Las contradicciones del "socialismo real". - Michael A. Lebowitz - E-Book

Las contradicciones del "socialismo real". E-Book

Michael A. Lebowitz

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"La historia del socialismo real" socavó la idea de la alternativa del socialista. En este libro, Lebowitz propone una explicación alternativa sobre ese pasado.

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Seitenzahl: 364

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Título original: Las contradicciones del "socialismo real". El dirigente y los dirigidos

Traducción: Olimpia Sigarroa Santamarina

Revisión de traducción: Carlos Manuel Menéndez Lara

Edición: Denise Ocampo

Diseño de cubierta: Claudia Menéndez Romero

Diseño interior: Yadyra Rodríguez Gómez

Diagramación: Enrique García Martín

© Michael A. Lebowitz, 2015

© Sobre la presente edición:

Ruth Casa Editorial, 2015

ISBN: 978-9962-697-92-3

Ruth Casa Editorial

Calle 38 y ave. Cuba,

edif. Los Cristales, oficina no. 6

apdo. 2235, zona 9A, Panamá

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Distribuidores para esta edición:

EDHASA

Avda. Diagonal, 519-52 08029 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España

E-mail:[email protected] 

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RUTH CASA EDITORIAL

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Prefacio

Introducción
Nuevas alas para el socialismo
Obertura
Capítulo 1
La economía de la escasez
Capítulo 2
El contrato social
Capítulo 3
La naturaleza y reproducción de las relaciones de producción de vanguardia
Capítulo 4
La reproducción impugnada dentro del socialismo real
Capítulo 5
El director y la batalla de ideas en la Unión Soviética
Capítulo 6
De la economía moral a la economía política
Capítulo 7
Hacia una sociedad de directores asociados
Capítulo 8
Adiós al marxismo de vanguardia
Bibliografía
Enlaces

MICHAEL A. LEBOWITZ. 

Profesor Emérito de Economía, por la Simon Fraser University, Canada, donde impartió Economía Marxista y temas de economía socialista. Entre 2004 y 2010 trabajó en Venezuela como consultor y como director del programa Práctica Transformadora y Desarrollo Humano en el Centro Internacional Miranda, en Caracas. entre sus libros traducidos al español, se destacan La alternativa socialista: el verdadero desarrollo humano (Caracas: Monte Avila, 2013), El socialismo no cae del cielo: Un nuevo comienzo (Habana: Ciencias Sociales, 2009), Mas allá de El Capital: La economía política de clase obrera (Habana: Ciencias Sociales, 2008), La lógica del capital versus la lógica del desarrollo humano (Caracas: El perro y la rana, 2007) y Construyámoslo ahora: el socialismo para siglo XXI (Caracas: Centro Internacional Miranda, 2006).

Para los amigos de Cuba, Venezuela y dondequiera que la gente esté luchando para construir un nuevo mundo, ¡hasta la victoria siempre!

Prefacio

Este no es un libro para aquellos que ya saben todo cuanto es importante conocer acerca del “socialismo real”. Para aquellas almas afortunadas que han heredado o adoptado las verdades eternas de sectas políticas particulares de la izquierda, las notas empíricas a pie de página que fortalecen su derecho al liderazgo son las principales tareas de erudición. Como resultado, para ellos la cuestión central acerca de este libro es posible que sea: “¿Él está con nosotros o contra nosotros?” En pocas palabras: “¿este libro es bueno para los elegidos?”

Yo presumo, sin embargo, que se trata de lectores que comienzan por hacer preguntas más que dar respuestas. ¿Qué fue este fenómeno conocido como “socialismo real” o “socialismo realmente existente”, un concepto creado en el siglo xx por líderes de países a fin de distinguir su experiencia real de ideas socialistas meramente teóricas? ¿Cuáles fueron sus características? ¿Cómo se reprodujo este sistema? ¿Por qué en última instancia este se rindió al capitalismo sin resistencia de las clases obreras que presumiblemente eran sus beneficiarias?

Yo no planifiqué escribir este libro. Mi idea original era incluir unos pocos capítulos sobre el “socialismo real” en mi libro The Socialist Alternative: Real Human Development (La alternativa socialista: desarrollo humano real), publicado por Monthly Review Press en 2010. Lo que quería decir era que la alternativa socialista es una alternativa no solo para el capitalismo sino también para el “socialismo real”. Sin embargo, después de esbozar unos cuantos capítulos basados en particular en la experiencia de la Unión Soviética (URSS) y la Europa del Este, me di cuenta de que esta sección del libro estaba “imponiéndose” y exigía un libro propio. De manera que, como señalé en el prefacio a The Socialist Alternative, decidí trasladar este material, más una discusión de la experiencia yugoslava acerca de la autogestión de mercado, a un proyecto aparte que denominé “estudios sobre el desarrollo del socialismo”.

Ahora bien, en mi intento de aplicar la metodología de Marx al estudio del “socialismo real” (en lo sucesivo sin comillas), me fui sorprendiendo constantemente porque el tema sujeto a investigación continuamente revelaba nuevos aspectos que debían ser explorados, aspectos que yo no había tomado en cuenta en mis años de impartir dicho tema. Como resultado el libro aumentó de tamaño y demoró en completarse mucho más tiempo de lo previsto. Además, su alcance se redujo. Lo primero que se eliminó fue el análisis de la experiencia yugoslava, ahora pospuesto para un proyecto futuro, pero también fue truncado el propio análisis del socialismo real.

Originalmente mi plan era analizar el socialismo real como un sistema consolidado con posterioridad a 1950, y después continuarlo con una sección sobre su desarrollo histórico. Mi modelo en este sentido fue el tratamiento dado por Marx al capitalismo en El capital, el cual reveló su naturaleza como sistema establecido (su “ser”), y a partir de ahí usé ese análisis como guía para examinar el surgimiento del sistema (su “llegar a ser”). Así, la Primera Parte exploraría la naturaleza de un sistema dominado por lo que he llamado “relaciones vanguardia de producción”, en tanto la Segunda Parte analizaría el surgimiento (o acumulación originaria) de esas relaciones.

Por consiguiente, los capítulos esbozados para la Segunda Parte incluyeron temas como el surgimiento del partido de vanguardia en la URSS, la Nueva Política Económica (NEP), las relaciones sociales dentro del campo y la teoría de la “acumulación socialista primitiva”. Solo quedó por hacer el análisis de los años 1930. Pero estas cuestiones por ahora también han sido aplazadas para otro trabajo.

Este no es en absoluto un libro sin premisas. Como revela la introducción, yo parto de un entendimiento de que en la esencia del socialismo hay un foco de atención al desarrollo humano, al desarrollo, efectivamente, de capacidades humanas, un proceso inseparable de la actividad humana. Pero ese espectro no es el tema objeto de este libro. Sugiero que comprendemos mejor el socialismo real no comenzando por la teoría y la aplicación simple de conceptos a partir del estudio del capitalismo, sino, como hiciera Marx, empezando por los fenómenos reales, concretos, de estas sociedades y tratando de comprender la estructura subyacente que los genera.

Nuestro examen del socialismo real comienza por investigar una característica omnipresente en el sistema —las escaseces—. Para comprender los factores que subyacen en la “economía de la escasez” tomamos en cuenta primeramente el concepto de un contrato social particular que ofreció algunos beneficios inequívocos para la clase obrera, y entonces exploramos el carácter de las relaciones de vanguardia de la producción. Pero el socialismo real era más que un conjunto de relaciones.

Vemos una lucha inherente entre la lógica de la vanguardia y la lógica del capital; además, vemos un conjunto de creencias de parte de la clase obrera (la economía moral de la clase obrera en el socialismo real), que brinda atisbos de una lógica alternativa, la lógica de la clase obrera. ¿Es posible construir sobre la base de ella en el socialismo real? Esa es la pregunta para la cual brindamos algunas sugerencias, aunque ninguna respuesta definitiva.

A pesar de que el objetivo es moverse del fenómeno concreto a una comprensión de esos fenómenos, iniciamos el libro con dos secciones abstractas. Primeramente, la Introducción presenta mis premisas acerca del capitalismo y el concepto de socialismo para el siglo xxi. En este sentido la misma proporciona un puente entre el análisis en The Socialist Alternative y este libro. En segundo lugar, la Obertura introduce la cuestión del dirigente y los dirigidos (el subtítulo de este libro). Esta plantea específicamente una pregunta sobre la necesidad de una “autoridad dirigente” y la cuestión del poder. En realidad, la Obertura introduce el leitmotiv del libro: la posibilidad del socialismo en una sociedad dividida entre dirigente y dirigidos.

Una vez más necesito señalar que este libro debe mucho al estímulo, dedicación y camaradería de mi compañera Marta Harnecker (cuya ética de trabajo hace que mi supuesta adicción a mi labor luzca como el comportamiento de un oso perezoso). Me he beneficiado mucho también con el trabajo de David Mandel, quien ha leído varias partes del mismo y ha brindado útiles comentarios críticos. Por último, han sido especialmente estimulantes (y abrumadores) los mensajes de un número de personas que me han dicho cuánto esperan de este libro. Espero haber planteado las cuestiones correctas para ellos.

Michael A. Lebowitz

25 de marzo de 2012

Obispo, puedo volar

Dijo el sastre al obispo.

Mira cómo lo hago.

Y escaló con cosas

que parecían alas

al ancho, ancho tejado de la iglesia.

El obispo pasó por allí

Todo es una mentira,

El ser humano no es un pájaro

Nadie volará jamás,

Dijo el obispo del sastre.

El sastre es hombre muerto

Le dijo la gente al obispo.

Fue la comidilla de la feria.

Sus alas se estrellaron

Y se hizo añicos

Sobre las duras, duras piedras de la plaza.

Doblen las campanas en la torre de la iglesia,

Todo fue una mentira,

El ser humano no es un pájaro,

Nadie volará jamás,

Dijo el obispo a la gente.

Bertolt Brecht (1959)

Introducción

Nuevas alas para el socialismo

En 1990 comencé a escribir un ensayo que llevaba como subtítulo “A Cautionary Tale” (Un cuento aleccionador) con el poema de Brecht sobre el sastre que se puso “cosas que parecían alas”, subió al tejado de una iglesia, trató de volar y se estrelló1 . En 1990, lo que muchos llamaron el mundo socialista se estrelló (Lebowitz, 1991)2. Y por doquier hubo expertos que vieron esto como la prueba de que el socialismo había fracasado. “Nadie volará jamás”.

1 El análisis en esta primera sección se basa directamente en “New Wings for Socialism” (Lebowitz, 2007) y en una conversación en enero de 2007 en Caracas, en ocasión de la presentación de la edición venezolana de Build It Now: Socialism for the 21st Century (Lebowitz, 2006).

2 Las citas en español han sido traducidas especialmente para la presente edición.

Lo que intenté hacer en aquel ensayo fue rebatir los argumentos teóricos en contra del socialismo, argumentos teóricos en particular contra el concepto3 marxista del socialismo. Y propuse que había habido una distorsión del marxismo tanto en la teoría como en la práctica, una distorsión que se olvidó de los seres humanos, un mensaje determinista enfocado en las fuerzas productivas y que no se pronunció acerca de “la naturaleza de los seres humanos producidos dentro de un sistema económico”. El argumento determinista que enfatiza la primacía de las fuerzas productivas —planteé— nunca pudo comprender por qué Marx sacrificó su “salud, felicidad y familia” para escribir El capital. Ni tampoco le encontró sentido al hecho de que Marx nunca cesara de insistir en que los obreros solo pueden capacitarse para crear una nueva sociedad a través del proceso de lucha.

3 Ver mi análisis de los argumentos de John Holloway en Lebowitz, 2005

¿Cuál era mi punto fundamental? Hacer énfasis en la importancia de desarrollar un nuevo sentido común, uno que vea la lógica de producir juntos para satisfacer necesidades humanas. El hecho de no hacer esto y, en su lugar, de enfatizar el desarrollo de las fuerzas productivas —propuse— conduce inevitablemente a un callejón sin salida, el callejón sin salida que pudimos ver frente a nosotros. El punto era simple: como destacara Che Guevara, para construir el socialismo resulta esencial, conjuntamente con construir nuevas bases materiales, construir nuevos seres humanos.

Pero, ¿cómo? Me concentré en un número de elementos. La autogestión en el proceso de producción —expliqué— era un elemento esencial: “en la medida en que la gente produzcan ellos mismos en el transcurso de todas sus actividades, el proceso en sí de participar en formas democráticas de producción es parte esencial en la producción de personas para quienes la necesidad de cooperación es una segunda naturaleza”. Pero la autogestión en unidades productivas específicas no es suficiente. Se necesita —argumenté— sustituir un foco de egoísmo y auto-orientación por un foco de comunidad y solidaridad, un énfasis consciente en las necesidades humanas, es decir, la necesidad de participar en soluciones colectivas para satisfacer necesidades humanas debe ser “reconocida como responsabilidad de todos los individuos”. Y un Estado puesto por encima y más allá de la sociedad civil nunca pudiera producir gente con estas características. “Más bien, solo a través de sus propias actividades a través de organizaciones autónomas —en el vecindario, la comunidad y a niveles nacionales— puede la gente transformar tanto las circunstancias como a sí mismos”. Dicho brevemente, lo necesario era “el desarrollo consciente de una sociedad civil socialista”.

De esta forma subrayé la centralidad de los seres humanos y el desarrollo de instituciones que les permitan transformarse a sí mismos. Esto no ocurrió en el modelo soviético. “Con su falta de producción democrática y cooperativa, su ausencia de una sociedad civil socialista y su mando burocrático realmente existente”, el socialismo real no había producido los nuevos seres humanos que pudieran construir un mundo mejor. Y esa —propuse— era la lección que teníamos que aprender de esta experiencia. Más que sacar de la crisis la conclusión de que el socialismo había fracasado y que nadie podría volar jamás, la lección para los socialistas era diferente. Mi línea conclusiva fue: “Nadie debiera jamás volver a tratar de volar con esas cosas que solo parecen alas”.

A falta de una alternativa

Mucho ha sucedido desde 1990 cuando escribí aquel ensayo. Sin embargo, algo que no ha cambiado es que, ahora al igual que entonces, la falta de una visión de alternativa socialista garantiza que no exista alternativa al capitalismo. Si no sabes a dónde quieres ir, ningún camino te llevará allí. El resultado es que acabas yendo a ninguna parte —o, más precisamente, tus luchas son, o bien derrotadas o absorbidas dentro del capitalismo—.

Para muchos críticos del capitalismo, sin embargo, el sistema está al borde del colapso. Es frágil; según algunos este solo requiere una cacofonía de fuertes “No” o un resonante coro de “pedos silentes” para que se derrumbe4. Para otros, dado que el capitalismo está a punto de entrar en su crisis económica final (o, efectivamente, ha estado en ella durante décadas) es hora de documentar los días de agonía de este maldito sistema (cfr. Lebowitz, 2003). Pero para Marx no era tan simple; el capitalismo no era frágil. A pesar de su odio hacia un sistema que explotaba y destruía tanto a los seres humanos como a la naturaleza, él comprendió que el capitalismo es fuerte y que tiende a crear las condiciones para su reproducción como sistema.

4 Los economistas marxistas, en particular, tienden a involucrarse en animados debates sobre quién predijo correctamente la crisis —y lo hacen con toda la exactitud de un reloj parado—.

El capitalismo es un sistema centrado en una relación entre capitalistas, propietarios de los medios de producción, empujados por el deseo de ganancia (plusvalía) y obreros que están separados de los medios de producción y que no tienen alternativa para mantenerse como no sea vender su capacidad de realizar trabajo (fuerza de trabajo). ¿Pero cómo —preguntaba Marx— se reproduce tal sistema? ¿Cómo se producen y reproducen sus premisas?

De la parte del capital, esto es fácil de comprender. A través de la compra de fuerza de trabajo, el capital obtiene tanto el derecho a dirigir a los obreros en el proceso de trabajo, como los derechos de propiedad de lo que el obrero produce. Utiliza estos derechos para explotar a los trabajadores (es decir, para obligar a la realización de trabajo excedente) y así producir bienes que contienen plusvalía. Lo que el capital quiere, sin embargo, no son esos bienes fecundados, sino realizar esa plusvalía al vender los bienes.

Mediante la venta exitosa de esos bienes (y con ello la realización de la plusvalía, el capital puede renovar los medios de producción consumidos en el proceso de producción, contratar nuevamente trabajadores asalariados, mantener su propio consumo deseado y acumular capital con el fin de la expansión. Sin embargo, la capacidad del capital para continuar operando como capital requiere la reproducción de los obreros como trabajadores asalariados (es decir, como trabajadores que reaparecen en el mercado laboral para vender su fuerza de trabajo a fin de sobrevivir). Pero, ¿qué garantiza esto? Mientras el capital constantemente trata de reducir los salarios, los trabajadores empujan en dirección opuesta. De tal manera, ¿qué garantiza que los trabajadores no ganen salarios suficientes que les permitan no tener que vender su capacidad de trabajar a fin de sobrevivir?

Una forma en que el capital mantiene bajos los salarios es dividendo y separando a los trabajadores para que compitan entre sí en lugar de unirse contra el capital. El capital puede hacer esto no solo utilizando a los trabajadores uno contra el otro (como Marx describió la forma en que el capital se aprovechó de la hostilidad entre los trabajadores ingleses e irlandeses), sino también reproduciendo constantemente un ejército de reserva de los desempleados, sustituyendo obreros por maquinaria. La competencia entre obreros y la división entre empleados y desempleados tienden ambos a mantener bajos los salarios. “La gran belleza de la producción capitalista”, comentó Marx, es que al producir “una población relativamente excedente de trabajadores asalariados”, los salarios son “mantenidos dentro de límites satisfactorios para la explotación capitalista, y finalmente, se garantiza la dependencia social del trabajador con relación al capitalista, la cual es indispensable” (Marx, 1977:935).

Sin embargo, Marx ofreció una razón adicional para la reproducción del trabajo asalariado (y con ello, la reproducción de relaciones capitalistas de producción). Dentro de las relaciones capitalistas los trabajadores no solo son explotados —también son deformados—. Si olvidamos este segundo aspecto de la opresión capitalista nunca podremos comprender porqué los obreros no se rebelan cuando el capital entra en una de sus muchas crisis. Necesitamos, en pocas palabras, comprender la naturaleza de los obreros producidos dentro del capitalismo.

Mientras el capital desarrolla fuerzas productivas para lograr su objetivo preconcebido (el crecimiento de la ganancia y del capital), Marx señaló que “todos los medios para el desarrollo de la producción” bajo el capitalismo “deforman al trabajador, convirtiéndolo en un fragmento de ser humano”, lo degradan y “lo enajenan de las potencialidades intelectuales del proceso de trabajo” (Marx, 1977:548, 548, 643, 799). El capital explica la mutilación, el empobrecimiento, la “parálisis del cuerpo y la mente” del obrero, “atado de pies y manos de por vida a una sola operación especializada” que tiene lugar en la división del trabajo característica del proceso capitalista de producción. Pero, ¿es que el desarrollo de la maquinaria permite a los obreros desarrollar sus capacidades? La posibilidad estuvo presente, pero en el capitalismo esto completó la “separación entre las facultades intelectuales del proceso de producción y el trabajo manual” (Marx, 1977: 482–84, 548, 607–8, 614). En resumen, pensar y hacer son separados y se tornan hostiles, y se pierde “todo átomo de libertad, tanto en la actividad corporal como en la intelectual”.

Un tipo particular de persona se produce en el capitalismo. Producir bajo relaciones capitalistas es un proceso de un “vaciamiento completo”, de una “enajenación total”, el “sacrificio del ser humano como fin en sí mismo por un fin totalmente externo” (Marx, 1973:488). ¿De qué otra forma sino con dinero —la verdadera necesidad que crea el capitalismo— podemos llenar el vacío? Llenamos el vacío de nuestras vidas con cosas —somos empujados a consumir—. Además de producir bienes y el capital mismo, el capitalismo produce un ser humano fragmentado, lisiado, cuyo disfrute consiste en poseer y consumir cosas. Más y más cosas. El capital genera constantemente nuevas necesidades para los trabajadores y es sobre esta base que “descansa el poder contemporáneo del capital”; cada nueva necesidad de bienes capitalistas es un nuevo eslabón en la cadena dorada que une a los obreros al capital (Marx, 1973: 287; Lebowitz, 2003: 32-44).

¿Es probable, entonces, que personas producidas en el capitalismo puedan comprender espontáneamente la naturaleza de este sistema destructivo? Por el contrario, la tendencia inherente al capital es producir gente que piense que no hay alternativa. Marx estuvo claro en que el capital tiende a producir la clase obrera que necesita, obreros que consideren al capitalismo como sentido común:

El avance de la producción capitalista desarrolla una clase obrera que, por educación, tradición y hábitos, considera la necesidad de este modo de producción como el resultado de leyes naturales evidentes por sí mismas. La organización del proceso capitalista de producción, una vez desarrollado completamente, destruye toda resistencia (Marx, 1977: 899).

¡Destruye toda resistencia! Y Marx procedió a añadir que la generación por parte del capital de un ejército de reserva de desempleados “pone el sello a la dominación del capitalista sobre el obrero, y que el capitalista puede confiar en la dependencia del obrero con relación al capital, que surge de las propias condiciones de producción y es garantizada a perpetuidad por ellas” (Marx, 1977: 899). Obviamente, para Marx, los muros del capital nunca se derrumbarán con un fuerte grito.

Desde luego, los obreros sí luchan contra el capital por objetivos específicos: luchan por mejores salarios, días laborables más cortos y menos intensos, y por beneficios que les permitan satisfacer un mayor número de sus necesidades dentro de esta relación salario-trabajo. Sin embargo, no importa cuánto puedan luchar en aspectos particulares tales como cuestiones de “justicia” (por ejemplo, salarios “justos”, trabajo diario “justo”). Mientras los obreros consideren los requisitos del capitalismo “como leyes naturales evidentes en sí mismas”, esas luchas tienen lugar dentro de los límites de la relación capitalista. Al final, su subordinación a la lógica del capital significa que, enfrentados a las crisis del capitalismo, ellos más tarde o más temprano actúan para garantizar las condiciones para la reproducción del capital.

Y por eso es que Marx escribió El capital. Precisamente por la tendencia inherente al capital de desarrollar una clase obrera que considera como sentido común los requerimientos de este, el propósito de Marx fue explicar la naturaleza del capital a los obreros y ayudarles a comprender la necesidad de ir más allá del capitalismo (Lebowitz, 2003:177). Sin embargo, no es suficiente comprender que el capitalismo es una sociedad perversa que deforma a la gente y que el propio capital es el resultado de la explotación. Si la gente piensa que no hay alternativa, entonces lucharán por hacer lo mejor que puedan dentro del capitalismo pero no perderán su tiempo y energía tratando de lograr lo imposible.

He aquí por qué la historia de la caída del socialismo real es tan importante. Esta sirve como un “cuento aleccionador”; el socialismo, se nos dice, no puede triunfar. “Todo fue una mentira. Nadie podrá volar jamás”. No hay alternativa. Para muchos, la historia del socialismo real mató la idea de una alternativa socialista.

Según entendió Marx, las ideas se tornan una fuerza material cuando se apoderan de la mente de las masas. Durante muchos años, como resultado de características del socialismo real —así como de su caída final—, la gente descontenta con el capitalismo han sido convencidos de que no hay alternativa, que la lógica del capital es sentido común, y que, por consiguiente, la mejor esperanza es el capitalismo con un rostro humano. El resultado ha sido fortalecer el capitalismo.

Por esta razón, comprender el socialismo real y por qué se estrelló no es un ejercicio en el estudio de la historia (como el estudio del feudalismo). Más bien, ahora sabemos, más claramente que en 1990, que tiene que haber una alternativa. Tiene que haber una alternativa a un sistema que por su propia naturaleza involucra una espiral de producción enajenada creciente, necesidades crecientes y consumo creciente; un modelo que la Tierra no puede sustentar. El espectro que enfrentamos es el de la barbarie; no solo por los límites de la Tierra (que se reflejan en la evidencia del calentamiento global y las progresivas escaseces que reflejan demandas cada vez mayores de recursos de la Tierra), sino también debido a la creciente competencia por esos recursos, una competencia que no es probable que se le deje al mercado.

Una nueva visión: socialismo para el siglo xxi

Existe, sin embargo, una nueva visión del socialismo que ha surgido en el siglo xxi como alternativa a la barbarie. En su núcleo está la alternativa que Marx evocó en El capital: en contraste con una sociedad en la que el obrero existe para satisfacer la necesidad de capital para su crecimiento, Marx señaló “la situación inversa, en la cual la riqueza objetiva está ahí para satisfacer la propia necesidad de desarrollo del obrero”. El desarrollo humano, en pocas palabras, está en el centro de esta visión de la alternativa al capitalismo (Marx, 1977:772)5.

5 Este tema del desarrollo humano es el centro en Lebowitz, 2010b.

Desde su temprana discusión acerca de un “ser humano rico” hasta sus comentarios posteriores sobre el “desarrollo de la rica individualidad que es tan multilateral en su producción como en su consumo”, el “desarrollo de todas las fuerzas humanas como un fin en sí mismo” y “el desarrollo multilateral del individuo”, Marx enfocó nuestra necesidad de desarrollo pleno de nuestras capacidades; esta es la esencia de su concepción del socialismo: una sociedad que elimina todos los obstáculos al pleno desarrollo de los seres humanos (Lebowitz, 2010b, cáp. 1).

Pero Marx siempre comprendió que el desarrollo humano requiere práctica. No llega como un regalo de las alturas. Su concepto de “práctica revolucionaria”, ese concepto de “la coincidencia de lo cambiante de las circunstancias y de la actividad humana o auto-cambio” es el hilo rojo que atraviesa su obra (Marx, 1976a:4). En todo proceso de actividad humana hay más de un producto del trabajo. Comenzando por su articulación del concepto de “práctica revolucionaria”, Marx sistemáticamente enfatizó que, a través de su actividad, la gente cambia al mismo tiempo que cambian las circunstancias. En pocas palabras, nos desarrollamos a través de nuestra propia práctica, y somos productos de todas nuestras actividades, productos de nuestras luchas (o de la falta de ellas), productos de todas las relaciones en las cuales producimos e interactuamos. En resumen, en toda actividad humana se da un producto conjunto, que consiste tanto en el cambio operado en el objeto de trabajo, como el que ocurre en el propio trabajador (Lebowitz, 2010b: 50–55, 154–159).

La unidad del desarrollo humano y la práctica constituye en Marx el nexo clave que necesitamos comprender si vamos a hablar de socialismo. ¿Qué tipo de relaciones productivas puede proporcionar las condiciones para el pleno desarrollo de las capacidades humanas? Tan solo aquellas en las que exista una cooperación consciente entre productores asociados; tan solo aquellas en las que el objetivo de la producción sea el de los propios obreros. Una administración obrera que termine con la división entre pensar y hacer es esencial, aunque está claro que esto requiere más que administración obrera en centros de trabajo individuales. Ellos deben ser los objetivos de los obreros en la sociedad, también obreros en sus comunidades.

Por tanto, nuestra necesidad de ser capaces de desarrollarnos a través de una actividad participativa y protagónica en todos los aspectos de nuestras vidas está implícita en el énfasis en este eslabón clave entre el desarrollo humano y la práctica. Mediante la práctica revolucionaria en nuestras comunidades, nuestros lugares de trabajo y en todas nuestras instituciones sociales nos producimos como “seres humanos ricos” —ricos en capacidades y necesidades— en contraste con los seres humanos empobrecidos y lisiados que produce el capitalismo. Este concepto es de una democracia en la práctica, democracia como práctica, democracia como protagonismo. Democracia en este sentido —democracia protagónica en el lugar de trabajo, democracia protagónica en los vecindarios, comunidades, comunas— es la democracia de las gentes que se están transformando a sí mismos en sujetos revolucionarios.

Estamos describiendo aquí un elemento en el concepto de socialismo para el siglo xxi, un concepto de socialismo como sistema orgánico particular de producción, distribución y consumo. La producción social organizada por los obreros es esencial para desarrollar las capacidades de los productores y construir nuevas relaciones: relaciones de cooperación y solidaridad. Y si los obreros no toman decisiones en sus lugares de trabajo y comunidades y desarrollan sus capacidades, podemos estar seguros de que otros lo harán. En resumen, la democracia protagónica en todos nuestros lugares de trabajo es una condición esencial para el pleno desarrollo de los productores.

Pero existen otros elementos en esta combinación socialista. La sociedad que queremos construir es aquella que reconoce que “el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos”. ¿Cómo podemos garantizar, sin embargo, que nuestra productividad comunal, social, esté dirigida al libre desarrollo de todos más que a satisfacer los objetivos privados de capitalistas, grupos de individuos o burócratas estatales? Un segundo aspecto de lo que el fallecido presidente Chávez, de Venezuela, llamó en su programa Alo Presidente en enero de 2007 el “triángulo básico del socialismo” se refiere a la distribución de los medios de producción6. La propiedad social de los medios de producción es ese segundo aspecto. Desde luego, resulta esencial comprender que la propiedad social no es igual a la propiedad estatal. La propiedad social implica una profunda democracia, una en la cual las personas funcionen como sujetos, tanto en calidad de productores como de miembros de la sociedad, al determinar el uso de los resultados de nuestra labor social.

6 Ver Alo Presidente #263 and #264, http://www.alopresidente.gob.ve/

¿Son, sin embargo, la propiedad común sobre los medios de producción y la cooperación en el proceso productivo suficientes para “garantizar el desarrollo humano general”? ¿Qué clase de gente se produce cuando nos relacionamos con otros a través de una relación de intercambio y tratamos de obtener el mejor acuerdo posible para nosotros? Esto nos lleva al tercer lado del triángulo: la satisfacción de las necesidades comunales y de los objetivos comunales. Aquí, el enfoque recae en la importancia de basar nuestra actividad productiva en el reconocimiento de nuestra común humanidad y nuestras necesidades como miembros de la familia humana. En síntesis, la premisa es el desarrollo de una sociedad solidaria en la cual vayamos más allá del interés individual y donde, a través de nuestra actividad, construyamos solidaridad entre la gente y al propio tiempo nos produzcamos de forma diferente.

Estos tres aspectos del “triángulo socialista” forman parte de un todo. Ellos son parte de una “estructura en la que todos los elementos coexisten simultáneamente y se ayudan unos a los otros”, un sistema orgánico de producción, distribución y consumo. Productores asociados trabajando con productos de propiedad social del trabajo pasado para producir para las necesidades sociales reproducen sus condiciones de existencia a través de su actividad7. “En el sistema burgués desarrollado” —comentó Marx sobre el capitalismo— “toda relación económica presupone otra en su forma económica burguesa, y todo lo que se propone como principio es pues también una presuposición; este es el caso de todo sistema orgánico” (Marx, 1973:278). Esto se cumple también para el socialismo como un sistema orgánico: toda relación económica presupone otra en su forma económica socialista en el sistema socialista desarrollado.

7 El análisis inicial de estos tres elementos fue hecho en un trabajo escrito para Chávez en diciembre de 2006 en la época en que yo dirigía un programa sobre Práctica transformadora y desarrollo humano en el Centro Internacional Miranda en Venezuela. Utilicé este trabajo en enero de 2007 en el lanzamiento de la edición venezolana de Build It Now: Socialism for the Twenty-first Century (2006), antes mencionada.

Cosas que solo parecen alas

Este libro, sin embargo, no es acerca de la teoría del socialismo como un sistema orgánico. Más bien es acerca del intento en el siglo xx de construir una alternativa al capitalismo, una alternativa que se basaba en cosas que parecían alas y que se estrelló.

Pero, ¿qué eran esas cosas que parecían alas? Para alguna gente, el cuento aleccionador trata solamente de la propiedad estatal sobre los medios de producción. Por consiguiente, para escapar al destino aciago del socialismo real, ellos argumentan que debemos aceptar que la propiedad privada sobre los medios de producción es esencial. Para otros, el cuento gira alrededor de la dependencia de la planificación central en el socialismo real. Así, su respuesta es que los mercados no son específicos del capitalismo y que una alternativa viable para el capitalismo debe abrazar el mercado.

Ahora bien, si somos escépticos acerca de tales conclusiones, ¿cuál es nuestra explicación alternativa sobre el destino del socialismo real? ¿Seleccionar y culpar a un elemento distinto de la combinación que constituyó el socialismo real; por ejemplo, al capitalismo subdesarrollado, a la falta de revolución mundial, a los hombres de baja estatura con bigotes? Eso puede ser un interesante juego de salón, pero, en ausencia de una cuidadosa consideración de cómo diversos elementos dentro del socialismo real estuvieron interconectados e interactuaron para formar ese todo, ¿podemos realmente comprender su destino? ¿Qué aspectos fueron inherentes, incluso necesarios, y cuáles fueron elementos circunstanciales, meramente históricos?

Para comprender la importancia de los elementos individuales, necesitamos tratar de comprender el socialismo real como un sistema. Incluso, elementos que corresponden a lo que puede hallarse en el capitalismo o al concepto de socialismo para el siglo xxi, por sí mismos, no son suficientes para identificar la naturaleza del sistema. Las partes, después de todo, obtienen su sentido por las combinaciones particulares en las que existen, es decir, el todo del cual ellas son parte. Incluso las alas reales son solo partes.

Obertura: El dirigente y los dirigidos

¿Necesitamos a los dirigentes? Ciertamente, cuando trabajamos en equipo en función de un proyecto común, somos más eficientes que cuando estamos solos y aislados. El todo es más grande que la suma de las partes individuales. Ahora bien, ¿para trabajar juntos en un proyecto común necesitamos a alguien que nos dirija? 

Una autoridad que dirija

Dentro de las relaciones capitalistas de producción, el capitalista emplea poseedores de fuerza de trabajo “aislados, individuales”, dirige su labor cooperativa y se adueña del producto de esta. Como propietario del resultado de esta labor, es el beneficiario de “la fuerza productiva social que surge de la cooperación”; esta es “una dádiva gratuita” para el capitalista (Lebowitz, 2003:84-87). Para Marx, sin embargo, la dirección del proceso de cooperación no es única del capitalismo: “Toda labor social o comunal, a gran escala, requiere en mayor o menor medida una autoridad que la dirija”. Marx planteaba dos razones para esto: (a) “para asegurar una coordinación armoniosa de las actividades de los individuos” y (b) “para ejecutar las funciones generales que se originan en el accionar del organismo productivo como un todo, en contraste con el accionar de sus órganos aislados” (Marx, 1977:448).

En pocas palabras, para Marx la necesidad general de la función de dirección “emerge de la naturaleza del proceso laboral cooperativo”. Este requerimiento general, sin embargo, no debe ser confundido con el contenido y la forma específicos que adopta en el contexto del capitalismo. Después de todo, la esencia de la dirección capitalista incorpora la conducción del capital para incrementar la plusvalía (y por tanto, la mayor explotación posible sobre los trabajadores), la necesidad de vencer la resistencia de los trabajadores, y la necesidad de proteger sus inversiones en los medios de producción. En consecuencia, la dirección capitalista es inherentemente un proceso de antagonismo y asume formas “despóticas” —una jerarquía de supervisores cuya función consiste en vigilar a los obreros y darles órdenes en nombre del capital— (Marx, 1977:449-450).

Pero un estilo despótico de dirección no es exclusivo del capitalismo. “En todos los modos de producción basados en la oposición entre el trabajador como productor directo y el propietario de los medios de producción”, la supervisión y el control de los productores resulta esencial. Marx señalaba, por ejemplo, la supervisión de los esclavos en el imperio romano, así como los “Estados despóticos” en los cuales la “supervisión y la intervención total del gobierno” involucra “las funciones específicas emergentes de la oposición entre el gobierno y la masa” (Marx, 1981:507-8). En todos estos casos, la dirección asume una “duplicidad en su contenido”; es general y particular, tanto en lo relativo a todo proceso laboral socialmente combinado, como en lo relativo al mantenimiento del tipo específico de la explotación (Marx, 1977:450).

Intentemos, no obstante, separar lógicamente estos dos aspectos y considerar en sí misma la parte general —que el “trabajo de supervisión y administración que necesariamente surge allí donde la producción directa asume la forma de un proceso socialmente cooperativo, y no aparece simplemente como la labor separada de productores aislados”. Según Marx, esta labor colectiva en sí misma ya es suficiente para necesitar una “autoridad que dirija”: “donde muchos individuos cooperan”, planteó, “la interconexión y la unidad del proceso está necesariamente representada en la voluntad de una jerarquía y en funciones concernientes no al trabajo detallado sino al centro de trabajo y su actividad como un todo, como ocurre con el director de una orquesta” (Marx, 1981:507). En un proceso cooperativo, alguien debe tener la responsabilidad sobre el todo, sobre “el organismo productivo completo”.

Para Marx, el director de orquesta era un símbolo de autoridad dirigente que no se basaba en la división entre productores y propietarios de los medios de producción. El director no guía la orquesta porque posea los medios de producción: “Un director musical”, escribe Marx, “no necesita en absoluto ser el dueño de los instrumentos de su orquesta”, más bien su papel como director es el resultado de “las funciones productivas que toda la labor social colectiva asigna a individuos específicos como un trabajo especial” (Marx, 1981:510-511). En resumen, el director de orquesta es necesario. “Un violinista en solitario es su propio director; una orquesta requiere un director aparte” (Marx, 1977:499).

El “trabajo especial” asignado al director de orquesta consiste en ver a los miembros de esta como un todo, más que como un conjunto de músicos individuales, y asegurar que estos funcionen armoniosamente y con éxito, como una unidad, al ejecutar la partitura predeterminada. Para esto el director aprovecha las capacidades específicas de los músicos individuales y las articula como una capacidad colectiva, en la que el todo sobrepasa la suma de las partes individuales. Pero para asegurar esa “colaboración armoniosa” y desempeñarse como el agente del todo, el conductor debe ser capaz de ejercer autoridad sobre los miembros individuales.

¿Tiene, entonces, el director, el poder sobre los integrantes de la orquesta? Para Elias Canetti el director es la encarnación del poder:

Sus ojos abarcan toda la orquesta. Cada músico siente que el director lo mira personalmente y, aún más, lo escucha. Las voces de los instrumentos son opiniones y convicciones que mantiene bajo una estrecha vigilancia. Es omnisciente porque, mientras los músicos solo tienen frente a ellos sus propias intervenciones, él tiene toda la partitura en su mente o en su podio. Sabe con precisión lo que cada músico debe hacer a cada momento. Su atención está simultáneamente en todo, y es a esto a lo que debe gran parte de su autoridad. Está en la mente de cada músico. No solo sabe lo que cada quien debía estar haciendo, sino también lo que cada quien está haciendo. Es la encarnación viva de la ley, tanto la positiva como la negativa. Sus manos decretan y prohíben. Sus oídos acechan la profanación (Canetti, 1973:460).

Ciertamente, se trata de poder: “unos movimientos mínimos son todo lo que necesita para conducir, según su voluntad, tal o más cual instrumento a la vida o al silencio. Tiene el poder sobre la vida y la muerte de las voces de los instrumentos; a una orden suya hablaría de nuevo cualquiera prolongadamente silencioso”. Para poder ejercer ese poder, por otra parte, requiere que los músicos acepten sus órdenes: “la voluntad de obedecerle que tengan sus músicos permite al director transformarlos en una unidad, que él, a su vez, encarna” (Canetti, 1973:459). 

En esta descripción de la orquesta no hay espacio para la espontaneidad o la improvisación. Más bien, la partitura predeterminada debe ser respetada. En esta división del trabajo, cada músico tiene un encargo preciso. Al ejecutar las tareas asignadas, con la regularidad de una máquina y en correspondencia con las indicaciones del director, la orquesta como un todo logra el resultado que existe idealmente en la mente (o el podio) del director.

El “vínculo clave”: Desarrollo y práctica humanos

Pero, como señalé antes, siempre hay más de un producto de la actividad humana. Cuando captamos el “vínculo clave” del desarrollo y la práctica humanos, comprendemos que todo proceso laboral dentro y fuera del proceso formal de producción tiene como resultado un doble producto —tanto el cambio en lo que ha sido objeto del trabajo, como el cambio en el trabajador mismo—.

Si este es el caso, entonces, siempre necesitaremos preguntar no solo si el proceso laboral ha logrado alcanzar una meta específica predeterminada, sino también la naturaleza y las capacidades humanas producidas dentro de este proceso. Que las capacidades de los trabajadores crezcan por medio de su actividad resulta una inversión esencial en los seres humanos. En consecuencia, en mi libro The Socialist Alternative, argumento que la “contabilidad socialista” y un concepto de “eficiencia socialista” debe incorporar explícitamente los efectos de toda actividad en las capacidades humanas (Lebowitz, 2010b:154-159).  

Marx exploró extensamente este asunto en El capital —al demostrar los efectos negativos en las capacidades productivas de los trabajadores sometidos a relaciones capitalistas—. Señaló que bajo el mando del capital, los productores se subordinan a un plan diseñado por el capitalista, y su actividad está sujeta a su autoridad y sus objetivos; el doble producto que emerge de este proceso laboral social específico separa el pensamiento de la acción, y sus resultados deben ser asumidos como negativos en cualquier sistema de contabilidad que valore el desarrollo humano (Marx, 1977:450; Lebowitz, 2010b:156).

Es esto lo que necesitamos tener claro cuando pensamos en el socialismo. La producción social organizada por trabajadores es una condición necesaria para el pleno desarrollo de los productores; no es algo que pueda postergarse para una sociedad futura. “Mientras se impida que los trabajadores desarrollen sus capacidades al combinar el pensamiento y la acción en su puesto de trabajo, estos serán seres humanos alienados y fragmentados cuyo disfrute consistirá en poseer y consumir cosas” (Lebowitz, 2010b:86). Una vez que en la práctica revolucionaria asumimos esta idea de Marx —la importancia de ese vínculo clave entre el desarrollo y la práctica— reconocemos que el proceso de construir el socialismo debe simultáneamente producir nuevos seres humanos socialistas —es decir, dos productos a la vez—. 

Retornemos, no obstante, a la metáfora de Marx acerca de la necesidad general de una autoridad que dirija —el director de orquesta— allí donde muchos individuos cooperan. Pensemos cómo ese director específico refuerza la división del trabajo de los músicos (incluyendo la separación entre pensamiento y acción) para que ellos puedan ejecutar una partitura predeterminada como una unidad armónica; y pensemos en lo que él rechaza  —creación espontánea, interacción colectiva entre los músicos, jazz—.