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El autoengaño es una trampa que nos aleja de la verdad sobre nosotros mismos. Quizá la versión más popular de los mecanismos del autoengaño sea la llamada "ley del espejo", aunque la metáfora es más precisa si nos referimos a la "ley del reflejo". Esta nos advierte de un viejo axioma: "como es adentro es afuera" o, dicho de otra manera, el mundo no deja de ser un enorme espejo en el que se refleja tu conciencia. El espejo nos refleja, pero confundirmos lo que nos muestra con nuestra auténtica identidad. Este libro te ayudará a descubrir las proyecciones que te causan sufrimiento y cómo trabajar con ellas para poder vivir una vida libre de espejismos.
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Seitenzahl: 292
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Portada
la ley del reflejo
la ley del reflejo
Xavier Guix
Cómo descubrir los autoengañosque causan sufrimiento
Prólogo de Francesc Miralles
Portadilla
© del texto: Xavier Guix, 2022.
© del prólogo: Francesc Miralles, 2022.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2022.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: octubre de 2022.
ref.: obdo092
isbn: 978-84-1132-139-6
el taller del llibre•realización de la versión digital
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Créditos
contenido
Prólogo de Francesc Miralles 7
Introducción 11
Pongámonos de acuerdo con el espejo 13
primera clave: lo que rechazas o te atrae de los demás está en ti
Los antecedentes del efecto espejo 21
El miedo a descender a las raíces 33
Luz y sombra, las dos caras de ti 43
La dinámica de la sombra 49
Los cinco pasos para trabajar con la sombra 63
Otras formas de proyección 83
La empatía a la inversa 84
Todo por ti, según yo 86
Igualarse con el reflector 87
Cuando lo inaceptable se somatiza 90
Pensar en lo que los otros pensarán 92
Querer ser lo que no somos 95
Los enamoramientos 98
Contenido
6
contenido
segunda clave: quien juzga la imagen en el espejo son los otros en ti
Cuando el espejo te habla 103
Trabajando con las voces interiores 107
Eres el hijo en quien los padres se reflejaron 121
La queja y los juicios: el desahogo proyectivo 129
Trabajando con la queja 132
El rol de víctima 136
Abrazando el perdón 140
De la apariencia a la esencia 150
tercera clave: la realidad me la genero yo
Todo lo que vives es una manifestación de ti 157
Abrirse al campo de las sincronicidades 167
Vivir deliberadamente 181
Responder a la vida 186
La atención, la clave de todo 196
La actitud vigilante 206
Más allá del espejo: la ley de la asunción 215
Anexo 1 227
Anexo 2 233
Referentes citados en el libro, según orden de aparición 238
EL IDEAL TERAPÉUTICO
Prólogo de Francesc Miralles
En una época en la que estaba valorando cursar un doc-torado de Psicología, recuerdo que mi buen amigo Álex Rovira me hizo la siguiente observación:
—El terapeuta solo debe hacer dos cosas: descubrir el deseo del paciente y darle permiso para realizarlo. Y, en una situación ideal, este objetivo se lograría con una sola sesión.
Esa aspiración puede parecer una utopía, porque quie-nes han hecho terapia saben que es un trabajo que suele prolongarse a través de múltiples sesiones. Sin embargo, doy fe de que ese ideal es conquistable. Yo mismo lo viví en la consulta del autor de este libro, hoy un amigo muy querido.
Yo acababa de salir de una depresión causada por múltiples factores y, aunque era «operativo» ya a todos los niveles, seguía sintiendo cierto caos emocional en mi vida. Me preguntaba qué clase de maestro me podría ayudar a salir del laberinto, cuando de repente recordé
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El ideal terapéutico. Prólogo de Francesc Miralles
PRÓLOGO
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una entrevista que había realizado, años atrás, para la revista Integral.
Una de las muchas personalidades con las que conver-sé fue justamente Xavier Guix, de quien además de su amabilidad y buen talante me impresionó su biografía. No es nada común que un actor cómico que aparecía en el prime timede la televisión catalana, e incluso en el mítico Un, dos, tres, se baje de los escenarios y de los platós para, a la edad de Cristo crucificado, ponerse a estudiar Psicología.
Eso sí que es un cambio de rumbo en toda regla.
Al preguntarle cómo había asumido ese nuevo rol, Xavier me dijo que lo que sucede en consulta no es tan distinto de lo que se representa en un teatro.
No profundizaré en lo que quiso decir con eso, porque sería desviarme demasiado de la finalidad de un prólogo. Basta explicar que le contacté para visitarme y me ofreció dos posibilidades para aquella primera visita: o hacer una hora en su consulta de Barcelona, o desplazarme a Grano-llers, donde vive, para tener una sesión de dos horas.
Opté por esta última opción y fui a la estación de ferro-carril. Debo confesar que el viaje habría valido la pena, aunque hubiera requerido tomar un tren hasta Vladi-vostok. Cumpliendo con el ideal expresado por Álex Rovira, en aquella sesión aprendí más sobre quién era yo que en toda mi vida anterior.
Esto me lleva al libro que tienes en tus manos, cuyo título anticipa ya su contenido. ¿Qué sabemos sobre no-sotros mismos? ¿Hasta qué punto es fiel o está distorsio-nada la imagen que tenemos sobre quienes somos? ¿Cómo podemos conocernos mejor e integrar nuestras sombras?
PRÓLOGO
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Sin duda, al hacerlo lograremos saber qué esperamos realmente de la vida y nos daremos permiso para reali-zarlo, la máxima terapéutica con la que iniciaba este prólogo.
Retrocediendo nuevamente en el tiempo, recuerdo que para aquella entrevista con Xavier Guix, en un hotel de la calle Bergara, leí algunos de sus libros publicados. Estaban muy bien escritos, pero eran más cercanos al ensayo filosófico que al libro práctico. Tal vez por eso, posteriormente no relacioné esos textos, aunque estaban llenos de referencias interesantes, con la magia que en-contré en el escenario de su consulta.
Y ahora viene la buena noticia para el lector que se adentra en estas páginas. Cuando, tras años de buena amistad, el autor me envió el primer manuscrito de este libro, nada más empezar a leer se me iluminaron los ojos y el corazón.
Sentí, desde la primera página, que me encontraba cara a cara con el mago y terapeuta que, en aquellas dos horas, logró que cambiara el argumento de mi vida. Aunque la lectura de La ley del reflejote llevará algunas horas más, estoy seguro de que quien lea con atención este libro ya no volverá al punto de partida.
Cuando, en una cita en el Café Zúrich de Barcelona, Xavier Guix me preguntó qué me había parecido el ma-nuscrito, mi respuesta fue:
—En cada capítulo te he encontrado a ti como tera-peuta en estado puro. No solo pienso que es el mejor li-bro que has escrito nunca, sino que es el manual de psi-cología práctica más importante que he leído en años.
Mis palabras eran y son sinceras, así que poco más
PRÓLOGO
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puedo decir sobre esta obra. Solo añadiré una sencilla reflexión.
Siempre que me llevan a una radio donde hay un pe-riodista a la contra que me hace una pregunta insolente del tipo: «¿Los libros de autoayuda sirven de algo, ade-más de ayudar a los autores a hacerse ricos?», mi res-puesta siempre es:
—Un libro de autoayuda solo sirve a quien, además de leer (cosa que ese periodista no ha hecho), está dis-puesto a aplicar algo de lo leído.
Cuando una obra tiene el poder terapéutico de esta, solo que apliques de algún modo a tu vida el 5 % de lo que muestra, la transformación está asegurada.
Por lo tanto, te invito a que leas con pasión La ley del reflejo, como si estuvieras en la consulta del autor, char-lando con él sobre los grandes temas de la identidad y de la vida, y que tomes buena nota para introducir los cam-bios necesarios en tu vida.
Si lo haces así, no te arrepentirás.
francesc miralles
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INTRODUCCIÓN
Llevaba unos años como profesor de Comunicación y Programación Neurolingüística (PNL) en el máster de Desarrollo Personal y Liderazgo, que por entonces se im-partía en la Universidad de Barcelona, cuando una tarde me llamó Borja Vilaseca, su creador, para repensar el se-minario.
En su amable espontaneidad me vino a decir: «Xavi, haz el curso que te apetezca. Quiero que los profesores den lo mejor de sí mismos, así que convierte tu sesión en una experiencia auténtica».
El caso es que no lo pensé demasiado porque mi intui-ción me llevó a desarrollar uno de los temas imprescin-dibles en el autoconocimiento: «la sombra», es decir, la clave psicológica conocida como «proyección». Difícil-mente nuestra vida será asumida por completo si vamos proyectando lo propio en los demás. No obstante, es el pan nuestro de cada día y lo hacemos con absoluta in-consciencia, aunque ya se nos advirtió de ello en aquella frase evangélica sobre aquel que ve la paja en el ojo aje-no y no la viga en el propio.
Introducción
introducción
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Han pasado ya desde aquella conversación unos cuan-tos años, que han servido para explorar, junto a cientos de participantes, las causas y los efectos de la conocida como «ley del espejo». Este libro recopila toda esa expe-riencia e intenta desentrañar las claves que han ido apa-reciendo como singulares e importantes en relación con el tema.
Como verás, no todo se explica como mera proyec-ción, ni esa ley se circunscribe solo al hecho de que la realidad se la genera uno mismo. Aún persiste la idea de que los acontecimientos y las circunstancias de la vida son la causa de lo que sentimos, que viene de afuera.
No obstante, ya desde la Antigua Grecia se sostenía que no son las circunstancias las que provocan nuestros sufrimientos, sino la opinión que tenemos de las mismas. Por eso, la vida no es un ver para creer, sino un creer para ver, o dicho más precisamente, un ver según lo que creemos. Las cosas son como son, pero las convertimos en lo que somos.
No es un punto de vista fácil de digerir y por eso este libro te acompañará en la tarea de desentrañar su signi-ficado, al tiempo que te permitirá identificar los meca-nismos que actúan en este espacio-frontera entre la expe-riencia personal (realidad personal) y el mundo (realidad de lo que se manifiesta).
Cualquier momento es bueno para aprender, pero si ahora te decides a adentrarte en el libro descubrirás as-pectos que te atañen y que no puedes seguir ignorando. Por eso complemento el texto con un «cuaderno de tra-bajo», por si te interesara que este libro te resulte útil y revelador. ¡Bienvenido en el camino!
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pongámonos de acuerdo con el espejo
Para una buena comprensión de este libro existen algunas presuposiciones que conviene tener en cuenta. No se trata de que estés de acuerdo o no acerca de su veracidad. Solo te presento ciertos puntos de vista para que reflexiones sobre ellos o, mejor aún, para que los experimentes.
La imagen del espejo ha generado múltiples metáfo-ras, utilizadas tanto por la psicología como por la litera-tura o el arte en general. Algunas de estas metáforas han llegado a convertirse en imágenes arquetipales como «la sombra», «Dr. Jekyll y Mr. Hyde» y toda la colección de seres fantásticos que transitan entre el bien (hadas, ánge-les...) y el mal (demonios, monstruos, dragones...). En todas ellas se pone en evidencia que vivimos divididos entre la conciencia moral (el bien y el mal) y la luz y la oscuridad (la persona y su sombra).
De niños quedamos absortos ante aquel dilema de la madrastra: «Espejo, espejito, ¿quién es la más bella de todas?». Así se nos insinuó que el espejo nunca miente. O veíamos a Alicia en el País de las Maravillas adentrán-
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dose en su mundo interior a través del espejo. De esta manera, intuimos que el primer paso hacia el autocono-cimiento pasa por bucear en nuestro inconsciente perso-nal y colectivo, y descubrir el mundo simbólico.
En la película Cisne Negro(2010) la protagonista se hiere con un espejo roto, símbolo de su mundo y sus ilu-siones quebradas. Así, los espejos rotos acaban converti-dos en metáforas de la mala suerte, la fragmentación, la imposibilidad de seguir viéndonos como antes, o del odio y la agresividad dirigidos contra nosotros mismos.
El mayor de los símbolos en este sentido es el protagonis-ta de la novela El retrato de Dorian Grey, el joven que nun-ca envejece, excepto en el cuadro que, oculto en su desván, muestra las malformaciones que sufre su imagen a medida que le va poseyendo la maldad interior. Todo lo contrario de lo que acontece en el cuento La bella y la bestia.
En Harry Potter y la piedra filosofalel protagonista se encuentra con el espejo de Oesed, en cuyo marco se lee: «Yo no te muestro tu cara, pero sí el deseo de tu cora-zón».Una referencia clara al espejo como proyección de lo oculto. Así, contemplarse en el espejo no es un mero acto de mirarse, sino de reflejarse.
Fue el intrépido George Lucas quien nos regaló una imagen reveladora de la sombra. En El Imperio contraa-taca, una de las partes más simbólicas es la batalla psíqui-ca de Luke Skywalker con su contraparte oscura, Darth Vader, en las profundidades del bosque de Dagobah. Aun-que Luke sale victorioso de la contienda, su rostro apare-ce detrás de la máscara rota de Darth.
Así es el encuentro con la sombra: aparece nuestro rostro mirándonos fijamente. Y fue así como Luke se en-
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contró con su doble malvado y pudo reconocer a su pro-pio padre biológico, quien a una temprana edad se dejó engullir por las fauces del poder y de la codicia.
En el campo psicoanalítico se suele usar, según Jacques Lacan, el «estadio del espejo». Designa aquella fase del desarrollo psicológico del niño, entre los seis y los diecio-cho meses de edad, en la que se reconoce por primera vez en el espejo de forma completa y celebra la aparición de su imagen con muestras de alegría y fascinación.
Cabe aún otra referencia especular, que en mi opinión es una de las más importantes. Se refiere al concepto de alma como espejo de nuestra psique. Es una vieja idea, muy platónica, pero que acierta hasta el punto de que la psicología actual sigue hablando de la imagen que nos construimos de nosotros mismos y que requiere un espe-jo interior en el que reflejarnos.
Cada vez que apelamos a la autoestima, la autoima-gen y el autoconcepto con el que nos describimos a no-sotros mismos, lo hacemos sin advertir las representacio-nes mentales que las personas crean de sí mismas. Solo que para podernos ver necesitamos un espejo interior, además del que tenemos enfrente cuando nos peinamos. Uno sirve para ver la pinta que tenemos. El otro, el espejo del alma, es el que realmente importa. Es el que determina el grado de aceptación y amor que nos tenemos.
Vamos concluyendo, por tanto, que, ante la imposibi-lidad de vernos a nosotros mismos continuamente, nece-sitamos espejos reflectores. Cuando ese espejo son los demás, el papel que juegan en nuestra construcción indi-vidual es demoledor.
A veces imagino las relaciones personales como una
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habitación llena de espejos. Todos somos reflejos, los unos de los otros. Proyectamos y a la vez somos proyec-tados. Distinguir lo propio de lo ajeno a veces parece imposible. Uno ya no sabe cuál es su imagen real. Tam-poco vemos al otro tal como es, sino distorsionado por nuestros filtros. Se trata, pues, de un juego de espejos.
Pongámonos de acuerdo en que, cuando en este libro hablo del espejo, me refiero a lo que conocemos como «proyección psicológica». Es decir, al modo en que lo que ocurre en nuestro escenario interior, del que no so-mos apenas conscientes, se refleja en lo visible exterior, por lo general los demás. Así, nuestro yo necesita el espe-jo de los otros para verse. No puede haber un yo sin un tú que lo reconozca.
Los aspectos relacionados con el efecto de la proyec-ción psicológica son de sobra conocidos, seguro que has oído hablar de ello, aunque puede que ignores su alcan-ce. Por lo general las personas se resisten a aceptar que lo que ven en el exterior tenga algo que ver con ellas. Observo que una y otra vez niegan ninguna similitud con aquello que las irrita o atrae de los demás. Es por eso que hablamos de la «sombra», de aquellos aspectos que negamos de nosotros mismos, aunque nos acompañan ocultos en el escenario del inconsciente.
No obstante, algo molesto, irritante o tremendamente atractivo se puede remover en nuestro interior ante la imagen proyectada en el espejo que nos colocan delante los demás. La respuesta suele ser de rechazo o de admira-ción. Aquello que despierta en nuestro interior parece ori-ginado por alguien o por alguna situación procedente del exterior. Este es el error. En realidad, todo sigue ocurrien-
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do dentro de ti. Lo de afuera solo refleja o manifiesta tu propia conciencia.
La vida psicológica, con todas sus funciones y todo su contenido —pensamientos, sentimientos, deseos o vo-luntad—, no pertenece al mundo de los fenómenos, sino al de las representaciones. Puedes tener una moneda en la mano, pero no puedes depositar en ella el valor que tiene para ti el dinero. Puedes ver el vuelo de las aves, pero no puedes «ver la libertad». Tampoco puedes foto-grafiar un pensamiento, aunque dispongamos de técni-cas que fotografían tu cerebro cuando piensas.
Al ser seres sensibles, lo de afuera nos afecta en lo físi-co. Sin embargo, que nos afecte en lo psicológico no de-pende tanto del afuera como de nuestras propias repre-sentaciones. Recuerda que todo empieza en los sutiles campos de la conciencia para luego interactuar con las condiciones que crea la propia existencia (incidentes, con-diciones naturales, vidas cruzadas...).
Dicen que el mundo lo mueven el amor, el sexo, la salud, el dinero y el poder. No es así. Lo que mueve el mundo son nuestras creencias, actitudes, intenciones, de-seos y temores con respecto al amor, el sexo, la salud, el dinero y el poder. Todo nace en un lugar invisible y cau-sal. Lo que lo mueve todo no es la apariencia, lo visible, sino lo que atesoramos en nuestro interior.
Podríamos ponernos de acuerdo en que el mundo «no es», porque lo convierte en un objeto. Si fuera así, todos veríamos lo mismo. La existencia de una realidad preestablecida, aguardando pasivamente a que todo el mundo la vea, es la primera creencia de la que hay que desembarazarse.
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Pero tampoco podemos decir que el mundo «soy yo», como afirman aquellos que creen que «la realidad la creo yo», porque el mundo no es una construcción subjetiva. Por el simple hecho de que toda realidad nos incluye, no puede haber un conocimiento absoluto de la misma. En definitiva, al hablar de la vida no podemos hablar de sub-jetividad ni de objetividad. ¿Entiendes ahora por qué hay que huir de los sentenciadores de verdades?
Aún hoy los filósofos se siguen haciendo estas pregun-tas: ¿hasta qué punto podemos afirmar que conocemos el mundo real? ¿Qué es la realidad? ¿Cómo nos relaciona-mos con el mundo? Por lo menos de dos maneras: el acontecer físico y material (lo que ocurre, lo que es, los fenómenos) y su reflejo en la psique. El mundo y yo man-tenemos una relación especular, basada en representacio-nes (imágenes).
Solo podemos ver a través de un espejo y el gran en-gaño de los sentidos es creer que las cosas son como son. A lo sumo son como hemos creído o representado, o categorizado, que son. Creemos estar en posesión de ver-dades porque las hemos experimentado, o porque la ciencia las confirma. Espejos y más espejos, ante los cuales solo he encontrado una pregunta certera, la que aprendí de uno de mis profesores de filosofía: «¿Por qué tiene que ser así?».
Y puesto que la vida es así, todo lo que ocurre en su escenario es un reflejo de mí, porque lo que veo es lo que soy. Lo que veo es lo que es, según yo mismo. Pongámo-nos de acuerdo en que la idea del espejo nos va a resultar muy útil para vernos a nosotros mismos.
Primera clave:lo que rechazas o te atrae de los demás está en ti
«Jamás podremos captar objetivamente a nuestro yo a no ser mediante su reflejo en lo inconsciente».
marie-louise von franz
Primera clave: lo que rechazas o te atrae de los demás está en ti
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los antecedentes del efecto espejo
La idea de que el mundo es un espejo es vieja, realmente vieja. La encontramos ya escrita en uno de los libros también más viejos de la vieja humanidad:
KYBALYÓNde Hermes Trismegisto
A pesar de que pertenece a los escritos de las escuelas mistéricas del Antiguo Egipto, aún hoy lo vas a poder adquirir en cualquier librería. Su autor, «el tres veces grande» —de quien se ignora si realmente fue una figura real o un personaje simbólico en quien concentrar los grandes descubrimientos espirituales de la época—, dis-puso de una serie de principios que aluden al funciona-miento oculto de la existencia.
Uno de esos principios es la ley de la correspondencia, que reza así:
Los antecedentes del efecto espejo
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«Como arriba es abajo».
«Como abajo es arriba».
La comprensión de este principio proporciona una clave para comprender lo que en el plano humano entende-mos así:
«Como adentro es afuera».
«Como afuera es adentro».
Incluso la referencia a la oración cristiana del padre-nuestro incluye la frase:
«Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo».
En todas estas referencias se apunta hacia la idea de que existe una correspondencia entre planos de existencia, que según la sabiduría antigua son los planos físico, men-tal y espiritual.Más que como divisiones, estos planos deben entenderse como grados ascendentes en la escala de la vida, que además se difuminan unos en otros.
En este libro abordaremos el principio «Como es aden-tro es afuera». Nos viene a decir que todo lo que inter-pretamos sobre la realidad parte del filtro a través del cual miramos. Según las gafas que lleves puestas, así será lo que verás. De hecho, no podrás ver otra cosa, porque la mirada no es neutra, sino que depende de tu atención. Y tu atención ya está entrenada en ver lo que siempre ve, según lo que has interiorizado.
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«No vemos las cosas como son, sino como somos». «Las cosas son como son, según nosotros».
Obviamente, si llueve todo el mundo ve que llueve. No obstante, la experiencia de ver llover es diferente para cada persona. Unos la odian, otros la disfrutan. A unos les encanta mojarse y a otros, resguardarse en casa. Para unos llueve poco, para otros es una ruina. Llover es un hecho. Admite neutralidad. El resto pertenece a nuestro mundo de creencias.
Son, por tanto, dichos filtros los que colorean la rea-lidad, los que deciden cómo son las cosas. Y así será, si así lo creemos. No vemos llover, vemos lo que nos ocurre con la lluvia. La lluvia, entonces, será como seamos no-sotros.
Volviendo a aquellos primeros sabios egipcios, me pa-reció muy interesante la visión que tenían de la naturale-za humana, constituida por cinco elementos: el cuerpo, la sombra, la personalidad, la energía y el nombre. Para los egipcios el nombre era parte esencial de sus propieta-rios, era su marca personal, su identidad global.
Lo que sorprende, empero, es que ya tuvieran en cuen-ta la sombra, adjuntada al cuerpo, ya que a cada cuerpo lo acompaña una. Insinuante manera de reconocer aque-llos aspectos que hoy reconocemos como pertenecientes al «inconsciente». ¿Acaso existe alguien que camine sin su sombra acompañándole?
Sigamos repasando otros puntos de vista sobre la ley de la correspondencia. En 1897nació en Bombay uno de sus mayores sabios: Sri Nisargadatta Maharaj. Después de un período de visiones y trances, alcanzó su plena rea-
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lización. Cuando posteriormente se dedicó a impartir enseñanzas, abordó el tema del efecto espejo:
«El mundo no es sino un reflejo de mi imaginación. El mundo está en mí. El mundo soy yo mismo».
En su célebre libro Yo soy eso, Nisargadatta nos invita a liberarnos de tantas etiquetas, filtros, gafas, que empa-ñan el espejo en el que nos miramos. Propone un sabio ejercicio para irnos entrenando: limpiar el espejo de sus espejismos a base de recordarnos lo único y verdadera-mente importante «Yo soy». Y nada más. (No confundir el yo soy, con el yo soy esto o aquello, es decir, nuestras identificaciones).
Claro que a uno no le pasa por alto que llegar a la sínte-sis de ese «yo soy», libre de polvo y paja, requiere de un aprendizaje y muchas horas de meditación. Por eso invi-ta a reflexionar sobre esta clave:
El ser puro se refleja en el espejo de la mente como el conocedor. Lo que se conoce adquiere la forma de una persona, basada en el recuerdo y el hábito. No es sino una sombra, una proyección del conocedor en la pantalla de la mente.
Visto así, asusta pensar que en realidad no somos mucho más que recuerdo y un montón de hábitos, a los que yo añado un relato. Asusta acabar concluyendo que en la vida todo, o casi todo, es proyección. Por eso en este libro no me limitaré a tratar lo que ya sabemos sobre la ley del espejo, sino la vasta extensión de las proyecciones.
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Sigamos explorando antecedentes, como el del crea-dor del psicoanálisis, Sigmund Freud. Entre el extenso lenguaje psicoanalítico, que aún hoy seguimos usando, cabe destacar el efecto de la «proyección». Freud, sin salirse de los límites académicos, centró el estudio de la proyección como un mecanismo de defensa de la psique:
Se «proyectan» los sentimientos, pensamientos o deseos que no terminan de aceptarse como propios porque generan angustia o ansiedad, dirigiéndolos hacia algo o alguien y atribuyéndolos totalmente a ese objeto externo.
Quizás sea esta la versión más extendida y común sobre la ley del espejo. La clave es comprender que, a lo largo de la vida, sobre todo entre la infancia y la primera ma-durez, tendremos experiencias que no asimilaremos bien. Actitudes, conductas y pensamientos que son vividos como inadecuados, sucios, exagerados, incomprensibles y mo-ralmente reprochables.
Ante el reto de dejarnos llevar por nuestros impulsos, hay quien se los permite, sean cuales sean las consecuen-cias, y hay quien se angustia solo de imaginárselo. No solo eso. Se somete a su propio juicio por no considerar-los lo suficientemente correctos. Ante una conciencia crí-tica tan severa, tanto si procede de los demás, de la cul-tura o de uno mismo, aparecen síntomas de ansiedad o angustia ante la posibilidad de cometer una transgresión. Entonces aparecen tres jinetes apocalípticos:
• Sentimientos de inferioridad, de vergüenza e inclu-so de humillación.
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• Sentimientos de culpa.
• Temor al castigo y al peor de los miedos: el rechazo.
La psique dispone de un par de argucias para evitar un sufrimiento insoportable:
Desarrollar una actitud hipervigilante sobre nuestra pro-pia conducta, nuestros valores y pensamientos, cumplido-ra compulsiva de todas las normas morales, de elevada autoexigencia y perfeccionismo, e incluso de excesiva me-ticulosidad en las tareas cotidianas.
La otra argucia consiste en esconder la suciedad bajo la alfombra. Dicho de otro modo, en encerrar la experien-cia en las mazmorras del inconsciente y dejar que se pu-dra en el olvido. El problema es que se trata de una mala maniobra, porque con el paso del tiempo lo sucio empie-za a verse en los demás. Veamos un ejemplo.
Un joven de doce años, después de jugar un partido de fútbol en la escuela, se ducha con otros compañeros, mirando como el que no quiere sus penes. Aunque ya había ocurrido otras veces, en esta ocasión ha sentido un cosquilleo, algo así como una pequeña erección que ha ocultado, no sin sentir zozobra y un punto de ansiedad. En días posteriores, no puede quitarse de la cabeza lo sucedido. Y cada vez que lo recuerda siente la misma angustia. «¿Seré gay?», se pregunta. «No quiero serlo, no está bien», se plantea.
Con el paso del tiempo, aquel capítulo va quedando enterrado, aunque advierte que detecta cada vez más a los chicos homosexuales. Al verlos siente rechazo, hasta
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el punto de criticarlos ante sus compañeros: «¡Panda de maricas!».
Pasan los años y aquel chico se convierte en un hom-bre maduro que ahora ha alcanzado el liderazgo del gru-po homófobo de su ciudad. ¡Menuda paradoja! Su odio hacia la homosexualidad no deja de ser un odio hacia sí mismo por serlo, o por temer haberlo sido. Ahora ya no lo puede ver como propio. La proyección lo ha colocado fuera de sí mismo. Ahora solo lo ve en los demás. Así es como funciona la proyección.
Freud acertó plenamente al considerarla un mecanis-mo de defensa, una manera de proteger a un yo que se siente desbordado por unos sentimientos indeseables. En la vida de todos existen capítulos que querríamos borrar. No nos gustaría que los demás vieran esos aspectos, que nos harían caer del pedestal del yo ideal que creemos ser. Para asegurarnos de que no queda ni pizca de esos odio-sos comportamientos, los atribuimos a los demás, nos ensañamos con ellos, nos permitimos ser jueces conde-natorios de tamaños despropósitos. ¡Mira que hay mala gente por ahí!
Se suele atribuir a Buda la frase siguiente:
«Todo lo que te molesta de otros seres es solo una proyección de lo que no has resuelto en ti».
Entre los contemporáneos de Freud hay que citar a quien representa para mí la mejor visión de la proyección. Me refiero a Carl Gustav Jung, el psiquiatra suizo que inspiró al mundo a través de su psicología analítica. Para
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Jung, el esfuerzo en reprimir todas aquellas cualidades in-fantiles y «oscuras» genera en el inconsciente una «som-bra» de aquella personalidad que el yo cree ser.
El mejor método para identificar en uno mismo su pro-pia sombra consiste en observar qué rasgos o caracterís-ticas de otras personas son los que más exageradamente la irritan. Como solía afirmar Jung: «El hombre tiene demasiada tendencia a proclamar irreal, siempre que se puede,todo lo que le molesta».
Jung no solo centró el trabajo con la sombra en el ámbito de lo que nos molesta en extremo de otra perso-na, sino que también incluyó lo que la convierte en irre-sistible. ¡Quién no ha tenido o sigue teniendo a persona-jes a los que adorar!
Cuando quedamos prendados de alguien por sus ca-racterísticas suele producirse un efecto de «querer ser como esa persona», justamente porque creemos ser todo lo contrario. Así, se admiran personalidades que dispo-nen de las facultades de las que creemos carecer.
Además, Jung añadió algo inquietante respecto a la sombra: nuestras almas, al igual que nuestros cuerpos, están compuestas por elementos individuales que esta-ban ya presentes en nuestros antepasados.
¿Qué insinuaba Jung? Que los problemas que en el pasado no quedaron resueltos por nuestros antepasados tienden a permanecer en la sombra de nuestro incons-ciente colectivo y transformarse en fuerzas o energías oscuras. No solo recibimos los genes de papá y mamá. También se cuelan elementos filogenéticos que acaban anidando en nuestro inconsciente.
Así, en la estructura de la personalidad hay elementos
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ancestrales que, bajo ciertas condiciones, pueden apare-cer súbitamente. Y cuando ocurre solemos decir: «No entiendo cómo hice una cosa así, ese no era yo». No sa-bemos hasta qué punto hay más herencia procedente de lo colectivo que de nuestros padres.
Otro antecedente, aunque sin redundar en el efecto de la proyección, es el de Alfred Korzybski. Su axioma más popular seguro que te suena:
«El mapa no es el territorio».
La distinción entre «mapa»y «territorio» es útil para diferenciar lo que es producto de mi mente de lo que son las cosas en su situación real. La metáfora es fácil de aplicar si usamos la idea de un mapa.
Cuando andamos por una ciudad desconocida sole-mos usar mapas para orientarnos. Pero ese mapa que tenemos entre manos no es el territorio real que estamos pisando, del mismo modo que la carta del menú de un restaurante no es la comida, ni la palabra aguamoja.
Sabemos que la mente funciona a través de represen-taciones mentales, es decir, de imágenes que pueden ser de cualquier tipo sensorial (imágenes visuales, auditivas o cinestésicas). Los seres humanos no podemos experi-mentar el mundo directamente, sino solo a través de nuestras abstracciones. Como afirmaría Descartes: solo tenemos contacto inmediato, directo, con nuestras ideas.
La psique y sus contenidos representan la única realidad que nos es inmediatamente dada.
la ley del reflejo
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Obsérvalo bien. Todo lo que experimentas no es por contacto directo, sino a través de tu capacidad percepti-va, es decir, mediante los cinco sentidos. Dichos sentidos se abren paso a través de la extensión de nuestro sistema nervioso. Entre las cosas tal como son y tú mismo me-dian los sentidos. Quien a la postre traduce lo que te llega de los sentidos es la mente, cuya función consisti-rá en interpretar y valorar la información y actuar al res-pecto.
Así lo afirma un estudio de la Universidad de Sussex, en Inglaterra:
La totalidad de la experiencia perceptiva es una fantasía neuronal que permanece unida al mundo a través de una continua creación y recreación de las mejores suposiciones perceptivas, de alucinaciones controladas. Incluso se po-dría decir que todos estamos alucinando todo el tiempo. Cuando nuestras alucinaciones coinciden, eso es lo que lla-mamos realidad.
Ese ejercicio interpretativo, esta alucinación controlada, se realiza a través del lenguaje. Le pondrás palabras a la experiencia y la experiencia futura se basará en esas pa-labras, de tal modo que todo el proceso quedará regis-trado en tu neurología. Entonces lo que experimentarás no será una primera impresión, sino la creencia que ha-yas