Las cartas de la tribulación - Papa Francisco - E-Book

Las cartas de la tribulación E-Book

Papa Francisco

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La presente obra recoge las reflexiones en formato epistolar del Papa Francisco, surgidas a raíz de épocas tumultuosas para la Iglesia, tanto pasadas como presentes. En ellas se refleja la personalidad y el pensamiento de Francisco, así como su modo de afrontar las tribulaciones. El volumen está dividido en dos partes: la primera consiste en una colección de ocho cartas de dos padres generales de la Compañía de Jesús, Lorenzo Ricci y Jan Roothaan. Surgidas en los siglos XVIII y XIX, las cartas fueron escritas en momentos en que nos la Compañía sufrió turbaciones, persecuciones y dudas. Asimismo, constituyen un tratado acerca de la tribulación y el modo de sobrellevarla. Las "cartas de la tribulación" propuestas en la segunda parte del libro fueron escritas después del viaje de Francisco a Chile y Perú en enero de 2018. En ellas, el Papa asume la responsabilidad y encara la "vergüenza" del escándalo de los abusos a menores cometidos por prelados en Chile y su mala gestión posterior. Con una sólida guía de lectura por parte de tres jesuitas -el P. Antonio Spadaro, el P. Diego Fares y el P. James Hanvey- la lectura de este volumen ofrece una profunda reflexión con destellos de esperanza ante los acontecimientos de mayor desolación para la Iglesia.

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Jorge Mario Bergoglio

Francisco

Las cartasde la tribulación

Edición deAntonio Spadaro y Diego Fares

Herder

Traducción: Roberto H. Bernet (Introducción de A. Spadaro y artículo de J. Hanvey); Ernesto Dann Obregón S.I. (Cartas de los PP. Generales)

Edición digital: José Toribio Barba

© 2018, La Civiltà Cattolica, Roma

© 2018, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano

© 2019, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN digital: 978-84-254-4293-3

1.ª edición digital, 2019

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

ÍNDICE

PREFACIO

Papa Francisco

INTRODUCCIÓN

Antonio Spadaro S.I.

PRIMERA PARTELAS TRIBULACIONES DE AYER

LA DOCTRINA DE LA TRIBULACIÓN

Jorge Mario Bergoglio S.I.

CARTAS DE LOS SUPERIORES GENERALES DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Lorenzo Ricci S.I. y Juan Roothaan S.I.

CONTRA EL ESPÍRITU DE «ENSAÑAMIENTO»

Diego Fares S.I.

SEGUNDA PARTELAS TRIBULACIONES DE HOY

FRANCISCO«La herida abierta, dolorosa y compleja de la pedofilia»Cuatro cartas a la Iglesia de Chile

GUÍA DE LECTURA DE LAS «CARTAS A LA IGLESIA DE CHILE»

Diego Fares S.I.

CARTA A LOS OBISPOS DE CHILE (8 de abril de 2018)

CARTA A LOS OBISPOS DE CHILE (15 de mayo de 2018)9

CARTA A LOS OBISPOS DE CHILE (17 de mayo de 2018)

CARTA AL PUEBLO DE DIOS QUE PEREGRINA EN CHILE (31 de mayo de 2018)

FRANCISCO«Erradicar la cultura del abuso»Carta al Pueblo de Dios

GUÍA DE LECTURA DE LA «CARTA AL PUEBLO DE DIOS»

James Hanvey S.I.

CARTA AL PUEBLO DE DIOS (20 de agosto de 2018)

PREFACIO

Recuerdo que cuando conferí con el padre Miguel Ángel Fiorito S.I. el borrador del prólogo que había escrito para la primera edición de Las cartas de la tribulación, el Maestro (así le llamábamos porque lo era y lo sigue siendo, ya que supo formar una Escuela de discernimiento), me hizo explicitar un poco más el último párrafo, donde hablaba de hacer recurso a la acusación de mí mismo (cfr. EE 48). Se trataba de discernir y afrontar bien la vergüenza y confusión que reinan afuera, cuando el Maligno desata una persecución encarnizada contra los hijos de la Iglesia, oponiéndole la sana vergüenza y confusión, que la infinita Misericordia del Señor y su Lealtad hacen sentir al que pide perdón por sus pecados. «Hay una gracia allí —me dijo—. Explicítela».

30 años después y en otro contexto (aunque la Guerra es la misma y es solo del Señor), la reedición de estas Cartas —que «son un tratado de discernimiento en épocas de confusión y tribulación»—, nos encuentra abocados, resueltamente, junto con otros compañeros que aportan sus reflexiones en el libro, a seguir cumpliendo este encargo —ahora con sabor a profecía de anciano—, de «explicitar una gracia».

Siento que el Señor me pide compartirlas de nuevo. Compartirlas con todos los que sienten que lo que quieren —en medio de la confusión que el padre de la mentira sabe sembrar en sus persecuciones— es luchar bien. Libres de ese victimismo al que es tentador rendirse y que, lo sabemos, esconde en su seno el resorte de la venganza, que no hace sino alimentar el mal que pretende eliminar.

Contra toda tentación de confusión y derrotismo, hace bien volver a sentir el espíritu paternal de nuestros mayores que late en estas Cartas de la Tribulación. Ellos nos enseñan a elegir la consolación en los momentos de mayor desolación.

Recomiendo leerlas y rezar con ellas. Estas Cartas son —lo fueron para muchos en momentos particulares de sus vidas— verdadera fuente de mansedumbre, coraje y lúcida esperanza.

FRANCISCO

INTRODUCCIÓNAntonio Spadaro S.I.

En la Navidad de 1987, el P. Jorge Mario Bergoglio firmó un breve prólogo a una colección de ocho cartas de dos padres generales de la Compañía de Jesús.1 Siete son del padre general Lorenzo Ricci, escritas entre 1758 y 1773, y una del padre general Jan Roothaan, de 1831. Las cartas nos hablan de una gran tribulación: la supresión de la Compañía de Jesús. En efecto, con el breve apostólico Dominus ac Redemptor (21 de julio de 1773), el papa Clemente XIV había decidido suprimir la orden como resultado de una serie de movimientos políticos. Posteriormente, en agosto de 1814, en la capilla de la Congregación de los Nobles en Roma, el papa Pío VII hizo leer la bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, con la cual se restauraba la Compañía de Jesús a todos los efectos.

En 1986, el entonces P. Bergoglio —terminado su período como provincial y, después, como rector del Colegio Máximo y párroco en San Miguel—, fue a Alemania para tener un año de estudios. De regreso en Buenos Aires, prosiguió sus estudios y enseñó Teología Pastoral. Entretanto, la Compañía de Jesús preparaba la LXVI Congregación de Procuradores, que se realizó entre el 27 de septiembre y el 5 de octubre de 1987. La Provincia argentina eligió a Bergoglio «procurador», enviándolo a Roma con la tarea de informar del estado de la Provincia, de discutir con los otros procuradores elegidos de las distintas Provincias sobre el estado de la Compañía, y de votar acerca de la oportunidad de convocar una Congregación General de la orden.

Fue en este contexto donde Bergoglio decidió meditar y presentar de nuevo aquellas cartas de los padres Ricci y Roothaan, porque, a su juicio, eran relevantes y de actualidad para la Compañía. Y para ello escribió un texto a manera de prólogo, que firmó tres meses después, que se extendía por más de dos mil palabras, la mitad de las cuales eran notas.

Antes de publicar el conjunto, había hablado y discutido su propio texto con el P. Miguel Ángel Fiorito, padre espiritual y, de hecho, maestro y guía de una generación de jesuitas.2

Hoy volvemos a presentar este texto, que entretanto había dejado de estar disponible y había sido republicado recientemente por La Civiltà Cattolica Iberoamericana.3 Presentamos también las cartas de los prepósitos generales a los que el texto de Bergoglio hace referencia tal como fueron publicadas en traducción al español en 1987.

Francisco no ha dejado de hacer referencia en estos años a estas cartas y a sus mismas reflexiones de entonces. Por ejemplo, aunque sin referencias explícitas, ellas han constituido claramente la espina dorsal de su importante homilía para la celebración de las vísperas en la iglesia del Gesù, Roma, en 2014, en ocasión del 200 aniversario de la restitución de la Compañía de Jesús.

La ocasión más reciente fue la charla privada con los jesuitas durante su viaje a Perú.4 En esa ocasión Francisco afirmó que las cartas de los padres Ricci y Roothaan «son una maravilla de criterios de discernimiento, de criterios de acción para no dejarse chupar por la desolación institucional».

También hizo referencia explícita a las cartas cuando habló a los sacerdotes, religiosos y religiosas, consagrados y seminaristas en Santiago de Chile, el 16 de enero de 2018. En esa ocasión invitó a encontrar el camino a seguir «en los momentos en los que la polvareda de las persecuciones, tribulaciones, dudas, etc., es levantada por acontecimientos culturales e históricos» y la tentación es «quedarse rumiando la desolación».

Claramente, Francisco quería decir a la Iglesia de Chile una palabra en tiempo de desolación y de «torbellino de conflictos». Del mismo modo en que en aquella ocasión —haciendo siempre referencia a esas cartas— habló de Pedro. Con la pregunta «¿Me amas?», Jesús tenía la intención de liberar a Pedro de «no aceptar con serenidad las contradicciones o las críticas. Quiere liberarlo de la tristeza y especialmente del mal humor. Con esa pregunta, Jesús invita a Pedro a que escuche su corazón y aprenda a discernir». En síntesis, Jesús quiere evitar que Pedro se convierta en un destructor, en un mentiroso caritativo o en un perplejo paralizado. Jesús insiste hasta que Pedro le da una respuesta realista: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). Así, Jesús lo confirma en la misión. Y de este modo lo hace convertirse en su apóstol de manera definitiva.

Estas cartas y las reflexiones que las acompañan son relevantes para comprender cómo siente Bergoglio que debe de obrar como sucesor de Pedro, es decir, como Francisco.

Son palabras que él le dice hoy a la Iglesia, repitiéndoselas, antes que nada, a sí mismo. Y sobre todo son palabras que el Papa considera fundamentales hoy para que la Iglesia esté hoy en condiciones de afrontar tiempos de desolación, de turbación, de polémicas falsas y antievangélicas.

¿Cuál es el contexto de las «cartas de la tribulación» de hoy, propuestas en la segunda parte de este libro? Después de su viaje a Chile y Perú (15-22 de enero de 2018), Francisco, rechazando la lógica del «chivo expiatorio», asumió en primera persona la responsabilidad y la «vergüenza» del escándalo de los abusos a menores cometidos por prelados en Chile y de su gestión. Con este espíritu, al regresar a Roma el Papa constituyó una comisión especial bajo la conducción de S. E. Mons. Charles J. Scicluna para escuchar directamente los testimonios de las víctimas y reunir documentación.

Después de la visita a Chile y de la relación de dicha «misión especial», el papa Francisco convocó mediante una carta fechada el 8 de abril de 2018 a todos los obispos chilenos a Roma «para dialogar sobre las conclusiones de la mencionada visita y mis conclusiones». Es justamente el escrito de hace treinta y un años el que generó esta nueva «carta de la tribulación».

Al comenzar el encuentro, que se produjo concretamente entre el 15 y el 17 de mayo de 2018, el Papa entregó a los obispos una nueva carta de diez páginas, de por sí no destinada a la divulgación, pero que después fue dada a conocer por la emisora televisiva Canal 13. En este volumen ofrecemos dicho texto.

Al final del encuentro Francisco entregó a los obispos una breve carta pública y les confió una carta al «Pueblo de Dios que peregrina en Chile», que también publicamos en nuestra documentación.

Cierra la segunda parte de este libro la Carta al Pueblo de Dios del 20 de agosto de 2018, publicada después de la difusión del informe sobre los casos de pedofilia en las diócesis de Pensilvania, en Estados Unidos.

Las cartas de la tribulación es un volumen epistolar gestado en el tiempo y en la confrontación con situaciones difíciles. Revela mucho de Francisco y de su modo de afrontar el tiempo de la desolación.

La lectura de los textos de Francisco está acompañada por una sólida guía de lectura de dos jesuitas: el P. Diego Fares, de La Civiltà Cattolica, que conoce al Papa desde hace mucho tiempo y que ha estado junto a él también en los tiempos de desolación; y el P. James Hanvey, de la Universidad de Oxford, que ha escrito una aguda reflexión sobre la Carta al Pueblo de Dios acerca de los abusos.

Pero el mismo papa Francisco ha decidido escribir un prefacio suyo a este libro, para subrayar el significado actual de los textos por él propuestos en el ya lejano 1987. «Siento que el Señor me pide compartirlos de nuevo», escribe. Confirma que las cartas de los padres generales constituyen un tratado de discernimiento en los momentos de confusión y de angustia y expresa «el espíritu paternal de nuestros mayores que late [en las cartas]» y «nos enseña a elegir la consolación».

Ellas constituyen así una unidad con las otras cuatro cartas escritas por Francisco en el presente.

La primera idea de esta colección —bajo la forma de republicación del opúsculo original de 1987— me vino durante el vuelo de regreso del viaje a Chile y Perú. Después se vio confirmada a la luz de las «cartas de la tribulación» que el Papa escribió a los obispos de Chile y al Pueblo de Dios. Tomó cuerpo en el diálogo con el P. Diego Fares, que compuso los aparatos de comentario, y, por último, recibió su aprobación final por el mismo Francisco el 8 de noviembre de 2018, acompañada por su prefacio, con el cual la ofrece no solamente a la lectura, sino sobre todo a la oración.

1 Las cartas de la tribulación, Buenos Aires, Diego de Torres, 1988.

2 J.L. Narvaja, «Miguel Ángel Fiorito. Una reflexión sobre la religiosidad popular en el entorno de Jorge Bergoglio», en La Civiltà Cattolica Iberoamericana II, 2018, n. 16, pp. 66-77.

3 J.M. Bergoglio, «La doctrina de la tribulación», en La Civiltà Cattolica IberoamericanaII, 2018, n. 16, pp. 15-21.

4Francisco, «“¿Dónde es que nuestro pueblo ha sido creativo?”. Conversaciones con los jesuitas de Chile y Perú», en La Civiltà Cattolica IberoamericanaII, 2018, n. 14, pp. 7-23.

Primera parteLAS TRIBULACIONES DE AYER

LA DOCTRINA DE LA TRIBULACIÓNJorge Mario Bergoglio S.I.

Los escritos que siguen tienen por autor a dos padres generales de la Compañía de Jesús: el P. Lorenzo Ricci (elegido general en 1758) y el P. Jan Roothaan (elegido en 1829). Ambos han debido conducir la Compañía en tiempos difíciles, de persecuciones. Durante el generalato del P. Ricci se llevó a cabo la supresión de la Compañía por parte del papa Clemente XIV. Desde hacía mucho tiempo las cortes borbónicas venían «exigiendo» esta medida. El Papa Clemente XIII confirmó el Instituto fundado por san Ignacio; sin embargo, los embates borbónicos no cejaron hasta la publicación del Breve Dominus ac Redemptor, de 1773, en el cual la Compañía de Jesús quedaba suprimida.1

También al P. Roothaan le tocaron tiempos difíciles: el liberalismo y toda la corriente de la Ilustración que desembocaba en la «modernidad». En ambos casos, en el del P. Ricci y en el del P. Roothaan, la Compañía era atacada principalmente por su devoción a la Sede Apostólica: se trataba de «un tiro por elevación». No faltaban, con todo, deficiencias dentro de las filas jesuitas.

No es el caso detallar aquí más que los hechos históricos. Baste lo dicho para encuadrar la época de los dos padres generales. Lo importante es tener en cuenta que, en ambos casos, la Compañía de Jesús sufría tribulación; y las cartas que siguen son la doctrina sobre la tribulación que ambos superiores recuerdan a sus súbditos. Constituyen un tratado acerca de la tribulación y el modo de sobrellevarla.

En momentos de turbación, en los que la polvareda de las persecuciones, tribulaciones, dudas, etc., es levantada por los acontecimientos culturales e históricos, no es fácil atinar con el camino a seguir. Hay varias tentaciones propias de ese tiempo: discutir las ideas, no darle la debida importancia al asunto, fijarse demasiado en los perseguidores y quedarse rumiando allí la desolación, etc. En las cartas que siguen vemos cómo ambos padres generales salen al paso de tales tentaciones, y proponen a los jesuitas la doctrina que los fragua en la propia espiritualidad2 y fortalece su pertenencia al cuerpo de la Compañía, la cual «es primaria y debe prevalecer en relación con todas las otras (a instituciones de todo orden, sean de la Compañía o exteriores a ella). Ella debe caracterizar cualquier otro compromiso que, por ella, es transformado en “misión”…».3

Detrás de las posturas culturales y sociopolíticas de esa época subyacía una ideología: la Ilustración, el liberalismo, el absolutismo, el regalismo, etc. Sin embargo, llama la atención cómo ambos padres generales —en sus cartas— no se ponen a «discutir» con ellas. Saben de sobra que —en tales posturas— hay error, mentira, ignorancia… Sin embargo, dejan de lado estas cosas y —al dirigirse al cuerpo de la Compañía— centran su reflexión en la confusión que tales ideas (y las consecuencias culturales y políticas) producen en el corazón de los jesuitas. Parecería como si temieran que el problema estuviera mal enfocado. Es verdad que hay lucha de ideas, pero ellos prefieren ir a la vida, a la situacionalidad que tales ideas provocan. Las ideas se discuten, la situación se discierne. Estas cartas pretenden dar elementos de discernimiento a los jesuitas en tribulación. De ahí que, en su planteamiento, prefieran —más que hablar de error, ignorancia o mentira— referirse a la confusión. La confusión anida en el corazón: es el vaivén de los diversos espíritus. La verdad o la mentira, en abstracto, no es objeto de discernimiento. En cambio, la confusión sí. Las cartas que siguen son un tratado de discernimiento en época de confusión y tribulación. Más que argumentar sobre ideas, estas cartas recuerdan la doctrina, y —por medio de ella— conducen a los jesuitas a hacerse cargo de su propia vocación.

Frente a la gravedad de esos tiempos, a lo ambiguo de las situaciones creadas, el jesuita debía discernir, debía recomponerse en su propia pertenencia. No le era lícito optar por alguna de las soluciones que negara la polaridad contraria y real. Debía «buscar para hallar» la voluntad de Dios, y no «buscar para tener» una salida que lo dejara tranquilo. El signo de que había discernido bien lo tendría en la paz (don de Dios), y no en la aparente tranquilidad de un equilibrio humano o de una opción por alguno de los elementos en contraposición. En concreto, no era de Dios defender la verdad a costa de la caridad, ni la caridad a costa de la verdad, ni el equilibrio a costa de ambas. Para evitar convertirse en un veraz destructor, en un caritativo mentiroso o en un perplejo paralizado, debía discernir. Y es propio del superior ayudar al discernimiento. Este es el sentido más hondo de las cartas que siguen: un esfuerzo de la cabeza de la Compañía por ayudar al cuerpo a tomar una actitud de discernimiento. Tal actitud paternal rescata al cuerpo del desamparo y del desarraigo espiritual.

Finalmente, una cosa más acerca del método. El recurso a las verdades fundamentales que dan sentido a nuestra pertenencia parece ser el único camino para enfocar de manera recta un discernimiento. San Ignacio lo recuerda frente a cualquier elección: «el ojo de nuestra intención debe ser simple, solo mirando para lo que soy criado…».4 Además, no es de extrañarse por el recurso que, en estas cartas, hacen los padres generales a los pecados propios de los jesuitas, los cuales —en un enfoque meramente discursivo y no de discernimiento— parecería que nada tendrían que ver con la situación externa de confusión provocada por las persecuciones. Lo que sucede no es casual: subyace aquí una dialéctica propia de la situacionalidad del discernimiento: buscar —dentro de sí mismo— un estado parecido al de fuera. Es este caso, verse solo perseguido podría engendrar el mal espíritu de «sentirse víctima», objeto de injusticia, etc. Fuera, por la persecución, hay confusión… Al considerar los pecados propios, el jesuita pide —para sí— «vergüenza y confusión de mí mismo».5 No es la misma cosa, pero se parecen; y —de esta manera— se está en mejor disposición de hacer el discernimiento.

Las cartas que siguen fueron traducidas de su original latino6 por el R.P. Ernesto Dann Obregón S.I., quien de esta manera pone en manos de tantos lectores esta joya de nuestra espiritualidad.

25 de diciembre de 1987

1 Las interpretaciones históricas sobre la conducta del Papa Clemente XIV son variadas. El punto de vista de cada una de ellas parte siempre de alguna realidad objetiva. Pienso que no siempre es acertado el hecho de absolutizar esa verdad transformándola en la única clave interpretativa. Un buen compendio sobre el tema se puede encontrar en G. Martina, La Iglesia, de Lutero a nuestros días, 4 vols., Madrid, Cristiandad, 1974; vol. II, pp. 271-287. Igualmente, aporta abundante bibliografía. El juicio que de Clemente XIV hace Pastor en su Historia de los Papas (vol. XXXVII) es sumamente duro. Por ejemplo, «la debilidad de carácter de Clemente XIV da la clave para entender su táctica de ceder en todo lo posible a las exigencias de las cortes borbónicas y de restablecer la paz por este medio…» (p. 90). «La cualidad más fatal del nuevo Papa: la debilidad y la timidez, con las cuales andaban parejas su doblez y lentitud» (p. 82). «A Clemente XIV le falta valor y firmeza; en todas sus resoluciones es lento hasta un extremo increíble. Cautiva a la gente con bellas palabras y promesas, la engaña y la fascina. Al principio promete cielo y tierra, mas luego pone dificultades y difiere la solución, según costumbre romana, quedando al fin triunfante. De esta suerte, todos terminan por quedar prendidos en sus redes. Se da traza admirable para eludir toda decisión en sus contestaciones a los embajadores; los despide con buenas palabras y halagüeñas esperanzas que luego no se realizan. Quien pretenda conseguir una gracia ha de procurar lograrla en la primera audiencia. Por lo demás, un embajador perspicaz puede descubrir su doble juego, porque es muy propenso a hablar» (pp. 82-83). Estos son juicios que Pastor toma de documentaciones de la época, y si bien su opinión sobre el papa Ganganelli termina siendo negativa, lo es mucho más la que sostiene sobre su secretario, fray Bontempi, también fraile menor conventual, a quien «carga» prácticamente gran parte de la responsabilidad de los errores de Ganganelli. Bontempi —según Pastor— trató simoníacamente con el embajador español la supresión de la Compañía. Logró que Clemente XIV lo nombrara cardenal in pectore, pero fracasó cuando le exigió, en el lecho de muerte, la publicación del cardenalato. Pastor lo presenta como un sujeto ambicioso, sin escrúpulos, que se mueve entre bambalinas, y que procura «quedar bien»; de tal modo que prepara así su futuro.

2 El P. José de Guibert S.I., en su obra La Espiritualidad de la Compañía de Jesús (Santander, Sal Terrae, 1955) afirma: «En consonancia con esto [se refiere al Decreto 11 de la Congregación General XIX, que eligió al P. Ricci como General] se halla la emocionante serie de cartas dirigidas por el nuevo general a sus religiosos a medida que las pruebas se acumulan y los peligros van en aumento. El 8 de diciembre de 1759, al siguiente día de que los decretos de Pombal destruyeran las provincias portuguesas, invita a la oración para pedir por el pronto spiritum bonum, el verdadero espíritu sobrenatural de la vocación, la perfecta docilidad a la gracia divina. De nuevo, el 30 de noviembre de 1761, en el momento en que Francia a su vez es alcanzada por la tempestad, lo que pide es poner plena confianza en Dios, aprovecharse de las pruebas para la purificación de las almas, recordar que nos allegan más a Dios, y sirven también para la mayor gloria de Dios. El 13 de noviembre de 1763 también insiste en la necesidad de orar y de hacer más eficaz la oración con la santidad de la vida, recomendando ante todo la humildad, el espíritu de pobreza y la perfecta obediencia pedida por san Ignacio. El 16 de junio de 1769, después de la expulsión de los jesuitas españoles, hace nueva llamada a la oración, al celo para purificarse de los menores defectos. Al fin, el 21 de febrero de 1773, seis meses antes de la firma del Breve Dominus ac redemptor, quiere ver en la falta de todo socorro humano un efecto de la misericordia de Dios que invita a los que prueba a no confiar más que en Él; exhorta también a la oración, pero para pedir únicamente la conservación de una Compañía fiel al espíritu de su vocación : «Si, lo que Dios no permita, había de perder ese espíritu, poco importaría que fuese suprimida, ya que se habría hecho inútil para el fin para el que había sido fundada». Y termina con una cálida exhortación para mantener en su plenitud el espíritu de caridad, de unión, de obediencia, de paciencia, y de sencillez evangélica.

Tales son las palabras con las que la Divina Providencia quiso que se cerrase la historia espiritual de la Compañía en el momento de la prueba suprema del sacrificio total que se le iba a exigir. Cordara, y otros después de él, han censurado en Ricci una pasividad excesiva frente a los ataques de que su orden era objeto, una falta de energía y de habilidad para valerse de todos los medios a su disposición para frustrar los ataques; no es este el lugar para discutir si semejante crítica está fundada, pero lo cierto es que es preferible oír, más bien que invitaciones a recurrir a habilidades humanas, legítimas, pero sin duda del todo inútiles, las reiteradas llamadas a la fidelidad sobrenatural, a la santidad de la vida, a la unción con Dios en la oración, como a cosas esenciales en aquellas últimas horas de la orden, en vísperas de morir» (pp. 318-319).

«Apenas hay necesidad de recordar la protesta que el P. Ricci, moribundo, cuidó de leer, en el momento de recibir el viático en su prisión del Castillo de Sant Angelo, el 19 de noviembre de 1775: en el momento de comparecer ante el tribunal de la infalible verdad era deber suyo protestar que la Compañía destruida no había dado ningún motivo para su supresión; lo declaraba y atestiguaba con la certeza que moralmente puede tener un superior bien informado del estado de su orden; luego, dijo que él mismo no había dado motivo alguno, por ligero que fuese, para su prisión» (ibíd., nota 71).

3 CGXXXII, IV, 66.

4 Cfr. Ejercicios Espirituales, n. 169.

5 Cfr. ibíd, n. 48.

6Epistolae Praepositorumm Generalium ad Patres et Fratres Societatis Iesu, 4 vols., Rollarii, Iulii De Meester, 1909, pp. 257-307 y 332-346.

CARTAS DE LOS SUPERIORES GENERALESDE LA COMPAÑÍA DE JESÚSLorenzo Ricci S.I. y Jan Roothaan S.I.

CARTA DEL M.R.P. LORENZO RICCI A LOS PADRES Y HERMANOS DE LA COMPAÑÍA (26 DE SEPTIEMBRE DE 1758)

Sobre que hay que orar más a causa de las calamidades que oprimen y amenazan a la Compañía