La inteligencia emocional de tu hijo - Anne Lane - E-Book

La inteligencia emocional de tu hijo E-Book

Anne Lane

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Beschreibung

Enseñamos a nuestros hijos a leer y a ir en bicicleta. Les explicamos por qué llueve y por qué no bañarse es una mala idea. Sin embargo, cuando se trata de hablar sobre emociones complejas, a menudo incontenibles, de los niños, los padres podemos sentirnos perdidos. La autora, psicóloga clínica y terapeuta familiar, nos proporciona una brújula para orientarnos por el caleidoscopio de emociones que experimentan los niños de entre 4 y 11 años. La doctora Lane nos muestra que el papel de los padres no consiste en intentar librar de las emociones no deseadas a los niños, sino a ayudar a que estos sean conscientes de ellas y favorecer la conexión y la aceptación. Así, en lugar de intentar sofocar los enfados, la ansiedad o la angustia, lograrás transmitir confianza y ser un apoyo para tus hijos. Aprende cómo conseguirlo mediante 5 sencillos pasos: - Perseguir la simplicidad. - Fomentar la aceptación. - Reaccionar con compasión. - Jugar más. - "Contener" las emociones difíciles y conectar con ellas.  Tus hijos podrán así navegar por sus complejas emociones y desarrollar una resiliencia y una inteligencia emocional que los acompañarán a lo largo de toda la vida.

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PORTADA

LA INTELIGENCIA

EMOCIONAL DE TU HIJO

Traducción de Mireia Rué

DRA. ANNE LANE

LA INTELIGENCIA

EMOCIONAL DE TU HIJO

5 pasos para ayudarle a afrontar

las emociones y desarrollar su resiliencia

PORTADILLA

Título original inglés: Nurture Your Child’s Emotional Intelligence.

© del texto: Anne Lane, 2022.

© de la traducción: Mireia Rué Gorriz, 2023.

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2023.

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

rbalibros.com

Primera edición: febrero de 2023.

ref.: obdo160

isbn:978-84-113-2362-8

realización de la versión digital•el taller del llibre

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito

del editor cualquier forma de reproducción, distribución,

comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida

a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro

(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70/ 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

CRÉDITOS

7

Contenido

Prólogo 9

Introducción. La inteligencia emocional y nuestro hijo

en proceso de crecimiento 11

pARTE 1: comprender las emociones

1. El mundo emocional de nuestro hijo y el papel que desempeñamos en él 27

2. Expresar las emociones difíciles 49

3. Ayudar a nuestro hijo a comprender las emociones 61

4. Ser padres suficientemente buenos 85

5. Reparaciones emocionales 97

pARTE 2: cinco pasos hacia la inteligencia emocional

6. El crecimiento emocional en cinco pasos 121

7. Primer paso: perseguir la simplicidad 127

8. Segundo paso: fomentar la aceptación 155

9. Tercer paso: reaccionar con compasión 183

10. Cuarto paso: jugar más 211

11. Quinto paso: contener las emociones difíciles y conectar con ellas 245

CONTENIDO

contenido

8

Para concluir. Desarrollar el bienestar y la conexión emocionales 273

Agradecimientos 277

Bibliografía 279

Fuentes útiles 281

9

PRÓLOGO

Cuando era pequeña, no acababa de comprender las emociones que veía a mi alrededor. Como la mayoría de los niños, estaba encantada con las emociones agradables que expresaban entu-siasmo, las que afloraban cuando ocurrían cosas divertidas o fascinantes y cuando me sentía querida y arropada. Eran emo-ciones que me hacían sentir bien, que me hacían sentir segura; estaban llenas de energía y posibilidades.

También me gustaba la sensación de orgullo que me embar-gaba cuando los demás alababan o apoyaban lo que hacía. Cuan-do me sentía así, todo estaba claro, en su sitio, lleno de vida. Las emociones que me hacían sentir orgullosa sabían mantener a raya la preocupación y la incertidumbre.

Eran emociones muy bienvenidas, pero había otras que ya no lo eran tanto. Las que menos me gustaban eran las emociones difíciles e intensas que me hacían sentir pánico y apremio: pare-cían empujarme a actuar de formas que me resultaba difícil ex-plicar. Y lo peor era que preocupaban a mis padres y eso siempre me avergonzaba y confundía. Me habría encantado poder des-bancarlas para siempre, pero, por mucho que trataba de ahu-yentarlas, siempre regresaban, y aún con más fuerza.

Sentía también emociones de las que apenas era consciente, pero que influían a diario en mi comportamiento: las emociones que había detrás de mi necesidad de contar una historia clara-mente falsa, las que me inducían a evitar comer platos diferen-tes a los que estaba acostumbrada, las que me hacían ser poco

PRÓLOGO

prólogo

10

amable con mis amigos. Aunque fuera capaz de reconocer esos comportamientos, no estaba segura de por qué los tenía.

Habrá emociones que resultarán agotadoras, abrumadoras, con-fusas y, en ocasiones, incluso dolorosas a nuestros hijos, pero todas tienen siempre un propósito. Tienen el potencial de orien-tar su vida y darle valor. Los ayudan a comunicarse, a resolver problemas y a reaccionar con creatividad y dinamismo. Los ayu-dan a relacionarse con los demás; son lo que los hace humanos.

Sin embargo, cuando nuestros hijos van creciendo, apren-der acerca de esas emociones puede confundirlos y desconcer-tarlos: unas veces, la manifestación de esas emociones resulta placentera para aquellos que los rodean; pero, otras, despierta alarma y pánico. A juzgar por cómo se habla de las emocio-nes, es como si uno pudiera seleccionarlas, como si fueran los botones de una sofisticada máquina de bebidas («Hoy me apetece ser menos aburrido, estar más feliz, preocuparme me-nos y que se me valore más»).

Por desgracia, las reacciones que nuestros hijos ven a su alrededor y las instrucciones que les dan las personas cercanas no ayudan a apaciguar sus emociones más difíciles ni a dar paso a sentimientos más tranquilos y estables, sino que los confunden y los abruman aún más. Sus emociones se vuelven erráticas, descontroladas y más difíciles de gestionar, y su confianza en ellas se debilita. Como consecuencia de ello, em-piezan a creer que algunas emociones son aceptables mientras que otras hay que ocultarlas y rechazarlas. Ya no están segu-ros de lo que sienten y de lo que prefieren.

En una época en la que nos preocupa tanto la salud mental de nuestros hijos, es importante que sean capaces de compren-der y comunicar lo que experimentan, que hablemos abierta-mente de las emociones y que nuestra forma de reaccionar ante ellas tenga sentido para ellos y los ayude a sentirse segu-ros, cómodos y a salvo.

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INTRODUCCIÓN

La inteligencia emocional y nuestro hijo en proceso de crecimiento

Para abrirse paso en la vida, un niño necesita desarrollar todo un abanico de habilidades y conocimientos. Como padres, sin duda os tomáis este proceso muy en serio. Le enseñáis a ves-tirse, a leer, a escribir. Le explicáis cómo funciona el clima, cómo se crean los arcoíris, por qué la gente tiene empleos y por qué es un mala idea negarse a tomar un baño. Sin embar-go, cuando se trata de explicar las emociones intensas, fuertes y desconcertantes que acompañan a vuestro hijo día tras día, bueno, esta parte del papel de padres puede resultar difícil y confusa.

LA SINCERA CONEXIÓN DE LOS PADRES

A los padres nos puede resultar duro contemplar las emocio-nes de los hijos. Es difícil saber cómo ayudarlos. Los vemos atrapados en un torbellino de emociones que no logran com-prender, luchando angustiados contra ellas. Fue la escritora y periodista Elizabeth Stone quien hizo esta conocida reflexión: «Tomar la decisión de tener un hijo es crucial: decidimos de-jar que nuestro corazón se pasee fuera de nuestro cuerpo para siempre». La conexión sincera que sentimos con nuestros hi-

INTRODUCCIÓN

introducción

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jos es el motor que nos impulsa como padres. Nos saca de la cama a las tres de la mañana cuando los oímos llorar y nos obliga a no perderlos de vista en el parque cuando se tamba-lean de un lado a otro o cuando tratan de hacer nuevos amigos.

Cuando se van haciendo mayores, esa intensa conexión nos empuja a comprobar si se han cepillado bien los dientes o si han corregido las faltas de ortografía. Sin embargo, cuan-do entran en juego las emociones, ese vínculo protector se convierte en una pesada carga. A veces, es tanta la atención que ponemos en el detalle que nos sentimos responsables de conformar y crear las emociones de nuestros hijos. No solo para asegurarnos de que estén a salvo, sino para tratar de que se sientan felices, de que se diviertan, de que no pierdan el interés.

Cuando nos sentimos así, el peso de esas emociones resulta casi insoportable, sobre todo si tenemos la sensación de que nuestro hijo sufre o está intranquilo. Queremos hacer desa-parecer las emociones difíciles y molestas que siente; el asun-to, sin embargo, no es tan fácil. Empezamos a frustrarnos, a preocuparnos, y luego nos asalta el sentimiento de vergüenza y de culpa.

Mi objetivo con este libro es ayudaros a simplificar y faci-litar el proceso de descubrimiento y apoyo de las emociones de vuestro hijo. Mi intención es que comprendáis vuestro pa-pel y abandonéis las ideas inútiles que tenemos sobre las emo-ciones y que tan pesada hacen la carga de los padres.

Poner el foco en la inteligencia emocional de vuestros hijos os permitirá ver cómo cambian y varían sus emociones. A par-tir del momento en que comprendáis que no es posible hacer desaparecer las emociones, ni tampoco convocar «emociones mejores» por arte de magia, seréis capaces de acompañar a vuestro hijo cuando sufra y ayudarlo a conectar de nuevo consigo mismo y a comprender lo ocurrido. Aprenderéis que, cuando vuestro hijo siente emociones fuertes o aterradoras, no significa necesariamente que tenga algún problema grave:

introducción

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a veces los niños pasan por momentos difíciles y necesitan nues-tra ayuda para tranquilizarse y volver a poner las cosas en su sitio.

Cuidar la inteligencia emocional de un niño no tiene que ver con apaciguar sus emociones ni tampoco con ayudarlo a ser más educado, extrovertido, simpático o exitoso. Se trata de ayudarlo a ser más real. Y ser real significa preocuparse, entristecerse o sentirse vulnerable, pero también tener la sen-sación de estar conectado, sentir curiosidad y apasionarse. Cometer errores, pero darse cuenta enseguida, escucharlos y aprender de ellos. Tiene que ver con que nuestro hijo encuen-tre un lugar en el mundo, aprenda a estar con los demás y descubra lo que piensa, lo que valora y lo que quiere.

¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA EMOCIONAL?

Las dos habilidades «básicas» más importantes que deben desa-rrollar los niños para poder conformar la inteligencia emocio-nal (o IE) son la conciencia emocional y la regulación emocional.

Conciencia emocional

La conciencia emocional es esencial para el desarrollo emo-cional de nuestros hijos. Es la capacidad de reconocer las pro-pias emociones y reflexionar sobre ellas, para otorgarles sen-tido y decidir qué respuesta darles. Esta conciencia es muy distinta a las reacciones instintivas que nuestros hijos tenían de más pequeños, cuando sus respuestas eran directas, sin fil-tro, carentes de comprensión o conciencia.

La conciencia emocional de un niño empieza cuando lo ayudamos a detenerse y ver las emociones como cosas que puede conocer y en las que, poco a poco, podrá llegar a in-fluir. En este libro os enseñaré cinco pasos clave que os ayu-darán a vivir esas experiencias con vuestro hijo. Os mostraré cómo conseguir que tome conciencia de sus distintas emocio-

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nes, las compense, y responda a ellas desde la confianza y la capacidad de elección.

Regulación emocional

En la infancia, regular las emociones significa tener la capaci-dad de manejar las emociones repentinas, intensas, desafian-tes o aterradoras para poder ocuparse de las cosas valiosas de la vida (por ejemplo, construir relaciones, aprender, jugar y ganar independencia).

Este proceso comienza cuando el niño aún es pequeño, en los momentos en los que está disgustado, inquieto, cansado o demasiado estimulado. Los padres lo ayudamos a tranquili-zarse, poniendo límites a los comportamientos difíciles y re-duciendo sus exigencias. A medida que nuestro hijo crece y se hace más capaz, nuestro papel va cambiando y evolucionando.

En este libro os enseñaré a ayudar poco a poco a vuestro hijo a regular emociones más difíciles y complicadas; a apo-yarlo para que conecte con sus dificultades emotivas con compasión; a comprender y enfrentarse a sus miedos. Me cen-traré en cómo poner límites a los comportamientos que inten-sifican sus emociones y en cómo vuestro hijo puede usar el juego para expresar algunos de sus sentimientos más difíciles, que, de otro modo, podrían acabar dominándolo y afectán-dolo.

Otras de las habilidades

Aunque he puesto el foco en las dos habilidades principales que conforman la inteligencia emocional, cuando ayudéis a vuestro hijo a trabajarla, desarrollará también otras. Por ejemplo, confiará más en sus valores y estará más motivado para perseguirlos. Su concentración y su capacidad para enca-jar reveses mejorará. Se volverá más amable y más paciente, tanto con él mismo como con los demás, y sabrá responderles abiertamente y sin dificultad.

introducción

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Como cada vez es más consciente de sus emociones y cada vez se siente más cómodo con ellas, empieza a descubrir tam-bién las más sutiles y duras, aquellas de las que nadie parece hablar: las emociones que le llaman la atención, empujándolo a expandir sus experiencias, a hacer nuevos amigos, a adqui-rir nuevas habilidades. Empieza a ser consciente de las intrin-cadas emociones que se esconden detrás de la vergüenza o que lo alejan de los demás. Y, al sentirse vulnerable e inseguro, poco a poco aprende a expresar lo que siente con palabras, aprende que los demás pueden entenderlo y también que esas emociones pueden cambiar.

Todas esas capacidades benefician la salud mental de vues-tro hijo. Calman la angustia e intensifican su sensación de conexión con los demás y también de confianza en sí mismo.

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Y LA SALUD MENTAL DE NUESTROS HIJOS

Cuando hablamos de la salud mental de un niño, nos referi-mos a su salud y su bienestar psicológicos o emocionales. Se trata de cómo piensa, siente y se comporta, de cómo le afec-tan los acontecimientos externos y de la facilidad que tiene para acercarse a los demás y tratar con ellos. Cuando tanto los padres como el hijo tienen un conocimiento profundo de la inteligencia emocional, el niño se hace más capaz y también más consciente de sus pensamientos y sus sentimientos, y eso le permite buscar el apoyo del adulto. En otras palabras, su salud mental se fortalece.

A veces, a los niños les asustan sus emociones, les pertur-ban, y eso afecta a sus pensamientos, a su conducta y también a la conexión que tiene con sus padres. Su salud mental se resiente y le cuesta hacer frente a las exigencias propias de su edad, como ir a la escuela, mantener las amistades o tener una vida familiar significativa y llena de cariño. Su seguridad en sí

introducción

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mismo se desploma y, como consecuencia, la presión que sienten tanto los padres como él puede resultar abrumadora. En estas situaciones, contar con el apoyo de un terapeuta comprensivo y cualificado apacigua el miedo y la sensación de incertidumbre, y puede ayudar a encontrar el camino de salida para una situación tensa y en apariencia sin solución. Considerad esta posibilidad si creéis que podría ser adecuada para vuestro hijo.

SOBRE MÍ

Soy psicóloga clínica. Mi trabajo me ha llevado a escenarios muy diferentes: desde residencias y escuelas hasta centros am-bulatorios, pasando por consultas de médicos y organizacio-nes benéficas. Visito a adultos, a familias y a niños. A lo largo de este libro, encontraréis muchas referencias al trabajo que hice en estos lugares. También aporto muchas historias de mi propia joven familia. Soy madre de tres niños (en la actualidad de 6, 8y 10años). Los tres me han metido en cintura y, con su energía desbordante, me han sometido a un entrenamiento emocional muy riguroso.

En todo mi trabajo subyace siempre una preocupación por la inteligencia emocional. No soy de las personas que creen que deberíamos dejarnos llevar por las emociones que nos resultan más familiares o que sentimos con más intensidad. Nuestras emociones pueden ser espinosas, enmarañadas y confusas. Tomadas de forma aislada pueden parecer contra-dictorias y extravagantes. Sin embargo, estoy convencida de que hay que tratar de entender y escuchar todas las emocio-nes, y, poco a poco, encontrar el mejor modo de ayudar a que las personas utilicen esas emociones para construir una vida de conexión y valores profundos.

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¿POR QUÉ HE ESCRITO ESTE LIBRO?

En mi vida ha habido dos fuerzas cruciales que han confor-mado mi forma de entender y experimentar las emociones: mi trabajo y formación clínicos, y mi vida como madre. Nunca sé cuál poner primero y, ahora que escribo un libro sobre ni-ños, todavía menos. Tanto mi trabajo como mi vida familiar me han sumergido en el mundo de las emociones. En particu-lar, las emociones que sienten los padres y sus hijos.

Al terminar la carrera, necesitaba darle sentido al trabajo terapéutico y, para ello, tenía que encontrar con urgencia un enfoque que me ayudara a comprender las emociones y expe-riencias que describían las personas y las familias. La Terapia Narrativa aportó esperanza e irreverencia a un mundo de psi-quiatría y psicología plagado de «serios» problemas, sobre todo en el campo dedicado a los niños y las familias, en el que yo trabajaba.

La Terapia Narrativa anima a las personas a pensar en las historias que se cuentan a sí mismas acerca de sus emociones, los problemas que tienen, la vida que llevan y lo que valoran. Este tipo de terapia trata de separar a la gente de sus diagnós-ticos. He aquí una conocida afirmación de la Terapia Narrati-va: «La persona no es el problema; el problema es el problema». Podréis observar influencias de esta terapia en mi trabajo acerca de la «Caca Bellaca», en el capítulo 9, y en mi atención al juego, en el capítulo 10. La Terapia Narrativa me pareció esperanzadora y deslumbrante, y me introdujo en un mundo de posibilidades y conexión emocional.

Uno de los problemas que tenían algunas de las terapias que me enseñaron durante mi formación es que «inventaban» la forma en que debían sentirse las familias y los niños. En lugar de ocuparse de entender la multiplicidad de emociones, pasiones y valores que ya tenía la persona, se centraban en tratar de supervisar y ajustar sus pensamientos y su compor-tamiento para conseguir determinadas emociones.

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La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) contribu-yó a que, poco a poco, se fuera cambiando el foco. Esta tera-pia se centraba en las corrientes emocionales que subyacen a pensamientos explícitos y comportamientos obvios. Puso de relieve que evitar esas emociones o tratar de controlarlas no hacía más que intensificar la sensación de lucha y dificultad. El enfoque de la ACT me permitió comprender en profundi-dad el papel de la aceptación. A lo largo del libro, y en espe-cial en los capítulos 2y 8, veréis los múltiples aspectos en que la ACT ha influido en mi trabajo.

Y entonces me convertí en madre y mi necesidad de com-prender las emociones de forma más profunda se impuso de nuevo. Las emociones que sentía como madre primeriza eran intensas y de amplio alcance. Pasaba del amor al pánico, lue-go a la culpa y de nuevo al pánico. Fue entonces cuando me dirigí a Donald Winnicott, pediatra y psicoanalista. Su inteli-gencia y su compasión, tanto por los padres como por sus hijos, son palpables en sus escritos sobre la importancia de ser padres «suficientemente buenos». Me ayudó a ser amable conmigo misma y con mis hijos, a pesar del torbellino de emociones en el que estaba inmersa. Dio sentido a mis dificul-tades y me permitió aceptar mis imperfecciones. Donald sabía que siendo una madre suficientemente buena desempeñaba de sobra mi labor y me dio permiso para ser más humana y na-tural. En el capítulo 4veremos que el enfoque de ser «sufi-cientemente buenos» es aplicable a la relación que tenéis con vuestro hijo y es esencial para su inteligencia emocional (y vuestra cordura).

Sin embargo, lo que realmente ha influido en mi visión son todas las personas y las familias con las que me he sentado a hablar a lo largo de todos estos años y, por supuesto, mi propia familia, cuyo amor e influencia han sido inmensos. Mi natura-leza siempre me ha llevado a descubrir las cosas «no dichas», las esperanzas pasadas por alto, las necesidades no expresa-das. Cuando uno trabaja con emociones, se encuentra con no

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pocas contradicciones, tiene muchos quebraderos de cabeza y debe batallar lo suyo. Las emociones son fascinantes y útiles, pero también nos confunden y nos bloquean. Y convierten en un gozo mi trabajo y mi conexión con los demás.

A lo largo del libro veréis que esas personas y sus historias siempre me acompañan. Me han enseñado —más que cual-quier escrito, conferencia o libro de texto— lo que es ser hu-mano, sentir emociones diversas y a menudo contradictorias, cometer errores, aprender de ellos, cometer unos pocos más y seguir aprendiendo.

SOBRE ESTE LIBRO

Este libro está dividido en dos partes. En la primera parte siento las bases del funcionamiento de las emociones: cómo empiezan los niños a comprender y a responder emocional-mente, dónde tienen dificultades y cómo podemos ayudarlos a abrirse y a comprender sus distintas respuestas emocionales. El capítulo 4, consagrado al tema «ser padres suficientemente buenos», es especialmente importante. A veces, cuando pone-mos la atención en el desarrollo emocional de un niño, per-demos de vista la relación más importante e influyente que está detrás de ese proceso. Desde esta perspectiva, el planteamien-to «ser padres suficientemente buenos» no solo es amplio, sino que es esencial para el desarrollo emocional de nuestros hijos: crea espacios para que el niño se desarrolle, consiga te-ner su propia visión emocional y aprenda a hacer las repara-ciones y reconexiones necesarias para poder apaciguarse y manejarse cuando las cosas se ponen difíciles. Con el enfoque «ser padres suficientemente buenos» permitimos que nuestro hijo no solo encuentre un equilibrio entre su necesidad de in-dependencia y su necesidad de apoyo, sino que vea que los padres y los cuidadores nos ocupamos también de nuestras propias necesidades y capacidades emocionales.

introducción

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En la segunda parte exploro cinco formas distintas en que las interacciones con nuestro hijo conforman su aprendizaje y su comprensión de las emociones, y aporto herramientas para que ayudéis a vuestro hijo a mejorar su inteligencia emocio-nal. Se supone que estos cinco pasos deberían mostraros cómo allanar y alegrar el mundo emocional de vuestro hijo. Están diseñados para aliviar la sensación de inseguridad y miedo que puede asaltaros a la hora de hacer frente a las emociones de los hijos y para que la experiencia de la crianza que con-templa las emociones sea placentera e interesante.

Cada uno de los cinco pasos está dividido en dos seccio-nes: en la primera presento el paso y muestro cómo se relacio-na con la inteligencia emocional y, en la segunda, doy a conocer algunas de las competencias principales de cada paso. Esas competencias están diseñadas para ayudaros a:

• Aportar confort emocional a la relación con vuestro hijo.

• Apoyarlo para ser cada vez más consciente de sus emo-ciones.

• Ayudarlo cuando sienta emociones difíciles y aterrado-ras, en particular aquellas que lo empujan a evitar situa-ciones o a retirarse de ellas.

• Simplificar y minimizar las preocupaciones y la ansiedad.

• Usar el juego para conectar emocionalmente con vues-tro hijo y gestionar los malentendidos o el malestar que pueda sentir.

• Calmar las emociones intensas y complejas.

Nota sobre rangos de edad

Este libro va dirigido a los niños cuyas edades oscilan aproxi-madamente entre los 4y los 11años.

A pesar de que muchas de las habilidades que desarrollan los niños pueden aparecer en rangos de edad más amplios (por ejemplo, el desarrollo cognitivo o las capacidades físicas), las

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emociones y el desarrollo emocional son mucho más idiosin-cráticos y temperamentales.

Gran parte del desarrollo emocional de nuestros hijos de-pende de las experiencias que tiene, de cómo las vive y de sus sensibilidades y fortalezas particulares. Por tanto, en general, hablo de temas de desarrollo e inteligencia emocional muy di-versos, y solo me refiero a rangos de edad específicos de for-ma ocasional.

Lo que importa es que ayudéis a vuestro hijo a superar esos obstáculos lo mejor que podáis, utilizando las competen-cias recogidas en este libro. A veces, una competencia deter-minada funcionará bien para un niño de 6años, pero no dará resultado en uno de 9, no por la edad, sino simplemente por los retos a los que se está enfrentando. El mejor modo de pro-ceder es serenarse y ver cómo se desarrollan las cosas.

Notas de la autora

A lo largo de este libro, empleo historias para ilustrar ideas y facilitar la comprensión de los conceptos. Todas las historias referentes a antiguos clientes son fruto de combinaciones de personas e interacciones diversas que he tenido a lo largo de los años. He cambiado los nombres, a veces el género y la si-tuación vital, y he combinado distintas situaciones para evitar que se hagan asociaciones equivocadas y proteger el anoni-mato.

Para que el libro fuera más sencillo de leer, he alternado el uso de los pronombres «él» y «ella» en todos los capítulos. Por supuesto, me refiero a todos los niños, pero así evito tener que construir frases demasiado complicadas.

En ocasiones, uso el acrónimo CE como abreviatura de inteligencia emocional. La C procede del «cociente» emocio-nal de una persona.

Este libro va dirigido tanto a los padres como a los cuidado-res. Empleo el término «padres» o «adultos» para referirme a las personas que tienen la principal responsabilidad del niño.

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VUESTRA VISIÓN ES IMPORTANTE

Yo era una madre fantástica antes de tener hijos. Recuerdo una de las primeras familias para las que trabajé cuando em-pecé a hacer de ayudante de psicólogo, hace veinticinco años.

Yo estaba concentrada explicándole a un padre el funciona-miento de un complejo sistema de recompensa por medio de una tabla de estrellas, mientras él trataba de atender a sus tres hijos. Era como la Tercera Guerra Mundial.

—Sí..., sí..., tiene razón —me decía cargado de paciencia mientras su hijo de 5 años intentaba levantar las patas traseras de su silla—. Mmm... —musitó mientras el hijo de 7 anunciaba que el más pequeño se había hecho caca encima—. Por supues-to... —murmuró cuando el cochecito se desplomó y el frasco de leche estalló—. El problema, Anne, es que me paso casi todo el tiempo tratando de evitar que se hagan daño.

Ser padres puede resultar muy abrumador. Las exigencias no se acaban nunca y nos enfrentamos a un sinnúmero de polvo-rines emocionales invisibles cuando, por una razón u otra, nuestro hijo no deja que le limpiemos los restos de plátano que tiene en el pelo («¡Me gusta así!»), cuando su profesora nos llama después de clase para decirnos lo mucho que le preocupa el comportamiento que tiene en la escuela, cuando nuestra pequeña de 8años asegura que nunca volverá a poder dormir en su propia cama, «jamás de los jamases».

Y entonces empezamos a oír esa vocecilla irritante. Pensa-mos: «Es culpa mía. ¿Por qué no sé manejar esta situación? ¿Por qué siempre acabo metiendo la pata? Estoy segura de que soy yo la causa de todos esos problemas». Nuestra mente re-gresa a todos los errores que hemos cometido, a todas las cosas que podríamos haber planeado mejor, a la frustración y la rabia que no deberíamos haber expresado.

Pero la verdad es que nuestro hijo tiene su propia persona-lidad, capacidad de aprender, sensibilidad, temperamento y

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también sus dificultades para adaptarse a las situaciones, igual que nosotros. Y cada familia se enfrenta a exigencias y a pre-siones que son únicas y que nadie más puede conocer ni com-prender de verdad.

De ahí que el objetivo principal de este libro sea ayudaros a ser compasivos —con vosotros mismos—, porque queréis a vuestro hijo y os esforzáis al máximo. Quiero que sepáis que no solo no pasa nada por equivocarse, no solo es perfecta-mente normal, sino que esos errores nos proporcionan todo tipo de oportunidades para crecer, comprender y conectar (además de hacernos más resistentes y mejorar nuestro senti-do del humor). Cuando logramos conectar con parte de esa compasión, descubrimos lo capaces que realmente somos como padres o madres. No solo queremos a nuestro hijo, sino que comenzamos también a disfrutar de sus emociones, y de las oportunidades y retos que llevan consigo.

PARTE 1

comprender las emociones

PARTE 1. COMPRENDER LAS EMOCIONES

1

el mundo emocional de nuestro hijo y el papel que desempeñamos en él

1. EL MUNDO EMOCIONAL DE NUESTRO HIJO Y EL PAPEL QUE DESEMPEÑAMOS EN ÉL

29

A veces, nuestro hijo parece un enorme manojo de emociones. Sienta lo que sienta —ya sea aburrimiento, rabia o una amarga decepción—, no le aplica ningún filtro. Sus emociones se alojan muy cerca de la superficie y asoman deprisa y de forma instintiva.

A menudo, cuando tratamos de comprender esas emocio-nes e intentamos ayudar a nuestro hijo a gestionarlas, tene-mos la sensación de andar a tientas, chocando aquí y allá. Es difícil adivinar de dónde proceden sus emociones, a qué res-ponden y cuál debería ser nuestra reacción.

En este capítulo veremos cómo aprenden nuestros hijos de sus emociones, desde que eran pequeñitos hasta ahora. Y ve-remos también qué papel desempeñamos los padres: cómo conectar con ellos y cómo ayudarlos a comprender sus emo-ciones, encontrar la forma de darles respuesta, suavizar y so-segar las emociones intensas y aterradoras, y expresar lo que sienten con palabras.

UN RÍO DE EMOCIONES

Era una mañana oscura y fría. Ned, un niño de 6 años de carác-ter alegre y fácil, estaba enfadado e irascible. Se había hecho pis encima en el baño justo después de ponerse el uniforme para ir a la escuela y Ash, su hermano mayor, se había reído de él y lo había llamado «bebé». Ned, disgustado y avergonzado, había reaccionado dándole un buen empujón: Ash fue a chocar contra una ventana y montó un buen número. Además de haberse he-cho pis encima, su madre se enfadó con él y lo regañó.

comprender las emociones

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Luego vino el desayuno: a Ned le gustaban las tostadas con miel. Cuando se sentó a la mesa, arrugó la nariz.

—¡Esta tostada es un asco! —soltó a voz en cuello, con la mirada fija en las migajas esparcidas por el plato—. No me gus-ta. Y me duele el estómago —añadió, y apoyó la cabeza encima de la mesa.

La madre de Ned se volvió.

—Oh, no. Es una tostada horrible —dijo mientras le acaricia-ba la cabeza—. Tienes una mala mañana, ¿verdad? Pobrecito.

Los ojos de Ned se empañaron de lágrimas y el pequeño tiró de la camiseta de su madre para que ella se agachara y le diera un abrazo.

—Eres mi amorcito —le dijo su madre rodeándolo con los brazos.

Ned, en efecto, tenía una mala mañana. Eran tantas las emo-ciones que se arremolinaban en su interior que se sentía zaran-deado de un lado a otro. Estaba la emoción de vulnerabilidad, la emoción defensiva, la emoción que le echaba a la tostada la culpa de todo. Luego estaban las emociones que dirigían su atención hacia lo bonito que sería que su madre pudiera me-jorar esa situación y que lo empujaban a plantearse si ayuda-ría en algo tener un buen dolor de barriga.

Todas esas emociones trabajaban duro para Ned: revisa-ban exhaustivamente lo que ocurría y sopesaban respuestas diversas. Algunas de las emociones se manifestaban con clari-dad, otras se mantenían ocultas y las había que, poco a poco, iban reuniendo el coraje suficiente para asomar la cabeza y conectar.

Como Ned, vuestro hijo está continuamente tratando de comprender el mundo y poner en orden sus reacciones a las emociones que siente. Las emociones lo acompañan en todo momento, analizando las situaciones y respondiendo ante ellas.

A veces son una reacción a su imaginación. Vuestro hijo piensa en un equipo de deporte de aventura que vio en la tele: se entusiasma, empieza a mover las manos, trepando por un

el mundo emocional de nuestro hijo y el papel que desempeñamos en él

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muro, dejándose caer al otro lado mientras una piedra cae por el borde, y luego elevándose hacia el cielo de nuevo.

Sus emociones podrían también ayudarlo a decidir cómo responder ante el largo tramo de escaleras que tiene delante, comprobando sus niveles de energía, las ganas que siente de disfrutar del baño caliente que le espera, preguntándose si sería mejor pedirle a su padre que lo suba, o escaquearse y dedicarse a jugar, correteando alrededor de las piernas de su madre.

A menudo, caemos en la tentación de pensar que las res-puestas emocionales de los niños son reflejos básicos, fácil-mente identificables y más bien simples. Así, un niño podría sentir tristeza como respuesta a una pérdida, enfado como reacción a una amenaza y felicidad cuando le ocurren cosas buenas. Aunque eso parece tener sentido —todos relaciona-mos una cara sonriente con la alegría o unas lágrimas con la tristeza—, no hace justicia a la agilidad y precisión con que trabajan las emociones de los niños. La realidad es que detrás de una sonrisa, un ceño fruncido o una lágrima hay experien-cias y enfoques complejos y diversos. Como los adultos, los niños no son recipientes pasivos de experiencias emocionales específicas: conforman sus respuestas emocionales a partir de un amplio abanico de experiencias y puntos de vista, creando reacciones y formas de adaptación que no son nada simples.

Lo importante de esas emociones más ágiles y matizadas es que, cuando funcionan bien, están constantemente actuali-zándose y adaptándose. Permiten que el niño reúna informa-ción muy diversa y haga «su mejor hipótesis» de cómo inter-pretarla y cómo responder a ella. A veces, los niños reaccionan de formas extravagantes e inesperadas. Otras, en cambio, son sinceros y francos. Sin embargo, al ser tan ágiles, al reaccio-nar tan deprisa, las emociones de vuestro hijo necesitan mu-cha ayuda y mucha guía. Cuando un niño carece del cuidado de los adultos, cuando nadie lo guía, es fácil que sus emocio-nes lo confundan y lo desconcierten. Se quedan atascadas, se vuelven defensivas, y lo arrastran de aquí para allá. Y allí es

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donde entráis vosotros. Puede que esas emociones también os confundan, pero vosotros aportaréis la seguridad y el aplomo para ayudar a vuestro hijo a apaciguar los temores. Poco a poco, sus emociones se calmarán y, juntos, podréis encontrar sentido a lo que ha experimentado.

CUANDO LAS EMOCIONES SE «DESORIENTAN»

Cuando un niño está descansado y a gusto, cuando se siente seguro, sus emociones responden de forma simple y natural. Actúan como trabajadores silenciosos y discretos que evalúan la situación y hacen pequeños ajustes. Las emociones del niño se adecuan a sus niveles de energía y a los leves cambios de situa-ción, y señalan cosas interesantes, cosas buenas, cosas en las que puede concentrarse con facilidad. Todo parece funcionar bien.

En otros momentos, como los que vivió Ned, las emociones de un niño pueden ser agotadoras, volátiles e incluso aterra-doras. Ned se sentía vulnerable. De pronto, su sistema tuvo que soportar mucha presión y él no sabía dónde encontrar ayuda. Sus emociones trataban de hacer frente a lo que ocurría. Querían mantenerlo a salvo, actuar con rapidez y ajustarle las cuentas a su hermano, pero sin sutilezas, sin tardar demasia-do. Querían ser evidentes, fuertes y decisivas. Y eso significaba darle un empujón a Ash.

Por desgracia, en lugar de demostrar la fortaleza y la supe-rioridad de Ned, sus reacciones emocionales empeoraron las cosas. El empujón fue contraproducente y la situación se com-plicó más de lo que parecía. Ned se sintió aún peor y se quedó todavía más preocupado. Casi no le quedaba confianza en sí mismo y sus emociones trataron de echarle las culpas a su tostada; ese recurso, no obstante, tampoco funcionó. Ned esta-ba abatido y desesperado. A esas emociones confusas y pode-rosas como las que sintió Ned algunos psicólogos las llaman «desorientadas».

el mundo emocional de nuestro hijo y el papel que desempeñamos en él

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Las emociones desorientadas:

• Son inexpertas, vulnerables y abrumadoras.Son emociones que tratan de lidiar con situaciones a toda velocidad, sin el apoyo de un adulto.

• Son fruto del miedo y la incertidumbre.Son rápidas, defen-sivas, y buscan soluciones inmediatas (como actuar con contundencia, tomar el control o tratar de evitar una situación). Cuanto más sutil es una emoción sincera, más la apartan.

• Acostumbran a empeorar las situaciones difíciles.En lugar de ayudar a resolver una situación, estas respuestas emocionales no hacen más que empeorar las cosas. Cuando un niño tiene una de estas emociones, se siente perdido y fuera de control; sus respuestas emocionales son entonces aún más defensivas y el ciclo se repite.

Es fácil que ya hayáis observado que vuestro hijo tiene estas emociones repentinas y reactivas con cierta regularidad. Para sosegarlas, para organizar y comprender las distintas ocasio-nes en las que se han manifestado y lo que pretenden, vuestro hijo necesita ayuda. Necesita a un adulto amable y emocio-nalmente fuerte que pueda echarle una mano.

EL PAPEL QUE DESEMPEÑAN LOS PADRES

A pesar de que las emociones desorientadas parecen frenéti-cas y desafiantes, con la ayuda de un adulto enseguida se sim-plifican y se redireccionan. Cuando las emociones de un niño se «orientan» hacia un adulto y se conectan con él, encuen-tran el modo de aclararse y adaptarse a situaciones nuevas y exigentes. Pasan a ser más inteligentes.

Volvamos a Ned: de algún modo, cuando su madre le habló con delicadeza y ternura, sus emociones enseguida se calma-ron. Dejaron de tratar de resolver las cosas por sí solas. Pasaron

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de ser agitadas y turbulentas a ralentizarse, a soltar lastre. Se relajaron. Las emociones de Ned pudieron reaccionar así por-que la relación que tenía con su madre era segura y de confian-za. Esta conexión de confianza le permitió tender un puente entre las reacciones emocionales instintivas que había tenido y las respuestas de su madre, más reflexivas y fundamentadas. A esta conexión de confianza los psicólogos la llaman «apego seguro». Cuanto más seguro es el apego que un niño siente por sus padres, con más eficacia puede usarlo para comprender sus emociones, modificarlas y regularlas. Esta conexión de confian-za no garantiza que el niño no tenga emociones intensas, difíci-les y desafiantes, pero le permite gestionarlas con más facilidad.

¿CÓMO SE CREA UN APEGO SEGURO?

Los niños empiezan a desarrollar apegos a finales del primer año de vida. Para entonces, vuestro hijo ya tendrá cierta pre-ferencia por la persona con la que pasa más tiempo y que más cariñosa, relajada y fiable es. Habrá comprendido que esa persona ha estado siempre disponible para él, está conectada con él y, por tanto, es seguro tener apego por ella cuando:

• Lo escucha y le responde a lo largo del día, mirándolo, compartiendo sus intereses y hablándole con naturalidad.

• Lo atiende cuando está disgustado, abrazándolo, me-ciéndolo, acariciándolo y hablándole con voz suave y tranquilizadora.

• Lo mira y lo escucha, siempre pendiente de sus necesida-des, se da cuenta cuando se aleja (y le da el espacio para que lo haga) y también cuando quiere estar más cerca.

• Se comunica con él de forma clara y equitativa, hacién-dole saber cuándo algo es peligroso o no está permitido, pero también consolándolo con cariño cuando está ner-vioso o angustiado.

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Si pensáis en el primer año de vida de vuestro hijo, seguro que recordaréis muchos momentos de conexión como los que aca-bo de describir.

Es importante reconocer que los padres no pueden hacerlo todo a la perfección. De hecho, no hay modo de hacer esas cosas a la perfección. En realidad, lo esencial es que el adulto se esfuerce de forma sincera y franca, y que persista incluso en las situaciones más difíciles. No os desesperéis al recordar momentos en los que estabais demasiado ocupados para pres-tarle a vuestro hijo toda la atención, o en los que había ten-sión o las cosas eran difíciles.

La verdad es que son muchos los padres que viven momen-tos en los que la relación con los hijos resulta agotadora o dura, momentos en los que los hijos están menos conectados de lo que se desearía. Lo importante es que detectéis las oportunida-des de reconectar con él en el presente, mientras sigue crecien-do y desarrollándose, al tiempo que aprendéis del pasado.

EMOCIONES CONECTADAS

Cuando se establece un vínculo seguro, el niño confía en que sus padres estarán en suficiente sintonía y serán lo bastante recepti-vos para guiar sus respuestas emocionales. Si vuestro hijo siente un apego seguro por vosotros, se pasará mucho tiempo obser-vando vuestras reacciones (preferentemente a las de otras perso-nas) y usará vuestros enfoques y respuestas emocionales como referencia para su propia experiencia. Este vínculo emocional es fuerte; vuestra presencia permite que sus emociones comprendan las situaciones y encuentren formas más útiles de reaccionar. Cuando un niño siente un apego seguro por sus padres:

• Confía en ellos a la hora de estabilizar las emociones fuer-tes e intensas, consolarlo cuando siente emociones aterra-doras y encontrar sentido a las emociones confusas.

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• Los usa para encontrar una forma más clara y efectiva de comprender todos los mensajes y los impulsos que le llegan, tanto del mundo externo como de su propio cuerpo y su sistema nervioso. Por ejemplo, cuando al-guien a quien no conoce va a visitar a su familia, el niño observa a sus padres para ver cómo reaccionan: si no parecen estar cómodos y relajados, es probable que el niño lo perciba y copie esa respuesta.

• Los busca, convencido de que, de algún modo, entende-rán el significado de las sensaciones desagradables o desconocidas que lo asaltan (por ejemplo, el cansancio, el agobio, la enfermedad o la ansiedad) y sabrán qué hacer al respecto. El niño los observa, pendiente de su reacción. ¿Actúan de inmediato? ¿Son afables y cariño-sos, parecen impacientes y enfadados, o más bien curio-sos y abiertos?

• Copia las distintas respuestas emocionales del adulto para ver cómo se sienten. Probablemente recordaréis que vuestro hijo copiaba vuestras reacciones al hablar con su osito de peluche, su muñeca o sus amigos, casi como si quisiera probar las frases que habíais usado vo-sotros. Con el tiempo, estas «copias» se van adaptando y van cambiando. Recuerdo que mi hijo tranquilizaba a su osito de peluche como yo lo tranquilizaba a él, y mi hija saludaba a las personas que venían a casa de visita del mismo modo que las saludaba yo.

Este proceso suele ser más intenso en los primeros años de vida (de los 0a los 4años), pero la relación que vuestro hijo tiene con vosotros y el acceso a vuestras respuestas emociona-les serán cruciales para su aprendizaje emocional a lo largo de toda su infancia. Hacia los 4años, se habrá familiarizado más con esas respuestas emocionales y habrá empezado a cam-biarlas y modificarlas para que encajen en distintas situacio-nes.