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En el presente estudio, el autor logra analizar con elevada claridad la racionalidad económica que ha llevado al ascenso y descenso de las culturas humanas desde los tiempos más antiguos, con la finalidad de poder vislumbrar mejor una racionalidad económica alternativa al futuro, al brindar una opción diferente, no solo del neoliberalismo en particular sino, asimismo, del capitalismo en general. La tesis central del libro es el encuentro, en el fin del capita lismo, del retorno a la historia y la recuperación de la mirada utópica hacia el futuro. En este sentido, la obra constituye una excelente contraposición a la tesis de Fukuyama al considerar el fin del socialismo real como el fin de la historia mediante la condena de la humanidad a la cadena perpetua del neoliberalismo, sin posibilidad de ver otra utopía que el propio neoliberalismo.
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Seitenzahl: 331
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Edición:Pilar M. Jiménez Castro
Diseño del perfil de la colección: RAFAEL LAGO SARICHEV
Diseñadora de cubierta:Lilia Díaz González
Composición: ENRIQUE HERNÁNDEZ GÓMEZ
Correción: DENISE OCAMPO ALVAREZ
Imagen en cubierta:Prefete Duffaut- La ciudad de Jacmel imaginada.
Obra perteneciente a la Colección Arte de Nuestra América Haydée Santamaría de la Casa de las Américas
© Wim Dierckxsens, 2012
© Sobre la presente edición:
Ruth Casa Editorial, 2021
ISBN 9789962645924
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Colección ALBA BICENTENARIO
Ruth Casa Editorial
Calle 38 y ave. Cuba, edif. Los Cristales, oficina no. 6
apdo. 2235, zona 9A, Panamá
www.ruthcasaeditorial.org
www.ruthtienda.com
Presentación
Introducción
1. El carácter transitorio de la historia
2. La mirada hacia el futuro de la humanidad a partir de su pasado
3. Trabajo productivo e improductivo en la transición histórica
Capítulo I
Raíces históricas del proceso de liberación de la Humanidad
1. La libertad relativa frente a la naturaleza, a partir del Bien Común
2. La libertad relativa de apartarse del Bien Común
Capítulo II
Liberación histórica del individuo a costa del Bien Común
1. Individualidad sin libertad o negación absoluta de la libertad como persona
2. Negación de la negación absoluta de la libertad como persona
Capítulo III
La transición a la individualidad con libertad como persona
Capítulo IV
Sociedad a partir de individualidad en la modernidad
1. El renacimiento de la economía de mercado y la libertad individual enajenada
2. Liberalismo y proteccionismo: unidad contraria de sociedad a partir de individualidad
3. La internacionalización de la unidad de contrarios a partir del mercado mundial
4. La internacionalización de la lucha de los contrarios con las crisis capitalistas
Capítulo V
Sociedad desde la individualidad o individualidad sin sociedad
1. Choque de intereses privados, y entre particularidad y totalidad en la escala mundial
2. Mundialización de la contradicción entre lo particular y lo social
Capítulo VI
Individualidad sin sociedad vs. Sociedad sin individualidad
1. La batalla por el mercado y la confrontación entre particularidad y totalidad
2. Mediación entre particularidad y totalidad, y la supeditación del plan al mercado
Capítulo VII
Los límites de la individualidad sin sociedad
1. La planificación de Estados privados y la repartición del mercado mundial
2. Las contradicciones en la planificación privada sin ciudadanía
Capítulo VIII
La utopía: Individualidad a partir de una sociedad liberadora
1. La inversión de la modernidad: individualidad a partir de sociedad
2. Libertad individual y libertad ante la naturaleza, a partir de sociedad
3. Libertad en sociedad, a partir de una sociedad liberadora
4. Hacia un bienestar genuino con plenitud de vida
Bibliografía
Datos de autor
En el presente estudio, el autor logra analizar con elevada claridad la racionalidad económica que ha llevado al ascenso y descenso de las culturas humanas desde los tiempos más antiguos, con la finalidad de poder vislumbrar mejor una racionalidad económica alternativa al futuro, al brindar una opción diferente, no solo del neoliberalismo en particular sino, asimismo, del capitalismo en general. La tesis central del libro es el encuentro, en el fin del capitalismo, del retorno a la historia y la recuperación de la mirada utópica hacia el futuro. En este sentido, la obra constituye una excelente contraposición a la tesis de Fukuyama al considerar el fin del socialismo real como el fin de la historia mediante la condena de la humanidad a la cadena perpetua del neoliberalismo, sin posibilidad de ver otra utopía que el propio neoliberalismo.
En su libro, Dierxcksens —al señalar los alcances y visibilizar los límites del neoliberalismo— recupera una visión con esperanza y consigue trazar los primeros rasgos de una utopía. Ya en los años noventa, logra señalar en forma nítida los límites de una racionalidad económica propia de la globalización, señalando con anticipación la crisis bursátil y financiera en el nivel internacional, el desenlace de un nuevo conflicto bélico por el reparto del mercado mundial, el latente peligro del neofascismo y las primeras ideas en torno a una racionalidad económica alternativa. En este sentido, es algo irónico que se constaten los efectos del capitalismo mundializado que dibuja Marx, comprobables al conmemorarse en 1998 el aniversario 150 del Manifiesto Comunista y cuando el marxismo ya casi no encuentra partidarios.
A partir de ese estudio, el autor se vincula como investigador al Foro Mundial de Alternativas y participa en ese contexto, en 1999, en “El otro Davos”, que después, junto con otras iniciativas paralelas, desemboca en el Foro Social Mundial. Desde entonces, escribe textos sobre racionalidad económica alternativa, es decir, sobre la utopía de que otro mundo es posible con una visión de nivel macroeconómico. Se puede mencionar aquí el libro Del neoliberalismo al poscapitalismo, editado por el DEI en Costa Rica, así como La transición al postcapitalismo: el socialismo del sigloxxi y varios artículos publicados en la revista LeMonde Diplomatique en español, de ediciones Desde Abajo en Colombia.
En el presente libro, sin embargo, Wim Dierxksens consigue mostrar que la transición de una racionalidad económica a otra como un todo, en la historia de la humanidad, brinda elementos muy reveladores no solo sobre el desenlace de la racionalidad vigente sino también y, especialmente, sobre la racionalidad económica futura a la que podemos aspirar. Para alcanzar una mirada hacia el futuro, con notable visión, el autor logra trazar expectativas a partir del pasado. Es desde este enfoque como él alcanza a visualizar la utopía de otro mundo posible, perspectiva que andaba bastante perdida desde la caída del Muro de Berlín y que se recuperó, sobre todo desde el año 2007, después de la caída de Wall Street. El libro nos presenta un reencuentro con la utopía a partir de un proyecto de cambio civilizatorio posible y necesario. La franca mirada hacia el futuro solo fue posible por conocer más a fondo lo que hay detrás de la transitoriedad de la historia. Sin duda, esta obra alimentará la discusión sobre alternativas al capitalismo, discusión que mantendrá gran actualidad por un buen tiempo a partir de la honda crisis sistémica de este momento histórico.
Fue algo irónico tener que constatar, al conmemorarse el aniversario 150 del Manifiesto Comunista, que los efectos de un capitalismo mundializado dibujado por Marx y Engels hace más de siglo y medio parecían comprobarse cuando el marxismo ya casi no encontraba partidarios. Tras una década de la desintegración de la Unión Soviética y el bloque socialista, el triunfante pensamiento único y neoliberal entró en crisis y, con ello, no solo el neoliberalismo vigente, sino que hasta peligró la propia e imperante racionalidad capitalista. Hoy, cobra de nuevo presencia la tesis clásica de Marx sobre las relaciones sociales de producción, las fuerzas productivas y la conciencia de estas, las que pueden y deben entrar en contradicción al interior de sí mismas. Hay suficiente evidencia de que el capitalismo ha llegado a una fase tal de desarrollo en el cual las fuerzas productivas sociales contradicen las relaciones sociales de producción vigentes. De modo que al aumentar la productividad del trabajo, las relaciones capitalistas se manifiestan cada vez más como trabas suyas.
La tesis central de este estudio sobre la racionalidad económica del capitalismo adquiere bajo el pretexto del neoliberalismo no solo una dimensión mundial sin precedentes, sino que, además, entra en una crisis sin aparente solución al demostrar que las actuales relaciones de producción amenazan no solo a las propias fuerzas naturales sino, asimismo, impiden un mayor desarrollo de las fuerzas productivas sociales. En otras palabras, la racionalidad del capitalismo se encuentra en crisis, de acuerdo con la máximización de la tasa de beneficio a partir de la competencia entre capitales privados; de esta forma, la maximización de la tasa de ganancia está en dependencia del desarrollo de las fuerzas productivas sociales más que de cualquier otra cosa. La innovación tecnológica cada vez más acelerada y la sustitución sin cesar de unos productos tecnológicos por otros más nuevos han sido el motor de la competencia en todas las fases del capitalismo, sobre todo durante el último medio siglo.
Desde esta lógica competitiva, la vida media de los productos se acorta sin cesar. La reproducción del capital se acelera y ha superado la velocidad de reproducción de las fuerzas naturales, lo que ha puesto en peligro la reproducción de estas fuerzas. De forma simultánea, la vida media de la tecnología desciende a tal punto que el costo de la innovación tecnológica en el ámbito productivo progresa geométricamente. Cada una de estas innovaciones implica una reducción en el costo laboral; mientras que este costo aumente a menor velocidad que el ahorro del costo del trabajo inherente a la nueva tecnología, la tasa de ganancia tenderá al alza en el ámbito productivo. Si sucede lo contrario, la tasa de beneficio tenderá a la baja. La primera tendencia prevaleció en la posguerra hasta finales de los sesenta; después, predominó la segunda.
Durante el capitalismo, la tendencia a la disminución de la tasa de ganancia no es un fenómeno nuevo. En toda la historia del capitalismo, la evolución de la tasa de ganancia se ha dado de manera cíclica. Después de cada ciclo de baja, ha surgido un ciclo nuevo en el cual esa tasa de beneficio asciende otra vez. Los períodos de realce de la tasa de ganancia se caracterizan por una fase expansiva de la producción de mercancías y servicios y al contrario sucede en los períodos cuando baja la tasa de beneficio, los que se caracterizan por una concentración de la riqueza ya existente en manos de los capitales más fuertes. La inversión en la concentración de esta riqueza conduce a la contracción económica, es decir, genera un período de recesión. La fe de los defensores del sistema apunta a que el capitalismo se saldrá una vez más con la suya a partir de otra fase expansiva de la producción. Para estos partidarios, habrá pronto un nuevo y expansivo ciclo económico para el capital. Esta tesis se basa simplemente en la convicción de que el capital ha logrado siempre salir airoso y, por lo tanto, lo conseguirá de nuevo. Estas tesis son subjetivas, nada objetivo vislumbra tal realce del capital productivo.
Es nuestra tesis que la reducción de la vida media de los productos en general y de la tecnología en particular ha llegado a tal punto que no es posible seguir compitiendo con una vida útil tan corta. Recortar aún más la vida media de la tecnología no hace más que elevar los costos de innovación en forma geométrica, sin posibilidades de reducir en igual forma los costos del trabajo. El resultado es el inevitable descenso en la tasa de ganancia. El derroche tecnológico funciona como si las fuerzas productivas sociales se hubiesen desarrollado menos. Por el contenido, se sustituye a velocidad creciente la riqueza material ya existente. Esta sustitución cada vez más veloz de la tecnología permite al capital, sin embargo, subir su tasa de beneficio. El capital verá en ese derroche de riqueza material la esencia de la creación de tal riqueza. Cuando, no obstante, la velocidad de la sustitución tecnológica llega a tal grado que ya es imposible bajar en la misma medida el costo laboral, la innovación tecnológica choca con la racionalidad del capital. La propia conservación de la tecnología resta dinámica a la velocidad de la acumulación. Seguir acortando la vida media de la tecnología deteriora también la tasa de ganancia. Ahí está precisamente la contradicción: la propia relación de producción ya no brinda oportunidad de elevar más todavía el desarrollo de las fuerzas productivas sociales materiales.
La sustitución cada vez más acelerada de los productos en general y de la tecnología en particular constituye, entonces, una amenaza no solamente para la reproducción de la naturaleza sino incluso, también, para la reproducción de la propia racionalidad capitalista. Seguir produciendo a partir de una permanente aceleración en la innovación tecnológica deja de ser una ventaja competitiva. La tendencia a la baja de la tasa de beneficio se debe a la baja de la productividad del trabajo provocada por la innovación tecnológica cada vez más acelerada. Conservar los productos en general y la tecnología en particular por más tiempo tiende a dar una mayor productividad de trabajo pero limita la relación competitiva. Ante la baja de la tasa de ganancia, no hay otra salida que prolongar la vida media de los productos. Con esta inversión de las cosas, empero, se altera la racionalidad del sistema. Entrar en esa nueva contradicción supone una crisis para la racionalidad capitalista pero, en manera alguna, para la humanidad. En la actualidad, al capital le queda la opción de luchar por posponer al máximo el cambio en la racionalidad económica aunque no puede evitarla.
La tasa de ganancia ha oscilado durante toda la historia del capitalismo. Más allá de las oscilaciones coyunturales y de corta duración, hay otras ondas de mayor permanencia; las últimas surgen a partir de la baja más o menos prolongada de la tasa de ganancia en el ámbito productivo y, en tal coyuntura, el gran capital huye de esta esfera hacia el ámbito redistributivo. En vez de invertir en la generación de nueva riqueza con una tasa de beneficio menor, el capital invierte en la repartición de los mercados establecidos con una concentración de la riqueza ya existente. Los ciclos improductivos merecen atención especial de estudio. Su evolución no solo tiene dimensiones temporales sino espaciales. Históricamente, en primera instancia, estas crisis han sido propias de unos sectores en un solo país, aunque estas adquieren un carácter internacional cuando el capitalismo se expande a través de diversos sectores económicos y en más naciones del mundo. En el capitalismo, los grandes ciclos económicos se tornan más puntiagudos, más prolongados y más vastos en el espacio. Hoy día nos encontramos ante una crisis global que involucra al mundo entero.
El período del imperialismo de finales del siglo xix, que desembocó en la primera guerra mundial, la crisis de los años treinta y la segunda gran guerra se caracterizó por un episodio prolongado y crítico de capital improductivo. Desde finales de los sesenta y principios de los setenta del siglo xx, estamos otra vez en un período dominado por el capital improductivo. La repartición de la riqueza y de los mercados ya existentes durante el período del imperialismo condujo a la gran crisis económica de los treinta, así como a las dos conflagraciones mundiales. Con el keynesianismo, después de la segunda guerra mundial, se volvió a producir riqueza a partir de cada nación. Se aprendió que para poder repartir debe haber, al menos temporalmente, nueva generación de riqueza en cada país. Es en ese período de la posguerra cuando disminuye como nunca antes la vida media de los productos en general y de la tecnología en especial. En su primera fase, la tasa de ganancia se realza al expandir la producción a costa de la disminución de la vida media de los productos. En un segundo momento, la tasa de ganancia tiende a bajar al acortarse la vida media de la tecnología, a tal extremo que la innovación tecnológica se torna desventaja competitiva.
Con el neoliberalismo, se desarrolla una nueva fase de concentración de la riqueza y esta vez a escala mundial. Invertir en la concentración de la riqueza mundial ya existente en cada vez menos manos implica salvar la ganancia del gran capital a costa de la pérdida de dinámica en el ámbito productivo. La exclusión y la pérdida de ingresos de los más humildes en el mundo son una consecuencia lógica. La demanda global se contrae y la recesión económica resulta inevitable secuela. Mientras el mercado mundial se encuentra repartido entre los grandes capitales y a la vez la recesión económica golpea, se agotan todas las posibilidades de ganar. No hay salida de acumulación por crecimiento ni por la redistribución de la riqueza conocida. En un mundo así no hay lugar para todos ni para todo gran capital. En tal contexto, surge un nuevo imperialismo mundial. Cualquier redistribución del mercado implica, a partir de entonces, una creciente confrontación entre las potencias y los capitales más poderosos. Este conflicto extraeconómico no hace más que acentuar el reparto del mundo a costa del ámbito productivo y los ingresos de crecientes mayorías, y por ende también de la capacidad de consumo en el mundo entero. Con ello se acentuará una recesión mundial, en cuyo caso, cada vez más vasta y profunda, no se salvarán el país ni el capital triunfante. La única victoria de este será haber sido el último perdedor. La guerra solo empeorará las cosas. El retorno a la inversión productiva se convierte en una renovada necesidad histórica. Sin ella, no hay salvación ni para el gran capital triunfante.
Acumular a partir de la concentración progresiva de la riqueza existente no hace más que contraerla. Acumular a partir de un reparto de riqueza en declive supone una tarea cada vez más agresiva y que brinda perspectivas crecientemente peores hasta para los triunfadores. Una depresión en escala global, en otras palabras, no brinda salvación ni para los países más fuertes ni para las empresas más exitosas. Es más, aquellos países y empresas que mayor éxito tengan en la conquista del mercado mundial, sufrirán al fin de cuentas la mayor caída. Al contraerse la economía mundial, más se contrae el comercio mundial. La única salida en cada localidad es fomentar la economía y demanda internas, en virtud de la demanda externa. Al contraerse el comercio internacional, las multinacionales sufrirán más que nadie. El colapso de las “torres gemelas” WorldCom y Enron constituyen en este sentido apenas la punta del iceberg del colapso económico de las grandes transnacionales. Una repartición de los mercados existentes a partir de la fuerza militar puede salvar de la recesión a una nación, con el costo de todo su entorno. Pero, repetimos, al deteriorarse su entorno entero, no hay salvación ni para la nación triunfante.
Para evitar un colapso total de la economía mundial y con ello del propio capital, el último tendrá que, a toda costa, volver al ámbito productivo. Al contraerse el pastel existente, no hay otra salida que volver a hacer pastel para poder acumular. Sin embargo, solo se podrá acumular en esta esfera productiva si el capital logra realzar la tasa de ganancia en ese ámbito. Al acortarse la vida media de la tecnología a los límites históricos posibles, el capital se ve imposibilitado como capital de estímulo para el espacio productivo. Un retorno del capital a este, en otras palabras, es imposible sin alargar la vida media de la propia tecnología, abortando su propia racionalidad. Mientras el capitalismo se aferra a la redistribución cada vez más agresiva de los mercados, el capitalismo se hundirá más todavía. La única salida consiste en prolongar la vida de la tecnología y por tanto de los productos en general. Con esa política se puede salvar la ganancia en lo inmediato pero no a mediano plazo.
Al aumentar la vida media de los productos en general y de la tecnología en particular, la inversión se vuelve inmediatamente más rentable. La reproducción económica adquiere carácter más pausado y permite ponerse en armonía con la reproducción de las fuerzas naturales, es decir, se torna más sostenible. Sin embargo, al disminuir la rotación del capital a partir de la prolongación del tiempo útil de los productos, habrá a la vez una contracción en la producción de valor en el Norte. Las oportunidades de (re)inversión de capital en el ámbito productivo disminuyen, y con ello las oportunidades de ganancia. Al duplicarse, por ejemplo, la vida media de los productos, se reduce a la mitad la creación de riqueza nueva, así como el trabajo necesario para ello. La única salida para la revalorización del dinero sería su movilización hacia la inversión productiva en el Sur. Un mayor bienestar genuino se adquiere en el Sur al ampliarse la producción en función de necesidades descubiertas. Al duplicarse la vida media de los productos, puede reducirse el trabajo necesario en el Norte. La nueva riqueza económica anualmente generada puede limitarse a la mitad, sin pérdida de bienestar genuino. Este proceso libera al ser humano del trabajo necesario para su sostén diario, en vez de ponerle la cadena perpetua.
Si la riqueza nueva que se genera anualmente se reduce a la mitad en el Norte, a partir de entonces, lo que sobra es el dinero como capital. Para no perder su valor futuro, ese dinero ha de migrar productivamente hacia el Sur. Solo en la medida en que el dinero liberado en el Norte se vincule con la producción en el Sur, no se desvaloriza. Aquí surge una especie de solidaridad inevitable entre ambos polos. Aumentarán el trabajo productivo y el ingreso generado en el Sur, al tiempo que disminuyan en el Norte. El resultado será una equiparación rápida del ingreso por dos vías. La cooperación internacional consistirá en la obligada vinculación de la economía de lo suficiente en el Norte con la economía de lo necesario en el Sur. Esta solidaridad inevitable entre Norte y Sur constituye la única salida para el Norte con miras a que el poder adquisitivo no se esfume al instante. A la larga, no obstante, el dinero perderá toda función de acumulación y se reducirá cada vez más a su función original de medio de cambio de valores equivalentes.
Conforme se prolonga la vida de los productos y de la tecnología, la innovación deja de ser el motor de la competencia. Entonces, el conocimiento puede proclamarse como patrimonio de la humanidad. La salida obligada a la prolongación de la vida media de los productos y de la tecnología limita la reinversión o acumulación en el Norte y obliga a invertir dinero y conocimiento en el Sur; con el traslado de estos dos al ámbito productivo se alzan en forma acelerada la inclusión y el ingreso en el Sur. Si aún existe alguna base para la competencia, es a partir de la calidad de los productos. Si la economía de lo suficiente se desarrolla todavía más que la economía de lo necesario, más sostenible será la reproducción de las fuerzas naturales, así como menos sostenible la reproducción de dinero como capital. A partir de entonces, se perderá toda posibilidad de acumular dinero. En otras palabras, altera la racionalidad económica en sus raíces al tratar de salvarla. En medio de la muerte lenta de una racionalidad vigente, nacen y se desarrollan la conciencia y la posibilidad simultánea de implementar nuevas relaciones sociales de producción que ya no parten de la competencia sino de la solidaridad inevitable. Nace el reencuentro con la utopía y se desarrolla en medio de ese movimiento contradictorio.
Para poder imaginarnos mejor cómo pudiera ser el futuro de la humanidad bajo otra racionalidad económica, ayuda conocer mejor la historia. La historia de la racionalidad económica de la humanidad como un todo puede brindarnos elementos importantes sobre la racionalidad económica venidera. Es otra tesis clásica de Marx que las nuevas relaciones de producción que emerjan sobre las anteriores serán más desarrolladas que las últimas. Este mayor desarrollo de las nuevas relaciones de producción respecto a las antiguas se caracterizaría por un mayor grado de libertad de la especie humana, libertad creciente que se presenta en dos sentidos: una liberación relativa de nuestra especie frente a las fuerzas naturales, y otra, relativa a los propios seres humanos y sus lazos comunitarios.
Marx toca esta perspectiva histórica en La ideología alemana (1974, Cultura Popular, México) pero la desarrolla en su obra Grundrisse (1971, tomo I, Siglo xxi, México), cuando se refiere a los diferentes modos de producción que caracterizan en abstracto la historia de la humanidad. El autor parte de la comunidad primitiva, en que impera el comunismo obligado por la falta de desarrollo de las fuerzas productivas sociales; sigue con el modo de producción tributario, para revelar la libertad relativa de los seres humanos de entablar relaciones sociales de producción a partir de una división social del trabajo. La liberación de los seres humanos respecto de las fuerzas naturales, a partir de esa división social de trabajo, libera a los seres humanos de entablar relaciones más allá de lo comunal. Esta libertad de la especie humana de las relaciones comunales no implica aún una mayor libertad de los seres humanos como personas. La negación absoluta de esta ha sido más bien la realidad histórica con el origen de la esclavitud. Al pasar la mirada sobre los modos de producción esclavista y feudal, la relación de explotación revela un carácter individual de esta y revela igualmente la creciente libertad de los humanos como seres explotados. El próximo salto cualitativo que se concibe en la historia es la utopía de una sociedad liberadora.
Marx recorre la historia en abstracto para encontrar leyes económicas que proyectan el futuro de la humanidad más allá del modo de producción capitalista. Luego del capitalismo, se percibe la tendencia hacia una sociedad liberadora. Se vislumbra un nuevo comunismo que se distingue del primitivo por el pleno desarrollo de las fuerzas productivas sociales y en que los seres humanos logran el máximo grado de libertad como personas. El socialismo real que imperó en la historia reciente se vislumbra como la negación absoluta de la economía de mercado. Al sustituir el mercado total por la planificación total, la nueva sociedad resulta sistémica y no liberadora. Si bien se inspira en esta utopía, no coincide con esta. El fin del socialismo real no ha significado el fin de las utopías, como reivindica Fukuyama (1995). La utopía no ha muerto; lo que en realidad ha muerto es la utopía neoliberal. A 150 años de los escritos de Marx, la utopía se revela como posibilidad y necesidad históricas ante la crisis actual del neoliberalismo. Para desarrollar una mayor capacidad de proyección hacia la racionalidad económica futura, es necesario ubicar al capitalismo como un eslabón más en la historia de la humanidad; así, cuando se quiera entender un futuro salto cualitativo, es apropiado entender los saltos cualitativos del pasado. Sin tomar esta distancia de la actualidad, no es posible imaginar ese paso hacia el futuro. Una mirada más allá del capitalismo y allende la modernidad implica entender la racionalidad económica cambiante en la historia.
El proceso de liberación relativa de los seres humanos frente a la naturaleza y de los seres humanos entre sí se encuentra en el centro del análisis de la historia de Marx. El autor percibe la posibilidad de una libertad de la humanidad en relación con la naturaleza más allá de la dominación de esta, y la simultánea relación social entre los seres humanos más allá de la explotación. Ese comunismo sería el punto culminante en la historia de la humanidad. El comunismo primitivo sería su punto de arranque. Debido a la muy limitada libertad de la especie humana frente a las fuerzas naturales, la historia de ella se inicia con un desarrollo muy fuerte de los lazos comunales. Las relaciones comunitarias se presentan como la primera gran fuerza productiva para que en forma primitiva la especie humana comience a moldear la naturaleza externa, para satisfacer así sus necesidades; al moldearla, el ser humano también cambia su propia naturaleza. A partir de la restringida libertad de la especie humana frente a las fuerzas naturales, hay una limitada libertad de los seres humanos de liberarse de los lazos comunitarios. Se es individuo solo en tanto se es miembro de una comunidad. La individualidad solo existe a partir de la sociedad, y no al revés. El Bien Común es inmediatamente interés individual. No hay posibilidad de contradicción estructural entre los dos.
A partir de la liberación relativa de la humanidad respecto de las fuerzas naturales, es concebible la liberación igualmente relativa de los individuos de sus lazos comunitarios. Esta liberación del ser individual no necesariamente conlleva una relación armoniosa entre los seres humanos; más bien su contrario suele darse en la historia. La historia muestra que la liberación relativa de los seres humanos de las fuerzas naturales, libera a la humanidad de la necesidad de vivir en comunidad y de vivir como ser solidario. Esta liberación crea, entonces, las condiciones objetivas para la explotación de unos seres humanos por otros. Tampoco a partir de entonces la historia de la humanidad puede entenderse como la sucesión simple de una forma de explotación por otra. Marx detecta en la historia de las formas de explotación del hombre por el hombre una tendencia hacia una sociedad liberadora que no solo libera a los seres humanos de las relaciones de explotación sino también a las fuerzas naturales de tal relación de dominación.
En el modo de producción tributario (o el mal llamado modo de producción asiático), los lazos comunitarios, en vez de disolverse, se reafirman en una escala mayor mediante una división social de trabajo. Solo mediante esa cooperación socializada y más vasta, la humanidad logra controlar las fuerzas naturales. A partir de grandes obras productivas, los lazos comunitarios se tornan más complejos. La división de trabajo entre intelectual y ejecutivo, desarrollado por una comunidad superior, por un lado, y el trabajo manual y operativo de comunidades inferiores, por el otro, son muestra monumental del dominio de la humanidad sobre las fuerzas naturales. En estas formaciones sociales no hay lugar para el pleno desarrollo de la individualidad. No hay ni posibilidad de un desarrollo de intereses privados individuales que distan de intereses comunitarios. A partir de la división social de trabajo entre comunidad superior y comunidades inferiores, sin embargo, el Bien Común de la sociedad, como la unidad de las comunidades, no es manifiesto de inmediato. El Bien Común se deriva indirecta y únicamente a partir del resultado obtenido de dicha división social de trabajo.
El resultado positivo que se deriva de la división del trabajo se expresa a partir del desarrollo de la productividad del trabajo. El aumento de la productividad legitima la división del trabajo, mientras la baja crónica genera una crisis de legitimidad. La división social del trabajo entre las comunidades inferiores, por un lado, y la superior, por el otro, brindan la posibilidad de un gradual choque de intereses al interior de la sociedad. Las grandes obras del culto en las sociedades teocráticas permiten a la comunidad superior extraer excedentes de las comunidades de base. En tanto que ese excedente apropiado por la comunidad superior no amplía la base productiva de las comunidades inferiores, la comunidad superior se manifiesta como improductiva. La consecuencia es un deterioro en la base productiva de la sociedad como un todo. La división del trabajo existente pierde legitimidad, y con ella la presencia de la comunidad superior. Surge un choque entre el interés privativo de la comunidad superior y los intereses de comunidades de base. Ese choque, en otras palabras, guarda aún un carácter comunitario. La explotación del hombre por el hombre no escapa aún a los lazos comunitarios. La libertad de los seres humanos de relacionarse entre sí al interior de la sociedad, más allá de los lazos de solidaridad, ha permitido la explotación. La forma de explotación, sin embargo, no se libera aún de los lazos comunales.
La historia posterior de las formaciones precapitalistas revela que la relación de explotación se libera de los lazos comunitarios. La individualización de las relaciones sociales coincide con la individualización de las relaciones de explotación. Para este estudio histórico-antropológico (Dierckxsens, 1983) se toman autores como Anderson, Bartra, Dobb, Duby, Godelier, Hobsbawn, Huberman, Kautsky, Pirenne y Terray, entre otros. A partir de ahí, se traza la racionalidad económica de cada modo de producción a través de la historia, para poder hacer mejores proyecciones futuras. Las leyes económicas tras cada modo de producción brindan las tendencias necesarias de ello. El estudio comparativo revela tendencias en la historia de la humanidad.
En la esclavitud, los lazos sociales de explotación entre los seres humanos dejan de tener amarres comunales y se tornan individuales. Los intereses antagónicos se revelan a partir de entonces como intereses de clase. El nacimiento de la individualidad en la relación amo-esclavo implica la simultánea afirmación y negación de la libertad como persona. En esa relación es imposible la conciliación de intereses, que son abiertamente antagónicos. En la esclavitud no es posible concebir un Bien Común. El interés de uno es la negación absoluta del interés del otro. Es una sociedad que niega toda posibilidad de desarrollo de la individualidad de los explotados. El esclavo, en tanto individuo, se reduce a la categoría de instrumento de trabajo; a una fuerza productiva social material. Sobre la base de una privación total de libertad como persona, no es posible concebir la voluntad subjetiva para que el esclavo desarrolle las demás fuerzas sociales productivas. La relación social misma, en otras palabras, limita el desarrollo de todas las demás fuerzas sociales productivas. La relación de producción en sí señala su propio límite.
La evolución de la relación feudal, a partir de la renta en trabajo, por la vía de la renta en especie hacia la renta en dinero, revela la progresiva libertad del individuo explotado como persona. Con esta progresiva libertad como persona, la relación de explotación se torna menos explícita. En la renta en trabajo, queda explícita la separación entre el trabajo para sí y el trabajo para el otro. La relación de explotación requiere aún ciertos mecanismos extraeconómicos para atar el siervo a las tierras del señor. La libertad como persona, en otras palabras, se encuentra limitada. En la renta en especie, el siervo trabaja toda la tierra como si fuera suya, ya que el producto del trabajo aparece como para sí. Aunque sabe que del producto de su trabajo debe pagar una renta en especie al señor, la relación subjetiva con los medios de producción es otra. La distinción entre trabajo para sí y trabajo ajeno se hace más abstracta.
La renta en especie se ha desarrollado a partir de la colonización de tierras nuevas y más lejanas. La colonización misma requería un mayor grado de libertad individual, y la lejanía entre siervo y señor hacía contraproducente el cobro de la renta en trabajo. Con la renta en especie nace la división social del trabajo entre los siervos: unos se especializan en unos productos y otros en artículos diferentes, a partir de lo cual el señor desarrolla el comercio, con el cual surgen los gremios respectivos. Luego se da la especialización en artesanías, y surge la ciudad, liberada de los lazos señoriales. Desde entonces se desarrolla la economía de mercado. Con la introducción de la renta en dinero, el señor se libera de los vaivenes del mercado y con ello nace el campesino liberado de los lazos feudales. Libre como persona, el campesino vende el producto de su trabajo en el mercado, pero le debe una renta en dinero al señor por el uso de tierra ajena. El señor feudal adquiere a partir de entonces un papel netamente improductivo en la economía de mercado.
En la relación como campesino libre que alquila la tierra monopolizada por la clase improductiva, cambia la relación de explotación. Existe una relación subjetiva más o menos favorable entre trabajo para sí y trabajo ajeno. El resultado entre ambos depende a partir de ahora de los resultados que obtiene el campesino en el mercado. La relación entre trabajo para sí y trabajo ajeno se vuelve aún más abstracto, hecho que torna más invisible la relación de explotación. Con el capitalismo, la relación de explotación adquiere una manifestación todavía más abstracta; en el nivel subjetivo, es el opuesto de la esclavitud. El individuo, como asalariado libre de todo medio de producción, es libre y al mismo tiempo está obligado a vender su fuerza de trabajo. Ante los ojos del asalariado, se siente no solo libre como persona sino también para vender su trabajo donde sea. En esencia, sin embargo, solo vende su fuerza de trabajo y no su trabajo. Subjetivamente parece libre y objetivamente se halla en una situación de nueva explotación. Está libre o privado de todo medio de producción para trabajar, y obligado a vender su fuerza de trabajo a los dueños monopólicos de los medios de producción.
Al esclavo le parecía que todo trabajo que hacía era trabajo pa- ra otro. No percibía ni su propio mantenimiento como un trabajo para sí. Debido a esta subjetivización, trabajaba solo bajo la amenaza de la fuerza extraeconómica. En la relación capitalista sucede lo contrario. Al asalariado le parece que le pagan por su trabajo y no exclusivamente por el monto necesario para que reaparezca esa fuerza de trabajo en el mercado. Al asalariado todo le parece trabajo para sí y no percibe de dónde proviene el trabajo para el otro. Parece que los propios medios de producción trabajaran también y generaran ingreso para su dueño, y que las máquinas trabajaran y valiera más su trabajo que el de los obreros. Es animismo puro; la máxima forma de alienación vista en la historia a partir de una relación de explotación individual.
En el capitalismo, la sociedad construida parece el opuesto de la sociedad primitiva. La sociedad moderna parece construirse a partir de la individualidad. En una economía de mercado, el punto de partida es el interés individual. El resultado de los lazos comerciales se presenta como sociedad. Los intereses individuales aparecen como el punto de partida. Aparentemente, la sociedad se construye a partir de la individualidad y no al revés. Esta concepción de sociedad constituye la antítesis del concepto de sociedad en la comunidad primitiva. La crisis del capitalismo no solo es la crisis de una racionalidad económica sino también la crisis de la modernidad al no lograr la construcción de sociedad a partir de intereses individuales. El capitalismo, en toda su historia, revela una crisis permanente en su totalidad por construir sociedad a partir de intereses individuales. Estas crisis periódicas de la sociedad se manifiestan en particular durante los grandes ciclos económicos. Con la expansión del capital privado en cada vez más sectores y países, la crisis se internacionaliza hasta desembocar en una crisis de la sociedad capitalista mundial. La construcción de la sociedad a partir de intereses individuales en una economía global revelará, a partir de la actual crisis, que solo es posible realizar mi interés individual en tanto que me solidarice con el otro. La solidaridad se torna inevitable.
La tendencia a la negación del interés privado se reveló con el nacimiento del socialismo real. En medio de la primera guerra por el reparto del mercado mundial, el capitalismo se redujo ante las potencias en disputa a partir del nacimiento del socialismo real. En la historia de la humanidad, el socialismo real constituye una negación absoluta del interés privado a partir de la economía de mercado, es la negación de ese mercado total en beneficio del gran capital por una planificación centralizada en beneficio de la totalidad. Sin embargo, al definir el Bien Común en forma centralizada, sin participación real de la ciudadanía, la nueva sociedad construida tampoco puede desarrollarse en función de ella. El Bien Común de la sociedad se define a partir de un plan elaborado por la élite en el poder. El mercado total, en otras palabras, tiende a ser sustituido por el plan total. La absolutización del libre juego de mercado privilegia la persecución del interés privado a tal extremo que genera una crisis en la totalidad. El socialismo real invierte esa relación entre totalidad y particularidad, al supeditar por completo el interés privado al interés social. El Bien Común no se define a partir de la comunidad sino en el seno de la élite en el poder para ella misma. El resultado contradictorio es una sociedad basada en la planificación para la ciudadanía pero sin su real participación.
De la tal manera como en el modo de producción tributario la comunidad superior define en forma centralizada el Bien Común para las comunidades de base, lo hace el socialismo real. El modo de producción tributario constituyó la transición de una sociedad primitiva basada en la solidaridad necesaria hacia una sociedad basada en relaciones individuales de explotación. El socialismo real representa el retorno histórico de las relaciones individuales de explotación hacia una sociedad comunitaria basada en una nueva solidaridad inevitable. En el socialismo real se define el Bien Común en forma centralizadora para toda la ciudadanía. La tendencia de la historia futura será la definición del Bien Común con real participación ciudadana a partir de una democracia radical.