La conquista de la madurez - Francisco Ugarte Corcuera - E-Book

La conquista de la madurez E-Book

Francisco Ugarte Corcuera

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Beschreibung

Se alcanza la madurez cuando se adquiere una cierta plenitud en el desarrollo, correspondiente a la edad cronológica. Es inmaduro quien no ha sabido evolucionar según su edad. A menudo solo nos referimos a la madurez psicológica o emocional, pero su alcance es mucho mayor, pues abarca todos los ámbitos de la persona. Los autores analizan los diez ámbitos de esa madurez integral, ofreciendo al lector medios para desarrollarla en cada caso, y posibles soluciones ante los desajustes más frecuentes en la actualidad.

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Seitenzahl: 248

Veröffentlichungsjahr: 2024

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FRANCISCO UGARTE CORCUERA JOSÉ ANTONIO LOZANO DÍEZ

LA CONQUISTA DE LA MADUREZ

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2024 byFrancisco Ugarte Corcuera y José Antonio Lozano Díez

© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6800-0

ISBN (edición digital): 978-84-321-6801-7

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6802-4

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Prólogo

Introducción

1. Madurez intelectual

2. Madurez de la voluntad

3. Madurez emocional

4. Madurez física

5. Madurez intrapersonal

6. Madurez profesional

7. Madurez interpersonal

8. Madurez social

9. Madurez ecológica

10. Madurez espiritual

Referencias bibliográficas

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

Referencias bibliográficas

Notas

PRÓLOGO

La madurez es un tema poliédrico. Tiene muchas facetas, alberga en su seno muchos matices. El término apunta a un cierto grado de plenitud, de equilibrio en donde los distintos componentes que son analizados en el presente libro forman una estructura relativamente ordenada, en donde hay jerarquía, buena disposición de sus distintos elementos y sobre todo buena relación entre la edad cronológica y la edad psicológica.

Los autores han sabido sistematizar los grandes temas y exponerlos con forma pedagógica. Los argumentos convencen, las acciones enseñan. Argumentar es utilizar los instrumentos de la razón y exponer las claves con un cierto rigor. Pero como existen distintas modalidades de madurez, la pretensión de fondo es aspirar a una cierta madurez integral, en donde se dan cita los grandes temas, que en mi opinión son 5: inteligencia, voluntad, afectividad, vida profesional y espiritualidad. Y cada uno de ellos se abre en abanico y se expande de forma extraordinaria.

Cada uno de los capítulos tiene su propia geografía que se cruza con la de los otros, pues todo está interconectado. Inteligencia es capacidad de síntesis, saber distinguir lo accesorio de lo fundamental o siguiendo el modelo del ordenador: capacidad para manejar información remota e información reciente y dar respuestas que se ajustan a la realidad. Los Profesores Ugarte y Lozano trazan muy acertadamente sus principales claves, que van desde el conocimiento de la realidad y descubrir el sentido de la vida humana, el significado del dolor y la tristeza y el valor de las grandes alegrías de la vida, ya que todo eso forma un caleidoscopio de hechos y vivencias. Y esto debe llevar a tener criterio, que no es otra cosa que saber a qué atenerse y saber cuál debe ser la jerarquía de valores éticos con los que debemos funcionar. Reconocer las verdades objetivas y universales, evitando y combatiendo lo que hoy está sucediendo en buena parte de nuestra sociedad Occidental. La llamada dictadura del relativismo, que viene a decir que todo depende de la óptica personal, que no hay nada absoluto; de ese modo se entra en un subjetivismo, que hace que el ser humano se mueva según las motivaciones del momento cultural, huyendo de los principios sólidos que ayudan a pensar de forma sana.

El capítulo dedicado a la voluntad tiene un enorme interés. Voluntad es capacidad para ponerse unos objetivos concretos, medibles y que la motivación luche por irlos alcanzando. Hoy sabemos que la voluntad es más importante que la inteligencia, ya que, si la tenemos educada, si hemos sido capaces de meterla en la ingeniería de nuestra conducta, nos acostumbramos a hacer no lo que nos pide el cuerpo (que lógicamente algunas veces sí lo hacemos), sino lo que es mejor para uno. El ritornello que hace fuerte la voluntad podría resumirse en esta sentencia: la costumbre de vencerme en lo pequeño. Ahí está el campo de batalla: en las cosas pequeñas o medianas de la vida ordinaria. Los autores saben trazar bien las líneas maestras de esta función: voluntad es determinación, decisión firme, elección de las metas. A la larga es el arte de tomar decisiones acertadas, en donde convergen la aspiración a lo mejor y el afán de superación. Si la voluntad está fuerte, somos enanos a hombros de gigantes. Y nos atrevemos a todo. Se mueven a su alrededor el orden y la constancia: se arremolinan junto a ella y de esta forma tenemos un tríptico esencial de calidad en la conducta: orden, constancia y voluntad. ¡Y a volar! Con ellas tres bien educadas, los sueños se irán haciendo realidad, no habrá empresa humana que no pueda ser alcanzada. La voluntad es la joya de la corona de la conducta, y el que la tiene posee un tesoro. No se conforma con la mediocridad, sino que busca la excelencia.

El capítulo de la vida emocional está muy bien dibujado. Ugarte y Lozano demuestran, también aquí, su pericia y su saber sumergirse en sus aguas profundas. Hoy vivimos en la era del cortisol y de la dopamina: la primera está en relación con el estrés y el ritmo trepidante de vida, es la hormona que nos mantiene en guardia, en estado de alerta, preparados para la lucha o la huida. La segunda, la dopamina, es la hormona del placer y se activa en todas las experiencias gratificantes. Hoy en día son buscadas de forma rápida, pues estamos en la era de la inmediatez y especialmente lo dicen así los jóvenes: «Lo quiero todo y lo quiero ya…, no puedo esperar»; esto ha conducido a un cambio sustancial: hemos cambiado el sentido de la vida por el de sensaciones inminentes, y esto da lugar a personas híper estimuladas, que buscan experiencias satisfactorias sucesivas… Por ahí asoman las adicciones a las pantallas, al teléfono celular y a todo aquello que distraiga y produzca una especie de vértigo vivencial. Por ambas sustancias se produce una distracción mental, que reduce la capacidad del cerebro para centrarse, y la llamada Corteza Prefrontal (CPF) se deteriora, ya no es capaz de prestar atención y su acción de discernimiento se diluye.

Madurez emocional es conocer los sentimientos, las emociones y las pasiones, las tres grandes vivencias. Los sentimientos son la vía regia de la afectividad, el modo habitual de tomar el pulso a la afectividad: son estados de ánimo positivos o negativos, que nos acercan o nos alejan de la persona o de la circunstancia que tenemos delante de nosotros.

Las tres generaciones que describe el texto, la millennial, la Z y la alfa, se centran en lo emocional epidérmico y posponen la importancia de la voluntad, que se desliza hacia un hedonismo claro: la búsqueda del placer se vuelve eje de la conducta y, además, debe alcanzarse pronto, sin paliativos, porque no es posible esperar. Y esto lo vemos reflejado, entre otras cosas, en la crisis de parejas rotas que vive el mundo moderno, en cualquier latitud del mundo.

Madurez afectiva es estabilidad emocional, autodominio, conocimiento de los afectos propios y de los que viven a nuestro alrededor. Qué bien distinguen Ugarte y Lozano esas dos piezas del amor: el efectivo que brota de la voluntad y que busca el bien del otro; y el amor afectivo que surge de la profundidad de nuestro patrimonio sentimental. De ahí surgen la ternura, el cariño, el saber dar y recibir amor como donación.

Quiero finalmente referirme a la madurez espiritual, que me ha parecido un segmento del texto lleno de sabiduría. En diversas notas a pie de página se dan cifras de cómo está el sentido espiritual religioso en diversos países. Ya sabemos que estamos en una época de laicismo, especialmente en los países más desarrollados y sobre todo en Europa. Pero lo que está claro es que alcanzar un sentido trascendente de la vida es una tarea que debe iniciarse superando el materialismo, el relativismo. La llamada deconstrucción y el new age. Y aquí es donde los autores ponen los puntos sobre las íes: Dios nos llama a seguirle porque Él es camino, verdad y vida. En Él está la luz, y el que camina bajo esa premisa no anda en tinieblas. Vivir las virtudes teologales es la piedra filosofal. Yo insistiría en la importancia de la formación: vemos hoy mucha gente perdida porque no sabe o no conoce lo básico, y esa ignorancia es la fuente y raíz de andar a la deriva. La felicidad que por este derrotero se encuentra tiene dos notas decisivas: paz y alegría.

Este es un libro para leerlo y subrayarlo. Para empaparse de él. Y sus enseñanzas se deslizan hacia la felicidad: ese cierto estado de plenitud que descansa sobre dos hechos importantes: haber conseguido una personalidad equilibrada, con todo lo que eso significa, puliendo las aristas de la forma de ser y limando asperezas y segmentos mal enfocados, y haber sido capaz de dibujar un proyecto de vida coherente y realista, con cuatro grandes temas saltando en su interior: amor, trabajo, cultura y amistad.

La felicidad absoluta no existe, se da en el otro barrio. Nosotros debemos aspirar a una felicidad relativa, que consiste en una vida lograda: sacarle el máximo partido a nuestra existencia, pero sin ansiedad, con paz. A la larga, la madurez es serenidad y benevolencia, paz y alegría, olvidar y empezar. Lo he dicho en alguno de mis libros: la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria.

Las razones enseñan; las acciones, convencen; y el buen ejemplo arrastra.

Dr. Enrique Rojas

Catedrático de Psiquiatría.

Director del Instituto Rojas-Estapé.

INTRODUCCIÓN

El término madurez se refiere a un estado de la persona que ha alcanzado un determinado grado de perfección o plenitud en su desarrollo, correspondiente a su edad cronológica. La inmadurez, por el contrario, caracteriza a quien no ha evolucionado lo suficiente para conseguirlo, porque no ha adquirido aún las cualidades que serían propias en sus circunstancias. Así, por ejemplo, sería inmaduro el adolescente que actúa como un niño carente de toda responsabilidad o el adulto incapaz de dominar sus emociones, reaccionando como adolescente.

Ordinariamente, cuando se habla de madurez se suele entender principalmente la madurez psicológica o emocional. Así, se considera madura una persona estable en sus estados de ánimo o quien posee empatía y se relaciona bien con los demás. No cabe duda de que esta madurez psicológica, centrada especialmente en el campo afectivo de la personalidad, es fundamental y relevante. Sin embargo, no es la única madurez que puede destacarse.

Hablar de madurez integral significa preguntarse por todos aquellos ámbitos que forman parte de la madurez total de la persona. ¿Cuáles son y cómo se descubren? El camino para acceder a ellos puede tener dos momentos. Primero, la pregunta por la estructura de la persona, es decir, por aquellos elementos que la constituyen esencialmente y cuyo desarrollo dará lugar, en cada caso, a un diverso aspecto de madurez. En segundo lugar, la pregunta por las relaciones de la persona consigo misma y con otras realidades (los demás, el entorno y con Dios), de las cuales derivan otros tantos ámbitos en los que es preciso desarrollar la madurez para completar el conjunto que dará lugar a la madurez integral.

Los elementos esenciales que intervienen en la estructura de la persona son la inteligencia, la voluntad, la afectividad y la corporeidad. Cada uno requiere desarrollarse, de manera que se oriente hacia su respectivo perfeccionamiento. En consecuencia, cabe hablar de cuatro ámbitos de madurez, en función de esa composición: madurez intelectual, madurez de la voluntad, madurez emocional y madurez física.

Por otra parte, de las relaciones de la persona consigo misma —con el yo estático y con el yo dinámico—, con los demás —personas en particular y sociedad en general—, con el entorno y con Dios, derivarán otros seis ámbitos que completarán la madurez humana en su integridad: madurez intrapersonal (identidad personal), madurez profesional, madurez interpersonal, madurez social, madurez ecológica y madurez espiritual.

Según este planteamiento, la madurez integral incluye estos diez ámbitos, que a su vez se conectan entre sí y forman un todo. A cada uno de ellos se dedica un capítulo del presente libro, que comienza señalando algunos problemas actuales de especial relevancia. A continuación, se describe brevemente lo que significa la madurez en ese ámbito concreto para, finalmente, enunciar diez rasgos de madurez, que incluirán algunos medios para desarrollarla, así como posibles soluciones a los problemas mencionados.

Cabe hacer dos advertencias: la madurez integral es una meta que nunca —mientras caminamos en esta vida— podremos alcanzar de manera total, pues siempre será posible seguir avanzando; y la madurez integral está íntimamente relacionada con la felicidad, la cual es consecuencia de tener la vida lograda, al procurar llevar a plenitud cada uno de los diez ámbitos referidos.

1.MADUREZ INTELECTUAL

A. Problemas actuales

La inteligencia humana está llamada a ser la guía de la vida y la conducta de cualquier persona, de ahí su importancia y función insustituible. En la actualidad, los problemas que dificultan su buen funcionamiento son variados y es conveniente tenerlos presentes. Vivimos un momento inédito en la historia, momento que por algunos analistas y pensadores ha sido denominado VICA, por sus siglas: volatilidad, incertidumbre, complejidad y ansiedad.

El ambiente VICA —que comenzó a desarrollarse en la segunda mitad de la década de 1980 y se agravó con la emergencia de la pandemia COVID-19—, ha dificultado los procesos de maduración intelectual desde cinco ángulos diversos:

Pérdida de la atención.

Desconexión de la realidad.

Caída en los niveles de coeficiente intelectual.

Pérdida de lenguaje.

Pérdida del sentido común.

A efecto de comprender mejor lo que ha significado cada uno de estos ángulos, los desarrollamos por separado.

1. Pérdida de la atención

Un signo del tiempo actual es la denominada crisis de la dispersión que afecta a la mayoría de las personas1. La dispersión es el fenómeno por el que se pierde focus, esto es, capacidad de concentración. Por otra parte, la dispersión genera el fenómeno conocido como mente errante, que impide la reflexión; la mente errante tiende a la depresión y ansiedad2.

Un motivo central que causa la mente errante es el exceso de información que invade la mayoría de los espacios3. Así, se ha generado la idea del Premio Nobel Herbert Simon con su concepto economía de la atención, cuya idea central es que «la abundancia de la información da lugar a la pobreza de la atención»4.

La mente errante, por otro lado, deteriora de forma importante la capacidad de decidir. Según distintos estudios, uno de los mayores problemas con que se enfrenta la denominada generación centennial, es la falta de capacidad de decisión; situación que se refleja en la crisis de gran cantidad de jóvenes para definir su vocación profesional.

En la cultura general, existen dos mitos falsos:

El mito de que una persona nace con una mayor o menor capacidad de atención, que no podrá modificar por ser algo determinado desde su origen

5

. En realidad, la atención se entrena y puede mejorarse de forma relevante.

El mito del

multitask

. Está demostrado neuronalmente que la atención no puede dividirse: se trata de un canal fijo y estrecho. Cuando se realiza

multitask

(multi-tareas), lo que ocurre, simplemente, es que se consigue cambiar el foco de atención muy rápidamente

6

.

2. Desconexión de la realidad

La denominada, por distintos pensadores como Žižek, Byung-Chul Han o Edgar Morin, nueva realidad, tiene características con consecuencias profundas. No se trata solamente de un cambio temporal o de algunos aspectos superficiales, sino que es algo más de fondo: un cambio en la concepción del espacio y el tiempo7.

Un aspecto relevante se relaciona con la conexión que tendremos con la realidad. Acostumbrados a la realidad, que es cercana y física, ahora la mayor parte del tiempo la pasamos frente a una pantalla, frente a la «virtualidad». Nuestro conocimiento de la realidad está llevándose a cabo, en estos tiempos, a través de la ventana digital. Cuando la ventana digital se utiliza demasiado, se pueden empezar a confundir aspectos de la realidad con la representación digital: puede perderse la frontera entre lo digital y lo real.

3. Caída en el coeficiente intelectual

La década de 1980 marcó el inicio de una transformación paradigmática en la historia de la humanidad. Inició el proceso de digitalización que, al paso del tiempo, ha desembocado en la denominada Cuarta Revolución Industrial8. La invasión de la tecnología digital en la vida ordinaria de las personas ha tenido como resultado que las generaciones jóvenes (las denominadas centennial y alpha) se conformen de nativos digitales.

La nueva realidad digital transforma la manera de razonar y comprender la realidad, el mundo: las generaciones nativas digitales son las primeras con un coeficiente intelectual más bajo que las anteriores. Varios estudios demuestran que, cuando aumenta el uso de la televisión o los videojuegos, el coeficiente intelectual disminuye9.

Es desproporcionado el uso de tecnología por parte de las nuevas generaciones: con dos años de edad, el consumo medio se sitúa en torno a las tres horas diarias; de los ocho a los doce años se acerca a las cinco, y en la adolescencia a casi siete horas. El tiempo frente a una pantalla por motivos recreativos, retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro.

4. Pérdida del lenguaje

Uno de los elementos más afectados en la actualidad es el lenguaje. El lenguaje es la manera en que comprendemos, procesamos y expresamos ideas. La palabra es el medio de expresión de una idea. En la medida en que se pierden palabras se pierde la capacidad de pensar, afectando el proceso de madurez intelectual10.

Por otro lado, la vulgarización del lenguaje —esto es, el enfoque grotesco de palabras y la fijación en aspectos menos sublimes— también disminuye la capacidad de pensamiento.

Finalmente, otro aspecto de pérdida en el lenguaje que impacta en el proceso de madurez intelectual, tiene que ver con el significado de las palabras. Durante años, Occidente construyó un lenguaje para expresar la cultura, en la que se encuentran incardinados sus valores. El cambio del significado de las palabras modificó nuestro sentido cultural y, con ello, nuestra forma de razonamiento construida durante siglos. El proceso de deconstrucción cultural ha pasado por el cambio del sentido de las palabras11.

5. Pérdida del sentido común

Más que en otros momentos de la historia de la humanidad, hoy atentamos contra el sentido común y es realmente difícil mantenerlo, entre muchos aspectos, porque vivimos en un mundo de paradojas o contradicciones a las que nos acostumbramos, y también porque ha adquirido enorme fuerza la deconstrucción cultural.

Vivimos en un mundo de paradojas que lo vuelven absurdo, un entorno al que nos acostumbramos y que nos hace perder el sentido común, alejándonos de la realidad12:

Más tecnología y más deterioro del mundo.

Más información y cada vez más confusión e ignorancia.

Más satisfactores materiales, y mayor insatisfacción y tristeza.

Más riqueza acumulada y cada vez más desigualdad.

Más alimentos y más hambre.

Más elementos de comunicación y mayor soledad.

Ello hace que nos acostumbremos a pensar en clave de lo absurdo.

Por otro lado, vivimos en un mundo que desde hace décadas ha apostado por la llamada deconstrucción, esto es, el desmontaje del bagaje occidental, cultural y humano, que llevó siglos construir. Esta tendencia —impulsada desde el campo de la filosofía por pensadores como Jacques Derrida— ha adquirido la fuerza de una tendencia imparable. El problema es que, al desmontar nuestra cultura, se deja un vacío que requiere llenarse por algo de un valor similar, situación que no ha surgido. Cuestionamos así todo lo que pertenece al pasado, lo vemos como inferior, bajo la idea progresista de que el avance de la humanidad es constante y cada vez mejor.

B. Características generales de la madurez intelectual

La inteligencia humana posee una vertiente teórica y otra práctica. La primera se orienta a conocer la verdad en ámbitos como la ciencia, donde la verdad existe previamente en la realidad y la tarea del intelecto consiste en descubrirla para comprenderla. Aquí se sitúa, por ejemplo, el conocimiento de la biología para quien tiene que ocuparse de conocimientos relacionados con los seres vivos. Pero también pertenecería a este nivel de la inteligencia, el conocimiento de las verdades de fondo que orientan la vida humana y que no son objeto de un saber empírico: quién soy yo, cuál es el sentido de mi vida, dónde se encuentra la verdadera felicidad, qué son los valores, etcétera.

La inteligencia práctica, en cambio, se dirige a la acción y, ordinariamente, su objeto depende de la concepción previa del sujeto, como ocurre con el artista que crea una obra de arte o el técnico que fabrica una máquina, y cuya representación se encuentra con anterioridad en la mente. En este segundo caso se sitúa también el saber ético o moral, propio de la virtud de la prudencia —sabiduría práctica—, que consiste en dirigir las acciones que terminan no ya en un producto externo, como en el arte y la técnica, sino en el propio sujeto, y que lo perfeccionan en cuanto persona, si están ordenadas al fin último de su existencia.

Según lo anterior, la madurez intelectual se refiere al buen uso de la inteligencia para que conduzca a la verdad en cada uno de los campos donde actúa. Pero cabe añadir que las disposiciones y hábitos del entendimiento, como pueden ser la capacidad de reflexión, de análisis y síntesis, también forman parte de la madurez intelectual, ya que posibilitan que el entendimiento alcance su cometido en cualquiera de sus ámbitos.

C. Rasgos de una inteligencia madura

1. La función de la inteligencia especulativa o teórica —propia de la ciencia— es conocer la verdad con objetividad, de manera que un aspecto de la madurez, en este campo, consistirá en adquirir un conocimiento verdadero sobre la realidad que a cada quien le corresponde, cuando su actividad profesional es de carácter intelectual. El médico, por ejemplo, tendrá dominio de su especialidad, el abogado o el científico conocerán con profundidad el saber propio de su profesión. Para ello, ordinariamente no bastará con la experiencia adquirida en el ejercicio profesional, sino que hará falta dedicar tiempo al estudio y a la capacitación permanente para mantenerse actualizado.

2. Otro aspecto complementario de la madurez intelectual consistirá en reconocer que lo real no se reduce a lo material, ni la verdad a lo conocido por la ciencia positiva, sino que existen realidades inmateriales —los valores, el alma humana, Dios, etcétera— cuya verdad puede conocerse con objetividad, aunque sea materia de otro saber distinto al de la propia especialidad. Esto es válido, por tanto, para cualquier persona independientemente de su profesión, ya que se refiere a las verdades que a todos nos atañen: cuál es el origen y el fin del hombre, el sentido de la vida humana, el misterio del dolor y del sufrimiento, la importancia del amor para la felicidad… La persona madura tendrá respuestas suficientemente satisfactorias a estas preguntas —que escapan al campo de la ciencia positiva—, porque posee una formación intelectual sólida, en parte de carácter filosófico, sin que eso implique convertirse en especialista. Y, en el caso del creyente, podrá complementar esas respuestas con las verdades de la fe que profesa, apoyadas en una formación doctrinal y teológica consistente; esto le permitirá adquirir una visión trascendente de la vida, que incluya claridad en sus metas y objetivos.

3. La madurez de la inteligencia práctica, que tiene como término un producto —la obra de arte, el objeto producido por la técnica—, consistirá en el dominio de la habilidad para conseguir la mayor perfección posible en lo producido. Es indudable que el talento natural en estos ámbitos cuenta mucho, pero también es cierto que la práctica consistente conduce a desarrollar las capacidades artísticas o técnicas. Un músico, por ejemplo, debe dedicar ordinariamente muchas horas diarias, durante años, para alcanzar el nivel de excelencia. Parece oportuno advertir que quien se dedica a estos ámbitos de carácter práctico, antes que artista o técnico, es persona, por lo que su madurez intelectual no estaría completa si se redujera a su actividad específica y desconociera las verdades que perfeccionan a la persona en cuanto persona.

4. Por tanto, la madurez en el orden de la sabiduría práctica se manifiesta también en el criterio ético que permite distinguir las acciones buenas de las malas, es decir, aquellas que conducen a la persona a su fin y aquellas otras que la desvían. Quien es maduro en este sentido, tiene un juicio ponderado y, en las circunstancias concretas, sabe discernir las diversas opciones para tomar las decisiones correctas; emplea su propia experiencia y, aunque posee convicciones sólidas y estables, se apoya también en el consejo de los demás y aprende de ellos. En una palabra, es prudente, sin que haya que considerar esta virtud como mera precaución, sino como la capacidad de orientar las acciones hacia el fin último de la persona. Lógicamente, además de aprender de la propia experiencia y del consejo de otros, se hará necesario profundizar en el conocimiento de la ética y de la moral para adquirir criterios claros.

5. El sentido común es otro rasgo de la persona madura. Está muy relacionado con la virtud de la prudencia y consiste en la capacidad para juzgar, de manera razonable, las situaciones de la vida cotidiana y decidir con acierto. El filósofo francés, Henri Bergson, lo define como «la facultad para orientarse en la vida práctica». El sentido común reúne y coordina la información que recibe de distintas fuentes, para distinguir entre lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo probable y lo improbable, lo oportuno y lo inoportuno. Cuando alguien carece de sentido común, choca con el ambiente porque se encuentra habitualmente fuera de lugar, a destiempo. Esto puede ocurrir a personas con un elevado coeficiente intelectual, que dominan saberes científicos, pero que carecen de esa conexión con la realidad concreta, necesaria para manejarse con normalidad en la vida práctica. Según Emerson, «podría decirse que el sentido común es la línea más corta entre dos puntos». Cuando existe sentido común, los individuos comprenden cuál es su rol en el conjunto de la sociedad, porque les permite aproximarse a la realidad, dando a las cosas su justa dimensión. Por eso Chesterton advertía que «una sociedad está en decadencia cuando el sentido común se vuelve poco común». ¿Cómo desarrollarlo? Fundamentalmente a partir de las propias experiencias —por ejemplo, relacionando los actos que realizamos con sus consecuencias, y las consecuencias con lo que motivó nuestras acciones—, y mediante la observación de personas que destacan por tener un claro sentido común.

6. Para conocer la verdad se requiere capacidad de reflexión, la cual consiste en pensar atenta y detenidamente sobre el tema en cuestión, llevar a cabo una labor de análisis que permita aproximarse a los diversos aspectos que incluye y, posteriormente, realizar un trabajo de síntesis para observar aquello en su conjunto y jerárquicamente. La reflexión ha de ir unida a la capacidad de concentración, pues ambas disposiciones de la mente se exigen de manera recíproca. Cuando esto ocurre, se supera la dispersión y la pérdida de atención que, como se ha señalado, es uno de los problemas actuales más acuciantes. Para desarrollar la capacidad de reflexión suele ayudar la lectura y el estudio de libros o artículos de pensamiento, que estén bien estructurados13. También el diálogo que se establece sobre contenidos valiosos es otro apoyo que favorece la capacidad de reflexión. Redactar las propias ideas y los argumentos sobre algún tema, exige igualmente reflexionar, y en este caso es recomendable volver una y otra vez sobre el texto redactado, con actitud crítica para garantizar su rigor. Y entre otros recursos, para desarrollar la capacidad de concentración, además de alejar físicamente de nosotros todo aquello que pueda distraernos —smartphone, televisión, radio…—, ayudará reflexionar sobre un solo tema durante un período largo de tiempo.

7. Cuando la reflexión está bien estructurada, conduce a captar la realidad con objetividad —esto es, con realismo—, de manera que la inteligencia se ajusta a lo que las cosas son, y evita caer en el subjetivismo. La persona intelectualmente madura, por tanto, reconoce que existen verdades objetivas y universales que no dependen del punto de vista de cada sujeto, sino que son válidas en sí mismas y de manera permanente. Esto le invita a mantenerse conectada con la realidad y a evitar la desconexión, provocada hoy en día especialmente por el mundo virtual, como también se ha mencionado. Para favorecer esta disposición de la inteligencia —que se atiene a lo que las cosas son—, ayuda la humildad intelectual, porque evita la tendencia a considerar el propio yo como creador de la verdad, al pretender imponer sus condiciones a la realidad, en lugar de dejarse medir por ella. La soberbia intelectual conduce al subjetivismo, precisamente porque da prioridad al sujeto sobre los objetos del mundo real.

8. Para adentrarse en la riqueza de la realidad, conocerla con objetividad y llegar lo más lejos posible en ese conocimiento, hace falta profundidad en el sujeto que conoce. Solo así será posible distinguir entre lo virtual y lo real, entre lo inmediato y lo trascendente, e ir más allá de lo constatable empíricamente para acceder a las realidades inmateriales. En el orden de la conducta práctica, la profundidad de la inteligencia se manifiesta, entre otras cosas, en la capacidad de jerarquizar los problemas según su importancia, para afrontarlos conforme al orden que les corresponde. Quien desarrolla esta disposición de profundidad incrementa también su capacidad intelectual y evita la disminución del coeficiente intelectual, que mencionábamos ha ocurrido en los últimos tiempos a los nativos digitales. También aquí, el estudio y la lectura de contenidos valiosos favorece que la inteligencia crezca en profundidad, lo mismo que el diálogo con quienes poseen esa característica. Esto también ocurre cuando se fomenta la capacidad de observación —en las relaciones humanas, en la contemplación de la naturaleza, etcétera—, porque ayuda a no quedarse en la superficie de aquello con lo que nos relacionamos. En el terreno espiritual, la meditación entendida como conversación personal con Dios —que incluye hablarle y escucharle— conduce a que, quien la practica, crezca en el conocimiento y en el amor a Dios, ahonde en sus propias responsabilidades y se haga más consciente del servicio que está llamado a prestar a los demás.

9. Otra señal de madurez intelectual suele ser la capacidad de expresión