La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas - Pedro Pablo Rodríguez - E-Book

La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas E-Book

Pedro Pablo Rodríguez

0,0

Beschreibung

Este nuevo libro continúa la publicación de la obra de Ramón de Armas, un hermoso empeño editorial en el que confluyen la cruzada de editores que no rigen su labor por el cálculo de beneficios, sino por el ofrecimiento al lector de textos que les sean útiles; el cariño sin límites de una hermana carnal y la colaboración de antiguos hermanos de estudios y de bregas de Ramón. Bienvenida sea La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas, que nos devuelve un poco la pérdida del hermano querido y, sobre todo, viene a sumarse a la pujante producción actual de historia nacional con las calidades de su contenido, sus análisis sin concesiones y su entrega a los pobres de la tierra. Prólogo de Fernando Martínez Heredia

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 524

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Edición:Ela López Ugarte

Composición, diseño interior y de cubierta:Joyce Hidalgo-Gato Barreiro

Corrección:Bárbara E. Rodríguez

© Pedro Pablo Rodríguez

© Ruth Casa Editorial

Sobre la presente edición:

© Ruth Casa Editorial, 2021

Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización de Ruth Casa Editorial. Todos los derechos reservados en todos los idiomas. Derechos reservados conforme a la ley.

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,  www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras publicaciones.

ISBN: 9789592421561

Ruth Casa Editorial

Calle 38 y ave. Cuba,

edif. Los Cristales, oficina no. 6,

apdo. 2235, zona 9A, Panamá

www.ruthcasaeditorial.org

www.ruthtienda.com

Índice

Prólogo

Ramón de Armas, Historiador

Nota a la compilación

Agradecimientos 

CUBA: SIGLO XIX

El padre Félix Varela: un pensamiento cubano precursor

José Martí: el alto sitial de los humildes 

José Martí: la verdadera y única abolición de la esclavitud 

Cristino Martos: “La política de tratar a Cuba como hermana, y no de tratarla como hijastra” 

José Martí: posiciones y principios ante una deuda impagable

“En casa”: semillero de una nueva ideología

José Martí y la época histórica del imperialismo

Unidad o muerte: en las raíces del antimperialismo y el latinoamericanismo martianos

José Martí y la integración latinoamericana

“Como quienes van a pelear juntos”: acerca de la idea de unidad continental en “Nuestra América” de José Martí 

De Guáimaro al Partido Revolucionario Cubano 

José Martí: junto a la “gran masa común” 

“Nació uno, de todas partes a la vez”: surgimiento del Partido Revolucionario Cubano

Montecristi: “Amasado con sangre de independencia”

El 98 en la perspectiva histórica cubana: diez tesis sobre el 98: apuntes

CUBA Y AMÉRICA LATINA: SIGLO XX

Los resultados de la ocupación militar

Dispersión, atrofia y depauperación de la población campesina en la Cuba colonial y neocolonial

Esquema para un análisis de los partidos políticos burgueses en Cuba: su relación con los dos principales sectores de la burguesía cubana (1899-1925)

La Universidad de La Habana: sus primeros anhelos reformistas

Ante la imposible anexión

La burguesía latinoamericana: aspectos de su evolución

Datos de autor

PRÓLOGO

Este nuevo libro continúa la publicación de la obra de Ramón de Armas, un hermoso empeño editorial en el que confluyen la cruzada de editores que no rigen su labor por el cálculo de beneficios, sino por el ofrecimiento al lector de textos que les sean útiles; el cariño sin límites de una hermana carnal y la colaboración de antiguos hermanos de estudios y de bregas de Ramón.

Éramos muy jóvenes, y novatos en el trabajo intelectual. La comprensión que habíamos recibido de la historia nacional era patriótica, con mucho más fastos y creencias que interpretaciones. Pero la joven Revolución necesitaba exégesis de la acumulación histórica sucedida en la Isla, en busca de entenderse mejor a sí misma, su presente y su proyecto, porque los tiempos mismos se habían revolucionado, y las relaciones entre ellos. Tratábamos de utilizar—y no de adorar— el marxismo, un nuevo instrumento intelectual que era al mismo tiempo una teoría de la revolución que debería suceder en todo el mundo —y también del mundo del futuro—, y la teoría del marxismo se apellidaba histórica. Por fortuna, la Revolución era nuestra brújula, y asumimos aquella tarea difícil y escabrosa desde un patriotismo comunista, es decir, cubano, socialista de los humildes, internacionalista y hereje frente a todo dogma.

Las consignas bien fundadas y capaces de síntesis logran trasladar significados y motivaciones, y mover voluntades. Eso sucedió con una que lanzamos alrededor de 1965: tenemos que trabajar la historia según las luchas de clases. Ella inspiró nuestras investigaciones acerca del proceso histórico de los eventos y las ideas cubanos, y contribuyó a que priorizáramos los conflictos sociales y persiguiéramos —sin separarlos— los problemas de la justicia social y la libertad, el colonialismo, las revoluciones, la independencia, la liberación nacional y el socialismo. Era una posición totalmente comprometida, y al mismo tiempo rigurosa y sin concesiones, respetuosa del contenido real de los hechos y las ideas —aunque nos gustaran o no—, inquisitiva y crítica, sin temor a andar por caminos nuevos ni al error. Como debe ser.

En medio de esos trabajos y afanes de los miembros del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana —“el grupo de la calle K”— llegó y se unió a nosotros Ramón de Armas Delamarter-Scott, que pronto se convirtió en un refuerzo excepcional. Ramón asumió esa posición y la hizo suya en su trabajo como historiador, allí y a lo largo de toda su vida. En el Departamento escribió La revolución pospuesta, a mi juicio una de las obras más importantes de la historiografía cubana de aquella portentosa primera etapa de la Revolución, y la publicó en la revista Pensamiento Crítico. El resultado general del trabajo de historiador de Ramón de Armas constituye un conjunto de aportes extraordinarios a la interpretación de la historia de Cuba. Los textos reunidos en este libro, ciertamente disímiles en sus asuntos, sus alcancesy sus motivos, tienen su denominador común en aquella posición yen el cuerpo de ideas que fue elaborando, y eso les confiere una lograda organicidad.

Los estudios martianos son algo central en la obra de Ramón de Armas, y esta no es la excepción. En trece de sus textos se maneja un amplio repertorio de asuntos relativos al pensamiento y la actuación del Apóstol. Quisiera hacer unos breves comentarios para resaltar aspectos que configuran la exposición compleja y muy coherente de la singularidad y la trascendencia de José Martí, basada en la interpretación específica de ellas que tiene Ramón, y que yo comparto.

La exposición de los juicios de Martí acerca de la Revolución del 68 revela puntos fundamentales de su concepción revolucionaria y de su posición política y social. Ramón muestra la profundidad del análisis y los objetivos martianos. En Guáimaro se acomodaron con generosidad los dos bandos rivales,dice Martí; pero después la Cámara se opuso a las necesidadesy los cambios que lapropia guerra revolucionaria producía: “cómo vició la campaña desde su comienzo […] aquella arrogante e inevitable alma de amo […] con que salieron los criollos del barracón a la libertad”, “cómo atolondró al espantado señorío la revolución franca e impetuosa”. “Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos”. Ante la democratización que portaban con su presencia masivay su actuación los campesinos blancos, mulatos y negros, libres ylibertos, explicita Ramón, los conservadores retrocedieron y el nuevo conflicto superó al que oponía a los terratenientes entre sí, y se convirtió en el principal.

Martí alaba dos grandes logros que aportó la Revolución del 68: la república soberana como único objetivo y la necesidad de la unidad de los cubanos. Cayó el anexionismo y se desgastaron el regionalismo y el predominio de casta dentro de la Revolución, y hubo tremendas experiencias prácticas que alzaron a los humildes y acercaron a las razas y los sectores sociales. La Revolución legó a la nueva subversión un potencial inmenso y un punto de partida superior. Por eso escribe, en 1891, que habrá que lograr una nueva república, no la de Guáimaro; y que la unidad no será esta vez entre los terratenientes, sino la del pueblo que participará, la de todos los que estén dispuestos: “el patriotismo cubano sacó de la derrota la ciencia política necesaria para no caer otra vez en ella”. Y en ese mismo texto va presentando tareas imprescindibles: que no haya más “directores naturales” de la sociedad por ser de clase alta y portar fórmulas y cultura foráneas, convertir en realidades el potencial de acción y creación de las clases populares, exaltar la unidad a partir de la sangre que siervos y amos derramaron juntos, y predicar las ideas de la revolución profunda y el proyecto republicano radical y democrático que buscarán tener su órgano político e ideológico en el Partido Revolucionario Cubano.

Un tratamiento análogo le da Ramón a numerosos aspectos de la obra y la trayectoria martianas abordados en los demás textos del libro que dedica al Apóstol, mediante la combinación sagaz de la exposición de hechos e ideas de este con los análisis y las interpretaciones que fueron fruto de las investigaciones del autor. Nos hace ver, por ejemplo, que el conocimiento que alcanzó Martí de rasgos fundamentales del imperialismo que estaba naciendo —el colonizado “de izquierda” suele creer que a Martí solo le tocaba llegar a “atisbos”—, y el manejo que hizo de ese conocimiento, es un eslabón de enorme importancia para comprender el conjunto de su posición intelectual, política e ideológica, su proyecto revolucionario y su verdadera estatura como pensador.En 1883, afirma que estamos “en el momento de un grave cambio histórico”. Quiero destacar algo que me parece esencial. Este pensador hijo de una colonia, con formación inicial en la metrópoli, estancias en países de América Latina y casi quince años de vida en Estados Unidos, fue un conocedor precoz del imperialismo desdela militancia anticolonial y en favor de la justicia social, con los de abajo, trabajadores y sectores humildes. Esa pertenencia opera como presupuesto ideológico que le ayuda a identificar a su mundo como “pueblos nuevos”,“sociedades nacientes”, “pueblos forzosamente embrionarios”, de condición muy diversa a la de los “pueblos industriales”.

Otro ejemplo es el de las razones y las implicaciones de postular una revolución de protagonismo popular con la guerra como vehículo creador y con una organización política que fuera férrea y democrática al mismo tiempo, como única salida posible a la situación cubana. Los orígenes de la nación son examinados por Ramón con los instrumentos del análisis de ciencia social. En la política martiana, expone, “la independencia (la no dependencia) llegó a tener un claro sentido popular, y por lo tanto clasista”. Martí pretendió la creación de una república de mayoría popular, en la cual —ha anotado en su Cuaderno—“la minoría estará siempre en minoría: ¡como debe estar, puesto que es la minoría!”. Ante este proyecto, el autor vuelve sobre sus tesis de La revolución pospuesta, acerca de la burguesía de Cuba. Clase subordinada al capitalismo colonialista y a los sucesivos papeles que le asignan, ninguno de sus dos sectores hacia el final del sigloxixpodrá ser motor revolucionario. No pueden ir más allá de favorecer una “independencia de clase”, es decir, una “independencia azucarera”, que garantice su dependencia de Estados Unidos.

Por eso Martí —explica Ramón— lucha por una unidad en la que los protagonistas políticos de la insurrección sean las más amplias masas populares, que incluyen a la pequeña burguesíaurbana y rural. Después del triunfo, esas masas —motivadas por el ideal y formadas en la guerra revolucionaria— serán la base social fundamental para conseguir el doble objetivo: reparación socialy liberación nacional. La república de mayoría popular debe ser capaz de regular la economía para lograr una distribución más equitativa de las riquezas y una disminución de las diferen- cias sociales, con participación indirecta y proporcional de todas las clases sociales en la gestión de gobierno. Los conceptos éticos de desinterés y equidad martianos son la forma ideológica de una concepción política y social definida, y expresan un objetivo económico que se corresponde adecuadamente con la estructura clasista de la sociedad cubana y con el grado de desarrollo alcanzado entonces por las fuerzas productivas. Ramón hace análisis de clases, algo que necesitamos tanto en la Cuba actual.

En vez de limitarse a elogiar la grandeza de Martí, el autor ha investigado su actividad intelectual, sus puntos de partida, su posición en ciencia social, sus conceptos, su método, y esto le permite dar a conocer una de las facetas principales, pero menos manejadas, de esa grandeza. Celebra, por ejemplo, su precoz desarrollo en la ciencia política, visible en el texto sobre la república española de 1873:

un trascendente paso […] en la evolución de una dialéctica sorprendente en la valoración de lo universal abstracto y lo nacional concreto: era, de hecho, un cuestionamiento formidable en la comprensión de la relatividad de las ideas políticas y las corrientes universales de pensamiento, de aquellas “ideas absolutas” que —como diría más de una década después en “Nuestra América”— tienen que ser puestas en formas relativas y genuinas, “para no caer por un yerro de forma”.

Otra de las características de la concepción martiana que destacaes cómo valora muy positivamente en políticos y hombres de acción “la autenticidad y el carácter genuino de las ideas políticas y sociales, y el alejamiento de la copia imitativa y acrítica de teorías y métodos surgidos en y para otras realidades”.

No brinda un real provecho aplaudir el intelecto martiano sin comprender su contenido y su alcance, sin situarlo en su originalidad y en los altos muros que tuvo que vencer. Una gran parte de los pensadores notables de América Latina de su tiempo estaban presos en las ideas y los prejuicios del colonizado mental, y la mayoría de los pensadores de los centros del capitalismo de su tiempo padecían de soberbia colonialista, eurocentrismo,cientificismo y racismo. Estos textos, y la mayor parte de la obra de Ramón de Armas, nos ayudan a apropiarnos realmente del pensamiento de Martí, y a servirnos mejor de él para las tareas tan grandes y difíciles que tiene ante sí el conocimiento social.

No alargaré este prólogo entrando a comentar los demás trabajos reunidos aquí. Solo añado que contienen numerosas ideas, sugerentes y profundas, con mayor o menor desarrollo. Y que entre ellos dos monografías —una sobre población campesina en nuestra historia y la otra sobre partidos políticos entre 1899 y 1925— constituyen aportes serios a la historiografía cubana.

Bienvenida sea La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas, que nos devuelve un poco la pérdida del hermano querido y, sobre todo, viene a sumarse a la pujante producción actual de historia nacional con las calidades de su contenido, sus análisis sin concesiones y su entrega a los pobres de la tierra.

Fernando Martínez Heredia

RAMÓN DE ARMAS, HISTORIADOR

La presente compilación deja bien claro que Ramón de Armas fue un investigador analítico, riguroso, metódico y de mirada profunda en los intersticios que explican los acontecimientos y los procesos histórico-sociales.

Paciente y tenaz, De Armas sabía ir ovillando sus preocupaciones poco a poco, con paso seguro y continuo, tras acumular una abrumadora cantidad de elementos, hilvanaba la fundamentación sólida de sus análisis y conclusiones. No se interesó tanto por desmenuzar sucesos, ni siquiera por narrar procesos particulares: fue sobre todo un estudioso de las ideas, las que examinó en estrecha unión con los acontecimientos e intereses en que ellas se debatían. Tales rasgos caracterizan al conjunto de artículos, ensayos y estudios que forman esta segunda reunión de sus textos.

En más de uno de estos escritos afloran los conocimientos sociológicos y filosóficos que siempre le animaron y que, indudablemente, enriquecieron su quehacer historiográfico. Son palpables tales cualidades especialmente en sus textos quizás temática y analíticamente más densos, en los que prevalece su inteligente y creador aprovechamiento del criterio marxista, que, por cierto, nunca se doblegó ante la aplicación a la fuerza o la cita a destiempo. Otros de sus trabajos, más centrados en bojeos de menor dimensión y largura histórica, gozan de los favores del ensayo breve y del artículo, que no por ello desmerecen en cuanto a los rasgos que he señalado como características de su laboreo intelectual.

En todos los casos, no obstante, se aprecia su pasión mayor, la del historiador, que es alcanzar la verdad. Su obra toda es una reflexión acerca de los avatares para alcanzar y desarrollar la nación: los obstáculos y las circunstancias favorables de ese singular proceso fueron develados por él con honestidad y pasión transformadora, lo mismo al referirse al pensamiento que a las personalidades e instituciones más diversas del país cubano. La razón de ser de su trabajo, a plena conciencia, fue contribuir a conocernos mejor y dar consistencia histórica a los proyectos renovadores de la sociedad cubana.

Para quienes le vieron de lejos o en las varias actividades científicas, culturales y de los menesteres profesorales, seguramente les ha quedado la imagen de su seriedad y solidez expositiva, de su juicio mesurado, de su razonamiento elaborado. Para quienes compartimos horas, muchas horas de conversación, de debate, de lectura y análisis de nuestros textos y los de otros autores, sabemos de su observación sagaz, de su consejo útil, y hasta de la ficha obtenida en sus búsquedas, que entregaba a otro con el dato necesario.

En verdad, no le vi manifestar la indeseable vanidad ni el estúpido espíritu de propiedad intelectual. Solía intercambiar ideas, juicios, informaciones, cosa que bien saben los tantos jóvenes que pasaron desde 1977 por los Seminarios Nacionales Martianos, con los que siempre colaboró estrechamente. No desdeñó la difusión a través de los medios masivos, y su autoría se derramó por periódicos y revistas, en una época feliz del periodismo nacional, cuando este abría espacio ancho para los temas de historia y de pensamiento.

Tuvo la dicha, además, de que varios de sus textos fueran traducidos al inglés, al francés, al portugués, al ruso y al eslovaco, y por una veintena de países llevó sus ideas, así como la imagen y la verdad de Cuba.

Sin estridencias, casi como sin querer, Ramón de Armas fue entregando una de las bibliografías más abultadas en número y también de las más aportadoras entre los estudiosos de los temas cubanos. Intelectual de su tiempo, metido dentro de la cotidiana historia que iba haciendo su propio pueblo, su obra como historiador no estuvo al margen de su vida, sino que fue su gran entrega y ejemplo de su compromiso patriótico y socialista.

Pedro Pablo Rodríguez

31 de octubre de 2011

Ramón, vives en tu obra

Nota A LA COMPILACIÓN

En La mirada martiana de Ramón de Armas, compilada por Liana Hilda de Armas Delamarter-Scott, se materializó “el libro pensado por Ramón”, que reunía textos en torno a Martí relacionados con la república que el Maestro aspiraba para Cuba, así como con su estrategia continental, su análisis de la sociedad norteamericana, y con su visión de España.

En este empeño por recuperar su obra, se ha tratado de proporcionar la continuidad histórica que él hubiera deseado ofrecer a los lectores, y así se reúnen en este nuevo libro textos cuyos temas corresponden a los siglos xix y xx de la historia de Cuba. Por tratarse de la compilación de ensayos de un autor fallecido, se han respetado los textos tal cual fueron publicados, y por ello aparecen algunas repeticiones de ideas y de citas.

Por estar la segunda mitad del siglo xix indisolublemente unida a Martí —eje de ella y de nuestras raíces—, y por tratarse en este caso de un estudioso de la obra del Maestro, estos textos constituyen profundos análisis acerca de su temprana filiación; sobre los esfuerzos martianos por agrupar a los cubanos de distintos antecedentes, razas y posiciones alrededor del Partido Revolucionario Cubano que organizaba a la vez que preparaba la denominada guerra necesaria. Igualmente profundiza en las posiciones de Martí frente a fenómenos sociales que surgían —como el imperialismo norteamericano y lo que hoy llamamos “la deuda externa”. Se incluyen estudios sobre hechos que son pilares históricos, como la Asamblea de Guáimaro y el Manifiesto de Montecristi, al igual que una semblanza sobre Félix Varela. Le dan cierre al siglo xix unos apuntes inconclusos, pero muy valiosos: su preparación preliminar de un trabajo que estaría constituido por diez tesis sobre el 98 en la perspectiva histórica cubana.

Los estudios relacionados con la historia cubana del siglo xx resultan esenciales para la comprensión de la república mediatizada, ya que tocan diversos aspectos de sus primeras décadas. Los lectores encontrarán profundas reflexiones sobre los verdaderos objetivos que determinaron la intervención militar norteamericana en la Guerra de Independencia, así como acerca de los resultados de dicha ocupación militar, y un minucioso análisis socio-económico sobre la situación del campesinado cubano en la Cuba colonial y neocolonial. Hallarán un excepcional ensayo —fruto de una exhaustiva investigación— acerca de los partidos políticos burgueses en Cuba y su relación con los dos principales sectores de la burguesía cubana, y otro sobre aspectos de la evolución de la burguesía latinoamericana, trabajo que constituye el capítulo introductorio a su tesis de grado. También transitan estos exámenes por la historia de la Universidad de La Habana durante la segunda década del siglo xx, con referencias a figuras de la talla de Enrique José Varona, Julio Antonio Mella y Carlos de la Torre y Huerta.

Es de esperar que esta compilación resulte de valor y utilidad no solo para los estudiosos de nuestra historia, sino también para todos los cubanos interesados en adentrarse en ella —en nuestras raíces— de modo que, a partir de su conocimiento, comprendan mejor nuestro presente, y —sobre todo— puedan mejorar nuestro futuro. Para eso trabajó incansablemente Ramón de Armas toda su vida, y por eso ha recibido, post mórtem, la distinción Pensar es Servir, el más alto galardón que otorga el Centro de Estudios Martianos, su último refugio y centro laboral.

Pedro Pablo Rodríguez

31 de Julio de 2011

AGRADECIMIENTOS

En este continuado empeño de recuperar la obra de Ramón de Armas, son muchos los colegas y amigos que han prestado su meritoria y decisiva colaboración, ya que entre todos hemos unido fuerzas para lograr este propósito.

Es, por tanto, que agradezco profundamente a sus gestores originales, Carlos Tablada, de Ruth Casa Editorial, y Fernando Martínez Heredia, del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello, la decisión de publicar La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas, cuyo precedente fue La mirada martiana de Ramón de Armas. Sin ellos, esta segunda obra —simplemente— tampoco hubiera podido salir a luz.

A Eduardo Torres Cuevas, por facilitar el acceso a la bibliografía de Ramón en los fondos de la Biblioteca Nacional José Martí, permitiendo así completar la investigación documental realizada por su hermana, Liana de Armas, al igual que a su esposo, hijos y nietos, quienes han colaborado desde el principio. Igualmente a Fernando Martínez Heredia, por su magnífico prólogo, además de haber jugado un papel decisivo en la consecución de este propósito.

A las especialistas de La Biblioteca Nacional José Martí Lourdes de la Fuente, Ivonne Cantero y Guelsy Alfonso, por su profesionalidad.

A Ana Sánchez Collazo, directora del Centro de Estudios Martianos, y al versado grupo de especialistas de la Biblioteca Especializada de dicha institución.

A todo el equipo editorial: a Denise Ocampo —cada vez más sabia no obstante su juventud, que me ha brindado su cooperación invariable y sostenidamente. A la editora, Ela López Ugarte, cuya excelencia y profesionalidad, aparejadas a su rigor y experiencia se han manifestado a todo lo largo de su valioso trabajo editorial.

A Nora Báez Ferreiro, y a Odelyn Díaz Tornín, por su apoyo en otras tareas.

Al diseñador Joyce Hidalgo-Gato, por su magnífico trabajo; a Cary Rodríguez por su labor de mecanografía, así como al resto de integrantes de Ruth Casa Editorial quienes, desde sus tareas respectivas, coadyuvaron a que este proyecto se materializara.

CUBA: SIGLO XIX

El padre Félix Varela: un pensamiento cubano precursor

En 1822, diputados por Cuba a las nuevas Cortes españolas, arribaban a Cádiz el catalán Tomás Gener y los cubanos Leonardo Santos Suárez y Félix Varela Morales. El tercero —descollante presbítero habanero— llegaría con el tiempo a merecer, de los más insignes cubanos de finales de su siglo, el honroso calificativo de “el que nos enseñó primero a pensar”.

Varela había sido uno de los diputados seleccionados por el voto popular en 1821, ocasión en que fueron anulados los comicios. Fue reelecto. Y las sesiones de las Cortes, iniciadas en octubre de 1822, no solo le dieron nueva base al acrecentamiento de su ya notable renombre, sino que marcaron un hito capital en la evolución ascendente de su pensamiento político.

Catedrático

Había recorrido en pocos años una destacada trayectoria intelectual que le dio singular brillo en el seno de la sociedad habanera de su época. Recibió en 1806, a los dieciocho años de edad, la primera tonsura clerical. En 1811, dada su excepcional capacidad, y aun antes de haber sido ordenado de presbítero, el obispo de La Habana fray Juan José Díaz de Espada y Landa, le había concedido la necesaria dispensa de la edad para que pudiera ocupar la cátedra de Filosofía en el Real y Conciliar Colegio de San Carlos y San Ambrosio, donde Varela estudiaba. Desde la cátedra, había arremetido contra el uso del latín, que prevalecía en la docencia superior, y contra la filosofía escolástica dominante. Había impulsado con ello al país a una nueva etapa de su vida intelectual. Y aquel había sido, además, su primer enfrentamiento contra alguna de las manifestaciones del espíritu colonial que oprimían a su patria.

Tres propuestas a las Cortes

Ahora en 1820, al restablecerse la Constitución de Cádiz, el propio obispo Espada inauguraba en el ya mencionado Seminario de San Carlos la cátedra de Derecho Constitucional, que correspondía explicar —lo haría con gran lucimiento y destaque— al padre Félix Varela. Y ahora también, cuando se abrían las sesiones de las Cortes, nuevos enfrentamientos le irían acercando al núcleo de los problemas que su larga visión detectaba como pensando sobre su pueblo y su tierra natal.

Allí presentaban, entre múltiples ponencias y menciones acerca de numerosos otros temas, tres proyectos fundamentales. Una propuesta de legislación para la abolición de la esclavitud, un proyecto de gobierno propio —autonómico— para las colonias no independizadas de Cuba y Puerto Rico, y un conjunto de medidas conducentes al reconocimiento de las nacientes repúblicas hispanoamericanas, con la consiguiente concertación de tratados de amistad y comercio mutuamente beneficiosos. Era, es evidente, el pensamiento de un avisado estadista que anticipaba soluciones para los graves conflictos vigentes en su tierra, y que además se adelantaba, con penetración, a la necesaria y conveniente cercanía entre una España que ya no podía ser metrópoli, y una América decidida a nacer a la vida independiente. Pero era aún, sin lugar a duda, un pensamiento español.

Sin embargo, su breve pero intensa experiencia en las Cortes le haría aprender enseguida la lección tremenda y medular de la necesidad de independencia para Cuba. En efecto, allí veía que aquella España no podía dar a su patria libertades y reformas que no podía garantizar en su propio territorio. Allí aprendía que Cuba solo lograría su progreso mediante una emancipación que debía ser alcanzada por los medios y esfuerzos de su propio pueblo.

Reinstaladas las Cortes en Cádiz, al presentarse allí los franceses y verse obligados los diputados a escapar de la ciudad y de España, Varela se refugiaba, con otros, en Gibraltar. Antes de terminar el año —17 de diciembre de 1823— llegaba, desterrado, a la ciudad de Nueva York. Y al comenzar 1824 se abría para él una nueva etapa de su vida: se convertía, a partir de entonces, en el primer cubano que sostuvo con su pluma la necesidad de romper los lazos coloniales —que no los fraternales— con la metrópoli, para alcanzar la prosperidad y las posibilidades de avance que aquella le cerraba a su colonia. Fue, así, el primer vocero de la idea anticolonial en Cuba. Y fue precursor, propulsor y maestro de la lucha por una independencia a la cual se habría de llegar no por la vía de la evolución, sino por el camino de la revolución. Por entonces, afirmaba: “Deseando que se anticipe la revolución, solo intento contribuir a evitar sus males. Si se deja al tiempo, será formada, y no muy tarde, por el terrible imperio de las circunstancias; un hado político la decreta; ella será formada por el mismo gobierno español…”. Dicho esto no en la antesala de las guerras independentistas de 1868 o 1895, sino en tan temprana época como el primer cuarto del siglo xix.

Precursor de la independencia

José Martí lo caracterizó —mucho después, para siempre— como “aquel patriota entero que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo”. Y lo hizo —añadía— sin confundirse en sus objetivos ni concebir “la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto”. Porque, en efecto, bien lo había precisado el preclaro presbítero y gran patriota en cuanto hubo de comprender la necesidad de emancipación: “Estoy contra la unión de la Isla a ningún gobierno, y desearía verla tan isla en política como lo es en la naturaleza”. Y a la vez, al tiempo que proclamaba la imperiosa necesidad del rompimiento con España, ratificaba el cariño que debía determinar las relaciones entre Cuba y su antigua metrópoli: “Se aproxima el tiempo” —decía— “en que los [españoles] europeos residentes en América conozcan que los americanos no son, como creen, sus enemigos, sino sus hermanos”.

Fueron lección viva la vida y la obra de este maestro de próceres. Y el honor a su memoria ha encontrado diáfana expresión definitoria en su pueblo agradecido; la más alta condecoración que hoy confiere el Estado cubano a las personalidades nacionales y extranjeras excepcionalmente destacadas en la esfera de la cultura, es precisamente la orden instituida en 1980, y que lleva el glorioso nombre del venerado patriota y sacerdote ejemplar.

Tomado de Cádiz Iberoamérica, Diputación Provincial de Cádiz, Cádiz, 12 de octubre, 1984, pp. 48-49.

José Martí: el alto sitial de los humildes

“Los humildes”, “los pobres de la tierra”, “la masa sufridora”, “la gran masa irredenta”, no son en José Martí simples giros hermosos de excelente prosa. Son, en su pensamiento y en su acción políticos, contenidos concretos y precisos dentro de la estructuración social de su realidad cubana y americana; y a ellos corresponde un doble e importante papel en la estrategia revolucionaria que, para Cuba y para todo el Continente, Martí concibe.

En efecto, desde los inicios mismos de su quehacer revolucionario, Martí actúa a partir de un compromiso muy definido y muy temprano, de una verdadera toma de partido, junto a las clases más humildes y desposeídas de nuestra sociedad. Sus trabajos forzados en la cárcel, cuando era casi niño todavía, habían marcado su carácter de modo indeleble, y señalaron rumbo y derrotero a la trayectoria de su vida. Muchos años después, en unas anotaciones suyas de las que hasta hoy solo sabemos que fueron escritas con posterioridad a 1885, el Maestro afirmaba: “No es nada; pero como yo trabajo, amo a los que trabajan: yo también he abierto piedras, y he saltado minas, y he cargado por las calles sus pedazos [...;] yo me he visto las manos y los pies tan rotos como si me los hubieran clavado en la cruz; yo me he abierto un abrigo contra la deshonra arando en la roca con mis propias manos [...] // De todos los oficios, prefiero el de la imprenta, porque es el que más ha ayudado a la dignidad del hombre, y el de edificador y cantero, porque yo rompí piedras para amasar edificios”.1

1José Martí:Fragmentos, enObras completas, La Habana, 1963-1973, t. 22, p. 252. [En lo sucesivo,OC. (N. de la E.)]

Junto a estos recuerdos de momentos que resultaron definitorios en su vida, corren parejas las imágenes que, en edad aún más temprana, habían quedado grabadas en su mente acerca de la esclavitud.

“Qué vi yo en los albores de mi vida?”, se pregunta en cierta ocasión. Y como recuerdo que él considera el segundo en importancia, entre los más antiguos que tenía, menciona: “El boca abajo en el campo, en la Hanábana”, o sea, el azote de los esclavos negros, en un pequeño caserío donde vivió cuando tenía unos nueve años de edad.2 En algún otro escrito, abundaría: “¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era niño, y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza [...] Yo lo vi, y me juré desde entonces a su defensa”:3 ese juramento íntimo será, ciertamente, un elemento de permanente presencia en el cuerpo de ideas de José Martí, y una condicionante fundamental, si bien no siempre expresada, de su acción política. Así, en 1889, en carta a Rafael Serra, fundador de la sociedad de cubanos negros La Liga de Nueva York, dice:

2 Ibídem, p. 250.

3 Ibídem, p. 189.

para ir a donde debemos, que no es tanto el mero cambio político como la buena, sana, justa y equitativa constitución social, sin lisonjas de demagogos ni soberbias de potentados, sin olvidar jamás que los sufrimientos mayores son un derecho preeminente a la justicia [...] Ya verá lo que me sale del alma, cuando llegue la hora de la necesidad, a propósito de estas cosas [...] // Ya Vd. sabe que yo no digo lo que tengo en el corazón, por miedo de que los que han padecido tanto en manos de los falsos amigos, vayan a tomar mi entusiasmo, y el juramento que me tengo hecho de vivir para servirles, por entrometimiento y adulación, o deseo de buscarme popularidad”.4

4JM: Carta a Rafael SerraOC, t. 20, pp. 345-346.

He ahí al hombre, espejándose a sí mismo en factores determinantes que han condicionado y han configurado objetivos vitales permanentes. Y por ellos actuará: por los trabajadores, los hombres que llevan sobre sí la carga del problema social de su época, y por los otros hombres que llevan, además del primero, y como parte de él, la carga tremenda del problema racial. Debe quedar claro: no se trata de objetivos tácticos: se trata de objetivos estratégicos de la revolución de Martí, y de fines muy precisos de reparación social que el Maestro se ha planteado ante sí mismo desde los propios inicios de su acción política.

Pero la revolución que para Cuba prepara Martí como primera etapa de una estrategia revolucionaria continental, no solo sabría “aprovechar la libertad en beneficio de los humildes, que son los que han sabido defenderla.”5 En ella, además, aparecerán como la fuerza social determinante, si bien no única, para llevar a cabo su doble tarea: por una parte, el cumplimiento de los ya aludidos fines de reparación social; por otra parte, el inicio de un imprescindible reordenamiento económico y social que permita oponerse con éxito a la ya desatada penetración imperialista.

5JM: Carta a José Dolores Poyo, noviembre 29 de 1887,OC, t. 1, p. 212.

Porque, en efecto, Martí ha calado muy hondo en el análisis de la coyuntura que afecta al conjunto del Continente. A su comprensión acertada de las realidades latinoamericanas y de las características de las estructuras económicas y sociales vigentes en nuestros países, se ha sumado su profunda percepción de la transformación de Estados Unidos en un poder imperialista. Y más aún: ha identificado, con eficacia, algunos de los mecanismos que están siendo utilizados por el naciente imperialismo para lograr su penetración en los países de nuestra América.

Tal es el caso, por ejemplo, de los tratados que los Estados Unidos han venido concertando tanto con España, en acuerdos que comprometen a Cuba y a Puerto Rico, como con la República Dominicana y Nicaragua. De todos ellos, Martí ha previsto las graves consecuencias: “De nada menos se trata que de ir preparando, por un sistema de tratados comerciales o convenios de otro género, la ocupación pacífica y decisiva de la América Central e islas adyacentes por los Estados Unidos”.6

6 JM: “Cartas de Martí”, OC, t. 8, p. 87.

Y ha advertido: “y vendrán los Estados Unidos a ser, como que les tendrán toda su hacienda, los señores pacíficos y proveedores forzosos de todas las Antillas”.7

7 Ibídem, p. 88.

Por eso, porque ha comprendido los grandes peligros, y porque ha ido detectando las vías que el imperialismo instrumenta para obtener el dominio sobre otros pueblos, Martí se ha dado a la urgente tarea de quitarle a la penetración norteamericana la fuerza adicional que obtendría, para caer sobre las demás tierras de América, si las Antillas aún españolas no lograsen alcanzar a tiempo su independencia absoluta. Y por eso, también, ha sido terminante en su llamado: “si quiere libertad nuestra América, ayude a hacer libres a Cuba y Puerto Rico”.8

8JM: “Otro Cuerpo de Consejo”,OC, t. 2, p. 373.

Pero su análisis no se limita a la constatación aislada del fenómeno: va acompañado del entendimiento y la denuncia del papel entreguista que en esta relación de nuevo tipo desempeñan las propias burocracias latinoamericanas.

Realmente, para Martí, hay en “los hombres activos” de nuestros países “un inmoderado deseo [...] de desarrollar, aun a costa de la libertad futura de la Nación, sus riquezas materiales”.9 El propio caso de Cuba, por su parte, ha hecho evidente el papel que los más importantes sectores de nuestras burguesías estaban llamados a jugar en esta relación con el naciente imperialismo norteamericano: esos tratados de reciprocidad cuyos peligros Martí avisora son, precisamente, el tipo de tratado por el que ha abogado durante años la burguesía azucarera cubana. Y en el plano político, además, han sido los representantes de estos sectores “los que en algunos instantes parecieron más deseosos de entregar la patria al extranjero que de auxiliar a su independencia”:10 han sido los que “por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta solo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante,—la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país,—la masa inteligente y creadora de blancos y de negros”.11

9 JM: “Cartas de Martí”, OC, t. 8, p. 87.

10 JM: Carta a Enrique Collazo, OC, t. 1, p. 292.

11 JM: Carta a Manuel Mercado, 18 de mayo de 1895, OC, t. 4, p. 168.

Sin intentar la exclusión de clase social alguna, las circunstancias de Cuba en la época ni se lo exigen ni se lo permiten. Martí es plenamente consciente de que una parte importante de las clases poseedoras de los medios fundamentales de producción habrían de marginarse a sí mismas del proceso de transformaciones que él propugna, y habrían, en buena parte, de oponerse al mismo. Y por ello, aunque no cierra las puertas a toda colaboración de signo patriótico, cuenta básicamente con los sectores más humildes y desposeídos, con las más amplias masas populares, como fuerza social y de liberación nacional. Son estos, ciertamente, los grupos sociales que, incluyendo a la empobrecida pequeña burguesía, han dado aliento y sustento vital al Partido Revolucionario Cubano por él creado en la emigración para organizar y llevar a cabo la revolución.

Alguna vez, pensando en la forma de gobierno a la que ha de tenderse en la república, Martí concebía una en la que “la minoría estará siempre en minoría: ¡como debe estar, puesto que es la minoría!”.12 Y de ese modo, con la minoría en minoría, la república que Martí procura para Cuba, y que constituye el primer e imprescindible paso de su estrategia revolucionaria continental, es, evidentemente, la república de mayoría popular.

12 JM: Fragmentos, OC, t. 22, p. 109.

Ella sería capaz, como lo sería también Puerto Rico a la hora de la liberación, de acometer las profundas transformaciones necesarias para oponerse con éxito a la expansión imperialista: “No a mano ligera, sino como con conciencia de siglos, se ha de componer la vida nueva de las Antillas redimidas. Con augusto temor se ha de entrar en esa grande responsabilidad humana. Se llegará muy alto, por la nobleza del fin; o se caerá muy bajo, por no haber sabido comprenderlo. Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar”.13

13 JM: “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano. El alma de la Revolución, y el deber de Cuba en América”, OC, t. 3, p. 142.

Y señalaba la ceguera y pequeñez de aquellos que intrigaban contra la obra revolucionaria e intentaban “acusar de demagogia, y de lisonja a la muchedumbre, esta obra de previsión continental”.14

14 Ibídem, p. 142.

La fuerza de la revolución iniciada por Martí solo pudo ser detenida cuando a la trágica caída en combate del Maestro se sumó la posterior intervención militar directa del propio imperialismo estadounidense, decidido a impedir todo riesgo de modificación de la estructura entonces vigente en nuestra sociedad. El sometimiento de Cuba al orden neocolonial, y la continuación del estatus colonial de Puerto Rico, que dejó de ser colonia española para comenzar a ser colonia yanqui, dieron al imperialismo, como lo había previsto y advertido Martí, “esa fuerza más” con la cual caer sobre nuestras tierras de América.

Tendrían que pasar varias décadas para que, retomados sus objetivos por la Generación del Centenario, que asaltó el cuartel Moncada, los postulados antimperialistas y profundamente revolucionarios de José Martí entroncaran de manera natural y directa con los postulados de transformación económica y social de la revolución socialista a la que la lucha cubana daba ya lugar. En la base misma de este proceso, estaba la definición radical de Martí junto a las masas populares, consciente de los trascendentes objetivos de la lucha que emprendía, y de las fuerzas sociales con las que podía contar para alcanzarlas.

Las clases trabajadoras, las clases sociales más humildes, ocupaban desde entonces, en su proyecto revolucionario, el más alto sitial. Y a quienes alguna vez pusieron en duda su filiación junto a ellas, el propio Maestro les respondería: “Pues mi padre, Sres., fue un soldado; pues mi madre, Sres. [...], es una mujer humilde; pues mi hijo, señores, aunque en versos le llame yo mi príncipe, será un trabajador, y si no lo es, le quemaré las dos manos”.15

15 JM: Fragmentos, OC, t. 22, p. 17.

Tomado de Bohemia, La Habana, no. 75 (29), 1983, pp. 31-34.

Reproducido por Areíto, Nueva York, vol. IX, no. 34, 1983.

José Martí: la verdadera y única abolición de la esclavitud1

1 Trabajo presentado al Coloquio sobre la Abolición de la Esclavitud en las Antillas Españolas, celebrado en París los días 27, 28 y 29 de noviembre de 1986, organizado por el equipo de investigaciones Histoire des Antilles Hispaniques de la Universidad de París VIII —Saint Denis— y el Centro Interuniversitario de Estudios Cubanos (CIEC).

Que la elocuencia de los tribunos es más que gala, crimen, cuando se lamentan […] desde los escaños de la casa de las Leyes, de un mal bochornoso al que pudieran dar en tierra, con reducir a ley sincera sus lamentos. // Pero es de temer ¡ay! que cubiertos de grillos y de harapos saltarán luengos años cequias y cercas, con sus aperos de labor al hombro, los infortunados esclavos de Cuba. Es hermoso decir bien y alzar la voz en la solemne Cámara como sonido de arpa melodiosa. ¡Oh, qué buen discurso fuera echar a andar en el salón de Cortes a una de esas manadas de esclavos!

José Martí2

2 José Martí: “España”, en Obras completas, La Habana, 1963-1973, t. 2, p. 300. [En lo sucesivo, OC. (N. de la E.)].

Aunque iniciada, en realidad, en fecha que quizá debe referirse a 1865, año en que se presenta el llamado Proyecto Montaos, el proceso oficial de abolición de la esclavitud en Cuba por el colonialismo español estuvo enmarcado, en lo fundamental, en un período de dieciséis años. Tuvo como hitos mayores, como es sabido, la llamada Ley de Vientres Libres, o Ley Moret, de 4 de julio de 1870; la mal titulada Ley de Abolición de la Esclavitud, mejor conocida por Ley del Patronato, de 13 de febrero de 1880, y la Real Orden de 7 de octubre de 1886, suprimiendo el patronato. Es precisamente el centenario de esta última el que ha quedado señalado en el presente año por muy diversas actividades y encuentros científicos que en un buen número de países —incluyendo, desde luego, a Cuba— han tenido y están teniendo lugar. Y sin embargo, hacia aquella fecha de 1886, de más de trescientos sesenta mil esclavos que había habido en Cuba unos veinticinco años antes, quedaban ya escasamente alrededor de veinticinco mil “patrocinados” (poco menos del 7% de la cantidad inicial). Estos “patrocinados”, al decir de quienes redactaron el preámbulo de la propia Real Orden —y ello ha sido destacado por algunos investigadores cubanos—3 “pudieran ejercer escasa influencia en el estado de la agricultura y de la industria de la Isla”.

3 Ver, por ejemplo, Luis Ángel Argüelles: “La abolición de la esclavitud a través de algunos diarios habaneros de la época (1880 y 1886)”, inédito.

Un proceso real de abolición de la esclavitud en Cuba se había estado produciendo en la práctica de la lucha independentista y revolucionaria, y ello condicionaba —justo es destacarlo— las respuestas oficiales del colonialismo español alrededor de tan punzante cuestión. Se había iniciado desde muchas décadas atrás en la actividad conspiradora y en el apalencamiento —verdadero retorno, sin cruzar los mares, a las condiciones originarias y esenciales de la vida en el África materna— de cantidades mayores o menores de esclavos traídos a Cuba o nacidos en ella, pero comenzaba a tomar realidad con el inicio de la llamada Guerra de los Diez Años, a la vez que la masa liberada quedaba definitivamente incorporada a la nación que entonces surgía, desde los mismos primeros instantes de su existencia y desde su primer acto como tal nación.

No parece dejar lugar a dudas la vocación abolicionista de los hombres que, con Carlos Manuel de Cépedes a la cabeza, proclamaron la independencia de Cuba el 10 de Octubre de 1868, declararon que “todos los hombres somos iguales” y abogaron por una emancipación que —si bien enunciada con visible y necesaria cautela política— quedaba para siempre resumida y consagrada en el ejemplo magnífico y perdurable de dar la libertad a los esclavos propios, y llamarlos a incorporarse a la lucha independentista que entonces se iniciaba. Pero más acá del símbolo y del ejemplo, y más acá —también— de la cautela, el proceso real de abolición en Cuba tuvo su continuación en el decreto de la Asamblea del Centro (Camagüey) que el 26 de febrero de 1869 dejaba abolida la esclavitud, y tuvo un hito mayor en la Asamblea que logra la unificación de las regiones insurgidas. Fue este del 10 de abril de 1869 —día en que tuvo lugar la Asamblea de Guáimaro, y día en el que la nacionalidad cubana alcanza forma concreta de nación— el que José Martí con justicia proclamara (muchos años después de las medidas oficiales del colonialismo español en 1870, 1880 y 1886) “el día único de redención del negro en Cuba”.4 Fue allí donde se estableció, en nuestro primer acto como nación, que “todos los habitantes de la República son enteramente libres”.5

4 JM: “‛Mi raza’”, OC, t. 14, p. 295. [Aquí y en las siguientes citas el énfasis es de Ramón de Armas. (N. de la E.)]

5 Hortensia Pichardo: Documentos para la historia de Cuba, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1973, t. I, p. 379.

No debe dejar de mencionarse que este no fue un proceso plano y vertiginoso, carente de dificultades y retrocesos. No es posible olvidar que fueron precisamente los terratenientes más progresistas de las regiones oriental y central del país quienes habían dado inicio a la lucha independentista, y que tanto sus posiciones clasistas como sus expectativas de apoyo por el resto de la clase terrateniente cubana, de origen esclavista, necesariamente limitaban —con independencia de sus verticales posturas individuales— sus medidas de carácter social. Fue sin dudas por lo primero que pocos meses después de la Asamblea de Guáimaro, el 5 de julio de 1869, un “Reglamento de Libertos” acordado por la Cámara de Representantes de la naciente República de Cuba vino a restringir la libertad que la Constitución proclamaba, y a obligar al liberto a trabajar en casa de otro patrono, o por cuenta del Gobierno, o consignado a determinados individuos particulares, incluidos terratenientes esclavistas que así conservaban sus dotaciones.6

6 Ibídem, p. 387.

Pero la realidad de la Revolución independentista se imponía, del mismo modo que lograban abrirse paso las posiciones más liberales y las posturas personales más generosas. Así, aquel retroceso temporal de julio de 1869 sufrió una necesaria y definitiva rectificación en la circular de Carlos Manuel de Céspedes de 25 de diciembre de 1870, derogando el Reglamento de Libertos, disponiendo libertad absoluta para la prestación de sus servicios, y ratificando que “el timbre más glorioso de nuestra Revolución a los ojos del mundo entero, ha sido la emancipación de los esclavos”.7

7 Ibídem, p. 388.

En la aguda interacción de las fuerzas —colonialistas y anticolonialistas— involucradas en la intensa lucha, no debe pasarse por alto la influencia que en esta decisión puede haber tenido la entrada en vigor, desde el 4 de julio de 1870, de la llamada Ley Moret, cuyo artículo tercero disponía que “todos los esclavos que hayan servido bajo la bandera española, o de cualquier manera hayan auxiliado a las tropas [españolas] durante la actual insurrección de Cuba, son declarados libres”.8 Pero una justa valoración de estas posibilidades exige igualmente que quede precisado que dicha ley no se publicó en Cuba hasta el 28 de septiembre de 1870, y que su reglamento no fue dado a conocer sino hasta dos años después, el 23 de noviembre de 1872.9

8 Ibídem, p. 384.

9 María del Carmen Barcia: Táctica y estrategia de la burguesía esclavista de Cuba ante la abolición de la esclavitud, inédito.

El otro hito mayor en el proceso real de abolición de la esclavitud en Cuba lo constituye, sin lugar a dudas, el Pacto o Convenio del Zanjón, que puso fin —a causa de divisiones y procesos internos que no vendría al caso analizar aquí— al heroico esfuerzo cubano de la Guerra de los Diez Años. En efecto, el 10 de febrero de 1878 era firmado por una parte de las tropas independentistas cubanas un acuerdo con las fuerzas colonialistas españolas mediante el cual, entre otros aspectos, España se obligaba a reconocer la libertad de los esclavos negros —y también de los “colonos” asiáticos— que habían luchado en las filas del Ejército Mambí: el ejército independentista cubano. La trascendencia de este triunfo que —dentro de la derrota— lograban las fuerzas revolucionarias cubanas, queda evidenciada no solo al conocer la incorporación masiva, y en ocasiones, mayoritaria, de la población esclava de Cuba al Ejército Libertador, sino al constatar —siguiendo las cifras aportadas por la notable investigadora norteamericana Rebecca Scott—10 que de los 368 550 esclavos reportados en Cuba poco más de un lustro antes de comenzar la guerra, en 1887 quedaban solamente 199 094 (escasamente un 51 %), y en 1881 esta cifra se había reducido a un total de 113 887, que representaba escasamente un 31 % de la cantidad de esclavos existente en 1861-1862.

10 Rebecca J. Scott: “Gradual Abolition and the Dynamics of Slave Emancipation in Cuba, 1868-1886”, en Hispanic American Historical Review, Duke University Press, 63, n. 3, agosto de 1983, pp. 475-477.

Es cierto: en febrero de 1880 había sido decretada —ya lo hemos visto— la llamada Ley del Patronato. Pero si tenemos en cuenta que según lo programado en la misma, la liberación de los “patrocinados” no debía comenzar sino hasta el quinto año después de su entrada en vigor (artículo 8º), hay que convenir en que, al concluir la Guerra de los Diez Años, la esclavitud había quedado herida de muerte en Cuba, no solo por razones político-sociales, sino por razones del propio desenvolvimiento económico de la colonia. Y así, aún antes de que se hicieran efectivos en 1885 y 1886 los plazos establecidos por la Ley del Patronato —y siempre siguiendo las cifras ofrecidas por Rebecca Scott—, ya había tenido lugar la emancipación de 60 550 “patrocinados” (50 %), de un total de 120 253. Hasta el propio año de 1886, 66 931 “patrocinados” (58 %) habían obtenido su liberación por procedimientos dentro de los cuales era necesaria bien una absoluta disposición de voluntad, bien una disposición parcial, por parte de los amos: mutuo acuerdo y renuncia del amo, en el primer caso, e indemnización por el propio “patrocinado”, en el segundo. Como resulta evidente, nada de esto hubiera podido suceder si el trabajo esclavo hubiera sido aún altamente rentable en la colonia cubana.

Pero todo ello se refirió, en su mayor parte, a las provincias no afectadas directamente por la lucha armada, porque en las provincias más involucradas en la guerra de liberación solamente quedaban en 1881 —y son cifras aproximadas— no menos de 575 “patrocinados” en Puerto Príncipe (o Camagüey), y 8 733 en Santiago de Cuba, lo cual constituye bajísimos porcientos (0,5 y 7,6, respectivamente) del total nacional de 113 887 “patrocinados”. Estas cifras, por otra parte, representan solamente el 3,8 y el 17,6 % de la cantidad total de esclavos existente en cada una de las mencionadas provincias en los años anteriores al comienzo de la guerra. En las de La Habana, Matanzas y Santa Clara tales porcientos se elevaban a 26, 39,6 y 38,8, respectivamente.

Parece incuestionable que, para el conjunto de la colonia cubana, había sido fundamentalmente la propia guerra la que había derrotado la esclavitud. Y ante las cifras que expresan el papel desempeñado por la Guerra de los Diez Años en la liberación de grandes masas de esclavos en Cuba, no es necesario enfatizar lo que el analista sagaz observa por sí solo: la Ley de Patronato de febrero de 1880 fue una respuesta a la necesidad colonialista de apaciguar a una población esclava que había aprendido —con el ejemplo de los que se alzaron— cuál podía ser la vía más directa para su propia emancipación. Esta respuesta llegó a ser requerida con la más alta urgencia cuando en agosto de 1879 —poco más de un año después de haber sido finalmente extinguida la Guerra de los Diez Años— un nuevo estallido insurreccional tenía lugar en el Departamento Oriental, con alzamientos en Holguín, Las Tunas, Santiago, Baracoa y Baire, y con repercusiones bélicas en Las Villas (Santi-Spíritus, Remedios, Sagua la Grande, Ciénaga de Zapata). Esta que pasaría a la historia de Cuba con el nombre de Guerra Chiquita encontraba un inmediato y fervoroso respaldo de las dotaciones de ingenio, ante cuya incorporación constante al campo insurreccional —y según los propios reportes de las autoridades españolas—11 fue necesario tanto decretar para los esclavos la prohibición de abandonar el área del batey como llevar a los ingenios las tropas regulares del ejército colonialista.

11Ver:Recopilación de documentos y órdenes dictadas con motivo del movimiento insurreccional que tuvo lugar la noche del 26 de agosto de 1879 en la ciudad de Santiago de Cuba, siendo comandante general de la Provincia el excelentísimo señor general D. Camilo Polavieja y Castillo, Cuba, Sección Tipográfica del E. M. de la Comandancia General, 1880.

Martí supo captar el claro oportunismo político que determinaba la emisión de la Ley del Patronato. El extenso análisis que de ella hacía en enero de 1880 —cuando aún no concluían los debates sobre la Ley en las Cortes españolas— golpeaba con acierto en la interpretación de las realidades de la dominación colonialista. El gobierno de España había garantizado —decía Martí— libertad para los esclavos, pero “para que una ley indigna de perpetuación de la esclavitud fuese intentada por el gobierno español, fue necesario que la revolución amenazante asomase de nuevo el brazo fiero, tan esperado y tan temido”.12

12 Esta y las siguientes citas pueden verse en: JM: “Lectura en la reunión de emigrados cubanos, en Steck Hall”, Nueva York, 24 de enero de 1880, OC, t. 4, pp. 198-201.

La nueva guerra nacía de la continuación de las causas que dieron lugar a la Guerra Grande, pero nacía —sobre todo— de su ejemplo: aquellas luchas que lograron la libertad de tantos esclavos, “¿habían dejado en sombra lóbrega a los esclavos de los ingenios?” El temor de los amos, la presencia de las tropas en las fincas, “¿no habrían sacudido rudamente el alma lacerada de los esclavos infelices?” Después del Zanjón, dice Martí,

no hubo cerca bastante espinosa, ni mayoral bastante intrépido para cerrar el paso a aquellas palabras de redención inmediata y completa, merced a las cuales debió en gran parte el gobierno de España su triunfo ficticio. Ni hubo muros bastante espesos, ni dueños bastante avisados, para que los siervos amontonados sobre el terruño, no oyesen las historias maravillosas que les contaban los siervos redimidos. Ni hubo manera de impedir que los que habían debido su libertad a su valor y a su constancia,—enseñaran el fácil camino a los que no habían podido todavía salir de la esclavitud. […] Han decidido ser libres.—Saben que es su derecho, y que hay una vía para lograrlo. Ven el ejemplo, y están dispuestos a seguirlo. Los más impacientes, con las armas. Los más sumisos, con otra arma no menos segura ni terrible.

Esa otra arma era la quema de cañas. Y al día siguiente de cada quema, continúa, “se oyen cantos severos y tenaces, y se perciben distintamente, al compás de una música más viva que aquella que los consolaba en otros tiempos, estas simples palabras, bondadosas y justas:—‛Libertad no viene; caña no hay’”. Es ante esta grave situación para el colonialismo español que la Metrópoli ha concebido —y de ahí la raíz de la Ley de Patronato de 1880— un medio político “de convencer y suavizar a los esclavos”: este ha sido, al decir de Martí, “la ley de abolición votada en Cortes”. A su vez, el gobierno colonial ha hallado un medio no menos seguro que el de los políticos: “repletar los ingenios de soldados”. El dirigente revolucionario caracteriza entonces la Ley de Patronato y la situación que alrededor de ella se da en Cuba como “el aplazamiento, la fuerza y el engaño”, que solo podrían tener una eficacia temporal y poco duradera. Algo más adelante, aún habrá de caracterizarla —y lo era en realidad— como “ley prolongadora de la esclavitud”.

¿De qué posiciones partía el hombre que con tan profunda visión calaba en la realidad social —en la realidad esclavista— de su patria colonizada? ¿Qué soluciones proponía y propugnaba para la agobiante situación del esclavo de Cuba, y cómo la insertaba en la situación general de esclavitud política nacional tanto del negro como del blanco? Tratemos de contestar primero la interrogante que nos lo solicita en sus premisas y en sus definitorias posturas originarias.

Alguna vez aquel hijo de españoles que era José Martí se refería a la otra “raza que desde la niñez vieron encorvada sobre el cañaveral, o colgando, en las ansias del suicidio, de las ceibas del bosque”.13 Se reflejaba a sí mismo en aquella imagen.

13 JM: “El entierro de Francisco Sánchez Betancourt”, OC, t. 4, p. 477.

Había aprendido —en el viajar desde niño con su padre a algunas regiones del interior de la colonia— a valorar la terrible carga de los que sufrían la parte más ruda y cruenta de la dominación colonialista en Cuba: los hombres de la esclavitud: los hombres negros. Sus vivencias más lejanas como testigo de los sufrimientos de aquellos le obligaron a tomar posiciones ante los fenómenos que la vida de la colonia le va presentando ante su mirada ya esencialmente ahondadora. De su mente —nos lo ha dicho— no se borrarían nunca las más tempranas imágenes que llegaron a él de los hombres que padecían en Cuba la esclavitud. “¿Qué vi yo en los albores de mi vida?” —se preguntaba en cierta ocasión. Y como imagen a la que atribuye el segundo lugar en sus recuerdos, entre los más antiguos que tenía, menciona: “El boca abajo en el campo, en la Hanábana”, o sea, el azote de los esclavos negros en el caserío donde vivió una parte de su infancia.14 En algún otro escrito precisaría: “¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi,