, es cierto que anclar la felicidad más nuclear no tanto en el placer transitorio sino en raíces que tienen que ver con el autoconocimiento y el desarrollo de las fortalezas entronca con sabidurías milenarias. Quizá la via regia para transitar ese camino sea el cultivo de las fortalezas y virtudes, de honda tradición en el pensamiento laico y religioso, incluyendo tradiciones budistas, y recientemente incorporadas a la investigación psicológica. Escribía Martin Seligman, en un artículo de homenaje póstumo a su llorado amigo y prematuramente fallecido Chris Peterson (verdadero promotor de la investigación psicológica moderna sobre las fortalezas), que se podría entender la salud psicológica, de un modo radical e innovador, como la adquisición y puesta en marcha equilibrada de fortalezas psicológicas. A y D creo que transitan por esta vía de entender la salud y el bienestar desde esta perspectiva centrada en el desarrollo y activación de fortalezas. Y creo que aciertan de pleno.

Podría pensarse que un programa centrado en la meditación, la refocalización de la atención y el cultivo de las fortalezas estaría hipertrofiando el ego y centrando el cambio en un armazón individual y autista respecto al mundo externo y la otredad. Pero creo que no existe tal peligro. Algunas de las fortalezas humanas que se entrenan en este libro tienen que ver con uno mismo (por ejemplo, la valentía, el amor por el conocimiento, la templanza, el juicio equilibrado…), pero otras solo adquieren sentido en el reconocimiento y apertura hacia los demás (inteligencia social, perdón, capacidad de dar y recibir amor). En un reciente estudio en el que hemos analizado las fortalezas de más de un millón de participantes, la gratitud ha resultado ser la fortaleza más conectada a las demás. Este puede ser un buen ejemplo de que en la arquitectura de nuestra humanidad el cimiento más sólido tiene que ver con el reconocimiento del otro. En este sentido, uno de los elementos más atractivos de la propuesta de A y D es considerar que la felicidad adquiere un sentido más profundo si se refleja y considera al otro. Lejos de una meditación solipsista, ajena a la existencia ajena, el programa asume que somos seres sociales y cualquier conquista de la felicidad, prestando las palabras de mi admirado Bertrand Russell, debe sustentarse en el noble entendimiento que no podemos ser sin el otro.

Los autores proponen acertadamente que «aspirar a ser feliz sin desarrollar virtudes morales como la integridad, la honradez, la justicia o la bondad es una ficción subjetiva, fruto, en parte, de la construcción social actual». Podría añadirse, para fortalecer aún más este argumento moral, que, como ha desarrollado con una deslumbrante brillantez Rutger Bregman en su libro Dignos de ser humanos (Ed. Anagrama, 2021), la bondad, el altruismo, la cooperación y la gratitud han sido además elementos clave de la supervivencia de nuestra especie. No son asuntos marginales añadidos a nuestro éxito evolutivo, sino posiblemente los mimbres centrales que nos caracterizan como especie (algo que tiene mala prensa). Y seguir alimentándolos y sosteniéndolos es una empresa de gran calado transformador que se entronca con naturalidad con lo que somos como especie y, muchas veces desde los poderes económicos, se nos insta interesadamente a olvidar.

Pocas cosas se me ocurren que no estén tratadas adecuadamente en el libro, sin ostentaciones académicas ni un muestrario interminable de citas, lo que muchas veces es un parapeto de la ignorancia. Hay mucho soporte, visible e invisible, y una buena parte de ello se encuentra discreta y elegantemente recogido en citas bibliográficas muy selectivas y muy oportunas que dejan entrever el profundo conocimiento de los autores sobre lo que están escribiendo. Desde la filosofía moral a la psicología científica, y desde textos sagrados a referencias literarias escogidas.

Estoy seguro de que el libro abrirá un diálogo fértil con quien lo lea. Todos somos capaces de hilvanar historias personales en las que podamos encontrar, en nuestras propias vidas, ejemplos de que nuestra dicha, la sensación de estar en paz con el mundo y con nosotros mismos, y la convicción de que hemos sido o somos importantes para otros, se funda en haber puesto en marcha alguna de esas fortalezas. Es nuestro deber seguir trabajando para poder acrecentar ese misterioso tesoro que nos puede hacer mejores haciéndonos más humanos. Y este libro es un compañero iluminador de ese viaje.

CARMELO VÁZQUEZ

Catedrático de Psicopatología

Universidad Complutense

Presidente de la International Association

of Positive Psychology (2013-2015)

Presidente de la Asociación Española de Psicología Positiva (2009-2012)

1.Introducción

«Seré feliz cuando por fin pueda abandonar la casa de mis padres y viva sola…».

«Seré feliz cuando cambie de trabajo…».

«Seré feliz cuando tenga una pareja que me quiera y me cuide…».

«Seré feliz cuando tenga un perfil en redes sociales lleno de gente que me da likes…».

«Seré feliz cuando me toque la lotería…».

«Seré feliz cuando lea este libro…».

«Seré feliz cuando mejore mi carácter…».

«Seré feliz cuando (pon lo que quieras)…».

Este tipo de pensamientos nos han acompañado a muchos de nosotros durante toda la vida. La evidencia científica nos indica que, lamentablemente, la mayoría no son más que mitos sobre la felicidad. Cualquiera que se haya sentido identificado con las frases del inicio de este texto en parte tiene razón: la felicidad es muy contextual y, por tanto, tener necesidades importantes por cubrir puede tener un gran impacto en nuestro bienestar, sobre todo, cuando aspectos básicos como la estabilidad vital y familiar, las relaciones humanas, la salud o buenas condiciones laborales están en riesgo o son claramente insuficientes. Es muy complicado aspirar al bienestar con trabajos precarios, mal pagados, viviendas inadecuadas o las más mínimas condiciones de dignidad. No aceptar este punto es llevar esta aventura a las fauces de la literatura barata, neoliberal e individualista.

La búsqueda de la felicidad está presente en nuestra cultura, está incrustada en nuestra forma de entender cómo estar en el mundo. Aspiramos a encontrarnos bien, satisfechos, contentos y gozosos, y buscamos lograrlo por todos los medios. A veces esta búsqueda surge en forma de cierta sed, ansia o insatisfacción vital crónica, casi como una especie de signo de nuestro tiempo. A pesar de tener muchas más comodidades que todos nuestros antecesores, los niveles de insatisfacción con la vida están disparados.

La búsqueda de la felicidad

Miquel no tiene grandes problemas. Se levanta cada día para ir al trabajo a la misma hora, desayuna cada día lo mismo, su trabajo más o menos es siempre igual, cuando le han ofrecido un ascenso siempre ha dicho que no le apetece cambiar. Sale del trabajo y vuelve directo a casa, siempre por el mismo camino. Le da un beso a su pareja y sus hijos, y se pone a ver la televisión. A la misma hora todos los días se pone a cocinar la cena y luego descansa un poco más mientras ve los programas nocturnos, hasta que finalmente se suele quedar dormido en el sofá. Si le preguntáramos a Miquel si es feliz, probablemente se encogería de hombros y respondería: «No lo he pensado. Imagino que no, pero es lo que me toca vivir».

Miquel no tiene ningún trastorno mental, no tiene ansiedad, ni depresión, ni siquiera demasiado estrés. Se podría esperar, por tanto, que fuera feliz y disfrutara de la vida. No obstante, tampoco podría decirse que es infeliz. Sencillamente, pasa por la vida sin esperar demasiado, sin cuestionarse ni preocuparse por estas cosas.

Lo que le pasa a Miquel pone en entredicho la idea tradicional de que el bienestar psicológico y los trastornos mentales son extremos de un mismo continuo. En consecuencia, la presencia de uno inutiliza o imposibilita al otro. Es decir, que una persona sin trastornos mentales tiene que tener bienestar y, en cambio, una persona con algún diagnóstico de trastorno mental irremediablemente debe sentirse desdichado.

Hay científicos que han cuestionado esta aseveración. El modelo del continuo-dual de la salud mental sugiere que la enfermedad mental y el bienestar, o salud mental positiva, reflejan continuos distintos en lugar de los extremos de un único espectro.1 Desarrollado inicialmente por Corey Keyes, sociólogo y psicólogo estadounidense de la Universidad de Emory en Estados Unidos, este modelo critica que la ausencia de un trastorno mental pueda ser entendido como un criterio suficiente para presuponer un nivel adecuado de salud mental. Por tanto, ¿es posible ser feliz y tener síntomas? ¿Y no tener ningún síntoma y, en cambio, ser profundamente infeliz? Parece que sí, sobre todo esto último. Lo más interesante es que cada dimensión (bienestar y psicopatología) tiene predictores específicos y otros comunes que se influyen mutuamente a través de complejas interrelaciones. En otras palabras, aquello que nos hace tener bienestar no es lo mismo que aquello que no nos hace sentir mal o, al revés, la ausencia de aquello que nos hace sentir tristeza o ansiedad no nos lleva a sentirnos bien. Lo vemos claramente en el caso de Miquel: sus circunstancias son buenas (tiene trabajo, familia, estabilidad económica y social, etc.), pero se siente infeliz.

Tal y como propone Keyes, entender lo que le sucede a Miquel es mucho más complejo. Los modelos tradicionales que solo incluyen la dimensión salud/enfermedad no nos van a servir. De acuerdo con este autor, Miquel languidece. Tiene una vida gris, sin objetivos vitales, retos, ni razones para estar ilusionado. Tiene unas buenas condiciones vitales: trabajo, casa, familia, coche y un sueldo que le permite caprichos, pero al final todo esto no le genera felicidad, ya no.

La pregunta clave entonces es si Miquel desea ser feliz o no. En caso de que sí…, ¿por qué no lo logra? ¿Qué es lo que le mueve a levantarse cada mañana? ¿Qué pasaría si de repente todo lo que conoce se desvaneciera por una guerra o una catástrofe meteorológica? ¿Sería capaz de valorar lo que tenía?

Todavía no hemos conocido a nadie que no desee estar bien y a gusto, que no se dé cuenta de cuánto sufre o que no sepa discriminar entre estar cómodo o incómodo. Cierto es que no todo el mundo es consciente de esta búsqueda, y el proceso sucede a un nivel tan automático que requiere reflexión para tomar conciencia del mismo. La mayoría de nosotros ni siquiera nos hemos preguntado nunca qué aspecto es el más importante en nuestra vida. De hecho, cuando respondemos a la pregunta: «¿Qué es para mi lo más valioso de la vida?», no siempre ponemos la felicidad entre las primeras motivaciones, tal vez situemos en primer lugar otros aspectos clave de la condición humana, como la libertad, la cultura, la justicia social o la inteligencia.

A nuestro entender, incluso cuando la felicidad no está entre nuestros objetivos o valores, damos por hecho que las consecuciones del resto generarán de manera secundaria bienestar. Si para alguien es más importante la libertad o la familia que la felicidad, en realidad, cuando se acerque a estos valores de manera irremediable aparecerá un sentimiento de coherencia, de tranquilidad, de sentirse bien. Tener en cuenta qué es lo que nos mueve, lo que nos interesa o cómo jerarquizamos lo relevante es clave para comprender nuestras acciones y saber qué aspectos de nuestra vida debemos potenciar y cuáles dejar de lado. En resumen, partimos de la premisa de que todos, de forma directa o tangencial, buscamos el equilibrio y el bienestar.

Posiblemente, a lo largo de la vida esta búsqueda nos habrá provocado bastante frustración y, tras ciertos varapalos, es posible que nos hayamos dado cuenta de que en ocasiones buscamos la felicidad en el lugar equivocado. Recuerdo perfectamente (A) que, cuando estábamos en época de exámenes o incluso cuando estaba en el proceso de doctorado, siempre me entretenía pensando que mi felicidad llegaría en la siguiente etapa vital. Lamentablemente, siempre había una gran decepción porque, al llegar a esa nueva etapa, casi todo seguía más o menos igual, a pesar de que las condiciones eran por completo diferentes.

Aitziber es una estudiante de veintiséis años cuyo mayor sueño era encontrar un trabajo para tener autonomía. De esta forma, explicaba su mal humor constante y su insatisfacción con la vida. Cuando terminó la carrera, no estudió ningún máster y se lanzó a buscar un trabajo. Pronto encontró algo de acuerdo con su experiencia como estudiante de turismo, un trabajo de recepcionista en un hotel. Efectivamente, estaba mucho más contenta y feliz, logró independizarse y comprarse un coche. Al año, más o menos, empezó a sentirse alejada de sus amigas que continuaban estudiando, mientras ella tenía un trabajo muy rígido y con horarios en fin de semana, de tal manera que su felicidad bajó de nuevo. «Es que tengo que cambiar de trabajo», se dijo a sí misma.

Así que eso hizo, Aitziber mandó currículos y a los pocos meses cambió de trabajo, y efectivamente mejoró un poco, pero algo pasaba.

«¡Será la casa!, ¡demasiado pequeña!», pensó.

Se cambió de casa y la situación se perpetuaba. Tras varios cambios, y ver que siempre volvía al punto de origen, Aitziber se desesperó.

¿Por qué Aitziber no logra la tan ansiada felicidad?

El mercado de la felicidad

Siempre hay gente interesada en responder a esta ansia de forma rápida y de bajo coste. Donde hay demanda, aparece oferta, ni que sea de muy baja calidad. Mientras Miquel y Aitziber languidecen de maneras diferentes, toneladas de información sobre cómo ser feliz inundan las redes sociales, las tazas de café y las estanterías de las librerías. Las compañías de bebidas azucaradas, productos lácteos, coches, etc., utilizan la felicidad como reclamo, vinculando el consumo de un determinado producto a una sensación de plenitud. No es casualidad que las empresas que son vistas como más próximas a la felicidad por la ciudadanía española son Coca-Cola (45,5%), Nestlé (5,6) y El Corte Inglés (2,2)… Si atendemos a la cantidad de dinero que invierten en publicidad para crear este efecto, nos podemos hacer una idea de la fuerza que tiene la felicidad como producto de mercado.

Por otro lado, miles de mensajes breves aparecen en nuestros perfiles de redes sociales con trucos cortos, frases sin ningún tipo de ambigüedad y cierta sensación de que el que no es feliz es porque no se esfuerza lo suficiente, porque es tonto, porque le falta algo o porque se complica la vida. Muchas empresas han integrado este discurso porque saben que mueve a miles de personas, que es una necesidad amplia que afecta a diferentes clases sociales, países y etnias. La llamada industria de la felicidad mueve millones de euros anuales en formaciones y manuales con una amalgama de psicología barata, mucha publicidad y una gran avidez por el dinero. El mensaje de que tenemos que ser felices a toda costa, incluso por encima de cosas tan importantes como la justicia social, la empatía o el cambio climático, está calando y se está convirtiendo en un producto de consumo más. William Davies, sociólogo y economista político, es profesor en Goldsmiths (Universidad de Londres) y ha avisado del conflicto que supone intentar resolver desde una perspectiva individualista lo que para él es un problema social2 y político, tal y como proponen determinados discursos. Este autor señala que los alarmantes niveles de depresión y estrés que vivimos no se deben a la falta de habilidades psicológicas o competencias o a no tener una motivación adecuada, sino que son consecuencia de unas condiciones sociales concretas, como la injusticia social y la falta de equidad. Dar soluciones intrapsicológicas a lo que a todas luces es un problema político no es una solución real, sino más bien un atajo del propio sistema para autoperpetuarse.3

Este bombardeo con la felicidad ha llegado a tal punto que ha promovido un hartazgo lógico, generando incluso que haya un movimiento reivindicando el derecho a estar triste o a no vivir obsesionado por la felicidad. Como si existiera la opción de escoger sufrir libremente, pudiendo no hacerlo. Ambos extremos de la discusión («Puedes ser feliz si quieres» versus «La búsqueda de la felicidad es un instrumento del neoliberalismo para adormecernos») contaminan el discurso y llevan a la ciudadanía a posicionarse en extremos que no ayudan. Todo es mucho más sencillo y natural a nuestro entender. La búsqueda de la felicidad, el bienestar, el equilibrio, el sentirse lo mejor posible, etc., forman parte de la naturaleza humana y están entre las prioridades de muchas personas.

Algunos autores han acusado al movimiento de la psicología positiva y a los científicos que la investigan de alimentar este mercado, de primar lo positivo y de negar los problemas éticos y morales que supone negar lo negativo, dar falsas esperanzas, prometer que es posible vivir sin sufrimiento. Se nos acusa de negar lo contextual o lo social, promoviendo el conformismo y situando el problema de la insatisfacción, siempre a nivel intrapsicológico, rompiendo con el tejido social y la unión de todos para cambiar las condiciones de vida.

En un reciente libro titulado Los ángeles que llevamos dentro, el reputado lingüista Steve Pinker evidencia que en la mayoría de las sociedades vivimos mejor que hace cien años, y que hace trescientos años. Vivimos con más seguridad y menos violencia, se han reducido el número de asesinatos, de guerras y su impacto, y vamos hacia una sociedad más equitativa y justa. Aun así, la sensación que tenemos la mayoría es la contraria debido a una sobreexposición de los medios de comunicación a este tipo de eventos.

En paralelo, el número de personas con trastornos mentales y la insatisfacción vital no para de crecer. Algo está pasando, y no lo estamos sabiendo ver. ¿Cómo es posible esta paradoja?4 Por ejemplo, en el caso de la depresión se habla de la paradoja tratamiento/prevalencia; es decir, que cuanto más sabemos cómo tratarla, más alta está su prevalencia en el mundo. En estos momentos existen excelentes tratamientos para la depresión con niveles de efectividad muy elevados. Aunque tenemos el problema de que la mayoría de personas deprimidas ni siquiera se tratan ni acceden a los servicios de salud, seguimos sin saber por qué está subiendo el porcentaje de personas con depresión en el mundo. Tal vez, ahora aspiramos a aspectos a los que en el pasado no aspirábamos o incluso que otras culturas ni se plantean. Hay autores que señalan que lo que causa este nivel tan elevado de trastornos psicológicos es una sociedad cada vez más individualista, donde las exigencias son cada vez mayores, mientras existe una mayor desprotección y aislamiento entre la ciudadanía.

En resumen, es un tema con grandes implicaciones éticas y sociológicas, cuyo debate tiene un enorme interés. Nuestra posición como autores e investigadores en esta área es que entendemos las críticas hacia determinada expresión de esta búsqueda de la felicidad, y estamos de acuerdo con ellas, pero pensamos que la solución no puede quedarse en una queja o una crítica feroz, ni posicionarse en una ridícula posición de reivindicación del sufrimiento. Se puede ir resolviendo a muchos niveles y, en nuestro caso, queremos poner nuestro granito de arena. Para nosotros, la solución está en investigar más y hacer buena ciencia y, por qué no, en ser más cautos en los mensajes que lanzamos.

Somos conscientes de que los cambios hacia una sociedad más feliz y equitativa deben de promoverse en varias direcciones: política, sociológica, cultural y también psicológica. La complejidad con la que vivimos ahora es enorme en comparación con la vida de nuestros abuelos, el reto que ha supuesto para la humanidad la aparición de internet es solo comparable a la de la aparición de la imprenta, pero a una velocidad cien veces mayor. Estos cambios están produciendo irremediablemente un ajuste que no todo el mundo está pudiendo desarrollar con éxito. Soluciones del siglo XIX para problemas del XXI no van a asegurarnos resolver estos problemas.

Cualquiera que haya leído nuestro libro anterior (Psicología positiva contemplativa) y entienda la propuesta que hacemos, no puede situar la psicología positiva contemplativa en esta idea de la felicidad como un producto de consumo o una visión individualista y neoliberal. En todo caso, está en manos del lector colocarnos en el lado de los que venden humo, y con mensajes que caben en una taza, o en el lado de los científicos que pretendemos abrir un espacio de diálogo y comprensión a partir de lo que los datos nos confirman, inculcar esperanza y a la vez transmitir cautela sobre la posibilidad de que el bienestar sea modificable.

A pesar de estas críticas, la realidad es que la felicidad, su búsqueda y comprensión son objetos de estudio en Occidente desde hace siglos, primero por la filosofía y en los últimos años por la psicología, la economía, la sociología, las neurociencias, etc. Tal y como plantea el filósofo francés André Compte-Sponville, el objetivo de la filosofía siempre ha sido la felicidad.5

La ciencia de la felicidad

Como decimos, el interés por el estudio multidisciplinar de la felicidad ha aumentado exponencialmente en los últimos años. El informe anual de la felicidad en el mundo (World happiness report),6 publicado por una serie de fundaciones y grupos, incluyendo algunos grandes grupos alimentarios o farmacéuticos, es una lectura obligada para todos los que estamos interesados en esta área de trabajo. Todos los años, este informe publica un ranking con los niveles de felicidad de los países, aunque es posiblemente la parte más anecdótica del informe. Es muy interesante ver las constantes que conforman la fórmula y los marcadores que incluyen en la ecuación, los cuales les permite valorar la felicidad de un país entero.

Esta fórmula está compuesta sobre todo por factores contextuales, cuestiones tan básicas como la renta, el apoyo social, una expectativa de una calidad de vida elevada, la percepción de libertad para tomar decisiones o la percepción de corrupción. Aunque hay muchos más factores, como el desempleo, la falta de justicia social, la soledad, el machismo, el racismo, la injusticia social, etc., que no se incluyen, pero se sabe que predicen los niveles de bienestar. No es casualidad que los países europeos copen los primeros puestos en el ranking de la felicidad en el mundo. Bien es cierto que esta lista incluye algunas inconsistencias a este nivel, como el hecho de que países que son dictaduras ocupen las primeras posiciones (por ejemplo, Emiratos Árabes Unidos), incluso por encima de España.

En definitiva, la felicidad tiene un componente contextual importante: sin un mínimo de circunstancias a favor es complicado (aunque no imposible) tener bienestar. Junto a ello, hay otros determinantes que también afectan a la felicidad. Aspectos bastante estables y que forman parte de lo que somos. Tenemos una felicidad basal que viene condicionada por nuestro carácter y nuestra genética.

Cada vez tenemos más evidencias científicas de que se puede aumentar el bienestar. En un estudio de revisión de artículos, en el que se analizan los efectos de diferentes entrenamientos e intervenciones para aumentar el bienestar sobre 53.288 participantes, se vio que estas intervenciones son eficaces. Sabemos cómo aumentar el bienestar psicológico. Tenemos una gran variedad de intervenciones psicológicas que pueden hacerlo.7

Bienestar psicológico y salud

Normalmente, se habla mucho de los aspectos hedónicos del bienestar, es decir, sentirse bien es realmente agradable, pero se habla menos del impacto que tiene el bienestar psicológico a nivel social y de salud. Veamos lo que observó un estudio de cohorte (se investiga una población desde la infancia hasta la adultez) de cuatro mil personas investigadas desde 1958 en el Reino Unido. A los once años, estos cuatro mil niños, escribieron un ensayo sobre su futuro, para posteriormente evaluarlo y codificarlo. Cuando llegaron a los cuarenta y cinco años, se les extrajo sangre y se evaluaron marcadores de salud cardiovascular. Se observó que quienes mostraron en su texto mayor bienestar psicológico de adultos tuvieron menos riesgo de tener una enfermedad cardiovascular.8

También se ha visto que una mayor satisfacción con la vida predice llevar a cabo menos conductas de riesgo, como no ponerse protección solar o fumar, y más actividades beneficiosas para la salud, como practicar ejercicio físico o tener una mejor dieta.9 Se ha visto que el optimismo favorece un afrontamiento activo del estrés y de los problemas de salud, conductas de solución de problemas, autocuidado y planes de recuperación.10 En otro estudio fascinante, pacientes con niveles elevados de optimismo que fueron sometidos a una cirugía de la arteria coronaria hicieron planes más activos de rehabilitación y, seis meses más tarde, mostraron mejor recuperación y mejor calidad de vida. En conclusión, potenciar el bienestar en la ciudadanía puede ayudar a crear también sociedades más saludables (con todo el impacto socioeconómico que ello puede deparar). Con estos datos, hay que tener algo de cautela, ya que un nivel excesivo de optimismo no realista también puede llevar a minimizar los riesgos de enfermedades o del impacto de ciertas conductas de riesgo sobre la salud. Por ejemplo, en un estudio longitudinal de casi siete mil personas en Alemania se vio que las personas que sobrestimaron cuán satisfechos estaban con sus vidas tenían más probabilidades de morir en un período de doce años.11 Obviamente, si minimizamos los riesgos de que algo malo nos pase, nuestra supervivencia puede verse afectada a medio o largo plazo.

Otro debate intenso es si las personas con altos niveles de bienestar están adormecidas o no. Si se despreocupan de los problemas de los demás o si este estado mental les hace no percibir de manera realista los problemas acuciantes en el mundo. Más allá de debates políticos, lo interesante es revisar la literatura científica que ha abordado el tema en cuestión. Se ha visto cómo niveles más altos de materialismo (definido como la búsqueda del estatus y la felicidad a través de la adquisición de riqueza y posesiones materiales) están asociados con niveles más bajos de bienestar.12 Por otro lado, se ha detectado que las personas más felices, cuando se les presentaba la oportunidad, estaban más dispuestas a actuar ayudando a la comunidad a sobrellevar las consecuencias de un evento local traumático. Como se vio en un estudio sobre unos disturbios raciales en Estados Unidos, los estudiantes más felices fueron los que demostraron un mayor malestar cuando tuvieron que reflexionar sobre dichos hechos y se mostraron más preocupados y movilizados para actuar ayudando, a la vez que estaban más dispuestos a participar en futuros sacrificios.13 En otro estudio, se vio cómo las personas que puntuaban alto en bienestar psicológico eran más propensas a comprometerse con la crisis del cambio climático, aunque eran las personas menos felices las que se preocupaban más por el clima.14 Dicho de otra manera, incluso preocupándose menos, es más probable que tomen medidas en su vida diaria para ser más conscientes del medio ambiente que las personas menos felices. Se ha observado que las conductas de consumo éticas (reciclar, consumir productos de proximidad, productos ecológicos, de comercio justo o ropa tejida de forma ética) se relacionan positivamente con el bienestar eudaimónico y negativamente con el hedónico.15 Por tanto, los discursos simplistas sobre el bienestar, sencillamente, no son ciertos, se trata de un constructo complejo, con múltiples lecturas y dimensiones, que bien merece una reflexión profunda como sociedad.

La felicidad en tiempo de crisis global

El estudio sobre la felicidad es fascinante, y nos reta constantemente. Un ejemplo muy concreto lo hemos tenido con la pandemia de la COVID-19 que ha asolado el mundo y que se inició a principios de 2020 y duró hasta 2022, dejando millones de muertos y de infectados. Aproximadamente, el 6,4% de los españoles acudieron a un profesional de la salud mental y el 5,7% recibieron algún tipo de tratamiento psicofarmacológico; además, los niveles de suicidio han aumentado un 7,4%, según el Observatorio del Suicidio en España. Junto a ello, los primeros datos e hipótesis que se han realizado sobre el impacto de la pandemia van en contra de lo que todos más o menos podíamos intuir; es decir, que la pandemia fue un mazazo muy fuerte para nuestros niveles de bienestar. De acuerdo con el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los niveles de bienestar apenas han variado, alrededor de un 7,8 sobre 10.

Esta pandemia ha sido fuente de interés por parte de muchísimos profesionales de la salud mental que han querido investigar el impacto de semejante cambio de vida. Como siempre, frente a esto hay dos visiones: aquellos interesados en investigar la población más vulnerable y que ha sufrido en mayor medida esta crisis, y aquellos interesados en investigar qué hace que haya gente que lo haya llevado bien. Ambos extremos son fascinantes y merecen atención. Es interesante ver qué factores nos han protegido de tener problemas de salud mental; por ejemplo, a nivel psicológico se ha visto que nos ha ayudado mostrar gratitud y resiliencia, tener experiencias de flow (un estado de flujo de conciencia en el que estamos plenamente centrados en una tarea), expresar valentía o aspectos más temperamentales como puntuar alto en extraversión (rasgo de personalidad caracterizado por la alta sociabilidad, por el placer de estar en situaciones acompañado, de charlar y conversar con otras personas, así como la necesidad de constante estimulación). Además, la extraversión suele ir acompañada de una tendencia a experimentar emociones positivas. Por otro lado, lo que ha aumentado el riesgo es la intolerancia a la incertidumbre o tener un diagnóstico de trastorno mental. En el ámbito social, nos ha protegido la calidad de las relaciones, la conexión con los otros, la cantidad de contactos y la conducta prosocial. Algunas de estas características forman parte de nuestro temperamento (por ejemplo, no podemos dejar de ser extrovertidos), pero, en cambio, hay otras que se pueden articular como habilidades y, de facto, entrenarse y cultivarse, y de esta forma aumentar la resiliencia para sostener un equilibrio incluso en los momentos más duros.

C-a-m-b-i-o

Toda esta reflexión nos lleva sin duda a una dirección y una pregunta clave: ¿se puede modificar el bienestar psicológico? ¿Se puede articular un entrenamiento para el bienestar? La ciencia psicológica lleva ciento cincuenta años investigando, en el fondo, una cosa muy sencilla. Una palabra de seis letras, que parece obvia y que, sin embargo, supone un quebradero de cabeza desde hace décadas. Desde que Freud propuso que a través de la palabra se podían sanar problemas mentales, la ciencia psicológica busca ansiosamente lo mismo. Lo que todos buscamos, lo que Aitziber quiere, lo que los autores de este libro quieren, lo que todas las Navidades nos sugerimos, lo que confiamos que venga sin esfuerzo, es el C-A-M-B-I-O. Tan sencillo como eso… ¿Cómo podemos cambiar la conducta de la gente? ¿Cómo podemos convencerlos de que pueden cambiar? ¿Cómo facilitamos que cambien? ¿Qué cosas se pueden cambiar y qué cosas no? Lo que proponemos con este libro es precisamente una propuesta de cambio.

¿Parece sencillo? ¿Cuántas veces hemos intentado cambiar y no hemos podido? ¿Cuántas veces ni siquiera pensamos que podemos cambiar algo? Deseamos cambiar pensamientos, conductas, sistemas familiares, grupos, organizaciones, motivaciones, valores, actitudes, formas de hablar, de interactuar, emociones, etc. A través de la ciencia de la psicología transmitimos la posibilidad de que tras una serie de conductas y acciones sucederá una serie de cambios. Te hacemos una pregunta sencilla: ¿qué tiene que pasar para que puedas decir que la lectura de este libro te ha cambiado? ¿Esperas que cambie alguna cosa? ¿Es un cambio lógico o está influido por tus expectativas/creencias?

El ser humano es proactivo, puede y quiere cambiar, lleva haciéndolo desde que es un primate. No somos esclavos de un contexto o de un ambiente, aunque nos determine mucho, tenemos margen de insight, de comprender, de cambiar. Eso sí, antes tenemos que decidir qué queremos cambiar, y aplicar un método para hacerlo. Tal y como decía el psiquiatra Viktor Frankl, autor de la maravillosa obra El hombre en busca de sentido:

Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En este espacio se encuentra nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta están nuestro crecimiento y nuestra libertad.

John Norcross, profesor de Psicología en la Universidad de Scranton, en Estados Unidos, es uno de los mayores expertos en el proceso de cambio en psicología. Prolífico divulgador de la psicoterapia, integrador y científico, manifiesta que cambiar algo de nosotros mismos siempre produce miedo, que queremos que las cosas sean diferentes, sentirnos bien y aliviados, pero sin tener que cambiar nada de nuestra vida. ¿Y a qué tenemos miedo?, pues podemos tener miedo a fracasar y perder la esperanza, a encontrar una barrera tan grande que no la podamos superar, a desconectarnos de nuestros seres queridos, a ver el mundo de forma diferente, a no ser nosotros mismos, a cambiar la imagen que tenemos de nosotros mismos, etc. Y eso aparece en forma de resistencias, barreras y quejas que nos alejan de la disciplina necesaria para ejecutar un cambio.

Este autor, junto con James O. Prochaska, profesor de Psicología y director del Centro de Investigación en Prevención del Cáncer de la Universidad de Rhode Island, en Estados Unidos,desarrolló un modelo de estadios del cambio de acuerdo con una dimensión temporal. El proceso del cambio surca una serie de estadios, más o menos ordenados, que nos acercan a las acciones destinadas a lo que queremos lograr. Los estadios son cinco.

El primero es la precontemplación. En este momento el cambio no está ni contemplado, sencillamente no pensamos que pueda suceder. Aplicado a este libro sería el caso de Miquel o el de un lector que se relaciona con la lectura de este libro suponiendo que el bienestar es consecuencia de factores totalmente externos, o genéticos, es decir, fuera de nuestro control, por tanto, nada se puede hacer para cambiar nuestro nivel de bienestar. Este libro no está pensado para estos lectores (seguramente, el anterior se ajusta mejor), de hecho, es posible que ni siquiera lo encuentren interesante y que lo devuelvan a la estantería de la librería pensando: «Otros vendehumo, charlatanes, mezclando mindfulness y psicología positiva, la combinación perfecta de pseudociencia… ¡El colmo!», o a lo mejor se sorprenden y mientras la lectura se desarrolla se activan los siguientes estadios del cambio. Es decir, la lectura les agrieta alguna de sus creencias y se abre una oportunidad de cambio.