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Una guía amena, realista y profundamente útil para dominar la comunicación interpersonal y evitar el conflicto con los demás y con uno mismo. En el día a día, nuestras palabras tienen el poder de construir puentes o, en muchas ocasiones, levantar muros. ¿Cuántas veces hemos dicho algo que se ha interpretado justo al revés de como queríamos? ¿Y esas conversaciones que empiezan con un simple «tenemos que hablar» y acaban siendo un desastre épico? En Ni me explico, ni me entiendes, Xavier Guix, autor del best seller El problema de ser demasiado bueno, nos lleva de la mano por los entresijos de la comunicación humana: un arte que, a pesar de practicarlo a diario, a menudo se convierte en una de las habilidades más difíciles de dominar. Con su estilo cercano, pero preciso y lleno de claridad, Guix nos ayuda a entender cómo influyen nuestras emociones, el lenguaje no verbal, las primeras impresiones e incluso los roles que asumimos sin darnos cuenta en nuestras relaciones. Desde los malentendidos más corrientes hasta las discusiones que nos quitan el sueño, este libro desvela por qué nos cuesta tanto entendernos y, lo más importante, qué podemos hacer para solucionarlo. «¡Muy útil! Aprende a dejar de hablar por hablar». Toni Clapés
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Seitenzahl: 224
Veröffentlichungsjahr: 2025
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NI ME EXPLICO, NI ME ENTIENDES
© del texto: Xavier Guix, 2004
© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.
Primera edición: febrero de 2025
ISBN: 978-84-10313-69-9
Diseño de colección: Enric Jardí
Diseño de cubierta: Anna Juvé
Maquetación: El Taller del Llibre
Producción del ePub: booqlab
Arpa
Manila, 65
08034 Barcelona
arpaeditores.com
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN
PREFACIO
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE
1. MÁS ALLÁ DEL EMISOR Y EL RECEPTOR
La comunicación no es algo que suceda en la realidad, sino que la realidad se construye en la comunicación
2. EL LABERINTO DE LAS RELACIONES
¿Tan complicado es a veces entenderse? Los siete principios
El mapa no es el territorio
Cuando ya empezamos mal
Dos direcciones para un mensaje
La gestión del desacuerdo
Discusiones y enfados
3. LA PRAGMÁTICA DE LA COMUNICACIÓN
Comunicación no verbal: cuando el cuerpo se expresa
El tono de voz: el fondo sonoro de las emociones
Palabras que dicen, palabras que hacen
Neurología: la comunicación que no se ve
SEGUNDA PARTE
4. ATRAPADOS EN EL LABERINTO DE LA DESCOMUNICACIÓN
Interferencias
Distorsiones cognitivas
Sobre las primeras impresiones
La disonancia: creencias por aquí, conductas por allí
Miedos, inseguridades y exigencias: los «ruidos» de la comunicación
Juegos de roles y bailes de máscaras
TERCERA PARTE
5. RECURSOS PARA UNA COMUNICACIÓN EFICAZ
Inteligencia emocional
Empatía: las neuronas espejo
Asertividad: palabra mágica
Dar y recibir feedback: sinceridad efectiva
La comunicación no violenta
Programación neurolingüística (PNL)
Los sistemas representacionales
La comunicación en tiempos de redes sociales
Más allá de la comunicación
A mis padres, mi primera relación.
A Gemma Nierga, por su inmensa fidelidad a ella misma y a sus amistades.
A Joan Humet, allá donde esté, por su profundo amor al ser humano.
A Miquel Murga, por su entrañable bondad.
A Oriol Pujol, por inspirarme a vivir desde el corazón.
Mi más sincero agradecimiento a Franc Ponti, por confiar en mí; a Eduardo Díez y Daniel López, por su disposición y asesoramiento.
El libro que el lector tiene en sus manos nació hace veinte años y afortunadamente sigue publicándose. La oportunidad que ahora me brinda Arpa para editarlo en un nuevo formato ha sido la excusa perfecta para revisarlo y enriquecerlo a fin de que, como autor, pueda sentir que expresa todo lo que quería expresar y como lo quería expresar. Siendo el mismo libro, he podido integrar textos de diferentes trabajos que ahora quedan compilados en uno solo. No siempre se tiene la ocasión de revisar un primer libro, lo que constituye un privilegio que agradezco profundamente.
Sin embargo, al margen de la cuestión de los contenidos, lo más relevante es que no soy el mismo de hace veinte años. Mis propias experiencias y aquellas que el libro me ha proporcionado a través de los lectores y asistentes a cursos y conferencias me permiten observar la realidad comunicativa con miradas nuevas, algunas de las cuales quisiera compartir brevemente.
La comunicación es probablemente la acción más importante junto al amor. La comunicación deviene esencial porque es el vehículo que nos permite relacionarnos o, mejor aún, vincularnos. La raíz de la comunicación está en poner en común y construir vínculos. De ahí nacen las dos dimensiones de toda comunicación: el contenido y la definición de la relación.
Alineado con la idea de que «no se puede comunicar», es decir, que todo es comunicación, fui proclamando este primer axioma de la teoría de la comunicación humana hasta que descubrí algo que era imposible de comunicar. Introducido en el campo filosófico de Emmanuel Lévinas, tomé conciencia de que la existencia es lo único que no puedo comunicar. Puedo contarla, pero no puedo dar parte de mi existencia. No cabe duda de que no existe nada más privado que el hecho de ser. Y, aunque a veces decimos «daría lo que fuera para que te vieses con mis ojos», lo cierto es que es imposible comunicar lo que vivimos de puertas adentro.
Esta contundente realidad sitúa al otro como lo que es: otro, distinto de mí. Y aunque reconozcamos que, en lo esencial, somos una misma naturaleza, la presencia del otro supone siempre una alteridad, es decir, una alteración. En ella podemos encontrarnos tanto como perdernos.
La magia y la grandeza de la relación consisten precisamente en la asunción de la responsabilidad que tenemos ante el otro. Porque el otro siempre será otro y no un yo mismo. Por eso, en la experiencia de la fusión amorosa, descubrimos que dos se convierten en uno porque son dos. Ante tamañas realidades, la comunicación deviene el vehículo que nos permite interser, conectar para interrelacionar, el verbo necesario para que exista todo principio, que no es otro que el de la relación.
El lector tiene en sus manos un texto ameno, práctico y útil sobre un tema tan fascinante como es la comunicación humana, la comunicación entre las personas que vivimos en este mundo. Comunicar ideas y sentimientos es algo tan básico y propio de nuestra especie que a menudo lo damos por supuesto. ¿Comunicar? ¿Y cuál es el problema? Pues precisamente ese es el problema. Una parte importante de los asuntos humanos se ven afectados directamente por las dificultades en la comunicación. Si miramos atentamente a nuestro alrededor, comprobaremos que gran parte de los problemas cotidianos de individuos, grupos, organizaciones y estados están relacionados con la comunicación. Crisis de personalidad, problemas de relación, conflictos laborales y guerras entre países tienen la mayoría de las veces su origen en la ausencia de comunicación, o bien en una comunicación defectuosa o patológica.
Nadie viene a este mundo con todas las habilidades comunicativas bajo el brazo. Las competencias comunicativas se aprenden y se construyen día a día. Nadie nace perfectamente asertivo ni nadie posee dotes naturales de empatía. A una mejor o peor predisposición para la comunicación, hay que añadir voluntad, criterio, ideas claras y aprendizaje continuo. Ser comunicativamente competente es una de las habilidades más valoradas en el mundo actual, porque un buen comunicador escucha, se expresa con claridad y es capaz de convertir los problemas en grandes oportunidades. Nada está más condenado al fracaso que dos personas, dos equipos o dos gobiernos que se esfuerzan por no comunicarse, por no entenderse, por no aceptarse, por odiarse.
Conozco a Xavier Guix desde hace algunos años. Juntos hemos impartido cientos de horas de clase a directivos de empresa en distintas temáticas: negociación y conflicto, comunicación interpersonal, creatividad... Pero siempre hemos tenido clara una cosa: un profesor no es tanto lo que sabe o lo que dice como la forma que tiene de comunicarlo. Xavier y yo sabemos que para aprender hay que disfrutar. Comunicar es disfrutar, es vivir la vida en su máxima plenitud, escuchando y transmitiendo.
Xavier Guix es un personaje polifacético cuyas diversas experiencias vitales le han aportado una capacidad poliédrica para analizar la comunicación humana. Xavier es actor profesional y goza de una impresionante sabiduría derivada de su profundo conocimiento del teatro, la radio y la televisión. Trabajar con personajes de la talla de Narciso Ibáñez Serrador o Joaquim Maria Puyal le ha conferido un minucioso conocimiento de las artes escénicas: platós, estudios de radio y escenarios diversos han sido quizá el laboratorio más importante de Xavier para el estudio de la complejidad de la conducta humana. Como actor, Xavier es consciente de la importancia del trabajo interno con las propias emociones y las propias ideas, pero especialmente del instante mágico desde el cual esas emociones e ideas son comunicadas y transmitidas al público.
Además, Xavier es terapeuta y especialista en Programación Neurolingüística. De la mano de maestros como Oriol Pujol, Xavier ha podido trenzar una sutil y eficaz metodología para abordar problemas de índole comunicativa de una forma directa, abierta y honesta. Xavier Guix, como experto, es consciente de que la mejor escuela es la mezcla de escuelas, y plantea un método de abordaje de los problemas comunicativos que bebe de fuentes orientales, de autores sistémicos, constructivistas, cognitivistas...
Ni me explico, ni me entiendes es un apasionante libro que permitirá al lector interesado adentrarse en los laberintos humanos de la comunicación y que, de forma especial, le ayudará a salir de ellos y proyectar su comunicación a un mundo ávido de claridad, de sinceridad y de capacidad de aceptación y entendimiento entre las personas.
FRANC PONTI
Profesor de EADA
«Solo vivimos para nosotros mismos cuando vivimos para los demás».
LEÓN TOLSTOI
Todo lo que sé lo he aprendido de la experiencia de relacionarme con los demás. La llave del aprendizaje sobre la vida y la posibilidad de conocerse a sí mismo pasa sin duda por la relación. La comunicación es el proceso que permite dicha relación. Por eso es tan esencial, es la habilidad más importante en la vida.
Me dicen que soy un buen comunicador; que me expreso con fluidez, con dominio del lenguaje y proyección de la voz; que me hago entender tanto hablando en público como en la consulta privada. Esto no ha evitado que haya tenido dificultades comunicativas en mis relaciones interpersonales. No es lo mismo hablar sobre las cosas que expresarlas emocionalmente.
Saber comunicar no presupone tener unas excelentes relaciones, aunque ayuda. Comunicar bien es una cuestión de habilidad y oficio. Saber relacionarse es cuestión de ser uno mismo y serlo con los demás. Sin duda, este es uno de los equilibrios más difíciles en la vida. El aforismo de Hora es muy revelador en este sentido: «Para conocerse a sí mismo, es necesario ser conocido por otro. Y, para ser conocido por otro, primero hay que conocerlo».1
Nos jugamos mucho en las relaciones. A través de ellas nos definimos a nosotros mismos y, a la vez, participamos en la definición de los demás. El psiquiatra Harry Stack Sullivan ha propuesto la teoría de que todo crecimiento y maduración personal, al igual que todo deterioro y regresión personal, pasa a través de nuestras relaciones.
A menudo las personas limitan sus relaciones al vivirlas con exclusividad. Que alguien se convierta en la persona que más queremos en este mundo no significa que sea la única persona a la que podemos querer. Junto a la experiencia de una relación profunda e íntima, caben otras que permitan explorar diferentes facetas de nuestra vida. Cuando limitamos nuestras relaciones, nos limitamos a nosotros mismos.
No sé si, como dice John Demartini, las carencias crean valor. El caso es que me puse manos a la obra y decidí vivir más a fondo mis relaciones, poniendo toda la conciencia y todo el sentimiento en ello. He aprendido, pues, que toda comunicación es una relación. Que toda relación es un proceso interactivo y constructor tanto de la identidad como de lo que llamamos la realidad. Que esta construcción se lleva a cabo a través del lenguaje, influenciado, como nosotros, por el contexto, la sociedad y el momento histórico en el que vivimos.
La comunicación, pues, es un proceso básicamente psicosocial que tiene la finalidad de unirnos, de trazar relaciones entre nosotros lo suficientemente estables y pautadas (normas, signos, contextos, discursos, objetos, etc.) como para que podamos formar colectividades y desenvolvernos tanto en lo que es común denominador como en la diferencia.
Pero lo más importante que he aprendido es que las relaciones son experiencias emocionales, intuitivas, a veces inconscientes y, por supuesto, basadas en el amor. Por mucho que lo queramos razonar, ¡aquello que nos une o nos desune es un misterio que debemos vivir!
Nos pasamos la vida relacionándonos. A no ser que vivas alejado del mundanal ruido, cada día vas a protagonizar relaciones de todo tipo. Breves, largas, amistosas, interesadas, profundas o superficiales, las relaciones están ahí para aprender cómo somos.
El interés de este libro se va a centrar en cómo manejamos nuestras diversas relaciones y, más concretamente, en la descomunicación, es decir, en las interferencias y efectos perceptivos que se producen cuando nos relacionamos. Curiosamente, se trata de analizar aquello que descomunica de la comunicación, aquello que nos hace exclamar a menudo: ¿tan difícil es entenderse?
Cuando las relaciones van bien, todo va bien. Pero, cuando van mal, se traducen en un problema de comunicación. Para mí no existen la buena o la mala comunicación, la mucha o la poca, la falta o el exceso de ella. ¡Todo es comunicación! Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen siempre valor de mensaje, influyen sobre los demás, quienes a su vez no pueden dejar de responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican.2
Además, lo que entendemos como «mala comunicación» no deja de ser «información» sobre el proceso comunicativo, con lo cual, quitándole la connotación negativa, esa información es altamente útil tanto para corregir el proceso como para aumentar la propia información.
He podido comprobar que la principal expectativa de los participantes en cursos de comunicación suele ser cómo aprender a explicarse mejor y conseguir así hacerse entender bien. Les suelo decir: ¿acaso os habéis reunido todos los que tenéis la misma dificultad?
El problema de que no nos entiendan es, precisamente, considerarlo un problema. Creemos que lo normal es que todo el mundo nos entienda, cosa que implicaría que todo el mundo es igual. Al comprobar que esto no es así, tendemos a autoinculparnos, a creer que lo estamos haciendo mal. Para mí, lo normal, de entrada, es que cada uno entienda lo que quiere entender. Cada persona tiene su mapa del mundo, así como su propia interpretación de los significados de las palabras, más allá de su sentido gramatical.
Además, no podemos prescindir de suponer intenciones a través de la lectura del lenguaje corporal y del tono de la voz. Ese proceso complejo y automático se produce dentro de las relaciones y es muy diferente de los problemas o dificultades «expresivas» que pueden obstruir cualquier comunicación. No cabe duda de que los «ruidos» comunicativos existen y que no es lo mismo un discurso bien estructurado, expresado ordenadamente y con la voz adecuada, que otro lleno de imprecisiones. De todos modos, será mejor separar la comunicación como fenómeno relacional de nuestras habilidades expresivas.
Me siento ilusionado por poder hacer este trabajo de síntesis, sobre todo por un motivo: el convencimiento de que entender la comunicación es hoy más que nunca una parte fundamental de nuestro crecimiento personal y nuestro bienestar relacional.
Vivimos unos momentos sociales de grandes transformaciones. Si la comunicación fue el primer proceso que cambió al ser humano hace millones de años, hoy lo sigue haciendo a través de sus diferentes modalidades. La tendencia a vivir en grandes áreas metropolitanas significa que cada vez somos más, viviendo más juntos, más diversos y multirraciales. Ello implica muchos más contactos y, por tanto, muchas más situaciones comunicativas.
En el mundo de la empresa, la tendencia es el trabajo en equipo. Se van rompiendo aquellas estructuras jerarquizadas para situarnos en esquemas y procesos más horizontales. Todo ello implica una mayor relación con los compañeros; es decir, mucha más comunicación.
Los avances tecnológicos y las redes sociales se presentan también como herramientas que incrementan nuestra capacidad para comunicarnos. Somos más accesibles, con lo cual se incrementan a la vez las exigencias de respuestas a tanta comunicación. Y la pregunta que me hago es: ¿disponemos de suficientes recursos comunicativos para atender tanta comunicación? Y ¿disponemos de suficiente tiempo para crear y mantener relaciones que nos enriquezcan y nos aporten un mejor conocimiento de nosotros mismos?
1.HORA, THOMAS, «Tao, Zen and existencial psychoterapy». Psychologia 2, 1959, 236-242 (pág. 237).
2.WATZLAWICK, BEAVIN y JACKSON, Teoría de la comunicación humana. Herder, 1981.
Todos venimos al mundo con una estructura genéticamente preparada para la comunicación, pero sin un manual de instrucciones que nos diga «cómo» debemos comunicarnos de forma eficaz. Aprendemos sobre la marcha trascendiendo a cada paso los aprendizajes anteriores. Hablar hoy de la comunicación, por ejemplo, es ir más allá de algunos mitos y teorías, como aquella según la cual la comunicación consiste en el simple intercambio de estímulos y respuestas mediados por informaciones entre personas. El paradigma de este mito es, sin duda, la teoría transmisionista de Shannon y Webber:
Mensaje → Emisor → Canal → Código → Receptor
Este esquema, pensado en su momento para simplificar el complejo fenómeno de la comunicación, la presenta como una simple traslación de palabras de un lado para otro; además, prescinde del contexto y de la interacción entre emisor y receptor, cuando ¡todos somos emisores y receptores a la vez!
Y todavía hay más: el canal, que está fuera de los dos extremos en el esquema, no está realmente fuera, sino que condiciona completamente el proceso.
Tanto el emisor como el receptor tienen que adaptarse al mismo canal y entender el mismo código si quieren participar de la comunicación. ¿Acaso puedes entenderte con un inglés si no hablas su idioma, ni él, el tuyo? ¿Acaso puedes entenderte con una persona que habla por signos si no los conoces?
En realidad, el emisor y el receptor no son entidades autónomas separadas del canal, sino que dependen de él. Además, si tenemos en cuenta que «no se puede no comunicar», que los mensajes no paran de circular, tal vez habrá que invertir la importancia de los extremos (emisor-receptor) y fijarnos en la parte central, es decir, el canal y los mensajes. A la postre, todo aquello que ocurre en el centro de la interacción es lo que construye y da sentido tanto al emisor como al receptor.
Cada interacción va a depender de un sinfín de procesos que se producirán justo en el epicentro entre un sujeto y el otro. Aunque, para algunos, eso de comunicar es tan sencillo como respirar, lo cierto es que se trata de un proceso activo y complejo en el que intervienen procesos semánticos, neurológicos, psicológicos, sociales y culturales. Comunicar no es tan natural como respirar. Deben intervenir los cinco procesos. Una buena prueba de esta complejidad es su estudio, abordado por diferentes disciplinas, como la Historia, la Antropología, la Sociología, la Filosofía, la Lingüística y, por supuesto, las Ciencias de la Comunicación y la Psicología.
La comunicación es poliédrica y debo añadir que posee, como concepto, múltiples usos. Si se te ocurre contratar a un comunicador, ¡es posible que se presenten desde un afamado presentador de televisión hasta un portero automático! La condición heterogénea de la comunicación hace que no podamos hablar de «la comunicación», sino de muchas prácticas diferentes, tan abiertas como imprevisibles. Un sinfín de acciones se simplifican etiquetándolas de comunicación:
• Medios de comunicación (radio, TV, prensa...).
• Redes de comunicación (transportes).
• Comunicación interna y externa (empresa, instituciones...).
• Comunicación de masas (publicidad).
• Tecnologías de la comunicación (ordenadores, móviles, teléfonos...).
• Redes sociales.
• Comunicación interpersonal (entre personas).
• Comunicación intrapersonal (diálogo interior).
Tratándose de un fenómeno multidisciplinar, que se entendería mejor usando sus propios verbos (relacionarse, dialogar, emitir, transportar, conectar, difundir, informar), ¡yo apuesto por la idea de comunión! Algo que nos mantiene unidos porque nos relaciona a los unos con los otros.
Y esa unión se proyecta en un fondo y en una forma: la comunicación es el fondo que permite que destaque una figura, la información. Así, la comunicación tiene dos caras: la que produce vínculos colectivos y la que los transforma a través de la información.
La información es lo que permite que la comunicación no sea tan solo comunión y consenso, sino también un proceso de cambio y diferenciación del que surgen diferentes puntos de vista e identidades. Y, en esas diferencias, a menudo aparecen los conflictos. Las relaciones se tornan un laberinto por el que nos perdemos. Vamos a ver por qué.
Voy a formular la pregunta al revés: ¿qué debería pasar para que nos entendiéramos a la perfección?
Suponiendo que se tratara de dos personas, por lo pronto ambas deberían usar sus canales sensoriales del mismo modo y tener el mismo tipo de percepción. En el supuesto que tuvieran las mismas percepciones, deberían disponer exactamente de los mismos aprendizajes para que se diera el mismo resultado perceptivo. A su vez, deberían estar de acuerdo en todos y cada uno de sus principios, valores y creencias; toda esta información debería estar almacenada del mismo modo en sus recuerdos y participar del mismo proceso de recuperación. Suponiendo que todo esto les pasara exactamente igual a los dos, también les debería pasar a la vez. Por lo tanto, deberían estar sincronizados emocionalmente, disponer del mismo estado de ánimo, sincronizar sus neurologías, venir del mismo pasado e ir al mismo futuro. Pero, por si fuera poco, deberían gozar del mismo estado físico, estar motivados por las mismas cosas, coincidir en sus temperamentos y soportar la misma estructura genética. Y todo ello, claro, desarrollado en el mismo ambiente, en el mismo contexto, en el mismo momento histórico y en la misma sociedad. Habiendo interiorizado los mismos elementos sociales, las mismas normas, conociendo e interpretando el mismo idioma, dándole el mismo significado a cada palabra y coincidiendo en las intenciones y las expectativas. Y, para rematarlo, sería preciso que sus inconscientes manejaran la misma información y se les presentase a los dos a la vez.
¿Crees que es posible que exista por ahí una especie de clon de ti?
Tal vez sea mejor aceptar que, para entendernos, hay que poner de nuestra parte. La comunicación no es fácil ni difícil. Somos nosotros los que la hacemos más o menos complicada. La comunicación siempre está en el fondo de nuestras relaciones, aunque la forma a menudo se asemeja más a un laberinto por el que nos perdemos. Por eso he utilizado mis propias brújulas, a las que llamo «principios», que me han servido para entender la complejidad de las relaciones. Son los pilares en los que se asienta este trabajo.
No hacemos nada porque sí; lo hacemos porque tenemos «intenciones», sean conscientes o inconscientes. Excepto nuestros comportamientos vegetativos, que funcionan por sí solos, el resto son intenciones que se convierten en la causa de nuestras acciones. La Folk Psychology o psicología de la vida cotidiana lo expresa muy bien a través del triángulo «deseos, creencias y acciones». Ya que tengo el deseo de ir a la playa, y creo que es bueno tomar el sol, lo más probable es que vaya a la playa.
Cuando un sujeto realiza acciones, estas van acompañadas de la captación de las propias intenciones (deseos y creencias) que impulsan el hacerlas. La acción, pues, queda asociada a la intención que la puso en marcha. Pero ¿qué sucede cuando yo observo las acciones de los demás? Pues que les atribuyo las intenciones que yo tengo asociadas. Resultado: si yo sé que cuando hago X es por Y, cuando tú haces Y seguro que es por X. ¡Y ya la hemos liado! No podemos estar en la mente de los demás, solo podemos observar sus acciones. Y es a partir de ellas que presuponemos sus «intenciones», ¡cuando, en el fondo, son las nuestras!
Entenderse es a veces complicado, simplemente porque somos diferentes y variables; aunque, al mismo tiempo, somos iguales.
No solo cada persona es única y diferente a las demás, sino que no siempre está igual, ni piensa del mismo modo, ni siente siempre lo mismo, aunque algunas lo aparenten. «No somos quienes éramos, ni aún somos quienes seremos». Cada vez que nos relacionamos es un encuentro nuevo, porque ya no somos los mismos de ayer. Pero esto cuesta de entender. Presuponemos que las personas no cambian. El hecho de sentirnos siempre «nosotros mismos», de mantener nuestra individualidad psicológica, nos hace creer que no hay más cera que la que arde. «El hombre es altamente impredecible en sus respuestas y, visto al menos desde fuera, cambia en sus elecciones ante situaciones aparentemente idénticas. Y es que posiblemente “lo idéntico” y sin cambio no existe ni en el cerebro del hombre ni en su medio ambiente. En la esencia de casi todo en el mundo está el cambio, y nada se repite de modo idéntico. Realmente, lo único que permanece sin cambios es el cambio mismo... Cada acto de elección es diferente, tanto porque es diferente el cerebro que elige como porque es diferente la cosa elegida o la decisión tomada».1
Por todo ello, es importante entender que, cada vez que estamos con alguien, hay que redescubrirlo: ¿dónde está esa persona ahora y aquí? ¿Qué siente ahora y aquí? ¿Cómo es nuestra relación ahora y aquí? Como ves, las relaciones también hay que vivirlas en presente. A menudo no nos entendemos porque simplemente estamos en momentos diferentes, con estados internos diferentes y con intenciones también diferentes. Captar el presente de la relación es muy importante. Por eso añado el principio siguiente.
Es cierto, como ya propugnó Darwin, que la expresión de las emociones es universal, aunque lo hagamos por cosas diferentes. Lo que no es lo mismo es la velocidad, la expresividad, la intensidad y la latencia de la emoción, que presenta una amplia variabilidad interpersonal. Para las relaciones, este punto es muy importante, puesto que existe la fantasía de que los demás experimentan las emociones del mismo modo que nosotros. Muchos conflictos y malentendidos se basan en la incomprensión del ritmo que cada uno necesita al vivir sus emociones. Algunas personas estallan enseguida, mientras que otras van «cociendo» poco a poco sus emociones. Hay quien necesita resolver de inmediato sus ansiedades, hay quien sabe darles tiempo y hay quien se las echa a la espalda.
En los estudios sobre el funcionamiento cerebral, se afirma que, después de un estallido emocional, algunas personas tienen una función de recuperación muy lenta, mientras que otras vuelven con mayor rapidez al punto de partida. Entender y respetar los estilos y ritmos afectivos de cada uno es básico si pretendemos acompañar a los demás.
Aparentemente, la unidad básica de una relación son dos personas. Si existieran unas lentes que nos permitiesen ver más allá de sus cuerpos físicos, nos daríamos cuenta del entramado en forma de red que las sostiene. Cuando una relación traspasa los umbrales del encuentro casual para convertirse en estable, esas dos personas son algo más que dos. Establecen entre ellas un sistema único que acaba teniendo vida propia. ¿Por qué crees que decimos que «cada pareja es un mundo»? Cada relación es un sistema que a la vez está conectado con sistemas superiores (las familias de ambos), que a su vez están conectados con otros sistemas superiores (la sociedad en la que viven) y envueltos en un sistema mayor al que podemos denominar «el momento histórico». Todo ello está ahí, en cada interacción; es esa red invisible que, a pesar de no ser perceptible, condiciona todo lo que hacemos.