La democracia reaccionaria. La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista - Aurelien Mondon - E-Book

La democracia reaccionaria. La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista E-Book

Aurelien Mondon

0,0

Beschreibung

La sociedad actual adolece de una realidad velada que es el incremento de la pobreza, de la marginación de los inmigrantes, del racismo, del populismo y de la ultraderecha; mientras tanto quienes poseen los medios para fijar la agenda y cuyas voces se escuchan, para que sus políticas se implementen, defiende únicamente sus intereses egoístas y limitados, favoreciendo finalmente esta tendencia. "Democracia reaccionaria" es el uso del concepto de democracia y su idea fundamental de que el poder (kratos) lo tiene el pueblo (demos) como una manipulación más o menos consciente que utiliza la construcción del sentido común y "la voluntad del pueblo" para defender e impulsar ciertas ideas reaccionarias al servicio del poder político, y que frena así la posibilidad de una democracia que progrese hacia una mayor justicia social. Los autores nos aportan en este libro un marco analítico con el que entender el funcionamiento de esta realidad actual excluyente en el contexto mundial de nuestros días. Es una obra que se dirige quienes ocupan instituciones de privilegio, ya sea en los medios de comunicación, la academia o la política, para que detengan la legitimación y racionalización tanto del racismo como del clasismo, y luchen contra la reafirmación que ese está produciendo en su entorno de los sistemas de poder, privilegio y desigualdad.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 454

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Aurelien MONDON Aaron WINTER

La democracia reaccionaria

La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista

Fundada en 1920

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3º C

28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

[email protected] - www.edmorata.es

La democracia reaccionaria

La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista

Por

Aurelien MONDON Aaron WINTER

Traducción del inglés

Roc FILELLA

Título original de la obra: Reactionary Democracy. How Racism and the Populist Far Right Became Mainstream

Authorised translation of the English language edition published by Verso 2020

UK: 6 Meard Street, London W1F 0EG

US: 20 Jay Street, Suite 1010, Brooklyn, NY 11201

versobooks.com

Verso is the imprint of New Left Books

© Aurelien Mondon and Aaron Winter 2020

All rights reserved

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Equipo editorial:

Paulo Cosín Fernández

Carmen Sánchez Mascaraque

Ana Peláez Sanz

Colaboración en la traducción del prólogo de Laura Isabel Galarza

© EDICIONES MORATA, S. L. (2023)

Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3º C

28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

www.edmorata.es - [email protected]

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-19287-36-6

ISBNebook: 978-84-19287-37-3

Depósito Legal: M-11.326-2023

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón [email protected]

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECE Industrias Gráficas, S. L. (Madrid)

Diseño de la cubierta: Ana Peláez Sanz

NOTA DE LA EDITORIAL

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.

Le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.

Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos!

Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en [email protected]

Para Alex, Alexandra, Matthew y Shane.

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

INTRODUCCIÓN

1. RACISMOS ILIBERALES, EXTREMISMO Y LA RECONSTRUCCIÓN DISCURSIVA DE LA ULTRADERECHA

El racismo iliberal

La extrema derecha, la ultraderecha y el racismo iliberal

La extrema derecha extrema y la ultraderecha: entre la organización y el individuo

Reacción, adaptación y reconstrucción discursiva

El racismo iliberal como el enemigo conveniente

2. EL RACISMO LIBERAL

La emergencia y posición de la extrema derecha y la radical

El racismo liberal

La apropiación de las luchas emancipadoras con fines reaccionarios

La libertad de expresión como instrumento reaccionario

Los legitimadores

Conclusión: unas fronteras difusas

3. ¿HEGEMONIZAR LA ULTRADERECHA O RADICALIZAR LO HEGEMÓNICO?

¿Una nueva normalidad? La posición fluida de la corriente hegemónica

Lo hegemónico y el proceso de hegemonización

La hegemonización en la práctica

Conclusión: hegemonización de la ultraderecha, radicalización de lo hegemónico

4. LA ULTRADERECHA, EL POPULISMO Y “EL PUEBLO”

¿Seguir o formar el pueblo? El papel de la opinión pública y los medios de comunicación

“El pueblo” como error de cálculo: la mayoría como horizonte democrático

La clase trabajadora, el populismo y la ultraderecha

El populismo, el despliegue populista y el odio al pueblo

CONTRA LA DERECHA REACCIONARIA: VALENTÍA Y RESPONSABILIDAD

Dejar de hacer propaganda a la ultraderecha

El racismo evoluciona y se adapta: no se agota con sus formulaciones iliberales

El racismo no está (únicamente) en el otro

La ultraderecha no es la (única o inevitable) alternativa

Ampliar los horizontes políticos; volver a formas más emancipadoras de democracia

ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS

AGRADECIMIENTOS

Queremos dar las gracias a los muchos amigos, familiares, colegas y estudiantes que nos ayudaron en este proyecto con su tiempo y su energía, su colaboración intelectual y política y su ejemplo. Sois demasiados para nombraros a todos, para sabéis quiénes sois y confiamos en que también sepáis lo mucho que agradecemos vuestro apoyo.

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Tres años es un tiempo increíblemente largo pero también a la vez puede resultar corto cuando se analiza la hegemonización de la política de extrema derecha del siglo XXI. Este prólogo a la edición española nos brinda una gran oportunidad para reflexionar no solo sobre lo que ha ocurrido desde su publicación original, sino también sobre el contexto en el que fue escrito y nuestras propias expectativas para el libro y el futuro. La democracia reaccionaria se escribió en un contexto de crisis, mejor ejemplificado quizás por el Brexit y la elección de Donald Trump. Desde entonces, el estado de la política ha cambiado de forma significativa, si bien este cambio no ha sido del todo impredecible. Algunos acontecimientos los esperábamos, otros nos sorprendieron. Por ejemplo, el libro se publicó en abril, al comienzo de la pandemia de la covid-19. Esto, obviamente, no lo habíamos previsto, como tampoco esperábamos realizar el lanzamiento del libro sin salir de nuestras casas. Sin embargo, desde el principio quedó claro que esta nueva crisis podría ser aprovechada por las fuerzas reaccionarias, tanto para exacerbar las desigualdades sistemáticas existentes, como para alentar a la ultra derecha y extrema derecha. Lo que ha resultado especialmente sorprendente es el regreso de los argumentos eugenésicos y la charla sobre la supervivencia del más fuerte en las normas y comentarios políticos hegemónicos, los cuales hasta ahora han permanecido, en su mayoría, relegados a lo que en el libro denominamos “racismo iliberal”. Teníamos la esperanza de que la crisis hubiera conducido a una reevaluación y reversión de ese sistema desigual y de la trayectoria reaccionaria, pero continuamos siendo cautos ya que el enfoque histórico que desplegamos en el libro demuestra el debilitamiento a largo plazo de la resistencia hegemónica a las políticas de la ultra y extrema derecha y en particular, de los límites difusos entre el racismo iliberal y el liberal, donde el segundo usa al primero para justificarse y negar el racismo sistémico y el aumento de la desigualdad. Esta situación se ha agravado ya que tanto la ultraderecha como la derecha hegemónica han intentado reforzar el racismo y otras desigualdades y usar a la “clase blanca trabajadora” y “olvidada”, a la que dicen representar, para legitimarla. Lo hacen atribuyendo al racismo la causa de las desigualdades actuales justificándose en sus argumentos con la “voluntad del pueblo”. Esto no solo legitima el racismo, sino que también culpa y divide a la clase trabajadora, todo esto mientras las desigualdades raciales y de clase continúan y se consolidan como un agravio ilegítimo.

Esto no quiere decir que la trayectoria sea unidireccional. El espantoso asesinato de George Floyd por parte de la policía el 30 de mayo de 2020, en los inicios de la pandemia, sirvió para exponer el racismo institucional y la violencia racista estatal (en contraposición al extremismo de la extrema derecha) existentes en los Estados Unidos y para movilizar el movimiento de “Las vidas de los negros importan” (Black Lives Matter, BLM) y el movimiento internacional por las vidas afro. Esto condujo a un ajuste de cuentas racial, a la exigencia de abordar el racismo sistémico y derribar los monumentos de aquellos involucrados en la trata de esclavos y el colonialismo. A pesar de nuestra evaluación algo sombría de la situación y de la reacción violenta que el movimiento ha enfrentado, esto es algo sobre lo que también hablamos aquí en La democracia reaccionaria. En consonancia y solidaridad con quienes se oponen a la ultraderecha, a la extrema derecha y a sus hegemónicos promotores, nos hemos propuesto centrar la esperanza en el deseo de denunciar, revelar el funcionamiento y ayudar a resistir y contrarrestar la hegemonía del racismo y la ultraderecha. Tan central como lo fue cuando se publicó el libro por primera vez, seguimos aferrados a la idea de que la democracia no puede ser reaccionaria. Para conseguirlo tenemos que abordar de frente su forma actual y sus limitaciones, algo que no se ha hecho hasta ahora.

Por lo tanto, aunque el destino de las políticas de extrema derecha ha sido desigual y algunos actores claves se han encontrado con contratiempos, la hegemonía y el impulso de su política ha continuado e incluso ha alcanzado nuevos niveles. Donald Trump perdió las elecciones en el 2020 pero obtuvo mejores resultados en términos de votos que en el 2016. El daño hecho por la corriente de la ultraderecha durante su gobierno se manifestó en el asedio al capitolio el 6 de enero, lo cual llevó a muchos a darse cuenta de lo real que era la amenaza. No obstante, este acontecimiento generalmente se ha enmarcado como algo excepcional que tiene sus raíces en un fascismo extranjero a las instituciones y democracias estadounidenses, en lugar de acomodarse cada vez más a él y a las cuestiones sistémicas planteadas por el BLM, por ejemplo. Lo mismo podría decirse del retroceso observado en términos de derechos de género y aborto en la Corte Suprema Federal y en muchos estados. Del mismo modo, Bolsonaro en Brasil perdió contra Lula, pero los resultados fueron increíblemente reñidos. El intento de golpe de estado que se asemejó al de los Estados Unidos fue detenido con más decisión, pero la situación en Brasil sigue siendo, en el mejor de los casos, frágil. En Francia, Marine Le Pen volvió a fracasar en su intento de ocupar la presidencia en el 2022 y aun así, batió nuevos récords y envió decenas de parlamentarios a la Asamblea Nacional, lo que moderó más su imagen. En el Reino Unido, mientras la ultraderecha agoniza, el Partido Conservador ha asumido gran parte de su discurso y la izquierda se ha unido a la derecha en aspectos clave. El discurso público continúa desviándose hacia asuntos de inmigración y temas de conversación de la ultraderecha como el movimiento woke, mientras la gente vive las secuelas de la pandemia, una crisis del coste de vida y un ataque de la derecha al Servicio Nacional de Salud británico (NHS).

Quizá algo incluso más preocupante es el que hayamos sido testigos del envalentonamiento de la extrema derecha como lo demuestran los intentos de golpe de estado en los Estados Unidos y Brasil, al igual que los violentos ataques de la ultraderecha en todo el mundo. La violencia de extrema derecha, el fascismo y la hegemonía ya no están estratégicamente compartimentados, sino que se entrecruzan cada vez más en una demostración de poder concertada y coordinada. En Francia, el “ascenso” de Eric Zemmour apoyado por un billonario magnate de los medios de comunicación hizo que Marine Le Pen pareciera moderada en comparación y desplazó el discurso público cada vez más a la derecha. En Italia, la elección de Giorgia Meloni ha demostrado que los vínculos con el fascismo no son ya un tabú para obtener poder. Por mucho tiempo, la península ibérica se había librado de las políticas de la ultraderecha, pero el ascenso de Vox y de Chega han cambiado el panorama y las próximas elecciones en España se observarán con atención. Como era de esperar, fueron los que se encontraban en un extremo y los políticos de ultraderecha los más afectados, en general, por la pandemia ya que los argumentos eugenistas resurgieron para reforzar el dominio de la necropolítica. Las primeras respuestas de los gobiernos y las comunidades demostraron que un mundo diferente es, de hecho, posible y que la difusión de la salud pública para el beneficio de todos está al alcance de la mano y es, ante todo, una medida política. Sin embargo, también quedó claro que apoyarse en la desigualdad continúa siendo el modus operandi y estructural: el cambio democrático no está en la agenda hegemónica. Por supuesto, esto es confirmado por la falta de acción en relación con la crisis climática a medida que a pesar de que se acerca al borde del precipicio, el beneficio de unos pocos continúa siendo prioridad.

Como comentamos en La democracia reaccionaria, la resistencia hegemónica a la política de la ultraderecha, a la reacción y a la opresión sistémica más amplia, generalmente, ha sido y sigue siendo ineficaz. A menudo, ha probado ser facilitadora. Muchas veces, la hegemonía le ha proporcionado plataformas de alto reconocimiento a la ultraderecha, ha promovido la reconciliación con los enemigos de la democracia bajo el lema de enfrentar la “polarización” o ha tomado prestadas y legitimado sus ideas sin pudor como si eso fuera a frenar su ímpetu y conseguir así más votos. En muchos de los casos mencionados anteriormente, los actores hegemónicos solo se han opuesto a la ultraderecha nominalmente, a menudo a través de medidas estatales de contraextremismo y contraterrorismo que los separaban de la hegemonía y de una reacción y un racismo estatal y sistémico más amplio. Esto se ha facilitado por la incapacidad de comprender cómo son las articulaciones liberales del racismo con lo que el centro de atención se ha puesto únicamente en denunciar y excepcionalizar las articulaciones iliberales. Esto ha conducido a legitimar partidos, movimientos y personas que dan forma al racismo y a los que se les ha concedido una voz y una libertad que en términos de justicia y derechos humanos no se merecen; todo esto permitido por quienes eligen seguir estrategias más sutiles, aunque igualmente racistas.

Peor aún es, quizás, la incapacidad o la falta de voluntad para combatir el racismo más allá de sus crudas articulaciones que han provocado que la resistencia de la izquierda a la ultraderecha sea presentada a menudo como una amenaza igual, o incluso peor y más autoritaria. El mal uso del “populismo” y la construcción de falsas equivalencias ha pavimentado el camino para que los centristas liberales culpen tanto a fascistas como antifascistas del aumento de la “polarización” y la violencia fascista. Esto no podría ser más claro que lo que vemos en los casos británico y francés donde las alternativas que adoptó la izquierda, y que eran una postura clara contra la ultraderecha, se han convertido en los principales objetivos del centro liberal, ya sea Emmanuel Macron, los medios de comunicación de la hegemonía en el Reino Unido o la élite del Partido Laborista. En los Estados Unidos, los Antifa han sido mitificados y utilizados como arma por la ultraderecha para justificar la inacción, mientras que las alternativas radicales de la izquierda han sido condenadas en todo el mundo por aumentar el “radicalismo” indiscriminado.

La denuncia de las formas de resistencia de la izquierda ha coincidido con la incapacidad de la hegemonía liberal para actuar como baluarte frente a la ultraderecha y el resurgimiento de políticas abiertamente fascistas. Por el contrario, hemos sido testigos de la habilidad de la hegemonización y su voluntad para dar cabida a las ideas de la ultraderecha en política y absorberlas. Esto puede observarse en la normalización de innumerables pánicos morales, usados como distracción de las muchas crisis que plagan nuestras sociedades y el planeta. El éxito del BLM al conseguir que el racismo esté en la agenda mundial, también ha hecho que los políticos, instituciones y corporaciones participen en políticas de gestos superficiales. Por otra parte, han utilizado a Trump y al extremismo de la ultraderecha como únicos e inconexos recursos para lidiar con el racismo, particularmente en lo ocurrido el 6 de enero. También hemos sido testigos de una importante reacción violenta contra el movimiento BLM, la Teoría Crítica de la Raza y el movimiento woke por parte de reaccionarios que expusieron el autoritarismo apenas oculto detrás de su retórica liberal de libertad de expresión y representó un intento de consolidar su poder en la era post-Trump.

De todos modos, la libertad de expresión continúa siendo una bendición para los estafadores de la ultraderecha quienes afirman ser censurados cada vez que alguien critica sus opiniones, independientemente de quién ostenta el poder real y de quién pueda exigir realmente la censura. También hemos observado el resurgir de las ideas que muchos creían relegadas a los márgenes de la historia, como ya se ha comentado en relación con la eugenesia. Los derechos básicos de género se han vuelto cada vez más precarios, como lo demuestran la ofensiva antiabortista y los avances legales en EE. UU. y la transfobia en los Estados Unidos y el Reino Unido. El derecho a la protesta está también cada vez más restringido, cuando no criminalizado, lo que allana el camino para las políticas más autoritarias y mayores dificultades para resistir al fascismo en la práctica. Esto es especialmente preocupante si se tiene en cuenta hasta qué punto el racismo y la misoginia, que alimentan a la ultraderecha, existen en la política de los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países.

A medida que las políticas de la ultraderecha han ido ganando más poder en los ámbitos discursivos y políticos, hemos sido testigos también de la creciente prevalencia del fascismo tecnológico. Mientras que Elon Musk se ha convertido en el personaje más evidente desde que compró Twitter en el 2022, internet ha dado un giro cada vez más autoritario y reaccionario. Se está convirtiendo rápidamente en un espacio donde las ideologías más peligrosas ya no prosperan en los rincones más oscuros, sino que se permite que se propaguen a la vista de todos y se les da una prominencia indebida a través de algoritmos ideológicamente sesgados.

Esto nos deja en otra encrucijada. Ya debería ser evidente para cualquiera realmente preocupado por el estado reaccionario de la política que el statu quo ya no es una opción viable. Si acaso, las dos primeras décadas del siglo XXI nos han mostrado que el triunfo del liberalismo sobre el fascismo no fue tan decisivo como se ha mitificado. Como afirmamos en este libro, la flexibilidad del liberalismo siempre lo ha hecho susceptible a la política de la ultraderecha si esta lo requería. Tal y como se desarrollan las crisis, no hay ninguna razón para que esta vez sea diferente y para que la élite liberal opte por ponerse en contra de sus propios intereses capitalistas egoístas y a favor de una democracia real, igualitaria y justa. Como tal, el cambio debe empezar con nosotros viendo más allá del orden hegemónico y exigiendo un cambio radical. Para ser claros, hay esperanza y resistencia, pero ahora se encuentran en los márgenes y se presentan como una amenaza igual a la ultraderecha, aunque mucho menos capaz de influir en la hegemonización. Esto no es una sorpresa, ya que está en el lado equivocado del poder, y es por esto que, más que nunca, la esperanza y la fe se necesitan en la contingencia de la situación.

La clave aquí, como lo argumentamos en la conclusión de La democracia reaccionaria, es no entrar en el juego ni competir por la satisfacción de la estrategia de la ultraderecha ofreciendo alternativas más moderadas a su racismo y a sus políticas reaccionarias como lo hacen la derecha hegemónica y los centristas liberales. Debemos ser inflexibles en la lucha por los movimientos y alianzas positivos y radicalmente transformadores con vistas a objetivos y futuros contrahegemónicos. Cualquier otra actitud es cobarde. Cualquier otra actitud es reaccionaria.

INTRODUCCIÓN

Contemplar el gran resurgimiento de las organizaciones supremacistas de los blancos y ver cómo salen a superficie la retórica y las ideas de estos grupos como parte del discurso aceptado en todos los aspectos de la vida cotidiana en Estados Unidos, sobresalta, asusta y es suficiente para que uno calle de nuevo... En estos días el racismo blanco puede hacer que todo se desmorone, que nada quede en pie.

bell hooks, 1995.

Las palabras de bell hooks suenan hoy más ciertas que en 1995. La generalización de la far right1 no solo se ha legitimado en política, sino que ha fortalecido el racismo sistémico y envalentonado a racistas de todo tipo. En los últimos años, la elección de Donald Trump, el voto a favor del Brexit y el paso de Marine Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas con el 30 % de los votos, han marcado un nuevo nivel en el resurgimiento y auge de la política de ultraderecha. El fenómeno no se limita a los tres casos fundamentales de este libro —Estados Unidos, Francia y Reino Unido: la Liga en Italia y el Partido de la Libertad en Australia participaron ambos en gobiernos de coalición partiendo de unos buenos resultados electorales, aunque ninguno de los dos consiguió mantener el poder mucho tiempo—. El giro hacia la derecha de los partidos tradicionales del centro de Europa ha producido también este efecto entre partidos de extrema derecha que se disputan el poder en gran parte de Europa. Pese a su nivel de vida relativamente alto, Escandinavia no ha quedado al margen de esta tendencia; y recientemente España, que hasta ahora la había frenado, ha sido testigo del auge de su propio partido de ultraderecha, Vox. Fuera de Europa y Estados Unidos, la ultraderecha también ha ganado terreno con la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, y ha seguido influyendo en la política en Australia, por ejemplo. La violencia de ultraderecha también se ha convertido en algo cada vez más habitual, desde las pequeñas agresiones y los incidentes racistas de todos los días, a los atentados terroristas como el de Christchurch el 15 de marzo de 2019, en el que murieron 50 musulmanes.

Todo esto ha llevado a la publicación de innumerables libros y artículos sobre la ultraderecha, el racismo y, más recientemente, el “populismo”. Incontables horas de reportajes en las noticias, artículos de opinión, documentales y películas han cubierto estos sucesos, dando cuenta del fenómeno y analizándolo de forma más amplia. Todo ello, estamos seguros, ha contribuido al despliegue publicitario de las ideas de ultraderecha, y desempeñado un papel fundamental en su legitimación2. Parece que de algún modo todo esto ha difundido la cómoda negación que se permite el espurio relato post-raza, según el cual el racismo es algo del pasado que ha sido derrotado por las fuerzas del liberalismo y la democracia liberal, y que solo podría encontrarse en el reducto individualizado y patológico de la derecha más extrema. Naturalmente, esto sirvió de muy poco a quienes se encontraban ante la dura realidad del racismo más oculto y sistémico, quienes a diario tenían que enfrentarse a la discriminación y a la opresión profundamente enraizadas en nuestro sistema político. Sin embargo, en los últimos años las cosas han empeorado. Nuestra tesis es que el auge y la tendencia actual de la ultraderecha no solo nos distraen del racismo sistémico existente, sino que legitima sus manifestaciones más crudas al cederles espacios para su propaganda. Esto ha servido para ocultar aún más la preocupación por el racismo sistémico tras la mente liberal, a la que, en su lugar, le inquietan la extrema derecha y la ultraderecha. Sostenemos que las democracias liberales han sido consumidas por una lucha por la supervivencia contra una amenaza que ellas mismas han alimentado, para desviar la atención a su incapacidad para responder a las desigualdades y el creciente número de crisis históricas avivadas por el capitalismo y su conflicto innato con los ideales democrático-liberales de la libertad y la igualdad.

En este contexto, basamos nuestra interpretación de la situación actual —concretamente la incorporación del racismo y la ultraderecha— en la historia y en estructuras de poder más amplias. Contrariamente a la idea de que el progreso es unidireccional o inevitable, defendemos que lo que hoy contemplamos no se puede entender de forma lineal, de modo que los movimientos, las ideas y las ideologías avancen gradualmente “hacia el fin de la historia”. En su lugar, sostenemos que la historia del racismo y la ultraderecha, desde sus inicios hasta sus formas actuales, se han de entender del mismo modo que otras ideologías y formaciones sociales: en evolución permanente, desordenada y adaptativa, y sometida a fuerzas y contingencias sociales de mayor envergadura. Analizamos cómo se construyen el sentido común y la voluntad popular (“la voluntad del pueblo”) para defender ciertas ideas. No es un ejercicio de señalar a determinados culpables sino, mejor, un análisis exhaustivo de cómo el poder se construye mediante procesos y relatos.

Pero el objetivo más amplio de este libro es aportar la necesaria claridad y objetividad para entender esta amenaza de forma más holística. En un momento en que vivimos asediados por múltiples crisis —económica, social, medioambiental— pensamos que no nos deben desviar las fuerzas de la reacción, lo cual solo puede llevar a infligir más daño aún a los grupos más vulnerables y racializados a los que se culpa de todo y a una estrategia de distracción y extravío —posponiendo así actuaciones que hay que abordar de forma urgente para tratar estas crisis a escala global, porque nos obligan a volver a políticas restrictivas y destructoras—. Para ello, no podemos confiar en lo “establecido” como esencialmente positivo y esperar pasivamente a que las cosas se solucionen. Se ve claramente que las soluciones tendrán un coste claro y exigirán un cambio radical —algo que el modelo actual, y la élite que lo conforma, ha preferido ignorar e incluso evitar para proteger sus intereses—. Este libro va dirigido a un público amplio, pero esperamos que muchos de quienes tengan oportunidad de leerlo dispongan también de espacio para pensar y actuar. A ellos les decimos: la apatía es una opción política, una opción reaccionaria. Las cosas no tienen por qué ser así.

Este libro es fruto de nuestros estudios y en él convergen diversas líneas de investigación y análisis que hemos desarrollado a lo largo de los años. Nuestra procedencia interdisciplinar no solo es un factor positivo sino, realmente, fundamental para lograr entender de forma más completa la situación. La investigación sobre la ultraderecha y otros campos relacionados ha aumentado muchísimo en los últimos años, suscitando preguntas y preocupaciones sobre nuestra función como investigadores y la cobertura que hacemos de tales ideas. Hay que elogiar esta atención dirigida a estos partidos, movimientos e ideas: no solo son un hecho de la vida social, sino también una amenaza para muchos. Sin embargo, las actuales tendencias de la academia, bajo la presión de la neoliberalización de la investigación, se han traducido en una serie de hechos problemáticos. Las afirmaciones de que el estudio de la política y la sociedad se pueden realizar del mismo modo que cualquier otra investigación han llevado a muchos a ignorar su posición, su privilegio y su responsabilidad respecto a la materia que estudian. No creemos que en la investigación se pueda lograr ser objetivos. No ocultamos el hecho de que tomamos partido: racistas y antirracistas no son equivalentes, y nosotros no estamos en medio o por encima como espectadores objetivos. Reconocemos nuestra postura ideológica y nuestras posiciones privilegiadas. Somos manifiesta y declaradamente investigadores antirracistas. ¿Esto nos convierte en estudiosos menos objetivos que quienes afirman sin la menor crítica su objetividad con el fin de impulsar agendas disfrazadas de ciencia? ¿Nos hace más tendenciosos que aquellos que se niegan a reconocer su posición ideológica o privilegio (institucional, racial y/o de género)? Creemos que no.

También pensamos que el acceso al discurso público y nuestra capacidad —que compartimos con los políticos y los medios— de darle forma con nuestro trabajo nos carga de responsabilidad y con la obligación de dar cuentas. Dicho lo cual, no pretendemos hablar en nombre de todos los que sufren el racismo o la ultraderecha. Tampoco nos proponemos hacerlo en nombre de los “dejados atrás” que han sido utilizados para justificar la legitimación del racismo y la ultraderecha como una especie de deseo democrático. Consideramos que es una formulación a la vez falsa e ideológica: un alejamiento de la lucha de clases unitaria hacia una lucha de raza impulsada por la élite. Nuestro libro, por contra, se dirige a esta propia élite que ocupa instituciones de privilegio similares a las nuestras, sea en los medios de comunicación, la academia o la política, pero que lo usan para legitimar y racionalizar tanto el racismo como el clasismo, reafirmando sistemas de poder, privilegio y desigualdad. En lugar de culpar del incremento de la pobreza y la marginación a los inmigrantes u otras personas racializadas, o del racismo principalmente a la clase trabajadora, ponemos el foco en quienes poseen los medios para fijar la agenda y cuyas voces se escuchan, en aquellos cuyas políticas se implementan y que defienden sus intereses egoístas y limitados.

Es en este contexto es en el que nuestro libro intenta advertir de ciertas tendencias, como la de dar forma democrática a ideas reaccionarias o la de limitar nuestra imaginación democrática a formas hegemónicas liberales a expensas de una crítica más radical. En su lugar ofrecemos formas de desarrollar mejores marcos, prácticas y mecanismos para estudiar y combatir ideas y movimientos que socavan la propia base de lo que debería ser la democracia. Esta es la razón de que tituláramos nuestro libro La democracia reaccionaria: creemosque la democracia es mucho más de lo que actualmente ofrece. La democracia no es necesariamente progresista, y solo lo será si hacemos que lo sea. Lo que denominamos “democracia reaccionaria” es el uso del concepto de democracia y su idea fundamental de que el poder (kratos) lo tiene el pueblo (demos) con fines reaccionarios. Sostenemos que el resurgimiento del racismo, el populismo y la ultraderecha no es consecuencia de exigencias populares, como se dice a menudo, sino la conclusión lógica de la manipulación más o menos consciente del concepto de “el pueblo” para impulsar ideas reaccionarias al servicio del poder. Esto da mayor fuerza a las desigualdades existentes y nos aparta de los verdaderos problemas y las alternativas radicales al sistema actual. En este movimiento, la ultraderecha se utiliza como un señuelo que aparta nuestra atención de los nuevos imaginarios políticos: nuestra única opción es entre un statu quo cada vez más resentido y la ultraderecha. Lo cual, a su vez, ha legitimado a la ultraderecha como alternativa, consolidando su poder y llevándonos a un círculo vicioso. No tiene por qué ser así: existen otros sistemas más progresistas. Sin embargo, para adoptarlos es necesaria una deconstrucción minuciosa y rigurosa del discurso hegemónico, lo que se entiende como simple sentido común en nuestra política, pero que en nuestra opinión actualmente nos impide pensar más allá de la dicotomía liberal-populista. Por tanto, este libro identifica el discurso y las prácticas discursivas como fundamentales para cualquier proyecto político. Solo entendiendo cómo se construye y expresa el significado, y cómo las ideas se construyen como populares y “sentido común”, podremos desarrollar una mejor comprensión de las fuerzas sistémicas que forman la base explotadora y discriminatoria del sistema actual.

El objetivo primordial de este libro es desarrollar un marco analítico con el que entender el funcionamiento del racismo en el contexto actual. En los dos primeros capítulos se ofrece una forma amplia de entender y combatir el racismo en nuestras sociedades actuales. El racismo se entiende normalmente de forma monolítica, arcaica e iliberal, lo cual es una de las razones de que muchos académicos, políticos y analistas se avergüencen del término y lo nieguen. La asociación del concepto con el fascismo y el nazismo, pero también con la política y los principios biológicos, que se supone que nuestras sociedades superaron en el siglo XX, dificulta a algunos reconocer que no vivimos en sociedades postraciales, y que el racismo sigue estando en la base de nuestras estructuras e instituciones. Muy a menudo, esta ideología se considera inalterable (como el fascismo). Al liberalismo se le ha permitido evolucionar y mudar algunos de sus aspectos negativos a lo largo de la historia, mientras que, en general, se considera que el racismo es inmutable.

Así pues, contando con una copiosa literatura sobre el tema, los capítulos 1 y 2 formulan un marco para comprender el lugar y la función del racismo en las sociedades actuales. Defendemos que, para entender hoy el racismo, es esencial separar sus diferentes expresiones, distinguiendo los que denominamos racismo liberal e iliberal. Aunque sus líneas de separación sean difusas, la existencia del racismo iliberal en oposición al racismo liberal es esencial para que se perpetúe un sistema basado en la discriminación y el privilegio, asegurando su aceptabilidad generalizada. El Capítulo 1 se centra en el racismo iliberal, exponiendo de forma exhaustiva cómo actúa, pero también cómo a partir de él ha evolucionado la ultraderecha. El Capítulo 2 pasa al racismo liberal. Después de definirlo brevemente, explicamos cómo se legitima mediante el uso pervertido de luchas progresistas como las de los derechos de las mujeres, los derechos LGTBIQ+ y la libertad de expresión. Por último hablamos de algunos de quienes han contribuido a legitimar y generalizar esta interpretación reaccionaria de la igualdad de derechos y la libertad, ilustrando cómo se puede producir este proceso.

El Capítulo 3 se ocupa del tema de la popularización, analizando cómo el racismo se ha hecho cada vez más común y fuerte en nuestro discurso público. El capítulo empieza con una definición de esta generalización o popularización. Procuramos no fijarnos únicamente en la política y los resultados electorales para calibrar el avance de la política de ultraderecha. En su lugar, elaboramos un marco que adopta un enfoque más holístico que se une a las ideas y el discurso, que consideramos esenciales para el control hegemónico. Pasamos después a ejemplos que ilustran el proceso, demostrando que las ideas de la ultraderecha se pueden popularizar de más de una forma —cada una de las cuales necesita algo más que un partido de ultraderecha de éxito, además de contar con la implicación activa del discurso de la élite—.

Por último, el Capítulo 4 pretende cuestionar el relato que culpa al “pueblo” del resurgimiento de la ultraderecha y el racismo. En los últimos años, y en particular desde el auge del populismo como concepto omnipresente en el análisis político, se ha convertido en lugar común escuchar que el ascenso de la ultraderecha es consecuencia de la demanda popular, y que la élite —los medios, los académicos, los políticos— se limitan a reaccionar a exigencias democráticas virando a la derecha, ofreciendo así enormes plataformas a estas ideas y quienes las pregonan. El capítulo, pues, también pretende cuestionar cómo se construye conceptualmente la idea de “opinión pública” —un movimiento que, defendemos, apuntala una forma de entender relativamente nueva y corta de miras la democracia—. Esto nos permite comprender perfectamente el papel desempeñado por el reciente despliegue publicitario que difumina lo que realmente hay en juego en el auge de la extrema derecha y el fortalecimiento de la democracia reaccionaria.

En nuestra opinión, se ha exagerado el apoyo a la ultraderecha, lo cual no significa de ningún modo que el peligro que representa no sea real. Las políticas que impulsa tienen consecuencias reales para la vida de muchos, y en particular para los menos privilegiados y sometidos ya a diferentes formas de discriminación y opresión. No hay que desatender como exageraciones las advertencias sobre el retorno de la política fascista; los signos son claramente preocupantes, y tienen graves implicaciones para sus destinatarios y para la propia democracia. Pero tales advertencias tampoco deben utilizarse para ignorar, negar o acomodar el racismo sistémico generalizado. Sostenemos que lo que hemos descrito como “despliegue publicitario” populista ha llevado a legitimar las ideas de ultraderecha y su normalización, porque quienes conforman el discurso público se las han apropiado y reinventado cada vez con menos pudor. Al mismo tiempo, ha deslegitimado la idea de “el pueblo”, que está en la propia base de la democracia. Se le ha culpado del auge de la extrema derecha, al tiempo que se exculpaba a la supuestamente impotente élite que se ha visto obligada a encaminar a su “pueblo” por una senda oscura. Solo mediante una interpretación holística de la situación, incluida la del papel desempeñado por el liberalismo en la perpetuación del racismo, la desigualdad y la injusticia, podemos combatir eficazmente a la ultraderecha.

Además del propósito analítico central, ofrecemos una serie de herramientas y marcos conceptuales. Están diseñados para entender la transformación y la aplicación del racismo en una diversidad de contextos en que el discurso de la ultraderecha se ha normalizado. Para ilustrarlo, usaremos ejemplos sacados de tres estudios de caso. Los escogimos en función de nuestras áreas de especialización, pero, lo que es más importante, por su capacidad de actuar de lentes a cuyo través se pueda comprender el proceso de popularización del racismo, y también la forma de combatirlo.

Como dice Wendy Brown al hablar de la “secreta revolución del neoliberalismo”, la función de la teoría política —y, añadiríamos nosotros, de toda indagación académica crítica— es formular:

Una crítica: un esfuerzo por comprender los elementos constitutivos y la dinámica de nuestra condición. No elabora alternativas al orden que ilumina y solo ocasionalmente identifica posibles estrategias para oponerse a los hechos de los que se ocupa. Sin embargo, los dilemas y los poderes que ilumina pueden contribuir al desarrollo de tales alternativas y estrategias, que por sí mismas son esenciales para cualquier democracia futura3.

Esto es lo que esperamos conseguir con este libro.

1Los autores, en comunicación personal, aconsejan traducir far right, extreme right y radical right, respectivamente, como “ultraderecha”, “extrema derecha” y “derecha radical”, una gradación que se caracteriza por la progresiva agudización y radicalización de todo lo que va más allá de la derecha política hegemónica tradicional. Así se hace en las páginas que siguen. (N. del T.)

2 Véase Jason STANLEY, How Fascism Works: The Politics of Us and Them (Nueva York: Penguin Random House, 2018). (Trad. cast.: Cómo funciona el fascismo, Blackie Books, 2020); Ugo PALHETA, La posssibilité du fascism: France, la trajectoire du désastre (París: La Découverte, 2018); Enzo TRAVERSO, The New Faces of Fascism (Londres: Verso, 2019).

3 Wendy BROWN, Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution (Nueva York: Zone, 2015), pág. 28. (Trad. cast.: El pueblo sin atributos: la secreta revolución del neoliberalismo, 2016, Malpaso Ediciones SL).

1

RACISMOS ILIBERALES, EXTREMISMO Y LA RECONSTRUCCIÓN DISCURSIVA DE LA ULTRADERECHA

En las sociedades occidentales es habitual pensar que la derrota del nazismo y de las leyes segregacionistas de Jim Crow, junto con el final del colonialismo y la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, supusieron el final del racismo. Se cree que estos hechos representan la victoria del nuevo orden liberal igualitario de posguerra y post-derechos civiles, que acabaría por conformar el llamado relato postracial que surgió definitivamente con el fin del apartheid y la victoria de Nelson Mandela en las elecciones de 1994, y culminó con la de Barak Obama en 2008. Ambos fueron símbolos de gran fuerza, porque pasaron a ser líderes de países con una larga historia de racismo tristemente célebre. Al día siguiente de la elección de Obama, Richard Cohen escribía en el Washington Post: “No ocurre solo que [Obama] es postracial; también lo es la nación que está generacionalmente preparado para dirigir”. Cohen citaba al antiguo presidente Lyndon B. Johnson, que había supervisado la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, declarando: “Compatriotas americanos, hemos vencido”. En una viñeta editorial, Riber Hansson mostraba a Obama dirigiéndose a pie hacia la Casa Blanca por delante de un abatido klansman agarrado a su cruz, con un montón de cerillas apagadas a sus pies1. La idea de que Estados Unidos había superado el racismo con la elección de Obama no era de extrañar, porque el fenómeno se seguía interpretando mal. Según Eduardo Bonilla-Silva y Victor Ray, la mayor parte de los análisis sociales al uso, y la mayoría de los propios estadouni-denses, pensaban que el racismo era “animosidad u odio individuales hacia la gente de color”, y se asociaba sobre todo a sus manifestaciones y representaciones más explícitas, como “la retórica al estilo de Archie Bunker, los mítines del Klan o la manifiesta conducta racista como la de colgar un nudo corredizo de un árbol”2. Es algo parecido a lo que Alana Lentin denomina “racismo congelado”. Según Lentin:

El racismo congelado sirve a su movilidad concomitante porque, al congelar el llamado “racismo real” en el tiempo, permitimos que la discriminación y el maltrato sigan de forma polivalente disfrazados de supuestos argumentos postraciales sobre la incompatibilidad cultural, el secularismo frente a la religión, o la soberanía frente a la seguridad3.

La situación es similar en Europa, donde con frecuencia se habla del nazismo y el fascismo como una mancha en su historia, pero también como parte de una historia de superación y derrota del racismo y el odio. Es evidente que las manifestaciones de crudo racismo siguen siendo como una realidad remanente de un orden antiguo o como el retorno de algo reprimido, fuera de tiempo y ajeno al orden liberal y el consenso actuales. Como tales, se usan a menudo como ejemplos de lo correcto y lo incorrecto, de lo que teníamos en los viejos tiempos, y lo que deberíamos agradecer en estos tiempos imperfectos pero en definitiva postraciales. Así fue, al menos, hasta el resurgimiento y la manifestación más recientes de las tendencias iliberales. Sostenemos que este relato liberal es el que enmarca nuestra época, construyendo el racismo como iliberal, vinculado esencialmente al pasado y a la extrema derecha. Se construye como la antítesis de nuestra actual política democrática-liberal, ocultando así articulaciones más aceptables y codificadas del racismo, básicas para el sistema liberal. Usamos aquí el término “articulación” para subrayar no solo que estos son tipos de racismo, sino cómo actúan conjuntamente y se expresan en la sociedad. Sin embargo, antes de centrar la atención en el racismo liberal, es fundamental que primero examinemos cómo el racismo iliberal ha llegado a postularse como la continuación de formas tradicionales de racismo, limitando nuestra idea de práctica racista a modos excepcionales y anticuados de política, creencias y relaciones sociales. Tampoco esto significa negar la amenaza histórica y actual de la extrema derecha; pero es importante analizar cómo a menudo se utiliza para restar importancia a racismos sistémicos menos manifiestos y más profundamente arraigados.

Para aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de racismos “liberal” e “iliberal”, debemos hacer primero una breve sinopsis de lo que aquí llamaremos “racismo tradicional”. El término no es perfecto, pero podemos distinguirlo de las formulaciones liberal e iliberal básicas de nuestra tesis, aunque vaya estrechamente unido a la primera como punto de referencia y núcleo del proceso de reconstrucción discursiva. Lo llamamos tradicional porque en la tendencia general también se considera ampliamente como la forma canónica de racismo. En primer lugar, es importante recordar que, aunque el racismo es una realidad tanto para quienes lo sufren como para quienes se benefician de él, la raza es una invención humana. En consecuencia, contrariamente a lo que a menudo se afirma en las teorías racistas tradicionales, no es natural ni inmutable, y no está entre nosotros desde tiempos inmemoriales. Aunque es difícil saber exactamente cuándo surgió el racismo como idea, y los debates al respecto siguen en los campos que se ocupan de él, es evidente que es una idea moderna que está intrincadamente unida al advenimiento de nuestro mundo actual, en especial a través del colonialismo y la formación del sistema Estado nación.

En la cultura y el discurso populares, muchos tienden a asociar las ideas y prácticas racistas con particulares regímenes y prácticas perversas de la historia, como la esclavitud, el colonialismo, el nazismo y el Holocausto, y la segregación de Jim Crow. Pero es importante insistir en que las teorías y formulaciones tradicionales del racismo, de las que surgió el racismo iliberal, no eran algo marginal ni se consideraban extremas. Con frecuencia eran producto de la clase científica dirigente y de las decisiones de políticos elitistas, por las que se regía la gestión de las poblaciones racializadas y sus imperios4. Los propios conceptos y teorías eran racistas, en el sentido de que daban por supuesta la autoridad del europeo blanco, como “racialmente” superior, no solo para definir al otro (en términos racistas como algo fundamental del proceso), sino para dominarlo basándose en la justificación contenida en sus propias “ideas” y construcciones. El otro no era sujeto de conocimiento ni agente de acción, sino un objeto. Para Michael Banton: “A lo largo de la historia se han observado las diferencias físicas entre las personas; en todo el mundo la gente ha creado palabras para delimitarlas. ‘Raza’ es un concepto enraizado en una cultura particular y una época concreta de la historia que lleva consigo indicaciones y sugerencias sobre cómo hay que explicar estas diferencias”5.

El término race (raza) entró en la lengua inglesa en el siglo XVI para referirse a la familia, el linaje y la cría, y el término racism (racismo) se incorporó por primera vez al Oxford English Dictionary a principios de la década de 1900 como una forma de supremacía y superioridad basadas en diferencias humanas. El racismo se definía como “la teoría de que las características y las capacidades humanas distintivas están determinadas por la raza”. Era sinónimo de “racialismo”, definido como la “creencia en la superioridad de una raza particular”. El término no se extendió hasta los años treinta, cuando se utilizaba para referirse a las políticas defendidas y puestas en práctica por la Alemania nazi6. Pero sería un error pensar que se limitaba a estos casos “extremos”. Historiadores y sociólogos de la raza y el racismo han rastreado los orígenes y el desarrollo de este a través de la teorización de la raza y las diferencias raciales en Europa, y entre la clase intelectual dirigente, desde el siglo XVI7. En su obra, Banton señala tres útiles paradigmas con los que se ha construido históricamente la “raza”, demostrando el desarrollo del concepto, sus principios e implicaciones racistas —incluidas las prácticas que justificaba— así como su poder y su contingencia.

El primer paradigma es el de la raza como linaje. Esta explicación teológica de la diferencia racial sostiene que las “dos razas de hombre”, blanca y negra, o africana y europea, o tienen los mismos orígenes (monogénesis) u orígenes distintos (poligénesis), unas ideas que después evolucionaron en la ciencia de la raza durante los siglos XVIII y XIX, unas ideas a las que se sumaron capacidades morales diferentes y desiguales. La reiteración más conocida de ello se puede observar en la maldición de Cam. En los siglos XVI y XVII se utilizó esta historia bíblica para justificar la esclavitud, y para convencer a los colonizadores que su piel no iba a ennegrecerse. Las fuerzas coloniales sostenían que la “negritud” procedía de los tiempos en que Cam, hijo de Noé, fue maldito por su padre, en una extraña historia moral en que sus descendientes se convirtieron en esclavos y estaban marcados por la piel negra8. Ejemplos anteriores del uso de la teología con fines racistas son la afirmación antisemítica de que los judíos fueron los asesinos de Jesucristo, y el “libelo de sangre” que acusaba a los judíos de asesinar a los niños cristianos para hacerse con su sangre.

Sin embargo, aunque estas justificaciones bíblicas y teológicas mantuvieron cierto predicamento y la permanente influencia de sus orígenes fundacionales, el racismo tal como lo entendemos en el contexto moderno cristalizó con la aparición de la Ilustración en el siglo XVIII. Las teorías racistas se desarrollaron, extendieron y realmente adquirieron poder hegemónico a través de las ideas y la ciencia de la Ilustración. Como una visión más humanista y universal de la sociedad surgida en determinadas partes de Europa, la ciencia y la razón pasaron a sustituir o complementar ideas más antiguas. Aunque la Ilustración se describe a menudo de forma acrítica como el origen de nuestro mundo progresista, y se utiliza para demostrar la “superioridad de la civilización” de Occidente, estuvo también inextricablemente unida al auge del racismo como pretexto para la dominación del hombre blanco. La clasificación de los seres humanos a través de una serie teorías pseudocientíficas ofrecía una explicación mucho más sólida y estable de la explotación de otras razas que la que había dado el cristianismo: la redención y la conversión eran imposibles9.

Y aquí entra en escena el segundo paradigma de Banton: el de la raza como tipo. Este primer ejemplo de la ciencia de la raza se basaba en la obra de Carlos Linneo y George Cuvier en particular, una obra que sostenía que las diferentes razas eran producto de la poligénesis —de especímenes, tipos y subtipos representativos pertenecientes a espacios geográficos específicos—. Se pensaba también que los niveles de progreso de la cultura eran también diferentes10. El tercer paradigma es el de la raza como subespecie, basado en la obra de los darwinistas sociales, que hicieron de la biología el centro de la ciencia. Aunque aceptaba la adaptación y la evolución de los pueblos, informaba debates y conclusiones sobre su superioridad e inferioridad, y diferentes niveles de progreso. La obra de Charles Darwin (a través de su perversión) fue seminal para la teoría y defensa de la eugenesia de su primo Francis Galton.

Uno de los más prominentes teóricos que sentaron las bases de las formas modernas de racismo fue el antropólogo francés el conde Arthur de Gobineau. Su libro Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855) presentaba un marco que pasó a ser fundamental para la interpretación nazi de la desigualdad racial. De Gobineau separaba a los seres humanos en tres razas: los de la “raza blanca” (también conocida como “aria”) eran líderes en el origen de todas las grandes civilizaciones; los de la “raza amarilla” eran muy trabajadores pero carecían de imaginación; y los de la “raza negra” eran infantiles e incapaces de salir adelante sin que otros los dominaran. De Gobineau era pesimista sobre el futuro, y pensaba que la democracia ya había llevado al mestizaje y, por tanto, a la decadencia. A diferencia de la idea de renacimiento que estaba en la base de las ideologías fascista y nazi, él creía que ya era demasiado tarde.

No es de extrañar que el desarrollo del pensamiento racial comenzara cuando las naciones pasaron a ser entidades políticas distintivas en la Europa del siglo XVI. Cuando la ciudadanía y las fronteras se convirtieron en realidades políticas, también fue más fácil dividir a las personas por su raza —una idea que se ve con extrema claridad en el concepto romántico germano (y la reconocida fusión) de la sangre y el suelo—. Con los nuevos sistemas políticos que imponían a sus pueblos un espacio político más definido, se endureció la división entre los propios ciudadanos de la nación y los extranjeros. Con la construcción de un legado y un destino históricos, se fue asentando cada vez con mayor fuerza la idea de que los caracteres nacionales francés, británico, alemán e italiano se habían alimentado de historias compartidas durante mucho tiempo —un mito que hoy sigue anclado en nuestras identidades políticas—.

Aunque, de algún modo, el desarrollo del nacionalismo como constructo político seguía abierto, porque era posible que algunos se “nacionalizaran”, el racismo impedía el paso entre las razas. Esto demostró tener especial fuerza cuando la construcción del imperio llevó a la competencia entre las naciones “ilustradas” (como bloque civilizado) para colonizar, “civilizar”, dominar y explotar a quienes los constructos “blancos” raciales occidentales habían situado como inferiores, primitivos y/o salvajes. Con el tiempo, los nazis emplearon esta misma idea en Europa contra sus enemigos internos. Hasta la Segunda Guerra Mundial, estos constructos y discursos se usaron abiertamente para justificar prácticas oficiales aprobadas por el Estado cuyo objetivo era, en grados diversos, excluir, dominar, separar y/o erradicar al otro. Ejemplos de estas prácticas incluyen la esclavitud, la colonización, los guetos, la segregación, la prohibición de la inmigración, las barras de color identificativas, la limpieza étnica y el genocidio. Tras el nazismo y el Holocausto, en 1948 Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que garantizaba que “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”11.

La Declaración ponía en entredicho el racismo tradicional, y el colonialismo europeo y la segregación estadounidense, que continuaban. Después de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles de Estados Unidos (1964) y la Ley de Derecho al Voto (1965), la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial condenaba el racismo, al que definía como “toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública”12.

Aunque desde entonces muchas de estas ideas y prácticas racistas han sido desechadas, hoy persisten formas tradicionales de racismo, que donde mejor se observan es en los movimientos miméticos de los neofascistas, neonazis y confederados de Estados Unidos, todas los cuales siguen abrazando estas ideas sin la menor crítica. También somos testigos del regreso en años recientes de supuestos y teorías científicos reminiscentes del racismo tradicional. En los pasados años noventa, los debates sobre el Cociente Intelectual y la “curva de campana” empezaron a resurgir en la academia13. Fueron ampliamente rechazados, pero a partir de entonces, y particularmente en el contexto del contragolpe reaccionario, un grupo creciente pretende reabrir este debate, y, en un sentido más amplio, resituar la eugenesia y la ciencia de la raza en su posición de un campo académico que merece ser estudiado14. Pero esto se ha producido en un espacio en que tales ideas ya no son aceptadas por la mayoría de la sociedad; al contrario se sitúan en manifiesta oposición al poder y a las normas sociales.

El racismo iliberal

El racismo iliberal se asienta en el presente, pero con frecuencia se identifica y define con referencia al pasado. Está, pues, intrincadamente vinculado al racismo “tradicional”. Se describe por su carácter iliberal, absolutista o totalitario, y parece estar en conflicto con el orden social y político liberal actual (o, cuando menos, con su autopercepción y representación). Sin embargo, ocupa un espacio que también es diferente del racismo tradicional, porque tiene sus raíces en nuestro mundo y no en el que nos hemos convencido de que dejamos atrás con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la descolonización y la desegregación en Estados Unidos. El racismo iliberal, comparado con las ideas y los movimientos racistas tradicionales del que deriva, ha interiorizado este concepto, aunque es posible que no haya sido aceptado por completo, como demuestran quienes niegan el Holocausto, una postura que puede darse por igual en los movimientos miméticos y el racismo iliberal.