La trampa ucraniana - Luis Gonzalo Segura - E-Book

La trampa ucraniana E-Book

Luis Gonzalo Segura

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Beschreibung

Cuando un mundo convulsionado y en cambio, que amenaza con intensificar la conflagración a gran escala, es relatado y reducido a la sempiterna lucha entre el bien y el mal, democracia contra autocracia, eso sólo puede significar una cosa: nos han hurtado el derecho a debatir, a discernir entre lo posible y lo inventado, entre hechos probados y propaganda. Como en otros tiempos, estigmatizadas, arrinconadas y censuradas las perspectivas pacifistas en nombre de conceptos como derechos humanos o libertad siempre utilizados según el caso y alineados con los intereses occidentales, se pretende imponer una única opción: la guerra. Una guerra, la de Ucrania, sembrada con mimo por quienes han encontrado motivos para que, pese al coste en vidas humanas y sufrimientos, diera inicio y aún hoy continúe.¿Qué sabemos realmente del conflicto desde que se iniciara en 2014? Esta es la pregunta a la que responde el exteniente del Ejército español, Luis Gonzalo Segura, para exponer las pocas evidencias con las que a día de hoy contamos y rescatarlas del ostracismo impuesto por el indiscriminado bombardeo de medias verdades, mentiras, exageraciones, predicciones aventuradas y desinformación vertida desde distintas posiciones del tablero de ajedrez geopolítico.

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akal / a fondo

Director de la colección

Pascual Serrano

Diseño interior y cubierta: RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original..

© Luis Gonzalo Segura, 2023

© Ediciones Akal, S. A., 2023

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

ISBN: 978-84-460-5402-3

Luis Gonzalo Segura

La trampa ucraniana

El relato occidental a examen

Cuando un mundo convulsionado y en cambio, que amenaza con intensificar la conflagración a gran escala, es relatado y reducido a la sempiterna lucha entre el bien y el mal, democracia contra autocracia, eso sólo puede significar una cosa: nos han hurtado el derecho a debatir, a discernir entre lo posible y lo inventado, entre hechos probados y propaganda. Como en otros tiempos, estigmatizadas, arrinconadas y censuradas las perspectivas pacifistas en nombre de conceptos como derechos humanos o libertad –siempre utilizados según el caso y alineados con los intereses occidentales–, se pretende imponer una única opción: la guerra. Una guerra, la de Ucrania, sembrada con mimo por quienes han encontrado motivos para que, pese al coste en vidas humanas y sufrimientos, diera inicio y aún hoy continúe.

¿Qué sabemos realmente del conflicto desde que se iniciara en 2014? Esta es la pregunta a la que responde el exteniente del Ejército español, Luis Gonzalo Segura, para exponer las pocas evidencias con las que a día de hoy contamos y rescatarlas del ostracismo impuesto por el indiscriminado bombardeo de medias verdades, mentiras, exageraciones, predicciones aventuradas y desinformación vertida desde distintas posiciones del tablero de ajedrez geopolítico.

Luis Gonzalo Segura es exteniente de las Fuerzas Armadas españolas, de las que fue expulsado en junio de 2015 por denunciar públicamente corrupción, abusos, acosos y privilegios anacrónicos. Ha colaborado en múltiples diarios digitales y en la actualidad colabora con Russia Today, medio digital en el que cuenta con sección propia. Es autor de los ensayos El Ejército de Vox (2020), En la guarida de la bestia (2019) y El libro negro del Ejército español (2017), así como de las novelas Un paso al frente (2014) y Código rojo (2015).

Quisiera dedicar este libro a todos los mecenas que lo han hecho posible. Porque habría sido imposible sin ellos subsistir o soportar las presiones a las que he sido sometido en los últimos años con denuncias de Margarita Robles, María Dolores de Cospedal, la Guardia Civil, la asociación de la Guardia Civil Unión de Oficiales o el coronel Luis García-Mauriño. Denuncias todas ellas archivadas y que jamás tuvieron la más mínima posibilidad judicial. Ni la pretendían. El objetivo del acoso judicial es la intimidación, la asfixia económica y la presión psicológica. El abandono. Por todo ello quisiera dar las gracias a todos los mecenas. Gracias de corazón. Y quisiera invitar a todos los lectores a convertirse en mecenas de los próximos trabajos en https://www.luisgonzalosegura.es/mecenazgo/.

A Ella. Por la que soy, por la que seré.

Presentación

Algunos pensarán que ya está casi todo dicho sobre la guerra de Ucrania o que, viendo cada día las noticias o leyendo la prensa, ya logra tener toda la información de lo que está sucediendo en esa guerra. Ese es uno de los problemas a la hora de informarse sobre el desarrollo de un conflicto: los medios convierten los acontecimientos en partes de guerra, es decir, una sucesión de bombas, muertos, destrucciones, declaraciones de líderes, reacciones de otros... El resultado es que perdemos los elementos de contexto necesarios, los antecedentes, las relaciones con otros conflictos u otras situaciones, la importancia de otros actores secundarios, o no tan secundarios pero menos evidentes.

Como, además, los hechos noticiosos no dejan de llegar, los medios se encargan de crear una dinámica similar a la bicicleta; no nos detenemos a reflexionar o interpretar porque estamos deglutiendo la última información, que además no nos aporta nada, pero cumple las condiciones requeridas: es de rabiosa actualidad, es breve, es probablemente espectacular (porque se trata de una guerra) y seguramente le darán un sensible enfoque humano.

Pues ahora en la colección A Fondo rompemos con esa dinámica. En este nuevo libro, La trampa ucraniana, vamos a tratar la guerra de Ucrania, pero no le vamos a contar lo ultimísimo, ni lo más espectacular, ni tampoco vamos a ser breves (somos un libro); a pesar de eso estamos convencidos de que aportaremos más luz que mil informaciones escuetas del telediario o reducidos textos del periódico.

El autor, Luis Gonzalo Segura, es exteniente de las Fuerzas Armadas españolas, de las que fue expulsado en junio de 2015 por denunciar la corrupción, los abusos, los acosos y los privilegios de los altos mandos. Desde entonces, nuestro autor no ha dejado de señalar y desentrañar claves que nos han ayudado a entender el funcionamiento del Ejército español y sus miserias. En este libro, sale de España y encontramos un gran trabajo de disección de la información que nos han contado –y siguen contando–, un valioso enfoque sobre nuestro supremacismo occidental, un análisis del funcionamiento y modus operandi de la OTAN, la denuncia de la campaña publicitaria para promover más armamento en nombre del peligro que supone Putin, una iluminadora comparación con otras campañas militares, especialmente la de Afganistán y la de Vietnam, y, sobre todo, las razones e intereses que muchos tenían en llevarnos aquí, el cui prodest del Derecho romano. Es decir, en este libro vamos a encontrar todo lo que hubiéramos valorado encontrar en los medios de comunicación y no nos proporcionaron.

Segura tritura muchos de los mantras que se usan en política internacional y de los que se abusa en la crisis de Ucrania. Por ejemplo, la apelación a la bondad de unos y la maldad de otros, un recurso muy socorrido para implicarnos en las guerras: hay un individuo muy malo y nuestros gobernantes y socios, que, por supuesto, son muy buenos, deben ir allí a tirar bombas y salvar inocentes. Y explica que los movimientos en la geopolítica son el resultado de un sistema de fuerzas, y, en los sistemas de fuerzas, la bondad no existe, como el capricho, la magia o la brujería no existen en el movimiento de los cuerpos. «Por tanto, todas las aseveraciones, construcciones, argumentaciones o relatos que se sustenten en la bondad de unos y la maldad de otro u otros son falsos por completo», añade.

Tan falso es limitarse a decir que Putin es un «dictador asesino» y «un matón puro», como dice Biden, como decir que el objetivo de la invasión es «desnazificar» Ucrania, como dice Putin. Ni la bondad es lo que mueve las resoluciones occidentales, ni la mera maldad a Vladímir Putin. Ni al contrario, claro está. Pero es evidente que, si convertimos a Putin en Hitler, ello permitiría exonerar a Occidente de cualquier responsabilidad en la guerra, todo vale contra él.

Serán unos sumatorios de fuerzas los que desencadenan un movimiento geopolítico, por ejemplo, la invasión de Ucrania por Rusia. Y serán otros sumatorios de fuerzas los que mantendrán o detendrán esa guerra. Cuanto antes vayamos interiorizando esto (nos situemos en el punto ideológico o moral que queramos), antes podremos intentar descubrir los elementos en liza, es decir, las fuerzas que intervienen en los sumatorios y que provocan los acontecimientos.

El problema es que, en los conflictos, cada poder lo único que pretende es convencer de su bondad y de la maldad del otro. Porque, como señala también Segura, «los ciudadanos son una fuerza más en el sistema de fuerzas geopolíticas que se intenta usar en beneficio propio convirtiéndonos en munición de guerra». De ahí la valentía y la honestidad de quienes reniegan del modelo buenos/malos para sumergirse en la complejidad, los matices y el señalamiento de todos los actores y sus intereses.

A diferencia de esos todólogos que pueblan las tertulias y los platós, nuestro autor muestra su humildad ofreciendo datos y elementos de reflexión y análisis para hacernos pensar. Por ejemplo, ¿es mejor una victoria de Rusia o una derrota? Ante ese escenario tan acariciado por algunos de un golpe de Estado en Rusia, ¿cómo sería esa Rusia pos-Putin? ¿Estamos seguros de que habría un presidente mejor para controlar las seis mil cabezas nucleares rusas?

No, no estamos defendiendo a Putin, pero no sería mala cosa volver la vista a Libia o Iraq para ver a quién hemos dejado en sustitución de Gadafi o de Sadam.

Luis Gonzalo Segura también nos aporta claves militares para comprender el desarrollo de esta guerra. Por ejemplo, nos explica que, en una guerra, el ratio de militares que realizan acciones bélicas es bajo, uno de cada cinco o de cada diez. Sólo ese uno es el que pertenece directamente al Ejército ucraniano, todos los demás que participan pueden estar perfectamente proporcionados por Estados Unidos y la OTAN, lo que mostraría claramente que estamos en guerra contra Rusia.

El autor hace otro ejercicio curioso para los que acusan a Rusia de ser un Estado que viola los derechos humanos. Ha comparado lo que dice el informe anual de Amnistía Internacional sobre Rusia y lo que dice sobre nuestros socios y amigos Marruecos o Arabía Saudí. O todavía más, lo ha comparado con el apartado de Ucrania. Les sorprenderá. Basta con recordar lo amigos que éramos, antes de la guerra, de los oligarcas rusos o cómo lo somos todavía de los oligarcas ucranianos, que no son diferentes de los rusos.

Por supuesto, ya procura el exteniente aclarar: «no pretendo disminuir un ápice las barbaridades perpetradas en Rusia por el régimen de Vladímir Putin, pero resulta esencial demostrar qué tipo de regímenes forman parte o son aliados de Occidente».

Otro mantra que hemos oído es la amenaza de Rusia sobre Europa, incluso que Putin quiere llegar hasta Lisboa. También aquí Segura aporta datos de importancia militar. Su pregunta es la siguiente: «¿cómo se puede sostener que un país que tiene ocho veces menos PIB que Europa, menos de un tercio de población, menos de un tercio de gastos militares y poco más de la mitad de los soldados que una coalición como la europea pretende no ya sólo sostener un conflicto militar, sino invadir y anexionarse territorio?». Y todo eso sin ayuda de Estados Unidos. Pero ese discurso imaginario de amenaza rusa no sólo sirve para meternos en esta guerra, sino para justificar todavía más gasto militar, a pesar de que, insistimos, tenemos el triple gasto que Rusia. De hecho, solamente España, «con el prometido aumento de presupuesto, podría alcanzar un gasto militar cercano al ruso». Lo necesario sería preguntarse por qué Europa no tiene un papel geopolítico propio con un presupuesto militar igual al chino.

Es evidente la jugada empresarial: la guerra de Ucrania ha servido para dar salida al stock militar obsoleto y así poder hacer nuevas compras. En el camino, los muertos en el frente ucraniano.

La comparación con Afganistán también es interesante. Por ejemplo, si hemos dejado el país asiático sembrado de armamento descontrolado y de mercenarios organizados, imaginemos cómo puede quedar Ucrania, algo más cerca, cuando acabe la guerra.

Y también nos recuerda el autor algo importante, la necesidad de ser prácticos en política internacional. Recuerda que la URSS ya intervino militar e ilegalmente en la Guerra Fría en Hungría y Checoslovaquia. ¿Deberían esos países haber confrontado militarmente con la URSS y la OTAN apoyarles? ¿Hubiera sido buena idea para la paz mundial? ¿Qué hubiera pasado si Ucrania hubiera aceptado las primeras condiciones puestas por Rusia en lugar de enfrentarse a ella militarmente? Segura no está proponiendo nada, no es ese su objetivo, pero hacernos preguntas siempre es bueno para ayudar a pensar.

Termino con estas palabras suyas:

Putin sí es un criminal de guerra se mire por donde se mire. Y esto no ofrece discusión alguna. El problema en este caso es que Bush, Blair, Aznar, Obama, Biden y decenas, centenares o miles de dirigentes políticos occidentales también lo son y en la mayoría de los casos en grado todavía mayor que Putin. De hecho, comparado con los presidentes norteamericanos, Putin sólo es un aprendiz de criminal de guerra. Es más, con los datos en la mano, resulta insoportable que el presidente norteamericano califique al presidente ruso como criminal de guerra cuando Estados Unidos ha generado más de 900.000 muertos, de los cuales más de 300.000 son civiles, sólo en la «guerra global contra el terror», y todavía mantiene abierto Guantánamo; es, cuando menos, ofensivo e insultante. Pero no se preocupen, seguro que es un gran candidato al premio Nobel de la Paz, como en su momento lo fue Barack Obama.

Este libro, La trampa ucraniana, de Luis Gonzalo Segura nos demuestra que, algunas veces, los militares pueden mostrar más valor cuando escriben que cuando empuñan las armas.

Pascual Serrano

INTRODUCCIÓN

El punto de partida: el supremacismo occidental

La guerra justa y perfecta

Ha sido y está siendo realmente grosero e insoportable el nivel de engaño, indecencia, cinismo e hipocresía que están vertiendo las elites occidentales a través de los medios de comunicación para imponer su visión supremacista. Y más aún hacerlo sobre todos aquellos que, por unas razones u otras, se oponen a la guerra; aun cuando la visión occidental, por cierto, es minoritaria a escala planetaria, por muy mayoritaria y asfixiante que lo sea en sus dominios. Disidentes que son aglutinados todos en el mismo saco y estigmatizados como «oportunistas» o «hijos de Putin», que diría, como veremos más adelante, Antonio Maestre. He ahí, por ejemplo, cómo Estefanía Molina criticó en el diario El País, diario generalista más leído en España y tomado como referencia en este ensayo, a los oportunistas que pretendían parar la guerra durante el otoño de 2022 argumentando las tasas de inflación y el descontento ciudadano que el conflicto estaba provocando. Los calificó sin ningún pudor como populistas: «Y ya se sabe: toda causa puede volverse antipática cuando los oportunistas encuentran un caladero de voto en el malestar ciudadano. A lado y lado»[1]. Y lo hizo por una razón: porque la guerra de Ucrania no es una guerra, es una causa. Una causa justa. Por ello, por la Santa Cruzada Occidental, Xavier Vidal-Folch pedía en este mismo diario «corregir a [Ione] Belarra» o mandarla a un consulado: «Si la ministra persiste en su benevolencia con Putin y pretende votar contra el Presupuesto del Estado, o la disuade Díaz, o Pedro Sánchez tendrá que indicarle una puerta o un con­sulado»[2]. Todo, claro está, porque la guerra de Ucrania, al ser una causa, es mucho más que una guerra justa, artimaña empleada en el pasado para justificar las guerras que interesaban a los occidentales en contraposición a las demás. Y es que la guerra de Ucrania es «la guerra perfecta» para Berna González Harbour, que asevera que «Estados Unidos no se puede permitir que el gran rival ruso engulla un gran país europeo. Ni los demócratas, ni los republicanos. Y por una vez, y en consonancia con los viejos valores que unieron a EEUU y Europa frente al nazismo, aquí sólo podemos estar de acuerdo. Las guerras no son buenas, pero las causas lo son»[3]. Antes de seguir, convendría señalar que el argumento de la «guerra justa», también se seguía esgrimiendo en el diario más desenfadado de El País, El HuffPost, por Daniel Múgica[4]. Tal era el fervor de la causa, de la guerra justa, que cuando China presentó el 24 de febrero de 2023 un plan de paz para terminar con la tragedia humanitaria de Ucrania, Lluís Bassets escribió al respecto que «China quiere sacar partido del final de la guerra y de la posguerra, de la capitalización de la paz y de la reconstrucción», porque el plan chino «no es un plan de paz»[5]. Pareciera describir lo que hizo Estados Unidos en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, pero como los chinos son el enemigo, el gran rival, sus planes de paz son trapaceros y ocultan objetivos perversos. Sin embargo, el plan chino fue estudiado por Rusia, e incluso por Alemania, y contenía un nivel de neutralidad más que considerable, entre otras cuestiones porque incluía el respeto a la integridad territorial de los países[6].

El plan, de 12 puntos, contaba con el levantamiento de las sanciones unilaterales internacionales, la integridad territorial de los países y la preocupación por la seguridad de estos. Es decir, Rusia se retiraría de Ucrania, las sanciones se levantarían y sería tenida en cuenta en cuanto a la seguridad colectiva, deteniéndose la expansión de la OTAN. Un acuerdo que, de producirse, elevaría a China a una nueva categoría a nivel mundial tras conseguir, sólo unos días antes, a comienzos de marzo de 2023, la reactivación de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán[7]. Unas relaciones que llevaban rotas desde 2016. Así, mientras Estados Unidos era calificado por Samuel Moyn como el creador «de un mundo de guerras interminables»[8], China se consolidaba en la esfera mundial como un líder conciliador y respetuoso con el derecho internacional.

Sin embargo, el posicionamiento occidental seguía siendo el mismo: mejor que siga la muerte gozando en Ucrania e inundando de muertos el país. Muertos que, por desgracia, no tienen tanta suerte como los yemeníes, que salen indemnes de los bombardeos saudíes gracias a que las bombas que le vende España, las cuales son, en palabras de Josep Borrell, «de precisión», «no producen daños colaterales»[9].

Y podríamos señalar múltiples ejemplos más sobre cómo se impone un relato que, en el mejor de los casos, puede ser calificado como de parte, descalificando a los adversarios y sin presentar argumentos sólidos o una mínima visión histórica o geopolítica, o ni tan siquiera una pizca de perspectiva de futuro o sensibilidad por los que están muriendo en Ucrania en esa salvaje carnicería que siempre es la guerra. Y es que fue una constante en el dominante relato occidental presentar la guerra como justa y una solución perfecta, y la paz como un artilugio tramposo del mal, las ultraderechas o los cavernícolas izquierdosos en contra de los derechos humanos y la integridad territorial ucraniana. Pero, cuidado, sólo cuando conviene, porque cuando España giró en marzo de 2022 su posición política respecto al Sáhara, su integridad territorial y sus derechos humanos, recién comenzada la guerra de Ucrania, Lluís Bassets aseveró el 18 de marzo que «Europa no puede permitirse una crisis en el flanco meridional de la Península mientras hay guerra en Ucrania. Marruecos ha sabido jugar muy bien», porque Occidente no puede tener «Nunca dos guerras a la vez»[10]. Y, un día después, María Martín reforzaba la posición con «Marruecos: un socio estratégico para contener la migración»[11], lo cual quedaba corroborado tres meses después cuando, el 24 de junio de 2022, tras un salto a la valla de Melilla, un mínimo de 23 personas fallecían en el intento[12], aunque todavía no se sabe si en territorio español o no[13]. Es decir, para Occidente era y es admisible que los saharauis estuvieran bajo el yugo del Marruecos de Mohamed VI y sus salvajes vulneraciones de derechos humanos, masacres y tácticas de presión geopolítica utilizando a los migrantes como munición, pero absolutamente inadmisible que Ucrania estuviera en poder de la Rusia de Vladímir Putin. Y ello porque, entre otras razones, dos guerras a la vez no se pueden mantener: ¡oh, vaya mala suerte la de los saharauis; unos meses antes y Occidente habría sancionado a Marruecos hasta forzarle a liberar el Sáhara! ¿Really? ¿De verdad, después de décadas de la cuestión saharaui pendiente, con resolución de la ONU a su favor incluida, ahora resulta que su problema ha sido coincidir en el tiempo con la guerra de Ucrania?

Este interesado e incoherente posicionamiento de Occidente, distinguiendo entre guerras justas, necesarias y perfectas y guerras malas y malísimas, o entre buenos y malos dictadores, autócratas y demás tiranos, no sólo demuestra hasta qué punto estamos siendo engañados en cuanto a lo que sucede en Ucrania, sino que es una versión moderna de la distinción de hijos de puta que hacía Franklin Delano Roosevelt: los nuestros y los otros, los que son malos malísimos. Prueba palpable de que, en realidad, nada ha cambiado.

Y cuando alguna opinión se escapa al respecto, es rápidamente sepultada por los alaridos de la guerra. De la misma forma que en la Europa de 1914 las opiniones públicas aplastaron las voces pacíficas, las estigmatizaron, las señalaron y las acusaron en aras de sostener conflictos que los generales y las elites resolvían victoriosos y prestos en los despachos y los pasillos, pero que terminaron como el rosario de la aurora para no pocos. Por ello, cuando el 26 de febrero Máriam Martínez-Bascuñán escribió una columna invitando a reflexionar sobre el supremacismo occidental e induciendo a «trabajar por un orden internacional realmente multilateral, basado en reglas que todos cumplamos, para conseguir un mundo más estable y seguro»[14], su opinión fue rápidamente sustituida en la portada de El País por la de Lluís Bassets, que desfundó una de sus habituales opiniones criticando que Vladímir Putin volviese a amenazar con el uso de armas nuclear[15]. Ello a pesar de que, sólo tres meses antes, en diciembre de 2022, Putin aseveró que no usaría armas nucleares en Ucrania bajo ninguna condición[16] y, sobre todo, que la cuestión nuclear, en ese momento, se trataba de un asunto superado ya por completo, carente de relevancia objetiva en términos periodísticos o geopolíticos.

Por desgracia, más de cien millones de personas fallecieron el siglo pasado, varias decenas o más los siglos anteriores, el mundo estuvo al borde de la aniquilación nuclear hace sólo unas décadas y pronto podríamos estar de nuevo en esa posición.

Me gustaría recordar que, ya sea en el cenicero nuclear en el que se puede convertir el planeta o en los desastres que suelen acarrear este tipo de conflictos, echarles la culpa a los malísimos rusos y a «Adolf Putin» servirá de muy poco. Y puede que incluso el dinero que están ganando las armamentistas, las energéticas o los bancos tampoco sirva de mucho.

La mayoría del planeta no cree el relato occidental

Si reflexionamos sobre la posición occidental, su principal problema es que no se puede sostener una cosa y la contraria y salir indemne. Porque, claro, resulta insultante que los países de la OTAN sean los que, de manera principal, hayan armado a Arabia Saudí y su coalición para convertir Yemen durante años, según la ONU, en la mayor tragedia humanitaria del planeta con más de 377.000 muertos[17] y sostener a la vez lo injusto que es que Rusia invada Ucrania. Es que, sencillamente, no hay por donde cogerlo. Hay que señalar que Yemen no deja de ser parte de un conflicto geopolítico entre potencias regionales –Irán y Arabia Saudí– que dura varias décadas y que algunos consideran también desde un punto de vista religioso[18]. Y, según también la ONU, además de los más de 377.000 fallecidos hasta el 23 de noviembre de 2021[19], debemos señalar que, de ellos, más de 10.000 niños menores de cinco años fueron asesinados o mutilados hasta octubre de 2021[20].

Así pues, por muchas otras cuestiones, pasadas y presentes, la mayoría del planeta, repito, la mayoría del planeta, no cree el relato occidental. Tal es así que hacer una búsqueda en el diario El País sobre Yemen causa sonrojo, sobre todo si se busca la página específica de Yemen, que no existe. Otro ejemplo de esta visión sesgada y parcial, interesada y cínica, la encontramos en Mario Vargas Llosa, que no escribió jamás en el mencionado diario sobre Yemen, pero no tardó en hacerlo sobre Ucrania. Yemen fue un tabú para las elites occidentales, tanto como hablar sobre la paz en estos tiempos que corren: se publica poco, para cumplir las apariencias, y se despacha a la marginalidad con presteza.

Y no fue el único tabú, pues mientras sólo existía la guerra de Ucrania en los medios de comunicación, la verdad es que otras contiendas acaecidas en el mundo habrían merecido la misma atención. Como Somalia, cuyo conflicto fue calificado en el año 2019 por Amnistía Internacional[21] como «La guerra oculta de EEUU», o como Etiopía, que, en enero de 2023, fue declarado como el conflicto más sangriento del siglo xxi, con 600.000 fallecidos civile[22]. ¿Por qué la mayoría de los occidentales saben hasta lo que no sucede en Ucrania, pero no saben lo que sucede en Yemen, Somalia o Etiopía?

Por todo ello, a pesar de lo hasta ahora expuesto, desde la mayor parte de Occidente se ha planteado, desde el principio, la invasión rusa de Ucrania –y la posterior guerra– como una guerra por la democracia y los derechos humanos, además de por la independencia y la soberanía de Ucrania. Pero, de ser este relato tal como señala Occidente, ¿por qué los episodios relatados en las líneas anteriores se han edificado sobre la impunidad, la ausencia de valores democráticos o las vulneraciones de los derechos humanos?, ¿por qué no pocos aliados occidentales como Marruecos, Arabia Saudí o Turquía, miembro de la OTAN, son autocracias?, ¿por qué gran parte del planeta se posiciona como no alineada ante el conflicto cuando Occidente lucha por la democracia y Rusia por el mal más absoluto?, ¿por qué Occidente comete cada año salvajes vulneraciones de derechos humanos y fomenta que otros, sus aliados, sus hijos de puta, los perpetren en aras de sus propios beneficios e intereses?…

Seguramente, porque muy poco es lo que parece. Por ejemplo, es recurrente escuchar que la Guerra Fría fue una confrontación ideológica, en términos muy similares a la confrontación actual entre Occidente y Rusia. Pero cabe preguntarse por qué Estados Unidos y Rusia siguen confrontando si Rusia ya no es un sistema comunista. La respuesta es obvia: la versión que siempre escuchamos sobre la confrontación ideológica entre Estados Unidos y la URSS nunca fue enteramente cierta. Porque, más allá de la evidencia de las relaciones entre Estados Unidos y China, también comunista, durante la Guerra Fría, Odd Arne Westad desarrolla la tesis de la confrontación geopolítica. Es decir, no es que tuvieran un problema ideológico, es que eran dos potencias llamadas a enfrentarse. A caer en la trampa de Tucídides. Así, en La Guerra Fría. Una historia mundial, Westad desarrolla cómo Rusia y Estados Unidos se convirtieron en potencias emergentes durante el siglo xix y sintieron, de una forma u otra, que eran las herederas de Occidente. Es evidente que el conflicto geopolítico actual, siendo Estados Unidos y Rusia capitalistas, refrenda en gran medida que lo que realmente subyace es la pugna geopolítica[23].

En definitiva, es esta mentalidad supremacista la que se percibe en la perspectiva y el enfoque que los occidentales, por medio de sus medios de comunicación, políticos, académicos, analistas u otras personalidades, han impuesto o han intentado imponer sobre lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Ucrania. Un relato en el que hay buenos y malos y, claro está, los buenos son los occidentales y los malos, en este caso, los rusos. Como cuando los buenos eran el Séptimo de Caballería y los malos, los indios exterminados; como cuando los buenos eran los españoles que acudieron a América a catolizarla y educarla y los malos eran los indígenas que la habitaban; como cuando los buenos eran los occidentales que acudieron a África o Asia a educar y desarrollar a sus atrasadas poblaciones y los malos eran los atrasados.

Por todo ello, el relato occidental en cuanto a lo que acontece en Ucrania, como veremos, no soporta ni tan siquiera un liviano análisis imparcial, ya que lo que ocurre en Ucrania no es una batalla entre las democracias y las autocracias, ni mucho menos una confrontación entre el bien y el mal, sino que se trata de uno de tantos azares de una rueda geopolítica que todavía nadie ha detenido, aun cuando, con una supremacista y cortoplacista visión, Francis Fukuyama anunciara, nada más y nada menos, «el fin de la historia» y ello le colmase de prestigio entre los autocomplacientes occidentales. Este es el nivel de la mentalidad supremacista occidental. Un nivel que ha permitido, sin gran dificultad, que el relato occidental sobre la invasión rusa de Ucrania haya sido impuesto y hoy se presente como dominante y único, a pesar de las enormes fallas que comporta.

La realidad, guste o no guste, es que escuchar a Joe Biden afirmar que en Ucrania se estaba librando «una batalla entre la autocracia y la democracia» o a Pedro Sánchez que «Ucrania es hoy el corazón de Europa. La libertad y la democracia vencerán siempre a la imposición y la violencia. Hoy, como hace seis meses, España está y estará siempre junto al pueblo ucraniano en su lucha por defender un futuro libre y en paz»[24] no suena muy creíble en la mayoría del planeta. Y no faltan razones para ello. Una prueba irrefutable de la escasa credibilidad occidental la encontramos en el inexistente apoyo de las sanciones impuestas a Rusia a nivel planetario, ya que sólo 40 países las apoyaron. Es decir, Occidente y poco más. Para hacernos una idea, esto supone que menos de una cuarta parte de los países y de la población del planeta secundaron y secundan el relato occidental. De hecho, en líneas generales, se podría decir que el relato de este ensayo encaja con el relato de esa mayoría del planeta: sólo 40 países han aplicado las sanciones a Rusia, mientras que 141 condenaron la invasión rusa de Ucrania –hubo 35 abstenciones y 5 votos a favor–. El mundo condena la invasión de la misma manera que censura la actuación occidental. Una actuación occidental que, cada día, gusta menos en el planeta. He ahí que, en agosto de 2022, China presumió del apoyo de 160 países en su conflicto con Taiwán, lo que demuestra hasta qué punto en las últimas décadas la diplomacia china había sido exitosa[25].

Este creciente aislamiento internacional de Occidente llevó a Emmanuel Macron a aseverar, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich celebrada en febrero de 2023, que se encontraba «impresionado por cuánta credibilidad estamos perdiendo en el Sur global»[26] o a Josep Borrell, en ese mismo evento, a asegurar que «yo veo cuán poderosa es la narrativa rusa, sus acusaciones de dobles raseros. Tenemos que desmontar esa narrativa, cooperar con otros países, aceptar que la estructura ONU debe ser adaptada». El mismo Josep Borrell que aseveró en el año 2018 que lo único que hizo Estados Unidos fue «matar a cuatro indios»[27], en referencia al exterminio de la población indígena norteamericana; en octubre de 2022 comparó a Europa con un «jardín» y al resto con una «jungla»[28], y en noviembre de 2022 afirmó que «Como los conquistadores, tenemos que inventar un nuevo mundo»[29].

En esa misma conferencia, Francia Márquez, la vicepresidenta de Colombia, aseguró que «lo que esperamos es la paz global, la paz total. Que también es justicia social, cerrar brechas de desigualdad, iniquidad… Esperamos de Europa, del mundo, que asuman la justicia climática que implica la transición energética. Necesitamos que el mundo asuma los desafíos de la crisis ambiental. Un nuevo orden mundial que ponga en el centro la vida». Unas manifestaciones que se pueden añadir a las del presidente brasileño Lula da Silva, que aseveró que «dos no pelean si uno no quiere» o que Volodímir Zelenski, el presidente ucraniano, era «igual de responsable» que Vladímir Putin.

Por descontado, no es que la narrativa rusa sea maliciosa o que la mayoría del planeta sea estúpido –aunque ello encaja a la perfección con la visión supremacista de Occidente, por la cual si países como China, India o Rusia están ganando influencia es porque son más permisivos en cuanto a valores democráticos porque sus relatos maliciosos consiguen engañar a las estúpidas y corruptas elites de estos países y sus no menos estúpidos ciudadanos–, sino que las fallas del argumentario occidental son más que notorias. Por ejemplo, podríamos señalar cómo, durante la guerra de Ucrania, el reparto de las exportaciones de grano ucraniano fue a parar en casi un 40% a la Unión Europea[30], cuando esta sólo supone poco más del 5% de la población mundial y el hambre estaba azotando gran parte del planeta.

Es más, no resulta difícil encontrar la realidad de las razones por las que el Sur global ha dado la espalda a Occidente incluso en los propios medios occidentales, aunque ello acontezca en periodos más vacíos de noticias, como en el mes de agosto, donde se reproducen las conocidas como «serpientes de verano». Así, en agosto de 2022, se filtró un informe en El País sobre cómo la Unión Europea estaba muy preocupada ante la pérdida de influencia en América Latina y a raíz de esta noticia se publicaron un editorial y varias noticias. Los titulares dejan poco margen a la duda: el informe filtrado fue «Bruselas prepara una ofensiva comercial y diplomática para frenar el avance de China y Rusia en Latinoamérica»; el editorial de El País intentaba empujar, como si desde la redacción pudiera conseguir lo que las elites no consiguían, y titulaba «La UE con Latinoamérica», y, además, Vanni Petinnà, también en el mencionado diario, opinaba que «China y Rusia aprovechan el hueco que occidente ha dejado en América Latina». Una preocupación muy anterior, ya que, en mayo de 2022, la Fundación Carolina presentó un análisis de varios autores de 399 páginas, apadrinado por Josep Borrell, en las que se exponía el problema, por lo que este es necesariamente anterior al comienzo de la guerra[31]. Es decir, no es que los rusos engañen o los chinos sean permisivos, es que los europeos y los occidentales abandonaron.

Debemos señalar, además, que, a raíz de esta lanzadera mediática, gran cantidad de medios y foros nacionales y locales debatieron sobre un tema del que podrían haber hablado mucho antes pero que, si no lo dictan El País u otra cabecera de las elites, no tiene cabida en el debate público. Tal es así que, esta cuestión, por ejemplo, se convirtió en editorial incluso de diarios locales, como el Diario de Sevilla, que tituló: «Hay que recuperar la posición en América Latina»[32]. Más allá de demostrar la perfecta sincronización y subordinación de los medios occidentales, este caso pone de manifiesto la pérdida de influencia de la Unión Europea y Occidente en general en América Latina y el resto del planeta. Y también puede que este sea otro de los elementos clave para comprender cómo y por qué Occidente decidió que le interesaba una guerra en Ucrania: el problema occidental en América Latina se basa en el abandono, lo que le ha situado en los últimos años en dificultades en el tablero geopolítico mundial. Y es que, de súbito, Occidente se percató hace una década de que estaba perdiendo la hegemonía mundial. He ahí la confrontación durante los últimos años entre Estados Unidos y China y la guerra comercial que mantiene desde hace algo más de un lustro.

Por tanto, la basculación del Sur global de posiciones occidentales a posiciones chinas, indias o rusas ha debido tener, necesariamente, influencia, ya sea mayor o menor, en la colisión producida en Ucrania y en la prolongación de la guerra. Y, sobre todo, en la voluntad occidental de confrontar, pues desde hace años existe una notable pérdida de influencia occidental en el tablero mundial, la cual, a la postre, supone la pérdida de hegemonía y todas las consecuencias que de ello se derivan. Existen muchos ejemplos de ello.

Por una parte, el 24 de enero de 2023, se celebró en Buenos Aires la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) a la que, por primera vez en su historia, acudieron los 33 miembros. Ello, además, en un escenario político en el que la izquierda había recuperado la pujanza y el liderazgo gracias a los Gobiernos de Brasil, Argentina, Chile, Colombia, México, Venezuela y Nicaragua. Una situación que generó tal inquietud que provocó que la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, aseverase en un think tank controlado por la OTAN, el Atlantic Council, que «queda mucho por hacer… tenemos que empezar nuestro juego». Un juego que, viniendo de un think tank en el que se encuentra Henry Kissinger, resulta de lo más alarmante, sobre todo si se tiene en cuenta que, más allá de los Pinochet con los que los Estados Unidos asolaron América Latina durante la segunda mitad del siglo xx, lo cierto es que el primer intento serio de construir una unión latinoamericana fuerte que consiguiera independizarse de Estados Unidos fue frustrado gracias a la asociación norteamericana con Chile, Colombia, Perú y México para la creación de la Alianza del Pacífico (AP), una asociación neoliberal que rompió la unidad latinoamericana. En esta ocasión, la situación es más preocupante para Estados Unidos, pues no cuenta casi con apoyos y el grupo se plantea no ya continuar con las crecientes relaciones con China, Rusia o India, sino crear su propio sistema financiero, incluyendo una moneda. Un golpe para Estados Unidos y para el dólar. Otro más, porque, como veremos más adelante, Rusia también se plantea usar el yuan como moneda internacional.

Por otra parte, la situación en África no parece mucho mejor. El 15 de agosto de 2022, el Gobierno francés tuvo que retirar sus tropas de Malí; el 20 de febrero de 2023, el Gobierno de Burkina Faso obligó a que las tropas francesas, unos 400 efectivos, abandonasen el país, y el 5 de marzo de 2023, tras una gira de cuatro días por Gabón, Angola, República del Congo y República Democrática del Congo, Emmanuel Macron tuvo una bronca pública con el presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi. «Tenéis que empezar a respetarnos», exigió Tshisekedi, a lo que Macron respondió que «no habéis sido capaces de restaurar vuestra soberanía, ni militar, ni de seguridad, ni administrativa de vuestro país, esto también es una realidad. No hay que buscar culpables fuera». Yéli Monique Kam, del movimiento M30 Naaba Wobgo y excandidata a las elecciones en Burkina Faso, aseveró que Francia no tenía intención de terminar con el terrorismo en el país porque la existencia de este le beneficiaba, ya que las empresas francesas controlaban todo mientras los burkineses vivían en la miseria. Pedía, nada menos, que la descolonización.

Además, no era un caso único, ya que el sentimiento anticolonialista se extendió por la región, de Níger a Guinea y de Costa de Marfil a Senegal, incluyendo a aliados tradicionales como Gabón y República del Congo, dado que en el primero gobierna una familia desde 1967 y en el segundo, Denis Sassou-Nguesso desde 1979. Es decir, ni siquiera aquellos que formaron parte de la red clientelar conocida como Françafrique, un término que define la neocolonización francesa posterior a la Segunda Guerra Mundial, seguían apoyando sin fisuras a Occidente.

Y no se trata sólo de un problema de Francia en África, sino de todo Occidente. Una muestra de ello es que, hace sólo unos meses, en noviembre de 2022, España alertó a la OTAN al respecto de la ya pérdida de influencia occidental en el Sahel: «Cualquier vacío que se deje es aprovechado por Rusia»[33]. De nuevo, el abandono y no la perversidad rusa o china se muestra como la razón de la pérdida de influencia europea y occidental.

Así pues, es una evidencia que ha existido en los últimos años una pérdida de influencia occidental en el tablero mundial y una muestra pública de preocupación de los líderes occidentales ante la innegable realidad: Rusia, China e India cada día ganan más influencia a nivel mundial en detrimento de Estados Unidos y Europa. Y no piensen que ello no ha sido uno de los elementos que ha influido para que se haya producido el choque en Ucrania.

El supremacismo occidental

Así pues, sin ningún género de dudas, el punto de partida de este ensayo debe ser el supremacismo occidental, sin el cual sería imposible comprender lo que acontece y, sobre todo, lo que nos dicen que acontece y por qué. Es, por tanto, este punto de vista supremacista el que explica en gran medida tanto la primera parte de este ensayo, el engaño mediático, como la segunda, la trampa ucraniana en la que unos u otros, cuando no unos y otros, han caído de nuevo sin prever las consecuencias a largo plazo.

Y es que el occidental, por lo general, cree estar en una posición cuasidivina, que le faculta por encima del resto de civilizaciones y, por supuesto, por encima de la legislación internacional y de las reglas del juego geopolítico, las cuales pueden y deben ser moldeadas a su voluntad en función de sus intereses. Así, lo que hoy es un delito, mañana será un acto de justicia, cuando no de generosidad. Y viceversa. Por ejemplo, cuando Estados Unidos invadió Afganistán e Iraq no lo hizo por venganza o intereses, sino porque se encontraba luchando contra el terror, pero cuando Rusia invadió Ucrania lo hizo por ser el propio terror. Resulta cuando menos complejo defender que la seguridad occidental estaba en peligro de no invadirse Iraq y Afganistán y años después sostener que la seguridad rusa no tuvo relación alguna con la invasión de Ucrania. Que todo se debió al expansionismo e imperialismo rusos. Difícil, pero como hemos podido comprobar, ni mucho menos imposible. Otro ejemplo lo encontramos en la propia España, para la cual el Sahel es una región de enorme importancia tal como se indica en los propios documentos de seguridad nacional[34]: ¿España puede considerar la estabilidad del Sahel, a miles de kilómetros, como preocupante y esencial para su seguridad, pero Rusia no puede considerar lo mismo de Ucrania, aun cuando comparten frontera?

Por desgracia, estos son sólo algunos de los muchos ejemplos que podríamos esgrimir sobre el supremacismo occidental y cómo este nos permite explicar una cosa y la contraria con formulaciones siempre favorables. Así, cuando Occidente invade un país lo hace por luchar contra el terror –de forma, claro está, altruista– y cuando un país es invadido por un rival occidental la explicación es también el terror: el terror de los malísimos invasores. Asimismo, cuando Occidente siente amenazada su seguridad, ello no sólo es legítimo, sino racional, pero cuando la amenaza de la seguridad es del rival, ello se debe a su maldad, su perversión o un ardid con el pretende justificar la perpetración de algún tipo de fechoría.

Este supremacismo lleva a la mayoría de los occidentales, además de a sus Gobiernos y elites, a presentarse como los creadores, defensores y adalides de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Pero la realidad es que, cuando Occidente asevera que Rusia ha roto las reglas del juego o desafía el orden mundial o la legalidad internacional, lo que en realidad quiere decir es que desafía su posición hegemónica. Por ejemplo, ¿por qué Arabia Saudí no rompe las reglas del juego cuando convierte Yemen en un desastre humanitario o Turquía no hace lo propio cuando invade territorio kurdo como Pedro por su casa? Porque, por si alguien no lo sabía, Turquía ha invadido Siria e Iraq en varias ocasiones durante los últimos seis años[35]. Y más inquietante aún, ¿cuáles son las reglas del juego? Porque pareciera que hay algunas reglas del juego que confieren a los Estados-nación la capacidad de vulnerar de forma salvaje los derechos humanos siempre y cuando ello acontezca dentro de su territorio o en un territorio que ellos y, sobre todo, Occidente consideren suyo o de su zona de influencia. Por ejemplo, si en lugar de Rusia hablásemos de Arabia Saudí, Israel, Marruecos o Turquía y en lugar de Ucrania lo hiciéramos de Yemen, Palestina, Sáhara o el Kurdistán, ¿por qué no se rompen en estos casos las reglas del juego? ¿Y qué sucede con la milenaria minoría musulmana en China? ¿Forma parte de las reglas del juego lo que allí acontece por el hecho de ocurrir dentro de las fronteras chinas?

El juicio histórico no existe, es Occidente

Para responder a estas cuestiones, será suficiente con repasar lo acontecido en Occidente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ya que existen acontecimientos históricos que pueden resolver de forma diáfana las preguntas anteriores. De hecho, al analizarlos se puede demostrar hasta qué punto el supremacismo occidental se asienta en falsedades, hipocresías y cinismos tan obvios como insoportables –los cuales, además, se han reproducido antes y durante la invasión rusa de Ucrania y la guerra que la ha sucedido–. Para ello sería suficiente con leer el trabajo realizado por Joan Wallach Scott en un breve ensayo llamado Sobre el juicio de la historia[36], en el que repasa los Juicios de Núremberg, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica y las reparaciones por la esclavitud en Estados Unidos. Episodios que la mayoría de los occidentales, de ser preguntados por ellos, considerarían ejemplo de los valores democráticos y los altos estándares que poseen en cuanto a los derechos humanos. Nada más lejos de la realidad, pues los tres episodios constituyen ejemplos sobre cómo la mayoría de los responsables quedaron impunes mientras que las víctimas no fueron reparadas, sino que incluso fueron humilladas, forzadas o violentadas. Porque en el caso de Sudáfrica las víctimas estuvieron obligadas en gran medida, según muchas de ellas sintieron y denunciaron, a perdonar. Pero es que incluso en el caso de Núremberg, el más punitivo de los tres analizados, la mayoría de los verdugos quedaron indemnes, muchos de los cuales pasaron a colaborar con los Estados Unidos –en no pocos casos, organizando golpes de Estado, grupos paramilitares y terroristas–, y, por si fuera poco, aquellos casos de salvajes vulneraciones de derechos humanos perpetradas por los nazis y acaecidas antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, como es el caso de la infausta Noche de los Cristales Rotos, quedaron fuera del proceso. Fueron considerados por el tribunal como asuntos internos. Y es que la raíz, la verdadera raíz de los Juicios de Núremberg, no fue la maldad nazi, la cual, en todo caso, no era otra cosa que la implementación de los métodos que los europeos y norteamericanos habían aplicado a otras civilizaciones e, incluso, a sus propios compatriotas, sino la ruptura del orden internacional. Es decir, el cuestionamiento del poder supremo de británicos, franceses y, en menor medida hasta entonces, norteamericanos. En este mismo sentido, podríamos señalar procesos democratizadores promocionados por Occidente en dictaduras por todo el planeta, tanto en España como en Latinoamérica, África o Asia, en los cuales la impunidad ha sido una norma impuesta no escrita. Porque la realidad es que Francia y Reino Unido no declararon la guerra a Alemania debido a que esta fuera muy mala, lo cual en todo caso averiguaron después, sino debido a que su expansión y aumento de poder amenazaban sus posiciones hegemónicas. Por ello, es muy posible que, si Hitler no hubiera invadido Polonia, hubiera exterminado a cuantos judíos deseara sin que ningún país interviniera porque lo habrían considerado como «asuntos internos», aunque, eso sí, a buen seguro se hubieran quejado muchísimo de convenirles o habrían callado como bellacos en el caso de ser aliados –piensen en Palestina, Kurdistán, Yemen, Sáhara o los «asuntos internos» en Irán o China–.

En este sentido, escribe Wallach Scott que «Al final, la única certeza disponible era que una victoria militar había otorgado a los vencedores el derecho a imponer el juicio de la historia» y que «La preocupación […] por la soberanía nacional descansaba sobre la arraigada creencia de que el Estado constituía la culminación (el fin, en el sentido de aspiración y de destino final) de la historia. En este paradigma, se daba por sentado que el Estado-nación (ahora) democrático era el punto álgido de la evolución histórica y el instrumento para la materialización de la justicia. El principio de la soberanía era más importante que los derechos humanos (un ejemplo de las contradicciones que Arendt señala entre la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la necesidad de respetar las particularidades de la soberanía de cada nación). En la primera parte de su discurso, Jackson [juez asociado de la Corte Suprema de Estados Unidos y fiscal jefe en los Juicios de Núremberg] se refirió al programa del Partido Nacional-Socialista, que, en nombre del pueblo alemán, «hizo un poderoso llamamiento a la clase de nacionalismo que en nosotros consideramos patriotismo y en nuestros rivales, chovinismo». Esto era especialmente cierto en lo tocante a las minorías: «Por lo general, la forma en que un Gobierno trata a sus habitantes no se considera asunto de otros Gobiernos o de la sociedad internacional. Ciertamente, pocas formas de opresión o crueldad podrían justificar la intervención de potencias extranjeras».

Si a los mencionados paradigmas de lo que de verdad suponen los derechos humanos en Occidente, así como los valores democráticos, añadiéramos episodios como el compromiso de pago a Turquía de 6.000 millones de euros para encargarse de los millones de migrantes sirios en el año 2016[37] o los múltiples pagos a Marruecos[38] y otros países por el control migratorio, masacres incluidas –como la de Melilla en junio de 2022–, no haríamos otra cosa que fortalecer lo expuesto. Por no hablar de la impune masacre del Tarajal, en Ceuta, perpetrada en el año 2014 por la Guardia Civil española, o el habitual e infame trato migratorio que Estados Unidos ofrece en su frontera con México. Y existirían más casos por señalar, ya que podríamos recordar la mencionada «guerra contra el terror», la cual ocasionó más de 900.000 muertos –de ellos más de 300.000 civiles– y más de 8 billones de dólares de gasto –llámenlo también beneficio para la industria militar–[39], o el lucro de los países de la OTAN en la venta de armas a Arabia Saudí y otros países que formaron una coalición para atacar Yemen –en 2020, el 73% de las armas vendidas a Arabia Saudí eran norteamericanas y británicas, un porcentaje que se elevaría por encima del 90% en el caso de sumar a otros países de la OTAN como España[40]–. Tal es así que, según la ENAAT, Europa vendió armas a Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos entre 2014, año del comienzo del conflicto en Yemen, y 2020 por valor de 27 billones de euros por un total de 9.000 licencias[41]. El número de licencias en los últimos años fue rebajado en algunos medios a 2.000[42], pero no deja de ser un asunto muy grave ni en este último escenario. Y repito, Yemen es el país en el que, según la ONU, se ha perpetrado la mayor tragedia humanitaria del planeta de los últimos años con más de 377.000 fallecidos y varios millones de habitantes en diferentes situaciones de pobreza o extrema pobreza.

Sin verdad no hay justicia, sin justicia no hay futuro

Lo analizaremos con detenimiento, eso sí, en alineación con lo que opina la mayoría del conocido como Sur global, que no deja de ser la posición más neutral en este conflicto, sin dudar de que Rusia haya cometido un crimen cuando ha invadido Ucrania. Pero resulta reprobable presentar el suceso sin contexto, porque, al igual que en cualquier noticia de un suceso se explicaría el contexto de este, en el caso de la invasión rusa de Ucrania debe exigirse lo mismo. Sin embargo, los medios de comunicación occidentales, respaldados por las elites occidentales, no sólo han omitido el contexto, sino que han presentado un contexto falso que no se corresponde con la realidad y han hecho todo lo que ha sido necesario para ello, incluso cerrar televisiones y medios de comunicación.

Imaginen ahora que una persona asesina a otra, una acción que, en la mayoría de los casos, es reprobable y punible, pero que requiere de un contexto para ser juzgada. Sin el contexto, no se puede realizar el correspondiente juicio porque el tribunal podría incurrir en una manifiesta injusticia, ya que no sólo no todas las muertes perpetradas merecen el mismo castigo, sino que hay algunas que, incluso, pueden ser exoneradas, en parte o en su totalidad. Por ello, todos los elementos que ofrecen el contexto deben ser aportados al proceso para que el tribunal pueda emitir un juicio justo. Al obviar gran parte de los elementos del contexto de lo que ha acontecido en Ucrania se está hurtando al tribunal, es decir, a las sociedades occidentales principalmente, de emitir un juicio justo. Un juicio histórico justo que nosotros, los occidentales, estamos emitiendo con solo la información de una parte, lo que queda en evidencia con la diferente visión que existe del asunto cuando la información se presenta en medios no occidentales, ya sean parte o no del conflicto.

Más allá de la cuestión sobre la necesidad de enjuiciar de forma justa los acontecimientos o, al menos, con la mayor imparcialidad posible, y esto es esencial, debemos saber que el mundo actual, guste o no guste, es un gran sistema jerarquizado –orden internacional– compuesto por distintos subsistemas –gran­des potencias o bloques– que, a su vez, contienen otros subsistemas –naciones– que se mantienen en un equilibrio dinámico y en el que cualquier cambio en cualquiera de ellos altera el resto de los subsistemas y, por supuesto, el sistema global –el orden internacional–. Y la guerra de Ucrania, tanto su inicio como su continuidad y prolongación, es un cambio no menor que afecta de forma considerable a este sistema.