Ladrones de libros - Anders Rydell - E-Book

Ladrones de libros E-Book

Anders Rydell

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Beschreibung

Mientras Berlín se iluminaba fantasmagóricamente con las piras donde ardían libros prohibidos, los nazis llevaban a cabo un crimen cultural de proporciones aún mayores. A través de una pormenorizada investigación, Anders Rydell ha documentado el saqueo de bibliotecas, privadas y particulares, y librerías que, a lo largo y ancho de la Europa ocupada, llevaron a cabo las tropas alemanas. Los anaqueles de judíos, comunistas, políticos liberales, activistas por los derechos LGTB, católicos, masones y de cualquiera que entrara en la larga lista de enemigos del régimen, fueron expoliados y las obras que contenían esgrimidas como armas intelectuales contra sus dueños. Pero, en paralelo, esta es la historia cuasi detectivesca de cómo un heroico puñado de bibliotecarios, y con ellos el propio autor, han emprendido la tarea de devolver estos libros a sus dueños legítimos. Para ello, han peinado las bibliotecas públicas de Berlín con el fin de tratar de identificar los volúmenes robados y han intentado dar con los familiares de aquellos que fueron despojados. En muchos casos, estos libros son el único objeto que los descendientes de víctimas del Holocausto podrán tener entre las manos como un recuerdo. La Segunda Guerra Mundial fue también un conflicto cultural y el estudio y refutación de toda la literatura «degenerada» que los nazis expoliaron pretendía justificar el deseo de Alemania de dominar el mundo y derrotar a sus enemigos con la «ciencia», así como sentar las bases intelectuales sobre las que descansaría el Reich de los mil años. Un Reich que se levantaría no solo sobre sangre y piedra, sino también sobre palabras.

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Seitenzahl: 608

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ladrones de libros

Rydell, Anders

Ladrones de libros / Rydell, Anders [traducción de Ana H. Deza].

Madrid: Desperta Ferro Ediciones, 2022 – 376 p. ; 23,5 cm – (Segunda Guerra Mundial) – 1.ª ed.

D.L: M-19692-2022

ISBN: 978-84-122212-4-4

94(4)“1939/1945”

025.855

LADRONES DE LIBROS

El saqueo nazi de las bibliotecas europeas y la lucha por recuperar la herencia literaria

Anders Rydell

Título original:

The Book Thieves. The nazi looting of Europe’s libraries and the race to return a literary inheritance

First published by Viking, an imprint of Penguin Random House LLC

Published by agreement with Salomonsson Agency. All rights reserved

Derechos de traducción concertados con Salomonsson Agency. Todos los derechos reservados

Publicado originalmente en sueco, Boktjuvarna, por Norstedts, Estocolmo

© Anders Rydell 2015

ISBN: 978-0-73522-122-2

© del prólogo: Jorge Carrión 2022

© de esta edición:

Ladrones de libros

Desperta Ferro Ediciones SLNE

Paseo del Prado, 12 - 1.° derecha

28014 Madrid

www.despertaferro-ediciones.com

ISBN: 978-84-124964-0-6

Traducción: Ana H. Deza

Diseño y maquetación: Raúl Clavijo Hernández

Coordinación editorial: Mónica Santos del Hierro

Todas las imágenes del libro son cortesía de Anders Rydell, excepto aquellas en las que se indica otra fuente.

Primera edición: septiembre 2022

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados © 2022 Desperta Ferro Ediciones. Queda expresamente prohibida la reproducción, adaptación o modificación total y/o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento ya sea físico o digital, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo sanciones establecidas en las leyes.

Producción del ePub: booqlab

A Alva, mi amory mi inspiración

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

DRAMATIS PERSONAE

PRÓLOGO DE JORGE CARRIÓN

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. La llama que devora el mundo

CAPÍTULO 2. Fantasmas en la Berliner Stadtbibliothek

CAPÍTULO 3. El roble de Goethe

CAPÍTULO 4. La biblioteca de Himmler

CAPÍTULO 5. Un guerrero contra Jerusalén

CAPÍTULO 6. Consuelo para los sufrimientos de Israel

CAPÍTULO 7. La caza de los secretos de los masones

CAPÍTULO 8. Lenin trabajó aquí

CAPÍTULO 9. La biblioteca perdida

CAPÍTULO 10. Fragmentos de un pueblo

CAPÍTULO 11. La fosa común es una fábrica de papel

CAPÍTULO 12. La Unidad del Talmud

CAPÍTULO 13. «Estudios judíos sin judíos»

CAPÍTULO 14. Un vagón de zapatos

CAPÍTULO 15. Un libro vuelve a casa

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ANALÍTICO

No necesito preguntar de quién son,pero se me rompe el corazón:Decidme, zapatos, la verdad.¿Adónde fueron los pies?

AGRADECIMIENTOS

TENGO QUE DAR LAS GRACIAS A MUCHÍSIMA GENTE QUE HA CONTRIBUIDO con mucha generosidad tanto con su tiempo como con sus conocimientos. Por ese motivo, quiero agradecer humildemente a todos aquellos que han hecho posible este libro, en particular a los bibliotecarios, archiveros e investigadores que me han recibido, que han abierto sus colecciones y archivos y que han compartido altruistamente sus investigaciones, opiniones y contactos.

Deseo dar las gracias a los bibliotecarios e investigadores que me acogieron durante mis visitas a Alemania, en especial a Sebastian Finsterwalder y Detlef Bockenkamm, de la Zentral- und Landesbibliothek de Berlín, cuyo trabajo, abnegado e incansable, para devolver los cientos de miles de libros saqueados admiro muchísimo. También quiero dar las gracias al historiador del arte Uwe Hartmann, de la Arbeitsstelle für Provenienzforschung de Berlín; a Michael Knoche, Rudiger Haufe y Heike Krokowski, de la Herzogin Anna Amalia Bibliothek de Weimar; y a Stephan Kellner, de la Bayerische Staatsbibliothek de Múnich.

De los Países Bajos, quiero dar las gracias sobre todo a Frits J. Hoogewoud, que fue el bibliotecario de la Bibliotheca Rosenthaliana. Su investigación en torno al saqueo de las bibliotecas judías de Ámsterdam es inestimable y también me ha ofrecido muchos puntos de vista importantes acerca de mi trabajo. Además, les doy las gracias a Wout Visser, de la Bibliotheca Rosenthaliana; a Heide Warncke, de Ets Haim; y a Huub Sanders, del Internationaal Instituut voor Sociale. Muchas gracias asimismo a Jac Piepenbrock y Theo Walter, del Cultureel Masonniek Centrum, por haberme iniciado en los secretos de los masones y en la apasionante historia de la Bibliotheca Klossiana.

De París, me gustaría dar las gracias al conservador en jefe y archivero de la biblioteca de la Alliance Israélite Universelle, Jean-Claude Kuperminc, que me invitó a volver varias veces. Un afectuoso agradecimiento también para la bibliotecaria y guardiana de la Bibliothèque Russe Tourguenev, Hélène Kaplan, que, generosamente, me organizó una reunión inolvidable y compartió conmigo el trágico destino de su biblioteca. También quiero expresar mi sincero agradecimiento a Witold Zahorski, de la Bibliothèque Polonaise de París; y a Marek Sroka, historiador y bibliotecario de la Universidad de Illinois, que contribuyó con material de las bibliotecas polacas.

Quiero dar las gracias a Dario Tedeschi, que dirigió la comisión gubernamental italiana para recuperar la perdida Biblioteca Comunità Israelitica, por su ayuda durante mi investigación en Roma; y a Gisèle Lèvy, del Centro Bibliografico, que me ayudó a entender de manera más profunda la emocionante y rica historia literaria de los judíos italianos.

De Tesalónica, quiero dar las gracias a Erika Perahia Zemour, del Museo Judío; y al investigador independiente Paul Isaac Hagouel, que, de manera desinteresada, compartió conmigo su material de investigación acerca de la historia judía de la ciudad. Y, de Vilna, agradezco en especial la ayuda de Faina Kuklainsky, la jefa de la congregación judía de Lituania, que me recibió con los brazos abiertos.

De la República Checa, le debo mucho al bibliotecario Michal Bušek, que me recibió en el Museo Judío de Praga; su investigación de la biblioteca de Theresienstadt fue excepcionalmente valiosa. Gracias también a Tomaš Fedorovič, de la sección histórica de Terezin; y a Renata Košťalova, del Centro de Documentación, que aportaron información de la operación de saqueo en Checoslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial.

Me gustaría dar las gracias a todos aquellos cuyas historias, por varias razones, no tuvieron cabida en el libro. Un agradecimiento especial a la Dra. Christine Sauer, de la Stadtbibliothek im Bildungscampus de Núremberg; a Christina Köstner-Pemsel, de la Fachbereichsbibliothek Zeitgeschichte Universität de Viena; y a Margot Werner, de la Österreichische Nationalbibliothek.

Gracias de corazón a Christine Ellse, nieta de Richard Kobrak, por invitarme a su casa en Cannock, en las afueras de Birmingham, y compartir conmigo su historia familiar.

Tengo una enorme deuda con Patricia Kennedy Grimsted, investigadora asociada del Instituto Ucraniano de Investigación de la Universidad de Harvard y miembro honorario del Instituto Internacional de Historia Social (Ámsterdam). Nadie ha hecho más que ella por arrojar luz sobre las bibliotecas y archivos que se dispersaron durante la Segunda Guerra Mundial. Los ensayos, artículos y contactos que me entregó fueron esenciales para mí. Igual importancia tuvieron sus muchos libros acerca del tema, de obligada lectura para cualquiera que desee profundizar en esta compleja cuestión. Recomendaría especialmente Trophies of War and Empire: The Archival Heritage of Ukraine, World War II, and the International Politics of Restitution (2001) y Returned from Russia: Nazi Archival Plunder in Western Europe and Recent Restitution Issues (2013).

También quiero dar las gracias a todos los que se han ocupado de garantizar que el trabajo se haya convertido en un libro: a mi editorial, Norstedts, y en particular a su director, Stefan Skog, que creyó en el libro desde nuestro primer encuentro. También a mis dos maravillosos editores, Ingemar Karlsson y Malin Tynderfeldt.

Por último, pero no menos importante, me gustaría dar las gracias a aquellos que han aportado sus puntos de vista y han comprobado datos. Gracias al escritor Artur Szulcs por sus extensos comentarios. Gracias a Andreas Önnerfors, profesor del Departamento de Literatura e Historia de las Ideas de la Universidad de Gotemburgo, por su valiosa visión de la historia de los masones. Y gracias también a Anders Burman, profesor de Historia de las Ideas en Södertörns högskola; Erik Tängerstad, profesor del Departamento de Historia y Estudios Contemporáneos de Södertörns högskola; y Staffan Lundgren, editor de Axl Books y de SITE, que me ofrecieron datos esenciales del clasicismo de Weimar, el idealismo alemán y Goethe.

Quiero agradecer a Forfattarfonden, Natur & Kultur y a la Fundación San Michele las becas y el apoyo que han hecho posible este proyecto.

Anders Rydell, junio de 2015

DRAMATIS PERSONAE

Baeumler, Alfred

Filósofo alemán y nacionalsocialista. Nombrado por Alfred Rosenberg, dirigió la Hohe Schule der NSDAP, la escuela de formación del partido.

Berbérova, Nina

Escritora rusa. Vivió en París durante el periodo de entreguerras y fue todo un referente para los emigrantes rusos.

Bismarck, Otto von

Estadista y canciller alemán de 1871 a 1890. A menudo llamado el Canciller de Hierro, tuvo un papel principal en la conformación del Imperio alemán.

Blum, Léon

Político socialista francés judío. Fue deportado al campo de concentración de Buchenwald y sobrevivió a la guerra.

Brunner, Alois

Oficial de las SS austríacas y uno de los lugartenientes más cercanos de Adolf Eichmann. Entre otras funciones, fue responsable de la deportación de judíos de Tesalónica. Se cree que murió en Siria en 2001.

Bunin, Iván

Autor ruso galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1933. Fue muy activo en el círculo de la Bibliothèque Russe Tourguenev en París durante el periodo de entreguerras.

Chamberlain, Houston Stewart

Escritor británico e ideólogo. Se mudó a Alemania y se casó con una integrante de la familia Wagner. En su influyente obra en dos volúmenes, Die Grundlagen des Neunzehnten Jahrhunderts [Los cimientos del siglo XIX], enfatizó la raza aria y la cultura occidental.

Crémieux, Adolphe

Abogado y político francés judío. Fue uno de los fundadores de la Alliance Israélite Universelle en París.

Cromwell, Oliver

Militar y estadista inglés. Lideró el levantamiento contra el rey Carlos I a mediados del siglo XVII y permaneció en Inglaterra, Escocia e Irlanda después de su deposición como lord Protector.

Czartoryski, Adam

Noble, político y autor polaco. Fue uno de los líderes del levantamiento polaco de 1830. Después vivió exiliado en París, donde sentó las bases de la Bibliothèque Polonaise.

Dawidowicz, Lucy

Historiadora y autora judía estadounidense. Trabajó durante la guerra en la sede del YIVO (Yidisher Visnshaftlekher [Instituto Científico del Yidis]) en Nueva York y, durante la posguerra, en la identificación de material en el depósito de archivos de Offenbach.

Dubnow, Simón

Historiador, escritor y activista ruso judío. Impulsó la preservación de la cultura yidis y se convirtió en el padre espiritual del YIVO (Yidisher Visnshaftlekher [Instituto Científico del Yidis]). Fue asesinado en 1941 por los nazis en Riga.

Eckart, Dietrich

Dramaturgo, periodista y antisemita alemán. Fue uno de los fundadores del NSDAP, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán.

Fichte, Johann Gottlieb

Filósofo alemán y uno de los principales representantes del idealismo germano, estrechamente vinculado al Romanticismo.

Frank, Walter

Historiador nazi alemán y fundador del Reichsinstitut für die Geschichte des neuen Deutschland [Instituto Nacional de Historia de la Nueva Alemania], que hacía la competencia al Institut zur Erforschung der Judenfrage [Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía] de Alfred Rosenberg.

Frick, Wilhelm

Político nacionalsocialista. El primer político nazi en obtener una posición de liderazgo, fue ministro del Interior en Turingia en 1930 y, más tarde, ministro del Interior de toda la Alemania nazi.

Gobineau, Arthur de

Diplomático francés y teórico de la raza. En su obra filosófica Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas aboga por la superioridad de la raza germánica.

Goebbels, Joseph

Líder nacionalsocialista y ministro de Propaganda durante el Tercer Reich.

Goethe, Johann Wolfgang von

Poeta alemán, escritor, naturalista y estadista. Encarnó el llamado Clasicismo de Weimar.

Grau, Wilhelm

Investigador nazi y antisemita. Nombrado por Alfred Rosenberg para dirigir el Institut zur Erforschung der Judenfrage [Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía] en Fráncfort.

Gregorio IX

Papa entre 1227 y 1241. Ordenó la confiscación de numerosos libros judíos para que se quemaran en la hoguera por su carácter doctrinario.

Grimsted, Patricia Kennedy

Historiadora estadounidense de la Universidad de Harvard. La principal autoridad mundial en archivos y estudios rusos acerca del saqueo y dispersión de bibliotecas y archivos por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Günther, Hans F. K.

Investigador alemán de la raza que, entre otras cosas, fue conocido por el apelativo de «Papa de la raza». Se unió al Partido Nazi en 1932 y ejerció una gran influencia en la formulación de la política racial.

Göring, Hermann

Mariscal y ayudante de Adolf Hitler. Considerado durante mucho tiempo como el segundo al mando del Tercer Reich.

Göttsch, Werner

SS-Obersturmbannführer. Dirigió un proyecto secreto de investigación en la RSHA [Reichssicherheitshauptamt (Oficina Central de Seguridad del Reich)] al final de la guerra.

Hagemeyer, Hans

Uno de los hombres más cercanos a Alfred Rosenberg. Fue designado para coordinar un congreso antisemita al final de la guerra.

Hegel, Friedrich

Filósofo alemán y principal representante del idealismo alemán. Entre otros, influyó con fuerza en Karl Marx.

Heidegger, Martin

Considerado uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Durante el Tercer Reich fue miembro del NSDAP [Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán)].

Herder, Johann Gottfried

Filósofo e historiador alemán. Defendía, entre otras, la teoría de las diferencias culturales y la unidad del pueblo, de gran importancia para el desarrollo nacionalista.

Hermann, Wolfgang

Bibliotecario alemán nacionalsocialista. Compilador de las listas negras nazis de literatura.

Herzl, Theodor

Periodista judío austríaco y uno de los fundadores del sionismo político. Entre otras obras, escribió El Estado Judío, en la que argumentaba que los judíos debían establecer una nación independiente en Palestina.

Heydrich, Reinhard

Líder nazi de las SS. Fue jefe de la Alemania nazi en la RSHA [Reichssicherheitshauptamt (Oficina Central de Seguridad del Reich)] desde 1939. Murió a consecuencia de las heridas tras el intento de asesinato que sufrió en 1942.

Himmler, Heinrich

Político alemán y líder de las SS. Pasó en la organización como uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich, con la responsabilidad de las fuerzas policiales del régimen. Fue uno de los arquitectos del Holocausto.

Hindenburg, Paul von

Estadista y Generalfeldmarschall alemán durante la Primera Guerra Mundial. Posteriormente fue presidente de la República de Weimar de 1925 a 1934.

Hirschel, Louis

Investigador y curador de la Bibliotheca Rosenthaliana de Ámsterdam antes de la guerra. Fue despedido y asesinado en 1944 en Polonia.

Hirschfeld, Magnus

Médico y sexólogo judío alemán. Fundó el Institut für Sexualwissenschaft [Instituto de Estudios Sexuales] en Berlín que, entre otras cosas, defendía los derechos de los homosexuales. El instituto fue saqueado en 1933 y muchos de sus documentos quemados.

Inocencio III

Papa desde 1198 a 1216. Uno de los pontífices medievales más influyentes, llamó a tres cruzadas y convocó el IV Concilio de Letrán. Defendió la opresión política hacia los judíos y el judaísmo.

Israel, Menasseh ben

Rabino, autor, diplomático e impresor de Ámsterdam. Negoció con Cromwell a mediados del siglo XVII que se les permitiera a los judíos establecerse en Inglaterra.

Jünger, Ernst

Escritor y nacionalista alemán. Considerado el literato más prominente de la llamada literatura del Estado libre nazi. Una de sus obras más famosas es Tempestades de acero.

Kaczerginski, Shmerke

Escritor y activista yidis. Trabajó durante la guerra en la Brigada del Papel en el gueto de Vilna. Escapó junto con Abraham Sutzkever (vid. infra) y logró salvar algunos de los archivos y bibliotecas del YIVO (Yidisher Visnshaftlekher [Instituto Científico del Yidis]).

Kalmanovich, Zelig

Filólogo judío, historiador y empleado del YIVO (Yidisher Visnshaftlekher [Instituto Científico del Yidis]). Fue uno de los líderes de la Brigada del Papel en Vilna durante la guerra. Fue asesinado en 1944.

Kaltenbrunner, Ernst

Abogado y nazi austríaco. Se hizo cargo del liderazgo de la RSHA [Reichssicherheitshauptamt (Oficina Central de Seguridad del Reich)] tras el asesinato de Reinhard Heydrich en 1942.

Kaplan, Chaim

Profesor judío bielorruso y escritor de diarios. Su cuaderno de la vida en Varsovia es una de las principales representaciones de la actividad doméstica judía en la ciudad durante la guerra. Fue asesinado en 1942.

Kaplan, Hélène

Bibliotecaria francesa. Desde 1996 hasta 2017, fecha de su fallecimiento, fue jefa de la Bibliothèque Russe Tourguenev de París. Fue una de las primeras en comprender el valor de la digitalización de las bases de datos documentales.

Kloss, Georg

Masón y coleccionista de libros. Reunió en el siglo XIX una de las colecciones de literatura masónica más importantes del mundo que constituyó la base de la Bibliotheca Klossiana de La Haya.

Kobrak, Richard

Funcionario judío alemán de Berlín. Fue asesinado en 1944 en Auschwitz junto con su esposa. Abuelo de Christine Ellse.

Krieck, Ernst

Profesor nacionalsocialista alemán. Considerado el educador más importante del Tercer Reich fue designado director de la Universidad Goethe de Fráncfort.

Kruk, Herman

Bibliotecario judío polaco. Fue el director de la biblioteca en el gueto de Vilna y trabajó en la llamada Brigada del Papel. Contó todo en sus diarios. Fue asesinado en Estonia en 1944.

León X

Papa entre 1513 y 1521. Condenó los escritos de Martín Lutero mediante una bula en 1520, la cual Lutero quemó en protesta.

Ley, Robert

Político alemán y líder del movimiento sindical nazi DAF (Deutsche Arbeitsfront [Frente Alemán del Trabajo]).

Lopatin, German

Escritor ruso y revolucionario. Fundó en París la Bibliothèque Russe Tourguenev con la ayuda de su compatriota y también escritor Iván Turguénev.

Ludendorff, Erich

General alemán durante la Primera Guerra Mundial y político nacionalista. Apoyó a los nacionalsocialistas durante el Putsch de Múnich de 1923. Fue uno de los propagadores de la leyenda de la puñalada por la espalda. Publicó escritos acerca de la conspiración de los masones.

Lunski, Khaykl

Bibliotecario de la Biblioteca Strashun de Vilna. Durante la guerra fue miembro de la Brigada del Papel en el gueto. Fue asesinado en 1943.

Luxemburgo, Rosa

Destacada socialista polaca de ascendencia judía. Fue asesinada con premeditación en 1919 en Berlín.

Maimónides

Jurista y médico judío de la Edad Media. Está considerado uno de los filósofos más importantes del judaísmo.

Maklakov, Vasili

Embajador y político demócrata ruso. Después de la Revolución rusa ocupó la embajada de Rusia en París.

Mann, Thomas

Escritor alemán. Considerado uno de los autores más importantes del siglo XX, recibió en 1929 el Premio Nobel de Literatura. Buscaba el equilibrio político entre democracia y nacionalismo burgués.

Mendelssohn, Moses

Filósofo judío alemán y padre de la «Ilustración judía» del siglo XVIII, llamada Haskalá, abogó por que los judíos se abrieran al mundo.

Miakotin, Venedikt

Historiador y político ruso. Fundó el NSP (Narodno-Sotsialisticheskaya Partiya [Partido Socialista Popular]). Dejó la Unión Soviética después de la Revolución. Padre de la bibliotecaria Hélène Kaplan (vid. supra).

Mickiewicz, Adam

Poeta y dramaturgo polaco. Vivió la mayor parte de su vida en el exilio.

Muneles, Otto

Historiador checo judío. Trabajó durante la guerra en Talmudkommando en Theresienstadt. Después fue responsable de la biblioteca del Museo Judío de Praga.

Ossietzky, Carl von

Periodista alemán y famoso pacifista. Fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz mientras estaba encarcelado en un campo de concentración en 1936. Murió en 1938 en los barracones de tuberculosis.

Paulsen, Peter

Oficial de las SS alemanas y profesor de arqueología. Lideró, entre otros, el Sonderkommando Paulsen, que saqueó tesoros culturales y bibliotecas en Polonia durante la guerra.

Pablo IV

Papa entre 1555 y 1559. Persiguió de manera despiadada a los herejes con la Inquisición. Siguió una política antijudía y estableció el gueto de Roma.

Petliúra, Simon

Periodista y político nacionalista ucraniano. Después de la Revolución rusa lideró la guerra de independencia ucraniana. Posteriormente se exilió en París, donde fue asesinado en 1926 por un activista judío.

Pohl, Johannes

Investigador antisemita alemán que trabajaba en el Institut zur Erforschung der Judenfrage [Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía] de Alfred Rosenberg en Fráncfort. Comandó varias operaciones para saquear bibliotecas judías en París, Roma, Vilna y Tesalónica.

Pomrenze, Seymour J.

Archivero y miembro judío estadounidense de los Monuments Men. Lideró el trabajo de clasificación de libros en el depósito de archivos de Offenbach después de la guerra.

Poste, Leslie I.

Bibliotecario estadounidense y miembro de los Monuments Men. Estableció el depósito de archivos de Offenbach después de la guerra para clasificar y devolver los libros y archivos saqueados.

Posthumus, Nicolaas Wilhelmus

Historiador y economista holandés. Fundó en 1935 el IISG [Internationaal Instituut voor Sociale Geschiedenis (Instituto Internacional de Historia Social)] para salvar archivos y bibliotecas del movimiento sindical.

Rappoport, Shloime Anski

Escritor, dramaturgo e historiador ruso judío. A principios del siglo XX dirigió tareas de recopilación de folclore yidis durante el Zarato ruso para documentarlo.

Rathenau, Walther

Industrial y político alemán. Fue asesinado en 1922 cuando era ministro de Relaciones Exteriores por un grupo ultranacionalista.

Remarque, Erich Maria

Escritor alemán conocido por su descripción de la Primera Guerra Mundial en Sin novedad en el frente. El libro terminó quemado por los nazis. Abandonó Alemania en 1932.

Rosenberg, Alfred

Político alemán del báltico, periodista y teórico de la raza. Se convirtió en el ideólogo oficial del Partido Nazi con cargos de responsabilidad en educación e investigación. Fundó la Hohe Schule der NSDAP y en 1941 fue también ministro de Estado para los Territorios Ocupados del Este.

Rosenthal, Leeser

Rabino nacido en Polonia. Muy activo en Alemania durante el siglo XIX, donde reunió una gran colección de libros que conforma la base de la Bibliotheca Rosenthaliana.

Rothschild, James Mayer

Banquero y judío alemán fundador de la dinastía Rothschild. Envió a sus hijos desde Fráncfort a toda Europa a principios del siglo XIX para fundar nuevos bancos.

Rudomino, Margarita

Jefa de la Biblioteca de Literatura Extranjera en Moscú, hoy VGBIL (Vserossiyskaya Gosudarstvennaya Biblioteka Inostrannoy Literatury im. M. I. Rudomino [Biblioteca Estatal de Literatura Extranjera Margarita Rudomino]). Lideró el trabajo de confiscación de bibliotecas y archivos de las brigadas de trofeos durante y al final de la guerra. Falleció en 1990.

Rust, Bernhard

Ministro de Cultura y Educación en el Tercer Reich. Lideró, entre otras, la purga de disidentes y judíos de las universidades.

Röhm, Ernst

Oficial del Ejército alemán y cofundador de las SA (Sturmabteilung) del Partido Nazi. Fue asesinado en 1934 en un fusilamiento ordenado por Adolf Hitler.

Schickert, Klaus

Historiador antisemita alemán. Al final de su carrera fue director del Institut zur Erforschung der Judenfrage [Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía] de Alfred Rosenberg en Fráncfort.

Schiller, Friedrich

Escritor y dramaturgo alemán. Junto con Goethe, son los máximos representantes del Clasicismo de Weimar.

Seeligmann, Isaac Leo

Coleccionista de libros e historiador muy activo en Ámsterdam. Durante la guerra fue deportado a Theresienstadt, donde trabajó en el Talmudkommando. Después de la guerra se convirtió en el nuevo conservador de la Bibliotheca Rosenthaliana.

Seeligmann, Sigmund

Educador, historiador y coleccionista de libros judíos de Ámsterdam. Padre de Isaac Leo Seeligmann (vid. supra).

Sommer, Martin

SS-Hauptscharführer y jefe del búnker de detención en el campo de concentración de Buchenwald. Fue conocido en Buchenwald como el Verdugo por sus métodos sádicos.

Strasser, Gregor

Político alemán nacionalsocialista. Fue uno de los rivales principales de Adolf Hitler en el partido. Fue fusilado junto con Röhm (vid. supra) durante «la noche de los cuchillos largos» en 1934.

Sutzkever, Abraham

Poeta yidis, activista y luchador de la resistencia. Fue uno de los integrantes de la Brigada del Papel y de los pocos supervivientes del gueto de Vilna. Está considerado uno de los narradores más destacados del Holocausto.

Tucholsky, Kurt

Periodista y escritor alemán. En 1933 sus escritos fueron quemados en las piras de libros y fue privado de su ciudadanía. Pasó su vida en Suecia, adonde se mudó en 1930.

Usque, Samuel

Escritor portugués y converso. Vivió en el siglo XVI en Portugal. Su obra principal fue Consolação às Tribulações de Israel.

Utitz, Emil

Filósofo checo judío y, durante la guerra, bibliotecario jefe del Ghettobücherei en Theresienstadt.

Verwey, Herman de la Fontaine

Bibliotecario jefe holandés de las colecciones de la Universidad de Ámsterdam durante la Segunda Guerra Mundial.

Wahl, Hans

Investigador alemán de Goethe y director del Goethe und Schiller Archiv en Weimar durante el Tercer Reich.

Weinreich, Max

Lingüista especializado en yidis. Fue uno de los fundadores del YIVO (Yidisher Visnshaftlekher [Instituto Científico del Yidis]), que trasladó su sede después de 1939 de Vilna a Nueva York.

Weishaupt, Adam

Filósofo alemán y fundador de los Illuminati a finales del siglo XVIII.

Wisliceny, Dieter

Periodista alemán y oficial de las SS. Administró la deportación de varias comunidades judías, también la de Tesalónica.

Wunder, Gerd

Bibliotecario e historiador que fue comandante del ERR (Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg [Personal de Operaciones del Reichsleiter]). Llevó a cabo varios proyectos de investigación antisemitas.

Zweig, Stefan

Autor judío austríaco. Sus libros fueron prohibidos en Alemania. En 1934 abandonó Austria y en 1942 se quitó la vida junto con su esposa en Río de Janeiro.

PRÓLOGO

Un gesto de reparación

Este libro comienza con un gesto sencillo y elocuente: la devolución de un libro a su legítima propietaria. Anders Rydell vuela desde Berlín hasta Birmingham con un volumen de tapas verdes que perteneció a Richard Kobrak, cuyo nombre figura en su ex libris. Aunque no se sentía judío, sino cristiano, sufrió las leyes raciales hasta su muerte en 1944. El escritor que ha rastreado su historia va a devolverle a su nieta uno de los libros que le robaron los nazis junto con su vida, tres cuartos de siglo después de que fuera asesinado en una cámara de gas.

Ladrones de libros avanza siguiendo con naturalidad la lógica de ese generoso gesto inicial. Ese volumen de color verde oliva es solo una parte minúscula, insignificante hasta que se llena aquí de significado, de un conjunto de proporciones gigantescas: la biblioteca de bibliotecas que los nazis expropiaron sistemáticamente de todos los pueblos que sometieron durante los años más oscuros de la historia de Europa. Si en trabajos como El museo desaparecido, de Héctor Feliciano, Hitler’s Art Thief, de Susan Ronald, o El expolio nazi, de Miguel Martorell, ya habíamos leído acerca de los innumerables cuadros y estatuas sustraídos, la historia de los libros todavía no es demasiado conocida. Hablamos de decenas de millones de ejemplares. Durante la Segunda Guerra Mundial se perpetró el mayor robo de libros de la historia de la humanidad. Y este libro lo narra, analiza y denuncia.

El nazismo fue creciendo en el cerebro de Adolf Hitler desde la Primera Guerra Mundial, pero tal vez cristalizó definitivamente –y se volvió noticia internacional– el 10 de mayo de 1933 con un ritual per XXVII verso: el de la quema pública de libros «no alemanes» en la Opernplatz de Berlín. En invierno de ese mismo año, los nazis tomaron el poder y llevaron a la práctica de la censura de Estado la teoría, en forma de listas de libros prohibidos, que habían ensayado al menos desde agosto de 1932. Las piras se multiplicaron por todo el país. Alemania se convirtió en un mapa en llamas. Fueron muchos los libros que ardieron a partir de aquel momento; pero muchos más simplemente fueron extraídos, guardados, escondidos. La Solución Final estaba en los planes de Hitler al menos desde 1919 y se concretó en 1941 como un plan administrativo, legal, logístico, asesino. En paralelo, y con la misma precisión, también se planificó el requisamiento de las obras de «arte degenerado» y la desaparición de los libros «sucios», es decir, «judíos, marxistas y pornográficos». El genocidio de los enemigos del Tercer Reich no iba a ser solo físico, sino también cultural. Para culminar la destrucción había que controlar y someter los archivos, las hemerotecas, las bibliotecas públicas y privadas, todas las publicaciones posibles.

Una dimensión espectral, de energía infame, convive con el resto de las dimensiones de muchas grandes bibliotecas de Europa. En anaqueles de instituciones prestigiosas de Berlín, Múnich, Ámsterdam, La Haya, Roma o Praga todavía se encuentran millones de volúmenes que fueron robados por la maquinaria nazi. Son muchos los investigadores y bibliotecarios que no cesan en el empeño de localizar los libros robados, identificar a sus dueños y tratar de devolvérselos. Rydell entrevista a varios. También reconstruye las biografías de libros, personas, bibliotecas concretas. Ladrones de libros está lleno de nombres, títulos, detalles, comunidades, historias únicas. Progresivamente, libro a libro, biblioteca a biblioteca, historia a historia, va creciendo la reparación simbólica que emprende el autor.

Escribió Susan Sontag en su ensayo «Esperando a Godot en Sarajevo» que «la cultura en serio es una expresión de la dignidad humana». En estas páginas esa dignidad se formaliza en el ritmo narrativo y ensayístico, en la alternancia de la crónica y la historia, del viaje particular y la visión de conjunto, del trabajo de campo y la erudición. En algunos pasajes se reivindican los esfuerzos de ciertos investigadores o líderes judíos para reunir y preservar colecciones documentales y bibliográficas de la cultura yidis, o para exiliar en países seguros libros de gran valor; y en otros se radiografía la psicología enferma de los jerarcas nazis, que se consideraban personas de cultura elevada, o se denuncia la megalomanía de sus proyectos culturales, siempre construidos sobre el pillaje, la usurpación y la violencia sistemáticos. De esa forma podemos ver las luces y las sombras, los esfuerzos de las víctimas y el poder apisonador de los victimarios, con los libros como campo de batalla y como tierra arrasada y como constelación superviviente.

La topografía y la voluntad de reparación conecta esta lectura con la de otros grandes libros en torno a libros y horrores del siglo XX. Pienso, concretamente, en Austerlitz, de W. G. Sebald, y La liebre con los ojos de ámbar, de Edmund de Waal, dos magnéticos ejercicios de viaje y memoria que reconstruyen la historia de Europa a partir de archivos y edificios concretos, ubicados en ciudades distintas, que se vinculan entre ellas a través del itinerario del propio narrador. Aunque Rydell sea menos narrativo, aunque su libro se sitúe más cerca del periodismo y la investigación histórica que de la literatura de ambición poética, comparte con Sebald y De Waal el pulso de una escritura que te arrastra hacia el conocimiento, el mapa de la indagación y la ética de la operación conceptual. Porque los tres creen que, a través del rescate de biografías de mediados del siglo pasado, contadas con rigor y con empatía, es posible activar la conciencia histórica del siglo XXI.

Aunque este libro hable de hechos que ocurrieron hace décadas, en todas y cada una de sus páginas –y no solo en las finales, donde ocurre la devolución del libro que ha sido anunciada en el párrafo inicial– nos habla también del presente. Nos increpa, nos interpela, nos obliga a pensar en los todos los libros robados que siguen poblando nuestras bibliotecas, en cómo gestionamos la memoria colectiva, en cómo tratamos a las víctimas, en cómo seguimos beneficiándonos de las acciones aberrantes de nuestros antepasados.

Anders Rydell explora la relación de la Alemania nazi con los libros, pero su investigación y sus reclamaciones se pueden extrapolar a muchos otros ámbitos. De los cuatro grandes códices mayas que se conservan, por ejemplo, solo uno se encuentra en México, los demás siguen estando en Madrid, Dresde y París. Francesc Tur ha contado en El bibliocausto en la España de Franco (1936-1939) las hogueras que ardieron durante la Guerra Civil y la depuración de las bibliotecas públicas y universitarias de nuestro país. El enorme archivo de documentos, carteles, revistas y libros que las autoridades militares franquistas se incautaron a finales de enero de 1939 en Cataluña y depositaron en Salamanca no fue devuelto parcialmente hasta 2006, después de un cuarto de siglo de reclamaciones y desencuentros, que no han terminado. En estos momentos, mientras escribo este prólogo, los fantasmas de la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, del saqueo de la biblioteca de Bagdad y de las hogueras de libros antiguos que encendió el Estado Islámico se ciñen sobre Ucrania. La guerra de Vladímir Putin, como todas las guerras de la historia, también es cultural.

Como recuerda Claudio Magris en El anillo de Clarisse: «Dar forma al fluir de la vida parece pues una exigencia moral y contribuye al orden del mundo, a ese equilibrio de las cosas que subsiste, según pensaban los griegos, cuando a cada cual se le da lo que le corresponde y cada cual respeta la medida que le ha sido asignada». Este libro se propone ni más ni menos que eso: ordenar un mundo perdido, ser justo con las personas asesinadas y sus libros robados, recordarnos que los dictadores mueren y las bibliotecas permanecen, si nos lo proponemos.

Jorge CarriónBarcelona, abril de 2022

INTRODUCCIÓN

La primavera pasada volé de Berlín a Birmingham con un librito de color verde oliva dentro de la mochila. De vez en cuando la abría y lo sacaba del sobre acolchado marrón tan solo para cerciorarme de que continuaba ahí. Después de más de sesenta años se lo iba a devolver a su familia, a la nieta de su legítimo dueño: un hombre que había pegado cuidadosamente su ex libris en una de las guardas y había escrito su nombre en la hoja de portada: Richard Kobrak. A finales de 1944, lo llevaron a la cámara de gas junto con su esposa, en uno de los últimos trenes hacia Auschwitz. El librito de mi mochila no es especialmente valioso: en una tienda de segunda mano de Berlín seguro que no costaría más que unos euros.

Aun así, durante el tiempo que lo he tenido en mi poder he sufrido auténtico pánico de que desapareciera. Angustiado, me imaginaba que me dejaba la mochila en un taxi o que me la robaban. La obra no tiene valor económico, sino emocional y es irremplazable para aquellos que crecieron sin su abuelo. El librito verde oliva no tiene precio porque es la única posesión que queda de Richard Kobrak: un ejemplar de la biblioteca de un hombre. Por desgracia, solo es uno de los millones que siguen desaparecidos. Millones de libros olvidados de millones de vidas perdidas. Durante más de medio siglo se han ignorado y silenciado. Los que conocían su origen intentaban borrar el recuerdo de sus dueños: arrancaban las páginas con pegatinas, tachaban las dedicatorias personales, falsificaban los catálogos de las bibliotecas y así sustituían los «regalos» de la Gestapo o del Partido Nazi por donantes anónimos.

Un soldado estadounidense inspecciona el botín de obras de arte saqueadas que habían almacenado los alemanes y que fue hallado en la Schloßkirche de Ellingen, en Baviera, 24 de abril de 1945. Wikimedia Commons.

Pero muchos se conservan, quizá porque el saqueo estaba demasiado extendido y no había interés en investigar su historia.

En las últimas décadas, el robo de arte por parte de los nazis ha sido objeto de gran atención. En 2009, yo mismo comencé a escribir acerca del tema, a partir de la investigación de un cuadro del Moderna Museet de Estocolmo que se sabía que había desaparecido durante la Segunda Guerra Mundial: Blumengarten (Utenwarf), de Emil Nolde. Al igual que el librito verde oliva, perteneció a una familia judía alemana y desapareció a finales de la década de 1930.

Mi investigación inicial se convirtió, con el paso del tiempo, en la historia del saqueo generalizado de arte que protagonizaron los nazis y la larga batalla de setenta años para recuperar estas obras. Fruto de mis esfuerzos, publiqué un libro en 2013: Plundrarna: Hur nazisterna stal Europas konstskatter [Saqueadores: cómo los nazis robaron los tesoros artísticos de Europa].

Mientras indagaba en los detalles de un robo impulsado tanto por la ideología como por la codicia, descubrí que no solo se habían robado obras de arte y antigüedades, sino también libros. No era extraño: los nazis se llevaron todo lo que pudieron.

Lo que más me sorprendió fue su magnitud: decenas de millones de ejemplares que desaparecieron en una operación de saqueo que abarcó desde el Atlántico hasta el mar Negro. Pero también me llamó la atención la importancia ideológica que parecían tener los libros. Los objetos artísticos acababan en manos de los líderes, sobre todo de Adolf Hitler y Hermann Göring, y su intención era legitimar, honrar y mostrar el nuevo mundo que los nazis pretendían levantar sobre las ruinas de Europa. Un mundo más bello y limpio, desde su punto de vista.

Pero los libros cumplían un propósito muy distinto. No era una cuestión de honor ni tampoco solo de codicia: los motivos eran mucho más siniestros. Los ideólogos más importantes del Tercer Reich saquearon las bibliotecas y archivos de toda Europa a través de organizaciones dirigidas por el líder de las SS, Heinrich Himmler, o por el ideólogo principal del partido, Alfred Rosenberg. Durante la guerra, se orquestó y llevó a cabo el mayor robo de libros de la historia. Los objetivos del saqueo fueron los enemigos ideológicos del movimiento: judíos, comunistas, masones, católicos, eslavos, críticos del régimen, etc. No es algo demasiado conocido en la actualidad y la mayor parte de estos delitos continúa sin esclarecerse. Por ello, decidí seguir el rastro de los saqueadores en un recorrido de miles de kilómetros a través de Europa. Lo hice, en parte, para ahondar en mi investigación, pero también con ánimo de descubrir qué quedaba… y qué se había perdido. Recorrí las bibliotecas dispersas de los exiliados de París y llegué hasta la antigua biblioteca judía perdida de Roma, cuyos orígenes se remontan al comienzo de nuestra era. Fui en busca de los secretos de los masones en La Haya y seguí la pista de los restos de una civilización destruida en Tesalónica, pasé de las librerías sefardíes de Ámsterdam a las yidis de Vilna. El rastro estaba por todas partes, aunque a veces no quedara nada: eran lugares donde se desperdigaron personas y libros y, en muchos casos, se destruyeron.

En buena medida, es la historia de una dispersión: la de miles de bibliotecas deshechas durante la Segunda Guerra Mundial. Millones de ejemplares que formaron parte de colecciones continúan en baldas en toda Europa, pero han perdido el contexto. Solo quedan fragmentos de unas colecciones que fueron fabulosas en tiempos, que se erigieron durante generaciones y conformaron el núcleo cultural, lingüístico e identitario de comunidades, familias e individuos. Las bibliotecas son irreemplazables: son el reflejo de las personas y sociedades que las crearon e hicieron crecer.

Pero este libro también trata de aquellos que lucharon por defender su herencia y su identidad. Arriesgaron su vida, y a veces la perdieron, pero eran conscientes de que al robarles su cultura literaria les privaban de su historia, su humanidad y, en última instancia, les arrebataban toda posibilidad de recuerdo. Estas personas intentaron esconder sus manuscritos desesperadamente, enterraron sus diarios y custodiaron un único libro, el que más apreciaban, en su último viaje en dirección a Auschwitz. Les debemos la capacidad de recordar esos terribles sucesos a los que perdieron la vida y a los que sobrevivieron y contaron su experiencia para que el mundo la conociera. Ellos pronunciaron las palabras que se habían intentado silenciar. Dentro de poco, los últimos supervivientes del Holocausto morirán y solo queda la esperanza de que lo que nos han dado sea suficiente para mantener el recuerdo. Mientras escribía este libro me percaté de que la memoria es esencial y, en última estancia, fue el motivo del saqueo de libros. Robar las palabras a las personas es una forma de encarcelarlas.

Los libros pocas veces son únicos, como las obras de arte, pero su importancia es evidente para todos. En la actualidad, conservan un valor simbólico casi espiritual: su destrucción se continúa considerando un sacrilegio. La quema de libros es uno de los actos simbólicos más poderosos que hay, relacionada con la destrucción cultural. Aunque se identifique normalmente con las piras nazis de 1933, la destrucción simbólica de la literatura es tan antigua como los propios libros.

Hay un poderoso vínculo entre el ser humano y los libros debido al papel que ha desempeñado la palabra escrita durante miles de años en la transmisión de conocimiento, sentimientos y experiencias. Los textos escritos fueron reemplazando a la tradición oral de manera gradual y, de esta forma, se preservan más tiempo y nos permiten sumergirnos en el pasado. Podemos satisfacer nuestro deseo inagotable de saber. La lectura y escritura, hasta hace no tanto reservada solo a unos pocos, estaba asociada a la magia. Aquel que dominara esos conocimientos podía entrar en comunión con los antepasados, obtenía sabiduría, autoridad y poder. La relación que tenemos con los libros, espiritual y emocional al tiempo, muestra cómo el libro nos «habla»: es el medio que nos conecta con otros, tanto con los vivos como los muertos.

Los esclavos americanos, a los que se les impidió aprender a leer durante mucho tiempo, denominaban a la Biblia «el libro que habla». La apropiación de la Biblia –empleada por los esclavizadores blancos como justificación del cautiverio– y su empleo contra los opresores tuvo un papel importante en su libertad: el libro fue un instrumento tanto de represión como de liberación. Incluso en la actualidad la interpretación de las sagradas escrituras se encuentra en el epicentro de los conflictos globales. El libro no solo trasmite conocimientos y emociones, sino que es fuente de poder, ensombrecida por el humo de las infames quemas de volúmenes en Alemania en 1933, cuando se arrojaron a las llamas las obras de autores odiados por el régimen. La imagen de los nazis como vándalos contra la cultura y la intelectualidad está muy afianzada y es fácil de entender hasta cierto punto, seguramente porque consideramos la literatura y la palabra escrita en esencia buenas.

Pero incluso los nazis se percataron de que había un dominio superior al que ofrecía destruir la palabra escrita, que era poseerla y controlarla. Los libros tenían poder. Las palabras podían ser armas que continuaban resonando mucho después de que enmudeciera el estruendo de la artillería. No solo sirven como propaganda, sino que también son recuerdos. Quien posee la palabra tiene el poder no solo de interpretarla, sino también de escribir la historia.

 

 

 

 

«Donde se queman libros,al final también se quemarán personas».

Heinrich Heine, 1820

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LA LLAMA QUE DEVORA EL MUNDO

Berlín

Estas palabras de Heine están grabadas en una placa metálica, rojiza y oxidada, entre los adoquines de la Bebelplatz de Berlín. Los turistas veraniegos pasan por la plaza, situada entre Brandenburger Tor [Puerta de Brandeburgo] y Museumsinsel [isla de los Museos], de camino hacia otras zonas más grandiosas de la ciudad. El lugar aún conserva una tensión simbólica. En una esquina de la plaza hay una anciana con el pelo blanco despeinado, envuelta en una bandera de Israel enorme: tiene la estrella de David en la espalda. En Gaza ha estallado otra guerra y una treintena de personas se reúne para manifestarse contra el antisemitismo que, setenta años después de la Segunda Guerra Mundial, vuelve a despertar en Europa.

Al otro lado del espacioso y elegante bulevar Unter den Linden hay unos puestos, delante de la Universidad Humboldt. Se pueden comprar baratos libros de Thomas Mann, Kurt Tucholsky y Stefan Zweig: sus obras fueron arrojadas al fuego en mayo de 1933. Delante de las mesas hay una hilera de placas metálicas del tamaño de una loseta. Cada una lleva un nombre: Max Bayer, Marion Beutler, Alice Victoria Berta, todos estudiantes de la universidad. Después de cada nombre hay una fecha y un lugar que no necesita explicaciones: «Mauthausen 1941», «Auschwitz 1942», «Theresienstadt 1945».

Desde la Segunda Guerra Mundial, la cita de Heinrich Heine, que pertenece a un diálogo de la tragedia Almansor, se considera una atinada profecía de lo que sucedió y de la catástrofe que tuvo lugar después. El 10 de mayo de 1933, en la Bebelplatz, entonces conocida como Opernplatz, tuvo lugar la quema de libros más famosa de la historia, que continúa considerándose el símbolo más poderoso de la opresión totalitaria, la barbarie cultural y la despiadada guerra ideológica librada por los nazis. Las llamas ardientes de la pira de libros han pasado a representar la íntima conexión entre la destrucción cultural y el Holocausto.

Un miembro de las SA arroja libros confiscados a la hoguera durante la quema pública de libros «no alemanes» en la Opernplatz de Berlín el 10 de mayo de 1933. Wikimedia Commons.

A principios de esa misma primavera, los nazis habían tomado el poder en Alemania usando también el fuego –el incendio del Reichstag en febrero de 1933– como pretexto. Afirmaron que había sido obra de los comunistas y que Alemania estaba amenazada por un «complot bolchevique» y así comenzó la primera oleada de terror: arrestaron a comunistas, socialdemócratas, judíos y otros de la oposición política. El periódico del Partido Nazi, el Völkischer Beobachter, alimentó estas acusaciones. Durante años, había agitado el odio contra la literatura judía, bolchevique, pacifista y cosmopolita y preparado el terreno para el ascenso de los nazis.

Los nazis llevaban saboteando actos culturales desde antes de 1933. Sus ataques iban dirigidos tanto a las proyecciones de películas «desagradables» como a las exposiciones del llamado «arte degenerado». En octubre de 1930, Thomas Mann, ganador del Premio Nobel el año anterior, criticó el ambiente general que se respiraba en una conferencia celebrada en la sala Beethoven de Berlín.1 Joseph Goebbels, que sabía lo que se avecinaba, había enviado a la conferencia a veinte camisas pardas de las tropas de asalto de las SA (Sturmabteilung), todos vestidos de esmoquin para camuflarse entre la audiencia; en el grupo se incluían algunos intelectuales de derechas. El discurso de Mann fue aplaudido por algunos sectores mientras los saboteadores lo interrumpían. Al final, el ambiente se caldeó tanto que Mann se vio obligado a abandonar el local por la salida trasera.

El acoso era general. La familia de Thomas Mann y escritores como Arnold Zweig y Theodor Plievier habían estado recibiendo un flujo constante de llamadas telefónicas y cartas de amenaza. Sus hogares sufrieron pintadas y las patrullas de las SA vigilaban a algunos: los esperaban fuera de sus casas y los seguían dondequiera que fueran.

Se elaboraron registros de literatura censurable. En agosto de 1932, el Völkischer Beobachter publicó una lista negra de escritores que debían prohibirse en cuanto el partido asumiera el poder.2 A principios de ese mismo año, apareció una declaración en dicho periódico, firmada por 42 profesores alemanes, que exigía la protección de la literatura alemana contra el «bolchevismo cultural». En el invierno de 1933, cuando los nazis tomaron el poder, el ataque contra los libros censurables se trasladó a la maquinaria del Estado. En febrero, el presidente Paul von Hindenburg aprobó una ley «para la protección del pueblo y del Estado» que imponía restricciones a las publicaciones impresas; en primavera del mismo año hubo nuevas enmiendas que impusieron mayor control a la libertad de expresión. Las primeras víctimas fueron los periódicos y editores comunistas y socialdemócratas. Hermann Göring se encargó de liderar la batalla contra la llamada «literatura sucia»: libros marxistas, judíos y pornográficos.

Esta agresión contra la literatura desembocó en la quema de libros en mayo, pero la iniciativa no procedía del Partido Nazi, sino de la Deutsche Studentenschaft, una organización que agrupaba a las federaciones estudiantiles alemanas. Varias llevaban apoyando a los nazis de forma más o menos abierta desde la década de 1920. No era la primera vez que los estudiantes alemanes de derechas levantaban piras de libros en el periodo de entreguerras: en 1922, cientos de estudiantes se reunieron en el aeródromo de Tempelhof de Berlín para quemar «literatura sucia» y, en 1920, quemaron en Hamburgo una copia del Tratado de Versalles, los términos de la rendición que Alemania se había visto obligada a firmar tras la Primera Guerra Mundial.

El ataque del Partido Nazi a la literatura se sumó a los que ya se estaban produciendo entre estudiantes de derechas. Para esos grupos, la quema de libros era una tradición alemana de desafío y resistencia que se remontaba a la época de Lutero y la Reforma. En abril de 1933, la Deutsche Studentenschaft hizo una declaración contra la «literatura no alemana», que convertía a Adolf Hitler en un nuevo Lutero. Rememorando las 95 tesis con las que Lutero inició la Reforma, la federación de estudiantes publicó sus propias 12 tesis en el Völkischer Beobachter: «Wider den undeutschen Geist!» [«¡Contra el espíritu no alemán!»].*

Los estudiantes argumentaban que la lengua era el alma verdadera de un pueblo y que, por esa razón, se debía «purificar» la literatura alemana y liberarla de la influencia extranjera. Declaraban que los judíos eran el peor enemigo de la lengua alemana: «Un judío no puede pensar más que de manera judía. Cuando escribe en alemán, miente. El alemán que escribe en alemán pero que piensa en judío es un traidor».3 Los estudiantes exigieron que toda la «literatura judía» se publicara en lengua hebrea y que «el espíritu no alemán se erradique de las bibliotecas públicas». Las universidades alemanas, según los estudiantes, tenían que ser «bastiones de la tradición del pueblo alemán». Su proclamación fue el comienzo de un movimiento nacional para limpiar la literatura «no alemana». Las asociaciones de estudiantes subordinadas a la Deutsche Studentenschaft en las universidades germanas formaron «comités de guerra» para coordinar la quema de libros en todo el país, que debía realizarse como una celebración, y se exhortó a dichos comités a promocionar los actos, inscribir a los oradores, reunir leña para el fuego y buscar el apoyo de otras federaciones estudiantiles así como de los líderes nazis locales. Los que se oponían, especialmente los profesores, recibieron amenazas. Los comités de guerra también pegaron carteles con consignas como: «Hoy los escritores, mañana los profesores».4

Pero la tarea principal de los comités de guerra era reunir literatura «impura» para quemarla. Se ordenó a los estudiantes que comenzaran la limpieza en sus propias colecciones privadas y que después continuaran con las bibliotecas públicas y librerías de la zona, muchas de las cuales cooperaron de manera voluntaria. En la primavera de 1933, se empezó a elaborar una lista negra general de libros y autores. Wolfgang Herrmann, un bibliotecario que ya en la década de 1920 estaba relacionado con grupos de estudiantes de extrema derecha, llevaba años elaborando una nómina de literatura «digna de ser quemada». El primer borrador solo incluía 12 nombres, pero pronto se amplió a 131 escritores, subdivididos en varias categorías. Entre ellos había comunistas, desde Trotski y Lenin hasta Bertolt Brecht, pacifistas como Erich Maria Remarque, intelectuales judíos como Walter Benjamin y muchas otras figuras destacadas de la literatura y la intelectualidad de la República de Weimar.

También se incluyeron en la lista negra, además de a los críticos con el nacionalismo, a los historiadores con una perspectiva diferente a la de los nazis, en especial los libros que trataban temas como la Primera Guerra Mundial, la Unión Soviética y la República de Weimar. Hubo algunos pensadores cuya visión global se rechazó de plano, como Sigmund Freud y Albert Einstein; los dos recibieron ataques por impulsar el avance de la «ciencia judía».

Además de «limpiar» sus propios fondos, los estudiantes pidieron a las bibliotecas públicas y a las librerías que contribuyeran entregando sus títulos de «literatura sucia». En muchos casos, los archiveros y profesores universitarios colaboraron con los estudiantes para realizar el expurgo.

Pero los comités de guerra emplearon otros métodos más violentos para conseguir libros con la ayuda de la policía local y las tropas de asalto de las SA. Pocos días antes de la quema, a principios de mayo, los estudiantes asaltaron a los libreros y las bibliotecas comunistas. La derecha detestaba sobre todo el servicio de préstamo, que Wolfgang Herrmann describía como «burdeles literarios», porque difundía literatura sucia, judía y decadente entre la gente normal y decente. Las bibliotecas se habían vuelto muy populares desde la Primera Guerra Mundial, ya que, debido a la depresión económica y a la inflación del periodo de entreguerras, cada vez menos alemanes podían permitirse comprar sus propios ejemplares y las bibliotecas tradicionales no eran capaces de satisfacer la gran demanda, así que se crearon más de 15 000 pequeñas bibliotecas. Proporcionaban un servicio de préstamo económico y adquirían gran cantidad de ejemplares de los libros más vendidos de la época, como las obras de Thomas Mann. Estas «bibliotecas populares» fueron una presa fácil para los estudiantes, mientras las tropas de las SA se dedicaban también a las bibliotecas privadas. Hubo una célebre redada contra un edificio de Berlín, propiedad de Schutzverband deutscher Schriftsteller, una asociación de escritores alemanes que se oponía a la censura y a otras formas de intervención estatal en la literatura. Unos quinientos miembros de la asociación, aproximadamente, que vivían en el edificio, sufrieron el registro y destrozo de sus apartamentos, les confiscaron o destruyeron en el acto los libros que les parecían sospechosos y detuvieron a los escritores que poseían literatura «socialista».

Un oficial nazi hojea un libro durante el saqueo de la biblioteca del doctor Magnus Hirschfeld, director del Institut für Sexualwissenschaft [Instituto de Estudios Sexuales] de Berlín. Wikimedia Commons.

La incursión más destacada tuvo lugar unos días antes de la quema, cuando un centenar de estudiantes atacó el Institut für Sexualwissenschaft [Instituto de Estudios Sexuales], situado en el Tiergarten de Berlín. El instituto, fundado por los médicos Magnus Hirschfeld y Arthur Kronfeld, llevaba a cabo una investigación pionera en torno a la sexualidad y también defendía los derechos de las mujeres, los homosexuales y los transexuales. Durante tres horas, los estudiantes arrasaron salvajemente el edificio, vertieron pintura en las alfombras, rompieron ventanas, llenaron las paredes de pintadas y destruyeron cuadros, figuras de porcelana y otros objetos. Se llevaron libros, el archivo del instituto, una gran colección de fotografías y el busto del fundador, Magnus Hirschfeld.5

Ya en 1932, muchos judíos y comunistas veían el cariz que estaba tomando la situación política y habían comenzado a expurgar sus bibliotecas y a acabar con fotografías, libretas de direcciones, cartas y diarios. Los comunistas habían advertido a sus miembros de que si portaban documentos «peligrosos», tenían que estar preparados para tragárselos. Así, hubo miles de piras más modestas: la gente prendía fuego a sus propias bibliotecas en estufas, chimeneas y patios traseros. Pronto se percataron de que no era tan sencillo: quemar libros lleva mucho tiempo, por lo que muchos decidieron deshacerse de ellos en el bosque, arrojarlos al río o dejarlos en un callejón. Otros los enviaron de manera anónima a direcciones que no existían.6

Después de 1933, un elevado número de autores alemanes optó por el exilio, por propia iniciativa o bajo coacción. Además de Thomas Mann, también lo hicieron su hermano, Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Alfred Döblin, Anna Seghers, Erich Maria Remarque y otros cientos. En 1939, unos 2000 escritores y poetas se vieron obligados a abandonar la Alemania nazi y Austria. Muchos jamás regresaron. Sin embargo, otros decidieron quedarse. Algunos que no estaban politizados de forma explícita pasaron a lo que más tarde se denominó «exilio interior». Permanecieron en su patria alemana, o «Heimat», pero tomaron la decisión de no publicar o bien sacaron libros aceptables para los censores: literatura infantil, poesía y novela histórica. A otros se les impidió publicar sus obras porque se les exigía primero la membresía de la Reichsschrifttumskammer [Cámara Nacional de Literatura], una división del Ministerio de Educación Popular y Propaganda de Joseph Goebbels.

Aunque también hubo escritores que se adhirieron al régimen. En octubre de 1933, una serie de periódicos alemanes publicó una proclamación firmada por ochenta y ocho escritores y poetas alemanes con el título Gelöbnis treuester Gefolgschaft [Voto de los seguidores más leales], una especie de juramento de fidelidad. La declaración era un apoyo directo a la decisión de Alemania de abandonar la Sociedad de las Naciones. Entre los firmantes se encontraban autores como Walter Bloem, Hanns Johst y Agnes Miegel, hoy olvidados: su ascenso y su caída estuvieron íntimamente ligados al régimen al que juraron lealtad.

En ese momento, había generosas retribuciones reservadas a los autores que abrazaron el nacionalsocialismo. Se les ofrecieron puestos antes vetados en las academias literarias, fundaciones y asociaciones más respetadas de Alemania. También obtuvieron nuevos lectores cuando el régimen asumió el control de los clubes de lectura más importantes del país. En 1933, el club del libro Büchergilde Gutenberg, dirigido por los nazis, contaba con 25 000 miembros y, unos años más tarde, el número aumentó a 330 000. Gracias a este tipo de clubes de lectura, el régimen pudo distribuir a millones de lectores de forma eficiente títulos que iban desde Goethe y Schiller hasta los escritores nacionalistas, conservadores y nazis.

El Ministerio de Propaganda promovió un impulso literario y político jamás igualado en la historia alemana, y es probable que en toda la historia moderna, con más de cincuenta premios literarios anuales.

A lo largo de la década de 1930, el Ministerio de Propaganda de Goebbels tomó el control total de la industria editorial alemana, que incluía unas 2500 editoriales y 16 000 librerías y tiendas de libros de segunda mano.7 Una de las primeras medidas que tomó fue la eliminación de la «influencia judía» en el mundo literario. Fue excluyendo de manera gradual a los judíos de las academias, las asociaciones literarias y de los grupos profesionales de escritores, editores, libreros e impresores. Las editoriales, imprentas y librerías judías se «arianizaron», es decir, se transfirieron a propietarios arios. Algunas de estas editoriales estaban entre las más grandes de la industria; por ejemplo, Julius Springer era el editor más importante del mundo en el campo de las publicaciones científicas. El proceso fue gradual y se produjo a lo largo de la década de 1930. En principio, la adquisición de empresas y la exclusión de los judíos se llevaron a cabo con cautela, para evitar que perdieran valor o hubiera una interrupción de las relaciones internacionales. Se presionó a los propietarios judíos para que vendieran; si se negaban, el régimen empleó grados diversos de coerción, acoso y amenazas. La arianización de editoriales proporcionó enormes sumas de dinero para el partido, el Estado y los empresarios; después de 1936, la práctica quedó legalmente formalizada en las Leyes de Núremberg.

Aunque el Partido Nazi ya en 1933 había obligado al exilio a muchos de los escritores más aclamados del país, necesitó mucho más tiempo para deshacerse de sus libros. El proceso fue escalonado; por ejemplo, se siguió reeditando a Thomas Mann hasta que se le revocó la ciudadanía en 1936. Una cosa era evitar nuevas tiradas y expulsar a los autores y otra muy distinta controlar el mercado de segunda mano, por no hablar de los libros que ya estaban en las estanterías de los hogares alemanes. En la práctica, era imposible deshacerse por completo de esos volúmenes y muchos de los escritores de las listas negras siguieron disponibles durante toda la guerra, aunque fuera bajo cuerda. La herramienta más eficaz del régimen era la autocensura: que la gente limpiara sus propias colecciones.

Otro método era ofrecer al pueblo alemán nuevas obras. En la década de 1930, se publicaron, aproximadamente, 20 000 títulos nuevos al año. Los considerados por el Ministerio de Propaganda como «educativos y beneficiosos para el pueblo» se patrocinaron y distribuyeron en grandes tiradas. Los libros que hasta entonces solo habían llegado a un número limitado de lectores de pronto pasaron a circular de forma masiva. Solo en 1933, Mein Kampf (Mi lucha) de Adolf Hitler tuvo una tirada de 850 000 ejemplares.8 Cuando se publicó en 1925, vendió 9000 ejemplares. El mayor cliente de Hitler era el Estado alemán, que compró más de 6 millones de libros. La editorial del Partido Nazi, Franz-Eher, que además de Mein Kampf también sacó Der Mythus des zwanzigsten Jahrhunderts (El mito del siglo XX) de Alfred Rosenberg, se acabó convirtiendo en una de las empresas con mayor éxito del partido.

Los textos clásicos alemanes tuvieron un papel destacado en el Tercer Reich, con escritores como Rainer Maria Rilke y Johann Wolfgang von Goethe. Tanto la prosa como la poesía que alababan la raza aria eran literatura afín a la ideología nazi; a veces aparecía de manera solapada, pero eran frecuentes las caricaturas malévolas de judíos, eslavos, romaníes, negros y asiáticos. A menudo se acentuaba la conexión directa entre la raza y los rasgos de carácter, es decir, se hacía hincapié en que los judíos eran «poco fiables», «codiciosos» y «taimados» por naturaleza. El mayor éxito fue Volk ohne Raum [Pueblo sin espacio] de Hans Grimm. En esta novela, Grimm defendía que los alemanes perdieron la Primera Guerra Mundial porque contaban con «muy poco espacio para vivir». Alemania nunca podría alcanzar todo su potencial si no poseía mayor territorio en Europa y las colonias. El libro vendió casi medio millón de ejemplares en la Alemania nazi y su título pasó a ser un lema del régimen.

A LAS ONCE DE LA NOCHE DEL 10 DE MAYO DE 1933, LOS ESTUDIANTES