Pacto de adultos - Kat Cantrell - E-Book
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Pacto de adultos E-Book

Kat Cantrell

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Beschreibung

Después de una noche de tequila y sexo, la espontánea boda en Las Vegas no debería haber sido legalizada. Pero Meredith Chandler-Harris acababa de descubrir que seguía unida al irresistible empresario Jason Lynhurst. Ella necesitaba anular el matrimonio pero, para convertirse en el nuevo directivo de la empresa, él la necesitaba como esposa.

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Kat Cantrell

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pacto de adultos, n.º 2072B - noviembre 2015

Título original: From Fake to Forever

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7272-1

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Capítulo Uno

Normalmente, un viaje sorpresa a Manhattan entraba en la lista de cosas realmente guay de Meredith Chandler-Harris. La visita a una de las casas de moda más importantes del mundo hacía que lo fuera aún más. Pero explicarle al hombre al que llevaba dos años intentando olvidar que estaban casados, no lo era tanto.

Meredith se removió inquieta en el sillón de cuero mientras esperaba ser conducida al despacho de Jason Lynhurst, jefe de operaciones de Lyn Couture. Y también su esposo.

–El señor Lynhurst la recibirá ahora –anunció la recepcionista con frialdad–. Sígame.

Las mujeres siempre la trataban con frialdad, víctimas de los celos que despertaban los atributos que Dios le había concedido.

Lyn Couture bullía de actividad. Fascinada, Meredith estiró el cuello para echar un vistazo a los patrones de los trajes dibujados con tiza y las muestras de tela dispuestas sobre las mesas.

A Meredith le encantaba todo lo relacionado con la ropa. Y para alguien decidida a adquirir la mitad de la empresa de diseños de vestidos de novia de su hermana, Lyn Couture era más que un negocio. Era la meca de la moda.

Incluso ella tenía un par de vaqueros Lyn. Ignorante de la identidad del hombre que había llamado su atención en aquel club de Las Vegas, le había parecido alguien a gusto con su cuerpo y había deseado una parte de él. Solo dos años más tarde había descubierto que esa parte era más grande de lo que jamás habría podido soñar.

–¿Señor Lynhurst? –anunció la recepcionista–. Su visita ha llegado.

«Señor Lynhurst». ¡Por favor! Ese hombre le había hecho más travesuras a Meredith en un fin de semana que el conjunto de todos los hombres que le habían seguido en toda su vida. ¿No había ni un solo hombre capaz de hacerle olvidar tanta perfección?

–Gracias, cielo. Yo me ocupo a partir de ahora–. Meredith esquivó a la mujer y entró en el despacho como si fuera la dueña del lugar. Así se conseguía llamar la atención.

Y ella necesitaba llamar la atención de Jason para conseguir de él un divorcio discreto. Solo así podría enfrentarse a su padre y pedirle un préstamo para comprar la mitad del negocio de su hermana.

Además, no estaba preparada para estar casada con nadie. No hasta descubrir quién quería ser de mayor. Por eso a la fría luz de la mañana, la boda estilo Las Vegas de la noche anterior le había parecido cualquier cosa menos una buena idea. Se suponía que no habían rellenado el papeleo. Pero allí estaba, casada con Jason.

Su marido se sentaba tras una moderna mesa de cristal. Sus miradas se cruzaron y Meredith dejó de respirar. Por eso ningún hombre podía borrar la imagen de Jason de su mente.

Esos pómulos eran dignos de matar por ellos. Los cabellos rubios, intencionadamente desordenados, suplicaban que alguien hundiera los dedos en ellos. Ingenioso y sensual, además escuchaba cuando ella hablaba. Los hombres apenas miraban a Meredith más arriba de los hombros, pero Jason le había pedido su opinión y aceptado sus ideas.

–Meredith. Tienes buen aspecto –si le había sorprendido, no se notaba.

–Gracias por recibirme tan pronto –qué bonito dos personas reencontrándose cuando no habían esperado hacerlo jamás–. Tenemos un problema –no merecía la pena andarse por las ramas–. Cuanto antes y más discretamente podamos resolverlo, mejor.

–Espero que no estés a punto de anunciarme que te quedaste embarazada –de inmediato, Jason adquirió una expresión hermética.

¿Por qué clase de mujer la tomaba? En realidad apenas se conocían. El salvaje fin de semana en Las Vegas no había tenido como intención encontrar a su media naranja.

–No, nada de eso –Meredith agitó una mano en el aire y se acercó a la mesa.

–Entonces seguro que se puede solucionar –Jason pareció relajarse–. ¿Qué puedo hacer por ti?

Meredith había pasado horas deslizándose por el cuerpo desnudo de ese hombre, saboreando cada centímetro de su piel. Pero en esos momentos eran dos extraños, aunque sin serlo.

–Verás qué risa –ella sonrió–. ¿Recuerdas cuando encontramos ese sitio para casarnos y pensamos que sería estupendo sellar nuestro Pacto de Adultos con una boda en Las Vegas?

Tras cuatro rondas de tequila e incontables cosmopolitan y martinis, les había parecido una idea genial. Después del inicial cruce de miradas, no se habían separado el resto del fin de semana, embarcándose en una interminable conversación en la que ambos habían abierto sus almas más de lo que habían hecho jamás. Los dos habían buscado algo, cualquier cosa, que les ayudara a navegar entre la juventud y el resto de sus vidas.

El Pacto de Adultos nunca había consistido en permanecer casados, sino en demostrar que podían comportarse como adultos.

Curioso cómo ese matrimonio se había convertido en un problema de adultos.

–Claro que lo recuerdo –asintió él–. Es la única vez en mi vida que he seguido un impulso estúpido.

Meredith suspiró. En eso se diferenciaban. Ella hacía estupideces continuamente. El Pacto de Adultos debería haberle proporcionado la fuerza para buscar un lugar en el mundo donde fuera apreciada por su mente, no solo por su físico. Pero ese lugar aún no lo había encontrado.

–Pues resulta que al final sí se registró la licencia de matrimonio.

–¿Qué? –Jason adquirió una expresión dura–. ¿Cómo pudo suceder? Se suponía que ibas a romper los papeles.

–¡Y lo hice! Al menos los tiré a la basura –aunque no recordaba haberlo hecho con toda seguridad–. Nadie me dijo nada de romperlos.

–Es lo que se hace cuando no quieres que caigan en las manos equivocadas, Meredith –él se sentó, exasperado–. Números de tarjetas de crédito, documentos legales. Licencias de bodas que al día siguiente comprendes que no deberías haber celebrado.

Jason se mesó los cabellos y ella reaccionó de inmediato. Por un instante pensó que podrían recordar viejos tiempos en cuanto resolvieran ese lío. Un último revolcón en la cama de Jason la curaría para siempre y podría pasar página.

Pero la feroz expresión de Jason no resultaba muy alentadora.

–Pues así fue –insistió ella–. Llevamos dos años legalmente casados. Tenemos que arreglarlo. Y luego quizás podamos tomarnos una copa o dos…

–¿Arreglarlo? Entiendo. Has venido al leer el anuncio de mi compromiso y quieres cobrar –Jason asintió–. ¿Cuánto quieres?

¿Jason prometido? Eso era estupendo. Así seguro que querría solucionarlo rápida y discretamente. Pero por mucho que intentaba convencerse de lo bueno que era, Meredith no lo lograba.

Saber que había pasado página mucho mejor que ella le produjo una punzada de amargura. No habría recuerdo de los viejos tiempos.

–No quiero tu dinero, Jason. Solo un divorcio amistoso.

–Claro –sonrió él con sarcasmo–. En cuanto descubriste en Las Vegas que era el hijo de Bettina Lynhurst, el símbolo del dólar debió bailar ante tus ojos. Registraste la licencia de matrimonio con la esperanza de cobrar más adelante. Francamente, me impresiona que hayas tardado tanto.

–Es evidente que has olvidado que soy una Chandler-Harris –Meredith lo miró boquiabierta–. No necesito tu dinero. Quédate con tu fortuna, firma los papeles del divorcio y sigue tu camino.

Por algún motivo, Jason sonrió. Y la tensión se esfumó mientras se reclinaba en la silla.

–Si no has venido por el dinero. ¿A qué has venido?

–¿Tan complicado es? –Meredith tenía que resolverlo antes de que se enterara su familia–. A los dos nos interesa un divorcio discreto.

–¿Ya has sacado los papeles? Estupendo. Dame una copia y se la pasaré a mi abogado. Cuando los firme te enviaré una copia. Gracias por venir. Te acompaño.

–¿Qué garantía tengo de que no lo filtrarás todo a la prensa?

Meredith era muy consciente de que si su padre se enteraba de lo que había hecho dos años atrás, jamás le prestaría el dinero para comprarle a Cara la mitad de su empresa de diseño.

El préstamo era la clave del resto de la vida de Meredith. Por fin podría considerarse algo más que Miss Texas. Por fin los demás la verían como a una adulta.

–¿Y por qué iba a querer yo airear algo tan ridículo como una boda en Las Vegas con una mujer a la que acababa de conocer y que fue lo bastante estúpida como para registrar el matrimonio?

–No te contengas, cariño. Cuéntame cómo te sientes –ella lo fulminó con la mirada–. Estamos en el mismo barco. Preferiría no haber descubierto que estoy casada con alguien lo bastante estúpido como para desearme. Aquí tienes una copia de los papeles.

–Haré que mi abogado les eche un vistazo. No te marches –le aconsejó él–. Quiero solucionarlo antes de que abandones la ciudad.

–Me quedaré unos días, pero no más. De modo que date prisa.

Meredith anotó el nombre del hotel y el número de su móvil en una nota adhesiva que pegó a la solapa del traje de Jason, en un último y ridículo intento de tocarlo.

Sentía lástima porque Jason parecía haberlo superado.

Pero la mayor lástima era que ella no podía decir lo mismo.

De todos los personajes que podrían haber entrado en su despacho un viernes cualquiera, tenía que ser Meredith.

Era la única mujer que había logrado sacarlo de su disfraz de hombre de negocios, la única que podía presumir de haber dormido en su cama. La breve relación había sido salvaje, la realización de sus más locas fantasías.

Meredith también era la única mujer a la que consideraba verdaderamente peligrosa, tanto para su bienestar como para su futuro. Y desde luego peligrosa para su autocontrol. Porque en Las Vegas no había podido resistirse a ella, y tenía la sensación de que nada había cambiado.

Pero no era ni el momento ni el lugar para pensar en ello.

En quince minutos tenía una reunión con Avery, que lo iba a matar por llegar tarde. Ya en la calle, paró un taxi.

En cuanto estuvo sentado en el asiento trasero, su mente regresó a la bomba que Meredith había soltado en su despacho.

Estaba casado. Con Meredith.

Dos años atrás le había parecido una idea estupenda unirse a alguien en el marco del Pacto de Adultos, simbólicamente, por supuesto.

El viaje a Las Vegas había surgido de la confusión ante el anuncio de sus padres. No solo iban a divorciarse después de treinta años de matrimonio, también partían la empresa Lynhurst Enterprises. Lyn Couture para Bettina, Hurst House Fashion para Paul. Jason permanecería en Lyn, y Avery en Hurst House.

Su legado de nacimiento había desaparecido. Incapaz de soportarlo, había volado hasta Las Vegas para olvidar.

Meredith había sido un bálsamo para su alma rota. De no haber sido por la tormenta desatada en su casa, jamás habría accedido a su ofrecimiento. Y se había despedido de ella en esa habitación de hotel con un beso y regresado a Nueva York con un nuevo propósito.

Agruparía las empresas Lynhurst bajo el mismo techo de nuevo, o moriría en el intento.

La reunión con Avery era el siguiente paso. Jason sería la cabeza de la nueva empresa como director ejecutivo. Al menos en eso estaban de acuerdo su hermana y él.

Incapaz de contenerse, realizó una búsqueda en Internet sobre el registro civil de Clark County, Nevada. Y allí estaba, su matrimonio con Meredith Lizette Chandler-Harris.

¿Qué había sucedido? Jason llamó a su abogado para que hiciera las averiguaciones pertinentes y salió del taxi frente a la cafetería que Avery había elegido para su reunión secreta.

Tal y como esperaba, estaba sentada en un reservado al fondo. Irritada, tamborileaba sobre la mesa.

–¿Dónde estabas? Tengo una reunión con la empresa de publicidad Project Runway –la arrogancia de Avery estaba al máximo–. No todos tenemos una posición acomodada en Lyn, cumpliendo los deseos de mamá día y noche. Yo trabajo.

–Hola a ti también –respondió él. A Avery le encantaba sacarle de quicio, y él nunca se lo permitía–. Ya que estás tan ocupada, deberías haber elegido un sitio más cerca de tu reunión.

Jason sacó de la cartera los papeles en los que se detallaba la reagrupación de Lyn Couture y Hurst House Fashion y los dispuso sobre la mesa. Avery se había encargado de la marca y el diseño. La idea era lanzar la nueva marca para la colección de primavera.

–Aquí dice que tú serás director ejecutivo –Avery enarcó las cejas–. Pero no es cierto. Lo seré yo.

–¿Estás loca? ¿Crees que he puesto tanto empeño para trabajar para ti en lugar de para mamá? –Avery no era capaz de manejar el puesto de director ejecutivo, un puesto que, además, era suyo.

–¿Y para qué crees que he estado trabajando yo? –ella sacudió su larga y rubia melena–. Lynhurst Enterprises es mía.

–Y una mierda –Jason no había previsto la sed de poder de su hermana.

–Yo soy la mayor. El primogénito dirige la empresa. Es un hecho.

–No es ningún hecho –Jason bajó la voz–. He trabajado más que nadie, incluida tú.

Toda su vida había estado enfocada a ocupar el lugar de su padre en la empresa. Avery y Bettina tenían puestos fundamentales en el aspecto del diseño y la publicidad, pero no eran capaces de mantener a flote un barco como Lynhurst y navegar en la dirección correcta. Hacía falta algo más que buen ojo para elegir colores para dirigir una empresa.

–Eso es mentira –Avery agitó unos dedos de manicura perfecta frente a Jason–. ¿Quién tuvo la idea de hacer esto juntos? Tú no. La fuerza está en la unión y en presentarles a papá y mamá unos hechos consumados. Sin eso, tú no tienes nada. No me digas que esperabas que yo te cediera el puesto de mando.

–Aquí nadie cede nada. Me he ganado el puesto con este plan de fusión, por no mencionar lo que he logrado como jefe de operaciones de Lyn Couture –solo con prometerse a Meiling Lim se había ganado el puesto de director ejecutivo.

El padre de su novia era el dueño del mayor imperio textil de Asia, y casándose con Meiling, Jason estrecharía los lazos entre Lyn Couture y las fábricas textiles de ultramar. La unión había sido decidida en una sala de juntas y era una excelente idea comercial.

Los delicados rasgos de Meiling, y exquisitos modales, la convertían en la esposa ideal para un futuro director ejecutivo. Se gustaban y tenían metas comunes en lo profesional, básicamente, el beneficio que su unión iba a aportar a ambas familias. Ninguno buscaba una unión por amor, y estaban conformes con el acuerdo. Sería un matrimonio tranquilo y fructífero, muy distinto del tumultuoso y alocado que tendría con alguien como Meredith.

Jason tenía la increíble suerte de que la tradicional familia de Meiling pareciera lo bastante abierta de mente como para pasar por alto su origen occidental. Era un hombre que navegaba en un mundo mayoritariamente femenino. Necesitaba una ventaja, y ahí entraba Meiling. Nada iba a detener sus planes.

Salvo la equivocada idea de Avery de arrebatarle el puesto de director ejecutivo. Eso solo pasaría cuando los camellos aprendieran a nadar.

–¿Por qué no nos preocupamos por quién será el jefe cuando la fusión sea un hecho? –sugirió Jason.

Si no se centraban en los aspectos importantes, no habría ningún puesto de director ejecutivo que ocupar. Bettina y Paul estaban muy a gusto como directores ejecutivos, cada uno de su mitad, pero, les gustara o no a sus padres, soplaban vientos de cambio.

–De acuerdo –Avery asintió malhumorada–. Por ahora. Pero no creas que vas a ganar. No pienso ceder.

Tras discutir los detalles durante veinte minutos en el taxi que lo conducía de regreso a Lyn, Jason llamó a Meiling. Lo mejor sería que supiera por él lo de la boda de Las Vegas. Con suerte, se contentaría al saber que ya tenía los papeles del divorcio.

Capítulo Dos

Eran más de las siete de la tarde, pero Meredith no tenía hambre.

Lars, el abogado de su padre, había descubierto el matrimonio durante una investigación cuando su padre había decidido actualizar el testamento. De lo contrario, Meredith quizás no habría sabido jamás que seguía casada con Jason.

Sin un acuerdo prenupcial, Jason podría reclamar sus derechos como beneficiario de la fortuna de su padre. Afortunadamente, Lars había acordado mantener en secreto su pequeña estupidez hasta que se ocupara del divorcio.

Un matrimonio del que no sabía nada era un ejemplo de inmadurez, y no podía pedirle un préstamo a su padre mientras le revelaba un error aún no solucionado. Su hermana, Cara, jamás hubiera hecho algo así, y ella quería llegar a ser tan responsable como su hermana.

En cuanto Jason hubiera firmado los papeles, le contaría a su padre la existencia del matrimonio, y el divorcio, en el mismo lote y, con suerte, todos reconocerían que se había comportado como una adulta que se merecía un préstamo.

Con apatía, repasó los canales de televisión por cuarta vez. Al oír sonar el móvil, se lanzó ansiosa con la esperanza de que le permitiera olvidar a Jason.

El problema era que se trataba de un mensaje del propio Jason:

Estoy en el vestíbulo. Indícame tu número de habitación.

Meredith sintió una repentina sacudida de cintura para abajo. Sin embargo, no se engañó a sí misma. Jason no había acudido para tomar una copa. Estaba prometido y no lo creía capaz de engañar a su novia.

Le devolvió el mensaje y corrió al cuarto de baño para retocarse el maquillaje. Las mujeres Chandler-Harris no permitían que nadie viera sus fallos.

Abrió la puerta tras el golpe de nudillos y se enfrentó a la lúgubre expresión de Jason.

–¿Qué sucede? –Meredith sintió un escalofrío en la nuca.

–Déjame entrar. No voy a mantener esta conversación en el pasillo.

Ella le abrió la puerta para que pasara. Al hacerlo, su cuerpo la rozó deliciosamente.

–Supongo que no has venido a invitarme a cenar. Lo cual no estaría nada mal, por cierto.

–Lo has estropeado todo –espetó él secamente–. En una sola tarde, todo ha acabado.

–¿De qué hablas? Si he venido es para arreglarlo.

–Le he contado a mi novia lo del tórrido fin de semana en Las Vegas y lo más gracioso de todo: que sigo casado. El problema es que no le ha hecho ninguna gracia. Ha anulado el compromiso.

–¡Oh, Jason, cuánto lo siento! –Meredith se cubrió la boca con una mano–. Nunca pensé…

–Esto es lo que haremos. Me has costado perder un importante contacto en la industria textil. Y me lo debes. Vas a pagarme por ello, y empezando ahora mismo.

–¿Pagarte? ¿Cómo? –ella dio un paso atrás.

Ese no era el hombre que recordaba de Las Vegas. Tenía el mismo aspecto y la misma voz sensual, pero el Jason Lynhurst que tenía delante era duro, arisco. Y no le gustaba.

–De todas las maneras más desagradables que se me ocurran –murmuró Jason mientras la devoraba con la mirada–. Pero no es lo que piensas. Necesito que hagas algo por mí.

–Siento mucho el disgusto de tu prometida –Meredith decidió pasar por alto el desprecio, dada la situación–. Seguro que lo podrás arreglar. Ya sabes…

–Meiling no está disgustada.

Jason la fulminó con la mirada. Meredith se cruzó de brazos y se sentó en el pico de la mesa.

–Si no está disgustada ¿qué le pasa?

–Según sus propias palabras, se niega a asociarse con alguien que se casa con una extraña en Las Vegas y luego no se molesta en asegurarse de que el matrimonio se haya disuelto –él arrojó la chaqueta encima de la cama–. La he avergonzado delante de su familia, y en su cultura eso es imperdonable.

–No estabas enamorado de ella –de repente, Meredith lo comprendió.

Lo que no entendía era por qué la revelación le hacía sentirse tan feliz.

–Pues claro que no –Jason la miró furioso–. Se trataba de un acuerdo comercial y acabo de perder mi pasaporte al mercado textil asiático. Lyn necesitaba los contactos de Meiling. Y todo es culpa tuya. Estás en deuda conmigo.

Desde luego no era lo que ella había imaginado. ¿Dónde estaba el hombre sensible y apasionado con el que había pasado esas exquisitas horas dos años atrás? En su lugar había un tipo sin corazón ni un átomo de romanticismo en su alma.

–¿Culpa mía? –ella contuvo el impulso de abofetearlo–. Tu novia, perdón, exnovia, tiene razón. No te molestaste en hacer el seguimiento. En realidad deberías agradecerme que te revelara la verdad antes de casarte. Serías culpable de bigamia. Imagina cómo se lo explicarías a Meiling.

–Confié en ti para que destruyeras esos papeles –Jason bufó–. No debería haberlo hecho.

Sus palabras la dolieron. Implicaban que no era de fiar, ni siquiera para una tarea sencilla.

–No me estás ganando para la causa, cielo. A mi modo de ver, lo único que te debo es una disculpa. Y ya te la he dado.

–¿Quieres jugar duro? –él se acercó un poco más–. Te complaceré. Yo he perdido una ventaja y tú me ayudarás a recuperarla. Aunque careces de las conexiones de Meiling, estoy seguro de que tienes muchos recursos. Y yo no tengo ninguna prisa en firmar los papeles del divorcio.