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La lentitud de los bueyes, de Julio Llamazares —formado por un poema unitario dividido en veinte fragmentos— desarrolla una meditación sobre el tiempo, la soledad, el sentido de la vida y de la muerte (meditación que será también el eje de su siguiente poemario, Memoria de la nieve, aunque en este será perceptible la influencia surrealista). El ritmo lento, reiterativo, tan acorde con el tema, constituye uno de los aciertos del libro.
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Seitenzahl: 20
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Julio Llamazares
LA LENTITUD DE LOS BUEYES
Ilustraciones de
Leticia Ruifernández
En la primavera de 1978, frente al mar de Gijón, donde vivía aquel año, el último de mi etapa de estudiante en la Universidad de Oviedo, escribí este libro de poesía que fue el primero de los míos y que ahora reedita, bellamente ilustrado por Leticia Ruifernández, la editorial Nórdica. Han pasado, pues, cuarenta y siete años desde entonces, lo que me hace recordar aquel tiempo como si fuera otro su protagonista y no yo salvo por este libro de título tan simbólico como las imágenes que pueblan sus versos, todas surgidas de una memoria campesina que ya en aquel momento estaba desapareciendo no solo de mi imaginario personal sino del colectivo de una sociedad europea que se había transformado por completo en poco tiempo.
La imagen de unos bueyes caminando sobre la nieve con lentitud tiene una interpretación simbólica: la de los bueyes bíblicos o de las mitologías griega y egipcia, incluso de los bisontes pintados en Altamira en la prehistoria, que algunos han querido ver en mi poesía, pero para mí representa simplemente un recuerdo de mi infancia, el de los bueyes que un vecino de mis abuelos maternos sacaba cada día a beber agua en una presa de las afueras del pueblo y que yo veía caminar sobre la nieve como en un sueño, pues solía verlos en Navidad sobre todo. Ese recuerdo lejano con su atmósfera nevada y casi irreal por borrosa es el embrión de este libro y de mi poesía misma, pues todo parte de él.
No seré yo quien aventure teorías sobre ella ni quien la analice de forma crítica, pues soy quien la escribió y no alguien ajeno a su creación, así que el lector no espere de mí en este prólogo ninguna interpretación más allá del relato de su nacimiento y de las circunstancias en las que se produjo. Así, diré que los veinte fragmentos que lo componen (y subrayo la palabra fragmentos, puesto que se trata de eso y no de poemas independientes, de ahí que no lleven título, simplemente un número diferenciador, como también haría en mi segundo y por el momento último libro de poesía, titulado Memoria de la nieve