La traición progresista - Alejo Schapire - E-Book

La traición progresista E-Book

Alejo Schapire

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Beschreibung

Estos capítulos son un intento por comprender las razones, los mecanismos y las consecuencias encerrados en esta traición. Alejo Schapire tiene la lucidez y la valentía para descubrir y señalar los desvíos de esta izquierda en un ensayo tan documentado como audaz. El análisis de la situación actual alerta sobre la tentación totalitaria y el relativismo cultural que acechan desde el progresismo biempensante, pero que también tienen su correlato en el auge del populismo nacionalista y de extrema derecha. Un libro imprescindible que traspone rótulos y categorías en el intento de defender las ideas de manera coherente, sin traiciones.

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Alejo Schapire

La traición progresista

Schapire, Alejo

La traición progresista / Alejo Schapire ; prólogo de Pola Oloixarac. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal ; Edhasa, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-924-4

1. Análisis de Políticas. I. Oloixarac, Pola, prolog. II. Título.

CDD 320.5

Foto solapa: Hugo Passarello.

Diseño de tapa: Eduardo Ruiz.

© 2023. Libros del ZorzalBuenos Aires, Argentina<www.delzorzal.com>

ISBN 978-987-599-924-4

Comentarios y sugerencias: [email protected]

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Hecho el depósito que marca la ley 11723

Índice

No es tan complejo o La izquierda, esa madre monstruo | 6

Introducción | 10

1. La burbuja: la manufactura del falso consenso | 13

2. La libertad de ofender | 23

3. La construcción del nuevo orden moral | 43

4. El lenguaje exclusivo | 52

5. El antisemita perfecto | 66

6. Israel: una obsesión progresista | 77

7. La izquierda identitaria al asalto del universalismo | 105

En pocas palabras, la actual polémica enfrenta a la izquierda antiimperialista con la izquierda antitotalitaria. De una forma u otra, he estado involucrado —en ambos lados de la cuestión— toda mi vida. Y, cada conflicto, lo resolví inclinándome cada vez más por el lado antitotalitario (puede que esto no parezca una gran afirmación, pero hay cosas que es necesario descubrir a través de la experiencia y no meramente a partir de principios). Las fuerzas que consideran el pluralismo como una virtud, por más “moderadas” que eso pueda hacerlas sonar, son muchísimo más revolucionarias (y es muy probable, a largo plazo, que den lugar también a mejores antiimperialistas).

Christopher Hitchens, “From 9/11 to the Arab Spring”,en The Guardian, 9 de septiembre de 2011.

No es tan complejo o La izquierda, esa madre monstruo

Pola Oloixarac

Desde hace un tiempo, en Occidente, la batalla contra la normalidad es la épica burguesa. Foucault y su crítica al poder se volvieron covers para las masas ansiosas: Lady Gaga les canta a los raros su “manifiesto de la Madre Monstruo”, mientras las masas criadas entre likes y seguidores se aferran a su tentativa de monstruosidad como un triunfo político sobre la opresión. El cuerpo propio es la utopía y el cuidado de sí es la tierra prometida, bajo los ojos implacables de una sociedad que ya no busca reprimir desde afuera, sino que invita a autoclasificarse hasta la exasperación y a gestionar la performance de sí, porque todos somos iguales al competir (como mini-Gagas) por el favor de nuestras audiencias, sanguinarias o benévolas.

Este libro es un viaje a las entrañas de esa prolífica y polifacética madre monstruo, la izquierda contemporánea. Alejo Schapire disecciona el devenir irreconocible de una gauche divine en cuyos valores se educó, pero con cuyas configuraciones actuales ya no se puede identificar. Desde el inicio advierte que este libro narra una ruptura amorosa; criado por esta madre, sintiéndose parte sentimental de la familia cultural de izquierda, nunca sospechó que debería disociarse de ella ni que sería la fidelidad a esos valores liberales primigenios la que terminaría expulsándolo. Pensar aquí es una actividad violenta, una apostasía: es señalar la deriva autoritaria de una traición.

En este sentido, La traición progresista es una salida del closet y una herejía dolorosa, que medita acerca del desencanto con urgencia y lucidez. Interpela a la buena conciencia de izquierda apuntándole a la yugular. Como señala Schapire, “el colapso de la Unión Soviética llevó a una parte significativa del progresismo a cambiar de sujeto histórico, la clase trabajadora por las minorías”. El imperialismo tiene caminos inescrutables: en efecto, el progresismo puritano es la mayor exportación cultural de un imperio en decadencia y su avanzada cultural más sorprendente. La izquierda tradicional, que siempre denostó los productos culturales norteamericanos, no tardó en engullir los pruritos puritanos y el sistema de valores de la izquierda norteamericana, que sustituyó el multiculturalismo por una guerra racial sorda donde ser víctima es una forma de meritocracia.

Si Francis Fukuyama expresó que la historia había terminado (que con la caída del Muro de Berlín el capitalismo, y con él, la Historia, había triunfado), el progresismo se hace eco de que la historia terminó, y que por lo tanto su misión es ordenarla, aplicando su superioridad moral triunfal a la revisión de todas las historiografías y cánones, los productos culturales y el lenguaje. Como Pangloss en Cándido, esta izquierda omnirrevisionista da por sentado que vivimos en el mejor de los tiempos posibles: lo que piensa es lo mejor pensable, y esta arrogancia le permite abocarse a la demolición (y prohibición) de obras y sistemas que no cierran dentro de su égida. La historia no existe: sólo existe el presente de lo que puede ser pensado o dicho. Y los indeseables, los perversos y los malos, o los que no puedan probar su inocencia, deben ser excluidos. Los preceptos puritanos del nuevo progresismo norteamericano, que fluyen desde Estados Unidos hacia las versiones ecualizadas de cada país occidental, son la norma actual que ha creado nuevos excluidos, nuevos raros que no tienen de dónde asirse, que boyan entre configuraciones políticas a las que une el espanto.

Schapire examina este nuevo closet, expone aquello de lo que no se habla. Organiza los ropajes argumentales brindando un estado de la cuestión en torno al lenguaje inclusivo, la construcción de un orden moral puritano que recuerda a las fantasías victorianas, la ya demodée libertad de ofender (o de escribir cosas que puedan ofender a la burguesía). Nota cómo incluso la condena al antisemitismo se ha visto revisada bajo este espíritu epocal. Como si haciendo a un lado Auschwitz y las condensaciones cristalizadas por los ritos de la memoria (la montaña icónica de zapatos, los cadáveres apilados, los uniformes severos y los pijamas a rayas), el antisemitismo explícito de atacar a los judíos por su condición de judíos en Europa ya no fuera un crimen de odio, para ser recatalogado bajo el mantra favorito de la actitud ilustrada de izquierda: “es más complejo”. Schapire muestra los atavíos hipócritas de este progresismo para el cual “el antisionismo es la coartada para transformar a los verdugos de los judíos en víctimas de la sociedad”, y a la vez, expone cómo estas discusiones niegan la realidad de la violencia inspirada por el odio racial. Al exhibir el ajuar de bodas entre la izquierda y los intolerantes racistas, Schapire describe nuestra desnudez.

La traición progresista narra un problema cognitivo. Aquel que, con tal de no estigmatizar al diferente, no tiene reparos en estigmatizar lo que está frente a él. Quizás el problema radica en que nuestras teleologías de la represión –que forjaron el pensamiento de izquierda como reacción– ubicaron siempre al Otro afuera. Es el panóptico de Bentham, es la producción de saberes y sexualidades de Foucault. Pero no nos prepararon para la represión que viene de lo mismo (tomo prestada esta noción de Byung-Chul Han), cuando la cultura ya no es otra más que sí misma (ahora que la historia ha terminado, que sólo existe el mercado y la competencia por lo mismo, por likes, privilegios y audiencias) y busca generar un sistema saturado de su mismidad para rehacer la historia a su imagen y semejanza. Orwell: “Los intelectuales son más totalitarios que la gente común. Muchos no tienen reparos en abrazar formas dictatoriales, policías secretas, la falsificación sistemática de la historia, siempre y cuando esté ‘de su lado’”. Este lado es el giro copernicano: la nueva Iglesia es la izquierda, y el hereje es quien ose criticarla.

La izquierda tradicional buscaba responder a una pregunta secular por fuera de la religión y de la Iglesia: ¿cómo ser buenos? Este libro desafiante arroja una respuesta. Cómo ser buenos equivale, una vez más y como siempre, a ser valientes. A batallar la hipocresía. A no temer señalar toda forma de odio basado en la raza y la diferencia. A mostrar la injusticia de querer identificar el arte y la historia con sus creadores humanos y falibles. A apostar por los valores liberales universales para cambiar el mundo, o simplemente para tener una vida ética en él.

Introducción

Estas páginas son el relato de una ruptura sentimental. Describen el divorcio de una pareja, alguien que después de décadas de convivencia se había vuelto irreconocible. Escribir sobre la propia familia es un ejercicio doloroso y arriesgado. Exponer las pequeñas y grandes miserias de los suyos es disparar los mecanismos de defensa de quienes se sentirán íntimamente agraviados. El precio de la deserción es alto.

Para quien ha crecido y se ha educado en una tradición intelectual, para quien ha defendido con el verbo, la manifestación pública y el voto una visión del mundo, supone consumar una separación en los peores términos. Las acusaciones de quién traicionó a quién serán mutuas; la de no haber sido realmente parte de la familia también. Resultará estéril desplegar viejas credenciales de izquierda. Además, ¿qué registro queda de mi indignación ante el descubrimiento de las injusticias sociales y el estimulante hallazgo de las armas intelectuales y el compromiso del campo ideológico que adopté en mi juventud? ¿Dónde está el testigo de mi felicidad al ver publicada mi primera nota en el diario de izquierda que llevaba en la mochila a la escuela secundaria y al que envié mi primer currículum? ¿Cómo convocar hoy a los profesores universitarios, tan entusiastas al comprobar que su alumno podía reproducir con éxito en los parciales los análisis marxistas que absorbía?

De las discusiones estudiantiles, de las manifestaciones contra las políticas económicas de ajuste que pesaban sobre los más vulnerables, primero en Argentina y después en Francia, quedan apenas rastros: en la bisagra de los siglos xx y xxi, no se consignaban en las redes sociales. Tampoco hay testigos en el cuarto oscuro para dar fe de una fidelidad a lo que puede llamarse someramente el campo progresista. Sí subsisten trabajos periodísticos en papel o en la web que reflejan, en la elección de los temas, sus enfoques, y en el manejo de los códigos, la pertenencia a esta corriente en la que he evolucionado. También quedan la incomprensión y la amargura de amistades rotas, la benevolencia de quienes supieron separar los tantos o compartieron el desasosiego.

De todos modos, de nada servirán las pruebas ni importan, máxime para una izquierda fragmentada en una constelación de capillas —revolucionarias o reformistas—, donde cada quien es un experto catador de la pureza ideológica, y la excomunión de sus semejantes, moneda corriente. Menos aún en el contexto de polarización argentino, enrarecido por el factor peronista. Este libro no va dirigido a ellos, o no principalmente, sino a otros huérfanos de la izquierda, en su sentido más amplio, que se han visto abandonados por su familia política como un barco que se aleja olvidando en el muelle sus valores cardinales.

Estas líneas son para quienes han comprobado azorados cómo la izquierda que ayer luchaba por la libertad de expresión en Occidente hoy justifica la censura en nombre del no ofender; esa que ayer comía curas y ahora se alía con el oscurantismo religioso en detrimento del laicismo para oprimir a la mujer y a los homosexuales; esa que a la liberación sexual responde con un nuevo puritanismo, que de la lucha contra el racismo ha pasado a alimentar y justificar su forma más letal en las calles y en los templos de Europa y de las Américas: el antisemitismo. Estos capítulos son un intento por comprender las razones, los mecanismos y las consecuencias encerrados en esta traición.

El mandato de no decir verdades inconvenientes para “no hacerle el juego a la derecha” es una intimidación que funcionó, durante demasiado tiempo, con eficacia. Es finalmente una autocensura que ha sido aprovechada desde el otro extremo del arco político, por los que no se sentían amedrentados por una exclusión del sistema mediático y académico al que no pertenecían. Así empezaron a capitalizar en las urnas las claudicaciones, los silencios, el terreno desertado por la izquierda, allanando el camino para el ascenso de populismos de derecha y ultraderecha de ambos lados del Atlántico.

El colapso de la Unión Soviética y su modelo llevó a una parte significativa del progresismo a cambiar de sujeto histórico, la clase trabajadora por las minorías, y a abrazar nuevos aliados liberticidas: autócratas, teocracias de Oriente Medio y las identity politics, sepultando de esta manera la promesa de la emancipación universalista. En esta reconfiguración del paisaje ideológico, se fortalecieron dos polos iliberales, aplastando juntos cualquier legado de la tradición de la corriente secular, humanista y antitotalitaria de la izquierda occidental.

Soy consciente de que uno no elige cómo es leído y que la incorrección política es un paraguas bajo el que también buscan cobijarse falsos transgresores y verdaderos racistas, nostálgicos de un viejo orden que no quieren ver morir. Pero no es avalando modelos autoritarios, reactivando viejos métodos del estalinismo, abrazando el relativismo cultural y moral que se logra la emancipación de los más débiles. Este libro trata de explicar por qué.

1

La burbuja: la manufactura del falso consenso

Es tan difícil encontrar a un corresponsal en Washington que no aborrezca a Donald Trump como a uno que no hubiera sucumbido durante la presidencia anterior a los encantos de Barack Obama. Pero esta no es una tendencia particular del antiimperialismo de los periodistas extranjeros. En 2016, el 90% de la prensa estadounidense hizo explícito su respaldo a la candidata demócrata Hillary Clinton y llamó a bloquear la llegada del republicano a la Casa Blanca.

En vísperas de la elección presidencial, de los cien diarios de mayor difusión en Estados Unidos, 57 publicaron su endorsement a la ex primera dama, mientras Trump sólo obtuvo el de dos diarios, lo que constituyó el récord de la menor cantidad de apoyos en la historia norteamericana para uno de los dos grandes partidos. Y se trataba de los responsables editoriales de los diarios; probablemente, si este respaldo se hubiese resuelto por votación en las redacciones, el desequilibro habría sido aún mucho mayor. En cualquier caso, el resultado final de la contienda dejó expuesto un claro divorcio entre la visión de quienes confeccionan el relato informativo, que además fallaron a la hora de anticipar la victoria republicana, y los electores.

En marzo de 2017, el afamado estadístico Nate Silver, quien supo predecir con gran precisión la victoria de Barack Obama en 2008 (acertó el resultado en 49 de los 50 estados) pero falló a la hora de anunciar el triunfo de Trump. Propuso una serie de artículos para analizar la cobertura de la campaña electoral de 2016 y por qué los grandes medios estadounidenses subestimaron las chances del outsider republicano. En la novena entrega de la serie, titulada “There Really Was a Liberal Media Bubble”1 [Había realmente una burbuja liberal mediática], el autor cuestionó la falta de diversidad ideológica de quienes trabajan en los diversos soportes de la prensa y recordó que “en 2013 sólo el 7% de los periodistas norteamericanos se identificaban como republicanos”, mientras que en 1971 eran el 25,7%, más del triple.2

A este sesgo ideológico, se le agregaba un fenómeno social: si en 1971 sólo el 58,2% tenía un título universitario, en 2013 la cifra trepaba al 92,1%. Esta homogeneidad sociológica se agravó con la crisis de la prensa de papel y la huida de los anunciantes a la web. En los años noventa, los diarios y semanarios empleaban a alrededor de 455.000 periodistas, vendedores o diseñadores, según estadísticas oficiales del us Bureau of Labor Statistics. En enero de 2017, esta cifra se redujo a 173.900 personas.3

La producción periodística se transformó por los imperativos editoriales de internet (reactividad, viralidad, tiranía del clic), pero además por una cuestión física y geográfica: la localización de los sitios de fabricación de contenidos. Los principales periódicos ya estaban situados en Washington, Nueva York o Los Ángeles; los medios online también optaron por instalarse allí donde estaban sus lectores, así como el poder político, económico y del entretenimiento. Estas urbes con poblaciones cosmopolitas, marcadas por la alta concentración del poder adquisitivo y el acceso a estudios terciarios, muestran asimismo una particularidad: votan masivamente por los demócratas.

Mientras los periódicos pequeños y medianos de papel tuvieron peso en las áreas rurales de Estados Unidos, existía cierto equilibrio frente a los referentes periodísticos progresistas, pero este se esfumó con la crisis del sector y el fortalecimiento de los polos liberales situados en las costas este y oeste de Estados Unidos. De este modo, se produjo un ecosistema en el que el sesgo del periodista, el entorno urbano liberal, el lector de alto poder adquisitivo y con altos estudios fabrican una burbuja ideológica que se retroalimenta, mirándose al espejo al tiempo que ignoran lo que no pasa por su radar o lo descartan para no contrariar a su campo. El fenómeno, amplificado por el modo de funcionamiento de las redes sociales exacerbado por los algoritmos, es conocido como “cámara de eco”.

El problema, tanto para la prensa como para su audiencia, es que Trump ganó, y los cronistas, analistas y agoreros que lo ridiculizaron y subestimaron el fenómeno que representaba no supieron anticiparlo. Instalar que la suerte estaba echada y que Hillary Clinton sería la sucesora natural de Obama no sólo infravaloró la capacidad de Trump, sino que además dio alas a los seguidores de Bernie Sanders, quienes se sintieron a sus anchas para torpedear a la archifavorita, una exsecretaria de Estado atacada tanto por derecha como por izquierda, lo que sirvió en definitiva a la estrategia de los republicanos.

Algunos periódicos, al menos durante algunos días en los que seguían amargados y aturdidos por el resultado electoral, ensayaron un mea culpa. Fue el caso de TheNew York Times, que en el editorial del 13 de noviembre de 20164 se preguntaba si este medio, como otros, había subestimado el apoyo a Trump entre los votantes estadounidenses. “¿Qué fuerzas y tensiones condujeron esta elección divisiva y su resultado?”, preguntaba angustiado el diario de referencia de Estados Unidos.

¿Estaba dispuesta la prensa mainstream a un autoexamen de conciencia? ¿Estaban sus lectores listos para enfrentar una visión del mundo distinta que, a través de las urnas, les había arrebatado el poder sin que lo vieran venir?

El nazi de la casa de al lado

En noviembre de 2017, el Times publicó “A Voice of Hate in America’s Heartland”5 [Una voz de odio en el corazón de Estados Unidos], el perfil de Tony Hovater, un joven de 25 años, de Ohio, amante de Twin Peaks,Seinfeld y Adolf Hitler. El artículo, lejos de ser condescendiente, exponía cómo un estadounidense blanco promedio podía abrazar la cultura pop de su época, tener un lado hipster, mientras suscribía a tesis neonazis, negacionistas y todos los clichés antisemitas.

“Es el simpatizante nazi que vive en la casa de al lado, cortés y de bajo perfil en una época donde las viejas fronteras del activismo político parecen estar en un cambio constante que genera alarma”, advertía Richard Fausset, quien había esbozado un retrato de ese Estados Unidos que había llevado a Trump al poder.

Podría pensarse que la iniciativa del Times de tratar de comprender qué estaba pasando con un informe de campo sería celebrada por un lectorado ávido de entender y conocer mejor al enemigo. Error. La iniciativa desató, en cambio, un torrente de indignación. “¿Qué diablos es esto, New York Times? Este artículo hace mucho más por normalizar el neonazismo que cualquier cosa que haya leído en mucho tiempo”, se indignó Nate Silver, el mismo estadístico que no había visto venir el triunfo de Trump… La lluvia de críticas al artículo pasó por denunciar una banalización del mal o decir que ya se sabía que el mal podía ser banal, que se daba una plataforma a los neonazis y, por supuesto, amenazas de interrumpir la suscripción a TheNew York Times, que había experimentado un salto récord en las suscripciones (308.000 nuevos abonados en el primer cuatrimestre del 20176). La nota creó tal desazón, que el diario se vio obligado a poner un aviso en la edición digital de ese texto, indicando que “el artículo había recibido una reacción significativa, sobre todo pronunciadamente crítica”. Al encabezado le seguían dos enlaces a aclaraciones del editor y el autor de la nota, tratando de hacer una defensa. Al parecer, la ola de suscripciones a TheNew York Times no tenía tanto que ver con la sed de estar mejor informado para prevenir otra mala sorpresa, sino más bien con un modo de militar junto al diario denostado por el presidente estadounidense.

Los medios que Trump ama detestar mordieron el anzuelo tendido por el mandatario: entraron en modo “resistencia” —en la home de su sitio web, el Washington Post izó un banner