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Con los triunfos de la lingüística moderna y, sobre todo, el estudio de la sociolingüística, la primacía de lo escrito se ha visto forzada a concederle mucho terreno a lo oral en todo lo que concierne a cuestiones de lengua. De hecho, es todo un tópico en los círculos lingüísticos de hoy señalar que lo escrito es un derivado de la lengua hablada. La relación entre estas dos modalidades de lengua ha sido un tema muy discutido en la lingüística, como nos han enseñado a la perfección Koch y Oesterreicher (2007), entre muchos otros. Sin embargo, una gran parte de la historia de las lenguas, incluyendo la lengua española, solo se puede estudiar a través de lo escrito —no hay datos orales ni grabaciones para lo de antaño. Aunado a lo anterior, existe una tendencia a tratar la representación escrita de épocas anteriores de forma transparente, como si fuera una representación del habla oral a la manera moderna sin más engorros lingüísticos. No obstante, no se debe nunca olvidar que las realizaciones gráficas de cierta época provienen de un producto netamente cultural, así que pueden engañar al lector si no se sabe interpretar bien las tradiciones ortográficas según las normas de la época en que se produjeron. La citada suposición o actitud de WYSIWYG ("What you see is what you get") —una constante en nuestro actual mundo digital— raras veces funciona en el marco histórico y, por consiguiente, todo filólogo tiene que proceder en el análisis histórico lingüístico con inteligencia y mucha cautela, haciendo una interpretación bien informada.
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Seitenzahl: 432
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Ediciones Especiales
115
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOLÓGICAS
Centro de Lingüística Hispánica “Juan M. Lope Blanch”
DE LAS LETRAS PRIMIGENIASA LOS TEXTOS NOVOHISPANOS
BEATRIZ ARIAS ÁLVAREZ
PRÓLOGO DE ROBERT BLAKE
DIBUJOS DE MOISÉS AGUIRRE MEDINA
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Ciudad de México, 2021
Prólogo
ROBERT BLAKE
Introducción
1.De la lengua escrita y de su estudio
2.Del origen de la figura de las voces
3.De las figuras latinas
4.De las figuras en romance castellano
5.De las figuras de las voces novohispanas
6.Del trazo de la figura de las voces y de su estudio
7.De la combinación de la figura de las voces o del recto escribir
8.De otros signos que acompañan a las figuras: puntuación, marcas gráficas, acentuación y abreviaturas
9.De la transcripción y edición de documentos
10.De los libros y textos consultados
Aviso legal
La figura fue primero imagen.
Después fue idea.
Luego palabra.
En seguida, sílaba.
Al final, letra.
LÓPEZ PORTILLO Y WEBER, 1935
A mi madre:
María Esther Álvarez Fernández,
por ser el alfa de mi vida
La realización del presente libro se debe a muchas personas, a las cuales agradezco infinitamente su ayuda:
A Maribel Madero, por su preocupación respecto de la publicación y su apoyo incondicional.
A Moisés Aguirre, por la realización de los dibujos, su buena disposición y trabajo.
A mi amigo Robert Blake, por el entusiasmo con el que recibió el libro y por su prólogo.
A Carmen León, por sus comentarios y por hacerme publicidad, aun cuando la obra no se había publicado.
A José Antonio Pascual, el maestro que me inició en esto de las letras.
A Idanely Mora, por apoyarme, por sus comentarios y por estar presente siempre.
A mi amigo y colega Fidencio Briceño, por su ayuda incondicional en cuanto al maya y a otras áreas.
A Pedro Sánchez-Prieto, por inspirarme en la elaboración de esta obra.
A Judith Martínez, por resolver tantos problemas y por su paciencia.
A Sergio Ibáñez, por ayudarme y estar al pendiente de la edición del libro.
Y un agradecimiento muy especial a Elizabeth Luna†, por la repercusión que ha tenido en mi vida académica mil gracias, querida maestra.
Con los triunfos de la lingüística moderna y, sobre todo, el estudio de la sociolingüística, la primacía de lo escrito se ha visto forzada a concederle mucho terreno a lo oral en todo lo que concierne a cuestiones de lengua. De hecho, es todo un tópico en los círculos lingüísticos de hoy señalar que lo escrito es un derivado de la lengua hablada. La relación entre estas dos modalidades de lengua ha sido un tema muy discutido en la lingüística, como nos han enseñado a la perfección Koch y Oesterreicher (2007), entre muchos otros. Sin embargo, una gran parte de la historia de las lenguas, incluyendo la lengua española, solo se puede estudiar a través de lo escrito —no hay datos orales ni grabaciones para lo de antaño. Aunado a lo anterior, existe una tendencia a tratar la representación escrita de épocas anteriores de forma transparente, como si fuera una representación del habla oral a la manera moderna sin más engorros lingüísticos. No obstante, no se debe nunca olvidar que las realizaciones gráficas de cierta época provienen de un producto netamente cultural, así que pueden engañar al lector si no se sabe interpretar bien las tradiciones ortográficas según las normas de la época en que se produjeron. La citada suposición o actitud de WYSIWYG (“What you see is what you get”) —una constante en nuestro actual mundo digital— raras veces funciona en el marco histórico y, por consiguiente, todo filólogo tiene que proceder en el análisis histórico lingüístico con inteligencia y mucha cautela, haciendo una interpretación bien informada.
En el marco histórico, se tiene que construir la edición crítica con base en los conocimientos de la grafemática y la paleografía de la época; y, sin este análisis, no puede haber un estudio lingüístico ni literario. Las jarchas nos ofrecen un buen ejemplo de cómo las apariencias —las grafías de aljamía— engañan a primera vista, ocultando los rasgos de una variedad de romance, desde una época muy temprana con toques extraños que revelan un tipo de bilingüismo por parte de los poetas bilingües o semibilingües. Obviamente, aquellos escribas andalusíes sabían el truco de leer las coplas de lengua mezclada, romance y árabe en voz alta, según la moda artística de la época.
La grafemática es la que, por consiguiente, nos debe informar de cómo se lee lo que se escribe. Por desgracia, hace muchos años que el campo de la filología española carece de un tratamiento comprensivo, sobre temas de la grafemática, que pudiera servir de guía para el estudio diacrónico. Se agrava la situación sabiendo que los paleógrafos y los lingüistas no suelen colaborar en sus análisis de los documentos antiguos. Un primer intento, Estudios de grafemática en el dominio hispánico (1998), fruto de un congreso organizado por la Universidad de Salamanca, abrió buen camino, pero, como todo libro editado, no pretendía presentar una visión abarcadora del tema. Para las épocas medievales, Sánchez-Prieto Borja (1998) ofrece un manual muy útil. También se merece palabras de alabanza las tesis publicadas de Oyosa Romero (2007 y 2911), especialmente para lo que se refiere a la época medieval.
Ahora bien, con la publicación del presente libro, La figura de las voces, se van subsanando muchas deficiencias respecto de la grafemática de las letras hispánicas. La destacada autora, Beatriz Arias Álvarez, repasa tanto las raíces de toda escritura humana como su desarrollo específico en el mundo hispano, desde el latín popular con manifestaciones en romance hasta la expansión de prácticas escritas en las Américas con sus rasgos y vocablos indígenas. En esta nueva contribución a la filología española, se reseñan los tratados más importantes sobre la ortografía por parte de los gramáticos más sobresalientes en el mundo hispano, comenzando con Antonio de Nebrija, y luego se presentan las normas paleográficas que se han empleado a través de la historia de la lengua española.
Con un logrado alcance panorámico, los nueve capítulos comprenden la relación entre la lengua oral y la lengua escrita (con referencias particulares al español), los estudios ortográficos, la paleografía, la caligrafía, la imprenta, la grafemática y la transcripción/edición, las normas de diferentes épocas (e.g. figuras griegas, latinas, carolingias, hispano-romances y novohispanas) —todas estas secciones acompañadas por numerosas imágenes de los manuscritos originales, ilustraciones y tablas que son de sumo interés para el estudio filológico.
El capítulo 1 establece el marco teórico entre lo oral, lo escrito y la disciplina de la grafemática, apoyándose en los debates de los investigadores más importantes en el campo. Los capítulos 2, 3, y 4 repasan las tradiciones escriturarias de los clásicos, merovingios y castellanos. El capítulo 5 —quizás la contribución más innovadora del libro— brilla por tratar la grafemática novohispana con un apartado fascinante sobre la escritura zapoteca y maya, que pone de manifiesto sistemas mixtos de escritura con logogramas y elementos silábico-fonéticos. La autora hace bien en mostrar la continuidad transatlántica de la lengua española y cómo se combina con las tradiciones indígenas. Resulta de sumo interés el examen de los abecedarios de la lengua náhuatl.
En el capítulo 6 se aprecia, en particular, la detallada atención a la paleografía y la caligrafía. Viene ilustrado por una amplia selección de fragmentos sacados de los mismos documentos originales. Cada mano —por ejemplo la letra visigótica, carolingia, gótica, cursiva de privilegios, cursiva de albalaes o cursiva precortesana, entre muchas más— corresponde a una época más o menos delimitada cronológicamente, en la que los escribas seguían sus propias tradiciones de escritura. A través de la lectura de este libro, el lingüista sabrá cómo trabajar directamente con las fuentes primarias para trazar y verificar el desarrollo de los cambios lingüísticos y su progreso durante estos momentos de la historia.
El capítulo 7 nos ofrece un resumen de las ideas de corrección lingüística a través de los gramáticos españoles de los siglos XV al XVIII. Este capítulo encaja muy bien con el 8 que examina las prácticas de la puntuación, las marcas gráficas y las abreviaturas —un estudio imprescindible para cualquiera que se acerque a la documentación original.
Finalmente, el capítulo 9 examina todos los problemas que surgen al emprender las transcripciones para una edición crítica de los documentos. El final del libro ofrece un documento muestra que revela cómo se prepara un texto para el estudio académico; en este caso, la autora escoge una carta redactada en México en 1559 por una mujer acusada de ser hechicera. Nos enseña los pasos necesarios para crear un texto asequible al estudio moderno, convirtiendo un manuscrito inédito en un texto estandarizado para un público académico.
Con esta publicación, el lector tendrá a la mano, en un solo libro, guías de referencia para enfrentarse con los estilos y las abreviaturas de toda época —justamente lo que le hace falta al joven investigador literario o lingüístico. Las referencias abundan, de manera que siempre quedan muchas pistas para indagar a fondo en la rica documentación hispánica a través del tiempo. Con esta obra, Beatriz Arias Álvarez ha rendido un nuevo y singular servicio a las letras españolas. Son voces que hay que dar con motivo de su libro La figura de las voces.
ROBERT BLAKE
University of California, Davis
La figura de las voces. De las letras primigenias a los textos novohispanos no pretende ser un compendio sobre el origen de la escritura y las diferentes formas de lo escrito hasta el siglo XVIII. Hemos querido advertir que un texto es algo más que un conjunto de letras que forman una expresión, y por medio del cual se da a conocer “algo”: es un producto histórico-cultural y así debe ser estudiado. De ahí que se parta de la diferencia entre lengua hablada y lengua escrita. La primera, a lo largo de la historia, ha sido concebida como “natural”, ya que cualquier ser humano con las capacidades físicas requeridas la puede desarrollar; la segunda, la escrita, se considera “artificial”, como una técnica manual o mecánica, la cual no es desarrollada ni en todas las comunidades ni por todos los individuos.
Nuestro propósito es que el estudiante y el investigador que trabajan con documentos puedan acercarse al manuscrito antiguo desde un enfoque filológico, para lo cual consideramos pertinente el empleo de la grafemática, campo que estudia la escritura como un todo, como un producto cultural y en su relación con la oralidad. Por medio de esta disciplina se puede disponer de un método adecuado para establecer el vínculo letra-sonido, el cual se ha transformado a lo largo de la historia del castellano.
En la apropiación de los alfabetos por parte de los escribientes de las diferentes etapas culturales de un pueblo, siempre se ha tenido dificultad para que las “voces” sean representadas por medio de ciertas “figuras”; es difícil que haya una correspondencia unívoca entre ellas. Por tal razón hemos considerado oportuno ofrecer un recorrido por la historia de la escritura (ideogramas, logogramas y abecedarios) en el que se pueda advertir que esta es un hecho cultural, cuyos fines van desde los propiamente nemotécnico-administrativos hasta la expresión literaria y filosófica de un pueblo.
Por tanto, en este libro no solo se consideran aspectos lingüísticos, también se quiere ofrecer un panorama sociocultural que comprende la educación y los libros que sirvieron de base o guía para la escritura de un documento. Dentro de este rubro se encuentran los textos ortográficos que presentan “normas” sobre cómo deben agruparse y utilizarse las figuras. Como es de esperar, el recorrido empieza con la ortografía de Antonio de Nebrija y termina con la de la Real Academia Española en el siglo XVIII.
Asimismo, no podemos dejar de lado que para comprender un texto hay que conocer las características del trazo de la escritura. Cada tipo de letra lleva consigo una historia y cada grupo de figuras corresponde a una etapa socio-cultural. De aquí que se brinde una visión general, pero no por ello, menos profunda, de la historia de la caligrafía y de los trazos de las figuras. Aunada a la caligrafía colocamos la paleografía, ciencia que se propone descifrar las escrituras antiguas, surgida de la necesidad de legitimar los documentos merovingios expedidos a favor de la abadía de Saint-Denis. Es así como en el siglo XVII aparece la figura de Jean Mavillon, considerado el primer paleógrafo.
A lo anterior hay que sumar el análisis de otros signos, de otras marcas, que acompañan a las figuras. Dentro de nuestra concepción de la escritura como un hecho cultural, hemos creído oportuno mostrar el uso de los signos de puntuación, acentos y marcas, algunos de los cuales ya estaban presentes en los escritos de griegos y romanos. Por esta misma razón hemos incluido un apartado sobre las abreviaturas, su historia y empleo en la documentación latina y española. Incluso, la evolución que presentan algunos de estos signos abreviativos nos lleva a considerarlos como verdaderos logogramas.
Por último, creemos pertinente ofrecer dos tipos de transcripción basados en el empleo de la grafemática, además de considerar el estudio de la tradición escrituraria y otros elementos que pueden influir en la composición de un manuscrito.
Por todo lo anterior, el libro se dividió de la siguiente manera:
Capítulo 1. De la lengua escrita y de su estudio. Abarca las diferencias entre lengua oral y escrita y continúa con la disciplina que estudia a esta última. Lo anterior proporciona criterios de interpretación de las figuras de las voces, los que serán utilizados cuando se muestren los sistemas fonológicos y su representación gráfica en las diferentes etapas del español.
Capítulo 2. Del origen de la figura de las voces. En él se da un panorama general sobre los orígenes de la escritura hasta el alfabeto griego.
Capítulo 3. De las figuras latinas. Trata sobre el principio del abecedario latino, los sonidos que representaba y el latín en la corte de Carlomagno.
Capítulo 4. De las figuras en romance castellano. Ofrece un análisis sobre el origen y uso de las letras castellanas durante la Edad Media y los primeros textos escritos en esta lengua. Los cuadros elaborados en este apartado sobre los sistemas fonológicos y su representación gráfica son aproximaciones, no pretendemos hacer un estudio exhaustivo, ya que no corresponde a los fines de este libro.
Capítulo 5. De las figuras de las voces novohispanas. Estudia las letras empleadas en los textos novohispanos sin olvidar las escrituras indígenas. Muestra la dificultad de los misioneros para encontrar figuras representativas para las voces de las diferentes lenguas en la Nueva España. Lo mismo que en el apartado anterior, los cuadros que se presentan son solo aproximaciones, nuestro propósito es acercar al lector a la problemática de la interpretación gráfica.
Capítulo 6. Del trazo de la figura de las voces y de su estudio. Describe los diferentes tipos de escritura a lo largo del tiempo y se completa el análisis con comentarios paleográficos.
Capítulo 7. De la combinación de la figura de las voces o del recto escribir. Hace énfasis en la forma en la que los ortógrafos españoles, que consideramos más representativos de los siglos XVI, XVII y XVIII, intentaron relacionar los sonidos con determinadas representaciones.
Capítulo 8. De otros signos que acompañan a las figuras: puntuación, marcas gráficas, acentuación y abreviaturas. Brinda un estudio sobre la evolución de los signos de puntuación, el uso de los acentos y el empleo de las abreviaturas.
Capítulo 9. De la transcripción y edición de documentos. Este último capítulo sería el punto final del recorrido iniciado en el capítulo 1. No sólo se establecen los criterios de transcripción, sino que mediante el aparato codicológico, se desea señalar que el texto es un producto histórico-cultural.
Con este libro pretendemos ofrecer una herramienta que ayude, tanto a estudiantes como a investigadores de diferentes áreas, a comprender textos antiguos o modernos, los cuales son productos socioculturales. También queremos proporcionar a los expertos una forma de transcripción basada en Sánchez-Prieto (1996), afín a los intereses lingüísticos.
Valga este libro como una motivación para que historiadores, paleógrafos, expertos en tipografía y, por supuesto, filólogos trabajen juntos en la historia de la escritura del español, la cual debe abarcar diversos factores (históricos, sociales y culturales) para que sea profunda y amplia.
No quisiéramos terminar esta introducción sin señalar que el título de este libro fue propuesto por Thomas Smith† para un trabajo que presentamos en el Coloquio “Los gramáticos de Dios” en el año 2000.
BEATRIZ ARIAS ÁLVAREZ
Universidad Nacional Autónoma de México
Durante el siglo XIX el estudio de la escritura fue considerado una herramienta imprescindible para conocer y acercarse al conocimiento de una lengua (sobre todo de los estados anteriores de dicha lengua o de las lenguas muertas). En cambio, durante el siglo XX se favoreció el estudio del lenguaje oral, quizá, en Europa, por influencia de Saussure para él la lengua escrita es el calco de la oralidad y solo sirve para representarla gráficamente:
Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del segundo es la de representar al primero; el objeto lingüístico no es definido por la combinación de la palabra escrita y de la palabra hablada; esta última constituye por sí sola ese objeto (1945 [1916]: 39-40).1
En la misma dirección se encuentra Martinet, para él, a pesar del prestigio que tiene la lengua escrita al ser el medio por el que se han transmitido grandes obras, “[el] estudio de la escritura representa una disciplina distinta de la lingüística, aunque, prácticamente, es uno de sus anexos. Así, pues, el lingüista hace una abstracción, por principio, de los hechos de grafía” (1974: 13); también Alarcos, para quien
el lenguaje tiene una manifestación normal y primaria que es fónica; la escritura, o representación gráfica es una manifestación secundaria que, desde el punto de vista lingüístico, no debe estudiarse en sí, sino en sus relaciones con la primera (1965b: 10).2
Para Jakobson (1962) la escritura es una superestructura ya que ninguna comunidad ni individuo puede adquirirla sin poseer el sistema fonológico de su lengua. En América hay posturas como las de Bloomfield, quien indica que “la escritura no es lenguaje sino simplemente un modo de transcribir la lengua por medio de símbolos visibles” (1964: 23); o la de Sapir, según el cual “[l]as formas escritas son símbolos secundarios de las habladas —símbolos de símbolos—” (1984 [1921]: 27). Así, por un lado, en Europa se da prioridad al estructuralismo y al estudio sincrónico de la lengua; y, por el otro, en Estados Unidos, al estudio de las lenguas analizadas desde el punto de vista antropológico. Además, una de las razones por las que en el siglo XX se enfatiza el estudio de la lengua oral es la oposición hacia la tradición del siglo XIX donde la lengua escrita tenía un lugar prioritario, pues se consideraba que se debía dar importancia a “lo correcto” (datos y fenómenos que se podían registrar en las grandes obras literarias) y no a lo popular (la lengua oral).3 Además, la importancia que empieza a tener el análisis sincrónico de la lengua y su oposición al método de reconstrucción y al análisis de la evolución de las palabras, merman el estudio de la escritura. Por tal motivo, los estudios de los sistemas de escritura y de la escritura per se fueron dejados de lado o tuvieron una importancia secundaria.4
Para Gelb: “la escritura es un sistema de intercomunicación humana por medio de signos convencionales visibles” (1982: 32).5 De manera semejante, Sampson (1985) señala que la escritura es la forma de comunicar ideas mediante marcas permanentes, mientras que para Catach: “[l]as escrituras son conjuntos de signos discretos, articulados y arbitrarios, que permiten comunicar cualquier mensaje construido sin pasar necesariamente por la voz natural […]” (1996: 310).
Según Ong un escrito no consiste en una pintura que represente cosas, sino que es una representación de un enunciado, de palabras que alguien dice o que piensa decir. Por supuesto, es posible considerar como “escritura” cualquier marca semiótica, es decir, cualquier marca visible o sensible que un individuo hace y a la que le asigna un significado. Pero la escritura va más allá de eso: “la escritura era y es la más trascendental de todas las invenciones tecnológicas del mundo” (1993: 11).
Por su parte, Tusón sostiene que algunas definiciones de la escritura son incompletas y señala que para él la escritura:
[E]s una técnica específica para fijar la actividad verbal mediante el uso de signos gráficos que representan, ya sea icónica o bien convencionalmente, la producción lingüística y que se realizan sobre la superficie de un material de características aptas para conseguir la finalidad básica de esta actividad, que es dotar al mensaje de un cierto grado de durabilidad (1997: 16).
Estamos de acuerdo con Coulmas (2006) en señalar que la escritura es un sistema de registro del lenguaje por medio de marcas visibles o táctiles que se relacionan de manera sistemática con unidades de habla. Por medio de estas marcas se puede llegar a representar oraciones complejas y oraciones concatenadas, las cuales pueden llegar a formar textos (cf. Lounsburuy, 1992: 185). Para el mismo Bloomfield (1964) hay dos hechos que distinguen a una verdadera escritura: a) que los caracteres empleados representen elementos lingüísticos de alguna clase y b) que los caracteres sean limitados.
En resumen, para los autores anteriores, la escritura es un sistema de signos visibles convencionales, arbitrarios, limitados, más o menos permanentes, ordenados de manera lineal y que sirven para la comunicación humana.6
Es pertinente para este libro aclarar la distincion entre los tipos de escritura y su relación con los niveles del lenguaje que estableció Alarcos (1965b: 13):
1) Sistemas que distinguen gráficamente contenidos, sin relación con los elementos fonéticos de la lengua en cuestión (logogramas).
2) Sistemas que distinguen contenidos y que a la vez reflejan los sistemas fónicos (logofonogramas).
3) Sistemas que expresan la segunda articulación en la que los elementos gráficos corresponden a las unidades fónicas de la lengua (fonogramas).
Como el mismo Alarcos señala y como se verá a lo largo de este trabajo, no hay sistemas puros; en la escritura del español, a pesar de que hay una fuerte relación gráfico-fónica, existen elementos logográficos que hacen referencia al plano del contenido.
Hacia mediados del siglo XX los estudios sobre la escritura empiezan a tener nuevamente importancia. Hay un interés marcado por tratar de encontrar o no la relación entre la lengua oral y la lengua escrita (teniendo como base el fonocentrismo).7 Catach establece en 1996 varias perspectivas sobre dicha relación:
a) De la letra al sonido sólo hay un cambio de sustancia.8
b) Lo oral y lo escrito son dos formas de expresión, con suficientes diferencias específicas para construir dos conjuntos distintos que corresponden al mismo contenido.
c) Los signos del lenguaje fonémico y signos de lenguaje grafémico son utilizados en el mismo plano.
d) La lengua oral y la lengua escrita se encuentran totalmente distanciadas, hay una especie de diglosia. Por lo mismo no se puede comparar la escritura con la oralidad.9
Así para Catach entre el lenguaje oral y el lenguaje escrito no hay una relación de jerarquía, sino de complementariedad. La escritura es un lenguaje grafemático (LG), en oposición a un lenguaje fonémico (LF). Ambos lenguajes son complementarios: “[p]ueden funcionar o bien de manera autónoma, o bien de manera concomitante, en el seno de una sola y misma lengua que resulta así transformada y enriquecida” (p. 29). Para esta autora, la oralidad y la escritura son variantes de una misma lengua; y, por lo tanto, la escritura tiene la doble posibilidad de funcionar conteniendo rasgos de oralidad o de manera independiente.10 Para Sampson (1985) la lengua hablada y la lengua escrita pueden ser consideradas como dialectos de una lengua “ancestral”, que era una lengua oral, pero como dialectos puede haber diferentes grados de separación o de unión entre ellas.11 Según Vachek (1989) entre la lengua oral y la lengua escrita hay diferencias no sólo materiales (fónico/gráfico) sino también funcionales: son dos normas distintas que responden de diversa manera a la realidad extralingüística.
Posteriormente, Biber (1998) utiliza el registro como un término general para todas las variedades del lenguaje asociadas con diferentes situaciones y propósitos. De esta manera para el autor los diferentes registros (formal/informal, literario/coloquial, restrictivo/elaborado) tienen relaciones y diferencias entre sí, y se encuentran dentro de un continuo variacional. En su estudio del corpus histórico del inglés de 1988, este autor plantea un continuo entre géneros de escritura y géneros de habla, cuyos polos no son discretos y, según el tipo de parámetro que se analice, pueden relacionarse de diferente manera. En resumen, para Biber no hay un contraste absoluto entre lengua oral y lengua escrita. Por eso es necesario añadir lo que este autor advierte sobre los registros. Para él el rango de variación lingüística es mucho mayor en los registros de escritura que en los de habla: “[l]a producción escrita da al autor mayor libertad de manipular las características lingüísticas de un texto respondiendo a numerosas influencias situacionales […] En contraste la lengua hablada se produce en tiempo real” (1988: 546).
Por su parte, Koch y Oesterreicher (2007) advierten que en toda manifestación lingüística hay que diferenciar el medio de realización y la concepción subyacente. Mientras que en el primero hay una dicotomía fónico/gráfico, en la segunda tenemos un continuo entre manifestaciones extremas. Se trata de una graduación, de una escala, cuyos extremos son la inmediatez comunicativa (oralidad) y la distancia comunicativa (escrituralidad). Así, la inmediatez corresponde a lo hablado, a la realización fónica, mientras que la distancia se relaciona con la escritura, con lo gráfico; sin embargo, advierten que entre ellas pueden darse combinaciones.
Blanche-Benveniste se suma a la postura de Biber y de Koch-Oesterreicher, para ella no hay una dicotomía entre lo hablado y lo escrito; las “diferencias no son concomitantes con la modalidad, sino son particularidades de los procesos históricos tanto de lo oral como de lo escrito. No es suficiente establecer diferencias […] es necesario aceptar que ha habido caminos paralelos, así como influencias recíprocas entre lo oral y lo escrito” (2002: 11).12
En cuanto a las diferencias que se han establecido entre la lengua oral y la lengua escrita, Halliday señala que:13
[L]a lengua hablada y escrita tienden a mostrar diferentes tipos de complejidad; cada una es más compleja que la otra a su manera. La lengua escrita tiende a ser léxicamente densa, pero gramaticalmente simple; la lengua hablada tiende a ser gramaticalmente intrincada, pero léxicamente pobre (1979: 336).
Para este mismo autor no hay una diferencia tajante entre la lengua oral y la lengua escrita, ambas tienen tipos de complejidad y modos de organización diferentes estilos, pero representan modos de discurso dentro de un continuo. Según Goody (1987), si analizamos ambas lenguas y las confrontamos podemos encontrar varias diferencias.
Por su parte, Gelb advierte que:
La relación entre lenguaje y escritura y sus mutuas influencias son muy estrechas. Suele ser difícil estudiar un idioma sin conocer su escritura y resulta casi imposible entender una escritura sin tener conocimiento de la lengua para la que se emplea. La escritura es más conservadora que la lengua y posee un notable poder de coacción sobre el desarrollo natural del idioma. El idioma escrito conserva con frecuencia formas más antiguas que han dejado de utilizarse en el idioma cotidiano (1982: 287).
Algunos lingüistas del Círculo de Praga como Trubetzkoy y Vachek, sobre todo el segundo, se preocuparon por realizar estudios sobre la escritura desde una perspectiva lingüística. Durante el siglo XX y hasta la actualidad, la “ciencia de la escritura” ha recibido a lo largo del tiempo diversas denominaciones debido a los diversos enfoques y objetivos. Por ejemplo, Gelb utiliza el término gramatología para la ciencia que estudia los sistemas de escritura (se centra en su tipología). Ese mismo nombre es empleado por Derrida (2017) para referirse a la semiología, más que al estudio de la escritura per se. También se ha utilizado el de filografía (Ruiz, 1992) para el estudio de la acción y efecto de escribir y de la interpretación semiológica de la escritura. En cambio, para varios autores el término más adecuado es grafémica si se utiliza para estudiar solo la relación grafema-sonidos (Contreras, 1995). No obstante, en la tradición hispánica se suele utilizar el nombre que Alarcos (1965b) propuso: grafemática, concebida como el estudio de los grafemas y su relación fonémica. Ahora bien, si se quiere realizar el estudio de los fenómenos gráficos en su amplitud (grafías, acentos y signos de puntuación), es deseable el término utilizado por Contreras (1995) y Avram (1962): grafonomía. También puede emplearse el de grafemática en su sentido más amplio, el cual abarca la grafémica y la singrafía (Ruiz, 1992). Debe resaltarse que desde el enfoque de la lingüística se usan indistintamente los términos grafémica y grafemática.
Entendemos la grafemática desde una perspectiva amplia, no solo como la ciencia que estudia la escritura como sistema de signos en relación con la oralidad, también la que analiza los elementos gráficos desde un punto de vista funcional y todos aquellos hechos que componen la escritura: signos de puntuación, uso de mayúsculas, morfología de los signos, tipos de letras, empleo de diacríticos, etcétera.
Se considera que la unidad básica para un estudio grafemático es el grafema. Sin embargo, la definición puede cambiar según la posición que los estudiosos tomen. Para algunos el grafema se define de acuerdo con la relación que presenta con un fonema (definiciones fonocentristas): “Unidad mínima que refleja aproximadamente un fonema en el sistema gráfico de representación de una lengua” (Ruiz, 71). Mención especial en cuanto a la relación grafema-fonema merece la postura de Pulgram (1951), para quien el fonema no es una realización, es una abstracción, las realizaciones concretas son los fonos, y cuando estos se identifican con un fonema son alófonos. De la misma manera cada alfabeto tiene un número limitado de símbolos, que son los grafemas que corresponden a los fonemas. Fonemas y grafemas tienen una función distintiva. Ahora bien, al igual que el fonema tiene realizaciones concretas (alófonos), el grafema tiene grafos; los grafos que se identifican con un grafema se llaman alógrafos. Pulgram ofrece un paralelismo entre el medio fónico y el gráfico, entre fonemas y grafemas, que exponemos a cotinuación:
Fonema
Grafema
1. Unidad audible con función distintiva de una lengua.
1. Unidad visible con función distintiva de un alfabeto.
2. Es un sonido articulado del habla que pertenece a una lengua.
2. Es un signo escrito que pertenece a un alfabeto.
3. La realización de un fonema es un fono.
3. La realización escrita de un grafema es un grafo.
4. El número de fonemas de una lengua es limitado, el número de fonos no.
4. El número de grafemas de un alfabeto es limitado, el número de grafos no.
5. Todo fono identificable como miembro de un fonema es un alófono.
5. Todo grafo identificado como miembro de un grafema es un alógrafo.
6. Las características fonéticas de un alófono dependen tanto de su productor como de su entorno fonético.
6. Las características gráficas de un alógrafo dependen de su productor y de su entorno gráfico.
7. Los fonos solo pueden ser identificados con un fonema a través de su posición significativa en un contexto.
7. Los grafos solo pueden ser identificados con un grafema a través de su posición significativa en un contexto.
8. Las lenguas están sujetas a cambios fonémicos y a sustituciones.
8. Los alfabetos están sujetos a cambios grafémicos y a sustituciones.
9. El número, clase y distribución de fonemas puede cambiar de lengua a lengua.
9. El número, clase y distribución de grafemas puede cambiar de alfabeto a alfabeto.
Según Derrida (2017) el grafema es la imagen del fonema. Para Blanche-Benveniste (2002) el grafema puede ser definido únicamente a través de su correspondencia con un fonema. Con base en la relación fonema-grafema se puede hablar de alógrafo como variante del grafema, y de archigrafemas como grafemas que dejan de generar oposición en algunos contextos Contreras ejemplifica esto último con y/e Ignacio y Pedro/ Pedro e Ignacio.
Al igual que hay autores que definen el grafema partiendo de la relación fónico-gráfica o estableciendo cientos paralelismos, algunos definen o modifican el término partiendo de la escritura misma. Para Vachek (1989) el grafema es un miembro de una compleja oposición grafémica, es la unidad más pequeña de la escritura. Pulgram (1951) señala que el grafema no sólo se refiere a una letra del alfabeto, es la unidad funcional de un sistema de escritura, aunque para él, como vimos arriba, hay un paralelismo entre fonema/grafema. Para Alarcos: “llamamos grafemas a los elementos gráficos de que está compuesta y en que es analizable la secuencia escrita” (1965a: 42). Según Contreras el grafema es “cada una de las unidades mínimas de la escritura que permiten por sí solas diferenciar significados o delimitar unidades lingüísticas” (1995: 135). Catach (1986) advierte que el grafema es un término genérico para designar todas las unidades de la lengua escrita. Es un cenema (signo vacío de significado) y un plerema (signo completo, según la terminología de Hjemeslev, que posee un significado y un significante). Para Rosiello (1966) un sistema de escritura puede ser analizado sin establecer relaciones con el sistema fonémico de la lengua en cuestión. Define el grafema como una clase de signo escrito que pertenece a un alfabeto y advierte que mientras el sistema fonemático está formado por unidades (fonemas) que no son signos y que por lo tanto solo tienen valor distintivo, el sistema grafemático está formado por unidades sígnicas (grafemas) que poseen como todo signo un significante (el trazado gráfico) y un significado (el contenido fónico). De acuerdo con lo anterior tendríamos alógrafos con valor denotativo y otros con valor connotativo. Lo cual lleva a que unos signos puedan ser reconocidos con base en la conmutación y otros cuyas variantes deban ser definidas e individuadas de manera diversa. Por su parte, Scoles (apud Ruiz, 1992: 72) reconoce tres tipos de variedades gráficas: grafos, grafotipos y grafemas. Los primeros serían ilimitados numéricamente, los segundos representarían una clase transicional entre el mero signo alfabético y la abstracción del grafema, considerado por ella como “la clase del signo”. Las variantes de un grafo serían los alógrafos (forma) y los diversos grafotipos identificados con un grafema serían los alografotipos. Los primeros serían estudiados por la paleografía y los segundos por la filología. También advierte que hay alógrafos condicionados por el contexto (variedades) y los que son inherentes a cada realización manual (variaciones). Para esta estudiosa es difícil discernir el carácter connotativo de un alógrafo, ya que la variante gráfica puede estar determinada por un hábito de escritura, por una elección estilístico-cultural consciente. Al respecto ella se pregunta si un alófono no es siempre connotativo (apud Barroso y Sánchez de Busto, 1990).14
Como ya hemos visto, la unidad mínima de la escritura es el grafema, que para algunos como Sánchez-Prieto (1996) o la RAE (2010) es sinónimo de letra. El concepto de grafema como letra o como unidad mínima de la escritura trae consecuencias en la identificación de algunos elementos. Tanto Alarcos como Ruiz se preocuparon por caracterizar los diferentes tipos de grafemas, estos pueden ser simples, los cuales no se pueden descomponer en elementos menores: <a, b, d>; complejos, los que pueden ser combinados con otros elementos gráficos yuxtapuestos: <qu, ch, ll>15 (el caso de <rr> es especial ya que sólo ocurre en ciertos contextos). Para la RAE, como ya se mencionó, el grafema es equivalente a una letra y desde este punto de vista solo considera los signos simples como grafemas, las secuencias que representan un fonema no se deben tomar en cuenta y las designa, para el español, con el nombre de dígrafos: <ch, ll, rr, qu, gu>. Nosotros aceptamos el grafema como unidad mínima de escritura que puede ser simple (grafía) o compleja (digrafía o trigrafía), y que puede contar, además, con algún elemento diacrítico, por ejemplo: ch, en el maya, o tz en la misma lengua. En este trabajo, consideramos como sinónimos: grafema, letra, grafía, digrafía, etc., al igual que lo hace Sánchez-Prieto. También es necesario aclarar que el grafema puede o no relacionarse solo con un fonema, como veremos más adelante.
A continuación señalaremos, con base en Alarcos y Ruiz, algunas de las clasificaciones que se han hecho de los grafemas:
3. Grafemas diacríticos, los que para Ruiz pueden encerrar una referencia semántica, desempeñan una función diacrítica suplementaria: <b/v>, <y/ll>. Debe sumarse el grafema <h> que nunca corresponde a un fonema y que solo presenta un valor diacrítico: hasta/asta.
4. Hay que añadir que en algunas ocasiones un grafema <x> puede representar un grupo fonemático /ks/.
De acuerdo con lo anterior y con base en Ruiz, presentamos el siguiente cuadro de clasificación de los grafemas.
Los grafemas también pueden diferenciarse en cuanto a su morfología, a su trazo; así, según Ruiz (1992: 114-123), podemos tener una primera división de las letras mayúsculas del abecedario, dependiendo del tipo de líneas utilizadas: rectas (verticales, horizontales y oblicuas), curvas y mixtas. Al primer grupo pertenecerían las letras A, E, F, H, I, K, L, M, N, T, V, X, Y, Z; al segundo (curvas): C, O, S; al tercero las mixtas: B, D, G, J, P, Q, R, U. Pero la clasificación puede ir más allá, no es suficiente con determinar las líneas, también hay que indicar la orientación diferente (/ \, ⊂ ⊃ ∪), el tamaño (— -) y la posición . A lo anterior se sumaría el tipo de articulación lineal: cruzamiento, cambio angular, unión de dos líneas rectas, cambio de dirección, unión de una línea recta con una curva —mediante conexión o intersección—, unión en el origen de una curva y unión de dos extremos de una curva con una recta.
En cuanto a las minúscula, se clasificarían principalmente por el espacio que ocupan entre dos renglones, se tendrían letras de cuerpo cuando ocupan el espacio central: z, x, v, i, e, r, n, m, u, a, o, c, s; letras altas, cuando presentan astas ascendentes: t, l, k, f, h, d, b; y letras bajas, cuando el asta es descendente: y, g, j, p, q. A lo que hay que añadir una clasificación de acuerdo con el tipo de línea: curvas c, o, s; rectas: z, x, v, i, t, l, k, y; y letras mixtas: e, r, n, m, u, a, f, h, d, b, g, j, p, q.
Es importante señalar que además de los grafemas hay otras marcas gráficas que deben ser estudiadas, como por ejemplo, el subsistema de mayúsculas y de minúsculas que nosotros consideramos como los diacríticos. También, según Contreras (1995), están los grafemas suprasegmentales y adsegmentales, entre los primeros estarían los acentos y entre los segundos los signos de puntuación. A esto hay que sumar que el español puede contar con elementos logográficos (por ejemplo, abreviaturas), que no deben ser dejados de lado.
En cuanto al estudio que realizaremos en este libro, tomaremos en cuenta todas las posibles marcas, elementos, trazos y tipos de letras que puedan aportar datos sobre el conocimiento de la historia de la escritura del español. Al respcto cabe mencionar que, aunque nuestro análisis ofrece la relación grafema/fonema, siempre nos manejamos en el plano de la escritura, es decir que no utilizamos el contexto fónico para explicar la aparición de un grafema.
Ejemplo de análisis grafemático
La complejidad que supone la relación grafema/fonema (sonido) puede ser explicada desde la actualidad. Tal es el caso del fonema interdental fricativo sordo /θ/ que en España se representa por medio de los grafemas <z> y <c>, el último puede representar, al mismo tiempo, al fonema oclusivo velar sordo /k/:
IMAGEN 1.1. Representación grafema/fonema.
Además, el grafema <s> representa al fonema alveolar fricativo sordo /s/:
IMAGEN 1.2. Grafema < s >.
Ahora bien, en México, los hablantes emplean los grafemas <z>, <c> y <s>, pero su equivalencia fonémica es siempre /s/ (alveolar fricativo sorda):
IMAGEN 1.3. Representación en México del fonema /s/.
La cuestión se complica si además consideramos los diferentes alógrafos que pertenecen al mismo grafema:
IMAGEN 1.4. Alógrafos de los grafemas < s >, < z > y < c >.
Así, en un manuscrito actual se puede registrar la palabra casa con una s parecida a una z.
Si en la actualidad la cuestión es bastante complicada, ya que nos enfrentamos a diferentes tipos de letras y a diferentes sistemas dialectales, en el siglo XVI, por ejemplo, se presentaban dos enormes problemas:
a) Por un lado, un sistema gráfico inestable con reminiscencias medievales procedentes de tradiciones escriturarias del siglo XV y aun anteriores: ‘5, σ, ∫, ∫∫, ss, s, ∫s, ç, c, ß’.
b) Por el otro, la convivencia de al menos tres sistemas fonológicos que provienen de un sistema medieval y que se encuentran, además, en transformación:16
• Uno que distingue entre un sonido dental /ş/ y otro alveolar /s/ (/deşír/, /mísa/).
• Otro en el que confluyen hacia un sonido dental /ş/ (/deşír/, /míşa/).
• Uno más en el que hay confluencias en un fonema alveolar /s/ (/desír/, /mísa/).
• Y, también, el posible atrasamiento de la confluencia de los sonidos prepalatales.
A ello hay que sumar el valor connotativo de los alógrafos. Por ejemplo, <ph> y <f> pueden tener un valor connotativo: ¿si en un manuscrito del siglo XV encontramos philosophia, es lo mismo que si se encuentra en un documento del siglo XVIII? O al contrario, ¿si en el siglo XIV registramos filosofía tiene el mismo valor que en el XX?
Por tanto, al analizar un documento se nos presenta una serie de incógnitas: ¿cuándo un grafo posee solo un valor denotativo o fonémico? ¿Cuándo puede representar un valor connotativo, es decir, una moda gráfica? Para poder resolver estas preguntas es necesario el conocimiento de la historia de la escritura y de su contexto sociocultural.
1 Derrida, en su libro De la gramatología, proporciona un estudio general sobre lo que es la escritura, su relación con la oralidad y su origen. Llama la atención que al comentar sobre la postura que tiene Saussure de la escritura, advierta que tanto para él como para muchos investigadores del lenguaje los estudios sobre la escritura son considerados “extravíos de la lingüística” (2017).
2 En la escuela de Praga, en concreto para Trubetzkoy (1972) y Vachek (1989), el estudio de la lengua escrita era importante para la lingüística.
3 Para un panorama general se pueden consultar los estudios de Sampson (1985) y Contreras (1983 y 1995).
4 Sin embargo, como se verá más adelante, el estudio de la lengua escrita pervivió en autores como Gelb (1982) y en los lingüistas del Círculo de Praga, como ya se mencionó.
5 Para Voltaire: “L’écriture este la peinture de la voix; plus elle este ressemblante, meilleure elle est”; y para Cohen: “doublenle langage en présentant à la vue ce que celui-ci fournit à l’oreille” (cf. Alarcos, 1965b: 8).
6 Aunque Ferreiro centra sus estudios en la adquisición de la escritura por parte de los niños, ella señala dos de las características básicas de cualquier sistema de escritura: “las formas son arbitrarias (porque las letras no reproducen la forma de los objetos) y están ordenadas de modo lineal (a diferencia del dibujo)”. Más adelante añade otras: “luego empiezan a elaborarse las condiciones de interpretabilidad, o sea, para que una escritura represente adecuadamente algo, no basta con que tenga formas arbitrarias dispuestas linealmente; hacen falta ciertas condiciones formales, de carácter muy preciso: una condición cuantitativa y una condición cualitativa. La condición cuantitativa tiene que ver con la cantidad mínima; la condición cualitativa con lo que hemos llamado la variedad intrafigural o variedad interna […] A significados diferentes deben corresponder secuencias diferentes, pero las diferencias que se marcan son fundamentalmente diferencias semánticas y no diferencias sonoras” (2004: 163).
7 En 1930, Parry desarrolla el primer estudio comparativo entre los modos orales de pensamiento y los modos escritos; dicha comparación no se produjo desde la lingüística descriptiva o cultural, sino desde los estudios literarios (cf. Goody, 1987).
8 Para Sapir: “el lenguaje escrito equivale, punto por punto, a ese modo inicial que es el lenguaje hablado” (1984 [1921]: 27). Esta forma de pensamiento fonocentrista, que se encuentra ya en Aristóteles, advierte que “los signos vocales son el único vehículo directo de los significados y, en consecuencia, la escritura sólo tiene la función de constituir un medio de expresión, a menudo engañoso, de la oralidad” (Béguelin, 2002: 32).
9 Para Ong (1993) el discurso oral es natural, mientras que la escritura es completamente artificial. No hay manera de escribir “naturalmente”. El habla oral, aunque es un proceso “consciente”, llega a la conciencia a través de profundidades inconscientes, las reglas gramaticales viven en él. Sin embargo, el proceso de poner el lenguaje oral en la escritura está gobernado por reglas articuladas conscientemente (esto no niega que la situación del escritor-lector creada por la escritura afecta profundamente los procesos inconscientes involucrados en la composición por escrito, una vez que uno ha aprendido las reglas conscientes y explícitas). En otras palabras, no hay relación entre una y otra.
10 Para Pensado, la lengua escrita puede actuar como filtro de la lengua hablada y permitir que se transparenten “algunas” de sus características; en otras palabras, los textos escritos nos ofrecen “ciertas” pistas sobre las “versiones de hablas pasadas” (1983: 25).
11 Al igual que Gelb, Sampson considera que hay sistemas de escritura semasiográficos (como el de las matemáticas) y glotográficos (como se entiende usualmente).
12 Si bien hay varios factores que pueden influir para poder encontrar lo oral en lo escrito, para nosotros el contacto entre la escritura y la oralidad se encuentra en el proceso mismo de escribir, en el “escritor”. Es decir, es necesario considerar la competencia lingüística del escribiente, la falta de manejo del código escrito de quien realiza un manuscrito, lo que es considerado por algunos como el escritor “semiculto”, según la terminología de Bruni (1984), y para otros de escritor de manos inhábiles (Marquilhas, 2000), y de esta manera poder acceder a la “competencia escrita de impronta oral” (Oesterreicher, 1996: 159). Empero, no hay que olvidar el tipo de documento y de letra, como se verá más adelante.
13 Hay que advertir, como indican Biber y Vasquez (2009), que las diferencias que se establecen entre la lengua hablada y la lengua escrita se deben a que se utilizan como base de comparación estereotipos: para la lengua hablada se emplea la conversación casual, mientras que para la lengua escrita, la prosa informativa; en lo que para él es un registro informal y un registro plenamente formal.
14 Para estos estudiosos en las variantes connotativas habría variantes personales, voluntarias o subjetivas, muy distintas de las llamadas involuntarias o culturales. Entre las primeras estarían las estilísticas, las modas, los cultismos y vulgarismos; en cuanto a las segundas, estarían la naturaleza conservadora de la ortografía, la obediencia y arrastre de uso, patrones de imprenta, y modelos jurídicos y administrativos.
15 Estos son considerados por Contreras como conjunto grafemático.
16Cf. Lapesa (1984) (1985c), Alarcos (1988), Catalán (1983).
Para Gelb (1982) el concepto de un origen y de un carácter divino de la escritura se encuentra en todas las culturas y en esencia se debe a una extendida creencia en sus poderes mágicos. Su origen, tanto en el este como en el oeste, se atribuye a un ser divino: para los babilonios al dios Nabû, para los egipcios Thoth, para los chinos o bien es Fohi o bien es Ts’ang Chien, en la tradición islámica es Dios mismo el que crea la escritura, para los hindúes fue Brahma y para los nórdicos Odín.1
Ahora bien, mientras que la lengua oral surge por la necesidad que tiene el hombre de comunicarse y fue empleada hace miles de años, la lengua escrita nace debido a cambios culturales en las sociedades, de ser nómadas pasan a ser sedentarias, de la caza transitan a la agricultura. Las comunidades aumentaron y este incremento las llevó a organizarse en estratos sociales que necesitaron de la escritura para llevar cuentas, registrar tributos, anotaciones astronómicas, etc. Además, estos “mensajes” debían perdurar a través del tiempo. En palabras de Halliday:
En determinadas áreas, como los grandes valles fluviales de Egipto, el sur y el sudoeste de Asia y el norte de China, se establecieron de manera permanente comunidades agrícolas que desarrollaron complejas instituciones culturales, y para estas comunidades ya no era suficiente la lengua oral. El lenguaje no podía ser sólo un acontecimiento eventual [happening], tenía que reducirse a una forma de existencia, [tenía que adoptar] la forma de un texto al que pudiera hacerse referencia una y otra vez, en lugar de realizarse en cada oportunidad como un acontecimiento, como los rituales y los discursos sagrados de las comunidades orales. En la jerga moderna, lo que era un proceso tenía que ser transformado en un producto (1979: 39).2
Fue así como la lengua escrita fue asumiendo en el devenir del tiempo otras funciones que antes había desempeñado la lengua oral: religiosas, literarias y oratorias.
En cuanto a la monogénesis o poligénesis de la escritura podemos advertir que los sistemas que se desarrollan en diferentes lugares: como el sumerio, que es el más antiguo y del cual derivan los alfabetos europeos; el chino, el cual se desarrolla en la Edad de Bronce, hacia el segundo milenio antes de Cristo y repercute en los sistemas de escritura del este de Asia; y el maya, que se remonta hacia el siglo III d.C., son totalmente diferentes y no se puede establecer ningún tipo de relación. Aunque bien se podría decir que todos derivan de sistemas pictográficos, estos no tienen por qué ser iguales, ya que las referencias al mundo que importaban a cada sociedad y su manera de conceptualizarlas eran diferentes. Por ejemplo, obsérvense los pictogramas de los que proviene la escritura cuneiforme y aquellos de los que proviene la escritura china (imagen 2.1), los resultados son como los de las imágenes 2.2 y 2.3.
Ahora bien, si se considera solo el sistema alfabético europeo podría considerarse al sistema fenicio, que proviene del sumerio, como base de todos los demás. Son los fenicios los que transmiten a los griegos sus conocimientos sobre la escritura, y de ahí el alfabeto pasa a los romanos, galos, germanos y demás pueblos de Europa.
Fuente: imagen modificada de <http://lamemoriadelviento.blogspot.mx/2009/07/sumeria-y-la-escritura-cuneiforme.html y de http://www.agestrad.com/blog-traduccion/el-origen-de-la-escritura-china/