La vía de la experiencia o la salida del laberinto - Juan Manuel Burgos - E-Book

La vía de la experiencia o la salida del laberinto E-Book

Juan Manuel Burgos

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Beschreibung

La postmodernidad plantea con clarividencia un problema, aunque no aporte soluciones. La razón se ha desestructurado, apagando las luces y sumiendo a Occidente en la oscuridad. Solo alcanzamos a ver un mundo fragmentado. ¿Es posible encontrar senderos dentro de ese laberinto? ¿Qué propuestas hay, qué alternativas? El autor, recurriendo a Lyotard, Ratzinger y Wojtyla, propone la vía de la experiencia. Una vía fundada en la integralidad de la persona, en su recorrido vital y en una inteligencia aliada con la corporalidad. Solo esta vía puede encender de nuevo la luz que oriente a Europa y la libre del camino involutivo al que parece destinada

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Veröffentlichungsjahr: 2018

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JUAN MANUEL BURGOS

LA VÍA DE LA EXPERIENCIA O LA SALIDA DEL LABERINTO

EDICIONES RIALP, S. A.

MADRID

© 2018 by JUAN MANUEL BURGOS

© 2018 by EDICIONES RIALP, S.A.

Colombia 63, 8º A - 28016 MADRID

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-5033-3

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

1.CAMINOS EN UN MUNDO FRAGMENTADO: JOSEPH RATZINGER VS. JEAN-FRANÇOIS LYOTARD

LA CONDICIÓN POSTMODERNA PARA JEAN-FRANÇOIS LYOTARD

LA AMPLIACIÓN DE LA RAZÓN COMO RESPUESTA A LA (POST) MODERNIDAD EN JOSEPH RATZINGER

2.UNA MIRADA ATRÁS

LA GNOSEOLOGÍA TRADICIONAL: REALISMO INCOMPLETO

LOS EMPIRISTAS Y KANT: ADENTRÁNDONOS EN EL LABERINTO

a) el agudo Hume

b) Kant, el constructor

LA FENOMENOLOGÍA: ¿EL PALACIO DE LOS REFLEJOS?

3.UN POSIBLE CAMINO: LA EXPERIENCIA INTEGRAL

LAS INTUICIONES DE KAROL Wojtyła

DE LAS INTUICIONES WOJTYLIANAS A LA EXPERIENCIA INTEGRAL

4. EXPERIMENTAR

LA EXPERIENCIA COMO ACTIVIDAD PERSONAL SIGNIFICATIVA

LA ESTRUCTURA ANTROPOLÓGICA DE LA EXPERIENCIA

LA ESTRUCTURA EPISTEMOLÓGICA DE LA EXPERIENCIA

a) Objetividad y subjetividad: el Puente Epistemológico

b) Inteligencia y sentidos: la ampliación del Puente

5. COMPRENDER

LA INDUCCIÓN: EN BUSCA DE LA UNIDAD DE SIGNIFICADO

INDAGAR, EXPLORAR

INTERPRETAR

INTERSUBJETIVACIÓN, EXPRESIÓN Y LENGUAJE

6. A CIENCIA CIERTA

ACTIVANDO LA TALADRADORA CRÍTICA

¿RUPTURA O CONTINUIDAD? LA COMPRENSIÓN CRÍTICA

¿CUÁNTO SABE LA CIENCIA?

7. FILOSOFÍA: EN BUSCA DEL SENTIDO

DE LA EXPERIENCIA AL FUNDAMENTO. DETENIENDO LA TALADRADORA CRÍTICA

HASTA EL INFINITO… Y MÁS ALLÁ. REFLEXIONES METAFÍSICAS

EN BUSCA DE LA INTEGRACIÓN: LA RED DEL SABER

8. ¿EPI-LOGO?

JUAN MANUEL BURGOS VELASCO

1.

CAMINOS EN UN MUNDO FRAGMENTADO: JOSEPH RATZINGER VS. JEAN-FRANÇOIS LYOTARD

LA POST-MODERNIDAD, ESTE DIFUSO movimiento que nos advierte con lucidez que nos encontramos en un cambio de época, pero que solo alcanza a definirse —al menos por ahora— de modo negativo, ha planteado con penetrante clarividencia una cuestión central: el problema de la verdad ante el ocaso de la racionalidad moderna. La Ilustración generó un proyecto fuerte de razón, con sus ilusiones y esperanzas, que impulsó durante siglos a la sociedad occidental. Se sabía qué era el hombre, en qué debía creer y qué debía esperar. Pero la desestructuración de la razón moderna, su debilitación, su auto-limitación, ha ido apagando poco a poco el mundo de las Luces y sumiendo a Occidente en una oscuridad en la que solo vemos tímidos destellos reflejados en los fragmentos de ese gran ideal resquebrajado. Fragmentación: esa parece ser la palabra clave en la epistemología posmoderna. Y, por tanto, razón débil, razón líquida, perspectivismo, relatividad de la verdad, micro-relatos y resignación. La orgullosa razón moderna reducida a una triste y humilde exploración del propio microcosmos con apenas esperanzas de alcanzar algo que puede aspirar al nombre solemne y antiguo de verdad.

¿Es esto todo lo que puede esperar el hombre de su mente en el siglo XXI o es posible encontrar aún senderos significativos en este mundo fragmentado? ¿Estamos condenados para siempre a la futilidad, a la superficialidad y al hundimiento en las Dunas de lo Efímero o existen posibilidades de descubrir un camino que nos saque del Laberinto de la Fragmentación y nos conduzca al Valle del Sentido, al menos de un cierto sentido, de una significación limitada pero consistente? ¿Hay salida de esta confusión en la que nos ha introducido, de manera paradójica, la lineal racionalidad moderna?

No cabe duda de que, si existe, este camino deberá ser nuevo. No parece factible que los caminos ya recorridos puedan conducirnos a la salida, pues son ellos los que nos han dirigido al Laberinto de la Fragmentación. Además, en la filosofía no hay vuelta atrás. Quien mira al pasado se convierte en estatua de sal. Las críticas nunca pueden ser anuladas, solo superadas. No queda otra, para salir del Laberinto, que encontrar una nueva vía que, consciente de todos los desajustes epistemológicos acontecidos hasta el momento, sea no solo capaz de identificarlos, algo relativamente fácil, sino de ofrecer una alternativa: un nuevo camino que recorrer y por el que avanzar dejando atrás el sendero que nunca se ha de volver a pisar. Este es el objetivo de este texto: presentar una nueva propuesta epistemológica, la experiencia integral, que se postula como una vía de salida de la fragmentación contemporánea, como un camino capaz de construir el sentido en un contexto de posmodernidad. Pero, antes de dar más pasos, hay que plantear el problema con mayor precisión y profundidad. Y, para ello, nada mejor que recurrir a dos análisis particularmente brillantes sobre la epistemología moderna y postmoderna, los realizados por Jean-François Lyotard y Joseph Ratzinger.

LA CONDICIÓN POSTMODERNA PARA JEAN-FRANÇOIS LYOTARD

Es conocido que La condición post-moderna[1], el famoso libro que Lyotard publicó en 1979, se ha convertido en uno de los iconos teóricos de la postmodernidad, en una especie de vademécum de esta corriente. Pero quizás es menos conocido que el origen de esta obra es un informe sobre la situación del saber que le fue solicitado por el Conseil des Universitès del gobierno de Quebec. De ahí el subtítulo de la obra: Informe sobre el saber. Y es que, en efecto, este es el tema del libro: una investigación sobre la situación del saber, la ciencia y el conocimiento a finales del siglo XX, momento en el que se toma nota, cada vez con más claridad, del ocaso del racionalismo moderno.

El análisis de Lyotard es realmente interesante. Trabajando en clave lingüística —una perspectiva sugerente pero que quizá ha perdido algo de peso en las décadas posteriores— distingue dos tipos de saberes fundamentales: el narrativo y el científico. El saber narrativo es la forma de conocimiento tradicional, antigua. Ha existido desde los comienzos de la humanidad, y posee la peculiaridad de proporcionar las claves explicativas de la existencia. Es el saber en el que se proponen las «formaciones positivas o negativas” (Bildungs), es decir, los modelos de referencia sociales. Y, para ello, necesita poseer una estructura compleja que admita una pluralidad de juegos del lenguaje. No es saber solo denotativo, como las ciencias, sino que admite muchas otras posibilidades: exhortación, mandato, normatividad, etc. Sucede, además, que los contenidos del saber narrativo se transmiten a través del mismo relato que, por eso, se auto-legitima; su justificación social no procede de ninguna institución exterior, sino de él mismo. Es, en definitiva, un saber performativo: la narración fundamenta la propia narración.

El segundo saber fundamental son las ciencias, con una capacidad enorme para incrementar el conocimiento pero que solo pueden jugar un único juego lingüístico, el denotativo: así son las cosas y así lo cuenta la ciencia. Por eso, su función social es limitada. El saber narrativo, por su capacidad de generar sentido, es capaz de construir un lazo social, un principio de comunidad. Pero esto no ocurre en el caso de las ciencias. No logran generar vínculos sociales, sino solo una profesión, la del científico, fruto del único juego lingüístico que son capaces de expresar: la denotación de lo existente. Y no hay autolegitimación. Al contrario, la legitimación es externa, establecida por una serie de reglas que hay enunciar, precisar y establecer: los requisitos del método científico.

El mundo contemporáneo ha apostado por la ciencia como saber paradigmático pero, para Lyotard, ambos saberes tienen su misión y su valor. No hay por qué rechazar uno u otro. Son como especies animales o vegetales diferentes: cada una posee sus propios rasgos, sin que la existencia de una tenga por qué implicar la inexistencia de otras o su eliminación. La actitud más abierta e inteligente sería la de admirar la diversidad y disfrutar de ella y con ella. Sin embargo, no es esto lo que sucede. La convivencia entre los saberes resulta conflictiva, aunque de modo asimétrico. El saber narrativo, más complejo y plural, tiende a aceptar la diversidad. No critica la existencia del saber científico ni busca suplantarle. Puede admitirlo como compañero sin sentir que debilita o cuestiona su identidad. Pero el saber científico, por el contrario, tiende a la unicidad, a la tiranía epistemológica, a presentarse como el único saber real. Busca deslegitimar a la narración y reducirla a mitos y fábulas sin valor. Y genera así la primera gran crítica a la posmodernidad: ser la causante de la pérdida del sentido, «dolerse porque el saber ya no sea principalmente narrativo». Pero, para Lyotard, «se trata de una inconsecuencia”[2] porque el saber científico no sustituye —o no debería sustituir— al narrativo.

Hasta aquí, el análisis de Lyotard podría considerarse interesante, pero no original. Son tesis conocidas. Pero Lyotard añade algo muy importante. Lo peculiar de la posmodernidad, nos dice, no es la sustitución del saber narrativo por el científico. Lo propiamente peculiar es la decadencia del macrorrelato, es decir, del proceso (lingüístico) social configurador del Sentido o, si se prefiere, del Macrosentido. Así como el relato genera el lazo social, el Macrorelato configura la estructura social creando el Macrosentido: de dónde venimos, quiénes somos, qué deseamos, a dónde vamos. Pero ocurre que el macrorelato ya no puede ser justificado.

En la reciente historia europea, el saber narrativo emitió un macrorelato justificador de, al menos, dos proyectos muy diferentes. El relato especulativo del idealismo alemán, centralizado y gestionado por la Universidad, que proponía un Sujeto-Vida intelectual regido por un sistema especulativo unitario de comprensión de la realidad (con Hegel como principal filósofo de referencia). Y el relato de Emancipación política en el que la humanidad ilustrada racionalista aparecía como el héroe y sujeto de la conquista de la libertad. Estos dos proyectos han desempeñado un papel decisivo en la configuración sociopolítica y cultural de la Europa contemporánea, pero ambos han acabado por ser deslegitimados. El relato del Sistema-sujeto ha fracasado ahogado por las asfixiantes brumas idealistas. Y el relato emancipador ha perecido a manos de la ciencia denotativa —que aborta cualquier elaboración de sentido— y sus propias contradicciones. Son sucesos recientes, anota Lyotard, por lo que es probable que todavía sintamos tristeza por su desaparición y nostalgia ante la pérdida del saber unitario o el enmudecimiento de los cantos por la libertad. Pero esto no es nuevo. Siempre ha sucedido porque la historia no se detiene. Un macrorrelato deja paso a otro, como las olas en la orilla, inagotables y siempre diversas.

Pero algo extraño ha acontecido. El mar parece haberse convertido en un lago inerte. La desaparición de la última ola no ha traído consigo ninguna otra; si acaso, algún tenue movimiento en la superficie, sutil y despreciable. En otros términos, la producción de macrorrelatos se ha detenido.

La razón (moderna), ha entrado en crisis. El análisis crítico y la posterior demolición de un proyecto tras otro, ha acabado por minar la confianza en la capacidad intrínseca de la razón narrativa para construir Macrorrelatos. Y la razón (moderna) se ha detenido. Esos (macro) relatos, simplemente, ya no son factibles; es decir, no son creíbles, lo que los destruye en cuanto macrorelatos. «El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya asignado: relato especulativo, relato de emancipación»[3]. Su momento ha pasado. La razón no da para tanto. «El recurso a los grandes relatos está excluido»[4]. La razón debe ser consciente de sus limitaciones y contentarse con lo que está a su alcance: los pequeños relatos o juegos del lenguaje. Una situación que, frente a juicios apresurados o agoreros, no es necesariamente dramática o catastrófica, sino sensato pragmatismo. «La nostalgia del relato perdido ha desaparecido por sí misma para la mayoría de la gente. De lo que no se sigue que estén entregados a la barbarie. Lo que se lo impide es saber que la legitimación no puede venir de otra parte que de su práctica lingüística y de su interacción comunicacional. Ante cualquier otra creencia, la ciencia ‘que se ríe para sus adentros’ les ha enseñado la ruda sobriedad del realismo»[5].

El macrorelato, en definitiva, no solo ha sido desacreditado, sino que no va a volver porque ya no es posible. Cualquier nueva creencia o construcción global solo podría ser propuesta hoy por ingenuos o por soberbios, ambos igualmente ignorantes y estúpidos. Y sería demolida como las anteriores por lo que no vale la pena intentarlo. No tendría Sentido. Ahora bien, sostiene Lyotard, esto no elimina completamente el saber narrativo porque la narración y el sentido (limitado ahora, contenido) siguen siendo necesarios, incluso para legitimar a uno de los principales artífices de la deconstrucción, la ciencia, incapaz de autolegitimarse y, por ello, carne de cañón para convertirse en mercancía al servicio del poder. Porque si la cuestión de la verdad se torna irrelevante, la ciencia será sustituida por un saber dónde la pregunta decisiva será: ¿para qué sirve?; y el único criterio de valor la eficiencia del sistema, la mejora de la relación input/ouptut.

Deslegitimado el saber racionalista, el saber constructor, ¿dónde fundaremos entonces las microlegitimidades? ¿Cómo daremos a la ciencia este sentido suprautilitarista? Esta es, sin duda, la parte más débil del análisis de Lyotard, que propone una fundamentación en la “paralogía”, a saber, en una nueva configuración de la ciencia de tipo no racionalista. Asumiendo los avances en la concepción de la ciencia de Kuhn, Popper, Gödel y otros, Lyotard entiende que la ciencia contemporánea ya no puede ser determinista al estilo Laplaciano. La complejidad y la libertad posmoderna también ha invadido los saberes científicos por lo que estos ya no pueden pretender ser poseedores, como antaño, de un saber axiomático con capacidad de predicción del futuro. El determinismo, incluso a nivel científico, ha dejado el paso a la indeterminación (Heisenberg) y se ha probado que los sistemas autoconsistentes no existen ni siquiera en el mundo matemático (Gödel). Estas y otras paralogías contemporáneas, como la teoría de las catástrofes, constituyen el núcleo legitimador de la ciencia posmoderna y podrían ser también la base de la legitimación de los microrelatos.

Pero, ¿cómo saltar de la ciencia a la narrativa? ¿Cómo fundar el minirrelato o, todavía más difícil, el relato? ¿Cómo dar solidez al lazo social mínimo imprescindible para la estabilidad, especialmente si el Sentido como tal ya no existe o no es justificable? Habermas había propuesto la teoría del discurso consensuado (el Diskurs), aceptado, entre otros por Joseph Ratzinger. Pero a Lyotard, le parece «anticuado y sospechoso” y propone sustituirlo por «una política en la cual serán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo desconocido». Pero no hay más; aquí concluye la obra.

LA AMPLIACIÓN DE LA RAZÓN COMO RESPUESTA A LA (POST) MODERNIDAD EN JOSEPH RATZINGER

También Joseph Ratzinger, al igual que otros pensadores como Guardini o Vattimo, ha detectado el ocaso de la modernidad. Y su análisis, quizás de modo sorprendente, guarda importantes paralelismos con el de Lyotard. El problema fundamental que advierte Ratzinger es la absoluta prevalencia del saber científico en la tardo-modernidad, que le ha acabado confiriendo la condición de saber único; y a sus resultados el de únicas verdades. No es un hecho nuevo, ciertamente; podríamos remontarnos incluso a Descartes para identificar los primeros síntomas de esta mentalidad. Pero se ha ido agravando paulatinamente y, en los siglos XIX y XX (con la contribución de Comte y muchos otros), se ha convertido en verdad absoluta. El único saber válido, piensa nuestra sociedad, es el científico. Solo él nos proporciona la auténtica verdad, el auténtico conocimiento. Todo lo demás es doxa aristotélica, mera opinión, buena para las tertulias o las conversaciones entre amigos, pero poco más.