Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
El pintor estadounidense George Catlin fue un pionero de la etnografía norteamericana de principios del siglo XIX que viajó entre 1832 y 1839 al conocido como Lejano Oeste con el propósito de plasmar al óleo la vida de los indios. Este estudio presenta una revisión crítica de su obra teniendo en cuenta el contexto social, político, literario y artístico en el que la desarrolló, con el fin de desvelar las lógicas que subyacen a sus descripciones etnográficas, los supuestos que permiten entender su visión romántica a la par que enciclopédica de los nativos de Norteamérica y las reacciones contemporáneas a su etnocentrismo cultural. Personaje fundamental de la cultura estadounidense, su producción es muy relevante no solo para la antropología social y filosófica, sino también para los estudios artísticos, literarios y culturales norteamericanos en torno a la construcción del Otro indígena.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 188
Veröffentlichungsjahr: 2020
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
LA PINTURA DE FRONTERA DE GEORGE CATLIN
UNA ETNOGRAFÍAENTRE LA ESCRITURA DE VIAJES Y LA IMAGEN
BIBLIOTECA JAVIER COY D’ESTUDIS NORD-AMERICANS
http://puv.uv.es/biblioteca-javier-coy-destudis-nord-americans.htmlhttp://bibliotecajaviercoy.com
DIRECTORAS
Carme Manuel
(Universitat de València)
Elena Ortells
(Universitat Jaume I, Castelló)
LA PINTURA DE FRONTERA DE GEORGE CATLIN
UNA ETNOGRAFÍAENTRE LA ESCRITURA DE VIAJES Y LA IMAGEN
Hasan G. López Sanz
Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americansUniversitat de Valéncia
Hasan G. López Sanz
La pintura de frontera de George Catlin:una etnografía entre la escritura de viajes y la imagen
1ª edición de 2019
Reservados todos los derechosProhibida su reproducción total o parcial
ISBN: 978-84-9134-553-4
Ilustración de la cubierta: George Catlin, William Fisk (1849)Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
Publicacions de la Universitat de Valènciahttp://[email protected]
A Nico
Índice
PRÓLOGO de Joan B. Llinares
Introducción
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1George Catlin: la pintura de frontera definida como proyecto de vida
CAPÍTULO 2La Galería India de Catlin en Estados Unidos y Europa: de la etnografía al espectáculo de la diferencia
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 3George Catlin. La frontera como paradigma de la visión exótica de los indios de Norteamérica
CAPÍTULO 4Romanticismo y positivismo en la recepción de la Galería India de Catlin en Europa
CAPÍTULO 5Una aproximación a la obra de Catlin desde la antropología postmoderna y el discurso postcolonial
CAPÍTULO 6Del estereotipo clásico en las representaciones de los indios norteamericanos del siglo XVI a la creación arquetípica del indio en la obra de Catlin
CAPÍTULO 7Por una etnografía colaborativa y de los pequeños detalles
Bibliografía
Prólogo
Joan B. Llinares
Deseo comenzar estas líneas introductorias solicitando la amable indulgencia de toda persona que emprenda su lectura, pues quisiera contar una anécdota de mi biografía personal que está en el trasfondo, como él me lo ha confirmado, de la generosa invitación que el autor de este libro, el profesor Hasan López, me ha hecho para que las redactara. Más que de una anécdota, se trata de una etapa ya lejana de mi vida académica como docente e investigador. Por ello, reconstruir el contexto que la hace comprensible requiere hoy día de cierta imaginación, puesto que para representárnosla con cierta visibilidad y poder entenderla, hemos de retrotraernos unas cuantas décadas en el tiempo y situarnos en los años finales de la década de los setenta y primeros de la de los ochenta del siglo pasado, hace ya unos cuarenta años. Por entonces tenía yo la responsabilidad de impartir a tres grandes grupos de primer curso la docencia de la asignatura troncal de Antropología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valencia. Los alumnos y alumnas podían ser de los que estaban matriculados en lo que llamábamos Filosofía pura, pero también podían pertenecer a las secciones y especialidades de Pedagogía y de Psicología, opciones estas que compartían la gran mayoría de ellos. Según los planes de estudios de aquel momento, en ese primer año de estudios universitarios el alumnado todavía no había tenido asignaturas de Historia de la Filosofía, en todo caso empezaban por entonces a cursarlas y lo bien cierto es que aún estaban lejos de haber asistido a clases de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea. Esas dos características de los discentes, por una parte, su pluralidad de intereses y objetivos no directa ni estrictamente filosóficos y, por otra, su carencia de preparación en obras de filosofía contemporánea, hicieron que, en mi docencia de esa asignatura, me fuera alejando del programa que yo mismo había tenido al estudiarla, marcado por la presencia de la Antropología Filosófica alemana de la primera mitad del siglo XX, algunas referencias a la Antropología Biológica de ese tiempo, y la práctica ausencia de otras materias antropológicas, desde la Etología hasta la Antropología Social y Cultural, que por entonces tanto nos interesaban.
En la comparación de los programas universitarios de momentos diferentes de la vida académica española se detecta con claridad la incidencia del paso del tiempo, sobre todo si esos programas se refieren a ciencias humanas y sociales, pues se elaboraron en un país que pasó de la dictadura a la democracia, como yo mismo tuve que vivenciar en carne propia, desde mis años de estudiante antes de 1975 a aquellos en los que ya pude trabajar como profesor encargado de curso, cerca ya de 1980. He de añadir que mis compañeros de Departamento me concedieron plena libertad a la hora de elegir las materias a explicar. Para mí, la Antropología Filosófica no podía ejercerse sin estar en diálogo con los estudios de Antropología Social y Cultural, como así lo detectaba en los filósofos franceses, alemanes y británicos de la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, como así se manifestaba en la vida y la obra de uno de los máximos intelectuales del momento, Claude Lévi-Strauss. En efecto, pensamos que esto se le hará evidente a todo aquel que haya leído esa bella, profunda y fascinante autobiografía intelectual, filosófica y etnográfica a la vez, que es su libro Tristes trópicos. Con esta concepción abierta e interdisciplinar de la Antropología en la mente, traté de encontrar materiales adecuados que pudiesen servir en el día a día de las clases para iniciar a los alumnos en su estudio. He de confesar que fue en parte por mis propias necesidades de formación y de conocimientos, y partiendo de ellas mismas, en un proceso que tenía muchos rasgos de autodidactismo, como comprendí que una especie de introducción histórica a esta disciplina bien podía ser el mejor camino para resolver de forma adecuada los problemas que me planteaba la docencia que me había estado encomendada.
Preparé entonces poco a poco, aprovechando el trabajo que habían realizado en este mismo sentido otros autores, como Ángel Palerm en México, la confección de un conjunto de textos de bibliografía internacional que permitieran a mis alumnos la lectura de valiosos testimonios escritos de los diferentes encuentros de los occidentales con seres humanos de otras lenguas y culturas, de otros modos de vida y de pensamiento, de otros hábitos vitales y otras religiones, a lo largo de la historia. Esta exigente tarea fue creciendo en varias dimensiones a la vez, desde la obtención de ediciones críticas de textos originales y de buenas traducciones, incluso teniendo que hacerlas nosotros mismos o solicitarlas a personas competentes, hasta la recolección de fichas bibliográficas de selectos comentarios críticos sobre aquellos testimonios, pasando por la necesaria ampliación de autores y épocas a reseñar, atendiendo a la consecución de una panorámica complementaria y suficiente, que abarcase desde la Antigüedad griega hasta el presente. Este ambicioso programa pronto llegó a sobrepasar lo abordable en las clases teóricas de un curso académico, pero posibilitaba lecturas y trabajos diversos para las clases prácticas que motivaban el aprendizaje personalizado. Por otra parte, de mis cuadernos de notas y de entregas que se depositaban en la fotocopiadora se pudo pasar a la edición de tres volúmenes de materiales gracias a los amigos de Nau Llibres, que los publicaron, y a la colaboración de compañeros como Vicente Sanfélix y Nicolás Sánchez, que me ayudaron en algunos capítulos. Recuérdese que por entonces no sólo se preparaba la celebración de determinados Juegos Olímpicos, también la del denominado Quinto Centenario del descubrimiento, la conquista y la colonización de América, con la consiguiente edición o reedición de una notable cantidad de textos de viajeros, misioneros, teólogos, juristas, geógrafos, naturalistas, gobernadores e historiadores de los siglos XV a XVIII que estuvieron activos en aquel continente, un conjunto de obras hispanas de reconocida importancia para la Antropología. Pues bien, fue en este contexto concreto, aquí brevemente recordado, en el que surgió la conveniencia de dedicar un capítulo al norteamericano George Catlin, capítulo que luego apareció publicado en 1984 en el volumen III de nuestros Materiales para la historia de la Antropología. Es de justicia añadir que la traducción de las páginas que antologamos de la que seguramente sea la obra principal de este autor, Letters and notes on the manners, customs and conditions of the North American Indians, la llevó a cabo nuestro amigo Rafael García Doménech, quien por entonces acababa de regresar de unos años en Boston. Son estos fragmentos textuales, acompañados de algunos grabados suyos, los que dieron a conocer a nuestros alumnos la personalidad de aquel inquieto norteamericano, y seguramente fueron ellos los que le descubrieron su vida y su obra al joven Hasan López, que por entonces comenzaba a estudiar su licenciatura en Filosofía en nuestra Universidad y a interesarse vivamente por la Antropología.
Por fortuna, aquella semilla se ha convertido en un frondoso árbol que ya está dando sus frutos. En efecto, ese antiguo alumno ha proseguido y ampliado sus estudios, ha cultivado su vocación antropológica con constancia y esmero, y se ha especializado sobre todo en el estudio de las imágenes en los documentos etnográficos tanto de la historia de la Antropología como en testimonios y creaciones de la actualidad. Esta excelente preparación, que ya le ha proporcionado una magnífica tesis doctoral, un buen puñado de inteligentes artículos y la organización de varias exposiciones de gran calidad, le permite a Hasan López brindarnos ahora un valioso y original estudio de la obra pionera de George Catlin, un estudio que se convierte de hecho en una ponderada introducción crítica a su original legado de doble vertiente, literario y gráfico a la vez. He insistido en la cualificada preparación del profesor Hasan López porque este simpático y contradictorio aventurero norteamericano, apasionado por las tribus de indígenas de su gran nación de las que deseaba recopilar materiales que constituyeran un futuro museo antropológico, no sólo redactó cartas, dio conferencias y narró pormenorizadamente sus viajes de exploración y sus encuentros y estancias entre muchas tribus de aquellos indios, a los que sus compatriotas menospreciaban porque los consideraban salvajes por su desconocimiento de los usos y costumbres de la civilización occidental, sino que también se consagró con persistente tesón a pintar una y otra vez los cuerpos y los rostros de muchas individualidades notables de dichos indios, así como a dibujar sus entornos y paisajes, sus actividades al aire libre, sus rituales y danzas, sus cacerías y sus creaciones artísticas, consiguiendo así crear una impresionante colección gráfica de obligada referencia en la actualidad. De ahí, pues, que para hacerle justicia a tal legado no sólo se necesiten análisis textuales que indiquen en qué medida, con qué retórica y desde qué supuestos teóricos un escritor redacta un testimonio concreto sobre determinada alteridad sociocultural de manera que sus lectores creamos en la veracidad de lo que nos cuenta y en la calidad de sus explicaciones, también se requiere estar familiarizado con los problemas de las múltiples imágenes que dibujó y pintó, pues fue sobre todo con ellas y gracias a ellas como este controvertido pionero logró fama y se dio a conocer en América y en Europa a partir de mediados del siglo XIX. También es por ellas en particular por lo que su huella perdura entre nosotros y nos posibilita reconstruir con vivacidad los rostros de esa alteridad cultural que ya no podemos observar si nos desplazamos a las praderas norteamericanas porque forma parte del pasado y ya ha desaparecido de la faz de la tierra.
Para llevar a cabo este doble cometido, Hasan López sitúa la labor etnográfica autodidacta de Catlin en su tiempo, desvelando los implícitos supuestos teóricos desde los que se construyó su mirada sobre aquella alteridad sociocultural, una mirada aparentemente espontánea pero inevitablemente condicionada, y unas preconcepciones bastante obvias que dependían mucho de las corrientes románticas y primitivistas, tan típicas del XIX. La profunda obra teórica de Tvetan Todorov Nosotros y los otros sirve de óptimo soporte para encuadrar y discutir con buenos argumentos las ingenuidades y falacias de tal cosmovisión. Y para analizar la obra gráfica del pintor norteamericano con finura y rigor se lleva a cabo también un doble cometido: Hasan López compara los cuadros y dibujos de Catlin con los de otros artistas del momento que participaron en exploraciones similares, como es el caso del pintor suizo Karl Bodmer, quien acompañó al príncipe y naturalista Maximilian von Wied en su viaje por el interior de Norteamérica, y, por otra parte, los compara con acuarelas y grabados de quienes representaron a los indios americanos anteriormente, ya en el siglo XVI, como hizo Theodor De Bry. Estas atentas comparaciones permiten obtener una versión contrastada de la manera de objetivar plásticamente la alteridad sociocultural por parte de Catlin, de detectar las poses y puestas en escena que solía escoger, los colores predilectos con los que solía pintar los retratos de los jefes indios, el enfoque con el que construía su visión de los grupos humanos y con el que mostraba los paisajes de su entorno… A ello se añade una sabia correlación de lo que escribía y pintaba este pionero con lo que por fechas similares hacía en Francia el gran Eugène Delacroix a partir de su viaje a Marruecos y Argelia, descubriendo así evidentes paralelismos entre la pintura indigenista norteamericana y el orientalismo de los artistas europeos del XIX, ampliándolo además con lo que de los cuadros del primero decía Baudelaire, con la versión que ofrecen las novelas sobre los indios que publicaba por entonces Fenimore Cooper, o las reacciones que ante los espectáculos que organizó posteriormente Catlin por Europa manifestaron significativos escritores como George Sand y Charles Dickens.
Gracias a este ameno estudio, y a la nítida lucidez que nos aporta, podemos percatarnos de que en las historias de “indios y vaqueros”, en los “centauros del desierto”, en esos “pequeños grandes hombres” de aquel momento o en el “otoño cheyenne”, por aludir a relatos y películas de tales trágicos encuentros socioculturales, así como en los patéticos espectáculos de pobres disfrazados de nativos o de indios aquejados de enfermedades y del aburrimiento de tener que repetir sus danzas a la hora establecida ante un público curioso y engreído, esto es, en los zoos humanos que tanto abundaron en el siglo XIX en nuestras ciudades europeas, estamos de hecho ante situaciones de choque y de explotación cultural, y que los valiosos documentos que surgieron a lo largo del expolio del indio americano bien merecen que meditemos sobre ellos y sobre nosotros mismos, a la vez que los contemplamos reconociendo toda su belleza y toda su dignidad.
Introducción
Parece que fue ayer cuando cayó en mis manos el primer libro del hasta entonces para mí desconocido George Catlin. Pionero de la etnografía norteamericana de principios del siglo XIX, viajó entre 1832 y 1839 al conocido por los euroamericanos como Lejano Oeste visitando numerosas tribus, trayendo consigo más de trescientos retratos al óleo de los nativos vestidos con sus atuendos tradicionales. También realizó cerca de doscientas pinturas de sus aldeas, juegos, ceremonias religiosas, danzas, cacerías, etc. Este material constituyó el grueso de su Galería India. El interés inicial que despertó en mí su obra, hizo que le dedicase mi primer trabajo de investigación universitario, una tesina doctoral que dirigió el catedrático de filosofía Nicolás Sánchez Durá. Además, trabajar sobre el pintor norteamericano me permitió tomar contacto con la biblioteca y los fondos documentales del Museo del Hombre y el Museo Nacional de Historia Natural de París. Estas instituciones contaban con una gran cantidad de material bibliográfico y facsímiles, así como un estudio inédito sobre George Catlin realizado en el Departamento de etnología norteamericana del Museo del Hombre con ocasión del descubrimiento de ocho lienzos del pintor en uno de los sótanos del palacio de Versalles hacía tan sólo diez años y que pude ver expuestos en la sala del museo dedicada a Norteamérica. Esos óleos hoy se exponen en el Museo del Quai Branly, en la capital francesa.
Sin embargo, debo reconocer que al revisitar su obra para redactar este libro he vuelto a experimentar el mismo deleite del primer día, aunque el tiempo y las lecturas acumuladas me hayan hecho en ocasiones verla con otros ojos. En aquel momento, fue una mezcla de sana curiosidad e incipiente interés por la antropología lo que me llevó a aproximarme a su trabajo. Resultaba interesante estudiar otras formas de discurso antropológico diferentes al literario en un momento en que ni siquiera el concepto antropología estaba claramente delimitado. Las pinturas de Catlin no sólo servían para constatar las descripciones de sus textos sino que tenían una entidad propia, es decir, constituían por ellas mismas lo que podríamos llamar una (proto) antropología visual. Creo que fue en parte eso lo que me cautivó. Había leído bastantes monografías sobre etnografía y relatos de viaje, pero ninguna de ellas había dejado una huella tan palpable en mí.
Como se puede imaginar y ya he anticipado, el paso de los años y la experiencia acumulada me han llevado a tomar distancia de la lectura inicial. Poco a poco, se han ido abriendo nuevas vías de comprensión de un trabajo complejo, a la par que interesante no solo para la antropología sino también para los estudios artísticos, literarios y culturales norteamericanos. Por estas razones, mi propósito en este libro es hacer una revisión crítica de la obra del pintor norteamericano, teniendo en cuenta el contexto en el que desarrolló su trabajo. Para ello, debo reconocer mi deuda con algunos investigadores y corrientes de pensamiento que plantearon cuestiones estimulantes para la reflexión. Por un lado, el historiador Peter Burke, que en su libro Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico plantea cómo puede utilizarse la imagen como documento histórico, análisis que nosotros trasladaremos a la etnografía. Por otro lado, los antropólogos que participaron o fueron herederos del seminario de Santa Fe.1 Influenciados por la hermenéutica filosófica, defendieron que el lenguaje era un instrumento de apertura al mundo, un hecho observable en los textos etnográficos, de los que es posible desvelar las estrategias retóricas que coadyuvan la verosimilitud de las extrañas costumbres que en ellos se narran. Finalmente, los estudios postcoloniales, que ponen de manifiesto, retomando el título del conocido libro de Edward Said, la connivencia de Cultura e Imperialismo. Los estudios postcoloniales constituyen desde su origen un campo de prácticas discursivas diversas que aun compartiendo las mismas raíces filosóficas, no son reductibles entre sí. Se constituyeron en el mundo anglosajón en la década de 1980 y en Francia en la de 1990, bajo la influencia de Antonio Gramsci y de la filosofía postestructuralista, en particular de Michel Foucault, Jacques Derrida y Gilles Deleuze. Entre otras ideas, asumieron el binomio foucaultiano que equiparaba saber y poder, así como la deconstrucción como herramienta metodológica que permitía poner en duda la racionalidad occidentalocéntrica. También la idea de origen gramsciano de la heterogeneidad de las clases subalternas, lo que les permitió añadir a las determinaciones de clase debidas a factores económicos, aspectos como la raza, el género y la etnicidad. Sin embargo, ese cuestionamiento no tuvo fines destructivos. Si ese hubiese sido el caso, el postcolonialismo hubiese desembocado en posiciones relativistas extremas que impedirían cualquier diálogo intercultural o posibilidad de hablar con rigor sobre las sociedades humanas. La deconstrucción servía para echar abajo las premisas, los supuestos subsidiarios de los discursos y las epistemes desde las que se hablaba, para posteriormente tratar de buscar formas de pensamiento alternativo al discurso hegemónico. Según su parecer, esto se conseguía dando voz a las clases subalternas, realizando investigaciones que permitiesen incluir a quienes habían sido ignorados por la historiografía moderna y el discurso antropológico hegemónico. De ese modo se multipolarizaban los centros de influencia y se abrían las puertas a nuevas narrativas nativas para comprender los procesos históricos.
En cuanto a la estructura del libro, consta de dos partes temáticamente diferenciadas. La primera, compuesta por dos capítulos, tiene un carácter marcadamente histórico y anticipa, aunque sea superficialmente, algunos elementos de crítica que se desarrollan a partir del tercer capítulo; se narra la vida y viajes de Catlin en Norteamérica y el recorrido seguido por el pintor, su Galería y las tropas de indios que enroló en Estados Unidos y Europa. Estos primeros capítulos se han elaborado aplicando la perspectiva del etnohistoriador de la mirada. Es decir, se ha reconstruido la vida y viajes del pintor principalmente a partir de sus textos autobiográficos, especialmente Letters and Notes on the Manners, Customs, and Conditions of the North American Indians Written during Eight Years Travel (1832-1839) Amongst the Mildest tribes of Indian of North America, Los Indios de Norteamérica, Vida entre los Indios y Notes of Eight years, Travels and Residence in Europe with North American Collection. Por esta razón, el lenguaje que se utiliza en ellos es intencionalmente colonialista. Es decir, cuando utilizo en estos capítulos expresiones como “primitivo”, “frontera”, “indios en su estado de naturaleza” o “desaparición próxima de los indios”, es la voz del pintor la que suena y, en ningún caso, la del autor. Lo mismo sucede cuando se hacen comentarios o valoraciones sobre instituciones y personas en las cartas del pintor. Será a partir del tercer capítulo cuando el lector tenga la ocasión de ver las lógicas que subyacen a sus descripciones etnográficas, los supuestos que permiten entender su visión romántica a la par que enciclopédica de los indios de Norteamérica y las reacciones contemporáneas a su etnocentrismo cultural. Etnocentrismo, por cierto, que tiene un claro sesgo de género, tal y como lo ha demostrado, entre otras, la