La ciudad de la huerta - Jorge Ramón Ros - E-Book

La ciudad de la huerta E-Book

Jorge Ramón Ros

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Beschreibung

Valencia experimentó, entre 1875 y 1910, varias reformas urbanas que se pueden relacionar con diversas percepciones sociales del estado de la ciudad a través del estudio de dos espacios neurálgicos: la plaza del Mercado y el entorno de los solares de San Francisco. Al igual que ocurrió en otras urbes europeas, las autoridades valencianas, siguiendo las corrientes higienistas, plantearon el derribo de barrios y la construcción de grandes vías e infraestructuras municipales, transformaciones en las que influyeron distintas formas de estigmatización social de la pobreza y de los oficios ambulantes, en un momento de preocupación institucional por la «cuestión social» y las tensiones que pudiese desatar. Entre otras cuestiones, se puso en el punto de mira el trabajo de venta en calles y mercados de las labradoras y los labradores provenientes de la huerta. Ante la presencia cotidiana de estos grupos, la literatura, la prensa local y el consistorio elaboraron discursos en los que se los calificaba de invasores y se los acusaba de frenar el progreso de la ciudad y obstaculizar la circulación por sus calles. Estas narrativas impregnarían el relato de los episodios de conflictividad social y justificarían las reformas urbanas que se querían emprender. La construcción del republicanismo blasquista se cimentaría sobre estas cuestiones en sus debates acerca de la definición del pueblo valenciano y la necesidad de una urbe futura para él.

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HISTÒRIA / 203

DIRECCIÓN

Mónica Bolufer Peruga (Universitat de València)

Francisco Gimeno Blay (Universitat de València)

M.ª Cruz Romeo Mateo (Universitat de València)

CONSEJO EDITORIAL

Pedro Barceló (Universität Postdam)

Peter Burke (University of Cambridge)

Guglielmo Cavallo (Università della Sapienza, Roma)

Roger Chartier (EHESS)

Rosa Congost (Universitat de Girona)

Mercedes García Arenal (CSIC)

Sabina Loriga (EHESS)

Antonella Romano (CNRS)

Adeline Rucquoi (EHESS)

Jean-Claude Schmitt (EHESS)

Françoise Thébaud (Université d’Avignon)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Jorge Ramón Ros, 2023

© De esta edición: Universitat de València, 2023

Publicacions de la Universitat de València

https://puv.uv.es

[email protected]

Imagen de la cubierta:

Mercado de Valencia.

© Collection Léon & Lévy / Roger-Viollet

Coordinación editorial: Amparo Jesús-Maria Romero

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Letras y Píxeles, S. L.

Maquetación: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-1118-141-9 (papel)

ISBN: 978-84-1118-142-6 (ePub)

ISBN: 978-84-1118-143-3 (PDF)

Edición digital

«Era el seu lloc en el món, la seua platja, el seu univers moral. No tolerava mitges tintes amb això. Era quan més a prop em sentia d’ell. M’agradava escoltar-lo. Eixa vall on ara s’assentava el Mercat Central havia sigut en realitat plaça de bous, patíbul per als ajusticiats, cementeri segles abans i braç del Túria encara molt més enllà del temps, de la memòria, de tot allò que podia recordar-se».

Noruega

Rafa Lahuerta Yúfera

«Al estar sobre estas aguas, Ícaro puede ignorar las astucias de Dédalo en móviles laberintos sin término. Su elevación lo transforma en mirón. Lo pone a distancia. Transforma en un texto que se tiene delante de sí, bajo los ojos, el mundo que hechizaba y del cual quedaba “poseído”. Permite leerlo, ser un Ojo solar, una mirada de dios. Exaltación de un impulso visual y gnóstico. Ser solo este punto vidente es la ficción del conocimiento».

The Practice of Everyday Life

Michel de Certeau

ÍNDICE

Agradecimientos

INTRODUCCIÓN

Orígenes y motivaciones de la investigación

Sujetos y espacios de estudio

Un estado de la cuestión

Aspectos teóricos, fuentes y metodologías

Estructura del libro

1. LA RESTAURACIÓN EN VALÈNCIA: UNA PANORÁMICA SOCIOECONÓMICA, POLÍTICA Y CULTURAL

2. LOS ENCAJES DEL MERCADO EN LA CIUDAD Y LA HUERTA (1875-1882)

1. Órdenes y ordenamientos en el entorno del Mercado

2. ¿Quiénes lo frecuentaban y qué significaba vivir en él?

3. Huelgas agrícolas de 1878 y 1882: un problema urbano

3. EL CUESTIONAMIENTO DEL MERCADO Y SUS SUJETOS EN LOS ALBORES DEL REFORMISMO SOCIAL (1882-1887)

1. Al acecho de la plaza: los primeros proyectos de Mercado cubierto

2. Los inicios de la «cuestión social» en València Protagonistas y debates

3. La armonía social puesta a prueba. El levantamiento contra el impuesto de consumos en 1887

4. LOS CLAROSCUROS DE LA REFORMA INTERIOR DE VALÈNCIA (1887-1898)

1. Proyectos e ideales urbanos en la València finisecular. Pasados y futuros entre líneas

2. Los espacios de los solares de San Francisco y el barrio de Pescadores bajo el signo de la higiene

3. Los «Mercados dentro del Mercado». Facetas políticas y lúdicas de la conflictividad interna

5. LA HUERTA EN LAS CALLES: LA CONFLICTIVIDAD AGRARIA Y EL ASCENSO DEL BLASQUISMO (1898-1903)

1. La «popularidad» de la conflictividad social tras 1898: el caso de València

2. Los fantasmas agrarios del «estercolero» en la revolución urbana de València: el femater

3. La movilización agrícola organizada en la ciudad

6. ILUSIONES Y SILENCIOS EN LOS TRÁNSITOS A UNA «GRAN CIUDAD» (1903-1910)

1. Entre piquetas, tiros y ceremonias: la València «revolucionada»

2. El problemático derribo del barrio de Pescadores

3. Un Mercado cubierto para una nueva València

CONCLUSIONES

ARCHIVOS Y PUBLICACIONES PERIÓDICAS CONSULTADAS

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

AGRADECIMIENTOS

El trabajo en semiconfinamiento, estado en el que escribí buena parte de la presente obra, me ha hecho pensar en aquellas personas que me han acompañado en el recorrido de estos cinco años de investigación y la hicieron posible de un modo u otro.

Por un lado, quiero agradecer a Aurora Bosch y a Ferran Archilés sus aportaciones, sugerencias, críticas, la confianza que depositaron en mí y, sobre todo, su trato humano y cercano en todo momento. Aurora me invitó a formar parte de su proyecto y, así, me posibilitó optar a la concesión del contrato FPU con el que pude financiar esta investigación. Y Ferran, en un momento delicado, se prestó a asesorarme y orientarme sobre aquello que más tarde sería un cambio de tema de trabajo, de cuyos resultados estoy gratamente satisfecho.

Por otro lado, tengo presente a la generación de doctorandos con la que compartí despacho (Ester, Natxo, Itziar, Laura, Vicent, Pau y Àlex). De ella, más que un buen recuerdo, me llevo una grata relación personal. Comentarios especiales merecen Vicent, compañero de despacho y de fiesta con el que he tenido debates muy enriquecedores en contextos inverosímiles, y Natxo, con el que compartí innumerables almuerzos en la cafetería de la Facultad en los que arreglábamos el mundo entre charla y charla. Espero seguir compartiendo momentos y espacios con gente con vuestra calidad humana. También en el microcosmos del Aula 2, quisiera reconocer la labor de M.ª Carmen Balaguer, mujer entrañable que todos los días abría la puerta del despacho con una sonrisa. Asimismo, agradezco las reflexiones y críticas aportadas por Charlotte Vorms, Rubén Pallol y Javier Navarro, así como a las personas implicadas en el seminario «Lecturas del Mundo Urbano» de la Universidad Complutense de Madrid. Y la paciencia del personal de la Biblioteca Històrica de La Nau, que a menudo se preguntaba por qué en plena era digital consultaba tan a menudo el microfilm. En esta investigación reside la respuesta a ese comportamiento aparentemente anacrónico.

Encontrar los momentos propicios para escribir este libro ha requerido también de ratos de desconexión mental o actividades paralelas al mundillo académico. Por ello, me gustaría recordar a los compañeros de la Marca (Andoni, Salva, Chuso, Jordan, Xavi) con los que la música y, en general, la cultura, han sido el hilo conductor de numerosas quedadas, conciertos y anécdotas con alguna cerveza o instrumento de por medio. Y a la gente de Per L’Horta, que con su activismo agrario y ambiental no tiran la toalla ante la apatía de las instituciones frente a las necesidades y los problemas del entorno agrario periurbano de Valencia.

En este contexto, tengo presente a mis abuelas y abuelos. Su pasado y presente como familias dedicadas a tareas agrarias en la ciudad ha servido de inspiración a mi trabajo, a modo de trasfondo laboral y personal. En especial, he de mencionar a mi difunta abuela Consuelo. Las narraciones sobre su experiencia de la Guerra Civil y la posguerra en L’Horta Nord de Valencia fueron una de mis primeras fuentes de interés por las historias, las relaciones entre el campo y la ciudad y, sobre todo, por los sujetos que las tejen, están y estuvieron implicados en ellas.

Y, por último, pero no menos importante, resta la alusión a mi padre, mi madre y mi hermana. A los dos primeros, por proporcionarme, con su esfuerzo y sacrificio laboral y personal, una educación académica y extraacadémica de calidad. A mi hermana, por su dicharachera compañía y las traducciones al inglés que realizó para la tesis original. Y a los tres, por aguantarme y apoyarme durante estos cinco años.

INTRODUCCIÓN

ORÍGENES Y MOTIVACIONES DE LA INVESTIGACIÓN

Esta obra trata sobre la relación entre las reformas urbanas que experimentó Valencia entre 1875 y 1910 y las percepciones espaciales de diversos grupos sociales que vivían, trabajaban en ella, la representaban y gobernaban. En concreto, explora cómo influyeron distintas maneras mediáticas y literarias de sentir y representar el espacio y el conflicto social en la ciudad en los proyectos de reforma urbana de Valencia y, específicamente, en su casco histórico.

Como la mayoría de los estudios, la presente investigación no ha sido un camino predispuesto e invariable durante su período de gestación y maduración. Trabajar sobre el pasado de la ciudad en la que me movía cotidianamente no entraba en mis planes iniciales. Por ello, creo que es necesario aproximarme brevemente al recorrido de esta investigación y al contexto social e individual de la persona que la elabora.

Durante el primer año de trabajo exploré la configuración del poder local y estatal en Dublín durante la segunda mitad del siglo XIX, en relación con las reformas de sus infraestructuras y espacios públicos. Las dudas y los imprevistos propios de la primera aproximación directa a mi objeto de estudio durante una estancia en la capital irlandesa me incitaron a revisar las preguntas y los espacios urbanos que me interesaron inicialmente. Fue en este impasse a la vuelta de Dublín cuando empecé a dar forma a algunas ideas que necesitaban de un intercambio de pareceres. Aquí, he de agradecer a Vicent Bellver que me sugiriera los trabajos de Mónica Burguera sobre las representaciones de género en un conflicto urbano entre el Gobierno municipal de Valencia y los colectivos agrarios que trabajaban en ella a principios de la Restauración. Y a Ferran Archilés, por facilitarme un texto suyo que vehiculaba la construcción de la identidad valenciana a través de las descripciones urbanas de la novela blasquista Arroz y tartana.

Hasta entonces, mi conocimiento de la ciudad en ese período era un cúmulo borroso de planes urbanísticos inconclusos y la explosión de un exitoso movimiento republicano a finales del siglo XIX. En conjunto, la historia social y urbana de Valencia no era entonces un tema de investigación recurrente, pese a existir trabajos académicos previos sumamente provechosos. Por el contrario, la imaginación literaria de la ciudad ha corrido mayor fortuna. Primero, en las novelas de Ferran Torrent, que desde la década de 1980 suele contextualizar sus tramas sobre corruptelas policíacas y políticas en el callejero de la Valencia tardofranquista y de la Transición.1 Y recientemente, en el súbito éxito editorial de obras como Noruega o L’últim dels Valencians, que mezclan las ensoñaciones nostálgicas de un entorno urbano «perdido» con el desarrollo personal e identitario de sus protagonistas.2

A la atracción intelectual se sumaba un factor personal. La labor de los fematers y las labradoras de los puestos del Mercado presentes en el capítulo de Burguera me evocaba, salvando las distancias, el trabajo de mis padres, abuelas y abuelos en los mercados urbanos décadas atrás, vendiendo las frutas y verduras que habían cultivado previamente. En efecto, sabía que mi abuelo materno había ejercido de femater a finales de los años cincuenta. Este tipo de oficios y su vínculo con las necesidades cotidianas de los habitantes de Valencia me hacía pensar que el desarrollo de la ciudad había tenido, hasta fechas recientes, una fuerte impronta agraria que no podía obviarse. ¿Qué interés podía guardar la relación entre el campo y la ciudad para la exploración de los conflictos sociales en Valencia y entender los distintos significados de «lo urbano»? Para ello, las historias que me relataban de pequeño sobre los contactos entre la estirada «gente de la capital» frente a agricultores honrados y humildes requerirían ahora de mayor complejidad e historicidad. Reconectar los espacios agrarios periurbanos en crisis con las necesidades alimentarias del área metropolitana me llevaría un tiempo después a adentrarme en el activismo ambiental con Per L’Horta.3 Pero recién aterrizado en la capital del Turia (física e intelectualmente), aún no sabía cómo trasladar estas inquietudes a mi análisis documental de la Valencia de la Restauración.

Las primeras andaduras en archivos y hemerotecas valencianas me ayudaron a abrir el espectro de estudio, si bien con cierta ingenuidad. Todo me parecía sugerente: la configuración de las políticas de orden público en las calles, la fiscalización de los comportamientos en festividades «populares», la creación de espacios de ocio… Cuando expuse en público un primer proyecto de la tesis, una profesora sugirió (con razón) que requería una vida entera dedicada a la investigación. Por ello, empecé a focalizarme en el centro histórico de la ciudad y, de manera más concreta, en el entorno de la plaza del Mercado. Una zona que, un siglo después y con un edificio comercial, sigue suscitando reformas urbanas y vivos debates institucionales y vecinales sobre sus usos cotidianos,4 prueba de su importancia social y en sintonía con otras ciudades europeas. Pese a estas continuidades, las dinámicas de turistificación, gentrificación e iniciativas de pacificación del tránsito motorizado ahora en marcha marcan un contexto radicalmente distinto y que rebasa la comprensión de esta obra.

De regreso a 1875, me preocupaban una serie de hipótesis procedentes de la historia social que ligaban el autoritarismo de los Gobiernos liberales de este período con la percepción de sus «sujetos gobernados». Frente a explicaciones fundamentadas en su reactividad frente a hipotéticos horizontes revolucionarios,5 cobraban relevancias variables como el temor hacia las nuevas formas de vida y «de agrupación en el trabajo y fuera de él» como amenaza para las normas morales y sociales en vigor6 o el distanciamiento cultural entre clases.7 Cuestiones como el contacto no deseado, la incomodidad ante la convivencia social en un mismo espacio o la representación del «peligro» atribuido al otro me interpelaban a dialogar con lo que conocía sobre la «cuestión social».8 Y, por otro lado, me preguntaba si este «miedo de los acomodados» y diferenciación solo respondía a la supuesta amoralidad potencial de la clase obrera o «lo popular», alentada según estas investigaciones a reclamar su respetabilidad.9 ¿Quiénes alimentaban esta brecha sensorial y cómo concebían estos espacios de contacto en el día a día?

Mientras tanto, a medida que estudiaba la prensa y la literatura citada por Mónica Burguera, Ramiro Reig y otros investigadores valencianos, percibía el Mercado callejero y sus alrededores como parte de un centro urbano en su ocaso, crecientemente asociado a la marginalidad, la pobreza y la conflictividad. Estos planteamientos eran desarrollados en paralelo al estudio de las «insuficiencias» de los procesos de reforma urbana que, si bien contaban con antecedentes en los primeros Gobiernos del turno dinástico, el nuevo republicanismo intentaría emprender tras su éxito en las urnas municipales. Sin embargo, lo trataban como el principal foco de intercambio comercial y encuentro social de la urbe, aunque con un énfasis en su carácter tradicional y su conexión con el pasado.

¿Cómo explicar dicha paradoja? Estas disonancias me hicieron pensar que la desigualdad social en esta parte de la ciudad podía estar también relacionada con un «choque sensorial» en los espacios públicos. Las investigaciones asumían que la transformación de la urbe y sus proyectos de reforma urbana respondían básicamente al crecimiento económico y demográfico experimentado en términos generales. Sin embargo, esta concepción no facilita preguntarse sobre quiénes frecuentaban el espacio urbano, cómo dejaban su huella en él y de qué manera influía en ella los programas de grandes obras, así como las dificultades o complicidades en su coexistencia social. Naturalizar la necesidad de reforma impide estimar qué relación guardaban las formas de vida y el aprovechamiento del espacio público presente con el futuro de la ciudad previsto en dicha documentación. En ocasiones, parecía que la «modernización» de la ciudad, a través de iniciativas como el Mercado Central o las grandes vías, el crecimiento urbano y la mejora de las condiciones de vida de sus habitantes, iba de la mano inevitablemente y se explicaba por sí misma: «créixer cap a fora i sanejar l’interior».10 Por ello decidí incluir en el estudio otro espacio del centro de la ciudad sometido a procesos de estigmatización y proyectos de reforma «inevitables» durante la Restauración. Es el caso del barrio de Pescadores, cuyas dinámicas y percepciones son tratadas en el cuarto y sexto capítulos.

El análisis de los grupos sociales y fuentes que trataban la toma de decisiones arquitectónicas o políticas sobre la transformación de la capital del Turia no había advertido ciertas cuestiones propuestas para vertebrar este estudio. En primer lugar, ¿qué visiones del pasado y presente de la vida y conflicto social en el centro de la ciudad podían estar relacionadas con estas iniciativas? En segundo lugar, ¿de qué maneras se justificaban y legitimaban los proyectos de reforma interior? En tercer lugar, ¿qué lugar ocupaban o no en ellos los habitantes cuya vida y trabajo estaba fundamentada en un uso cotidiano de la calle? Y, por último, ¿de qué manera fueron percibidas y tratadas en este proceso las improntas agrarias en la ciudad? A su vez, estos cuatro interrogantes podrían englobarse bajo una pregunta general: ¿cómo influyeron las percepciones sociales del «estado» de la ciudad en las transformaciones del centro histórico de Valencia durante la Restauración?

SUJETOS Y ESPACIOS DE ESTUDIO

Hablar de «habitantes cuya vida y trabajo estaba fundamentada en un uso cotidiano de la calle» puede quedar abierto a vaguedades y confusiones. ¿Con qué criterios podían definirse quiénes participaban o motivaban los procesos de reforma urbana en Valencia?

Un primer grupo consistiría en aquellas élites políticas y culturales del municipio o de la provincia que, consciente o inconscientemente, proyectaran una ciudad futura que superara los problemas de ordenamiento social y espacial que atribuían a la Valencia de la Restauración. Concejales con ínfulas urbanísticas o miembros de la comisión de Policía Urbana del consistorio, arquitectos municipales o asociaciones de notables como la RSEAPV jugarían un papel como órganos consultivos legitimados por su percepción de sí mismos como representantes privilegiados de los habitantes de la ciudad. Y en algunos casos, como redactores y planificadores de qué debía entenderse en última instancia como una «reforma interior» de la ciudad. Otro sector abarcaría las redacciones de los principales periódicos de Valencia (El Mercantil Valenciano, Las Provincias, El Pueblo a partir de 1894, etc.) y los escritores o dramaturgos cuya obra se adentrase en algún aspecto o valoración de la vida en las calles de Valencia. Salvo excepciones en las que pretenden mostrarse partícipes de ese mundo cotidiano, preferían erigirse como observadores e intérpretes autorizados de los usos socioeconómicos del espacio de la ciudad, llamando a la intervención de otros agentes políticos o grupos sociales receptores de sus mensajes. Y, por último, comprende a los sujetos cuya actividad y trabajo diario era fuertemente visible en las calles del centro urbano o era asociada por las instituciones, los órganos periodísticos o los literatos a una estancia prolongada y activa en ellas. Por ambas razones, en el distrito del Mercado me he centrado en las personas dedicadas a la venta ambulante y de productos agrarios de la ciudad, mientras que en el barrio de Pescadores y sus zonas colindantes he tratado la presencia de la prostitución femenina.

Al tratarse de conjuntos definidos para clarificar mi propuesta sobre la producción espacial y las reformas urbanas, no necesariamente cuentan con una coherencia o cohesión interna. Su definición es porosa, entre otros aspectos, porque sus ámbitos de actuación también lo fueron. Por ejemplo, un concejal o un miembro de la RSEAPV pueden escribir una columna de prensa para legitimar su proyecto, un periódico tiene la posibilidad de introducir una narración literaria en sus páginas a modo de folletín, etc. En este sentido, tampoco hay una identidad de clase clara que atraviese toda esta investigación. Sí que predomina un importante sesgo de género y sexo, dado que apenas había voluntad de inclusión de las mujeres en la política institucional o en los pronunciamientos públicos en la prensa, influyendo en las voces de las fuentes disponibles.

Otra de las preguntas recurrentes en torno a esta investigación suele ser el porqué de la elección de Valencia como observatorio de análisis. Más allá de influencias evidentes (mi procedencia y contacto cotidiano), explorar y reelaborar los relatos del pasado de la ciudad del Turia proporciona una perspectiva sugerente de la producción del espacio urbano en España y la zona mediterránea. Es así como un «conocimiento situado»11 de Valencia y sus sujetos sociales puede contribuir desde la diferencia o la similitud en la diversidad. A diferencia de Madrid, Barcelona o Bilbao, sus ritmos no están tan marcados por una centralidad política y simbólica estatal (en el caso de la primera) o por un proceso intensivo de industrialización que atraiga a una gran cantidad y variedad de sujetos en búsqueda de una vida mejor. Si bien, al igual que las ciudades mencionadas, la inmigración regional influyó en el crecimiento demográfico y el dinamismo socioeconómico de Valencia, aquí también cabe contemplar otros factores. Por ejemplo, la interacción de personas, animales y mercancías con una red de pueblos próximos que, en determinados casos, fueron integrados por el municipio en el período explorado.

En relación con este último aspecto, una segunda razón radica en las claves que aporta la situación de Valencia en un entorno agrario muy productivo y densamente poblado (L’Horta) para interpretar los ciclos de conflictividad social, los cambios políticos o las distintas representaciones de «lo urbano» que elaboran sus habitantes. A ello contribuye que no se trate de una gran metrópoli como Londres o París, con entramados edificados cuyas distancias son difícilmente abarcables a pie y que requieren necesariamente de otros sistemas de movilidad. Respecto a esto, las primeras redes de tranvías y ferrocarriles en la Valencia de la Restauración atravesarían sus calles y campos para conectarla con el entorno portuario, vinculado mayoritariamente a la exportación agrícola, al igual que otras ciudades marítimas cercanas como Alicante. La dimensión agraria marcó la creación de su primer tejido industrial (ligado al consumo de fertilizantes, maquinaria o aperos de cultivo). Pero, sobre todo, incidiría en las motivaciones de las élites económicas y políticas del municipio para crear nuevas infraestructuras o proyectos de ciudad.

Y, en tercer lugar, otro atractivo que ofrece interpretar la evolución de la ciudad del Turia en la Restauración es su aportación particular a los estudios sobre las formas de hacer política y los sujetos de estas a finales del siglo XIX y principios del XX. En un contexto europeo y estatal de democratización limitada y selectiva, Valencia fue una de las primeras grandes ciudades en España en las que parte de sus habitantes forjaron un movimiento fuerte de oposición al turno dinástico. Al mismo tiempo, con el fenómeno de la Renaixença habían empezado a surgir debates sobre la construcción de una identidad regional y su encaje nacional. Estas reflexiones comprendían los imaginarios proyectados por élites culturales y círculos de notables, pero también se alimentaban de otras maneras de entender la política. En este sentido, el republicanismo blasquista obtendría el Gobierno municipal mediante sus apelaciones continuas en los círculos mediáticos y en las calles al «pueblo» valenciano. Y a la reivindicación de este sujeto, que pretendía incluir un mayor número de grupos sociales y sensibilidades que la política de notables, se ligaría el desarrollo económico, urbanístico y cultural de la ciudad.

UN ESTADO DE LA CUESTIÓN

Desde la década de 1990, un lugar común en las argumentaciones de distintos investigadores identificados con la historia urbana en España ha sido, irónicamente, lamentar una ausencia de referentes propios. Según dichos autores, la exploración histórica sobre la vida en las ciudades españolas era lastrada por dos factores. En primer lugar, había carecido de revistas, congresos o equipos de trabajo consolidados que cristalizaran labores pioneras semejantes a las de James Dyos en el Reino Unido.12 Y, como consecuencia de ello, la disciplina histórica no había sabido integrar en un campo de investigación los estudios de la ciudad en el pasado.13

A pesar de ello, hoy en día ya no tiene sentido afirmar que la exploración del espacio y lo social en la ciudad suele discurrir por sendas paralelas.14 De hecho, incluso algunos de los primeros trabajos en España acerca de estos aspectos albergaban cierta sensibilidad interdisciplinar. A principios de los años setenta, y en paralelo a las movilizaciones urbanas en el tardofranquismo y la crisis económica de 1973 (sin obviar «mayo del 68»), la ciudad y sus habitantes empezaron a ser considerados como objetos de estudio y transformación social desde lecturas marxistas. Frente a los estudios arquitectónicos que explicaban su plasmación como un proceso técnico y profesionalizado,15 este nuevo tratamiento ponía el foco en el conflicto de intereses y la problematización de lo construido. De ese modo, «la cuestión urbana» era una especie de encrucijada ideológica entre la planificación estatal y los «movimientos sociales urbanos» en las esferas de producción, consumo o gestión de servicios en la urbe.16 Una visión más territorializada aportarían los estudios de geografía urbana de la década de 1980, que ligaban el crecimiento de la ciudad a los intereses económicos de las élites propietarias. Partiendo a menudo del desarrollismo franquista, concebían las urbes «en vías de desarrollo»: un solar cuya expansión inmobiliaria era una oportunidad especulativa para las clases burguesas, que se aprovechaban de los ciclos de crecimiento demográfico. En sus márgenes, quedaban difuminados los arrabales y la infravivienda, ambos asociados a los sectores desposeídos y proletarizados.17 Sus visiones se apoyaban, sobre todo, en documentación fiscal, padrones y registros de la propiedad. Si bien permiten intuir que la privatización de capital y territorio debía producir brechas sociales en las ciudades, las entendían de manera despersonalizada en relatos que, salvo excepciones,18 solían priorizar a las grandes urbes.

Estos trabajos permitieron fructificar una nueva historiografía a principios de los años noventa, época de organización de grandes eventos urbanos como la Exposición de Sevilla y los JJ. OO. en Barcelona. El estudio de los procesos de especulación inmobiliaria fue retomado con matices diferentes por equipos de trabajo bilbaínos y madrileños.19 Ahora eran entendidos como una creciente segregación socioespacial, pero también como síntomas de la continua «modernización» de las grandes ciudades, supuestas «avanzadillas» de la mejora de la vida en este período. Las reformas urbanas y la creación de los ensanches eran indisociables de los intentos municipales por aliviar el hacinamiento, la falta de empleo, la carestía y la proletarización en las urbes. La división social del trabajo que propiciaba la industrialización o el nuevo sector servicios, el trazado de redes de transportes o la inmigración procedente del éxodo rural eran factores de desestabilización de las estructuras familiares y laborales derivadas del Antiguo Régimen y de creación de nuevas formas de movilización sociopolítica a principios del siglo XX. En Cataluña, una historiografía similar enfatizaría las dinámicas de la exclusión social, la movilización, la sindicación en los barrios y el arraigo en el espacio urbano de los sujetos identificados con las clases trabajadoras.20

En su conjunto, estas percepciones llevarían a reforzar y tejer nuevos puentes con la arquitectura, la geografía urbana y la demografía histórica.21 Asimismo, propiciaron la elaboración de las primeras obras colectivas, en torno a congresos y encuentros historiográficos.22 El lenguaje compartido sobre la modernización de las ciudades y los rasgos atribuidos a ella permitía reflexiones ágiles, pero al mismo tiempo, encorsetaba la mirada historiográfica. La expansión demográfica y morfológica de Madrid, Barcelona y Bilbao y su influencia sobre sus entornos regionales jugaban un rol de espejo o vara de medir subliminal en los relatos de otras urbes, cuyo grado de «progreso» dependía de estos indicadores.23

La eclosión de las primeras obras sobre la Valencia de la Restauración coincide parcialmente con esta trayectoria explicada. No obstante, estaba también influida por otras reflexiones acerca de la transformación (o la falta de ella) de la ciudad del Turia a finales del siglo XIX. En el auge del pensamiento fusteriano y la «urbanización» del desarrollismo franquista, Sanchis Guarner había arrojado una perspectiva sombría desde «arriba» sobre la evolución de la ciudad. Según él, el crecimiento urbano de Valencia estuvo lastrado por una industrialización incompleta y una burguesía que no apostaba plenamente por ella o por los negocios inmobiliarios como fuentes de enriquecimiento y desarrollo.24 Mientras tanto, con una óptica imbuida del enfrentamiento entre clases, Enric Sebastià dibujaba frente a este grupo un proletariado que subsumía a agricultores, el pequeño comercio y el artesanado, tomando como referencia las novelas de Blasco Ibáñez.25 Estas dos concepciones no fueron cuestionadas en los trabajos de Josep Sorribes y de Joaquín Azagra, centrados en las élites burguesas y sus lógicas de especulación urbanística y manejo de los recursos económicos municipales.26 Sin embargo, Ramiro Reig sí que complejizaría dicha percepción dicotómica al introducir en sus hipótesis la gestación del republicanismo blasquista y la construcción del «pueblo» movilizado en la ciudad.27 Y desde otro ángulo, Ricard Blasco proponía el análisis de los «Valencians de la Restauració» a través de la representación artístico-literaria de los oficios en la ciudad y las caracterizaciones «populares».28 La celebración del I Congreso de Historia de la Ciutat de València en 1988 parecía abrir nuevos debates sobre las relaciones entre los proyectos de transformación de la ciudad y la gestación de movilizaciones sociales, en un contexto de revisión de las políticas urbanísticas valencianas.29

No obstante, y a diferencia de lo acontecido en las urbes antes mencionadas, la renovación historiográfica fue menor en las décadas siguientes, salvo por dos excepciones reseñables. La primera consiste en la reinterpretación de Anaclet Pons y Justo Serna de las élites burguesas de la capital valenciana con una perspectiva microhistórica e influida por el «giro cultural». En ella, trataban la constitución del burgués valenciano como ser cuya autoridad también emanaba de un estatus social que pretendía reafirmar a través de la publicidad y privacidad de determinados comportamientos y rituales en la ciudad.30 En segundo lugar, las investigaciones predoctorales de Mónica Burguera apuntaban a la producción del espacio urbano de Valencia a través de las representaciones de género de labradoras y fematers en él.31 Su obra problematizaba la presencia del entorno agrario en la ciudad, hasta entonces relegado a obras sobre propiedad y conflictividad rural. A ambos estudios habría que sumar algunas revisiones históricas del pesimismo fusteriano32 o reinterpretaciones de investigaciones previas, que ahora apuntaban a la dimensión simbólica en la definición de Valencia.33 Si bien con matices, la ciudad ya no solo era contemplada como un escenario de procesos y acontecimientos sociales. Ahora, la manera de vivir y situarse en ella conformaba también concepciones culturales de lo que era o no «urbano» que dejaban huella en los sujetos que la habitaban o frecuentaban.

En paralelo, una segunda generación investigadora había empezado a surgir a partir de los años 2000 en Madrid y Bilbao con unas fuentes y metodología características. Los detalles de los padrones municipales eran ahora clasificados en ítems y adaptados a bases de datos y representaciones cartográficas para entender el impacto del éxodo rural en los viejos y nuevos barrios, los cambios en el mundo del trabajo o en los modelos familiares.34 Este acercamiento, que mezclaba el estudio del «tiempo medio y largo» con una perspectiva microhistórica, permitía generar hipótesis sobre las raíces, ritmos y desigualdades de las transformaciones y condiciones de vida en los barrios de ensanche y extrarradio. El crecimiento de las grandes ciudades respondía a una concepción del territorio como suelo potencialmente urbanizable. Empero, ahora tenía mayor presencia la demanda de mano de obra y la atracción que generaba la construcción de vivienda e infraestructuras y los servicios que, a menudo, eran entendidos en los nuevos barrios como necesidades o reivindicaciones sociales a satisfacer por las instituciones.35

No obstante, las categorías sociales tejidas con las estadísticas padronales dejan fuera a grupos nómadas, sujetos sin hogar o las interacciones temporales de personas procedentes de poblaciones aledañas. Y, sobre todo, con la igualación y comparación de las personas registradas, ¿cuál era el lugar de la creatividad, la subjetividad y el disenso? Los padrones no facilitan preguntarse cómo se concebían las personas incluidas a sí mismas, a sus allegados y sus modos de vida y trabajo sin los corsés legales. Cuando salían a colación en estas investigaciones, las vertientes subjetivas de los comportamientos y conflictos sociales eran en ocasiones significadas como «resistencias», a remolque de los grandes procesos. Ahora bien, en esta nueva historiografía también existían trabajos que combinaban el tratamiento estadístico y de las subjetividades.36

Asimismo, es necesario señalar que a finales de los años noventa una historiografía sociocultural empezaba a interpretar los contornos del mundo urbano y rural a partir de los lenguajes, representaciones y experiencias de clase o género, en consonancia con los «giros» de las ciencias sociales y la forma de hacer historia.37 En el País Vasco, investigadoras como Mercedes Arbaiza o Miren Llona introdujeron como variables de la intensa industrialización no solo las duras condiciones de vida y trabajo, sino cómo estas eran concebidas en las producciones de «pánicos sociales» y alteridades en las ciudades. A modo de brechas de la «cuestión social», han analizado la estigmatización de la prostitución femenina o los trabajadores industriales sobre la base de prejuicios de género, lenguajes degeneracionistas o sensaciones de sordidez o extrañeza en la urbe.38 A su vez, algunos de estos asuntos han sido tratados en revisiones de los vínculos entre la movilización política y la composición social de los barrios.39 De ese modo, cabría reflexionar en qué medida estas propuestas han matizado las «deudas pendientes» de la historia urbana.40

En la última década, las investigaciones sobre espacios y sujetos urbanos en España han recibido un notable impulso desde distintas miradas. La antropología y la sociología atraídas por los «marxismos espacializados» se han hecho eco de nuevas olas de desasosiego sobre el gobierno, la acción humana y el desarrollo desigual de las ciudades.41 Su futuro como entorno de convivencia o coexistencia social y material cada vez más omnipresente ha sido problematizado tras las crisis del siglo XXI y sus respuestas, entre las que figuraron las significaciones «públicas» adquiridas por las plazas y las calles como centros de creación política (Primavera árabe, 15M, Occupy Wall Street).42 Pero también las derivas gubernamentales de «securitización» de los entornos urbanos, en pro de una idea selectiva de «lo público» y su ciudadanía garante. La cotidianeidad de ambas realidades probablemente haya contribuido a una creciente inquietud historiográfica (y personal) por la producción del espacio y los «derechos a la ciudad» en el pasado:

La historia que aparece en este libro […] Comienza con las preguntas que me surgieron durante las horas de archivo, lectura y reflexión como investigador y como habitante de un mundo marcado por la extensión de la inseguridad tras los atentados del 11-S, por la pujanza del miedo como operador político y el control social como herramienta del gobierno neoliberal en los albores del siglo XXI. Comienza con una pregunta concreta. ¿Qué ocurrió en Madrid después de 1939 para que varias personas pasaran cerca de siete años en una cárcel franquista? ¿Qué estaba sucediendo en las calles de su ciudad mientras ellas estaban en prisión?43

Así pues, una tercera ola de historiografía sobre «lo urbano» está transitando hacia la perspectiva de la «producción social del espacio», sin descartar el trabajo estadístico y demográfico ya realizado. Esta posibilita entender las transformaciones urbanas como un ejercicio de planificación arquitectónica e institucional de una ciudad futura. Sin embargo, también abarca la comprensión de las huellas y vivencias de los sujetos que habitan, trabajan y hacen suyo su entorno cotidiano de relación social, así como sus representaciones culturales. Trabajos como los de Carlos Hernández Quero y Luis de la Cruz apuntan a una diversidad de sujetos con autonomía política en los barrios más allá de las demandas a instituciones municipales.44 Otras posibilidades ofrece la investigación de Cristina de Pedro, que defiende un vínculo entre la reforma de las infraestructuras culturales de Madrid y una multiplicidad creciente de roles sexuales y de género entre las clases que participaban en ellas.45 O la de Rafael Buhigas, centrada en las representaciones socioculturales del extrarradio vertidas por la prensa y la burocracia de esta misma ciudad que estigmatizaban a las poblaciones gitanas.46

Ahora bien, señalar el potencial creativo de esta nueva historiografía no impide sopesar los interrogantes o los problemas históricos que no ha considerado. Al igual que muchos relatos previos, suelen desarrollarse desde el trabajo documental y la vida en las grandes metrópolis como microcosmos en sí.47 A menudo, busca similitudes con otras capitales europeas como Londres, París o Berlín. Esto puede traducirse en la centralidad y ejemplaridad de sucesos y fuerzas que enlazan con algunos tópicos sobre estas grandes ciudades, no siempre extrapolables a realidades más pequeñas: mayor «autonomía» de comportamientos individuales, promoción social, creación de un sector económico terciario en torno a una nueva oferta de ocio popular, etc. Además, la «modernidad urbana» suele mantenerse como un horizonte con significados sumamente ambiguos. Según cada investigación, esta aparece como estándar de condiciones de vida a lograr, desborde, atomización social o la descomposición de formas consuetudinarias de utilización del espacio público.48 Y, por último, tratan la producción del espacio urbano sin relacionarla con la producción de un espacio «natural» como recurso.49 En este sentido, algunos investigadores ya se han aproximado a esta dimensión relacional y metabólica en su perspectiva sobre los problemas de abastecimiento de agua potable y eliminación de los residuos en las ciudades.50 O recientemente en materia de abastecimiento alimentario y sus retos organizativos.51 El «giro ambiental», con su potencial y sus límites epistemológicos, puede ser una vía de renovación interdisciplinar de los estudios urbanos en España en las próximas décadas.52

ASPECTOS TEÓRICOS, FUENTES Y METODOLOGÍAS

Hasta aquí una panorámica personal y limitada al Estado español de los estudios que, de alguna manera, han intentado aproximarse a la comprensión de los fenómenos urbanos en las últimas décadas. Ahora bien, ¿de qué cosmovisiones y debates generales me he servido en esta investigación para dotarles de significado a ellos y a mis fuentes? De manera recurrente, este libro gira en torno a dicha noción como «entorno y proceso relacional en construcción». ¿Qué supone identificarme con estas perspectivas?

Desde los cambios epistemológicos moldeados por las movilizaciones sociales entre los años sesenta y setenta, dar sentido a «lo urbano» en las ciencias sociales ha ido a menudo asociado a una problematización del espacio como dimensión de nuestra praxis y manera de habitar el mundo. De hecho, la relación entre la historia como forma de conocimiento y las ideas de espacio, lugar e identidad constituye una de las bases analíticas de la historia urbana actual.53 No obstante, estos debates sobrepasan la disciplina histórica, dado que remiten a la propia definición del espacio. Frente a las concepciones matemáticas de un «espacio universal» e intangible, Henri Lefebvre propuso entenderlo como una elaboración social producida a través de la relación o conflicto de tres tipos de prácticas espaciales. Uno, el ejercicio activo de la movilidad de sus habitantes a lo largo de su vida. Dos, las representaciones del espacio, con un cariz geométrico y cuantitativista. Y tres, las maneras de experimentar y describir su interacción sensorial con él.54

En esta investigación, he intentado plasmar que estas tres vertientes no están asociadas a sujetos per se, sino a distintas facetas vitales. El arquitecto que diseña sus planos pisa las calles en las que quiere plasmar su proyecto, la vendedora del mercado puede contar con mapas mentales de la ciudad para orientarse en sus labores rutinarias, así como un escritor puede imaginar su espacio literario mediante sus recorridos pedestres. Esta tríada me ha permitido entender el espacio como algo más que un escenario para la actividad humana. Pese a ello, su uso también ha generado críticas por no adentrarse en las jerarquías de poder desarrolladas en estos procesos o exponer el papel de la «producción de la naturaleza» en ellos.55 De todos modos, los planteamientos de Lefebvre me interesan por la importancia que dotan al cuerpo situado de los sujetos y la «toma de lugar» de sus acciones. Esta concepción espacial permite revisar las nociones de «centro» y «periferia» o las viejas polémicas entre la agencia del sujeto y el peso de las estructuras, en ocasiones soslayadas con una percepción demasiado homogénea de la influencia de «lo urbano».56 Y, además, permite complejizar la dicotomía que activistas como Jane Jacobs habían establecido entre la ordenación socioespacial prevista por los arquitectos y los usos cotidianos de las calles por sus habitantes.57

El problema de la espacialidad de la vida urbana también emergió en las reflexiones postestructuralistas de Michel Foucault. El filósofo francés desarrolló una preocupación creciente por la biopolítica como una forma de gobierno fundamentada en el disciplinamiento de las conductas y cuerpos de los seres humanos.58 He aquí una metáfora con la que ejemplificaba sus planteamientos:

What does it mean to govern a ship? It means clearly to take charge of the sailors, but also the boat and its cargo; to take care of a ship means also to reckon with winds, rocks and storms; and it consists in that activity of establishing a relation between the sailors who are to be taken care of and the ship which is to be taken of…59

Para Foucault, el ejercicio de poder poseía una dimensión global y a la vez íntima: la governmentality, reapropiada por un parte de los estudios urbanos sobre la reforma y gobierno municipal tras la Revolución Industrial, ligándola a la construcción del liberalismo decimonónico.60 No obstante, la interpretación que estas obras realizan del espacio urbano como un entorno tejido a través de la vigilancia, supervisión mutua y dominación en diversos niveles deja una serie de problemas sin atender.

En este sentido, Michel De Certeau revisó las perspectivas foucaultianas, dotándolas de un sentido menos panóptico y compatible con la producción espacial de Lefebvre. Para De Certeau, las ciudades podían ser entendidas, a vista de pájaro, como una masa con cierta homogeneidad. Pero, al descender su escala de análisis al pie de la calle, desplazaba su atención del «concepto de ciudad» a las «prácticas espaciales». De ese modo, la quietud y el movimiento humano, pensar a dónde ir mientras caminas, tomar un recorrido u otro, ocupar un espacio en una plaza, tomaban significación como formas de habitar y construir lo urbano no siempre disciplinadas.61 Con su distinción entre espacio y lugar, una calle, un mercado o una plaza podía constituirse en un lugar estable, generador y punto de anclaje de relaciones comerciales y personales. Pero, al mismo tiempo, eran espacios que cobraban un determinado sentido en relación con la identidad y los movimientos de los objetos y sujetos que dejaban su huella en ella.62 La «toma de lugar» de una marcha improvisada, una ocupación temporal o un abandono colectivo de una plaza es significativa más allá de las proclamas emitidas por sus participantes para justificar dichas acciones.63 Asimismo, esta comprensión del espacio a través de la acción y la movilidad puede enlazar con los desplazamientos (las representaciones) que, según Roger Chartier, efectúan entre líneas los sujetos lectores de los enunciados que sus creadores proponían.64

Estas subjetivaciones del espacio son especialmente útiles para analizar la construcción de identidades urbanas, atravesadas por la clase, el género y la raza. Así pues, si bien estos procesos no tienen por qué contar con una intencionalidad política, en ocasiones pueden formar parte de «discursos ocultos» de dominación y resistencia en torno a los factores mencionados.65 Aun así, esto no supone rechazar por completo la noción de governmentality, sobre todo, en lo referente a la naturalización de los comportamientos de los sujetos y de supuestos espacios en peligro y de peligro.66 Tanto las observaciones de los «marxismos espacializados» como de los trabajos inspirados por Foucault han enriquecido geografías como la de Richard Dennis, sobre las tensiones de integración y segregación social a través de la producción y representación de «lo urbano».67 O las historias de Anneleen Arnout, que analizan las nuevas culturas de consumo y espectáculo en la Bruselas decimonónica y la transformación de los roles políticos de sus autoridades.68

Un problema recurrente en este tipo de estudios reside en analizar la ciudad y «lo urbano» como sinónimos. A este respecto, David Harvey invitaba a entender la urbanización contemporánea occidental no solo desde el crecimiento demográfico, sino como una trama de procesos variados que producen y reproducen nuevos contextos de organización y acción social. Su complejidad residía en que estaba marcada (consciente o inconscientemente) por grupos sociales y motivaciones personales muy dispares: «from that of financial markets to those of immigrant populations whose lives internalize heterogenous spatio-temporalities depending upon how they orientate themselves between place of origin and place of settlement».69 O, en el caso de esta investigación, colectivos que, sin residir o estar censados, son fiscalizados por la ciudad, participan en su abastecimiento agroalimentario o se benefician de sus desechos.

Frente a un pasado predecimonónico de crecimiento de «lo urbano» sometido a los límites materiales del territorio donde se asentaba, Harvey argumentaba que los contextos dispares de producción de estos procesos sociales no permitían previsiones sobre cómo serían los futuros desarrollos urbanos.70 Ahora bien, esta ruptura entre las dependencias del pasado y las posibilidades de futuro bebe bastante del propio espacio vivido del geógrafo británico, caracterizado por el modelo anglosajón de ciudad suburbanizada y (post)industrializada tempranamente. En ese sentido, la producción del espacio de Valencia en el tránsito del siglo XIX al XX no puede entenderse como una disociación radical y racionalizada de su entorno agrario, sino como una superposición compleja, conflictiva y cambiante. Estas reflexiones son alumbradas por dos perspectivas distintas. Por un lado, los «estudios culturales» de Raymond Williams, sobre la imaginación literaria de los límites entre lo rural y lo urbano.71 Y, por otro lado, la obra de William Cronon, que introduce también los componentes metabólicos del crecimiento de Chicago a través del «Great West».72

En cuanto a las fuentes primarias, tres grandes conjuntos de documentación han sido manejados. En primer lugar, aquel derivado de las instrucciones o evaluaciones de los cuerpos de orden público, instituciones con autoridad en el municipio o próximas a su órbita, como la RSEAP o el cuerpo de gremios. En segundo lugar, las crónicas locales y artículos de opinión emitidos por la prensa con mayor tirada de la ciudad, contrastados en ocasiones con aquellas elaboradas por periódicos estatales a través de las primeras corresponsalías y agencias de noticias. Y, por último, una diversidad de manifestaciones literarias, entre las que destacan las novelas que representan los barrios y conflictos en Valencia a finales del siglo XIX.

En líneas generales, mi metodología ha consistido en un análisis del discurso que trascendiese lo lingüístico y que lo entendiese como una creación por y para sujetos de carne y hueso, todo un reto al no poder contactar con aquellos que lo enunciaban o que le prestaban atención. Entender el significado de las palabras implica también entender desde dónde, en compañía de quién y con qué medios se enuncian o reciben: «La reunión es significativa más allá de lo que en ella se diga, y este modo de significación es una actuación conjunta de los cuerpos».73 Por ello, he procurado explorar los discursos como actos performativos, al estar atravesados por códigos, gestos, maneras de entender su lugar y su espacio y comportamientos que propiciaban o posibilitaban la decisión (o el impulso) de comunicarse del autor, con una carga emotiva determinada. Cuando se proponen significados históricos (bien sea en la producción o la recepción cultural) cabe diferenciar entre un guiño y un parpadeo: «they represent the same bodily movement but one is involuntary and meaningless, the other purposive and meaningful».74

¿Cómo aplicarlo a mi objeto de estudio? Propongo un ejemplo a través de la prensa. Si Blasco Ibáñez y El Pueblo afirmaban que su artículo «La Revolución de Valencia» era un punto y aparte en la política urbanística de la capital, no puede obviarse que este «guiño» iba ligado a una serie de mítines y actos de una campaña electoral en la que el simbolismo, el efectismo y el contacto humano con el público eran un valor en juego. Pero, por otro lado, aunque los creadores del artículo entendiesen la venta labriega en una plaza como ajena a la ciudad, en parte se trataba de un «parpadeo», una rutina cotidiana inscrita en la fisonomía del mercado urbano y en las necesidades alimentarias de la población.

Dadas las dificultades para tratar la recepción cultural en ese período, mi estructuración de las fuentes responde sobre todo al contexto material de su planteamiento y elaboración, los sectores sociales o entidades gubernamentales que las producían y las finalidades con las que eran emitidas. Pese a ello, quiero destacar que la pluralidad de formatos y tipos de narración en estas categorizaciones no aconseja entenderlas como bloques uniformes y coherentes. Propongo dos ejemplos de esta problemática. Mientras que la deformación deliberada e inherente a la prensa satírica contrasta con el objetivismo más asentado en las crónicas de la prensa general, la subjetivación literaria del espacio por reformar también integra la «formalidad» de los expedientes urbanísticos del consistorio valenciano. Así pues, a la hora de determinar cuáles eran las fuentes adecuadas para este trabajo, era necesario que atendiese a la relativa diversidad de voces y enfoques discursivos en un mismo documento.

En cuanto a la documentación procedente de entidades municipales y estatales, la mayoría proviene de la burocracia del Gobierno consistorial, presente en el Archivo Histórico Municipal de Valencia, y los fondos de Gobernación Civil entre 1875 y 1896 conservados en el Arxiu General i Fotogràfic. También he consultado en el Archivo General Militar y el Archivo Histórico Nacional de Madrid algunos expedientes militares y de orden público dirigidos al Ministerio de Guerra por Capitanía General de Valencia. Desafortunadamente, no he podido contrastarlos con documentación interna de Capitanía a causa de la destrucción de sus archivos por las inundaciones de 1957. Recientemente, he podido acceder a las actas y la correspondencia interna del Ayuntamiento de Alboraya, depositadas en su archivo municipal.

En el caso de las actas de las reuniones y comisiones consistoriales, el trabajo del escribano, a caballo entre las voces y sus receptores futuros (previstos e imprevistos), permite apreciar el diálogo entre su elaboración pasada y las interpretaciones presentes. Su carácter sintético no solo deriva de la necesaria claridad expositiva sobre las decisiones de las autoridades, sino del acto, no siempre racional, de seleccionar ideas y registrarlas por escrito. Con solo vacilar y levantar la pluma, el escribano podía modificar las impresiones «oficiales» del municipio en los conflictos aquí explorados y, en consecuencia, condicionar mi interpretación. Asimismo, los debates, disensos y roces también podían ser limados por la Administración municipal para evitar cuestionamientos sobre la autoridad de sus documentos. ¿Cómo definir en la transcripción aquello que merecía ser recordado de un debate a viva voz?:

many modern historians use archived committee minutes without acknowledging that minutes do not record verbal exchanges verbatim but make value judgements as to what is worth recording and, secondly, that the recorded language of minutes intimates a series of power relations, administrative routines, formalised language and obligations.75

Mientras tanto, los fondos de denuncias vecinales e informes policiales de Gobernación Civil y la correspondencia militar de Capitanía General cuentan con otras peculiaridades a la hora de descomponerlos. Desafortunadamente, solo he podido encontrar documentación sistematizada de este tipo hasta 1896. Los últimos capítulos solo han contado con estas perspectivas a través de la correspondencia interna del gobernador con las autoridades de Alboraya. Estos relatos van íntimamente ligados a la definición de la transgresión de la ley y sus responsables, así como las medidas punitivas.76 Su frecuente codificación implicaba que en principio solo pudiese ser leída por un destinatario concreto: la oficina gubernativa correspondiente. Respecto a las narraciones militares encontradas, su concisión posibilitaba mantener al tanto a sus superiores con la mayor rapidez posible, aprovechando la velocidad del canal telegráfico, pero también para justificar las medidas adoptadas.

A la pérdida de la oralidad y la conflictividad política en las actas, también aplicable a algunas declaraciones escritas de testimonios judiciales aquí trabajadas, cabe añadir un factor extra de complejidad para su estudio. Si no hay posibilidades de digitalizarlas, una segunda transcripción suele ser la opción básica, aunque costosa, para interrogarlas y dotarlas de un sentido. En estas operaciones, la reconversión material no puede soslayar los posibles condicionantes epistemológicos derivados de su constitución en un documento apto para ser trabajado en detalle y sin las constricciones del archivo. A esta labor cabe añadir que esta institución no solo cuenta una función de conservación sometida a las inclemencias del tiempo, sino que los legajos consultados en él fueron seleccionados consciente o inconscientemente como dignos de hallarse allí. Si ilusoria resulta la transparencia documental, más quimérico resulta entender un acta de una reunión o un padrón con capacidad de capturar todos los detalles en pro de una «recuperación» de las vidas del pasado… en la soledad del archivo.77

Asimismo, he podido examinar los principales diarios valencianos de la Restauración a través de ediciones digitalizadas en la Hemeroteca Municipal de Valencia o microfilmadas en la Biblioteca Histórica de la Universitat de València. Pese a la fuerte censura de los primeros años del régimen, poseen un grado notable de politización explícita. En conjunto, cubren un amplio espectro: el conservadurismo silvelista en Las Provincias, las corrientes liberal-demócratas y el republicanismo posibilista en El Mercantil Valenciano o El Correo, el republicanismo blasquista de El Pueblo o la cercanía al carlismo y neocatolicismo de La Voz de Valencia. Si bien las denuncias gubernamentales a los diarios opositores al turno dinástico se centraban en los artículos críticos con las instituciones eclesiásticas, la monarquía o la corrupción política, resulta plausible preguntarse acerca de la censura y la autocensura de las crónicas locales. En ellas, la figura del reportero adquiría éxito a finales del siglo XIX como experto en la observación de una supuesta realidad externa.78 No obstante, en este período también cobran vigor otras maneras de noticiar caracterizadas por el sensacionalismo, especialmente interesantes para analizar el significado de las columnas periodísticas. Aquí, un concepto clave es el de «pánico moral», asociado al crimen, a la nocturnidad y a cómo estos fenómenos podían evocar sensación de peligro en unas ciudades en transformación. Pero ¿todos los lectores lo experimentaban del mismo modo? Esta noción ha sido criticada porque no siempre es utilizada teniendo en cuenta la heterogeneidad de respuestas humanas. El «pánico moral» presupone una reacción colectiva descontrolada y desmesurada de acuerdo con una serie de valores culturales comunes.79 Aplicado dicho matiz a este trabajo, aunque un encargado del fielato y una vendedora de fruta ojeasen una misma crónica de una algarada en el mercado, sus grados de implicación y conocimiento de lo sucedido no podrían ser los mismos.

En perspectiva, la mayoría de las crónicas locales del período estudiado no eran enunciadas de manera impersonal ni tenían un autor individual claro, sino que se construían en la redacción como capturas de la vida de la ciudad a través de distintas fuentes. Frente al tono más distante de Las Provincias, las noticias de los conflictos callejeros en El Pueblo o El Mercantil Valenciano amalgaman los rumores, las experiencias personales o las declaraciones de las autoridades en un relato que produce una sensación de intensidad pese a su brevedad. En un par de párrafos, la redacción o, en ocasiones, el testigo periodístico, intenta condensar las causas de la reyerta, los rasgos físicos y culturales de los personajes y la calle, las reacciones del vecindario o la «moraleja» de la historia narrada. Esta percepción como intérprete del discurso puede también verse influida por los formatos microfilmados o digitalizados de las fuentes, que permiten focalizarse en aspectos concretos pese a que no se experimente la lectura del ejemplar como un todo.

Las novelas o cuentos me han suscitado otras interpretaciones de los «ecos de la fantasía»80 sobre la ciudad. Narradores como Félix Pizcueta o Vicente Blasco Ibáñez eran, a su vez, vecinos y políticos del municipio preocupados por el espacio reformado y reformable de Valencia. ¿Por qué escriben y traen a su presente vivencias o ensoñaciones particulares de los entornos callejeros valencianos? Ahora bien, por mucho que el autor participe o no de la realidad que escribe, o desdoble su voz en los distintos registros de cada personaje, sus textos no funcionan a modo de espejo de la diversidad social o discursos autorreferenciales. Por ello, las topografías literarias y los personajes novelescos son una parte más del «territorio imaginado» de la ciudad, imbuidos de voces que trascienden la del narrador, si bien conforman un microcosmos tamizado por nociones burguesas81 y, en este caso, masculinizadas del «sentido común». Consisten en un acto de comunicación ni unívoco ni cerrado, íntimamente conectado con su contexto social y editorial de producción.82

En vistas de ello, y en paralelo a la nueva historia cultural de los años noventa, algunos estudios geográficos83 han reconsiderado las fuentes literarias no por su «fiabilidad», sino por cómo evocan el entorno urbano a través de los ritmos y recursos narrativos: «its structure, composition, narrative modes, varieties of language and style. […] we have become too accustomed to thinking of landscape or city as text; instead we should think of the text itself as kind of city».84 Por ejemplo, muchos de los imaginarios que Blasco Ibáñez elaborará en sus novelas y cuentos sobre Valencia serán luego retomados por él y sus compañeros de partido o prensa para crear metáforas críticas de la ciudad presente que pudiesen evocar familiaridad a la persona receptora en mítines y columnas.

Y, por último, hay que señalar las publicaciones satíricas. En este caso, he explorado La Traca, semanario republicano federal con tiradas superiores a la prensa general pese (o gracias) a la represión política y judicial. En su primera etapa (1884-1892), destiló abundante sarcasmo ante las actuaciones urbanísticas de los Gobiernos municipales o el gremialismo harmonicista de la RSEAPV. La prensa satírica acentúa dos rasgos sugerentes respecto a los periódicos. Primero, tensa la supervisión estatal de la libertad de expresión mediante artimañas retóricas e ilustraciones, misión no exenta de multas, secuestros de números y encarcelamientos. El contexto de libertades vigiladas que ofrecía el entramado jurídico de las primeras décadas de la Restauración daba alas al disimulo para ejercer la crítica política.85 Y segundo, traza el delgado límite entre la ridiculización de la autoridad (mediante cambios de género o rol social de la persona burlada) y la exigencia de la intervención política en contextos de incertidumbre o crisis, como en el levantamiento contra la recaudación de consumos en 1887. Para entender esta «ironía militante», se ha intentado estudiar la sátira cómo un diálogo, en ocasiones ficticio, entre la redacción y una audiencia que entendiese y modulase con ella qué debía ser burlado.86 De ello deriva una variedad de voces similar a la literatura, si bien da más espacio a los lectores ficticios y de carne y hueso, con conversaciones fingidas y correspondencias publicadas.

ESTRUCTURA DEL LIBRO

Este libro consta de seis capítulos que confluyen en unas conclusiones y reflexiones globales. Excepto el apartado de contextualización, todos ellos están marcados por una estructura elaborada en torno a un eje cronológico, si bien con dos precisiones. La investigación se centra especialmente en dos espacios (el distrito del Mercado y el barrio de Pescadores) que aparecen y desaparecen intermitentemente en las explicaciones a medida que la transformación de su entorno de vida y trabajo goza de relevancia mediática y política en su contexto.

Las transformaciones socioeconómicas, políticas y culturales de la «Valencia restaurada» y sus interacciones con su espacio circundante son el objeto de reflexión del primer apartado. Este ofrece algunas pinceladas sobre las vertientes de su urbanización entre 1875 y 1910: las dinámicas migratorias, los intentos de construcción de un ensanche, la creación de nuevas infraestructuras de transporte, los influjos del territorio y la economía agraria en su articulación, etc.

El segundo capítulo se inicia con la consolidación del régimen político canovista en la antigua ciudad intramuros de Valencia, y en concreto, en su principal mercado. Esta «toma de lugar» se producirá en paralelo a las representaciones socioculturales de un espacio «desgobernado» y degradado a través de determinados usos comerciales y ocupaciones de las calles. Estas manifestaciones son contrastadas con la panorámica social y laboral que ofrecían de este barrio los directorios comerciales. Asimismo, me centraré en su impronta agraria y en la relevancia mediática y política que, entre las imágenes de violencia, adquirió el abastecimiento alimentario, la circulación de mercancías y el consumo en este barrio durante las huelgas que labradoras y labradores protagonizaron en 1878 y 1882.

El tercer episodio (1882-1887) se inicia con los debates sobre la construcción de un Mercado Central cubierto en la plaza, contrastados con las denuncias públicas y los relatos de alteridad de la zona que circulaban en la prensa y literatura «popular». Esta tentativa se engloba en un contexto de preocupación del asociacionismo comercial por reorganizarse y armonizar los conflictos sociales en la ciudad. Una de sus figuras serán los gremios, cercanos al consistorio y con atribuciones en la recaudación del impuesto de consumos en la capital. La apuesta municipal por un recaudador privado y la tibia respuesta de los gremios provocará en 1887 una de las principales movilizaciones interclasistas en Valencia durante las primeras décadas de la Restauración. El casco histórico de la ciudad y el Mercado se convertirán en epicentro de narraciones de «invasión», parálisis comercial y, en esta ocasión, de desestabilización política.

En el cuarto capítulo (1887-1898), mi atención se desplaza al esbozo de las grandes vías como uno de los primeros intentos de reforma interior en Valencia, en paralelo a iniciativas semejantes en otras ciudades y proyectos de «saneamiento» asociados a operaciones inmobiliarias, como el derribo del barrio de Pescadores y la reforma de los solares de San Francisco. A la interpretación de estas actuaciones y sus defensores aportaré factores más vinculados a qué grupos y comportamientos sociales eran considerados reformables, además de cuestiones como las memorias de las epidemias o las denuncias en la prensa y ante Gobernación Civil sobre la seguridad personal en las calles. Entretanto, el nuevo mercado había desaparecido de la agenda institucional, si bien las críticas literarias y periodísticas sobre el estado del actual tomaban cuerpo en distintas representaciones de los grupos sociales que lo protagonizaban.

El quinto episodio (1898-1903) explora las repercusiones y características de las movilizaciones de 1898 en relación con la definición del «pueblo» del republicanismo blasquista. En 1901, el éxito social y el asentamiento en el Gobierno municipal de este movimiento se produjo en paralelo a un nuevo ciclo de protestas agrourbanas encabezado por labradoras y labradores que abastecían de alimentos a la ciudad y recogían sus desechos. Su relación institucional y política con las autoridades blasquistas será compleja, entre otros factores, por los efectos que la interrupción de sus labores podía producir en el estado de los espacios públicos de Valencia y la efectividad de la gobernabilidad municipal.

Y, finalmente, el último capítulo (1903-1910) aborda la consolidación del blasquismo, sus conflictos internos y sus intentos por interpretar a través del territorio urbano sus ideales de ciudad y quiénes tenían cabida en ella. Todo ello en un contexto de crisis económica y de múltiples violencias callejeras en las que el republicanismo, ya consolidado en la corporación, jugará un papel ambivalente a la hora de afrontarlo. En él, los nuevos proyectos de reforma interior de Aymaní, el derribo de Pescadores y el despliegue de un nuevo Mercado en la estela de la Exposición Regional de 1909 parecían dar síntomas, a golpes de piqueta, de una etapa de tránsito hacia una «gran ciudad» realizada por y para el «pueblo valenciano».

1 Entre ellas, destaca Gràcies per la propina, Barcelona, Columna Edicions, 1994.

2 Rafael Lahuerta: Noruega, Valencia, Drassana, 2020; Guillermo Colomer: L’últim dels valencians, Valencia, Drassana, 2019.

3 «Per L’Horta no pretén ser un grup més en defensa del territori, sinó que vol ser catalitzador de totes aquelles accions o polítiques […] per la protecció de l’Horta de València, de posar en valor aquest paisatge, el seu patrimoni agrícola, hídric i cultural i històric». Enlace: https://perlhorta.info/index.php/qui-som/ (consulta: 04/02/22).

4 Ester Fayos y Giuseppe Savino: «La reforma urbanística del centre històric de València, al servei de la turistificació», La Directa, 6 de mayo de 2019, en línea: https://directa.cat/la-reforma-urbanistica-de-ciutat-vella-al-servei-de-la-turistificacio-del-centre-historic-de-valencia/ (consulta: 23/02/2022).

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