La estanquera de Vallecas - José Luis Alonso de Santos - E-Book

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José Luis Alonso de Santos

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Beschreibung

Obra de teatro de José Luis Alonso de Santos. Muestra una parte de la realidad española de los años 80, en los que la marginalidad, de manos de la droga, acampa a sus anchas en España.

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José Luis Alonso de Santos

LA ESTANQUERA DEVALLECAS

EDITAA. Machado LibrosC/ Labradores, 5. Parque Empresarial Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid)[email protected] • www.machadolibros.com

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni total ni parcialmente, incluido el diseño de portada, ni registrada en, ni transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro sin el permiso previo, por escrito, de la editorial. Asimismo, no se podrá reproducir ninguna de sus ilustraciones sin contar con los permisos oportunos.

© José Luis Alonso de Santos, 1986

© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

REALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-131-0

Índice

Prólogo a la primera edición

Prólogo a la segunda edición

La estanquera de Vallecas

La estanquera de Vallecas

Nota del autor

Cuadro I

Cuadro II

Cuadro III

OSCURO

Cuadro IV

FIN

Prólogo a la primera edición

Es Alonso de Santos, por una de esas genialidades del azar, el último autor del franquismo. Su primera obra estrenada, «¡Viva el duque, nuestro señor!», figura en el registro de la Sociedad General de Autores con fecha de 19 de noviembre de 1975. Unas horas más tarde el pueblo español lloraba y reía al conocer la muerte del general Franco, como en una buena tragicomedia; ese género híbrido tan presente en nuestra tradición teatral y tan ausente a la vez, pues es algo así como el eslabón perdido del que sin duda venimos, pero del que no quedan vestigios en estado puro, aunque de su tronco hagan proceder los entendidos la mayor parte del teatro de raigambre popular desde el entremés de Bretón, pasando por el sainete del género chico, al esperpento de Valle, la tragedia grotesca de Arniches, la tragedia popular de García Lorca, el neorrealismo de Buero Vallejo y Olmo, hasta el realismo dialéctico de Rodríguez Méndez, de Muñiz, de Martín Recuerda, la tragedia compleja de Sastre y las comedias tremendas de Antonio Gala.

Autores tan diversos en sus métodos y objetivos como los citados coinciden, sin embargo, en algo que hoy resulta fundamental comprender porque es la línea de demarcación determinante para un dramaturgo: su teatro se escribe para el público. Algo que hasta hace unos años era una perogrullada, porque la historia del teatro se hacía con los locales llenos, pero hoy ya no es necesariamente así, pues los exigentes parecen muchas veces pedir lo contrario y el éxito de convocatoria se ha llegado a tener, en principio y mientras no se demuestre lo contrario al severo jurado, como indicio razonable de falta de calidad.

Alonso de Santos es de esos autores, y, como en ellos, en su obra se amalgama, de acuerdo con esa tradición española de la tragicomedia, el sentido del humor con el desgarro doloroso, y lo hace, naturalmente, con una poética propia, distinta de todos y cada uno de los grandes autores que lehan precedido, como no podría ser de otra forma, porque el talento es personal e intransferible.

Su teatro actual, que con el tiempo habrá de verse convertido en su teatro primero, se inclina preferentemente hacia lo cómico, pero en su última obra estrenada, «El álbum familiar» (1982), da un giro casi completo hacia lo patético, que parece abrir una veta muy distinta de lo acostumbrado en su producción anterior, aunque sin perder sus virtudes: la cálida caracterización humana de sus personajes y su finalidad «moral», su preocupación por la sociedad de su tiempo, por sus contemporáneos, que es siempre indispensable en el teatro de verdad.

Pero junto a esos rasgos que le enmarcan en lo más sólido de nuestra tradición teatral aparecen en la obra de Alonso de Santos otras influencias cuya sintetización afortunada le permite, como él gusta decir, traer algo nuevo al panorama teatral, es decir, ocupar un lugar en la necesaria renovación de nuestra escena.

Uno de los grandes reproches que el profesional de teatro ha hecho en los últimos tiempos al dramaturgo ha sido su alejamiento de la práctica escénica cotidiana. No ha sido así en otras épocas, y ahí está el caso de los grandes autores del Siglo de Oro, o más recientemente de Brecht, pero es bastante cierto que las tendencias dominantes en nuestro último teatro han pecado de literarias. Por el contrario, Alonso de Santos une a su condición de autor la de actor y director con una larga experiencia, casi veinte años en el oficio, y sus textos gozan de esa misteriosa calidad de lo teatral que vuelve la espalda a menudo a tantos escritores bien dotados para otros géneros literarios.

Además, como siempre suceda con los dramaturgos que nacen en el teatro, la vocación de autor de Alonso de Santos le lleva hacia el teatro popular, en la línea combativa y estimulante del teatro independiente en el que se formó en los años de aprendizaje, algo que comparte con autores-directores como Miralles, Boadella, Margallo, Campos, Alarcón, Morillo, Vázquez, y muchos otros que proceden de las mismas filas.

Hoy se sigue diciendo, quizá por inercia, que hay falta de autores dramáticos en nuestro país, pero los datos de las últimas temporadas permiten esperar una mejora en los próximos años. Por una parte, tiene que normalizarse la situación de la mayor parte de nuestros dramaturgos veteranos, que aún no se ven llegar con regularidad a los escenarios el grueso de su producción, y, por otra, los dramaturgos más jóvenes, que desengañados por las dificultades del acceso a la profesión, se han orientado en buena parte a escribir para la posteridad (que es una forma inteligente de ahorrarse sinsabores), tendrán ocasión de enfrentarse al público y comprobar lo que da de sí su teatro, y los más dotados, con la excepción afortunadamente desgraciada de los que están señalados con el estigma de la genialidad profética, tendrán ocasión de corregir su rumbo. De hecho, en los años de la transición han aparecido ya algunos escritores notables, como Domingo Miras, Francisco Ors, Rudolf Sirera, Ignacio Amestoy y otros que se suman a los procedentes del independiente y también a los más jóvenes de los «underground» de fines de los sesenta, en cuya producción podemos ver ya los efectos de la aproximación al público, ya sea a través del teatro independiente, como Matilla, López Mozo y otros, o de un teatro más tradicional, como Mediero o Benet i Jornet.

Alonso de Santos, por su vinculación al teatro desde dentro, por su vocación de escritor popular y también por haber llegado en un momento afortunado, de recuperación de las libertades largamente soñadas y expectativa poderosa de cambios profundos en todos los aspectos de nuestra vida nacional, ha gozado de la gran suerte de no tener que sufrir un largo calvario antes de ver sus obras sobre el escenario. La mayor parte de su producción se ha estrenado, o al menos editado, en condiciones aceptables y tengo la seguridad de que va a seguir siendo así para beneficio suyo y de todos los que estamos en el teatro español.

FERMÍNCABAL

(1982)