La cuestión de la "Felicidad" en Nietzsche - Maximiliano Hünicken Segura - E-Book

La cuestión de la "Felicidad" en Nietzsche E-Book

Maximiliano Hünicken Segura

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La cuestión de la "Felicidad" en Nietzsche cobra centralidad curiosamente a partir de su lateralidad, como si se tratara de ese pensamiento lateral que aúna todos los tópicos nietzscheanos bajo la órbita del itinerario que nace desde la memoria y desemboca en el olvido. Las tensiones que se generan a partir de ese binomio, memoria-olvido, van vertebrando el derrotero de ese "hombre fuerte" que, necesariamente, ha de reír, bailar, valorar y crear. Asimismo, todo comienza con el golpe de la sospecha de aquel vetusto martillo, pero no todo golpe destruye, sino que también renueva y asienta los cimientos del peregrino, que, bajando de la montaña y aceptando su destino, vive el tránsito y el rito de la celebración vital. Por ello, habremos de proferir tipos de felicidad, no porque haya más de una, sino porque hemos de hacer referencia a epifanías de todo perspectivismo. La felicidad como virtud, la felicidad como razón, la felicidad como voluntad de poder y finalmente la felicidad como arte. Justamente esta última emparentada con la voluntad de poder, el eterno retorno y el regodeo instintivo de la vida. Así celebramos dentro de nuestra madurez a todo aquel niño que juega con los dados del devenir. Como también al hombre que es ahistórico y respeta la relación vida-historia.

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LA CUESTIÓN DE LA “FELICIDAD” EN NIETZSCHE

La cuestión de la “felicidad” en Nietzsche cobra centralidad curiosamente a partir de su lateralidad, como si se tratara de ese pensamiento lateral que aúna todos los tópicos nietzscheanos bajo la órbita del itinerario que nace desde la memoria y desemboca en el olvido. Las tensiones que se generan a partir de ese binomio, memoria-olvido, van vertebrando el derrotero de ese “hombre fuerte” que, necesariamente, ha de reír, bailar, valorar y crear. Asimismo, todo comienza con el golpe de la sospecha de aquel vetusto martillo, pero no todo golpe destruye, sino que también renueva y asienta los cimientos del peregrino, que, bajando de la montaña y aceptando su destino, vive el tránsito y el rito de la celebración vital. Por ello, habremos de proferir tipos de felicidad, no porque haya más de una, sino porque hemos de hacer referencia a epifanías de todo perspectivismo. La felicidad como virtud, la felicidad como razón, la felicidad como voluntad de poder y finalmente la felicidad como arte. Justamente esta última emparentada con la voluntad de poder, el eterno retorno y el regodeo instintivo de la vida. Así celebramos dentro de nuestra madurez a todo aquel niño que juega con los dados del devenir. Como también al hombre que es ahistórico y respeta la relación vida-historia.

 

 

Maximiliano Hünicken Segura. Nació en Córdoba Capital el 31 de agosto de 1978, pero se crió en Villa Mercedes, San Luis. Hizo sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús de Villa Mercedes, congregación de Madre Cabrini. Su orientación educativa fue la de Comunicación Social y Periodismo. Estudió Derecho hasta cuarto año en la Universidad Nacional de Córdoba y trabajó en la Biblioteca del Jockey Club Córdoba. Siempre le gustó escribir, poesía especialmente, la lectura, el dibujo, el fútbol y el ajedrez; además de la filosofía. Se licenció en Filosofía en la Pontificia Universidad Católica Argentina en 2021, y próximamente hará el doctorado en la misma casa de estudios.

MAXIMILIANO HÜNICKEN SEGURA

LA CUESTIÓN DE LA “FELICIDAD” EN NIETZSCHE

UN ITINERARIO DESDE LA MEMORIA AL OLVIDO

Índice

CubiertaAcerca de este libroPortadaDedicatoriaAgradecimientosPrólogoIntroducción1. La filosofía iconoclasta de Nietzsche2. El sentido metafísico del olvido2.1. La verdad como olvido de la identidad2.2. La raíz psicológica de la diferencia2.3. La construcción del “mundo” a partir del olvido de la diferencia3. La memoria3.1. La memoria como abandono del olvido3.2. Memoria y represión3.3. Memoria y representación4. El sentido nihilista del olvido4.1. Felicidad y la voluntad de poder4.2. Tiempo, olvido y felicidad4.3. El camino del creador5. La memoria y el olvido en la Segunda intempestiva5.1. La historia monumental5.2. La historia anticuaria5.3. La historia crítica5.4. El instinto creador como fuerza plástica5.5. Nietzsche, un historiador con vísceras6. Conclusión7. BibliografíaFuentes principalesFuentes secundarias8. AnexosAnexo IAnexo IIAnexo IIIMás títulos de Editorial BiblosCréditos

A mi querida madre, Nelly Beatriz Segura,

y a mis abuelos maternos,

Dora Nelly Mercau Roger y doctor Raúl Alberto Segura.

 

La epifanía de Nietzsche. Paint-Mouse (2019). Maximiliano Hünicken Segura.*

*La epifanía de Nietzsche es fruto de una osada extrapolación llevada a cabo a partir del mismo arte, que lo imagina como mentor de una manifestación que, si bien no es divina, responde a la metáfora del nihilismo activo y pasivo: Camello, León, Dragón y Niño.

Agradecimientos

Ante todo, quisiera agradecer al doctor Adrián Bertorello por su apoyo intelectual y moral a lo largo de este trabajo, que fue pensado para el año 2017, pero se postergó debido a problemas personales y laborales.

También quiero agradecer enormemente al licenciado Ezequiel Bramajo, quien me entusiasmó a partir de un ensayo sobre Nietzsche cuando cursé Textos Contemporáneos y, además, me prestó mucha de la bibliografía principal.

No puedo dejar de agradecerle también a mi amigo y compañero de cursada, licenciado Santiago Voršič, que fue mi apoyo emocional, dado que justo ese año, 2017, tuve una pérdida muy importante, falleció mi madre.

Le agradezco también al profesor de historia Santiago Manuel Giacosa, que me facilitó todo lo que tiene que ver con la bibliografía especializada.

Y, finalmente, a los profesionales de la salud que me ayudaron con temas de psicología y psiquiatría, ellos son: el doctor psiquiatra Omar Berro Curi y la licenciada Cora Böttcher.

También a mi querido padre por su apoyo incondicional, su santa paciencia y por confiar en mí.

Prólogo

El pensamiento de Nietzsche es poliédrico. Tiene muchas caras. Algunas más visibles y otras cuyo sentido y significatividad requieren atravesar los planos de la superficie. Un ejemplo de las cuestiones que se encuentran en las caras ocultas de la geometría del pensamiento de Nietzsche es precisamente la que nos presenta Maximiliano Hünicken, La cuestión de la “felicidad” en Nietzsche: un itinerario desde la memoria al olvido.

La cuestión de la “felicidad” en Nietzsche es una temática poco abordada por la literatura especializada. Una cuestión que, en el menú de los temas nietzscheanos, solo aparece al unir las piezas de una filosofía elaborada en trozos de pensamiento. Se trata de una reflexión tácita, explicitada en el conjunto de su obra como lo siempre presente al modo de ausencia. Se podría arriesgar a decir, en este sentido, que el pensamiento de Nietzsche es una búsqueda incesante de las llaves que abren el cofre hacia la felicidad. Dicho en sus propios términos, una búsqueda de vida –de vida abundante, aquella ocultada tras los límites de la conceptualización racional–. A esa búsqueda consagra precisamente su existencia. Liberar a la vida y, por tanto, a la felicidad del arbitrio del pensamiento metafísico. Para ello, Nietzsche habrá de inmiscuirse –como Prometeo entre dioses– entre los imperceptibles resquicios que se abren entre las articulaciones de mármol de la arquitectura filosófica del “ser”. Entrar en la cuestión que nos plantea Hünicken requiere, entonces, atravesar y unir los planos de su filosofía.

Antes de repasar los tópicos del pensamiento nietzscheano que ayudarán a enmarcar el estudio de Hünicken, cabe hacer una aclaración que no debería pasar desapercibida: hablar de la felicidad en Nietzsche puede resultar paradójico. Siendo precisos, se trata de un concepto propio de la tradición metafísica a la cual Nietzsche le niega valor. Pero ¿dónde encontrar palabras nuevas para conceptos tan arraigados en la cultura? El entrecomillado de la palabra felicidad en el título del estudio de Hünicken busca marcar precisamente eso, la correspondencia analógica con un concepto cuya significación se desmarca de lo comprendido hasta ese tiempo.

Nihilismo

El nihilismo es una cuestión que aparece tardíamente en el pensamiento de Nietzsche. Se trata de su obra póstuma. Un legado de pensamiento cuya radicalidad y potencia desestabiliza la estructura arquitectónica del pensamiento occidental. Se trata de la filosofía del martillo golpeando seca y certeramente sobre las cadenas de pensamientos milenarios. Haciendo un esfuerzo de síntesis, se podría decir que nihilismo es, en un primer momento, un grito de rebelión contra los principios establecidos “para” las condiciones de vida de los hombres, pero dejando al margen las condiciones establecidas “por” la vida. En el tránsito de las transformaciones humanas, es el ensordecedor rugido del León. “No” o “nada” de lo habido hasta ahora. “No” a los postulados que, a lo largo de la historia del pensamiento, ciñeron la vida a los límites del bien y del mal y, por contraposición, en un segundo momento, “sí” a la apertura e infinitud de los modos de la vida, a la desregulación de la existencia de los binomios verdad-mentira, bien-mal, realidad-apariencia. Nihilismo es, entonces, “no” para dejar que aparezca el “sí”. A la vida y a la felicidad, dos postulados que en la obra de Nietzsche parecerían ser sinónimos.

El término nihilismo deriva de la voz latina nihil cuya traducción es ‘nada’. Una expresión que originalmente fue utilizada en la literatura rusa para calificar el anarquismo –esto es el rechazo a cualquier tipo de autoridad y de organización social–. Nihilista es quien no responde a lo instituido. Pero, a diferencia del anarquismo, el nihilismo se instala en un plano anterior, desacredita las ideas primeras o últimas que fundamentan la autoridad y toda organización social.

De acuerdo a lo dicho, nihilismo es, entonces, una no-creencia en el valor de la existencia interpretado y sostenido desde la idea de lo supremo. No al postulado de un mundo “por encima” de la tierra visible sostenedor, justificador y dador de sentido. A ese mundo suprasensible, precisamente, se le niega toda validez.

Perspectivismo

Afirma Nietzsche que el valor del mundo se encuentra en la interpretación y las interpretaciones hasta ahora admitidas son evaluaciones perspectivas en virtud de las cuales nos conservamos en la vida.1 Sin embargo, lo que hasta ahora hemos creído es un modo verdadero de interpretar el mundo, a eso llama “tener por verdadero”, una suposición de la verdad. Consiste en aceptar por verdadero lo que, en rigor, es resultado de relaciones, semejanzas, correspondencias o adecuaciones: metáforas. Se trata, finalmente, de “fe” en la existencia de la verdad, de la posibilidad de la adecuatio, tal como lo justificaba el pensamiento medieval.

Según piensa Nietzsche, lo que se produce en el proceso de la búsqueda de la verdad es un efecto de “simulación” a partir del olvido de la diferencia y de la determinada perspectiva o interés que lo motivó. La inteligencia simula igualdades para agrupar lo distinto. Este proceso de “poner como igual” lo distinto sería, entonces, el presupuesto o, en términos nietzscheanos, el error inicial a partir del cual se establece la verdad de algo. El ejemplo característico de Nietzsche es cuando decimos “hoja”. Bajo ese concepto se predican un conjunto de rasgos que en el análisis de las individualidades no parecerían coincidir. Se trata entonces de una arbitrariedad de la razón, una simplificación necesaria para configurar conceptos y luego juicios, pero que, en rigor, no responden a una realidad en sí metafísica o fuera del recinto de la razón. La verdad es, entonces, antropomórfica; “metáforas poéticas o retóricas” en un principio que van adquiriendo obligatoriedad con el uso. Surge como consecuencia de la necesidad de producir igualdades, esto es, estabilidades o regularidades, en definitiva, del interés por establecer un orden regulador por fuera del dominio humano, pero que, ajustado a necesidades interesadas, opere sobre el mundo humano.

La perspectiva es lo que finalmente determina el valor de algo, pero su peso y fuerza relativa se encuentran sujetos al juego de poder de las diferentes perspectivas.

Superhombre

El “súper” o “ultra” hombre es el nuevo estadio de la evolución humana. El momento en que el hombre abandona la “caverna” idealista metafísica. Es el hombre dueño de sí mismo. Precisamente allí radica su “poder”, su über, en la capacidad de crear y crearse. Es el tipo humano surgido del alejamiento de las obligaciones ultraterrenales. Aquel que, en el reconocimiento de la muerte de Dios, se libera y libera a la existencia de mandatos transcendentes. Tiene la voluntad de crear, de dar un sentido, el sentido que antes solo venía de Dios. Es el tipo más alto de vida humana, cuya voluntad plástica juega en la creación de sentidos. El hombre es solo un puente entre el animal y el superhombre:

El hombre ha usado y abusado de la tierra para adornar la imagen del más allá. De la tierra ha sacado los colores, el ardor, las imágenes con las que ha engalanado el luminoso reino trascendente de las ideas eternas, imperecederas. Al renunciar a la tierra ha abusado de ella. El superhombre, que conoce la muerte de Dios, esto es, el fin del idealismo perdido en el más allá, ve en este tan solo un reflejo utópico de la tierra, devuelve a la tierra lo que ella había prestado y lo que se le había robado, renuncia a todos los sueños ultramundanos y se vuelve a la tierra con la misma pasión que antes dedicaba al mundo de los sueños.2

El superhombre es la nueva generación humana. Aquella que se hace digna, como un dios, por su capacidad de establecer valores conforme a la Tierra, creando así una nueva libertad para la tierra.

Voluntad de poder

El concepto “voluntad de poder” ha sido objeto de diversas interpretaciones, algunas de ellas con severas consecuencias políticas y humanitarias. Lo que se procura aquí es su significación “metafísica” en el contexto del pensamiento de Nietzsche. De acuerdo a esto, admite dos niveles posibles de análisis. Por un lado, como elemento universal presente en todos los vivientes y, por otro lado, como un elemento particularmente presente en el hombre, es decir, con características singulares en su presencia en el hombre.

En su significación universal, el concepto “voluntad de poder” puede ser comprendido como aquello que siempre se encuentra presente en todos los vivientes, afectándolos de modo tal que no pueden ser ya tales sin su presencia. Así, la voluntad de poder se constituye, en cierto modo, en aquello que determina a todos los vivientes, en cuanto que su presencia los define esencialmente y les concede cierta dirección vital. En este sentido, la “voluntad de poder” aparece como lo siempre presente y determinante del despliegue de la vida en general; lo que permanece en el trasfondo mismo de la vida, animándola en cualquiera de sus formas y manifestaciones. “Voluntad de poder”, entendida en sentido universal significa, entonces, lo que está siempre por debajo, incitando todas las operaciones de los vivientes.

En segundo lugar, Nietzsche se refiere a la voluntad de poder presente particularmente en el hombre. Aquí la “voluntad de poder”, además de lo anteriormente dicho, es capaz de tomar conciencia y hacerse cargo de sí misma, cosa que no sucede en otros vivientes. En el hombre, la voluntad de poder se hace una presencia lúcida. Cobra conciencia de sí y gracias a ello la vida se hace lúcida acerca de su propia profundidad. Esto significa que, en el hombre, la voluntad de poder es la vida en su dimensión más íntima, crea lúcidamente productos que luego son superados por ella misma. Desde esta perspectiva, perecería entonces que la vida accede a sí misma, a su propio movimiento lúdico, esto es a su lucidez en el individuo humano.

Muerte de Dios

Desde la visión de Nietzsche, lo primero que hay que tener en cuenta es que Dios es una ficción, es decir, una invención que viene exigida por determinadas condiciones de la vida. Ello significa que, en tanto ficción, Dios no es nada independiente, no es un en sí con rasgos y caracteres propios, esto es, independientemente de un sujeto de invención. El concepto de Dios se encuentra necesariamente ligado al sujeto y a las condiciones de vida que lo exigen. El hombre se sirve del concepto de Dios para depositar allí aquello de lo cual él mismo se siente avergonzado. El goce que le produce el sentimiento de poder y de aumento de poder es proyectado en “alguien” al cual le sea lícito no avergonzarse de tal sentimiento.

En segundo lugar, para Nietzsche, no es lo mismo la persona humana de Cristo, su prédica y su práctica, y el cristianismo –ello independientemente del juicio valorativo que pueda hacer con respecto a cada uno de estos puntos–. Esta distinción se encuentra documentada en el segundo libro de La voluntad de poder. Nietzsche no identifica a Jesús con el cristianismo posterior a él. Este es una falsa interpretación de su prédica, y parte de esta falsa interpretación es la exigencia de la adhesión por la fe al cuerpo doctrinal dogmático de la Iglesia. Por otra parte, y esto conviene tenerlo bien claro, tampoco Nietzsche considera a Jesús de Nazaret como la segunda persona del Dios Uno y Trino.

Otro de los elementos de su comprensión del cristianismo es, precisamente, su consideración acerca de la interpretación cristiana de la realidad. Nietzsche considera que el cristianismo lleva adelante una interpretación “dualista” que establece la distinción entre ser y aparecer, entre realidad y apariencia, entre un “allí” y un “aquí”. Precisamente por esta razón, es que para Nietzsche, tanto el platonismo, como el kantismo o cualquier otro pensamiento en el que se admita la distinción entre “allí” y “aquí” –independientemente de que pueda conocerse ese “más allá”– son, en última instancia, expresiones imperfectas del cristianismo.

Entonces, por un lado, distingue Nietzsche la figura de Cristo de todo aquello posterior a él, que se generó a partir de él, esto es, el cristianismo. Todo aquello posterior a Cristo, dice Nietzsche, se ha construido sobre la base de la distinción entre “aquí” y “allí”, propia del modo de pensar metafísico o, para decirlo en términos nietzscheanos, propia de la necesidad de aquellos que interpretaron la doctrina de Cristo. Esto muestra, a su vez, que en el pensamiento de Nietzsche el cristianismo es identificado con la metafísica, y el Dios cristiano con el “ente supremo”, al cual se le depositan los sentimientos que causan pudor.

Se puede entender, a partir de lo dicho, que cuando Nietzsche formula su frase “Dios ha muerto”, comprende allí, tal vez, la muerte del Dios inventado a partir de la mala interpretación de la prédica de Cristo. Esta interpretación sencillamente se ajusta a la necesidad de los propios intérpretes, que buscaban allí una justificación de su vida debilitada. La crítica a la fe cristiana por parte de Nietzsche quizá esté apuntando a desenmascarar esta falsa interpretación. Como afirma Fink: “Dios significa para Nietzsche la síntesis de toda idealidad trascendente”.

Entonces, si bien por un lado se hace referencia explícita al Dios cristiano, por otro lado, se lo identifica con el Dios metafísico, ente supremo que sostiene todo lo demás. Ello significa que la crítica que Nietzsche realiza sobre el cristianismo y su Dios parecería dirigirse, en rigor, a la metafísica y su Dios postulado primero.

Eterno retorno

La doctrina del eterno retorno es, según Nietzsche, la más alta y profunda de todas las doctrinas en cuanto constituye la fórmula suprema de la afirmación de la vida.

La mayoría de los críticos de Nietzsche concuerdan en asignarle una doble significación a esta doctrina, una significación cosmológica y una significación moral. La significación cosmológica consiste en comprender el eterno retorno como el enunciado que define la estructura necesaria y esencial de la realidad. Desde este punto de vista el eterno retorno se resume en “[…] la idea de que el devenir del universo no tiene un orden racional, no tiene fines ni etapas sucesivas, no tiene ningún sentido; sin embargo puesto que el concepto de infinitud de fuerzas es contradictorio y la cantidad de energía puede ser finita, tal proceso sin finalidad ni sentido no crea nada nuevo, es un movimiento circular en el que toda situación se repite cíclicamente hasta el infinito”.3

El punto de partida para demostrar su teoría se encuentra en el presupuesto de que el tiempo natural del devenir es infinito –todo indica que ha de suponerse un tiempo infinito abarcante total, cumplido– y, por el contrario, la materia y las fuerzas físicas que actúan en ese tiempo no. Teniendo estas dos ideas como presupuestos básicos, Nietzsche intenta demostrar que si el universo tuviese alguna finalidad o sentido –y, con ello, fin como término– este debería ya haberse alcanzado, pues la combinación de fuerzas ha de ser finita; si ello no ha ocurrido –pues el devenir se mantiene– es porque un final para el devenir es inconcebible. Si el tiempo es infinito –se ha de suponer un infinito cumplido–, pero las fuerzas que actúan en él no, entonces, en el transcurso del infinito tienen que haberse sucedido todas las variedades de combinaciones de las fuerzas hasta alcanzar un grado donde ya no sea posible una nueva combinación de fuerzas.

La segunda significación de la doctrina del eterno retorno es moral. En este sentido, la doctrina del eterno retorno no se configura ya como un hecho inexorable a reconocer, sino más bien como una tarea a realizar. La repetición eterna de su existencia es algo que el hombre debe querer. La doctrina es presentada como una propuesta que se le hace al hombre: “¿Quieres que esto se repita una e innumerables veces? ¡Pesaría con formidable peso sobre tus actos en todo y por todo!¡Cuánto necesitarías amar entonces la vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa que esta suprema y eterna confirmación!”4 Así, el hombre debe actuar de modo que quiera que todo instante que ha vivido se repita nuevamente infinitas veces. “Mi doctrina reza así: Vive de modo que desees volver a vivir; ¡Tú vivirás otra vez!”

Vida

El concepto “vida” es otro tópico fundamental de la filosofía nietzscheana. Toda la crítica realizada sobre el modo de pensar metafísico apunta a entender el despliegue de la vida en todas sus formas y expresiones. En el vocabulario de Nietzsche, “vida” tiene un peso y una jerarquía difícilmente adjudicable a otro concepto.

Fuerza significa vida, y esta, en su raíz, voluntad de acumular poder, voluntad de luchar para acumular energía e incrementar el propio poder. “Mi fórmula es esta: la vida es voluntad de poder”.5

Nietzsche observa en todos los procesos orgánicos de la vida esta fuerza de crecimiento. El concepto “instinto de conservación” no es capaz de expresar el verdadero movimiento interno de lo viviente, la “voluntad de poder” es lo que verdaderamente determina la vida de los individuos y la especie. La simple conservación no es el movimiento que acompaña en su desplegarse las fuerzas vitales; implica una resistencia a la suma y acumulación. Desde la perspectiva de Nietzsche lo que no avanza retrocede.

El trabajo de Hünicken atraviesa los inmensos y frondosos bosques del pensamiento Nietzscheano, antes mencionados sintéticamente, para llegar a la cuestión de la felicidad. El lugar más íntimo de su filosofía, de donde emana y finalmente desemboca el torrente de su pensamiento y vida: el hombre para sí mismo, el hombre creador, el hombre artífice de sus propios designios. Coadyuva a esta interpretación la configuración de una filosofía en forma de itinerario, de un ofrecimiento y visión de las cosas que no parecería querer detenerse en una comprensión contemplativa y arquitectónica de la “realidad” sino, antes bien, ponerse al servicio de un tránsito. Como si finalmente toda su obra se tratara de una gran carta de navegación, donde cada idea, intuición o refutación conformaran los jirones de un mapa que deber ser reconstruido y andado. Su estructura fragmentada y dispersa parecería insinuarlo. El anuncio y las enseñanzas de Zaratustra sugieren esto mismo. Se trata de un programa, de un “hacia”. Lo mismo que sus ideas acerca del nihilismo o de la constitución del superhombre son desarrolladas en la forma de los movimientos de una ópera, de una invitación a realizar un viaje –por cierto escarpado, no exento de dificultades y con miles de bifurcaciones y posibilidades de extravío–, pero finalmente un andar que, en la propuesta de Nietzsche, adquiere un rasgo particular. Requiere en primer lugar ir hacia atrás, volver, desandar a fuerza de machete y martillo las formas, configuraciones y estructuras de la conceptualización metafísica de la realidad que, según él mismo lo considera, posibilitó una visión estructurante y una organización estructurada y arquitectónica del mundo. Esta trayectoria, como se dijo, tiene su origen en el “no”, pero en dirección al “sí”, esto es que se inicia en la negación, pero que en su raíz posee la vocación de un “sí”. Y que, en el sí, se abre a la infinita variedad de la creación “artística” de la vida.

El trabajo de Hünicken muestra el tránsito que va desde la memoria hacia el olvido para finalmente alcanzar la “felicidad”. O, más precisamente, el ámbito de toda posibilidad. El arte de la vida. Pese al ropaje aparentemente pesimista de la filosofía de Nietzsche, este texto presume que la “felicidad”, el sí, la dicha, el gozo, la creación artística de la vida es el lugar de destino último de sus reflexiones. La destinataria final de su canto. La condición necesaria para un acontecer libre de determinaciones. Este parecería ser el gran anhelo de sus pensamientos: la “felicidad”. Lo que equivaldría a decir, las nuevas condiciones para el hombre una vez liberado de sí mismo como producto de una interpretación del mundo arraigada en los altos principios metafísicos. O, dicho de otra manera, del hombre liberado de las cadenas de las fuertes filosofías de la domesticación. Así parecería sugerirlo el canto del príncipe Vogelfrei, el pájaro libre, en el marco del acontecimiento de la muerte de Dios.

 

Ezequiel O. Bramajo

Buenos Aires, mayo de 2022

1. Friedrich Nietzsche, La voluntad de poder, IV. Nº 613.

2. Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, Madrid, Alianza, 1966, p. 96.

3. Gianni Vattimo, “El nihilismo y el problema de la temporalidad”, en Diálogo con Nietzsche. Ensayos 1961-2000. Buenos Aires, Paidos, 2002, p.34.

4. F. Nietzsche, La gaya ciencia, Madrid, Sarpe, 1984, Nº 341.

5. F. Nietzsche, La voluntad de poder. Op. Cit. IV. Nº 254.

Introducción

[…] ser feliz significa descubrirse a sí mismo sin temor

Walter Benjamin, Einbahnstrasse.

 

La cuestión de la “felicidad” en Nietzsche responde a una problemática abordada lateralmente por los estudios especializados, es una cuestión que en el menú de los temas nietzscheanos parecería ser secundaria. La hipótesis que este trabajo plantea es que la cuestión de la “felicidad” en Nietzsche actúa en un segundo plano, pero motoriza y articula los grandes tópicos de su pensamiento. Para confirmarla, habrá que bucear entre los pliegues de una filosofía del “bajo” y el “entre”, lo que subyace y está presente a modo de ocultamiento, e inmiscuirse en los imperceptibles intersticios que se abren entre las articulaciones de la arquitectura filosófica del “ser”.

La obra de Nietzsche se expresa con recursos que van más allá del lenguaje. Los silencios, pausas y signos significan tanto como las voces; por momentos, incluso más. De ahí que resulte posible hablar de una centralidad lateral u oculta o secundaria, pero presente en cada tópico del pensamiento nietzscheano. La cuestión de la “felicidad” anima los caminos de Nietzsche, desde sus escritos de juventud hasta su madurez. Como en una carta de navegación, donde el norte siempre podrá ser divisado, atravesar los mares del pensamiento detrás del pensamiento requerirá aventurarse a la danza y el martillo, al machete y la pasión por la sospecha, los instrumentos de los que se vale Nietzsche para desentrañar el “lado oscuro” de la filosofía occidental. La temática de la felicidad acompaña al hombre desde los primeros esbozos de la filosofía, pero, según entendemos, renueva su relevancia en la era de lo liviano y efímero, de los “algoritmos” como señuelos de una felicidad que se presenta artificial o virtual.

Otro aspecto fundamental de esta tesis es tener presente que, si bien se busca mostrar la problemática concerniente a la cuestión de la “felicidad” en Nietzsche, será bajo la dinámica de un itinerario ad hoc y, luego, bajo el seguimiento de un itinerario propiamente dicho. Esto significa que primero haremos el camino desde lo general más intuitivo, y luego, desde lo específico de la temática para abordar el camino de la felicidad que, a entender de este trabajo, es una traza que va desde la memoria hacia el olvido según se explicará progresivamente. No es un condicionamiento, sino un punto de referencia que puede ser desdoblado en distintos núcleos del pensamiento de Nietzsche, dado que se estudiarán tanto obras de su juventud como de su madurez. A su vez, se realizará el análisis de la Segunda intempestiva que se confrontará con el resto de las obras de Nietzsche para poder hallar las continuidades o los anticipos de una filosofía fragmentaria, pero no desvinculada de su coherencia interna y ditirámbica.

Desde el inicio de este trabajo sobre la descripción de la filosofía iconoclasta, hasta las postrimerías del sentido metafísico del olvido, Nietzsche nos pondrá ante una dinámica funcional a la economía del olvido y ante una deconstrucción de la sabiduría y su sospecha. Posteriormente, permaneceremos sobre las superficies de aquel “olvido de la diferencia” y de todo ese rumiar psicológico que se atisba ya desde sus primeras intervenciones en lo que concierne a la raíz psicológica de la diferencia, hasta bien llegadas las primeras conjeturas sobre el mundo “aparente” y “verdadero”. Sin olvidar mencionar la dialéctica y analéctica comparación entre Hegel y Nietzsche, haremos un paralelismo entre “la historia de un error” y el “mundo verdadero”, el “mundo invertido” y “el amo y el esclavo”. Es cierto que en ese juego estrambótico de comparar temáticas de ambos autores hay una coyuntura de dialéctica y analogía tras esa analéctica que nos proponemos, y más cuando se sabe a ciencia cierta que lo psicológico también tendrá su papel preponderante. Asimismo, entrelazaremos lo filosófico y sociológico de la temática de la memoria y el olvido con otras disciplinas, como la psiquiatría y la psicología, hasta llegar a las ciencias cognitivas bajo el auspicio del catedrático Eric Kandel. Será entonces, a partir de ese momento conceptual, que la memoria bajo el peso de su inabarcable tratamiento nos sorprenderá con sus trampas, y la dividiremos en una memoria de la represión y otra de la representación, como también bajo la relación de una represión principalmente psicológica que antes estuvo al límite de una represión filosófica.

Por otra parte, trataremos todo el dispositivo psicológico y psiquiátrico desde el punto de vista cognitivo, y todos los avances en temáticas como la memoria y el arte. Los trastornos y patologías donde la facultad de la memoria es de capital importancia para una asimilación saludable ya sea desde el punto de vista clínico, como desde el punto de vista filosófico y vital. En el sentido nihilista del olvido iniciaremos una nueva etapa profundamente filosófica, quizás la más difícil de escrutar, acercándonos a la problemática del eterno retorno, la temporalidad y la felicidad hasta alcanzar la especificidad de su división en cuatro aspectos que remiten al nihilismo y a la crítica moral que efectúa Nietzsche sobre la cultura occidental. No es solo una crítica moral, sino también ontológica y gnoseológica. Intentaremos algo similar con el tema de la memoria y la representación desde el punto de vista kantiano.

Finalmente, nos consignaremos a la temática de la memoria y el olvido, pero en las segundas intempestivas. Haremos el itinerario de la historia en sus tres divisiones: la monumental, la anticuaria y la crítica, recalcando las desavenencias de lo ahistórico y lo histórico, dos aspectos que conviven bajo el dominio de una “felicidad” que dependerá de esa constelación de vida-historia, hasta llegar al último capítulo en el que nos explayaremos sobre el instinto creador como fuerza plástica. Aquí se relacionan el camino del creador con todos los centros creativos que se producen a partir de una historia que sirve a la vida, y no como se suponía académicamente allá en Basilea. Esos centros creativos se reducirán a dos ejemplos de un instinto que, bajo el dominio histórico, puede todavía generar esa atmósfera propicia para aquella felicidad. Estos dos ejemplos nos remiten a la acción del poeta y del músico. Sí, de la flexibilidad que propicia la fuerza plástica, tema capital de las segundas intempestivas, hasta regodear esa felicidad con todo lo que una voluntad de poder puede ofrecerle al arte y a la vida. De allí que el devenir inocente de todo vivir produce la estética interpretación de una vitalidad que se multiplica en pos de un perspectivismo gnoseológico que se traduce ontológicamente en manifestaciones artísticas.

Por último, entrelazaremos la plasticidad de esa fuerza vital con lo centáurico de esa fuerza inventiva por parte del paradigma del filósofo-psicólogo, que hace las veces de artista, poeta y músico compositor, sin dejar de lado su primordial entusiasmo de médico de la cultura. La cuestión de la cultura es también el arrojo de la felicidad hacia la construcción del hombre.

Podremos advertir, entonces, cómo la cuestión de la “felicidad” va vertebrando el recorrido del pensamiento de Nietzsche, un recorrido que se inicia en la memoria y finaliza en el olvido.

Nietzsche, el crucificado. Paint-Mouse (2020). Maximiliano Hünicken Segura*

* Un viejo resabio decía que Nietzsche debía ser crucificado, así como él se imaginó la crucifixión del cristianismo. Muchas veces se ha hablado de que Cristo es una persona y el crucificado es otra. En esta imagen hay dos Nietzsche y una cruz, porque hace alusión al tiempo en que Nietzsche fue iconoclasta.

1. La filosofía iconoclasta de Nietzsche

Un rasgo fundamental y conocido de la filosofía de Nietzsche es su estilo provocativo. Sus afirmaciones, por lo general, se orientan a problematizar y polemizar pensamientos y pensadores, sucede, por ejemplo, con sus ditirambos dionisíacos. Son sentencias –dardos envenenados, como él mismo los llama– destinadas a desenmascarar un engaño, a cuestionar una “verdad” sostenida por el solo anhelo de que exista la verdad o, dicho en sus expresiones, por la voluntad de verdad, es decir, el deseo de un punto de vista incondicionado. En rigor, fruto de la ilusión o de la fantasía, pero de ningún modo resultado de la realidad. Lo mismo respecto de sus aforismos: son estocadas al corazón del pensamiento considerado válido. “De cómo el mundo verdadero devino en fábula” o “La historia de un error”1 son ejemplos de este estilo cuestionador y provocativo.

La filosofía de Nietzsche es una filosofía de la polémica. Es un pensamiento que constantemente busca desafiar y confrontar, poner a prueba todo lo que a lo largo de la historia del pensamiento filosófico fue consecuentemente sostenido como valor. Se podría decir, en este sentido, que es un pensamiento atrevido, intrépido, luchador, que no se conforma con decir, sino que conlleva una carga explosiva destinada a romper, a hacer volar por los aires. A esta filosofía del “agón” se la conoce como una filosofía de la disputa que consiste en hacer de la contienda filosófica una urgencia vital y batalladora. Se trata de un pensamiento que rechaza la autoridad, los maestros, las normas y los modelos. Es una filosofía que cuestiona lo establecido, lo instaurado como fundamento de la interpretación de la realidad que posibilita creencias y valores específicos. En este sentido, Nietzsche se anima a cuestionar y enfrentar todo aquello que siempre fue interpretado como lo superior y más alto y, por ello, inalterable y sublime. Una manifestación de lo anteriormente dicho se puede reconocer en la siguiente cita:

 

Otra forma de curación es someter a un profundo examen a los ídolos… Ya que en el mundo hay más ídolos que realidades; y esto constituye el mal de ojo y el mal de oído que tengo para este mundo… Ir haciendo preguntas, golpeándolos con un martillo y oír quizá como respuesta ese conocido sonido a hueco que revela un interior lleno de aire, representa una delicia para quien tiene otros oídos detrás de los oídos, para mí que soy un viejo psicólogo y cazador de ratas ante quien aquello que desearía permanecer en silencio tiene en cambio que dejar oír su sonido.2

 

Justamente, desentrañar el sonido auténtico de la desdicha impuesta por aquella autoridad que sabe a idolatría será la mayor dificultad para quienes adulan su sordera, idiosincrasia austera de quien no se cuestiona ni discute la esencia de toda contienda. Ahora bien, dejar redes enmarañadas con la dubitativa conciencia de quien solo escucha aquello que acostumbra puede ocasionar un trastorno para atisbar con suma franqueza la filosofía iconoclasta, que no es otra cosa que una sabiduría de la deconstrucción o, dicho en sus propios términos, una filosofía del martillo:

 

Toda la vieja psicología de la voluntad debe su existencia al hecho de que sus autores, los sacerdotes que ocupaban los puestos más elevados de las antiguas comunidades, trataron de arrogarse el derecho a imponer castigos o quisieron inferirle a Dios ese derecho. Se supuso que los seres humanos eran “libres” para poder así juzgarles y castigarles, considerándoles culpables.3

 

Los vetustos mantos sagrados deberían haber sido desacralizados para componer una voluntad que no busque culpables ni castigos expiatorios de una suerte que golpea el derrotero de aquel hombre infeliz y crédulo. La toga de aquellos jueces y de aquellos sacerdotes que vociferaban con entusiasmo y desfachatez la sensatez cristiana que, después de todo, no es verdaderamente una devoción genuina para los bloques que se caen tras el impacto del martillo depurador, que destruye para volver a construir ese “templo de vida”. Esto no implica, sin embargo, un alejamiento o una descalificación al “espíritu libre” que alzó su voz en proclama de una liberación. En ese sentido, el filósofo de Sils-María califica a Cristo de “espíritu libre”: “ninguna cosa fija le importa: la palabra ‘mata’, todo lo que está fijo ‘mata’”.4 Por ello, esta filosofía del martillo no tiene como acometido destruir por destruir ni dejar desolación tras toda una civilización que ha bebido de la loba romana del orbe occidental. Cabe aclarar que la expresión “filosofía del martillo” corresponde al último período de las obras de Nietzsche; y ello es suficiente para no crear confusiones. Entonces decimos: ¡Razonad, razonad, mientras nuestros corazones rumiantes de exaltación clavan cada clavo en la vehemente hipocresía de aquellas ideas santas y puras! Entonces, decimos que Nietzsche se atreve a poner en tela de juicio aquellos valores tales como la bondad, la verdad y la razón en detrimento de aquellos valores que atentan y denotan el instinto de vida, como también el instinto de creación artística. Ahora bien, ¿se trata solamente de una crítica o de un cuestionamiento? Definitivamente, se trata de un golpe de sospecha que hace consonancia con su filosofía para desmoronar lo establecido. Y, una vez realizado el impacto, descubrir el nihilismo a partir del nihilismo, para después superarlo y, de este modo, hacer de cada bloque caído un manantial de aquel movimiento que es propio a la vida misma. Es decir, su pensamiento está anclado en el ser entablado como principio de todo devenir y acontecer.

Todo lo que hay de iconoclasta en su filosofía se materializa en su rumiar, en aquel cincel y martillo a la hora de plasmar la inversión. La inversión no es algo totalmente de su autoría, sí el modo de implementarla, el modo de hacerla visible y dinámica. Ya en sus épocas de juventud, supo leer a conciencia a Ludwig Feuerbach5, que profesaba un tipo de inversión que aludía a un criterio de transformación relacionada directamente con la realidad, era una de sus armas letales para poder indicar las argucias de Hegel. El idealismo alemán tendía con Hegel a invertir la realidad por medio del uso de la razón, hacer racional lo real y real lo racional; de tal manera que, según Feuerbach, son los hombres los que generan las ideas y estos emergían desde la naturaleza.