La sorpresa del millonario - Kat Cantrell - E-Book
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La sorpresa del millonario E-Book

Kat Cantrell

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Beschreibung

¿Por qué seguía presa de su embrujo sexual? A Cassandra Claremont le encantaba su puesto de directora general y no iba a renunciar a él por Gage Branson, el atractivo playboy que hacía tiempo le había partido el corazón. Una filtración sobre un nuevo producto amenazaba el éxito de su empresa y él era el principal sospechoso. Gage estaba resuelto a avivar el fuego bajo la gélida fachada de Cass y a demostrar que no era culpable. Pero al salir a la luz un secreto de su pasado, ¿perdería a Cass de nuevo?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Kat Cantrell

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La sorpresa del millonario, n.º 182 - noviembre 2020

Título original: The CEO’s Little Surprise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-957-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Cuando los neumáticos del coche de Gage Branson comenzaron a rodar por Dallas, Arwen se puso a aullar acompañando a la radio. Gage se preguntó si era una buena idea haberse traído a la perra a aquel viaje de negocios.

Claro que no era un viaje de negocios normal, a menos que se considerara así presentarse en la oficina de tu antigua novia sin previo aviso y sin haber sido invitado.

Y Arwen no era una perra normal. Era su mejor amiga, y la única vez que la había dejado en un hotel para perros se había negado a dirigirle la palabra durante una semana.

Arwen y Gage compartían el gusto por la carretera, y a este no le importaba la compañía del animal mientras se dirigía a Dallas para cobrar una deuda que le debía hacía mucho tiempo la directora general de Fyra Cosmetics.

Los productos de cuidado de la piel de GB Skin for Men, la empresa que, gracias a él, había incrementado enormemente sus ganancias, tenían mucha aceptación entre los hombres que pasaban tiempo al aire libre, como los atletas profesionales, los senderistas e incluso los leñadores.

Gage se había gastado millones en diseñar un nuevo producto para cicatrizar heridas. Lo había lanzado el mes anterior y había monopolizado el mercado. Pero, ahora, la empresa de su exnovia intentaba robarle el éxito con un producto propio.

No lo iba a consentir.

Los aullidos de Arwen se habían vuelto insoportables.

–¡Cállate, Arwen!

La perra inclinó la cabeza y lo miró.

–Bueno, da igual –masculló Gage y apagó al radio.

Siguió conduciendo hasta llegar al aparcamiento de la sede central de Fyra Cosmetics.

«Muy bonito», pensó.

Antes de salir de Austin había buscado en Internet fotos para ver cómo era el edificio que Cassandra Claremont había construido con sus socias, que también eran sus amigas, pero Internet no hacía justicia a la moderna construcción de acero y cristal de cinco pisos, cuyo logo dominaba el paisaje.

–Quédate aquí y no juegues con la palanca de cambios –le dijo a Arwen.

A Cass le había ido muy bien gracias a él, que había sido su mentor durante ocho meses. Estaba en deuda con él. Y haría que lo reconociera recordándole el tiempo en que ella no tenía ni idea de cómo navegar por las aguas infestadas de tiburones de la industria cosmética.

Si tenía suerte, a Cass le picaría la curiosidad lo suficiente para recibirlo enseguida. Gage no había querido avisarla para no eliminar el factor sorpresa, ya que estaba allí para apoderarse de la fórmula secreta de Cass.

Tan secreta era que él no debería conocer su existencia, ya que no había salido al mercado. Sus fuentes le habían informado de que los laboratorios de Fyra habían desarrollado una fórmula milagrosa de propiedades cicatrizantes para eliminar arrugas y cicatrices. Habían insistido en que era mejor que la suya. Y él la quería.

Y no iba a pedírsela por teléfono. Hacía casi nueve años que no hablaban.

–Gage Branson, ¿a qué debo el honor de tu visita?

La ronca voz femenina le llegó por detrás. Se volvió y se quedó de una pieza.

–¿Cass?

–Eso creo. ¿O me he dejado el rostro en el otro monedero?

–No, lo tienes donde lo dejé –era hermoso y el de una mujer fantástica.

Aquella elegante mujer con tacones de aguja, gafas de sol y un atractivo traje de chaqueta no se parecía a la Cassandra de sus recuerdos. Ni siquiera tenía la misma voz, aunque su actitud le resultaba familiar. La seguridad en sí misma constituía buena parte de su atractivo.

Era evidente que él no había cambiado mucho desde la universidad, ya que lo había reconocido por la espalda.

–¿Te has pasado al campo del transporte de perros?

–¿Te refieres a Arwen? No. Me hace compañía mientras conduzco. He venido de Austin para verte. ¡Sorpresa!

–¿Tienes cita?

Era obvio que ya sabía la respuesta y que no iba a cambiar su agenda por un exnovio.

Gage sonrió.

–Esperaba que me recibieras aunque no la tuviera. Por los viejos tiempos.

Sonrió aún más al recordarlos: conversaciones nocturnas tomando café, trucos imaginativos para conseguir que Cass se desnudara y un sexo espectacular cuando finalmente ella se rindió a lo inevitable.

Ella frunció los labios.

–¿Es que tenemos algo que decirnos?

Muchas cosas, más de las que él pensaba en principio. Al ver a aquella nueva Cass había planeado una cena e ir a tomar unas copas con su antigua novia.

Ambos eran adultos, por lo que no había motivo para no separar los negocios del placer.

–En primer lugar, quiero felicitarte, con retraso, desde luego. Es notable lo que has conseguido.

Cuando había descubierto que podía competir con él, había buscado detalles en Internet. Le gustó ver su foto y recordar la relación que habían tenido. Era de las pocas mujeres de su pasado a las que recordaba con afecto.

–Gracias, pero ha sido un trabajo de grupo.

Esperaba que ella le dijera que había seguido su trayectoria empresarial y que lo felicitara por sus éxitos y por haber sido nombrado Empresario del Año.

No le dijo nada. ¿No sentía curiosidad por lo que él había hecho? ¿Su relación había sido para ella un incidente pasajero sin importancia?

La relación había sido breve. Cuando él consiguió escapar de su restrictiva infancia y sus sobreprotectores padres se juró que no consentiría que volvieran a cortarle las alas. Le debía a su hermano Nicolás poder vivir al límite, experimentar todo lo que su hermano no viviría por culpa de un conductor borracho.

Contentarse con una sola mujer no encajaba en esa filosofía, y a Gage le gustaba su libertad tanto como las mujeres, o más, lo que implicaba que aquella relación entre Cass y él pronto se acabaría y se separarían sin rencores. No podía culparla por no haber mirado atrás.

–Seguro, pero tú eres la directora general, y eso significa que tú decides.

Ella se cruzó de brazos y, al hacerlo, atrajo la atención de él a sus senos. A pesar del viento frío, la temperatura subió unos grados.

–Alguien tiene que hacerlo, pero Trinity, Harper, Alex y yo dirigimos la empresa juntas. Todas somos sus propietarias en la misma medida.

Se había imaginado que diría eso. Las cuatro mujeres eran inseparables en la universidad y se podía pensar que extenderían ese estrecho círculo a la empresa que habían creado. Él se llevaba bien con las cuatro, pero le había echado el ojo a Cass.

–¿Podemos hablar dentro? Me gustaría que me pusieras al día –dijo él, acercándose más.

–Gage…

Su voz ronca penetró en él mientras también ella se le aproximaba más. Le llegó su olor a jazmín.

–Dime, Cass.

–Te puedes ahorrar las historias. Has venido porque has oído hablar de la innovadora fórmula de Fyra y la quieres.

Él sonrió y trató de controlar el pulso. Estar tan cerca de Cass lo excitaba. Le gustaban las mujeres inteligentes y atractivas que no se andaban con rodeos.

–¿Tanto se me nota?

Cass rio al lado de su oído.

–Mucho me temo que sí. Siento que hayas perdido el tiempo. La fórmula no está a la venta.

Muy bien. Cass necesitaba que la persuadiera de que había sido él quien la había dado el empujón hacia el éxito.

–Claro que no, para el resto del mundo. Pero yo soy yo. Soy sensato y pagaré su precio de mercado.

Él giró la cabeza de forma que sus labios casi se tocaron. La atracción entre ambos era magnética y, durante unos segundos, estuvo a punto de olvidar que había instigado aquel juego sensual para acercarse a su objetivo: la fórmula.

Ella no se inmutó.

–Si crees que tienes un derecho especial por nuestra antigua relación, más vale que esperes sentado.

El factor sorpresa no había funcionado, ya que no la había pillado desprevenida, lo cual, sin saber por qué, redoblaba su atractivo. O tal vez la atracción se debiera a que ahora se hallaban al mismo nivel, lo cual lo desconcertaba.

Así que subió la apuesta. Ninguna mujer se resistía a sus encantos. Cuando quería algo, lo conseguía.

–Esa no es forma de hablar a un viejo amigo.

–¿Eso es lo que somos?

Volvió a sonar su atractiva risa, lo cual afectó aún más a la mitad inferior de su cuerpo. Tenía ganas de que ella se sintiera tan excitada por él como lo estaba él por ella.

–Amigos. Exnovios. Y tutor y alumna durante un tiempo.

–Sí –ladeó la cabeza–. Me enseñaste muchas cosas, tantas que dirijo una empresa a la que debo volver. Disculpa si te pido que conciertes una cita, como cualquiera que quiera hablar conmigo de negocios.

De repente, la excitación de Gage se evaporó, mientras ella se alejaba en dirección al edificio.

Dejó que se fuera. Pero no iba a consentir que una antigua alumna le quitara cuota de mercado, y pagaría muy bien para conseguirlo. Pero había que hacer las cosas con diplomacia.

«Recuérdale lo que hiciste por ella. Recuérdale lo bien que estuvo».

La voz que oía en la cabeza era, probablemente, la de la conciencia. Pero a veces creía que era Nicolas quien lo guiaba, que su hermano mayor lo aconsejaba cuando lo necesitaba y le hacía vivir la vida plenamente, ya que él, Nicolas, no podía.

Esa filosofía siempre le había parecido acertada. Y no iba ahora a desoír el consejo, sobre todo cuando encajaba con lo que deseaba. Era evidente que Cass necesitaba que le recordara lo unidos que habían estado; tanto que él conocía cada centímetro de su cuerpo.

«La mejor estrategia es utilizar el placer para influir en los negocios». Nicolas había hablado. Y sus palabras confirmaban a Gage cuáles serían los siguientes pasos que debía dar.

Deseaba a Cass y quería la fórmula. Si lo hacía bien, una cosa llevaría a la otra.

Le dio cinco minutos y fue tras ella.

Cobrar una deuda era juego limpio en el amor y la cosmética.

 

 

Con manos temblorosas, Cass entró en el despacho y se contuvo para no dar un portazo. No sabía por qué se le había disparado la adrenalina… y otras cosas que prefería no analizar.

Era mentira que no lo supiera. Gage Branson era la respuesta, pero lo que no se explicaba era por qué volver a verlo la había afectado tan profundamente, después de tanto tiempo.

Su sonrisa la seguía estremeciendo, a pesar de los años transcurridos. Y su cuerpo, que seguía siendo increíble, estaba oculto por la ropa, cuando debería exhibirse en un calendario de hombres atractivos. Continuaba siendo tan sexy y carismático como siempre, por mucho que le costara reconocerlo. Y odiaba que aún la hiciera temblar, sobre todo después de lo que le había hecho.

«Respira», se dijo.

Gage solo era un tipo al que conocía. Si se lo repetía mil veces, acabaría por creérselo. El problema era que Gage Branson la había destrozado.

No solo el corazón, sino toda entera: mente, cuerpo y alma. Se había enamorado de Gage hasta tal punto que no se dio cuenta del estallido hasta que él le dijo despreocupadamente que la relación había terminado y que si quería la ropa que había dejado en su casa.

Nueve años después, seguía sin poder avanzar, sin ser capaz de volver a enamorarse, de olvidar y de perdonar.

Por eso le temblaban las manos.

Lo único positivo era que Gage no se había percatado de su consternación. No había lugar para las emociones ni en su trabajo ni en su vida. Era la lección más importante que había aprendido de su antiguo tutor. Por suerte, él había aceptado su consejo de que pidiera cita sin protestar mucho.

Le pitó el teléfono para recordarle que quedaban cinco minutos para la reunión que había convocado; cinco minutos para volver a pensar en qué debía hacer Fyra con la filtración. Alguien había hablado del descubrimiento revolucionario de Harper incluso antes de que la FDA lo aprobara o hubiera una patente.

Cinco minutos, cuando necesitaba una hora. Había aparecido por sorpresa el hombre que llevaba casi una década poblando sus pesadillas. Y algunos sueños húmedos.

Debía controlar las emociones que sentía. La filtración la había enfurecido y estaba dispuesta a hallar al culpable. La empresa no solo había perdido una posible ventaja frente a la competencia, sino que no había garantía alguna de que esa persona no filtrara la fórmula secreta o la robara.

Cinco minutos no eran suficientes para que se le tranquilizara el corazón antes de ir al encuentro de sus mejores amigas, que se darían cuenta inmediatamente de que le pasaba algo y de que ese «algo» tenía nombre masculino.

Se retocó el maquillaje. Presentar tu mejor rostro no solo era el lema de la compañía, sino el suyo personal. La filosofía fruto de la ruptura con Gage había dado origen a una empresa multimillonaria. Ningún hombre volvería a estropearle el maquillaje.

Fortalecida, ensayó una fría sonrisa, salió del cuarto de baño y se topó con Melinda, la recepcionista.

–Hay un hombre en recepción que insiste en que tienes una cita con él.

Era Gage. Se puso aún más nerviosa.

–No tengo cita con nadie. Voy a una reunión.

–Se lo he dicho, pero insiste en que habías programado la cita y en que ha venido desde Austin para verte –Melinda bajó la voz–. Se ha disculpado e incluso ha sugerido la posibilidad de que hayas citado a dos personas a la misma hora.

¿No había límite a su descaro?

–¿Lo he hecho alguna vez?

–Nunca. Pero yo… Bueno, me ha preguntado si no me importaba consultártelo y parecía tan sinceramente…

–¿Qué hace Gage Branson en recepción? – preguntó bruscamente Trinity Forrester, la directora de mercadotecnia, . Puesto que había sido el hombro sobre el que Cass había llorado en la universidad, en la pregunta había un trasfondo del tipo: «Sujetadme o le corto los dedos».

Cass reprimió un suspiro. Ya era tarde para que Melinda lo echara antes de que alguien lo viera.

–Ha venido a hacerme una propuesta de negocios. Ya me ocupo yo de él.

Aquello era estrictamente un asunto de negocios, y antes muerta que reconocer que no podía manejar a un competidor en su territorio.

–Muy bien –Trinity se cruzó de brazos–. Tú te ocupas. Lo echas a la calle de una patada en su bien formado trasero. Es una pena que ese hombre tenga tantos problemas de salud.

Melinda miró a las dos alternativamente.

–¿Qué le pasa? –susurró.

–Tiene una terrible alergia al compromiso y a la decencia –dijo Trinity–. Y Cass lo va a echar con clase. ¿Puedo ser testigo?

Cass negó con la cabeza mientras ahogaba un gemido. Aquello era asunto suyo y no quería espectadores.

–Será mejor que hable con él en mi despacho. Trinity, ¿les dices a Alex y Harper que tardaré unos minutos?

–Muy bien. Pero si nos vas a privar del espectáculo, más vale que nos cuentes los detalles.

Seguida de Melinda, que evidentemente, llegados a ese punto, no quería perderse nada, Cass se dirigió a recepción.

Gage, de brazos cruzados y con la cadera apoyada en el mostrador como si fuera suyo, la miró y sus ojos castaños se iluminaron al tiempo que le dedicaba una sonrisa que a ella le produjo un cosquilleo en el vientre. Empezaban mal.

Ella le indicó el pasillo con la cabeza.

–Cinco minutos, señor Branson. Llego tarde a una reunión.

–Señor Branson, me gusta cómo suena –dijo él guiñándole el ojo–. Con el debido respeto.

Flirteaba de forma tan espontánea que ella se preguntó si se daba cuenta. Puso los ojos en blanco, le dio la espalda y se dirigió rápidamente al despacho.

Él la alcanzó sin esfuerzo. Era más alto, a pesar de los tacones que ella llevaba. Su poderosa masculinidad dominaba un pasillo que a ella siempre le había parecido suficientemente ancho cuando la acompañaba otra persona.

–¿Intentas recorrer un kilómetro en un minuto? No puedes ganarme aunque lo hagas descalza, y mucho menos con esos tacones –los miró con aprobación–. Me gustan.

Ella sintió un calor repentino.

–No me los he puesto para ti.

¿Por qué se le había ocurrido que era buena idea hablar con él en el despacho? Debería haber ido a la reunión y encargar a Melinda que lo echara.

Pero él habría vuelto a presentarse hasta que ella hubiera accedido a recibirlo.

Así que se libraría de él de una vez por todas.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Cuando Cass se detuvo ante la puerta del despacho, Gage enarcó una ceja al leer la placa de color púrpura.

–¿Directora de mejoras?

–Cuestión de marca. Somos muy cuidadosas con todos los aspectos de la empresa. Tuve un tutor que me enseñó algunas cosas al respecto.

Él sonrió sin hacer caso del sarcasmo. Ella había extendido el brazo para que la precediera al entrar y él no perdió la oportunidad de rozarla al hacerlo. Ella fingió que la piel que le había tocado no le cosquilleaba.

–Sí, hablamos varias veces de estrategias comerciales. A propósito, conduzco un Hummer verde por cuestiones de marca.

Cass había decorado el despacho, desde el cristal del escritorio a la alfombra, con el color púrpura de la marca de la empresa.

–¿Porque quieres que todos lo vean y crean que GB Skin carece de conciencia ecológica y que su dueño es detestable? –preguntó ella con dulzura, antes de que él hiciera bromas sobre la decoración.

Una cara empresa del centro de la ciudad había decorado los modernos despachos. No había sido barato, pero había merecido la pena. La empresa era suya, y le encantaba. Hacía tres años que se habían trasladado a aquel edificio, cuando Fyra había logrado por primera vez cincuenta millones de ingresos anuales.

Fue entonces cuando supo que iban a triunfar.

Haría lo que fuera necesario para que la empresa siguiera adelante.

Él rio y se sentó en una silla púrpura.

–Veo que sabes el nombre de mi empresa. Estaba empezando a pensar que te daba igual.

–Se me da muy bien lo que hago y, por supuesto, conozco el nombre de mis competidores –Cass se había quedado cerca de la puerta, que había dejado abierta–. Ya tienes tu cita y te quedan tres minutos para decirme por qué no has aceptado la negativa que te he dado antes y te has vuelto a Austin.

Él le señaló la silla al lado de la suya.

–Siéntate y vamos a hablar.

Ella no se movió. No se iba a acercar a él, después de que en el aparcamiento hubiera notado su aliento en el rostro y la hubiera afectado como lo había hecho. Al menos, al lado de la puerta le llevaba ventaja.

–No, gracias. Estoy bien aquí.

–No vas a quedarte de pie. Esa táctica solo funciona si la empleas con alguien que no sea quien te la enseñó.

Que él se hubiera dado cuenta de sus intenciones empeoró las cosas.

–Gage, las ejecutivas de Fyra me esperan en la sala de juntas. Déjate de rodeos. ¿A qué has venido?

Él no se inmutó.

–Los rumores sobre tu fórmula son ciertos, ¿verdad?

Ella se cruzó de brazos.

–Depende de lo que hayas oído.

Él se encogió de hombros.

–«Revolucionaria» es la descripción que más circula. Parece que la fórmula opera sobre las células madre para regenerar la piel, lo que cicatriza las heridas y elimina las arrugas. Nanotecnología en su máxima expresión.

Ella no pareció inmutarse.

–No voy a confirmarlo ni a negarlo.

Intentó respirar sin que Gage se diera cuenta de lo alterada que estaba. La filtración era peor de lo esperado. Cuando, el día anterior, Trinity había entrado en el despacho de Cass para enseñarle la nota en una revista digital, esta había leído horrorizada las escasas líneas sobre el producto que Fyra iba a lanzar al mercado. Pero ambas afirmaron que podía haber sido mucho peor. La revista daba muy poco detalles, sobre todo acerca de la nanotecnología, y esperaban que aquello fuera todo lo que había transcendido sobre el producto.

Parecía que no era así.

Era un desastre, que la aparición en escena de Gage empeoraba.

Él la observó detenidamente. Su aguda mirada no se perdía nada.

–Si mis fuentes son correctas, esa clase de fórmula debe de valer unos cien millones, que estoy dispuesto a pagar.

Ella cerró los ojos. Una cifra semejante era importante y, como directora general, debía presentar la oferta a las demás para analizarla. Pero conocía a sus amigas: coincidirían con ella en que la fórmula no tenía precio.

–Ya te he dicho que no está a la venta.

Él se levantó de repente y avanzó hacia ella. Cuanto más se le acercaba, más se le aceleraba el pulso, pero parpadeó con frialdad como si estuviera acostumbrada a hacer frente diariamente a hombres tan increíblemente atractivos como él.

–Lo inteligente es tener en cuenta todas las posibilidades –dijo él apoyándose en el marco de la puerta, muy cerca de ella–. Si la vendes, no tendrás que preocuparte de los detalles, como la aprobación por parte de la FDA, los costes de producción, etc. Te embolsas los millones y dejas el trabajo a otros.

Cass aspiró su olor a bosque y a hombre.

–No me asusta el trabajo –afirmó mientras intentaba no retroceder y apartarse de la línea de fuego. Era una lucha de voluntades y, si ella huía, él se daría cuenta de lo mucho que la afectaba.

Gage era un chamán místico y carismático. Bastaría con que la mirara para que ella lo siguiera a su mundo de hedonista placer. Al menos eso era lo que había sucedido en la universidad. Había aprendido algunos trucos desde entonces, además de a proteger con un escudo su frágil interior.

No pudo apartar la mirada de sus ojos mientras él le colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja y sus dedos se detenían en ella más de lo necesario.

–¿De qué tienes miedo? –musitó él mientras su expresión se dulcificaba.

«De ti».

Cass tragó saliva. No sabía de dónde había salido ese pensamiento.

Gage no la asustaba. Lo que le asustaba era la facilidad con la que, en su presencia, olvidaba controlar sus emociones.

Aquel juego del gato y el ratón se había adentrado en un terreno peligroso.

–De los impuestos –masculló ella de forma estúpida y sin hacer caso de cuánto se le había acelerado el pulso.

¿Cuánto hacía que nadie la acariciaba? Muchos meses. Se había forjado una reputación de devoradora de hombres entre los hombres solteros de Dallas, lo cual había aumentado su popularidad, ya que ellos trataban de llamar su atención para poder cantar victoria. Generalmente no les hacía caso, porque aquel asunto la agotaba.

Y no perdía de vista que la razón de que masticara a los hombres y los escupiera estaba frente a ella. Era un hombre peligroso y no debía olvidar el daño que le había hecho.

Entonces se percató de que estaba manejando mal la situación.

No estaban en la universidad ni Gage era su tutor. Eran iguales. Y estaban en su terreno, lo que implicaba que era ella la que llevaba la batuta.

Si él quería jugar, ella jugaría.

 

 

Después de haberle colocado el mechón tras la oreja, Gage se quedó sin excusas para seguir tocándola.

–Gage –murmuró ella con voz ronca–. La fórmula no está a la venta y tengo una reunión. Así que creo que ya está todo dicho, a no ser que me ofrezcas algo mejor.

La vibración sensual que emanaba de su cuerpo lo envolvió, atrayéndolo hacia ella. La idea de acariciarla se tradujo en una potente, rápida y molesta erección.

–Puede que se me ocurra algo –dijo él en el tono más bajo que le permitían las cuerdas vocales. Vaya, ella le había afectado incluso la voz.

«Vamos, recuérdale por qué la fórmula solo debe vendértela a ti». Debía centrarse y evitar pensar en ella. Bajó la mano.

–Has hecho cosas estupendas aquí, Cass. Estoy orgulloso de lo que has conseguido.

Se cruzó de brazos para no recorrerle el cuello con el meñique. La mitad inferior de su cuerpo no había captado el mensaje de que el objetivo era que ella se excitara, no lo contrario.

–¿Recuerdas el proyecto en el que te ayudé para la clase del doctor Beck?

Fue entonces cuando comenzaron a acostarse. Él no recordaba que Cass lo atrajera entonces de forma tan magnética. Seguro que quería desnudarla, pero a los veinticuatro años quería desnudar a las mujeres en general. Ahora tenía gustos más refinados, pero ninguna de las mujeres con las que había salido lo había enganchado de esa manera ni tan deprisa.