La gota de sangre - Emilia Pardo Bazán - E-Book

La gota de sangre E-Book

Emilia Pardo Bazán

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Beschreibung

LA PRIMERA NOVELA DE DETECTIVES ESPAÑOLA ESCRITA POR UNA MUJER Emilia Pardo Bazán se adelantó a todas las grandes damas del noir y fue pionera en nuestro país en el cultivo de la literatura detectivesca: antes de la publicación de La gota de sangre en 1911, no había en España referente alguno de un género que ya triunfaba en otras latitudes. Como certeramente señala Alicia Giménez Bartlett en el prólogo a esta edición: «Sin duda el trazo principal de este texto es la originalidad. Nos encontramos frente a una doña Emilia que subvierte todos y cada uno de los estereotipos del género. Se las compone para que el detective ocasional sea al tiempo un sospechoso de cara a los agentes de la ley: policías y jueces. Pero no solo eso: suplanta a la policía, les da órdenes, les escamotea información y es él quien impone el ritmo y las pausas de las pesquisas. Finalmente, sin despeinarse demasiado, toma las riendas de la investigación, participa en ella activamente y, a escondidas de los agentes del orden, resuelve el crimen. Justamente en la resolución del crimen es cuando la autora ejecuta la pirueta más llamativa. ¿Resolución del caso implica detención del culpable? No pienso destriparles el desenlace. Solo les diré que, tal y como es prescriptivo, todo cuadra y, a su modo, la justicia resplandece». «Cuando Emilia Pardo Bazán escribió La gota de sangre el género negro era un territorio exclusivamente masculino».Marta Rivera de la Cruz «Sin duda el trazo principal de La gota de sangre es la originalidad. Nos encontramos frente a una doña Emilia que subvierte todosy cada uno de los estereotipos del género».Alicia Giménez Bartlett

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Edición en formato digital: marzo de 2023

En cubierta: Mujer con paraguas, Edward Penfield (1894) / Rawpixel

Diseño gráfico: Gloria Gauger

© Del prólogo, Alicia Giménez Bartlett, 2023

© Ediciones Siruela, S. A., 2023

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

ISBN: 978-84-19553-93-5

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Prólogo. Alicia Giménez Bartlet

LA GOTA DE SANGRE

PRÓLOGO

Siempre he pensado que doña Emilia Pardo Bazán estaba como una cabra, o debería decir: como una maravillosa cabra. Se permitía lo que las mujeres en su tiempo no podían ni pensar. Era libre en sus costumbres y rotunda en sus opiniones. También su apariencia física tendía a la rotundidad. La impresión que me producen sus rasgos biográficos es que hacía exactamente lo que le daba la gana. Las frustraciones intelectuales con las que tuvo que lidiar venían siempre de fuera. No fue académica ni su figura literaria alcanzó el reconocimiento que merecía a causa de los prejuicios de género que dictaban las reglas en su época. ¿Eso amargó su carácter, la hizo taciturna o resentida? En ningún momento. Gozó de sus privilegios de clase, gozó de la vida, de los placeres sensuales, del amor y de la literatura. Al leer sus artículos —La cuestión palpitante y no solo—, te das cuenta de su principal característica: era una persona extraordinariamente inteligente. Aparte de eso, se movía en la contradicción sin pedir permiso ni perdón. Noble, pero crítica con las diferencias de clase. Religiosa y, al mismo tiempo, librepensadora. Partidaria del orden, pero capaz de saltarse a la torera todas las normas morales. Estudiosa y juerguista a la vez.

Las cartas que escribe a su insigne amante don Benito Pérez Galdós son fantásticas, y francamente increíbles los epítetos cariñosos que en ellas le dedica. En esa correspondencia descubrimos a una mujer llena de vida, que se expresa con total libertad y envidiable humor. Solo hay que fijarse en cómo se describe a sí misma subrayando las redondeces de su cuerpo y con qué ironía enfatiza su excelente salud y apetito voraz, contrastándolos con el punto lánguido y enfermizo que a veces exhibía el ilustre canario.

Doña Emilia era simpática, divertida, inteligente y libre como un pájaro. Gracias a esa libertad, basada en que las opiniones ajenas sobre su persona le importaban un pito, pudo permitirse escribir lo que se le antojaba y subvirtió muchas normas y no pocos prejuicios. Este libro que tengo entre manos es un buen ejemplo de ello. La gota de sangre, un relato policiaco. ¿Un relato policiaco, género menor, para una mujer que aspiraba a la élite intelectual? Ni más ni menos. Vamos a ello.

Muchas cosas llaman la atención en esta pequeña pieza. La primera que salta a la vista es la modernidad. No digo que el vocabulario y el entorno sociológico no pertenezcan claramente a las fechas en las que está escrita, pero la investigación del asesinato sigue las etapas y requisitos que aún podemos encontrar en las novelas negras actuales: las indagaciones de las cuentas bancarias de la víctima, las prevenciones de cara a la prensa, las mentiras al sospechoso para hacerlo caer y, sobre todo, el tono que emplea el narrador (detective aficionado), lleno de ironía, de distanciamiento, de un humor displicente, que entronca con los héroes característicos de la época dorada del género. Es como si el protagonista se situara dentro y fuera de la historia, como si no le importara demasiado que le creamos o no. Hombre elegante, por encima de convencionalismos, se permite jugar con los otros personajes, incluida la policía, al tiempo que lo hace con el lector.

Sí, sin duda el trazo principal del relato es la originalidad. Nos encontramos frente a una doña Emilia que subvierte todos y cada uno de los estereotipos del género. Se las compone para que el detective ocasional sea al tiempo un sospechoso de cara a los agentes de la ley: policías y jueces. Pero no solo eso: suplanta a la policía, les da órdenes, les escamotea información y es él quien impone el ritmo y las pausas de las pesquisas. Finalmente, sin despeinarse demasiado, toma las riendas de la investigación, participa en ella activamente y, a escondidas de los agentes del orden, resuelve el crimen.

Justamente en la resolución del crimen es cuando la autora ejecuta la pirueta más llamativa. ¿Resolución del caso implica detención del culpable? Como lo que estoy escribiendo es un prólogo, no pienso destriparles el desenlace. Solo les diré que, tal y como es prescriptivo, todo cuadra y, a su modo, la justicia resplandece. Ustedes comprobarán que se trata de una justicia muy particular, que viene dictada por las convicciones del protagonista y por un cierto orden sociológico y moral que escapa bastante de lo riguroso. Sin embargo, hay piedad por los pecadores (como son llamados culpables y cómplices o testigos). El protagonista tiene todos los roles en su mano, también el de juez absoluto, si bien misericordioso.

Hay algo impagable en La gota de sangre : el lenguaje. La elegancia del estilo, la precisión de cada término, la recuperación de un castellano que, siendo antiguo, palpita de vida y gracia. Les confesaré que eso me ha puesto en el fondo de mal humor. Leyendo este texto nos damos cuenta de que nuestra lengua no ha evolucionado sino que se ha empobrecido. Muchas palabras ya no se usan y han sido sustituidas por absurdos anglicismos. Los giros sintácticos se han simplificado hasta el extremo, la musicalidad de las frases ya no se considera como un valor de la prosa… y podríamos continuar con muchas más desgracias concatenadas. Pero no pretendo amargar la fiesta a los lectores. Al contrario, les aseguro que valdría la pena leer el relato tan solo por el gozo que se experimenta estéticamente.

Doña Emilia describe poco los encuadres físicos de habitaciones o paisajes exteriores, tampoco incide demasiado en el aspecto de los personajes. Convertida en narradora de género, se ocupa más de los diálogos, que muestran el modo de ser de los hablantes, y lanza ráfagas de palabras que hacen avanzar la acción a toda máquina. Las palabras se desperezan y cobran aliento, las expresiones, comparaciones y metáforas juegan con el humor: «¿Sois simples como pájaros fritos o sois desmemoriados?»… «¡Ay, ay!, gimió Arahal imitando el cante jondo»… «Estará con algún pollete. Gonzalvo es tan viejo que no puede con el rabo»… «Era allí, en aquel nefando altar de galantería y depravación, donde había sido sacrificada la víctima»… ¡Maravilloso!

El desenlace (que sí puedo contar) coloca al protagonista en el momento de tomar una decisión importante: marchará a Inglaterra donde podrá ejercer con libertad su recién descubierta vocación de detective aficionado. Está seguro de que se encuentra dotado con todo lo necesario para llevar a cabo ese cometido. Es más, a su regreso, y convencido de que no le faltarán casos criminales en Madrid, promete contarlo y que llegue a la letra impresa. Ironía hasta el último momento. ¡Qué fantástica era Emilia Pardo Bazán! Un espíritu libre.

ALICIA GIMÉNEZ BARTLETT

LA GOTA DE SANGRE

I

Para combatir una neurastenia profunda que me tenía agobiado —diré neurastenia, no sabiendo qué decir—, consulté al doctor Luz, hombre tan artista como científico, y opinó sonriente:

—Usted no necesita cuidarse… sino todo lo contrario.

—¿Descuidarme?

—Casi… Tratamiento perturbador. Hacer cosas que presten a su vida violento interés. Lo que padece usted es atonía, indiferencia: le falta estímulo. ¿No podría usted enamorarse?

—Me parece que no. Las mujeres, para un rato. Y aun ese rato lo suelen envenenar. Y las que no lo envenenan, empalagan. Mal remedio, doctor, mal remedio.

—¿No le agradan los viajes?

—¿Viajes? ¿El Gladstone, el Baedeker,* las fondas? Me sé de memoria a Europa, y como no busque aventuras a lo Julio Verne… Ya no quedan más viajes emocionantes que los viajes en aeroplano…

—Pues no viaje usted por tierras; explore almas. No hay vida humana sin misterio. La curiosidad puede ascender a pasión. Para una persona como usted, que posee elementos de investigación psicológica…

Agradecí el consejo lo mismo que si hubiese de servirme de algo, y me fui convencido de que la ciencia, ante mi caso, se declaraba impotente.

Aquella misma noche, a cosa de las doce, entré en el teatro de Apolo y me senté en una butaca. Al hacerlo, pasé con el mayor cuidado por delante de los espectadores de mi fila, instalados ya. Creíame seguro de no haber molestado a nadie, y me asombró oír que uno de ellos, el más próximo a mí, me increpaba, en alta voz:

—¡Ya podía usted andar con cuidado, so tío!