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Este libro es muchos a la vez. Es una crónica del horror en primera persona; de la bomba a la AMIA, el peor atentado terrorista de la historia argentina. Es también testimonio de la perseverancia, el rescate y la preservación de una cultura. Es una historia de las costumbres judías en ciertas décadas del siglo XX en Buenos Aires, de esa avenida Corrientes que une el Once con Villa Crespo. Es un recordatorio de lo importante que es valorar el pasado para construir el futuro. Y es, por supuesto, una conmovedora carta de amor a un padre que ya no está. Con sus dibujos –el trazo perfecto, la mirada incisiva pero cálida–, Bernardo Erlich lo transforma, por momentos, en una novela gráfica. Además de aportar su mirada, Dalia Ber recoge testimonios, confía en ellos, sabe que son imprescindibles para perpetuar momentos, personas, una cultura. Y en ese proceso, al escuchar a los testigos, al fijar sus recuerdos, Dalia y este libro se convierten ellos mismos en testigos. Por eso, La epopeya del colibrí no sólo da cuenta de muchos de los eslabones de esa cadena de oro conformada por la cultura y el arte judíos. Es también un eslabón que extiende y solidifica esa cadena. Tal como exigía el célebre maestro de escritura, tal como sucede con los libros únicos, esos que muestran experiencias que atravesaron la vida del autor y que lo hacen con la de los lectores que se los encuentran, la autora se arrancó el corazón y lo volcó en cada página, en cada párrafo, en cada línea. Matías Bauso
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Seitenzahl: 66
Veröffentlichungsjahr: 2024
Dalia Ber
La epopeya del colibrí
Dibujos de Bernardo Erlich
Ber, Dalia
La epopeya del colibrí / Dalia Ber ; Ilustrado por Bernardo Erlich. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-599-951-0
1. Atentados Terroristas. 2. Judaísmo. I. Erlich, Bernardo, ilus. II. Título.
CDD 296.7
Diseño de tapa e interiores: Osvaldo Gallese
© 2024. Libros del Zorzal
Buenos Aires, Argentina
<www.delzorzal.com>
ISBN 978-987-599-951-0
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Impreso en Argentina / Printed in Argentina
Hecho el depósito que marca la ley 11723
A Gabriel. A mis padres. A mis hermanos.
Para Tobías, Sebi, Male, Cami, Manu y Luqui, los seis soles más brillantes de la colección de mi papá.
Dalia Ber
A Laura, Ilde y Raisa.
A la memoria de don Samuel, mi “zeide gringo”, que nunca fue al cine pero siempre iba al templo.
Bernardo Erlich
A la memoria de las 85 víctimas del atentado a la amia, ocurrido el 18 de julio de 1994.
Índice
Capítulo 1
Unos zapatos abotinados | 7
Capítulo 2
Ombú | 17
Capítulo 3
El camino de los muertos | 24
Capítulo 4
Un reloj y un corazón | 28
Capítulo 5
Shakespeare, un aprendiz | 34
Capítulo 6
El rey del Once | 41
Capítulo 7
Fue en Balvanera | 47
Capítulo 8
Una cadena de oro | 66
Capítulo 9
Cuentos de hadas | 77
Capítulo 10
Seminario de Maestros Hebreos | 88
Capítulo 11
El coro y un loro | 96
Epílogo | 105
Agradecimientos | 110
“Miras alrededor y ves un mundo que es impenetrable, al que no le encuentras sentido. Puedes levantar el puño o decir ‘Aleluya’. Yo intento las dos cosas”.
Leonard Cohen
Capítulo 1
Unos zapatos abotinados
Capítulo 2
Ombú
“La pampa tiene el ombú”, dice un poema famoso. Y así precisamente, como el arbusto pampeano, se llamaba la calle Pasteur en la que comenzó a funcionar la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia) a principios del siglo xx. A diferencia de la Ombú de Devoto, o De los Ombúes, hacia el lado de Belgrano, que debían sus denominaciones a la presencia de plantas de esa especie en las cercanías, aquella Ombú recordaba un combate librado entre las fuerzas de Lucio Norberto Mansilla y las del general marqués de Barbacena.
En la planta baja de la construcción, funcionaba un teatro con el mismo nombre, Ombú, donde se presentaba un repertorio en ídish, dialecto de los inmigrantes judíos que llegaban desde Europa Oriental. La asociación mutual era un punto de encuentro y participación comunitaria; el teatro, donde a veces se hacían funciones a beneficio y se presentaban obras de grandes autores argentinos y clásicos de la literatura universal, era un entretenimiento, pero también un lugar en el que se escuchaba hablar la lengua materna, un refugio para el desarraigo.
“amia Comunidad judía y los amantes del teatro judío, en conmemoración de los 100 años del teatro ídish en Argentina. Aquí, en este solar, funcionó el teatro ídish Ombú. En su escenario, los sueños y las palabras fueron las lágrimas y las risas de una platea cuyo espíritu aún pervive en la memoria colectiva”. Esto dice una de las placas ubicadas en un sector al aire libre de la actual sede de la mutual. Las biografías de quienes pasaron por el escenario del teatro Ombú fueron en su mayoría rescatadas por Eliahu Toker, investigador apasionado de la tradición cultural judía en Argentina, compilador y traductor de textos del ídish al castellano.
“Nadie como Eliahu simboliza la enorme y rica posibilidad de ser judeoargentino, argentino judío”, dice Tova Shvartzman, psicoanalista y poeta, quien se reunía con él todos los viernes al mediodía en el “cuarto propio” del escritor, un bar pizzería ubicado en Coronel Díaz y Santa Fe. “Hay un ser, para no decir algo esencialista, algo del amor que tenía por Argentina y por Buenos Aires y del amor infinito que tenía por lo judío; no hay posibilidad de separar las dos cosas. No tiene que ver con una fusión sino con una riqueza de la diversidad”, dice de Toker, su maestro de poesía. “Eliahu era un conector.
De personas y de escritura. Eso se ve en sus libros compartidos, pero en especial en sus traducciones. En su poesía en castellano, además, palpita el ídish”.
Uno de los grandes trabajos de Toker como traductor fue El canto del pueblo judío asesinado, escrito por el poeta y dramaturgo Itzhak Katzenelson, que fue director de una escuela clandestina para chicos judíos en el gueto de Varsovia. Su esposa y dos de sus hijos fueron asesinados en el campo de exterminio de Treblinka. Luego de participar de la resistencia durante el levantamiento del gueto, fue deportado con su hijo mayor al campo de detención en Vittel, Francia, donde escribió su gran obra. A finales de abril de 1944, los dos fueron transportados a Auschwitz y luego asesinados. Un mes antes, había logrado ocultar el manuscrito en tres botellas selladas, que enterró debajo de las raíces de un pino. En septiembre de ese año, Vittel fue liberado y una interna, Miriam Novich, amiga del autor, desenterró El canto del pueblo judío asesinado y lo dio a conocer al mundo.
1.
Es el final. El cielo arde por las noches, de día se cubre de humo y al anochecer vuelve a encenderse como en el desierto, en nuestro comienzo mismo: de día una columna de humo, de noche una de fuego.
Pero entonces mi pueblo iba alegre, con fe, con una vida joven por delante;
ahora es el final…
En nuestras tierras nos asesinaron a todos, del más chico al más grande
nos masacraron aquí a todos
[…]
6.
¿Por qué? Nadie en el mundo lo pregunta
y todo lo pregunta: ¿por qué?
Escucha. En mil ciudades y miles de villorrios,
cada casa vacía y en ruinas pregunta: ¿por qué?
Toker tradujo aquellos textos del ídish al castellano; una actividad minuciosa que le llevó siete años de trabajo. “Sentía que estaba haciendo una tarea sagrada, necesaria; que estaba puliendo una larga plegaria, un nuevo capítulo de la Biblia […] que habla de nosotros, de nuestra propia generación, de judíos y no judíos, contemporáneos todos de los crematorios, sobrevivientes todos de los crematorios”, contó acerca de la experiencia.
Sobre el edificio de la amia, escribió en el texto “Kadish por nuestra casa”, incluido en su libro Sus nombres y sus rostros, dedicado a las víctimas del atentado:
La memoria de una comunidad no sólo está hecha de fotos, testimonios y documentos, libros y obras de arte; está integrada también por lugares testigo, por paredes impregnadas de gente y de hechos; por ámbitos irreemplazables donde el recuerdo y la imaginación pueden evocar trozos de historia viva. En la catástrofe del 18 de julio de 1994 no sólo sucumbieron personas insustituibles; ese día también fue asesinado un edificio. Y tal como se recita una oración fúnebre por la gente desaparecida, habría que pronunciar un kadish, un réquiem, por los espacios, por las atmósferas, por las sombras y los fantasmas que habitaban las salas, que andaban los pasillos de Pasteur 633. […] El terreno que quedó baldío […] es muchas tumbas en una. Y entre las víctimas cubiertas allí por tierra y polvo, no están entre las menores la multitud de atmósferas, ámbitos y espíritus, sin los cuales se ahonda la indigencia de nuestra memoria.
En la Feria del Libro de 1995, Toker leyó un discurso en homenaje a Samuel Rollansky, que fue durante veinticinco años editor de Musterverk, una serie de cien obras maestras de la literatura en ídish –referencia para bibliotecas y universidades de todo el mundo– y había sido uno de los fundadores del Instituto Científico Judío (iwo), ubicado en el tercer y cuarto piso de la amia al momento del atentado. “Un hombre por cuyas venas corrían palabras”, lo definió.