Las empresas de la eternidad. Juan de Santiago y la retórica verbo-visual jesuítica - Mª José Cuesta García de Leonardo - E-Book

Las empresas de la eternidad. Juan de Santiago y la retórica verbo-visual jesuítica E-Book

Mª José Cuesta García de Leonardo

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En el momento crítico previo a su expulsión de España, la Compañía de Jesús desplegó un consciente y meditado uso de la imagen con fin adoctrinador y mnemotécnico. De acuerdo con esta estrategia y con el objetivo de obtener su beatificación, se construyó la personalidad del padre Santiago mediante palabras e imágenes –retratos o, en sus honras fúnebres, jeroglíficos que lo representaban equiparándolo a santos jesuitas– que se multiplicaron a su muerte, junto con episodios milagrosos narrados en su biografía. Se publicó entonces la que habría sido su obra póstuma, 'Las empresas de la eternidad', que Santiago habría utilizado en las prédicas de los ejercicios espirituales que dirigió para tratar del concepto de eternidad y del peligro de afrontarla tras morir en pecado. Así mismo, se estudia a los grabadores protagonistas de este despliegue icónico en la Córdoba del setecientos.

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LÆTA FAMA / 1

DIRECCIÓN

Rafael García Mahíques

Universitat de València

Sergi Doménech García

Universitat de València

Mª Elvira Mocholí Martínez

Universitat de València

COMITÉ CIENTÍFICO

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Historia del arte - Universidad de Málaga

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Historia del arte - Universidad de Extremadura

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Filología románica - Universidad de Navarra

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Literatura española - University of Virginia

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Literatura comparada - Texas A&M University

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Literatura comparada - Universidade de Coimbra

Víctor Mínguez

Historia del arte - Universitat Jaume I

Jaime Cuadriello

Historia del arte - UNAM México

María Teresa Méndez Baiges

Historia del arte - Universidad de Málaga

Nieves Pena Sueiro

Filología románica - Universidade da Coruña

Jesús Ureña Bracero

Filología griega - Universidad de Extremadura

Los resultados de la presente monografía forman parte del proyecto de I+D+i «Tres siglos de arte del grabado (XVI-XVIII): estampa y cultura visual en Andalucía y su impacto en el Nuevo Mundo. Nuevos enfoques» (PID2019-104433GB-I00) financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033.

Los resultados de la presente investigación se integran en los objetivos del Grupo de Investigación «Fons Artis» de la Universidad de Castilla-La Mancha.

© María José Cuesta García de Leonardo, 2022

© De esta edición: Universitat de València, 2022

Corrección y maquetación: Letras y Píxeles, S. L.

Diseño de cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Imagen de cubierta: «Símbolo cuarto». Juan de Santiago, Doce Symbolos de la Eternidad… Córdoba: En la Imprenta de D. Julian Díaz, por Francisco Villalon, año 1765.

ISBN: 978-84-9133-472-9 (papel)

ISBN: 978-84-9133-480-4 (ePub)

ISBN: 978-84-9133-473-6 (PDF)

Depósito legal: V-1622-2022

Índice

Introducción

1. Juan de Santiago. Su vida, su época, su ciudad

2. La incidencia del Padre Juan de Santiago en la sacralización urbana de Córdoba. La mnemotécnica religiosa en la calle

El Padre Santiago y los triunfos de San Rafael

El retablo de la Virgen del Socorro y su hermandad

La Ermita del Campo de la Verdad y otras intervenciones urbanas de Santiago

3. El Padre Juan de Santiago como imagen de sí mismo. La configuración iconográfica para la creación de un santo jesuita

Las exequias: primera formulación iconográfica del P. Santiago

La imagen retratada del P. Santiago

4. El Padre Santiago y la emblemática

Introducción

El libro del Padre Santiago y la enseñanza jesuítica

La enseñanza y la imagen. Los novísimos

Los ejercicios espirituales, los textos y las imágenes

La composición de lugar y el libro de Santiago

El libro del Padre Santiago: lámina de las postrimerías

Referencias y fuentes genéricas

La lámina de las postrimerías. Las fuentes concretas

El libro del Padre Santiago: los doce símbolos de la eternidad

Las fuentes genéricas

Los «símbolos». Fuentes específicas

«Símbolo primero»

«Símbolo segundo»

«Símbolo tercero»

«Símbolo cuarto»

«Símbolo quinto»

«Símbolo sexto»

«Símbolo séptimo»

«Símbolo octavo»

«Símbolo noveno»

«Símbolo décimo»

«Símbolo décimo primero»

«Símbolo décimo segundo»

La lámina de las postrimerías y los «símbolos»: sus estampas

5. Conclusión

6. Los mentores. Los dibujantes. Los grabadores

Bibliografía

Al mar y a las olas, cuyos colores y sonidos me acompañaron mientras escribía estas páginas. A la luna y a las estrellas.

Y, sobre todo, a mis padres, que me enseñaron a disfrutarlos.

Agradecimientos (porque para hacer un libro son indispensables muchas personas):

A Diego Clemente Espinosa por su magnífico trabajo con las imágenes.

A Rafael García Mahíques por su atención, paciencia, consejos e imprescindible trabajo en la búsqueda de las imágenes y su espléndido tratamiento.

A Ignacio Henares Cuéllar porque siempre están presentes sus enseñanzas.

A Ana María Lillo Talavera por sus correcciones y observaciones.

A Andrés Masiá González por sus cuidadas traducciones de latín, por extrañas que parecieran.

A Ana de Mingo Recio por sus precisas e idóneas fotografías cordobesas.

A Isabel Olea Merino por su infinita paciencia y dedicación en las correcciones ortotipográficas.

A José María Palencia Cerezo por sus atentas y completas informaciones desde el Museo de Bellas Artes de Córdoba.

A Mercedes Ramírez Íñiguez de La Torre, por sus incansables búsquedas bibliotecarias que tanto me han facilitado el trabajo.

A Wenceslao Soto Artuñedo por su imprescindible aportación sobre la imagen de Santiago.

A mis compañeros del Departamento de Historia del Arte y a mis alumnos (Facultad de Letras, Ciudad Real) porque me han hecho reflexionar y aprender.

A mi familia, por su paciencia.

INTRODUCCIÓN

Conocemos los usos de la imagen en la Época Moderna: al transmitir ideas, llega a conformar la manera de pensar y de sentir, los valores y la forma de vivir de la gente, fundamentalmente de la más sencilla e iletrada. Nuestro estudio sobre la imagen se va a centrar en torno a la figura de un jesuita, Juan de Santiago, que vive su profesión en Córdoba, en algo más de la primera mitad del siglo XVIII. Partimos de su biografía escrita, al poco de su fallecimiento, por otro compañero jesuita; está hecha según el interés de la Compañía, quien pretende conseguir su santificación. Desde tal biografía y desde otros textos e imágenes en torno a Santiago, incluidos escritos y dibujos atribuidos al mismo, se supo diseñar, a conveniencia, su personalidad. El conjunto de tales escritos, muy ricos en imágenes, se publican póstumos. Además, son significativas sus propias intervenciones urbanas que conformarán otro conjunto de imágenes, sacralizadoras de la ciudad. Pero nos interesará especialmente el libro de empresas alusivas a la eternidad que se le atribuye y que ha permanecido olvidado desde entonces, a pesar de la gran calidad de sus estampas. Todo ello nos muestra cómo los textos impresos y, sobre todo, las imágenes, en cualquiera de sus manifestaciones, se multiplican en torno a un personaje de una relevancia menor, lo que denota la importancia que la Compañía dio a la imagen y a la palabra, y el uso que hizo de tales instrumentos –incluyendo la elección de grabadores y el cuidado diseño previo para la imagen impresa–, siempre con propósitos proselitistas y en los momentos inmediatos a su expulsión del territorio español: entonces, sus intereses radicaban en conseguir todo lo contrario, es decir, su afianzamiento.

1

JUAN DE SANTIAGO. SU VIDA, SU ÉPOCA, SU CIUDAD

Juan de Santiago y Almenara [fig. 1], nació en Écija el 15 de agosto de 1689.1 De su familia, humilde, se habla con estos datos, en absoluto inocentes, en su biografía (1763);2 con ellos ya se diseña el camino, señalado desde su infancia, hacia la pretendida santidad: su padre era Matías de Santiago (quien cuidaba «del culto de Nuestra Señora del Socorro» (Morales, [1763], Zaragoza: 2) –devoción que transmitió a sus hijos–, en la parroquia de Santa Cruz) y su madre, Catalina de Almenara. Juan fue el segundo de cuatro hermanos: el mayor, Matías, sacerdote secular, continuó con la piedad a la Virgen del Socorro y murió en Écija, en olor de santidad, siendo asistido en sus últimos momentos por Juan (quien, sin embargo, no dejó de estar en Córdoba, donde entonces vivía); tal suceso se habría repetido en la muerte de la madre y de las otras dos hermanas.3 Juan estudió en el Colegio de la Compañía en Écija, se hizo novicio en el colegio de la Compañía en Sevilla, continuó en Granada, pasando más tarde a Córdoba, llegando a ser sacerdote profeso del cuarto voto de la Compañía de Jesús. Fue profesor en su colegio de Córdoba4 donde, además,

«governó muchos años la Congregacion del Espiritu Santo. Erigió y mantuvo con admirable esmero […] la Hermandad a beneficio de las Almas del Purgatorio, de nuestra Señora del Socorro […] Exerció tambien los empleos de Prefecto de Espiritu y Director de los Eclesiasticos que vienen a Exercicios a este Colegio»;

«Salía en los tiempos oportunos a las Missiones y bolvia a esta Ciudad a continuar en las Plazas, en la Carcel, en los Hospitales, las tareas de Confessonario y Pulpito» (Morales, 1763: 18).5

Permaneció en Córdoba hasta su muerte, ocurrida el 25 de diciembre de 1762.6

Los años que ocupa su vida, en su contexto geográfico y urbano, nos ofrecen una serie de circunstancias ajenas y opuestas –e incluso combativas– al incipiente proceso de la Ilustración y que van a fructificar, en el terreno de la imagen, de una forma muy coherente e ilustrativa. La imagen es un elemento esencial de comunicación masiva y transmisión ideológica en un mundo en el que predomina el analfabetismo, como es el de la Edad Moderna, de cultura ciudadana y dirigida desde los ámbitos de poder,7 laico o religioso, nacional o local. Concretamente, en Córdoba, «la situación de incuria y analfabetismo […era] dominante entre la inmensa mayoría de los cordobeses» (Aguilar Gavilán, 1995: 82).

Fig. 1. Retrato de Juan de Santiago, s. j. Joan Diez sculp. Corva. Aº. D. 1763 En: Oración funebre … Córdoba [1764].

Esa necesidad de la imagen hace que, en torno a la figura del padre Santiago, se produzcan una serie de desarrollos icónicos, unos por iniciativa suya –incluidos los que supuestamente derivan de su propia mano– y otros de iniciativa ajena, una vez fallecido y para divulgar su personalidad, con los interesados propósitos hagiográficos por parte de la Compañía de Jesús, ya mencionados.

Hay unas circunstancias específicas que inciden en tales propósitos: estamos en unos momentos en que la Compañía está siendo muy denostada desde ámbitos ilustrados y regalistas, muchos de ellos cercanos al propio Carlos III –que ven «con antipatía las injerencias de la Santa Sede en el poder temporal de España, a los jesuitas y a la Inquisición» (Anes, 1975: 387)–, así como también desde otros ámbitos, como las distintas órdenes religiosas –celosas de su predominio, fundamentalmente en el terreno docente, donde los jesuitas son los maestros de las élites que luego ocuparán el poder, radicando ahí esencialmente su preponderancia.8 Precisamente, los jesuitas «en Córdoba se quejaron a la municipalidad de la proliferación de preceptores seculares» (Anes, 1975: 317), en un intento de mantener su protagonismo. Efectivamente,

«la responsabilidad docente corrió a cargo de la Compañía de Jesús, cuyo predicamento entre nobles y jerarquía eclesiástica […] les permitió ejercer un verdadero monopolio educativo en la ciudad hasta su expulsión en 1767» (Aguilar Gavilán, 1995: 82).

A esta situación, se añaden distintas y complejas circunstancias políticas (tendencias contrarias al gobierno de Carlos III) y económicas (adversas éstas en general para la población, carente de subsistencias en muchas zonas de España); circunstancias que cristalizan en revueltas como el Motín de Esquilache en Madrid (23 de marzo de 1766) y en otras ciudades, en los meses siguientes. La vinculación de algunos jesuitas a dichos motines, en algunos lugares, hace que se les culpabilice de los mismos, precipitando su expulsión de los reinos de España, lo que ejecuta la Pragmática sanción del 2 de abril de 1767, dada por Carlos III.9 Es lógico que, en los años previos a dicha expulsión, cuando ya se había iniciado este proceso en países cercanos como Portugal (en 1759) y Francia (en 1762) –proceso que continuará en los años sucesivos–,10 a la Compañía le interesara potenciar a sus últimos miembros fallecidos, en el camino a la santidad, para evidenciar un reconocimiento desde lo sagrado, en un intento de afianzarse entre la población, quizás con más fuerza que en momentos anteriores.

En el sistema utilizado para esos fines, interviene una útil fórmula doctrinal usada en los siglos XVII y XVIII, que había reforzado la Contrarreforma: las hagiografías individuales o colectivas,11 portadoras, con frecuencia, de retratos grabados de los biografiados; en esos siglos, tales hagiografías junto con los «sermones, devocionarios, obras de teatro, estampas […] han jugado un papel […] decisivo en la educación de los fieles» (González Lopo, 2005: 304). Centrándonos en el ámbito de la Compañía, fue modélica la labor del escritor jesuita Juan Eusebio Nieremberg, autor de la magna obra Vidas ejemplares y venerables memorias, publicada en Madrid, 1647, autor también de otras, colectivas e individuales (Nieremberg, 1647; 1644; 1645), donde presenta numerosas vidas de jesuitas –incluida la de San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Francisco de Borja…– con propósitos ejemplarizantes y adoctrinantes. En todas las vidas resalta, reiterativamente, las cualidades que veremos en la biografía del P. Santiago: caridad, fe, humildad, oración, obediencia, castidad, penitencia… Este tipo de literatura se ocupa tanto de aquellos miembros ya oficialmente canonizados, como de aquellos en los que se pretende que esto suceda, es decir: en los miembros de la Compañía (Burrieza-Sánchez, 2009) que hubieran alcanzado mayor cariño entre sus vecinos; entonces es elaborada inmediatamente después de su muerte. De esa forma se busca iniciar el proceso a la santificación, el cual parte del nivel denominado venerable,12 en el que es necesario el reconocimiento de las virtudes en el llamado «grado heroico».

Al ejercicio y justificación de tales virtudes, se añaden explicaciones pretendidamente milagrosas a algunos sucesos de la vida: el fervor de exaltación religiosa contrarreformista está aún muy vivo y responde a pequeños estímulos, cuando estos se saben hacer (y se sabía), y cuando las circunstancias vitales son, como eran en la inmensa mayoría de los casos, muy pobres y sin expectativas. Así se crea el clima conveniente para el primer paso en este camino a la beatitud, que se inicia entre los que habían sido conciudadanos del fallecido: ellos serán los que deban dar fe de esas virtudes y entre ellos crece la fama de santidad de quien ha sido persona conocida y cercana; se multiplican las reliquias, los milagros y los testigos de los mismos, siempre personas fiables por ser «de calidad». Y todo al margen, incluso, de que la causa llegue a buen término o se quede en los inicios, en «venerable».13

Así sucedió con el P. Santiago: fue el P. Vicente Morales, Rector del Colegio de la Compañía de Jesús en Córdoba –en los tiempos del P. Santiago e inmediatamente después–, el biógrafo del mismo y, con toda seguridad, el mentor de la mayor parte de la tipología iconográfica elaborada en torno a Santiago. Morales conoce la literatura casi hagiográfica mencionada, como la que narra la vida del cercano y divulgado P. Tamariz,14 originario también de Écija y de pocos años antes; quizás sirvió de modelo a Morales, tanto en las virtudes y milagros que se habían predicado de dicho Tamariz, como en las imágenes que lo habían reproducido, incluido el retrato que se le habría hecho, recién fallecido y para preservarlo del olvido: Morales repitió virtudes, milagros e imágenes, ahora en torno al P. Santiago, al año de su muerte, cuando su recuerdo cariñoso estaba aún muy vivo entre sus conciudadanos [fig. 2].

Fig. 2. V. Morales, Compendio de la exemplar vida y santa muerte del Padre Juan de Santiago… Córdoba: En el Colegio de Nuestra Señora de la Assumpcion, por Francisco Villalón [1763].

La razón de este afecto enlaza con los avatares que atraviesa Córdoba, desde los inicios del siglo XVIII, afrontando épocas de hambre –y su correlato de enfermedades–, en especial los años 1722, 1724, 1731, 1734, 1737, 1738 y, sobre todo, 1749 y 1750. Son épocas en las que «las ciudades tenían que desempeñar su papel de refugio; tal sucedió en Córdoba» (Domínguez Ortiz, 1981: 218) en esos años, a pesar de que dicha ciudad «se hallaba en un estado de completo estancamiento económico» (Domínguez Ortiz, 1981: 231).15 Ese amparo se posibilita por la limosna que se distribuye en la ciudad, asunto en el que el clero tiene un especial protagonismo: «la gran cantidad de limosnas y obras asistenciales que atendía la Iglesia era uno de los motivos de su popularidad» (Domínguez Ortiz, 1981: 363). Y aquí es donde podemos centrar la figura del P. Santiago, gran limosnero –según se nos presenta en su biografía– y, por ello, muy querido. Pero su biografía añade otros casos distintos de ayudas a sus vecinos y circunstancias pretendidamente milagrosas (sanaciones, presencia simultánea en dos sitios, éxtasis, sacras conversaciones…),16 así como sus virtudes, ejercidas –según el mismo texto– en el requerido «grado heroico».

Por eso, el texto de su vida se desarrolla como una hagiografía, justificada en que tuvo «exemplar vida y santa muerte».17 El P. Morales lo escribe «a mayor gloria de Dios en la memoria de los exemplos de su Siervo».18 Este texto –tardío, si consideramos que estamos en plena época ilustrada–, mantiene los planteamientos contrarreformistas, insistentes en el ejemplo modélico que constituye la vida del santo (aquí, aún pretendidamente) para el resto de los creyentes, así como en los valores tradicionales, opuestos a aquellos otros que terminarían por expulsar a la Compañía. Junto al texto, va a ser esencial la importancia de la imagen –de mayor divulgación que el libro, especialmente en estampas que circulan separadas de este–, como lenguaje inteligible a la mayoría de la población, en la labor de transmisión de esos valores –aunque en distintos niveles de comprensión. Si bien el P. Santiago se quedó en el primer grado, en venerable, los propósitos de afianzamiento, a nivel popular, de la Compañía, ya solamente así, se habrían logrado19 [fig. 3].

Dichas imágenes nos llevan a observar una especial elaboración icónica en torno al P. Santiago, quien añadirá a lo más común –los retratos/estampa de su persona–, una producción particular, supuestamente de su propia mano, en el terreno de la emblemática. Así mismo, él intervendrá en la sacralización del ámbito urbano, donde multiplicará las referencias a lo divino con la colocación de distintos tipos de figuras. Es la imagen como protagonista no inocente y muy activa, en la defensa de la divulgación y mantenimiento de un modo de vida determinado. Y es la consciencia de estas implicaciones en quienes supieron utilizarla.

Consciencia, como se sabe, siempre muy viva en la Compañía, quien supo dar ese protagonismo a la imagen, marcado por la Contrarreforma, en las más variadas creaciones del ámbito artístico.

Fig. 3. V. Morales, Compendio de la exemplar vida y santa muerte del Padre Juan de Santiago… Reimpresso en Zarag. En la Imprenta del Rey nuestro Señor [1763].

1. Da noticia de este jesuita, Ramírez de Arellano, 1877: 252-254.

2. Morales, V. Compendio de la exemplar vida y santa muerte del Padre Juan de Santiago, Sacerdote Professo del Quarto Voto de la Compañía de Jesus, que comunica en carta circular a los Padres Superiores de la Provincia de Andalucía el P. Vicente Morales, Rector del Colegio de la misma Compañía de la Ciudad de Cordoba, a mayor gloria de Dios en la memoria de los exemplos de su siervo. Impressa en Córdoba: En el Colegio de Nuestra Señora de la Assumpcion, por Francisco Villalón. De la misma obra y con idéntico título, se hace una reimpresión en Zaragoza: Reimpresso en Zarag. En la Imprenta del Rey nuestro Señor. Ninguna de las dos señala el año pero son de 1763, lo que se deduce del final del texto del biógrafo, idéntico en ambas: «Por tanto, pido para el descanso de su Alma los piadosos suffragios de essa Comunidad; y para mí sus Santas Oraciones y ordenes que obedecer de V. Reverencia, cuya vida guarde Dios Nuestro Señor en su Santa Gracia muchos años. Cordoba, Septiembre, ocho, de mil setecientos sesenta y tres. Muy siervo de V. Reverencia JHS. Vicente Morales». Tal texto está en las páginas 157 de la ed. de Córdoba y 186 de la de Zaragoza, ambas, últimas páginas de su respectivo libro. Este texto, escrito en forma de carta que da a conocer vida, virtudes y muerte de un miembro, al resto de los de la Compañía, no lleva ningún tipo de licencias ni aprobaciones, previas al mismo, de donde poder deducir alguna fecha. Sólo la mencionada y la que aparece en las estampas. Citaremos siempre por la impresa en Zaragoza.

3. Precisamente, esta virtud de la ubicuidad, en varios casos y en especial en el momento de la muerte del hermano y de la madre, forma parte de los supuestos milagros de Juan de Santiago, descritos en su biografía (Morales,1763: 4; 122).

4. Sobre la historia de la Compañía de Jesús en Andalucía y especialmente sus implicaciones en el terreno del arte, ver García Gutiérrez, 2004.

5. Hay una breve recopilación de su vida, basada en la del P. Morales, muy posterior, de otro jesuita (Navarro, 1920).

6. Precisamente fue el Colegio de Santa Catalina de Córdoba, lugar de residencia de Santiago, la primera fundación de la Compañía en Andalucía, en 1553 (Soto Artuñedo, 2004: 19).

7. Para estos aspectos, ver Maravall, 1980: 497-520.

8. «No se trataba sólo de obtener recursos económicos; se les acusaba de tratar, por el monopolio pedagógico de las clases altas y medias, de conservar y acrecentar su influjo social»; «Llegaron [los jesuitas] a monopolizar –concretamente en España– la enseñanza de los grupos privilegiados de la sociedad» (Anes, 1975: 317; 390).

9. Firmada por el rey, el 27 de febrero de1767. Ver Anes, 1975: 370-384; 390-398. Domínguez Ortiz, 1981: 307-320.

10. El mismo año de 1767 son expulsados de Nápoles, en 1768 del Ducado de Parma y el Papa Clemente XIV disuelve la Compañía en 1773.

11. Recordemos en este sentido las reediciones del Flos sanctorum, de Alonso de Villegas, desde 1585, ampliada sucesivamente, al que se le añade, a fines del s. XVI, el Flos sanctorum del jesuita Pedro de Rivadeneyra, muy leídas, ambas, en el XVII y XVIII. Ver: Egido, 2000: 61-85.

12. El calificativo de «venerable» se otorga desde el Vaticano, después de valorar positivamente su práctica de virtudes (en forma «heroica»), sus escritos, los hechos de su vida con testigos…; a estos aspectos se unirán otros como el «olor a santidad» de su cadáver y los milagros, para avanzar, desde el grado de «venerable» al de «beato» y finalmente, «santo». Para divulgar tales aspectos, en la primera fase de esta promoción se utiliza la biografía, con la que se intenta persuadir al obispo de su sede, para que apoye tal causa.

13. Las referencias a lo milagroso se deberán de hacer de forma comedida; para ello, observa el P. Ortigas: «Mandó Urbano VIII por su Bula en 5 de Julio 1646 que en los libros, que en adelante se inprimiesen, que traten de Varones insignes en santidad, que no están aun canonizados, no se entienda darles a sus virtudes singulares, milagros, etc. autoridad alguna de la Iglesia, sino la umana, que a semejantes escritos se suele dar en sus Autores» (Ortigas, 1678).

14. Precisamente, en el comienzo de la vida del P. Santiago, se alude a la casualidad de que Écija, hubiera sido patria también de otros venerables jesuitas, el P. Agustín de Espinosa, biografiado en el s. XVII por Nieremberg (Nieremberg,1647, vol. IV: 346 y ss.) y el P. Francisco Tamariz, de quien hubo varias biografías hagiográficas a principios de siglo XVIII (Conocemos: Azevedo, 1707; Solís, 1751). Estas biografías de Tamariz incluían sus retratos grabados. Según cuentan sus biógrafos, cuando se expuso su cadáver públicamente, se hicieron dibujos de su rostro –práctica que comenzó a hacerse frecuente a partir del s. XVII–, con el fin de preservarlo del olvido y con vistas a su posible posterior canonización: todos estos aspectos servirán también para la construcción de la imagen del P. Santiago, incluidos los retratos, especialmente, el elaborado sobre su cadáver, reflejando la gran importancia concedida a la imagen.

15. Como ejemplo representativo, podemos observar lo sucedido en el ámbito textil: los 1.774 talleres y 200 tornos de seda existentes en Córdoba en 1658, se reducen a 80 telares de terciopelo y 5 tornos de seda en 1772. La demografía decae así mismo a lo largo del siglo.

16. En la biografía del P. Santiago se insiste en todos los aspectos requeridos para su promoción a la santidad, incluidas las conversaciones con personas sagradas o almas del Purgatorio, en un intento de preparar desde el principio la defensa de su causa.

17. Según el título de la portada, de lo que podemos definir, más que cómo su biografía, cómo su hagiografía.

18. En la portada del texto de la biografía (Morales, 1763b). Este texto es denominado por su autor como «Carta Circular». Tales tipos de cartas, también llamadas «cartas edificantes», son la habitual forma de comunicar el óbito de un miembro relevante o con fama de santidad, de la Compañía, a las distintas sedes de la misma. En nuestro texto, se observa que su extensión excede el modelo acostumbrado, por pedirlo la biografía del personaje: «Fue preciso condescender y formar una narración edificante que, excediendo algo los comunes limites de Carta Circular, según nuestras costumbres, contuviesse una Relacion mas exacta de los ejemplos, ministerios y acciones heroycas de este Varon, adornado de Dios con admirables dones, y venerado de los hombres» (Morales, 1763b: s. p.).

19. Igual habría sucedido con la causa iniciada hacia la santidad del P. Manuel Padial, en Granada, pocos años antes de la del P. Santiago. Precisamente Padial habría sido su director espiritual en su estancia en Granada y era ya Venerable en los momentos del fallecimiento del P. Santiago. Para este, significa un prestigio haber sido su discípulo, máxime cuando en su biografía, interesadamente, Morales, el autor, entresaca citas de la correspondencia mantenida por ambos. En ellas, respondiendo a Santiago, obsesionado por las penas eternas, Padial constata su certeza sobre la salvación y bienaventuranza de Santiago, al que bien conoce y gracias a sus virtudes: el P. Morales conforma así un testimonio útil para su causa. Sobre el P. Padial y el fervor que se potenció en su entierro, desde la Compañía de Jesús, ver Cuesta García de Leonardo, 1995: 44.

2

LA INCIDENCIA DEL PADRE JUAN DE SANTIAGO EN LA SACRALIZACIÓN URBANA DE CÓRDOBA. LA MNEMOTÉCNICA RELIGIOSA EN LA CALLE

Para empezar este apartado, debemos partir del siguiente texto, incluido por S. Ignacio en sus Ejercicios:

«Para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener, se guarden las reglas siguientes […] la sexta, alabar reliquias de Sanctos, haciendo veneración a ellas y oración a ellos: alabando estaciones, peregrinaciones, indulgencias […]; la octava, alabar ornamentos y edificios de Iglesias, assimismo imagines y venerarlas según que representan».1

Tales exigencias se unen, en los miembros de la Compañía y en el momento del P. Santiago, en Córdoba, a un ambiente aún esencialmente contrarreformista, donde la imagen tiene un protagonismo central en la piedad popular. Observaremos aquellas en las que podemos calificar al P. Santiago como mentor.

EL PADRE SANTIAGO Y LOS TRIUNFOS DE SAN RAFAEL

Movido por su fe, el P. Santiago impulsará una serie de intervenciones en Córdoba; una de las de mayor envergadura y consecuencias urbanas, fue la colocación del Triunfo de San Rafael en la Plaza de la Compañía.2 Hay que recordar que el culto al arcángel se vincula, en Córdoba, al culto a las supuestas reliquias de mártires cordobeses cristianos, de épocas romanas y musulmanas –de cuya veracidad habría dado fe el propio Arcángel–; y a todos ellos, arcángel y mártires, se les relaciona con la protección que habrían brindado a la ciudad en épocas de peste, según revelaciones que habría hecho dicho arcángel al P. Roelas en 1578.3 Así, en medio de una epidemia de tabardillos en 1738,4 el P. Santiago se volcó en la ayuda a sus convecinos y rogó «a el Santo Angel, Medicina de Dios, para que acudiesse con su acostumbrado patrocinio al remedio de tan cruel estrago» (Morales, [1763], Zaragoza: 48); promovió su culto y el de la costumbre tradicional de transportar en «publica Procession por los barrios de la Ciudad» dichas reliquias de los mártires, «para que se purifique el ayre, en tiempo de peste. Creía el Padre Juan que este era el remedio mas eficaz […]: assi lo predicó resueltamente en la dicha Iglesia», apoyándose en las mencionadas supuestas revelaciones, recogidas en el texto del P. Roelas. La defensa de tal tradición junto a la creencia en este texto –de fiabilidad discutida desde sus orígenes (Cuesta García de Leonardo; 2015)–, por parte del P. Santiago, fueron criticadas desde los ámbitos ilustrados de la ciudad, constituyendo un duro golpe para el jesuita, al que se llegó a prohibir hablar a favor de esta cuestión. Pero tales críticas, tanto en su biografía como en el sermón que se le hace en sus honras fúnebres, se presentan como una prueba para su fortaleza de ánimo, enviada desde el cielo, de la que luego saldría la causa reforzada.5 Y, respecto a san Rafael, «Medicina de Dios», se produjo

«una comocion universal en todo estado de personas para el auge de veneracion, que en lo publico de Plazas, y de calles, y en lo secreto de cada una de las casas se le tributa» (Morales, 1763b: 48).

Con anterioridad a este suceso de la epidemia de 1738, pero en el mismo contexto de necesidad, en 1736 (y recordemos, además, las hambrunas de los años 1734 y 1737), «meditó el Padre Santiago erigir un magnifico Triumpho ante la Lonja de nuestra Iglesia a el Santo Angel, como tutelar de la Ciudad» (Morales, 1763b: 48), que se levantó ese año. Con pretendida inocencia se menciona cómo, una persona de entre los críticos, habiendo sido contagiada, terminó dándole una limosna para la construcción de dicho triunfo –motivo por el cual «sanó y se esmeró en honrarlo y en ayudarle a promover los cultos del Santo Archangel» (Morales, 1763b: 48): y esta es una de las curaciones presentadas como milagrosas, que se relatan en relación con esta epidemia. La habilidad narrativa del biógrafo induce a pensar, según el texto, que el monumento se habría levantado en acción de gracias por la finalización de la peste, y consiguientemente, posterior a la misma, lo que no fue así.

«El Triunfo salio de gallarda hermosura. Sobre un pedestal proporcionado se elevan quatro columnas de mármol blanco, sobstienen sus ayrosos capiteles una cornisa, sobre la qual sube un pequeño banco, que recibe una ondeada nube; en esta descuella como en throno la Estatua del Archangel, de buena escultura y primorosamente estofada. Esta elevada maquina de bien labrada piedra, la cerca en cuadro una rexa de hierro de costosa hechura: ocho Faroles arden sin interrupcion todo el año, desde la Oracion hasta bien entrada la mañana. La piedad de los Fieles ha mantenido con limosnas esta iluminación constantemente […] Luego que vio el Padre erigido el Triumpho publico, mostro el gozo de su corazon, no dudando assegurar que havia construido un patente asylo a los Cordobeses, en todas sus calamidades. Dedicolo con esta elegante Inscripcion, que nos declara su animo en erigirle […] Desde este tiempo fue el Triumpho Ara de proteccion para el Padre Juan de Santiago» (Morales, 1763: 49-50).6

Y se añade que dicho padre oraba diariamente al arcángel desde la misma portería, como se recoge en uno de sus retratos –en el que encabeza el libro de su biografía editado en Córdoba. Su biógrafo alaba esta contribución a la sacralización de la ciudad, fomentando el culto a San Rafael –aspectos ambos absolutamente contrarreformistas. El Arcángel está figurado de pie, adelantando una pierna, mirando al frente, hacia la iglesia jesuita, con la túnica al aire, con la mano derecha sobre el pecho y la izquierda sujetando un escudo o cartela orlada con la inscripción. Para mayor impacto visual, insistimos en el aspecto dorado de la imagen del arcángel (Ramírez de Arellano y Gutiérrez, 1877: 115-116; Ramírez y de las Casas-Deza, 1856: 160) [fig. 4].

Morales señala cómo «Córdoba […] havía caido por los años de 34 en tibio olvido de lo mucho que ha debido a su Tutelar en las Pestes de los passados Siglos»; por eso, deduce que «Dios quiso valerse del Padre Juan de Santiago para encender de nuevo la gratitud devota a el Santo Archangel» (Morales, 1763b: 45). De hecho, tal triunfo habría sido el origen de un gran despliegue de imágenes, especialmente triunfos del Arcángel por la ciudad; despliegue en el que el propio Santiago habría sido algo más que el motor inicial:7

«Con el exemplo del Padre Santiago […] los ciudadanos han erigido en publicos sitios […] hermosos Triumphos a honra del Santo Archangel. No hay Iglesia en que no se venere alguna Imagen suya; y creo no se hallara casa en que alguna Estampa a lo menos no sirva de proteccion a la Familia. El Padre repartio muchas, y cuido de que en las calles se pusiessen pinturas con luces de noche. Renovo la antigua bella estatua [de S. Rafael] que se dexa ver como Numen Tutelar, sobre el magnífico Puente [Romano]» (Morales, 1763b: 53).8

Aspectos estos que evidencian la importancia contrarreformista de la conversión de la calle en algo parecido a un interior eclesial, cuya escenografía se consigue gracias a la imagen sagrada. Y también la relevancia de esta para divulgar y fijar en la mente determinado mundo de valores; tal divulgación se acrecienta con las estampas, multiplicadas y difundidas a muy bajo coste. Como acabamos de ver y se insiste en muchos lugares de su biografía, el P. Santiago fue un gran agente en esta labor, regalando estampas9 y fijándolas en las calles –observación, esta última, que nos resulta especialmente curiosa. Transitar por ellas, se convertía, para el ciudadano, en experimentar una continua evocación de lo sagrado, no ajena al ars memoriae jesuítico.

Para comprender mejor el contexto ciudadano de la actuación de Santiago, debemos saber algo que el biógrafo, para no restar protagonismo a este, no señala. Es la influencia que probablemente tuvo en el ánimo del padre –bien directamente o como reflejo de un sentimiento común en ese momento, entre sus conciudadanos–, el poema San Raphael, Custodio de Cordoba. Eutrapelia poética sobre la historia de su Patronato, del fraile trinitario cordobés Buenaventura Terrin.10 Fue publicado en enero de 1736, según las últimas licencias, pero terminado en noviembre de 1735, según la dedicatoria del autor, por lo que poema y monumento del triunfo fueron muy cercanos en el tiempo, precediendo el poema. En el mismo, después de describir la ciudad y su historia, y de reafirmarse en las apariciones del Arcángel a Roelas, afirmando su carácter sanador y protector de dicha ciudad, se recuerdan los cultos que se le habían tributado en pasadas epidemias y momentos tan críticos como los que ahora se estaban viviendo. Además, las anteriores pestes se habrían producido siempre como castigo por el olvido desagradecido de los cordobeses hacia S. Rafael. Por eso, hay que volver a avivar el culto al santo. Y así se produce –dice Terrin, situando la acción en su presente– el «desvelo» ciudadano, que quisiera:

Fig. 4. Triunfo de S. Rafael frente a la portada del Colegio de la Compañía de Jesús en la Plaza de la misma. Fotografía de Ana de Mingo Recio.

«Del buen Roelas la mansion […] / Ya caduco solar, aunque espacioso/ […] para que eternize/ Cordova en el su patronato honroso:/ Templo erija, en el qual se solemnize /Su gratitud»;

quisiera también

«abultar sus monumentos, / Pyramides estudia, estatuas forma […] Efigies, pirámides, colosos/ Tu culto (Patria mia) eterno sea/ Y (como en Roma […]) / De estatuas otro pueblo en ti se vea: / En tus angulos todos espaciosos,/ Un Raphael se encuentre […] / Con cuyo vecindario en tu memoria,/ Dexaras de ser Tierra, seras Gloria» (Terrin, 1736: 237).

Con tales palabras y para impulsar el culto a San Rafael, incide Terrin en dos aspectos, aludiendo a lo que se ha finalizando en esos años: uno, la creación de una iglesia en lo que habría sido la casa de Roelas y el lugar de las apariciones del Arcángel;11 y dos, apoyándose en el recuerdo de los dos monumentos al Arcángel erigidos en el s. XVII, pide la elaboración de otros, enlazando así con el que levanta el P. Santiago, inicio de otros cuantos. Como vemos, el pensamiento que guía a los dos autores, el del poema y el del monumento urbano, es el mismo, incluida la concepción contrarreformista de la ciudad, como una extensión de la iglesia.

Fig. 5. Aparición de S. Rafael al Venerable Roelas. «Js. á Palomº. del. et sculp». En: B. Terrin, Ave Maria. San Raphael, Custodio de Cordoba. Eutrapelia poetica… Madrid, Imprenta Real, por Don Miguel Francisco Rodríguez, año de 1736.

Este curioso texto, que se nos revela como programático, va acompañado de una estampa de indiscutible belleza y correcta factura, con una composición rococó, muy movida y aparatosa; en ella, el espacio se invade de nubes, rayos luminosos y cortinas que se retiran, para permitirnos ver la aparición de San Rafael. Este se presenta como peregrino, con un pañuelo anudado al cuello, un manto, finas sandalias y una vara y un pez en su izquierda (recordemos la historia de Tobías, de la sanación con la hiel del mismo) (Tobías, 5), dirigiéndose a Roelas con el gesto de su derecha; está de pié sobre una nube, enfatizando su carácter epifánico. Va flanqueado por cuatro angelitos que sujetan, dos a dos, el escudo de Córdoba y una cartela con el juramento de dicho Arcángel al sacerdote Roelas. Plasmando la leyenda, en tal juramento se habría presentado como custodio de la ciudad de Córdoba –las famosas palabras del mismo12 se incluyen en el texto de Terrin–, especialmente como su protector taumatúrgico en épocas de epidemia. Roelas, cae de rodillas, sorprendido ante la aparición, delante de su sillón, junto a la mesa en la que estaría meditando, acompañado de dos libros, uno abierto sobre un atril, y una vela encendida. El Arcángel se dirige a él, comunicándole lo que queda explícito en dicha cartela, con gesto amable y rodeado de rayos que vienen de más arriba, es decir, de Dios, que lo envía con su misión protectora a los cordobeses. Roelas lo contempla con expresión admirada y sorprendida, y con gesto recogido, haciendo de enlace entre lo divino y lo humano, al señalar, con el índice de su mano izquierda, hacia la tierra, hacia la población; la otra mano, en su pecho, en señal de reverencia. La estampa, de la que no hemos encontrado referencia alguna, es de Juan Bernabé Palomino (Córdoba, 1692-Madrid, 1777), quien delineó y grabó, según su firma13 [fig. 5].

Hay que pensar que esta estampa conforma el tipo iconográfico de la visión de S. Rafael por el P. Roelas, de acuerdo con el concepto que tendrían el P. Santiago y sus contemporáneos; tanto Santiago como Terrin o el inspirador del dibujo que daría origen a la estampa, conocen textos sobre la aparición del Arcángel a Roelas, como los de los jesuitas cordobeses Martín de Roa (ca. 1560-1637), el primer autor que incluye dicho episodio en su Flos sanctorum de 1615 (Roa, 1615; 1622), o su sobrino Pedro Díaz de Rivas (1587-1653) (Díaz de Rivas, 1650) en 1650, u otros, numerosos y conocidos. La estampa supone la plasmación de los mismos; y pensamos que Santiago la conoció, la regaló y divulgó, e incluso quizás, como dice su biografía, fuera alguna de las que pegara en las paredes de las calles. Recordemos la particular cruzada de Santiago para sacar las reliquias de los mártires, con motivo de la epidemia y como medio idóneo para combatirla. La Eutrapelia tiene los mismos planteamientos de Santiago, y la estampa insiste en esta creencia que tanto Santiago como el autor de este texto luchan por mantener, sin resquicio, en la ciudad: la plasmación más directa fue el triunfo de S. Rafael llevado a cabo por el P. Santiago.

EL RETABLO DE LA VIRGEN DEL SOCORRO Y SU HERMANDAD

Desde joven, quizás ya en sus inicios como jesuita, el P. Santiago estuvo obsesionado por el concepto de eternidad, que viene subrayado en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio –indudablemente practicados por él– y en los comentarios escritos sobre los mismos, por muchos autores posteriores. Concretamente aparece en la primera semana de dichos ejercicios, donde se desarrolla la llamada Vía Purgativa, dedicada al fiel que se inicia en el acercamiento a Dios: se le hace partir de la reflexión sobre el pecado y su castigo en el infierno –cuya composición de lugar ignaciana14 es absolutamente impactante–, por toda la eternidad. En vinculación con lo anterior, está la reflexión sobre el purgatorio; este es un tema muy presente en la tratadística religiosa contrarreformista por la defensa que se hace de él, frente a la negación de su existencia, hecha por el protestantismo:15 desde el siglo XVII proliferan los textos que hablan de él –con especial insistencia en las penas de los que ahí se purifican, junto con los donativos pecuniarios que se pueden hacer para su alivio. Se multiplican también los altares de ánimas del purgatorio, financiados generalmente por sus cofrades, los cuales desarrollan prácticas devocionales y ofrendas dirigidas a tales almas. En el ámbito jesuítico, esta devoción a las ánimas tiene un amplio respaldo, manifestado en los textos de los autores de la Compañía.16

Por otra parte, la preocupación por las penas del Purgatorio se vincula a la muerte que sucede de imprevisto, repentinamente, lo que se vio acentuado por el terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755, que impactó, como veremos, grandemente en el espíritu de Santiago. Así se genera la devoción a dichas ánimas por el padre, a la que se une otra, a la Virgen del Socorro,17 por su ayuda a las mismas. Y será precisamente el año de 1755, año en que

«apenas havía […] concluido el Triumpho […] de San Raphael, quando se aplicó a empressa mas ardua, pero de igual gloria de Dios, en la Fundacion de la Hermandad de Nuestra Señora del Socorro, y fabrica de su primoroso Altar [… para] promover los cultos a Maria Santissima y facilitar sufragios a las Almas del Purgatorio».18

Por ello,

«aplicose el Padre Santiago […] a que el Altar saliesse con aquella magestad y adorno que le inspiraba su veneracion a la Señora y que juzgaba muy conveniente, para atraer a los Fieles […] Su idea de la obra meditada era muy costosa, pero la vio concluida con extraordinarias providencias. Las limosnas, unico fondo, venian quando y de quienes menos podian prometerse» (Morales, 1763b: 57),

observación con la que se da a entender, desde su biografía, el apoyo divino a la conclusión de la obra.

El retablo

«se compone todo de escogidos mármoles, labrados con exquisito primor, y adornados de primorosos embutidos. En medio del magestuoso Retablo se venera la Imagen de la Señora, ricamente adornada: su Estatua […] representa el Socorro, que nos dispensa su piedad: tiene postrado a sus pies el infernal Dragon que amenaza a un pequeño Genio, representacion de la Alma: esta busca asylo: la Señora vibra un rayo, con que postra la cabeza del Monstruo: el Divino Niño, que sostiene la Madre en el brazo izquierdo; parece que assegura a la Alma con su ademan, del asylo que goza. Esta bella Imagen es hoy el embeleso y el recurso de los Fieles. Se veneran tambien colocadas en el Altar con hermosa simetria quatro nobles Estatuas de S. Miguel, San Gabriel, San Raphael y el Santo Angel Custodio» (Morales, 1763b: 58).

Completamos esta descripción señalando que la Virgen, en movida y rococó escena, va a lanzar el rayo a la cabeza del «infernal dragón» al que mira y pisa; el dragón mira amenazante al niño que representa al alma, el cual se refugia entre los pliegues del vestido de la Virgen, al otro lado de esta; dicho niño mira confiado el rayo que la Virgen va a lanzar, mientras el Niño Jesús, desde el brazo de la Virgen, se vuelca hacia el niño-alma, abriéndole los brazos en señal de protección. Tanto esta imagen como las de los cuatro ángeles que acompañan (en el nivel superior y de izquierda a derecha: San Miguel –pisando al demonio, con espada flameante y rodela–; San Gabriel, con lanza y escudo; y abajo, a la izquierda, San Rafael, quien llevaría en la mano un pez, y a la derecha, el Ángel de la Guarda, con un niño), y la propia arquitectura del retablo, son obra del escultor Alonso Gómez de Sandoval, quien realizó el conjunto entre 1755 y 1760; se colocó en la antigua iglesia del Colegio de Santa Catalina, de la Compañía, hoy Iglesia del Salvador y de Santo Domingo de Silos19 [fig. 6].

Fig. 6. Retablo de la Virgen del Socorro en la antigua Iglesia del Colegio de Santa Catalina, de la Compañía de Jesús, hoy Iglesia del Salvador y de Santo Domingo de Silos. Obra de Alonso Gómez de Sandoval (1755 -1760). Fotografía de Ana de Mingo Recio.

«En este Altar fundó el Padre la Hermandad del Socorro, y algun otro sucesso extraordinario concurrió a acreditar su zelo» (Morales, 1763b: 58). Tal hermandad se destinó a «Monte pio» para misas destinadas a las almas del Purgatorio y los «sucesos extraordinarios» se refieren al convencimiento de «los mas juiciosos Congregados, [de] que el Padre Juan tenia, en los retiros de su aposento, amistosa comunicación con las Animas del Purgatorio, agradecidas a lo mucho que trabajaba para sus alivios» (Morales, 1763b: 60).20

LA ERMITA DEL CAMPO DE LA VERDAD Y OTRAS INTERVENCIONES URBANAS DE SANTIAGO

En su preocupación por fomentar las devociones y cuidar los lugares sagrados, el P. Santiago dispone de alumnos que le ayudan y de fieles mecenas que contribuyen a realizar sus objetivos. En su biografía se cuenta cómo habría encargado a un alumno impulsar el culto a la imagen del Cristo de las Ánimas, de «la Hermita del Arrabal, que llaman Campo de la Verdad», con «la devoción del Vía Crucis», e incluso «fabricar una nueva Hermita» (Morales, 1763b: 87), lográndose gracias a tales mecenas. En su libro póstumo Doce Symbolos de la Eternidad, la dedicatoria se dirige precisamente a dicho Cristo, al que Santiago tenía gran devoción. En esa dedicatoria se señala igualmente cómo fue Santiago «quien promovió con sus consejos la fábrica y adorno de la nueva capilla [y] alentó con su fe los desmayos de la pusilanimidad en la obra».21 La ermita fue fundada en 1760 por el clérigo de menores Salvador Salido y Millán.22

Y junto con otro tipo de objetos litúrgicos cuya fábrica propicia Santiago, habría que destacar cómo, para llevar el Viático a los enfermos, «inventó y delineó […] unas Arcas-Altares, donde […] están quantas alhajas son necesarias, para poner con reverente asseo a el Señor, sin costar mas diligencias a los pobres […] Aun los enfermos ricos […] ansiaban por una de ellas; pues mostró la experiencia que no solo era Altar de adorno, sino arca de salud» (Morales, 1763b: 91), con la evidente sugerencia del milagro, más debido al ingenio del P. Santiago que al propio Viático.

Con dichas intervenciones urbanas, Santiago contribuyó a la sacralización de la ciudad, pensando en ella como si fuera una gigantesca iglesia abierta, llena de referencias sagradas que apelan al paseante y que continuamente le recuerdan la transcendencia. Es la configuración de la calle como un gigantesco «teatro de la memoria»23 para todos los fieles, habitantes de dicha ciudad, incansables usuarios de los mismos itinerarios (que, de alguna forma, podríamos considerar loci), repletos de formas evocadoras de lo sagrado (imagines), cotidianamente; es la elaboración de un escenario idóneo para el callejeo de una procesión o el paso del altar portátil del Viático, que lleva la sacralización más allá de la iglesia, incluso mas allá de la calle, a la casa particular. Valores contrarreformistas que se intentan mantener en una época en la que comienzan a ser antiguos y para cuya subsistencia, la imagen y sus juegos evocadores24 es fundamental.

1. S. Ignacio de Loyola, «Cuarta Semana». Ejercicios Espirituales [1548] (González e Iparraguirre, 1965).

2. Así llamada por la ubicación en ella del Colegio de Santa Catalina, de la Compañía de Jesús, desde su instalación en 1554.

3. Algunas de las distintas derivaciones artísticas de esta leyenda, con intervención incluso, de Ambrosio de Morales, fueron estudiadas en dos artículos (Cuesta García de Leonardo, 2014a; 2015).

4. «A la carestía grande que experimentaron las Andalucias el año de 1734 y 37 se siguió en Córdoba una cruel epidemia» (Los tabardillos fueron en el año de 1738 después de la carestía del 37). (Morales, 1763b: 46). Hoy hablaríamos de una epidemia de tifus.

5. Ver el sermón predicado en sus honras fúnebres en la iglesia del Colegio de la Compañía, por José López de Baena. (López de Baena, 1764: 39-64).

6. La parte inferior, apenas detallada en la descripción de la biografía, en palabras de Teodomiro Ramírez de Arellano y Gutiérrez, «consta de una grada en que se eleva un pedestal cuadrilátero, de mármol negro, con recuadros dorados, con inscripciones latinas»; «la dorada imagen de San Rafael […] es […] escultura del poco conocido artista Juan Jiménez, y el todo de la obra […] la ejecutó el cantero Alonso Pérez» (Ramírez de Arellano, 1877: 115-116). Las cuatro columnas que se elevan sobre el pedestal, son dóricas. La inscripción según Morales (1763b: 50), dice: «D. O. M. / ARCHANGELO CORDUBAE IN TUTELAM CONSTITUTO / PROTOMEDICO, CUIUS POTENTI MEDICINA/ CORDUBA PERSTAT, PERSTITIT, PERSTABITQUE / DEINCEPS INCOLUMIS / JURATO CORDUBAE CUSTODI SANCTISSIMO / PRINCIPI RAPHAELI/ COLLEGIUM SOCIETATIS JESU, / CORDUBA IPSA ADFAVENTE, ET OPEM FERENTE,/ IN OBLIVIONIS ANATHEMA/ MONUMENTUM HOC POSUIT/ ANNO MDCCXXXVI». (También la recogen, aunque con errores, Ramírez de Arellano y Gutiérrez, 1877: 115-116; y Ramírez y de las Casas-Deza, 1856: 160). Su traducción es: «Para el Dios óptimo y más grande / constituido el Arcángel en protector de Córdoba / primer médico por cuya poderosa medicina / Córdoba permanece, permaneció y permanecerá / siempre incólume / Al jurado Santísimo Custodio de Córdoba/ al Príncipe Rafael / el Colegio de la Sociedad de Jesús / con el patrocinio de la propia Córdoba, y mostrando su poder / en exclusión de su olvido / erigió este monumento/ en el año 1736»). Agradezco esta traducción, así como las que siguen en este libro, al Profesor Doctor en Lenguas Clásicas, Andrés Masiá González.

7. Salvo el del pretil del Puente Romano, colocado en acción de gracias por el cese de la epidemia de peste de 1651, y el de la torre de la catedral, de 1664, los triunfos a S. Rafael erigidos en la ciudad, son posteriores al de la plaza de la Compañía, impulsado por Santiago. Materializan su colocación las clases elevadas de la ciudad, buscando su propio protagonismo en el seguimiento al P. Santiago; señalamos los siguientes: en 1743, cerca de la Puerta del Viejo Alcazar de los Reyes Cristianos, patrocinado por el obispo de Córdoba, Pedro Salazar y Góngora; en 1747, junto al Convento del Carmen; en 1753, en la plaza de S. Basilio; en 1763, en la plaza de Aguayos y junto a su palacio, el encargado por la Marquesa de Santaella y Condesa de Hornachuelos, a quien vemos, en este estudio, como mecenas, en distintas elaboraciones en torno a la figura del P. Santiago; en la plaza de la Catedral (con el patrocinio de esta, entre 1765-1771) y en la de San Hipólito (1768), los dos hechos por el propio escultor Verdiguier (comitente, él mismo, del segundo). La serie continúa en la fuente de la Fuenseca, en 1808; en el puente de San Rafael en 1953; y llegaríamos hasta el siglo XXI, habiéndose colocado en la calle Sebastián Cuevas otro, en 2014. En 1877, Teodomiro Ramírez de Arellano y Gutiérrez, afirma que, al P. Santiago «se deben casi todos los monumentos o triunfos dedicados a San Rafael, existentes en diversos sitios de la ciudad» (Ramírez de Arellano y Gutiérrez, 1877: 252). Sobre ellos, ver Ramírez y de las Casas-Deza, 1856: 154 a 162.

8. Sobre este tipo de triunfos, ver Gómez-Moreno Calera, 2014: 91-136.

9. La costumbre de que los sacerdotes regalaran estampas estaba muy extendida, con evidentes propósitos didácticos. Sobre este regalo, ver Portús y Vega, 1998: 174 y ss.

10. Rafael Ramírez de Arellano da estas noticias: «Natural de Córdoba y fraile trinitario descalzo […] Su apellido fue Prado, pero para publicar sus versos tomó el apellido materno»: Terrin. Ramírez solo menciona la obra señalada, de la que no cita la estampa (Ramírez de Arellano, 1921: 663).

11. La transformación de la casa de Roelas en iglesia habría comenzado en 1610 y finalizado en 1732. A finales de siglo, se hicieron ampliaciones (Ramírez de Arellano y Gutiérrez, 1873: 148-149).

12. «Yo te juro por Jesucristo Crucificado que soy Rafael a quien Dios tiene por Guarda y Custodio de esta ciudad de Córdoba» (Terrin, 1736).

13. Su firma es: «Js. á Palomº. del. et sculp.».

14. «Composición […] ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del infierno […] los grandes fuegos, y las ánimas como en cuerpos ígneos […] oír con las orejas llantos, alaridos, voces, blasfemias contra Christo Nuestro Señor y contra todos sus Santos […] oler con el olfato humo, piedra azufre, sentina, y cosas pútridas […] gustar con el gusto cosas amargas, así como lagrimas, tristeza, y el verme de la consciencia […] tocar con el tacto, es a saber, como los fuegos tocan y abrasan las ánimas». S. Ignacio de Loyola, en «Primera Semana», «Quinto exercicio es meditacion del Infierno», de sus Ejercicios Espirituales, [1548], en González e Iparraguirre, 1965: 32-33.

15. La defensa de la existencia del Purgatorio hay que vincularla al rechazo de la misma por parte protestante. En el siglo XVII y XVIII se afianza la devoción a las almas del Purgatorio (González Lopo, 2005: 312). En la biografía del P. Santiago se citan varios autores protagonistas en la preocupación por las almas del Purgatorio, como el P. Hernando de Monroy o el P. jesuita Francisco Varais, ambos Venerables (Morales, 1763b: 56-57).

16. El jesuita Juan Eusebio Nieremberg dice: «Propondremos aora otra industria de grande interes para nosotros y utilidad para las animas del Purgatorio, con la qual los vivos ganaran mas gracia […] y las animas posseerán mas presto la gloria, con cuya devocion se interessaran grandes bienes espirituales […] El devoto de las almas del Purgatorio tendrá tantos agentes en la Corte de Dios, que soliciten el negocio de su salvacion, quantas almas huviere favorecido y sacado de aquellas penas» (Nieremberg, 1640a: 458-461). La numerosa obra de Nieremberg es también prolífica en este tipo de comentarios; los vemos en Nieremberg, 1655; 1643; 1640b, etc. Fray Diego Sánchez Maldonado dice: «El Purgatorio es lugar temporal en que se purgan los peccados veniales y la pena temporal de los mortales ya confesados cuya plenaria satisfacion no se acabó de pagar y cumplir en esta vida» (Sánchez Maldonado, 1603: 679); «Tened misericordia y compassion de mi, si quiera vosotros […] amigos, y mirad que […] el Señor […] me ha castigado […] Cada una de las animas que estan en las penas del Purgatorio podemos entender que dize esto, mostrando su necessidad y pidiendo socorro y ayuda para ella. De aquí podemos entender tres razones o obligaciones por donde los vivos están obligados a hazer bien por los defunctos», (Sánchez Maldonado, 1603: 584). Boniers (1678), se detiene en las causas y obligaciones de socorrer a dichas ánimas, así como en las formas de hacerlo. Y Juan Francisco Bullon, recoge la petición de las almas: «Misericordia, misericordia, tenedla de nosotras hijos, amigos y parientes, que si Job la pidia a vozes, por estar de los pies hasta la cabeça llagado, nosotras ni aun lengua tenemos, para que nuestros suspiros lleguen a vuestros oydos, llegue el resplandor de nuestras llamas a alumbrar vuestros entendimientos y voluntades ya que nosotras experimentamos sus ardores» (Bullon, 1683: 1-2). El jesuita Francisco Santalla, señala que «el numero de las Animas que llamamos del Purgatorio es muy populoso […] La razon […] proviene de que muchísimas se detienen alli por largos años, y aun centenares, y millares: y alcançandose unas a otras, hazen grandioso su numero; y entonces se rebaja más, quando por ellas se conceden frecuentes indulgencias y jubileos y crece a su favor el socorro de los sufragios» (Santalla, 1657: 417).

17. Recordemos cómo, según su biografía, esta devoción había sido también fomentada por el padre y el hermano del P. Santiago, que la habría vivido así desde su infancia.

18. En el P. Santiago «se distinguió tambien entre sus Virtudes la piedad, y compassion con las Animas del Purgatorio […] Si al toque acostumbrado, para hacer Oración por ellas, observaba tibieza […] decia con espiritu: ‘Que arden’ […y añadía:] ‘Es mi voluntad firme […] socorrer […] las benditas Almas del Purgatorio’» (Morales, 1763b: 53-55).

19. Las iglesias del Salvador y de Santo Domingo de Silos, son dos iglesias fernandinas, es decir, del siglo XIII, situadas junto a la posterior de la Compañía. Por su mal estado de conservación (la del Salvador está hoy desaparecida), tras la expulsión de la Compañía en 1767, se reubicaron ambas en la iglesia del Colegio de Santa Catalina, en 1782, recibiendo actualmente el nombre de ellas. Para este retablo de la Virgen del Socorro, ver Gómez Piñol, 2004: 198.

20. Añadamos que «no satisfecho con el adorno magnifico que servia en su Altar del Socorro, para manifestar a el Señor, meditaba en estos ultimos años la fabrica de una Custodia de oro con Viril guarnecido de diamantes; pero la muerte estorvó la conclusión de esta meditada prueba de su generosa fe» (Morales, 1763b: 90).

21. (Santiago, 1765: s. p.) El autor de esta dedicatoria es quien posibilita económicamente que salga a la luz el libro; pudo ser el alumno del que Santiago se sirvió para la obra de la ermita. Solo sabemos que fue el clérigo de menores Salvador Salido y Millán, quien fundó la ermita del Cristo de las Ánimas en el Campo de la Verdad, en 1760. (Ramírez y de las Casas-Deza, 1856: 152; Ramírez de Arellano y Gutiérrez, 1877: 360-361). Para más información sobre la ermita, ver: Aranda, 2018: 271-302.

22. Refiriéndose al P. Santiago, D. Navarro, señala: «Y para perpetuar la memoria del celoso restaurador del culto de esta imagen [el Cristo de la Ánimas] se conservaba en la sacristía de la ermita un retrato al óleo del P. Santiago hasta hace poco, que un voraz incendio destruyó la ermita y consumió muchas de las cosas que en ella había, entre otras el retrato del Padre» (Navarro, 1920: 50). Quizás tal óleo sea el que se reproduce en la edición de este libro, aprovechando una foto antigua; nos interesa porque pudo ser la fuente de algunas estampas que analizaremos.

23.