La lucha hablada - Egoitz Gago - E-Book

La lucha hablada E-Book

Egoitz Gago

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Beschreibung

 Tras el anuncio de disolución de 2018, se puede afirmar que ETA ya forma parte del pasado. Un pasado doloroso, vivo, contradictorio, sangriento que sin embargo debe ser conocido y analizado para evitar que se repita y para superar definitivamente un conflicto cuya naturaleza, de otro modo, corre el riesgo de ser olvidada o reducida a una versión parcial. Este libro nace precisamente con la intención de incluir en el relato histórico en construcción la viva voz de aquellos que eligieron la senda sin retorno de la violencia y pagaron por ello. ¿Qué los empujó a tomar las armas? ¿En nombre de qué ideal decidieron sembrar el miedo en un país sediento de paz y democracia? Las respuestas a estas y otras preguntas se hallan en las nueve entrevistas aquí recogidas a sendos exmilitantes de ETA.  Los investigadores Egoitz Gago y Jerónimo Ríos, dos de las voces más autorizadas en materia de violencia política tanto en España como en América Latina, hablan con cada uno de ellos sobre el ingreso en ETA, las funciones desempeñadas, la detención, los años de cautiverio, los diferentes procesos de paz y la disolución final. Precede a los testimonios una amplia introducción que traza la historia del grupo terrorista desde el nacimiento hasta los últimos días, con la intención de ofrecer al lector un contexto del que extraer las herramientas críticas necesarias para analizar un relato en ocasiones chocante por su dureza.   

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Prólogo

 

 

 

LUIS R. AIZPEOLEA[1]

 

Josu Urrutikoetxea, «Josu Ternera», al anunciar la disolución de ETA el 3 de mayo de 2018, resaltó como legado de la organización terrorista la conciencia de Euskadi como nación, su supervivencia y la introducción en el debate político del derecho a la autodeterminación. Trataba con ese discurso de aminorar la derrota de una organización que, después de seis décadas de terrorismo, se retiraba sin haber logrado sus objetivos políticos: el derecho de autodeterminación para Euskal Herria y la unión de Euskadi y Navarra. Curiosamente, la mayoría de los nueve exmilitantes de ETA que han entrevistado Jerónimo Ríos y Egoitz Gago —en su interesante texto, cuyo plato fuerte son los testimonios de los exetarras— mantienen la pauta marcada por el histórico dirigente de la organización terrorista.

El libro de Ríos y Gago es especialmente atractivo porque permite conocer la visión de lo sucedido en ETA, en la sociedad vasca y en su propia trayectoria de un núcleo relevante de la militancia etarra, que ha pasado, al menos, una veintena de años en la cárcel. Lo primero que sorprende es que ninguno de los entrevistados se arrepiente de haber pertenecido a ETA ni de haber practicado el terrorismo. Pero se percibe, a la vez, que su testimonio de firmeza es un tanto impostado porque sus palabras reflejan, también, mucha amargura, mucho desconcierto y contradicciones. No son pocos los que admiten que ETA fue derrotada militarmente, que se disolvió sin lograr sus objetivos porque de sus propias palabras se desprende que una cosa es que se debata sobre el derecho de autodeterminación —hoy mucho más debatido en Cataluña que en Euskadi, por cierto— y otra es que ese pretendido derecho haya sido reconocido, lo que no ha sucedido.

Curiosamente en España, es la extrema derecha, y algunos líderes del PP, quienes más eco han otorgado al discurso de Josu Ternera —reproducido por algunos exetarras en sus testimonios—, el de la introducción del derecho de autodeterminación en el debate político para señalar algo que ni siquiera el histórico etarra osa decir: que ETA no ha sido derrotada. E, incluso, para denunciar que hoy ETA tiene más influencia que nunca en el Gobierno de España, como puede leerse en medios conservadores tan significativos como ABC.

Es duro para una persona que ha pasado veinte años o más en la cárcel tener que reconocer que su militancia terrorista no sirvió para nada, que asesinó por una causa artificial, ajena a los problemas reales de la sociedad. De ahí que la proporción de exetarras arrepentidos en el colectivo de presos haya sido minoritaria y que surjan testimonios contradictorios como el del exetarra, con más de veinte años cumplidos de cárcel, que reconoce que ETA sufrió una derrota militar, que «perdimos y no estamos mejor que en 1981» y, a la vez, destaca que ETA le dio sentido a su vida.

No son pocos los testimonios que coinciden en que ETA tenía que haber abandonado el terrorismo antes de 2011, cuando empezó a percibirse la pérdida de apoyo social, que algunos sitúan en las movilizaciones por el lazo azul, de Gesto por la Paz, a mediados de los años noventa, y tras el asesinato del concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco, en 1997. La unanimidad es absoluta en considerar que los atentados yihadistas del 11 de marzo de 2004, la matanza indiscriminada de casi doscientos ciudadanos significó el punto final del terrorismo etarra. El propio Arnaldo Otegi ha apuntado en alguna ocasión, como en el documental El fin de ETA, que esta debía haber terminado antes. No llega a precisarlo, aunque señala algunos momentos, uno de ellos, con veinticinco años de anticipación a lo sucedido: la firma de la entrada de España en la Comunidad Europea en 1985.

Pero, pese a todo, los exetarras mantienen en sus testimonios la pasada validez del terrorismo porque ha permitido que Euskadi no desaparezca —y que, como precisa alguno, no haya sido absorbido por el régimen del 78—, ha fortalecido el euskera, ha frenado el nacionalismo español, ha mantenido el «conflicto político que no empezó en el franquismo». El esfuerzo por buscar argumentos de la validez del terrorismo raya, en algún caso, en el patetismo, como el testimonio del exetarra que destaca que hoy la izquierda abertzale es la segunda fuerza política vasca y, en otros tiempos, la tercera.

Pero la idea central que justificaría el terrorismo para los exmilitantes de ETA es que gracias a su actividad, Euskadi sigue viva. Es un planteamiento nacionalista, propio de la angustia que embargaba al fundador del PNV, Sabino Arana, por su temor a que Euskal Herria y el euskera desaparecieran por la eclosión de la inmigración española a finales del siglo XIX. En este sentido, es interesante reseñar la coincidencia de todos los exetarras en señalar que antes que socialistas o marxistas, son abertzales y que la defensa del «derecho a decidir» es anterior a declararse de izquierdas.

Ríos y Gago consiguen, también, que los exetarras reconozcan con amargura que la sociedad vasca por la que lucharon, con la que se encontraron al salir de prisión, es peor que la que ellos vivieron veinte o treinta años antes. Destacan que la sociedad ha cambiado mucho, hay menos sensibilidad social, más individualismo y mucha menos capacidad movilizadora de la que existía en los años setenta y ochenta.

En los exetarras hay una nostalgia de la sociedad que conocieron antes de ser detenidos. Pero, a su vez, prácticamente sin excepción, coinciden en que decidieron entrar en ETA, bastantes en los años ochenta y alguno en los noventa, por la represión existente en Euskadi. Estos testimonios muestran la burbuja en que vivía el mundo abertzale, el escalón previo a la entrada en ETA, cuando en los años ochenta la sociedad vasca ya vivía en democracia y con autogobierno. Elevaban a la categoría de represión generalizada los actos ya muy aislados de guerra sucia —termina del todo en 1987— y de abusos policiales.

Además de la endogamia, los testimonios, que abarcan un amplio abanico de facetas por las que se interesan los autores del texto, revelan la marcada disciplina del mundo abertzale. Esta se expresa en la decisión unánime de que ETA no debe regresar y en el vaticinio de que no lo hará, al menos, en nuestra generación, pues los entrevistados coinciden en que no tiene el colchón político del que gozó en sus mejores años. Esa misma disciplina se confirma en los testimonios y marca todo el mundo abertzale, como se reveló cuando, hace unos pocos años, surgió un grupo disidente que llegó a quemar autobuses en Leioa y Derio: bastó que Sortu lo rechazara y que los autores de los desmanes recibieran un aviso para que terminaran de cuajo.

Nota de los autores

 

 

 

Los autores de este libro tienen una larga trayectoria de investigación. Durante años se han dedicado principalmente al estudio de la violencia política y de la construcción de la paz, y dicho estudio ha sido elemento de continua reflexión académica. Tras un trabajo de campo realizado entre septiembre y noviembre de 2018 y que pretendía analizar el relato que, entre la antigua militancia de ETA, concurría en torno a legitimar la violencia, a entender el distanciamiento y la condena de la sociedad civil (incluido la de la izquierda abertzale) o a reflexionar sobre el nuevo escenario político que se abre en el País Vasco, se concibió la idea de un libro como este; un libro que publicase desde el anonimato y adaptase algunas de las entrevistas y notas realizadas con motivo de aquel trabajo de campo. El resultado podía servir para mostrar algunos de los repertorios discursivos que es posible encontrar en dicha militancia. Es decir, en lugar de realizar un trabajo analítico del relato y de la narrativa de lo sucedido, más propio de un trabajo científico-social dirigido a publicaciones académicas, lo que se propone en este libro responde a una naturaleza totalmente diferente, pues el acento crítico del análisis recae exclusivamente sobre el lector.

Antes, para contextualizar, se presenta una suerte de breve historia de ETA que parte de los orígenes, se adentra en los escenarios de su transformación y redefinición, y muestra los diferentes repertorios del uso de la violencia y el terror hasta llegar a la primera declaración de abandono de las armas y posterior disolución en 2018. No obstante, la parte más interesante de este texto son las entrevistas realizadas como parte del trabajo de campo. Ni que decir tiene que se agradece la disposición de fuentes orales e historias de vida que han supuesto los entrevistados. A todas y a todos ellos se les agradece el testimonio prestado, siempre anonimizado y desprovisto de cualquier elemento que pudiera permitir una posible identificación. De hecho, aspectos tales como los años de condena, los lugares de procedencia y cualquier información susceptible de ser reconocida ha sido meticulosamente revisada e, incluso, ligeramente alterada, para garantizar el completo anonimato. Este respeto forma parte del compromiso ético de la investigación y del compromiso humano con los entrevistados.

En todo caso, lo que expresan las entrevistas, grosso modo, son elementos que muestran la continuidad de varios aspectos complejos que se inscriben en el nuevo tiempo de paz que vive el País Vasco tras la desaparición de ETA y que dejan entrever de qué manera los interpreta la otrora militancia terrorista. En primer lugar, es posible encontrar un patrón común a la hora de justificar el ingreso en ETA. Tal y como muchos trabajos han documentado —algunos de ellos citados en este libro—, es posible apreciar de qué modo se ha construido una retórica recurrente, y en ocasiones casi irreflexiva, respecto de una represión totalizadora del Estado español.

Asimismo, se atiende a una cierta colisión, en todos los entrevistados, de cómo es percibida ETA desde fuera, con base en una mística revolucionaria tan falaz como peligrosa, y de cómo verdaderamente resultó su experiencia en el interior del grupo terrorista. Todos ellos, de un modo u otro, son conscientes de lo que supuso renunciar a un tipo de vida para llevar otro bien distinto, con la violencia y el terror como estandartes. En realidad ninguno de los entrevistados muestra atisbo de arrepentimiento. Todo lo contrario, interiorizan la elección como una parte nuclear de sus vidas y como un episodio relevante a la hora de «aportar» algo a la causa de liberación vasca. Del mismo modo, ese no arrepentirse se aprecia en la condena que hacen del arrepentimiento de otros, o en la defensa a ultranza que hacen de la contribución de ETA a la actual situación política del País Vasco.

Las entrevistas, en su mayoría, demuestran un rechazo y una desconfianza hacia el Estado español en todos los procesos de negociación impulsados —Argel, Lizarra-Garazi o Loyola—. El rechazo resulta extensible a otros partidos políticos, sobre todo el PNV. De la misma manera, y haciendo gala de un innegable nivel de dogmatismo —al menos, a juicio de los autores—, niegan la existencia de cualquier alteridad, la deshumanizan y la reducen a una mera instrumentalización política, tal y como sucede con las expresiones de protesta y desencanto que encarnaron los movimientos sociales de Gesto por la Paz o Elkarri. Además, resulta recurrente la reivindicación de la condición de víctimas, víctimas sometidas a tortura y represión, para poner en el mismo plano a todos los sectores de la sociedad vasca involucrados en la violencia y el terrorismo. Esto se puede entender como una exculpación indulgente a la vieja militancia de ETA o como una nueva forma de nutrir el argumento antagonista en el escenario político posterior a la disolución de ETA. En cualquier caso, no hay duda de que esa actitud abre importantes fisuras a cualquier marco de reconciliación real, pues no se aprecian, ni siquiera, niveles mínimos de reconocimiento, perdón, justicia y reparación.

Así, en las entrevistas es posible observar cómo los entrevistados muestran un distanciamiento cada vez mayor de la sociedad civil vasca, incluida la izquierda abertzale, y de qué modo la irracionalidad de la violencia operó como un fin en sí mismo, aunque ETA la defendió como medio para un propósito político. Un fin que dejó casi novecientas víctimas mortales y otros tantos heridos y familias rotas. También resulta posible apreciar puntos de inflexión importantes en el devenir del grupo terrorista, como el golpe de Bidart contra la cúpula de ETA, los atentados del 11-M de 2004 o de qué manera, a pesar de la legitimación retrospectiva, converge un relato que desprovee de violencia cualquier escenario político futuro en el País Vasco.

Esperamos, sobre todo, poder contribuir con este trabajo a ilustrar ciertos elementos que configuran el discurso político de buena parte de los antiguos integrantes de este grupo terrorista. Elementos que, tal y como se presentan, socavan los cimientos que resultan necesarios para cualquier proceso de reconciliación y superación de una violencia que pervivió durante más de medio siglo y de cuyo relato aún no se puede pasar página.

Introducción

 

 

 

El estudio de ETA se basa en una literatura muy prolífica, repleta de aproximaciones diferentes y de lecturas que, como sugiere Mota [2019], han evolucionado desde una posición inicial, más militante y que presentaba a ETA como una expresión de disputa contra la dictadura de Franco (en esta interpretación destacan trabajos como los de Letamendía [1975] o López Adán [1976]), hasta otras mucho más rigurosas y de mayor riqueza documental; en este caso, fundamentalmente, gracias a la desclasificación de archivos y a la posibilidad de acceder a nuevas fuentes de información.

Desde el punto de vista de la Historia, y también de la Ciencia Política, es posible encontrar un muy nutrido elenco de trabajos académicos que abordan, en conjunto, las diferentes y complejas aristas de la violencia y el terrorismo asociados a ETA. Es decir, existen aportaciones que tuvieron como objeto de estudio los fundamentos ideológicos del grupo terrorista [Bruni, 1987; Domínguez, 2000; Bullain, 2001], así como sus mitos o símbolos [Casquete, 2009; Fernández Soldevilla, 2014, 2016]. Complementando a estas, existen igualmente miradas historiográficas más amplias como pueden ser los trabajos de Letamendía [1994], Garmendia [1996], Elorza [2000] o más recientemente Mees [2019], además de aportes sobre cómo entender los repertorios de acción y estrategia de ETA [Ibarra, 1989; Ibarra y Ahedo, 2004; Sánchez-Cuenca, 2011]. Otras perspectivas recientemente abordadas versan sobre las fuentes de financiación de ETA [Ugarte, 2018], sus relaciones internacionales [Azcona y Re, 2015] o el vínculo de la organización con la religión [Ontoso, 2019]. También destacan los trabajos focalizados en la transformación sociológica del pueblo vasco tras el fin de ETA [Prieto, 2020] o en la superación de falsos mitos asociados al grupo armado [García Varela, 2020]. No pueden olvidarse trabajos seminales en el estudio de ETA como los de Clark [1984] o Sullivan [1988] o, en otro plano, el significativo aporte que proviene de las historias de vida y los testimonios de quienes sufrieron y formaron parte viva de la lucha contra el terrorismo [Jáuregui, 2018; VV. AA., 2020b, Rivera, 2020].

Por último, y como es habitual, también es posible encontrar trabajos de mayor dogmatismo y menor bagaje académico, ya sea analizando el fenómeno del terrorismo de ETA como una expresión cuasi inherente a todo tipo de nacionalismo vasco [VV. AA.] o desde una posición casi exculpatoria de ETA [Casanova, 2007; Egaña y Giacopuzzi, 2012; Egaña, 2017].

En particular, acerca del final del grupo terrorista, en los últimos años se ha producido una importante eclosión de trabajos y publicaciones de obligada mención. Por ejemplo, la mirada de Domínguez [2012], que analiza la asfixia de ETA a partir de las políticas antiterroristas desarrolladas en el Estado español o, asimismo, las lecturas de Rodríguez Aizpeolea [2013] o Izquierdo y Rodríguez Aizpeolea [2017], que reflexionan sobre el fin de la organización armada como resultado de una suma más amplia de factores. Por otro lado, libros como el de Portela [2016], a modo de ensayo literario, presentan diferentes «memorias íntimas» de la violencia terrorista.

Desde el punto de vista de las Ciencias Sociales, no son pocos los trabajos que entienden que —más allá de una simple derrota— el fin de ETA se produce, en parte, como consecuencia directa de la construcción y transformación de un nuevo sujeto político que representa, in extenso, la sociedad vasca y, en particular, la izquierda abertzale [Zabalo y Saratxo, 2015; Gago, 2017; Zulaika y Murua, 2017; Duhart, 2017; 2019]. Algunos autores, como Mahoney [2018], entienden que la escasa audiencia del terrorismo dentro del espectro ideológico y social abertzale es lo que determina su fin. Sin embargo, inscribe dicho fin en un ciclo más largo, que comienza en 1992, tras el operativo de Bidart [véase más abajo] y que, si bien está a punto de hacer desaparecer al grupo terrorista, radicaliza, más todavía si cabe, el cleavage nacional-independentista [Llera, Mata e Irvin, 1993; Sánchez-Cuenca y Aguilar, 2009; García de las Heras, 2018]. A ello se refiere Rivera [2018: 130] al señalar que «cuando ETA anunció su final terrorista no llegó a Euskadi ninguna paz: solo cesó la fuerza distorsionadora que la hacía imposible desde hacía medio siglo».

Otros esfuerzos van más allá en su planteamiento al relativizar la evidencia de que ETA fuese derrotada por la lucha antiterrorista desarrollada durante la pasada década, pues pretenden alertar del riesgo de un supuesto falseamiento de la memoria que favorece al grupo terrorista [Alonso, 2018]. La principal preocupación sería, por ende, la amenaza que existe de blanquear el ideario terrorista a efectos de que pueda tener cabida en el actual escenario político vasco y que termina por inscribirse en torno al binomio terrorismo/memoria que, igualmente, ha motivado una amplísima literatura en los últimos años tan prolija como diversas en sus aproximaciones [Domínguez, Alonso y García, 2010; Domínguez, 2017; De Pablo, 2017; Jáuregui, 2018; López Romo, 2018; Jiménez y Marrodán, 2019 o De Pablo, Mota y López de Maturana, 2019].

Sea como fuere, en la mayoría de los trabajos expuestos, el análisis discursivo, stricto sensu, representa aún hoy un enfoque minoritario con visos de irse desarrollando, especialmente, a partir de los esfuerzos que analizan los relatos de víctimas o destacadas personalidades de la política vasca. Es decir, aun cuando el estudio sobre ETA ha gravitado, en la última década, desde miradas más propias de la violencia política y el terrorismo hacia otras más centradas en las víctimas o la memoria, siguen siendo pocos los aportes que se sirven de testimonios e historias vitales de los actores involucrados. De gran reconocimiento ha sido el último libro de Silva, Sánchez y Araluce [2017], que se centra en el papel de la Guardia Civil en la lucha contra ETA y que recoge relatos de quienes vivieron muy de cerca el terrorismo de la organización. Por otra parte, y poniendo la mirada en exintegrantes de la banda armada, hasta el momento son de obligada referencia las obras de Alcedo [1996], Reinares [2011], Fernández Soldevilla [2013] y Soto [2019]. Si bien este último destaca por los relatos que ofrece de la que será la última dirigencia del grupo terrorista, deben reconocerse, sobre todo, las contribuciones de Reinares [2011] y Fernández Soldevilla [2013, 2016], quienes indagan magistralmente en el universo discursivo de las motivaciones, las expectativas y las frustraciones de quienes formaron parte de ETA. Nicolás Buckley [2020] ha publicado recientemente un trabajo centrado en el aparato discursivo de las emociones de los militantes de la organización que recoge testimonios de un total de siete entrevistas.

Con un alcance mucho más limitado, y dejando en esta ocasión el acento crítico en manos del lector, este trabajo aspira igualmente a reivindicar la importancia de los testimonios y fuentes orales de quienes militaron en ETA, que ofrecen un valor agregado para entender y seguir profundizando en los aspectos que soportaron la violencia y el terrorismo durante décadas, no solo en clave retrospectiva, sino también atendiendo a la transformación del fenómeno y a sus proyecciones hacia el futuro.

Los años sesenta: aparición, consolidación y transformación de ETA

 

 

 

La historia de la organización armada ETA (Euskadi Ta Askatasuna, en castellano «País Vasco y Libertad») hunde sus raíces en procesos culturales y políticos que se remontan al comienzo de la revolución industrial en el País Vasco y, siguiendo a varios autores, incluso a la creación del Estado moderno en España. Si bien existe el peligro de perderse en los fundamentos ideológicos e históricos de la organización, lo cierto es que ETA, tal y como la conocemos actualmente, es heredera directa de los procesos revolucionarios surgidos a nivel global en las décadas de los años 50 y 60.

En consecuencia, hay que abordar en primer lugar los comienzos de aquellos colectivos que más tarde formarían ETA, constituida en julio de 1959 [De Pablo, 2019], y a continuación indagar en cuál fue su transformación política, social y cultural durante la década de los 60, pues es en estos años cuando se conforma la estrategia armada y tienen lugar las primeras acciones violentas. En la misma década se estructura también la respuesta del Estado hacia este fenómeno. Dicha respuesta estará inicialmente próxima a la desatención, aunque terminará siendo un aspecto central en materia de seguridad estatal.

Se podría decir que ETA no fue una excepción si se observa la proliferación de diferentes expresiones en defensa de la violencia política y el terrorismo en el continente europeo, por no mirar a otros escenarios [Fernández Soldevilla y Jiménez, 2020]. Sin embargo, sí que fue una suerte de anomalía que nunca debería haber existido en la historia del País Vasco y de España en lo que a duración y letalidad se refiere. Asimismo, en ningún momento ETA aparece de forma aislada, sin ningún tipo de relación con los procesos sociales y políticos que, en realidad, modulan y transforman el panorama social vasco desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad. Así, ETA no se entiende sin la modernidad en España o los vaivenes económicos causados por la revolución industrial en el País Vasco. Desde el abrazo de Vergara[2] y hasta la creación del Alirón,[3] es posible encontrar multitud de ingredientes simbólicos que se van depositando en los cimientos de la cuestión política vasca. Como si de un elaborado plato de cocina se tratara, con cuidado y una pequeña vigilancia, se podría haber elaborado una receta más que aceptable. Sin embargo, es esa falta de cuidado en un periodo concreto lo que precipita, en parte, la aparición de ETA.

Como en el ejemplo del abrazo de Vergara, las relaciones políticas y sociales entre el País Vasco, Navarra y España —entiéndase, por supuesto, la diferenciación de escenarios— han sido dinámicas, violentas y conflictivas en algunos momentos, así como pacíficas y estables en otros. No obstante, siempre han tenido lugar bajo el paraguas de la negociación continua entre élites políticas de ambos lados, y con sucesivas adaptaciones a los diferentes tiempos transcurridos. Por ende, todos estos procesos forman parte y están presentes en el imaginario colectivo tanto vasco como español.

Fue durante la dictadura franquista cuando las delicadas relaciones vasco-españolas, completamente ignoradas por el dictador, se deterioraron en mayor grado. Este descuido fatal condujo a una escalada trágica en la toma de decisiones, en un contexto internacional que, no debe olvidarse, alentaba el espíritu revolucionario. La violencia genera violencia, y en este caso no fue diferente. De este modo, «lucha armada»[4] y «represión» terminaron por germinar la semilla embrionaria de la violencia que alimentó el enfrentamiento entre extremos indisociables, con nefastas consecuencias para la sociedad vasca y la española.

 

La aparición de EKIN

 

La dictadura franquista no solo negó las aspiraciones políticas de los partidos de corte nacionalista, como el Partido Nacionalista Vasco (PNV); también prohibió y reprimió (de forma similar a lo ocurrido en otras partes de España) todo lo que pudiera ser percibido como enemigo del Gobierno. Ante el progreso de la dictadura, y su cada vez mayor legitimidad internacional, los miembros más prominentes del PNV, la mayoría en el exilio, empezaron a percibir la necesidad de ampliar la base juvenil dentro del territorio vasco.

Para ello incentivaron la creación de grupos culturales en las universidades más importantes de la región. En este entorno universitario de Bilbao, en 1952, se crea el grupo EKIN («hacer»), dedicado a la promoción de la cultura vasca. Uno de los miembros más destacados de ese grupo era José Luis Álvarez Enparantza «Txillardegi» (a la postre, miembro fundador de ETA), quien se dedicó a organizar reuniones de carácter tanto legal como clandestino para estudiar temas cercanos a la historia, la lengua y la cultura vascas. A la realización de esas reuniones se añadía el interés genuino por la política vasca, pues en un entorno en el que la cultura y la lengua vascas estaban perseguidas y criminalizadas, no resulta extraño que se intentara buscar una salida para promocionar su reconocimiento. De hecho, esto hará que muchos miembros de EKIN lleguen a entrar en contacto directo con la organización de las juventudes del PNV o de EGI (Eusko Gaztedi Indarra o Fuerza Joven Vasca) [Fernández Soldevilla y Domínguez, 2018].

El PNV tenía interés en que estos encuentros resultaran en la integración de EKIN en EGI y así poder fortalecer la organización de acción política juvenil; sin embargo, generaron más descontentos que consensos. Y es que muchos de los miembros de EKIN se sentían cercanos al socialismo y al marxismo, y seguían muy de cerca lo que estaba ocurriendo en Cuba o Argelia, en donde se luchaba por la revolución.

En 1956, el PNV consigue, de una manera bastante forzada, que EKIN se integre en EGI. Las tensiones internas que generó este proceso entre miembros de las dos organizaciones llevaron al PNV a intentar poner orden con la expulsión de varios de los miembros más radicales de EKIN. Un gran número de integrantes de EKIN encontraron en este hecho la gota que colmaba el vaso, de modo que, bajo la dirección de Benito del Valle «Txillardegi», Julen Madariaga e Iñaki Larramendi, acabaron tomando la decisión de romper con EGI y formar una nueva organización con los miembros afines. De ahí surgirían, igualmente, unas nuevas siglas. Tras varias opciones y a partir de una idea del propio «Txillardegi», se termina eligiendo el nombre de ETA.

 

Fundación, primera y segunda asambleas

 

La decisión se toma en 1958, pero ETA no se presenta públicamente hasta el año siguiente. Lo hace con una carta al lehendakari en el exilio, Jesús María Leizaola, en la cual expresan su desacuerdo con la forma de actuar del PNV ante la dictadura franquista y manifiestan el compromiso de asumir la acción directa. En este punto, ETA aún no había tomado la decisión de emprender el uso de la violencia terrorista y se apreciaba una clara diferencia entre los partidarios de emprender el uso de la violencia terrorista y quienes primaban el apoyo a los sindicatos y defendían las reivindicaciones políticas mediante la acción colectiva.

Las tensiones entre estos dos grupos fueron la tónica dentro de la organización durante los años siguientes y se centraron en la aceptación o rechazo de las ideologías izquierdistas de liberación presentes en el panorama internacional. ETA, por ello, estará dividida entre quienes creen en la naturaleza central nacionalista vasca, cercana a la ideología del PNV, y quienes enarbolan la bandera de una «acción más decidida». Dicha tensión aumenta ante la primera acción destacada de la organización, que es la detonación de una bomba, seguida de otras dos, el 25 de octubre de 1959. El 18 de julio de 1961, ETA intenta hacer descarrilar un tren que circula a la altura del kilómetro 53 en el trayecto que une Bilbao con San Sebastián en dirección a esta última [Fernández Soldevilla, 2018]. En este tren viajaban simpatizantes del régimen franquista que tenían la intención de celebrar el aniversario del «alzamiento» de 1936. La acción no se llevó a cabo con éxito y, aunque la decisión de decantarse por la vía armada aún no estaba tomada, las diferencias entre los dos grupos en el seno interno de ETA resultaban cada vez más palpables.

La primera asamblea de ETA, celebrada en mayo de 1962 en la localidad francesa de Urt, agita todavía más los ánimos dentro de la organización. La contundente respuesta del régimen franquista tras el atentado de 1961 había debilitado las estructuras de ETA, cuyas diferencias ideológicas iban, además, en aumento. En la primera asamblea, ETA se autodenomina como «Movimiento Vasco de Liberación Nacional», pero rechaza el modelo marxista-leninista y apuesta por la instauración de una democracia representativa. En aquella asamblea no se hace mención explícita a la violencia, pero algunos miembros, como Julen Madariaga, aparecen como responsables del aparato militar. Se determina también que el objetivo principal de ETA es la independencia del País Vasco, formado por los siete territorios históricos: Álava, Bizkaia, Guipúzcoa, Navarra, Bera-Nafarroa, Zuberoa y Lapurdi. La asamblea apuesta también por la aconfesionalidad, la defensa del euskera y por el rechazo del liberalismo económico —pero no del capitalismo, que consideraban perfectamente viable sin liberalismo— como elementos definitorios de la identidad vasca.

La reunión marca una tímida aproximación a la «lucha armada», sin que ello conlleve una adhesión formal a la misma. Todas las medidas aprobadas en la primera asamblea son generales y poco concretas, lo que revela las grandes diferencias que existían en el seno de la organización. Sin embargo, en la II asamblea, celebrada en 1963 en la localidad de Capbreton, en las Landas francesas, ETA sí empieza a demostrar que sus intenciones futuras irán por el derrotero de la violencia.

Por aquellos años se sucedían oleadas de huelgas obreras por todo el territorio español, con mayor intensidad en el norte del país, lo que afectaba directamente a la situación social del País Vasco, a la que ETA no era indiferente. Conviene señalar, además, que en esta II asamblea ETA se autodenomina como «movimiento socialista» y, aunque se empieza a definir su naturaleza como vanguardista, igualmente se comienza a demostrar simpatía hacia los movimientos obreros. Este hecho, nada baladí, conducirá a la creación de un frente obrero en las zonas proletarias del País Vasco, sobre todo en el margen izquierdo de la ría del Nervión. Asimismo, otro aspecto importante de esta II asamblea es la influencia de las ideologías de liberación que en ese momento se estaban acuñando en el entonces denominado Tercer Mundo. Estas circunstancias, unidas a las ideologías socialistas y a los crecientes debates entre marxismo, maoísmo o anarquismo, son el caldo de cultivo que germinará en la adopción, en la III asamblea, de la violencia como forma principal de actuación.

 

La tercera asamblea yLa insurrección en Euskadi

 

La III asamblea de ETA se celebra en mayo de 1964 en Bayona, Francia. La asamblea será consecuencia de la acción policial y del Estado español sobre la organización, que había intentado colocar aparatos explosivos en varios edificios oficiales del País Vasco. La actividad policial marca la deriva de ETA hacia la violencia de una forma directa y definitiva. Para entender este paso hay que tener en cuenta dos aspectos importantes: la adopción de los principios desarrollados en el libro Vasconia y la aceptación completa de los principios de liberación anticolonialista vigentes en la época.

Vasconia es un trabajo publicado en París por Federico Krutwig. En él se presenta un relato, en algunos momentos fantasioso, que explica la identidad vasca y los procesos que debían darse para llevar a cabo la reafirmación política, social y cultural de lo vasco. En el libro, Krutwig recupera aspectos del nacionalismo de Sabino Arana, especialmente la ruptura total con todo lo español[5] y la superioridad étnica del pueblo vasco. Además, presenta unos principios para legitimar el uso de la violencia mediante los cuales se puede lograr la victoria y la independencia. Como resultado de la influencia de esta obra, en la III asamblea se presenta el documento La insurrección en Euskadi, elaborado por Julen Madariaga, que expresa los elementos fundamentales de la «lucha armada» que ETA debía emprender.

Este documento también presenta los fundamentos de la organización de ETA, formada por hirurkos,