La tentación del millonario - Kat Cantrell - E-Book
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La tentación del millonario E-Book

Kat Cantrell

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Beschreibung

¿Sería capaz de rendirse a su magistral seducción? En la televisión, el doctor Dante Gates enseñaba la ciencia de la atracción. Ahora, ese genio millonario quería emplear sus conocimientos con su mejor amiga, la doctora Harper Livingstone. Su teoría era que un solo beso apagaría la chispa que había entre ellos y que le impedía concentrarse. La realidad demostró ser más excitante que cualquier fantasía, hasta que se enteró de que Harper esperaba un hijo. Harper debía distanciarse de él o arriesgarse a perder su amistad, además de su empresa de cosmética, pero había cosas por las que merecía la pena arriesgarse…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2016 Kat Cantrell

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La tentación del millonario, n.º 184 - enero 2021

Título original: The Pregnancy Project

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-217-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Ironías de la vida, Dante Gates, con un doctorado en Bioquímica, tenía un problema de química que no sabía solucionar.

Ningún dato de su tesis doctoral le proporcionaba una pista para resolver aquel rompecabezas. Nada de lo que había investigado para su programa de televisión, La ciencia de la seducción, le ofrecía ni siquiera un indicio. Ni tampoco el trabajo que había realizado para demostrar la eficacia de los modelos de la química cuántica en el análisis de las proteínas, por el que había estado a punto de ganar el Nobel.

Dante estaba más que frustrado por la falta de progreso en descifrar el problema que le suponía la doctora Harper Livingstone.

Hacía diez años que eran amigos. Ella era el patrón por el que juzgaba a las demás mujeres, lo que implicaba que lo irritaba mucho no encontrar a ninguna tan hermosa ni tan inteligente como Harper. Ella le convencía en todos los aspectos positivos.

O más bien negativos, porque eran amigos. Su relación con Harper era una constante en su vida, lo único con lo que contaba. Había entre ellos un vínculo sagrado que valoraba y que no quería romper.

Dante se había convencido de que el único motivo de que sintiera aquello por Harper era que no podía conseguirla. Era indudable que si trataban de que su relación subiera al siguiente nivel, fracasarían.

En cuanto él hubiera probado el fruto prohibido, Harper perdería todo su atractivo. No volvería a pensar en ella de ese modo.

El problema era que, después de haber empezado a imaginar lo delicioso que sería ese fruto, era incapaz de dejar de hacerlo.

Esa mañana, Harper le había llamado para decirle que estaba en el aeropuerto de Dallas, a punto de subirse al avión, y que llegaría a su casa al cabo de un par de horas. No había ido a verlo a Los Ángeles durante los tres años que llevaba viviendo allí. Tenía que ser algo importante. Parecía el momento oportuno para resolver su problema de química de un modo u otro.

El aeropuerto de Los Ángeles era un caos, como siempre. Solo Harper podía hacer que fuera allí cuando no iba a tomar un avión. Dante consultó su reloj. Hacía diez minutos que avión de Harper había aterrizado, pero los pasajeros aún no habían desembarcado.

Por fin, salió un grupo de gente con mochilas, almohadas y botellas de agua. Dante, apoyado en el poste más cercano, esperaba a Harper.

No era difícil distinguirla. Su cabello pelirrojo destacaba entre la multitud y su forma de actuar la diferenciaba de los demás, pues salió disparada. Para Harper, la duda no existía. Era la cualidad que él prefería de ella.

Lo vio y el rostro se le iluminó con una sonrisa de oreja a oreja que lo conmovió. Antes de que Dante pudiera procesarlo, Harper dejó el equipaje en el suelo y se lanzó a sus brazos. Él la recibió y la estrechó contra sí porque era de lo más agradable.

–Hola –murmuró él contra su cabello, aspirando su aroma.

El perfume de Harper se le introdujo en los sentidos y en la sangre, que no era lo que solía hacer un perfume. Un perfume olía bien, pero no se suponía que le tuviera que dar ganas de besarla hasta dejarla sin aliento.

No hizo caso de aquel deseo. No era fácil, pero tenía mucha práctica.

Harper, por suerte, se soltó del abrazo con la suficiente rapidez como para no notar lo inadecuado de lo que le estaba sucediendo allá abajo.

–¿Qué haces aquí? –exclamó ella mirándolo con ojos brillantes–. Hace mucho tiempo que nadie venía a recogerme a la puerta de desembarque. Se me había olvidado lo agradable que es. ¿Cómo has podido pasar sin un billete de avión?

Él rio.

–Muy sencillo. He comprado uno. ¡Sorpresa!

Dante viajaba muy a menudo debido a su trabajo en la televisión, por lo que podría cambiar el billete más tarde, cuando de verdad tuviera que utilizarlo. Y aunque no fuera así, ¿qué más daba? Por Harper podía derrochar una cientos de dólares.

Ella le dio una palmada en el brazo.

–No tenías que haberlo hecho, pero me encanta. Creí que hoy estabas grabando el programa. Iba a tomar un taxi.

Si hubiera sido otra persona, él le habría mandado un coche a recogerla.

Dante se encogió de hombros, agarró la bolsa de viaje y se la echó al hombro.

–Hemos terminado pronto y ahora tengo dos semanas libres, que pienso pasar contigo. Tu inesperada visita se ha producido en el momento más oportuno.

También lo era para superar su atracción por ella. Sin duda bastaría con un beso. Un simple beso. Sería extraño, pero suficiente. Y volverían a ser amigos.

–¿No vas a pasarlas con tu novia, la modelo? ¿Cómo se llama? –Harper chasqueó los dedos un par de veces.

–Selena –respondió él–. Pero lo hemos dejado.

Había perdido el interés por Selena en cuanto empezaron a salir. Pero que le fotografiaran con ella beneficiaba su carrera, y el sexo no era terrible, así que siguió con ella más tiempo de lo debido.

Era una mujer dulce de una larga lista de mujeres dulces que le dirigían una mirada ausente cuando comenzaba a hablar de cristalografía de rayos x o materiales autosintetizados. Harper era la única con la que podía hablar de todo.

–Lo siento, pero seguro que es lo mejor, ya que ella no era lo bastante buena para ti –Harper sonrió–. Se me olvidaba: Cass está embarazada.

–Qué bien –dijo él. Y era sincero. Un bebé era algo maravilloso… para los demás.

Hacía mucho tiempo que Harper y Cass eran amigas, desde la universidad, cuando decidieron crear una empresa junto a otras dos amigas, Alex y Trinity. Así había nacido Fyra Cosmetics, en la que Harper era directora científica.

Dante estaba muy orgulloso de lo que ella había conseguido después de obtener el doctorado en Química Analítica. Hacía diez años que conocía a las cuatro amigas, pero, como tenía más en común con Harper, era más amigo de ella.

–Gage está muy contento –Harper suspiró y puso los ojos en blanco–. Como esposo, es perfecto para Cass. Pero yo lo mataría si me tratara como la trata. «Trabajas demasiado», le dice. «Voy a cuidarte» o, mi preferida: «Aunque tengas ganas de comer patatas fritas, debes tener ganas de comer verdura». Hombres… Como si supieran algo del embarazo.

Dante no se imaginaba a una mujer tan fuerte como Harper dejando que Gage le dijera lo que debía hacer.

–Hablando de embarazos, ¿cómo está Alex?

–Ahora que ya está en el segundo trimestre, mucho mejor. Ya no tiene náuseas.

Dante no se había dado cuenta de que lo que últimamente les sucedía a sus amigas tenía que ver con bebés. El tema le hacía sentir levemente incómodo, seguramente por su historia personal. Las parejas comenzaban deseando tener hijos, pero nadie sabía lo que desearían al año siguiente y al otro. Después de haber sido trasladado de familia en familia de acogida, cuando era un niño, conocía de primera mano esa falta de constancia.

Se dirigieron a recoger el equipaje. Ella lo tomó de la mano mientas charlaba sobre sus amigas y socias. Lo hacía como amiga. Al menos, así lo consideraría ella. Dante sentía un ardiente deseo de ella, incrementado por el brillo de su rostro. Ese brillo era nuevo. ¿De dónde procedía?

Se ajustó las gafas con la otra mano, pero el brillo no desapareció. ¿Por qué ese día, ni más ni menos, ella estaba más hermosa que nunca?

Debería besarla lo antes posible o aquel viaje sería un desastre.

–¿Qué tal el vuelo?

Harper se apartó los rizos del rostro.

–No ha estado mal, pero en la máquina expendedora de la puerta de embarque no había las magdalenas que me gustan. Me muero de hambre.

–Vamos –dijo él.

Entraron en una de las tiendas del aeropuerto y buscaron las magdalenas que a ella le gustaban especialmente. Él agarró la caja entera y se la dio a la empleada, junto con la American Express.

Harper se echó a reír.

–¡Dante! Solo quiero una, no veinte. No querrás que me ponga gorda, ¿verdad?

La cajera miró fijamente a Dante y luego echó un vistazo a la tarjeta.

–¡Doctor Gates! Me encanta su programa. ¿Me puedo hacer una foto con usted, por favor?

Ella sacó el móvil porque la respuesta fue, desde luego, afirmativa. Los seguidores formaban parte del trabajo y, puesto que los productores de La ciencia de la seducción ingresaban millones de dólares en la cuenta de Dante, no podía quejarse. Pero, secretamente, odiaba casi todo lo relacionado con el programa.

El dinero estaba bien, no iba a negarlo, pero echaba de menos la verdadera ciencia, la que cambiaba la forma de entender el universo conocido. Ayudar a alguien a encontrar un compañero sexual no era significativo para el orden superior de las cosas, por muy bien que él hiciera su trabajo.

La ciencia había sido su refugio durante mucho tiempo, cuando nadie se preocupaba por él. Sin embargo, había abandonado sus raíces por el sensacionalismo.

Dejó que la cajera le adulara. Harper lo observaba, divertida.

Por fin logró escapar de la cajera y le entregó a Harper la caja de magdalenas.

–Perdona por la escenita. Son gajes del oficio.

Harper sonrió.

–¿Bromeas? Ha sido estupendo. No tengo muchas ocasiones de verte desempeñar el papel de doctor Sexy. Ha sido una compensación porque me hayas dejado de hacer caso.

Él sonrió a su vez.

–Tengo que estar a la altura del lema del programa.

El doctor Dante Gates hace ciencia sexy. El lema había aparecido en la portada de las revistas y había servido para hacer publicidad del programa. Dante no se había imaginado que acceder a conducir un programa sobre cómo utilizar la ciencia para atraer a un amante implicaría convertirse en un emblema. Claro que él se había presentado como un experto en el tema, sin darse cuenta de que las mujeres le rogarían que comprobara sus teorías en ellas.

Que le prestaran atención le halagaba, al menos al principio. Al fin y al cabo, era un ser humano. El campo de investigación merecía que se dedicara a él, a causa de la atención que despertaba en las mujeres. Y hacía tiempo que reconocía que el hecho de que su madre biológica le hubiese abandonado y entregado a una familia de acogida había provocado en él el ansia de ser aceptado. No era para tanto. Lo gracioso era que ninguna de aquellas hermosas mujeres había eclipsado a Harper y su atracción por ella.

Porque Harper era la única mujer a la que, probablemente, no podría conseguir.

Ella puso los ojos en blanco cuando llegaron a la zona de recogida de equipajes.

–Para ser sexy, no te hace falta aparecer sin camisa en un anuncio de detergente, tonto. Tu mayor atractivo es el cerebro.

Ella le sonrió. Dante había dejado pasar la referencia de Harper al doctor Sexy porque formaba parte del personaje de su programa. Pero aquello… ¿Estaba flirteando con él?

¿Esos matices estaban presentes antes, pero no los había percibido porque se esforzaba en considerar a Harper una amiga?

Ella acababa de reconocer que le resultaba atractivo, lo que le gustaba más de lo necesario. ¿Y si ella le hubiera estado lanzando sutiles señales todo el tiempo, con la esperanza de que él diera el primer paso? Probablemente creería que estaba ciego. Aquel viaje imprevisto a Los Ángeles tal vez estuviera destinado únicamente a corregirle la vista.

Con esas ideas en mente, la condujo a una zona aislada de la recogida de equipajes, entre dos oficinas cerradas. La gente que los rodeaba estaba atenta a la cinta de equipajes, que no se movía, lo cual significaba que tenía a Harper para él solo unos minutos, al menos hasta que comenzaran a aparecer las maletas.

–Por si se te ha olvidado, los científicos no son famosos por sus abdominales –murmuró inclinándose hacia ella–. Me he ejercitado mucho para ganar músculo, tras haberme pasado muchos años inclinado sobre páginas llenas de ecuaciones. Si alguien quiere pagarme por quitarme la camisa, no voy a negarme.

Aquella conversación sobre quitarse la ropa echaba chispas. ¿Las notaba ella también?

Harper parpadeó al mirarlo, aún sonriente. Se pasó la lengua por los labios y él la siguió con la mirada, para, después, volver a mirarla a los ojos. El calor de las mejillas de ella reflejaba el que él sentía en su interior.

Y ella también lo notaba.

Tal vez se hubiera dado cuenta de que él era una propiedad valiosa. Dante no dejaba que el éxito se le subiera a la cabeza, pero las mujeres hacían cola ante él. Las pruebas indicaban que había algo en su cabello castaño de punta, sus gafas de pasta y su cuerpo atlético que les gustaba.

Ya era hora de solucionar su inconveniente atracción hacia Harper. Si él la había malinterpretado, se echarían unas risas y no pasaría nada. Y habría demostrado que solo sentía un sano aprecio por una estupenda mujer. La electricidad del ambiente y la sensación de anticipación solo eran producto de su imaginación.

Sin apartar la vista de sus ojos, le acarició la línea de la mandíbula, no como amigo ni compañero, sino con intención.

–¿Qué haces? –le preguntó ella frunciendo el ceño–. Esto no es… No somos…

–¿No te pica la curiosidad de saber cómo sería? –la interrumpió él.

–¿Cómo sería? ¿El qué?

Cuando comenzó a entenderlo lo miró con los ojos como platos.

Él tenía tiempo de echarse atrás, si la idea de subir la relación de nivel acababa siendo la peor del mundo, pero la oportunidad iba desapareciendo cuanto más seguían allí, envueltos en aquella burbuja de conciencia sexual.

–Lo he pensado muchas veces –prosiguió él, ya que ella no se había apartado ni huido horrorizada–. Este es el mejor momento para averiguarlo.

Antes de que interviniera la lógica para recordarle las razones por lo que aquello podía salir mal, hundió las manos en los rizos de Harper, extendió los dedos sobre su nuca y le levantó la cabeza.

Lentamente, porque quería dar a su cuerpo el tiempo necesario para empaparse de la lección que iba a aprender, bajó los labios hacia los de ella y la besó dulcemente.

Pero el deseo estalló en su interior, sensibilizándolo y apoderándose de él. Harper despertó sus sentidos. Fue entonces cuando se percató de su error. Un beso, y lo único que había demostrado era que aquello no se había acabado. Ni mucho menos.

 

* * *

 

Dante la estaba besando.

La sorpresa le abrió la boca sin su consentimiento y él se lo tomó como una invitación y le introdujo la lengua buscando la suya.

La sensación la abrumó y lo único que fue capaz de hacer fue aferrarse a sus hombros, cuando lo que pretendía era empujarlos. Ella no se besaba así ni con Dante ni con ningún otro hombre. Pero no le apartaba porque… ¡madre mía!

Las reacciones químicas de su cuerpo eran fascinantes, sorprendentes. No tenían precedente. Quería más, lo cual era lo más increíble de todo, ya que normalmente evitaba esa clase de contacto.

Los labios comenzaron a cosquillearle. Notó pequeños tirones en el vientre que aumentaban su deseo y se apoyó en él deslizando las manos por su espalda, que era dura y fuerte. La sensación en las palmas era agradable, por lo que siguió bajando. Él soltó un gemido que vibró en el pecho de ella. Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus torsos se tocaban.

El pecho esculpido de Dante presionaba el suyo. Él la besaba y ella le besaba. En el aeropuerto. Aquello estaba mal. ¿Qué hacía Dante?

Se apartó de él bruscamente y se apoyó en la pared que había tras ella. Le temblaban las piernas. Miró al que había sido su mejor amigo durante una década.

–Perdona.

Los ojos castaños de él la contemplaron por detrás de las gafas, levemente torcidas. Ella estuvo a punto de colocárselas en su sitio, como había hecho cientos de veces. Pero no lo hizo.

–¿Qué es lo que tengo que perdonar? Soy yo quien te ha besado.

Era cierto, pero ¿por qué?

Preguntas más interesantes eran por qué ella, a su vez, lo había besado; por qué no le había parecido raro; por qué le parecía que tenía el cuerpo hecho un nudo y sumergido en un volcán; por qué, Dante, ni más ni menos, le había despertado el impulso sexual.

Harper sabía perfectamente la respuesta. ¿Cómo iba a explicarle que había reaccionado de manera exagerada a causa de la afluencia de hormonas circulando por su cuerpo, y que había tomado un avión para darle la noticia más emocionante de su vida?

No se le había ocurrido decir «estoy embarazada», en respuesta al beso del hombre al que había acudido en busca de apoyo.

–Pero yo te he dejado seguir.

–Así es.

Como él no le preguntó por qué le había dejado hacerlo, ella le dijo, de todos modos:

–Sentía curiosidad. Pero, por favor, no me malinterpretes.

Se dio cuenta de que él ya lo había hecho. A diferencia de ella, Dante tenía experiencia, y había notado lo mucho que le había gustado besarlo. Para ella también había sido una sorpresa. Hacía años que no la besaban y, la vez que lo habían hecho, la experiencia fue tan horrorosa que no quiso repetirla.

Ese beso había sido como unir un sueño adolescente con una película para mayores de dieciocho años. Aparentemente, su cuerpo había reaccionado al hecho de haber concebido deseando de repente las caricias de un hombre. ¿Qué iba a hacer? ¿Pedirle que volviera a besarla?

–¿Cómo voy a haberlo malinterpretado? –preguntó él.

Harper lo estaba estropeando y si no lo arreglaba, perdería todo lo que le importaba.

–No puede volver a suceder, Dante. Te necesito, como amigo. Por favor, no hagas que nada cambie.

Lo estaba haciendo todo mal. El resultado positivo de las cuatro pruebas de embarazo que se había hecho esa mañana no era el único motivo de que estuviera en Los Ángeles. Su carrera profesional estaba destrozada a raíz de la decisión de Fyra Cosmetics de desarrollar un producto que requería la aprobación de la FDA. Ojalá hubiera sabido la que se avecinaba antes de haber ido a una clínica de fertilidad.

Al borde del desastre profesional y personal, había acudido a la única persona que siempre estaba dispuesta a ayudarla, que siempre estaba de su lado, pero se había dado de bruces con algo que no entendía.

El rostro de Dante adoptó una expresión desconocida.

–Quería besarte, Harper. Sin duda te has dado cuenta de que algo nuevo nos sucede…

–¡No! –gritó ella, al tiempo que, sin poder evitarlo, se le escapaba una lágrima. No hay nada nuevo. Necesito que todo siga como antes. Eres muy importante para mí, como amigo.

Los amigos se apoyaban, estaban a tu lado contra viento y marea, y ella necesitaba saber que él lo haría. Así llevaba diez años considerándolo, hasta ese día. Había reaccionado tan rápidamente al beso de Dante que él se había llevado una impresión equivocada.

Él entrecerró los ojos. Ella conocía esa mirada. Estaba a punto de discutir con ella, pero Harper no tenía tiempo para eso.

Se obligó a sonreír y le tocó el brazo, como llevaba años haciendo.

–Vamos a olvidarnos de esto de momento. ¿Me llevas el equipaje?

Dante, que era un caballero en cualquier circunstancia, apretó los labios e hizo lo que le pedía, antes de conducirla a su elegante Ferrari rojo. El silencio y la incomodidad se instalaron en el vehículo, mientras recorrían la autopista hacia la casa de él, en Hollywood Hills.

Harper apenas pudo apreciar el paisaje que pasaba ante su vista. ¿Qué podía decir para que todo volviera a ser como antes?

Dante detuvo el coche ante la verja, pulsó el control remoto y la puerta de hierro forjado se abrió. Condujo por su propiedad hasta llegar frente a la villa de estilo español, todo ello sin decir una palabra.

Y así siguió hasta subir los escalones de la casa y entrar. Dejó las maletas en las baldosas mejicanas del amplio vestíbulo y miró a Harper con el ceño fruncido.

–Hace mucho tiempo que somos amigos. ¿Por qué va a cambiar eso, si exploramos qué más podríamos ser?

–Porque no quiero que seamos nada más –le espetó ella–. Todo esto me asusta.

¿Cómo iba a enfrentarse a los problemas en la empresa, al embarazo, al parto y a los dieciocho años siguientes con un hijo, si no contaba con la amistad que la había sostenido durante los diez años anteriores?

–Ven aquí.

Antes de que ella pudiera reaccionar, él la estrecho en sus brazos, algo que a ella siempre le había gustado, pero que ahora le resultaba distinto.

Muy distinto. Su torso le produjo cosquillas en sitios en que no debería producírselas. Se apartó de él, destrozada por no poder abrazarlo, porque las cosas hubieran cambiado sin su consentimiento.

Él la miró con expresión dolorida, pero se rehízo y se cruzó de brazos.

–¿Así que ahora no puedo abrazarte?

–Claro que puedes, si pierdes diez kilos de músculo –contestó ella, antes de darse cuenta de lo que le decía. Trató de arreglarlo rápidamente–. Quiero que las cosas sean como antes de convertirte en el doctor Sexy.

Lo cual no era una explicación mucho mejor.

Él llevaba mucho tiempo siendo el doctor Sexy. Lo que Harper quería decir era como antes de que se ella se hubiera dado cuenta.

Él sonrió.

–Creía que te gustaba.

Así era. Y ese era el problema.

Dante era uno de los pocos amigos que le quedaban que seguía siendo el mismo de siempre. O eso había creído ella hasta ese momento. No entablaba amistad con facilidad. Cass y Alex, dos de las tres mujeres con las que había creado Fyra Cosmetics, habían pasado a una nueva fase vital, ya que se habían casado y fundado una familia, lo cual era estupendo. No envidiaba su felicidad, pero notaba que la estaban dejando atrás.

Por eso había decidido tener un hijo sola, sin un esposo que esperara cosas de ella que no podría darle: intimidad, control y una promesa de amor eterno que nadie podía garantizar, ya que el amor solo era una serie de confusas señales químicas cerebrales.

Los hombres lo complicaban todo.

–¿Cuántos amigos tengo, Dante? Te será fácil calcularlo, ya que no se necesito un título universitario para contar hasta cuatro: Cass, Alex, Trinity y tú. Ahora supón que dos de mis amigas acaban de casarse y de formar una familia. Todo cambia a mi alrededor sin que pueda hacer nada para evitarlo. Necesito que tú sigas igual.

Porque ella era la que ya había cambiado las cosas, la que se había quedado embarazada, por lo que, por defecto, Dante debía ser la constante de la ecuación.

Pareció que él la entendía.

–Te da miedo que las cosas cambien.

–Estoy segura de que es lo que te acabo de decir.

Él se inclinó hacia ella y la agarró de los brazos.

–Así es, pero trato de entenderte. Lo que te importa no es que te haya besado, sino que tienes miedo de perder nuestra relación. Pero yo tampoco quiero perderla.

Sus ojos de color chocolate traspasaron los de Harper y, de repente, a ella no le gustó como la miraba. Sin embargo, siempre la había mirado así, y ella lo atribuía al afecto que sentía como amigo suyo. Pero ahora que él se había salido por completo de la vía amistosa, la incomodaba que él la acabara de besar de un modo que no podía calificarse precisamente así.

Ella negó con la cabeza y agarró las maletas como si fuera a hacer algo con ellas.

–Oyes lo que te conviene. Claro que me importa que me hayas besado, y todo lo que eso conlleva y lo que sucede después.

–¿Todo? –murmuró él–. ¿Te refieres al sexo?

Apareció en su rostro una expresión de deseo que hizo que el cuerpo de ella despertara a la vida con la promesa de sentirse como lo había hecho cuando él la había besado. Quería más y lo quería ya.

–Sí –ella cerró los ojos y lanzó un gemido–. No. Nada de sexo. Pero ¿qué conversación es esta? He venido a ver a mi amigo. ¿Cómo hemos comenzado hablar de sexo?

–Lo has planteado tú –le recordó él, lo que era innecesario–. Yo solo intentaba aclararme.

–El sexo no forma parte de esta conversación.

–¿Y si queremos que lo haga? –preguntó él en voz baja al tiempo que le subía las manos por los brazos para agarrarla por los hombros–. Tú también oyes lo que te conviene, si pasas por alto con tanta facilidad lo que intento decirte.

Pillada en falta, lo miró, desesperada por volver a un lugar donde pudiera estar a salvo en su relación con él.

–¿Qué intentas decirme?

–Nuestra amistad es lo más importante de mi vida, por eso intento salvarla. No puedo deshacer el beso. Y ahí hay algo que no va a desaparecer hasta que no lo exploremos. Harper… –dijo su nombre con veneración, y su sonido resonó en el cuerpo de ella–. Vuelve a besarme. Tómatelo como un experimento. Veamos hasta dónde llega esto, para que podamos solucionarlo de una vez por todas.

Ella cerró los ojos.

–Eso es todo un desafío.

–Dime que no y lo retiraré.

–No –automáticamente, él la soltó. Ella abrió los ojos y vio que se había alejado unos pasos y que la miraba con los ojos entrecerrados.

–¿Puedo saber, al menos, cuáles son las principales objeciones? Si acaso hay algo…

–Estoy embarazada, Dante –no sabía si reír o llorar–. Y esa es solo la primera de una larga lista de objeciones.