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En La supresión del tráfico de esclavos africanos en la isla de Cuba José Antonio Saco propone prohibir la entrada de negros en Cuba. Escrito en 1844 y publicado en París, este ensayo ofrece dos argumentos principales para la abolición de la esclavitud en la Isla: - Las personas de raza blanca pueden sobrevivir en igualdad de condiciones en el Caribe y es necesario fomentar la entrada de ellos a Cuba. - La población africana entraña un peligro innato para la paz social y la supervivencia de la raza blanca.Así lo afirma el autor: Estas simples consideraciones nos indican cuan violento y peligroso es el estado de un pueblo en que viven dos razas numerosas, no menos distintas por su color que por su condición, con intereses esencialmente contrarios, y por lo mismo, enemigas irreconciliables. Y cuando para alejar el conflicto, que a todas horas las amenaza, hubiera debido ponerse el más constante empeño en dar un vigoroso impulso a la población blanca, ¿llega nuestro delirio hasta el punto de mantener abierto nuestro seno para recibir en él las arpías que más tarde pudieran desgarrarlo? José Antonio Saco analiza con datos abundantes: cifras económicas y porcentajes de población divididos por razas obtenidos de los censos que hasta entonces se hicieron en Cuba. La supresión del tráfico de esclavos es no solo un testimonio del pensamiento antiesclavista cubano. Es, además, un compendio de cifras y análisis que ofrece mucha documentación la formación de la etnicidad de Cuba.
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Seitenzahl: 141
Veröffentlichungsjahr: 2022
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José Antonio Saco
La supresión del tráfico de esclavos africanos en la isla de Cuba
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La supresión del tráfico de esclavos africanos en la isla de Cuba, examinada con relación a su agricultura y a su seguridad.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de la colección: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-570-8.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-646-8.
ISBN ebook: 978-84-9816-478-7.
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Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
La supresión del tráfico de esclavos 9
La supresión del tráfico de esclavos africanos en la isla de Cuba, examinada con relación a su agricultura y a su seguridad 11
Advertencias 11
I 11
II 11
III 12
IV 13
V 14
La supresión, etc. 17
Parte primera. La abolición del tráfico de negros no puede arruinar ni atrasar la agricultura cubana 17
1.º Dureza del trabajo en los ingenios 18
2.º Solo los negros africanos pueden resistir los rigores del clima de Cuba 24
3.º Carestía de los jornales 45
Disminución general de los esclavos en las colonias inglesas de América 63
Aumento que han tenido los esclavos en varias colonias, después de abolido el tráfico 65
Disminución de la población esclava con más hembras que varones; y aumento, con más varones que hembras 69
Segunda parte. La seguridad de Cuba clama urgentísimamente por la pronta abolición del tráfico de esclavos 75
Apéndice 101
I 101
II 108
Libros a la carta 113
José Antonio Saco y López-Cisneros (1797-Barcelona, 1879). Cuba.
Nació en el oriente de Cuba, en la ciudad de Bayamo y tras la muerte de sus padres se desplazó a La Habana. Allí fue discípulo de Félix Varela en el Seminario de San Carlos, donde se graduó como bachiller en Derecho Civil en 1819.
Saco terminó sus estudios de filosofía en la Universidad de La Habana en 1821. En varias ocasiones fue diputado a las Cortes españolas, pero sus críticas a la metrópolis lo obligaron a exiliarse. Saco viajó por Europa y Estados Unidos y colaboró en diversas publicaciones de la época, entre ellas la Revista Bimestre Cubana, de la que fue director.
En La supresión del tráfico de esclavos africanos en la isla de Cuba José Antonio Saco propone prohibir la entrada de negros en Cuba. Escrito en 1844 y publicado en París, este ensayo ofrece dos argumentos principales para la abolición de la esclavitud en la Isla:
Las personas de raza blanca pueden sobrevivir en igualdad de condiciones en el Caribe y es necesario fomentar la entrada de ellos a Cuba.
La población africana entraña un peligro innato para la paz social y la supervivencia de la raza blanca.
Así lo afirma el autor:
Estas simples consideraciones nos indican cuan violento y peligroso es el estado de un pueblo en que viven dos razas numerosas, no menos distintas por su color que por su condición, con intereses esencialmente contrarios, y por lo mismo, enemigas irreconciliables. Y cuando para alejar el conflicto, que a todas horas las amenaza, hubiera debido ponerse el más constante empeño en dar un vigoroso impulso a la población blanca, ¿llega nuestro delirio hasta el punto de mantener abierto nuestro seno para recibir en él las arpías que más tarde pudieran desgarrarlo?
José Antonio Saco analiza con datos abundantes: cifras económicas y porcentajes de población divididos por razas obtenidos de los censos que hasta entonces se hicieron en Cuba.
La supresión del tráfico de esclavos es no solo un testimonio del pensamiento antiesclavista cubano. Es, además, un compendio de cifras y análisis que ofrece mucha documentación la formación de la etnicidad de Cuba.
En 1837 publiqué en Madrid una Memoria intitulada Mi primera pregunta, con el objeto de probar que la abolición del comercio de negros no podía arruinar, ni atrasar la agricultura de la isla de Cuba. Accediendo gustoso a los deseos de un amigo, e ilustrado compatriota,2 que juzga oportuna su reimpresión, la he examinado de nuevo, y después de quitarle y añadirle lo que me ha parecido conforme a las actuales circunstancias, he formado el papel que ahora doy a la prensa.
Bajo tres aspectos principales se puede considerar la abolición del tráfico de negros en Cuba: agrícola o material, moral, y político. En cuanto a éste, sin examinarle de lleno, me contentaré con hacer aquellas reflexiones que basten para despertar la atención de España y de su gobierno sobre los peligros que amenazan a Cuba. Acerca del moral, guardaré un profundo silencio: he preferido combatir el interés con el interés, pues siendo esta arma la que más hiere el corazón, el triunfo es más seguro.
Todos saben que, en punto a esclavos, hay dos especies de abolición: una del tráfico con la costa de África, y otra de la misma esclavitud.
Aunque ambas tienen relación entre sí, jamás deben confundirse, y bien puede la primera tratarse, y aun lo que es más, realizarse, con absoluta independencia de la segunda. Aquélla empezó a debatirse en el Parlamento británico desde 1788, y largos años corrieron sin que se agitase la segunda. Dinamarca y los Estados Unidos de Norteamérica condenaron el comercio africano desde los fines del pasado siglo, y en la centuria que corre, condenáronle también Francia, Suecia, Holanda, y el Brasil. Esto no obstante, esas naciones se hallan todavía en plena posesión de sus esclavos. Pero esta distinción, tan marcada por la historia contemporánea, no basta siempre en Cuba para poner a cubierto de los tiros de la calumnia, al hombre honrado, al patriota puro, que levanta la voz para advertir los peligros que amenazan a la patria. El criminal interés de unos, aprovechándose de la credulidad de otros, confunde e identifica las dos cuestiones; y no pudiendo defender el tráfico de negros, porque los tratados y las leyes lo prohíben, y la ilustración del siglo lo resiste, hacen aparecer a quien lo ataca como abolicionista de la esclavitud cubana, como conspirador sanguinario, que empezando por dar de un golpe la libertad a todos los esclavos acabará por degollar a los blancos de su propia raza, y proclamar la independencia. La mano que ahora traza estos renglones, escribió en La Habana en 1832 un artículo3 en que probó la necesidad de dar fin a tan degradante y peligroso comercio. Pocos fueron los que entonces supieron leerlo con imparcialidad. La opinión del país, dolorosamente extraviada, alzó el grito contra su autor; viose éste calumniado y perseguido; maquinose la venganza, buscáronse pretextos con que cohonestarla, y en castigo de sus sanas intenciones recibió al fin los honores de la expatriación. Pero el tiempo y la verdad, más poderosos que el hombre y la mentira, se encargaron de su desagravio; y hoy, corporaciones e individuos, cubanos y europeos, todos, con muy raras excepciones, todos desean lo mismo que pidió, doce años ha, el proscrito autor del artículo de la Revista. Mas, a pesar de estos deseos generales; a pesar de las voces que recabo de San Antonio; a pesar de la saludable tendencia de este papel, y de la templanza con que le he escrito, tales son las circunstancias de Cuba, y tanto puede ser el rencor de algún contrabandista negrero, que nada tendría de extraño, que comprando éste un vil denunciante o dos testigos falsos, sorprendiese algún tribunal, y me formasen causa por conspirador abolicionista.4
Aunque el fin principal de este papel es ilustrar la opinión en España, me alegraría que también circulase en Cuba entre la clase respetable de los hacendados; pero quisiera que esta circulación no fuese furtiva, sino consentida por la autoridad. Y debo esperar que lo será, porque su prohibición solo podría recaer, o sobre la naturaleza del asunto, o sobre el modo de tratarlo. La naturaleza del asunto, lejos de merecer censura, es digna de todo elogio. Pues que: cuando el Gobierno español ha condenado el tráfico de esclavos por dos tratados solemnes con Inglaterra, uno en 1817, y otro en 1835; cuando el mismo anatema ha lanzado en varias leyes y reales órdenes, publicadas algunas en Cuba desde 1818; cuando en sus respectivas notas al gabinete británico ha protestado a la faz de Europa contra la continuación de esa maldad; cuando, en fin, por el mundo andan impresas las reiteradas circulares, en que a los gobernadores de Ultramar recomienda el puntual cumplimiento de los tratados, y las leyes contra el tráfico de esclavos; ¿cómo se podrá impedir la circulación de un papel que envuelve a un tiempo la defensa de los principios proclamados por el gobierno, y el laudable deseo de salvar la más preciosa de las colonias españolas? Tal prohibición, pues, ya no podría recaer sino sobre el modo de tratar asunto tan importante; pero acerca de esto, cuanto tengo que observar es, que delante tienen el papel, que lo lean, y después me digan si es posible escribirlo con más imparcialidad, ni con más moderación.
Época es la presente de regeneración para España, y ¿cuál puede ser más propicia para que Cuba también se regenere, dando fin a un comercio que mancha nuestro carácter, y conduce nuestra Antilla a una situación que nos puede ser muy funesta? Ruego, pues, a todos los periodistas nacionales, de cualquier opinión política que sean, que den treguas por un momento a sus disputas de partido; que se ocupen en este asunto con un interés verdaderamente español, y que abriéndole francamente las columnas de sus periódicos, suplan y enmienden con sus luces las faltas y los errores en que yo pueda haber incurrido. De este modo harán a la patria un servicio señalado, y a mi persona un favor que siempre agradeceré.
París, y diciembre 23 de 1844.
1 En honor de la justicia y la verdad debo decir, que este papel circuló libremente en Cuba, con expreso consentimiento del capitán general don Leopoldo O’Donnell.
2 Este amigo y compatriota fue don Domingo del Monte, quien tuvo la generosidad de costear la impresión de ese papel.
3 Publicose en el número 7 de la Revista Bimestre Cubana. Éste es el artículo que en esta Colección precede al presente.
4 Cuando escribí esta frase en 1844, gemían bajo el peso de la acusación más infame algunos distinguidos cubanos; pero la calumnia era tan patente que el tribunal militar proclamó su inocencia.
Al ver que prohibida la importación de esclavos negros de África en todos los dominios españoles desde el 30 de mayo de 1820, ha continuado en la isla de Cuba sin interrupción, forzoso es admitir que algún gran interés la ha sostenido en el transcurso de tantos años. Pero ¿cuál puede ser este interés? ¿Seralo el de la agricultura? ¿Seralo el de la seguridad de aquella Isla? Yo probaré en la primera parte de este papel5 que la agricultura cubana no necesita del comercio de negros esclavos, y en la segunda, que su continuación, lejos de afianzar la seguridad de Cuba, la hace correr grandes peligros.
Caña de azúcar, tabaco y café son los ramos principales que hoy la constituyen. Harto fácil y sencillo es el cultivo de las dos últimas plantas, y en ellas no me detendré, puesto que en Cuba todos saben y confiesan, que bien pueden conservarse y extenderse sin el auxilio de negros.
Mas, no sucede así con respecto al azúcar. Propietarios honrados, aunque por fortuna en corto número, piensan todavía como pensaron sus mayores; y apegados al funesto sistema que durante tres siglos ha dominado en las Antillas, creen que la última hora del tráfico africano será también la de la existencia de sus ingenios. Estos hombres, por lo mismo que son de buena fe, merecen todo mi respeto; y de su justicia espero que, no porque tengamos ideas diferentes, consideren las mías como contrarias a sus intereses o a la felicidad positiva del país.
Cuando subo a las fuentes de donde se ha derivado tan fatal preocupación, descubro que son tres los errores que han influido en el extravío de la opinión: 1.º calidad del trabajo en los ingenios, por sí tan duro, que solo pueden resistirlo los esclavos africanos; 2.º que éstos son los solos, que destinados a esas tareas pueden soportar el clima de Cuba; 3.º que en esta Isla son muy caros los jornales. Examinemos detenidamente cada uno de estos puntos.
Este trabajo debe dividirse en dos partes: agrícola, o sea, el cultivo de la caña; y fabril, que consiste en el conjunto de las operaciones necesarias para la elaboración del azúcar. La primera es un trabajo igual a muchos, y aún más fácil que otros de los cultivos en que se ocupa la gente blanca en Cuba: y el hecho más victorioso que se puede alegar es, que no solamente hubo desde los tiempos pasados, sino que también hay hoy muchos labradores blancos, dedicados a sembrar, cortar y vender esa misma caña para el consumo abundante que de ella se hace en todos los pueblos de la Isla, donde se come como otros vegetales. De manera que, en cuanto, a la primera parte, lejos de haber imposibilidad o dificultad, existe una prueba en contrario. Respecto de la segunda, ninguno que conozca el arte de la fabricación del azúcar, se atreverá a decir que es tan penoso como se le supone; pues la decantada dureza de sus operaciones más bien procede del abuso que algunos hacen, recargando demasiado a los esclavos, que de su difícil naturaleza. ¿Habrá quien pueda negar, que las herrerías, la construcción de caminos, puentes y canales, la preparación de ciertos productos químicos, la explotación de las minas, etc., son trabajos mucho más recios que la elaboración del azúcar? Y si todo esto se hace en todos los países, incluso la isla de Cuba, por hombres blancos, ¿por qué también no han de poder éstos ocuparse en las fáciles y sencillas tareas de un ingenio? Y tanto más fáciles y sencillas, cuanto la introducción de nuevos instrumentos y máquinas, y los progresos que se van haciendo en la fabricación del azúcar, simplificarán más y más cada día un arte que de suyo no es penoso.
Ni es esto la única ventaja que tiene a su favor. Hállase también exento de los peligros y enfermedades que regularmente acompañan a otros trabajos, pues ni la influencia nociva de la humedad, ni los rigores de la intemperie, ni el contacto fatal de sustancias venenosas, ni la acción mortífera de gases y vapores que atacan la máquina animal, jamás comprometen la vida, ni quebrantan la salud de los fabricantes de azúcar.
Yo no puedo omitir aquí una reflexión importante. El hábito del trabajo, adquirido desde la infancia, es un elemento que nunca debe olvidarse al calcular el éxito de las operaciones industriales. No es del caso entrar en la cuestión de si la fortaleza física del negro africano es mayor o menor que la del hombre de otros países; pero, por más robusto y bien constituido que a aquél se suponga, preciso es confesar que carece de la práctica del trabajo, de aquel trabajo pacífico, fruto exclusivo de la civilización.
Verdad es que el africano, a la manera de otros salvajes, sabe correr y saltar, y vencer también en los combates a sus semejantes y a las fieras; pero, cuando cesan los gritos del hambre, y se calma el furor de sus pasiones, entonces se entrega a la más profunda y estúpida indolencia.
Y si tal es la mísera condición en que yace, ¿podrán sus esfuerzos industriales entrar en paralelo con los del hombre acostumbrado desde sus primeros años a las fatigas del trabajo, y cuando le estimula a vencerlas, ya el interés personal, ya otros incentivos poderosos, que no tienen influencia alguna en el abatido africano? El largo aprendizaje que éstos tienen que hacer después de su arribo al Nuevo Mundo, y la desesperación en que muchos caen, arrancándose la vida, son pruebas incontrastables de esta dolorosa verdad.
Si vuelvo la vista a otros países donde también se hace azúcar, encuentro muchos ejemplos que ilustran esta materia. Sin esclavos africanos se elabora en varias partes del Asia, y no en corta, sino en grande cantidad. Las posesiones inglesas de la India exportan anualmente para la Gran Bretaña millones de arrobas.6 La isla de Java, que cuando los holandeses acabaron de conquistarla en 1831, casi nada producía, diez años después llegó a exportar 1.138.000 quintales; o sea, 56 millones de kilogramos. El mismo impulso se prepara bajo la administración holandesa en las Molucas, Célebes y Sumatra.7 La exportación de Manila en 1843 ascendió a 356.141 pecules.8