La otra Tierra - Daniele Porretta - E-Book

La otra Tierra E-Book

Daniele Porretta

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Beschreibung

«¿Qué clase de mundo es este que puede mandar máquinas a Marte y no hace nada para detener el asesinato de un ser humano?».   JOSÉ SARAMAGO Sede de civilizaciones tecnológicamente avanzadas o lugar de origen de extraños invasores amenazantes, Marte representa, desde hace más de un siglo, una alternativa a la Tierra, otro mundo sobre el que proyectar nuestras esperanzas y nuestros temores. Desde que los astrónomos Giovanni Schiaparelli y Percival Lowell observaron lo que creían una red de canales artificiales en la superficie marciana en el siglo XIX, los sueños y pesadillas de todos los hombres y mujeres han conservado una conexión excepcional con el planeta rojo. La otra Tierra es el relato de esta conexión, la de un verdadero mito moderno capaz de narrar, en la literatura y el cine, en la investigación y la ciencia, los miedos y expectativas de nuestra especie, unas veces llena de entusiasmo por la llegada de las máquinas, otras, aterrada por la inminente guerra nuclear o amenazada por una naturaleza que no parece ya doblegarse a su mandato. Desde las novelas de H. G. Wells e Isaac Asimov hasta las películas de ciencia ficción, desde los comienzos de la astronomía moderna hasta el proyecto SpaceX con el que el magnate Elon Musk planea fundar la primera colonia en Marte, la historia que se cuenta en este libro es, al fin y al cabo, nuestra propia historia, la de una humanidad fascinada por el deseo de expandir sus fronteras, deseo que, cada vez, parece más próximo a convertirse en realidad.

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Seitenzahl: 227

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Edición en formato digital: junio de 2022

Título original: L'altra Terra. L'utopia di Marte dall'età vittoriana alla New Space Economy

En cubierta: imagen de © seamartini/iStock.com

Diseño gráfico: Gloria Gauger

© 2020 by Luiss University Press - LuissX srl

All rights reserved

© De la traducción, Natalia Zarco

© Ediciones Siruela, S. A., 2022

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

ISBN: 978-84-19207-91-3

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

CAPÍTULO 1. Marte, la otra Tierra

LA UTOPÍA DE LA RECONSTRUCCIÓN

UNA NUEVA CARRERA ESPACIAL

LA HUMANIDAD COMO ESPECIE INTERPLANETARIA

UNA MIRADA RETROSPECTIVA

CAPÍTULO 2. De la Luna a Marte: el viaje interplanetario

LA LUNA Y LOS SELENITAS

DE LA TIERRA A LA LUNA

MARTE, EL PLANETA ROJO

SCHIAPARELLI Y LOS «CANALES» DE MARTE

CAPÍTULO 3. El nacimiento de la mitología marciana

LAS APORTACIONES DE LOWELL Y FLAMMARION

HABLAR CON MARTE: CIENTÍFICOS, TELÉPATAS Y MÉDIUMS

CAPÍTULO 4. Los marcianos atacan la Tierra

H. G. WELLS Y EL INVASOR ALIENÍGENA

LA VENGANZA DE GARRETT P. SERVISS

EL CICLO DE JOHN CARTER Y LA UTOPÍA RELIGIOSA DE C. S. LEWIS

CAPÍTULO 5. Marte: utopías y distopías

EL LUGAR DE CONSTRUCCIÓN DE LA UTOPÍA

UNA UTOPÍA COMUNISTA

CAPÍTULO 6. Caerá dulce la lluvia. Los años cincuenta y el fin del mito de marte

EXNAZIS EN MARTE: WERNHER VON BRAUN

DOS VISIONES REALISTAS: ARTHUR C. CLARKE E ISAAC ASIMOV

PARANOIAS DE LA GUERRA FRÍA

LA PRIMERA IMAGEN DE MARTE

CAPÍTULO 7. ¿Hacia la colonización de Marte?

LA NEW SPACE Y LA ERA DEL CAPITALISMO MULTIPLANETARIO

NUKE MARS: TERRAFORMAR Y COLONIZAR MARTE

DEL CÍBORG AL HOMO PLUS

Agradecimientos

Bibliografía

Notas

CAPÍTULO 1Marte, la otra Tierra

Queremos una nueva carrera espacial.

Las carreras son excitantes.

ELON MUSK, 2018

LA UTOPÍA DE LA RECONSTRUCCIÓN

El 3 de septiembre de 1976 el lander americano Viking 2 aterrizó en Marte. El lugar escogido para comenzar su misión de recogida de imágenes del planeta fue Utopia Planitia,una vasta llanura de casi tres mil kilómetros, el mismo lugar donde años después el radar SHARAD descubriría un enorme lago de hielo subterráneo. «Utopia Planitia» como utopía, el «buen lugar» de la tradición literaria y política occidental, un nombre cargado de significado para quien tenga la intención de explorar el planeta y sueñe, en un futuro no muy lejano, con instalar allí la primera colonia humana.

Para el estudio geográfico de Marte se acuñó la palabra «areografía», término derivado del nombre «Ares», dios griego de la guerra cuyo nombre latino es «Marte», e inspirado en el término utilizado para la Tierra: «geografía». Con el paso de los años, sobre todo en la época victoriana, se realizaron numerosos mapas del planeta, muchos de los cuales tienen una nomenclatura sugerente y romántica. Si nos trasladamos a la actual, nos encontramos con «Arcadia Planitia», «Olympus Mons», «Amazonis Planitia», «Syrtis Major», «Valles Marineris»..., nombres que evocan la Tierra, la selva amazónica, los océanos («Marineris»), y también lugares enigmáticos como Noctis Labyrinthus. Eufemismos para lugares que, como ya sabemos, se parecen mucho más a nuestros desiertos que a los océanos y selvas pluviales. Quizá los nombres más hermosos para el paisaje de Marte fueron los que encontró Giovanni Virginio Schiaparelli a finales del siglo XIX: «Mare Australe», «Sinus Acidalius», «Syrtis Major»...,nombres que recuerdan la geografía terrestre y nos dan una idea de cómo fueron las primeras reacciones hacia el planeta, tanto en la observación como en la imaginación literaria: verlo como una segunda Tierra, un espejo en el que observar la propia sociedad. Schiaparelli, astrónomo y humanista, eligió después otros nombres: «Icaria»,una isla griega, pero también el nombre de la utopía comunista imaginada por Étienne Cabet; «Elysium»,lugar de la mitología grecorromana; «Arcadia», región de la Grecia antigua y tierra mítica de Virgilio. Un imaginario que muestra cómo desde el principio Marte no se considera solo un lugar parecido a la Tierra, con sus mares, lagos e istmos, sino también una prolongación mítica de la historia humana.

Al recorrer la historia de la observación y exploración del planeta, se verá que el interés por el mismo ha sido intermitente. Hacia finales del siglo XIX, coincidiendo con los descubrimientos de Schiaparelli y Lowell, se creará una verdadera y precisa «mitología marciana», alimentada por la idea de que allí pudiera haber vida inteligente. Será justo en ese momento cuando los libros sobre el tema empiecen a proliferar, así como los relatos y los artículos pseudocientíficos que imaginan la civilización extraterrestre, además de proyectos para establecer cualquier tipo de contacto, ya sea visual o por radio. El entusiasmo se fue calmando con los años, sobre todo después de que la misión de la Mariner 4, en 1965, enviase las primeras veintidós imágenes que mostraban un paisaje árido, lleno de cráteres y aparentemente sin vida, mucho más parecido a la Luna que a la Tierra.

Pese a sus reducidas dimensiones, Marte continúa siendo el planeta del sistema solar más parecido al nuestro: tiene estaciones, la duración del día es casi igual a la del nuestro (24 horas y 39 minutos), casquetes polares de hielo y atmósfera, aunque muy enrarecida (compuesta de un 95 por ciento de CO2).

En los últimos años Marte parece estar otra vez de actualidad. Después de terminada la carrera espacial y tras un periodo de abandono progresivo de la exploración de otros planetas, estamos asistiendo, no solo a un aumento de las misiones científicas, sino también a una creciente atención mediática hacia el planeta. Para ámbitos que van de la ciencia ficción a las revistas de divulgación científica —pasando por la misión Mars One, los proyectos de la NASA y de SpaceX—, Marte es de nuevo argumento de debate, más de cien años después del nacimiento del mito creado por Schiaparelli, Lowell y Flammarion, y de la publicación de los clásicos de Wells, Burroughs y Bradbury.

La prensa nos tiene constantemente informados de las investigaciones que se están llevando a cabo en el planeta (de la sonda InSight, que el 26 de noviembre de 2018 envió su primer selfidesde Elysium Planitia; a las imágenes del cráter Korolev tomadas por el Mars Express, en órbita desde hace quince años en torno al planeta; pasando por la multitud de documentales y series de televisión que se están preparando), a tenor de lo cual sí parece que nos acercamos a una primera misión histórica, cada vez más próxima. De las entrevistas a los adolescentes que quieren irse a vivir a Marte a la ficción documental sobre los primeros colonos, ambientada en un futuro muy cercano (2033), este renacido interés por el «planeta rojo» ha reactivado también su uso como escenario de obras de ciencia ficción, de entre las cuales la trilogía de Kim Stanley Robinson (que será serie de televisión en breve) quizá sea el mejor ejemplo.

Las razones de este retorno —para nada improvisado, visto el gran número de expediciones que se han puesto en marcha desde 2001— no parecen ser el fruto de una moda pasajera, porque están vinculadas a motivaciones más profundas. Además de las incuestionables innovaciones tecnológicas que hacen cada vez más posible el viaje y la colonización espacial, es difícil no ver en estos proyectos un deseo de huida del planeta Tierra, de una realidad que, tal y como se presenta en nuestros días en la ficción literaria y cinematográfica, parece definitivamente abocada a la destrucción y el apocalipsis. Marte, entonces, pasa a considerarse, usando las palabras de Lewis Mumford, el lugar «de una utopía de la reconstrucción».1 Eutopíatodavía por realizarse, donde podremos partir de cero y reconstruir una nueva civilización humana.

Sin embargo, Marte es también el planeta-refugio donde se podría trasladar parte de la humanidad una vez agotados los recursos materiales de la Tierra y cuando las condiciones de habitabilidad de nuestro planeta se vuelvan extremadamente difíciles debido al cambio climático y la degradación del medioambiente. En este segundo caso, más que la realización de una utopía, este tipo de narrativa evoca el mito del arca de Noé, recientemente retomado en la película apocalíptica 2012. En esta película, de Roland Emmerich, una serie de erupciones solares provocan una emisión de neutrinos que acaba por recalentar el núcleo de la Tierra, causando una secuencia de catástrofes naturales (tsunamis, terremotos, etc.). El planeta tiene las horas contadas, y un grupo elegido de países (cuarenta y seis Estados de los cerca de doscientos existentes) decide construir una flota de «arcas» para salvar a una élite de políticos, científicos y militares. Si bien en el género catastrofista la tendencia habitual es utópica mediante la idea de la destrucción purificadora, en 2012, de manera más realista, la mayor parte de la humanidad será aniquilada y solo un restringido número de personas —los poderosos— está destinado a salvarse y a reconstruir el mundo.

2012 no es un caso aislado de disaster movie en el que se augura el fin del mundo. En el mismo año 2009, se estrenaba en las salas de cine Señales del futuro (Knowing), en donde la Tierra quedaba totalmente destruida por una erupción solar; y en 2008, El incidente (The Happening), donde una especie de epidemia de suicidios diezmaba la población. En el remake de la película de los años cincuenta Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still), de ese mismo año, un alienígena llamado Klaatu es enviado a nuestro planeta para anunciar el exterminio de la raza humana: «Este planeta está muriendo, y es la raza humana la que lo está matando. [...] No podemos arriesgar la vida de un planeta por el bien de una única especie. [...] Si la Tierra muere, vosotros también moriréis, pero, si vosotros morís, la Tierra sobrevive. En el cosmos hay muy pocos planetas capaces de reunir tantas formas de vida complejas [...]. No podemos permitirnos arriesgar uno [...]. Os hemos observado largo tiempo con la esperanza de que cambiaseis. Estáis en un punto de no retorno; tenemos que actuar. Remediaremos vuestros daños y daremos a la Tierra la oportunidad de recomenzar».2

Con todas sus variantes morales y religiosas, el catastrófico es uno de los géneros de mayor éxito en los últimos tiempos. Considerando que las razones de la proliferación de estas narrativas van a menudo ligadas a temores y emergencias del momento, esta tendencia del tipo mille, e non più mille*no hace más que reflejar el clima de pesimismo que domina una época en la que el liberalismo se anunciaba como el único sistema económico posible. El 2008 es el año del estallido de la burbuja inmobiliaria y del principio de una enorme crisis financiera de la que, pese a las veces que se ha anunciado su final, todavía no hemos salido. La cuestión no se representa solo con la proliferación del género distópico, que históricamente ha sido un instrumento crítico y no por fuerza negativo o pesimista, sino que estas representaciones parecen no dar cabida a un futuro que no sea de forma exclusiva de ruina y destrucción. Y es en este contexto de pesimismo global donde hace su aparición Marte, el único planeta que tiene un cierto parecido con la Tierra y cuya historia está cargada de componentes utópicos.

UNA NUEVA CARRERA ESPACIAL

El comienzo de la primera carrera espacial se suele situar en el 4 de octubre de 1957, cuando la Unión Soviética anunció el lanzamiento del satélite artificial Sputnik 1, y su final se hace coincidir con los años setenta, cuando, una vez el equipo americano llega a la Luna con el Apolo-11, el interés ideológico y propagandístico en dicha carrera empezó a decaer. En los últimos años, una serie de proyectos parecen haber relanzado la exploración del espacio con nuevos objetivos y, sobre todo, con participantes radicalmente diferentes. Si The Guardian ha hablado del nacimiento de una «New Space Race»,3 parece claro que esta vez los protagonistas exclusivos no son dos bloques opuestos como en el caso de la Guerra Fría, sino empresas privadas dirigidas por multimillonarios, como la SpaceX de Elon Musk, la Breakthrough Starshot de Yuri Milner, la Blue Origin de Jeff Bezos y la Virgin Galactic de Richard Branson.

En las páginas de New Left Review,4 Eva Díaz explicaba brevemente la reciente génesis de la nueva era espacial. El origen filosófico proviene de los años setenta, pero sería más tarde, en los años noventa, una vez que había acabado de manera definitiva la Guerra Fría, cuando grupos como la Space Frontier Foundation y la National Space Society empezarían a apostar por la privatización de la infraestructura espacial americana. La expresión New Space se crearía entonces como etiqueta para un programa defendido no solo por emprendedores, sino también por personal de la NASA, impulsados por la idea de actualizar el mito americano de la frontera. El empujón definitivo al proyecto llegaría en 2010, cuando la Administración de Obama concedió a los empresarios privados la posibilidad de efectuar las misiones de transporte de la NASA, así como las de servicio de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés, International Space Station): «El espacio exterior se ha transformado, de facto,en una zona privatizada, donde una inmensa riqueza en manos privadas se beneficia de lo que una vez fueron programas espaciales nacionales públicos. El alcance de los proyectos de estos multimillonarios plantea preguntas decisivas acerca de las motivaciones de los promotores de la New Space para salir del envoltorio de la atmósfera terrestre —sazonadas con un lenguaje de “libertad” con específicas connotaciones políticas, económicas y raciales—, y también acerca de la herencia de la carrera espacial de la Guerra Fría y de los actuales incentivos para la exploración del espacio».5

Los intereses que mueven a estas empresas son diversos: en primer lugar, la investigación científica; pero también la creación de una industria turística espacial, la venta de tecnología a los Gobiernos y, como objetivo lejano, las posibilidades de explotación de los recursos minerales de otros planetas o capitalismo extractivo. Además de China y de los Estados Unidos, incluso el Gobierno de Luxemburgo se muestra cada vez más interesado en la new economy del espacio. En los últimos años ha creado una agencia espacial con la idea de ir a la Luna, a Marte y a los asteroides, extraer recursos y crear un centro de conexiones para las empresas interesadas en esta actividad económica: «Por ahora tenemos una comunidad de unas cuarenta o cincuenta empresas, incluyendo algunas start-ups»,dice el administrador delegado. «La palabra clave es “diversificar”. Diversificar nuestra economía, como ya hicimos en el pasado, desde la agricultura al acero y a los servicios financieros».6

Por lo que respecta al turismo espacial, no se trata en realidad de una idea reciente. La Space Adventures es una empresa privada que ha enviado al espacio a varios astronautas, el primero de los cuales fue el millonario Dennis Tito, que en 2001 pagó veinte millones de dólares por visitar la ISS. La sociedad ofrece en la actualidad distintos lotes, llamados «experiencias», entre los que están la visita a la ISS, un paseo por el espacio, un curso de formación y, más recientemente, la posibilidad de viajar alrededor de la Luna: la llamada «Circumlunar Mission». También en el ámbito del turismo, una start-up americana acaba de anunciar el proyecto de un hotel orbitante en el espacio, el Aurora Space Station, previsto para el año 2022,7 y Elon Musk ha presentado al primer pasajero particular, el japonés Yusaku Maezawa, que ha reservado una vuelta a la Luna a bordo del Big Falcon Rocket.8

Y luego está el gran hermano, los reality, la tendencia de algunos proyectos a focalizarse en la espectacularización y el márquetin, a producir proyectos que parecen destinados desde el principio al exhibicionismo y al entretenimiento de masas. La misión Mars One,9 por ejemplo, quería enviar en 2023 un grupo de astronautas a Marte con el objetivo de crear el primer núcleo de la futura colonización, pero la idea era mucho más parecida a un reality show en el que los candidatos serían seleccionados con el voto de los espectadores de un programa parecido a La isla de los famosos.10 Pese a que el MIT de Boston emitió una nota informativa alarmante acerca de la misión, explicando que los participantes morirían de asfixia,11 en apenas sesenta y ocho días, el proyecto siguió en pie, y en 2015 la productora aseguró que ya tenía reunidos ochocientos mil dólares. Entre las personas seleccionadas estaban Josh Richards, «ingeniero, pero también cabaretero», Etsuko Shimabukuro, que «deseaba ir a Marte para vivir en primera línea la evolución humana y también para abrir el primer sushi bar del planeta», y Leonard Lopin, para quien «el futuro de la civilización depende de nuestra capacidad para vivir de forma independiente del planeta Tierra y de expandirnos por el sistema solar».12 Por el momento, se diría que el proyecto no se encuentra en una etapa particularmente optimista, considerando que Mars One Ventures AG, empresa con sede en Suiza, se encuentra en concurso de acreedores con una deuda acumulada de casi un millón de euros.13

La reducción de la colonización de Marte a una empresa atractiva, espectacular y producto de consumo de masas parece marcar tendencia también en proyectos que se mueven con bases económicas y científicas más consistentes que el de Mars One. El emprendedor sudafricano Elon Musk, uno de los fundadores de PayPal, creó en 2002 la SpaceX, una empresa aeroespacial estadounidense que tiene entre sus objetivos llegar a Marte en 2024. El pasado mes de enero se presentó el Starship Hopper, el módulo espacial que debía estar operativo en 2020, y cuya fotografía compartida en las redes sociales ha suscitado muy distintas reacciones. Muchos han reparado en la estética retro del cohete y en su parecido con el de Tintín en Objetivo: la Luna, el decimosexto episodio de la serie de tebeos Las aventuras de Tintín. Parece que los ingenieros de Musk utilizan un repertorio muy distinto de la tecnología espacial a la que estamos acostumbrados en las últimas décadas —el color blanco del Shuttle y su forma parecida a un avión, los andamiajes de las rampas de lanzamiento, los interiores funcionales y saturados de tecnología de la ISS, etc.—. Las imágenes muestran un prototipo plateado, aislado en una pista de lanzamiento, con una forma compacta, curvilínea y aerodinámica. Es un único objeto, liso, sin rampas ni accesorios. Recuerda un poco a los artefactos de los diseñadores industriales del movimiento Streamline: Raymond Loewy, Walter D. Teague y sobre todo Norman Bel Geddes. Entre los años treinta y cincuenta, después de la crisis del veintinueve, algunos creativos estadounidenses vieron en el diseño una forma para incitar al consumo, revistiendo los objetos de carcasas que les conferían un aire de modernidad, eficiencia y dinamismo, todas ellas cualidades que psicológicamente se relacionaban con la aerodinámica. El streamlining se utilizará en los medios de transporte, sobre todo en los locomotrices, pero de inmediato pasó también a los electrodomésticos (tostadores y frigoríficos). Los mismos motivos se encuentran en los vehículos futuristas que aparecían en las revistas pulp de la época, como Amazing Stories y, en general, en las ilustraciones para ciencia ficción.

Esta elección estética por parte de la SpaceX tiene ese componente nostálgico. Es el cohete que habría podido dibujar un niño en los años cincuenta, y es ahí adonde Elon Musk está mirando: a nuestro imaginario colectivo, a las fantasías espaciales que han cultivado miles de lectores de ciencia ficción, las de las novelas de Isaac Asimov, y no es casualidad que Musk haya enviado al espacio algunas copias de su celebérrima Trilogía de la Fundación.

LA HUMANIDAD COMO ESPECIE INTERPLANETARIA

Esta nueva carrera espacial, que debe conducirnos a la colonización de otros planetas a partir de Marte, es fácilmente relacionable con una serie de emergencias que han caracterizado la época actual y que están, en gran medida, determinadas por el miedo al colapso medioambiental, los temores suscitados por el boom demográfico y el progresivo agotamiento de los recursos terrestres, además de por un indudable espíritu romántico según el cual el nacimiento de una especie interplanetaria daría pie a un milagroso salto evolutivo de la humanidad. Marte, entonces, podría ser el lugar donde trasladar la humanidad excedente de un escenario de superpoblación terrestre (demodistopía), pero también el de la posible gestación de un nuevo mundo donde podría refugiarse una restringida élite de afortunados supervivientes del fin de nuestra civilización.

Otra razón que nos empuja al espacio en busca de un segundo lugar donde establecer una colonia humana está ligada a la posibilidad de que se confirme un evento catastrófico. Como dijo Stephen Hawking, si la humanidad quiere sobrevivir, en un futuro tendrá que convertirse en una especie interplanetaria: «La Tierra está amenazada de tantas formas que me resulta muy difícil ser optimista. Las amenazas son muchas y demasiado grandes».14 Hawking relacionaba estas amenazas con la intensa explotación de los recursos materiales, además de con el cambio climático, la desaparición de los polos, la deforestación y la extinción de las especies animales, pero podrían contarse muchos más acontecimientos apocalípticos, como el impacto de un asteroide, por ejemplo. Hawking hizo declaraciones durante la presentación de Breakthrough Starshot, del millonario Yuri Milner, un proyecto que tenía como objetivo enviar al espacio una nave capaz de viajar a 1/5 de la velocidad de la luz, alcanzar Alpha Centauri en unos veinte años y enviar a la Tierra información científica, sobre todo de Próxima Centauri b, un exoplaneta cuyas condiciones podrían ser muy parecidas a las de la Tierra. Como si se estuviera buscando un planeta donde poder volver a empezar.

Este escenario de una humanidad que, tras haber destruido su propio planeta, se pone en órbita en el espacio nos recuerda a WALL·E, la película de Pixar de 2008. Las primeras imágenes del film, acompañadas por la melodía Put on your Sunday clothes,nos muestran una ciudad desierta convertida en vertedero, un plano cenital sobre montañas de basura, un paisaje desolador e inhabitable. El único ser «vivo», además de una cucaracha, es un robot dedicado a la compresión de la basura y a su organización en pilas que compiten en altitud con los rascacielos adyacentes. Más adelante descubrimos que la población terrestre se halla lejos, a salvo, y vive en una especie de crucero espacial, dedicada al hiperconsumo, la estupidez televisiva y la comida. El mensaje de WALL·E es evidentemente crítico, pero no tanto como para entrar en un conflicto excesivo con el problema estructural que ha destruido el planeta: el capitalismo. La película de Pixar pone en escena la catástrofe ambiental, pero, según la lectura de Mark Fisher, su ironía no cuestiona la «realidad capitalista» e incluso acaba por alimentarla.15 Al final, dentro de la propia lógica del sistema está la solución, como ocurre en el film: nada irreparable ha sucedido, y se puede volver a vivir en la Tierra. Pero Fisher dice:

En la cultura del capitalismo tardío, la catástrofe ambiental aparece solo como una especie de simulacro, posiblemente porque sus implicaciones reales resultan demasiado traumáticas para que el sistema las asimile. El sentido profundo de las críticas de los ecologistas está en sugerir que el capitalismo no es el único sistema válido, pero que es el capitalismo en concreto lo que amenaza con destruir el medioambiente humano por completo. La relación entre capitalismo y desastre ecológico no es casual ni accidental: la necesidad de expandir constantemente el mercado y el fetiche de ese crecimiento significan que el capitalismo es, por naturaleza, contrario a cualquier noción de sostenibilidad.16

El proyecto de convertir Marte en una especie de planeta de salvamento encaja perfectamente en el contexto de expansión capitalista y plantea de inmediato la siguiente duda: ¿por qué no emplear esta tecnología en la solución de los diversos problemas que amenazan la Tierra, en vez de en la modificación de las condiciones de un planeta que está a millones de kilómetros?

UNA MIRADA RETROSPECTIVA

La atención que se le presta al planeta Marte puede considerarse todavía herencia de la mitología marciana nacida y desarrollada durante la época victoriana. El mito de Marte evolucionó y cambió con el tiempo, adaptándose a la cultura occidental y reflejando sus temores y esperanzas.

En el siglo XIX la observación del planeta dependía de sus condiciones de visibilidad, que mejoraban cuando este se encontraba más próximo a la Tierra, cuando estaba «en oposición», o bien cuando Marte y la Tierra se alineaban en el mismo lado respecto al Sol, lo cual sucede cada veintiséis meses.17 En 1877, cuando se produjo la «gran oposición» y los dos planetas se situaron a la mínima distancia posible, Schiaparelli aprovechó las singulares circunstancias para observar y cartografiar el planeta rojo. El astrónomo italiano habló en sus escritos de una serie de «canales», cuya noticia, una vez difundida por medio de distintos artículos y representada en mapas, derivó en muchas especulaciones sobre la posibilidad de que el planeta estuviera habitado por vida inteligente. Dentro de la comunidad científica (o pseudocientífica) se llegó a un encendido debate que tuvo como protagonistas a numerosos astrónomos, entre los cuales estaba Percival Lowell, defensor de la naturaleza artificial de las marcas observadas. La hipótesis de la existencia de vida extraterrestre tuvo un profundo impacto en el imaginario colectivo y alimentó gran cantidad de literatura. A partir de finales del siglo XIX, de hecho, Marte será protagonista de muchas novelas y relatos; de La guerra de los mundos (1898)de Herbert George Wells, pasando por Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury, hasta la reciente trilogía del escritor Kim Stanley Robinson: Marte rojo (1992), Marte verde (1993) y Marte azul (1996). Las especulaciones sobre la vida alienígena se reprodujeron en múltiples formatos, desde los relatos publicados en periódicos, los cromos y los tebeos, hasta llegar, a partir de la década de los cincuenta, a conquistar las pantallas cinematográficas de todo el mundo.

El aspecto más fascinante de esta historia reside en la capacidad que tiene el planeta de representar esa suerte de «anti-Tierra», el topos que ha alternado en relatos, utópicos y distópicos, y recursos literarios para hablar de conflictos políticos y problemas sociales (el alienígena como extranjero), de cuestiones éticas (el antropocentrismo y la colonización espacial) y de tecnologías futuras, así como para imaginar un futuro hábitat humano. Probablemente el ejemplo más famoso sea la novela de Wells La guerra de los mundos, que se escribió en la época victoriana con la intención de mostrar al público inglés los efectos de una guerra librada por una civilización tecnológicamente avanzada contra otra con escasa capacidad defensiva, una clara referencia a la violencia del imperialismo occidental ejercida contra los pueblos colonizados.

A partir del éxito de la obra de Wells, la figura del alienígena asumirá múltiples significados, como, por ejemplo, la encarnación del enemigo extranjero y la representación del agente «comunista» durante la Guerra Fría, capaz de corromper ideológicamente la sociedad, de esconderse y de sustituir a los ciudadanos. La figura del invasor también está ligada a miedos más recientes, el primero de los cuales sería la inmigración, la llamada «guerra de razas», recreada por la literatura catastrofista y apocalíptica de finales del siglo XIX.

El planeta rojo representó también el lugar soñado mediante el cual ilustrar teorías políticas y mostrar estructuras sociales en pleno funcionamiento que permitieran criticar el presente. Alexander Bogdanov, científico, político y escritor bolchevique, publicó, en 1908, la novela Estrella Roja, en la que la tripulación de la nave Eteronef llegaba a Marte y allí se encontraba con una utopía comunista realizada. Algunos años después, Yákov Protazánov contaba en Aelita (1924) el momento evolutivo en que el planeta rojo se liberaba de la esclavitud. Marte se presentaba entonces como una anti-Tierra, un instrumento narrativo, un lugar imaginario donde inventar discursos utópicos, representar sociedades distópicas y deformar la realidad presente, así como un mecanismo para fabular sobre el futuro de la humanidad.

El 4 de agosto de 2007, desde Cabo Cañaveral, se lanza la sonda Phoenix Mars Lander. Después de casi diez meses de viaje, el 25 de mayo de 2008, un pequeño módulo