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Kate Quinn regresa con una inolvidable y poderosa historia de amistad y secretos en una casa de huéspedes de Washington D. C. durante la era McCarthy. Washington D. C., 1950. Todo el mundo guarda las distancias en la Casa Briarwood, una deslucida casa de huéspedes para mujeres donde los secretos se ocultan tras cercas blancas de madera. Todo cambia cuando la encantadora y misteriosa viuda Grace March se muda a la habitación del ático y decide crear lazos de amistad entre su extraña colección de vecinas; Fliss, una serena belleza inglesa cuya fachada de perfecta esposa y madre esconde profundas heridas interiores; Nora, hija y hermana de policía, envuelta en una relación con un oscuro gánster; la antigua estrella de la liga femenina de béisbol Beatrice, y la fanática Arlene, entregada a la causa del Terror Rojo de McCarthy. Las reuniones semanales en la habitación del ático de Grace se convierten en un bálsamo en las vidas de todas, pero ella misma guarda su propio y terrible secreto. Cuando un traumático acto de violencia desgarra la casa, las mujeres del Club Briar deben tomar una decisión de una vez por todas: ¿quién es el verdadero enemigo entre ellas? «Quinn contrapone la aparente alegría de los años cincuenta a observaciones históricas que dejan al descubierto el racismo, la misoginia, la homofobia y la persecución política en esta apasionante y certera novela». People Magazine «[Una] historia fascinante. Un poderoso e inolvidable thriller histórico para fans de las historias de personajes femeninos fuertes». Library Journal «Una brillante historia de misterio en la que Quinn explora con elegancia cuestiones de raza, clase y género y que recrea vívidamente la atmósfera paranoica de la era McCarthy en Washington. Imprescindible». Publishers Weekly «Lo último de Quinn sigue respaldando su reputación de saber captar las complejidades, los matices y el dinamismo del pasado. Verdaderamente, un libro perfecto». Literary Hub «Las mujeres del Club Briar de Kate Quinn no solo presenta un misterio trepidante, sino también, y lo que es quizá más importante, un elenco de personajes que los lectores adorarán». Elle.com
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Seitenzahl: 816
Veröffentlichungsjahr: 2025
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.
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28036 Madrid
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Las mujeres del Club Briar
Título original: The Briar Club
© 2024, Paul Wehmeyer Productions LLC.
© 2025, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.
Publicado por HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
© De la traducción del inglés, Victoria León Varela
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.
Esta edición ha sido publicada con autorización de HarperCollins Publishers LLC, New York, U.S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
Diseño de cubierta: Elsie Lyons
Imágenes de cubierta: © AimeeMarie Lewis/Arcangel Images (ojo de cerradura); © Getty Images; © Shutterstock
Imagen de la postal del interior: cortesía de Shutterstock / MM_photos
ISBN: 9788410643062
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Cuatro años y medio antes
Capítulo 1
Cuatro años antes
Capítulo 2
Tres años antes
Capítulo 3
Dos años y medio antes
Capítulo 4
Dos años antes
Capítulo 5
Un año y medio antes
Capítulo 6
Nueve meses antes
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Nota histórica
Agradecimientos
Nota
A todas las mujeres de mi vida que forman mi Club Briar, las que se ofrecen unas a otras comida, vino y consejo siempre que se necesite. Las que no pestañearían al ver un cadáver en el suelo. Vosotras sabéis quiénes sois.
Acción de Gracias de 1954
Washington D. C.
Si estas paredes hablaran… Bueno, no hablan, pero, desde luego, escuchan. Y observan.
La Casa Briarwood es tan vieja como el siglo. Lleva cincuenta y cuatro años presidiendo —con su fachada de ladrillo y sus cuatro plantas, un poco destartalada— la plaza a sus pies. Ha conocido tres guerras, diez presidentes e incontables inquilinos… Sin embargo, hasta esta noche nunca había presenciado un asesinato. Ahora sus paredes huelen a pavo, a pastel de calabaza y a sangre, y la mansión se ha estremecido hasta sus cimientos.
También está un poco entusiasmada. Esto es lo más emocionante que la Casa Briarwood ha vivido en décadas.
Un asesinato. ¡Un asesinato aquí, en el tranquilo corazón de cercas blancas de madera de Washington D. C.! Encima, el Día de Acción de Gracias. Y no es que a la casa le sorprenda eso demasiado; ha conocido suficientes días de fiesta como para saber que, cuando reúnes a mucha familia y la mezclas con demasiado ponche de ron, alguna vez puede haber derramamiento de sangre. Pero la escena que se ha desencadenado esta noche y ha salpicado la casa de sangre desde la entrada hasta el ático…
Cielo santo, qué desastre.
Hay un cadáver en el suelo del segundo apartamento del ático que derrama un lago de sangre desde su garganta abierta casi hasta el hueso. Abajo, en el vestíbulo, hay un detective que garabatea en su libreta. Por la cocina, dieciséis personas se pasean en diversos estados de shock: alguna persona anciana y jóvenes; hombres y mujeres; algunos llorando, y otros, en silencio. Y cada uno de ellos —la casa lo sabe porque ha estado viendo cómo todo estallaba desde el impactante comienzo hasta el aún más impactante final— alberga distintas razones para temer que acabará la noche esposado.
Cuando el detective de policía entra en la cocina para hablar con la propietaria y casera de la Casa Briarwood, la encuentra inmersa en un ataque de histeria. La casa agita sus cortinas, hace sonar un par de puertas y echa otro vistazo a la escena del crimen, en la planta superior. Las paredes de color verde de ese apartamento particular tienen pintada una intrincada enredadera florida; sin embargo, resulta difícil decir qué clase de flores es bajo las manchas de sangre. «Ha sido un asesinato brutal», musita la casa. Ni un momento de vacilación en la mano que sostenía esa hoja.
—Aún no hemos identificado el cuerpo, señora Nilsson —le está diciendo el detective a la propietaria cuando la atención de la casa vuelve a la cocina—. No se ha encontrado que el cadáver llevase ninguna documentación encima.
—¡Confío en que no esperen que sea yo la que vaya a verlo! En mi estado de nervios… —Aparta el vaso de agua que le ofrece con insistencia su desgarbado hijo adolescente.
—Tenemos informes preliminares que nos dicen que la muerte se produjo entre las seis y las siete de la tarde. Tengo entendido que usted no se hallaba en la casa en ese momento, señora Nilsson.
—Había ido a mi club de bridge. Siempre voy a mi club de bridge los jueves por la noche.
—¿Incluso el Día de Acción de Gracias? —preguntó en tono escéptico el detective.
«Si hubieras visto tantas celebraciones como yo ponerse feas —quiere decirle la casa—, lo que te sorprendería es que no quiera huir de ellas todo el mundo».
—Un desperdicio, Acción de Gracias. Siempre doy un almuerzo con pavo a mis huéspedes, pero eso no es suficiente para algunos. —La señora Nilsson solloza mirando a su hijo, que aún ronda con el vaso de agua—. Este no levanta un dedo por su madre en la cocina; sin embargo, en el momento en que esa mujer dice que va a preparar un pavo entero en mi hornoStratoliner…
A la Casa Briarwood no le gusta la señora Nilsson. No le gustó la primera vez que traspasó su umbral vestida de novia, quejándose, antes de haberse sacudido el arroz del pelo, de que los pasillos eran demasiado estrechos («¡demasiado estrechos, mis pasillos!»), y lleva veinte años sin gustarle. Tampoco le gusta a nadie de los presentes en esa habitación —la casa lo sabe perfectamente—. No es tan difícil interpretar a las personas.
—El cuerpo se encontró en el apartamento de la cuarta planta, el que tiene las paredes de color verde. —El detective está mirando sus notas, y por eso pasa por alto la primera pista: las tensas miradas que intercambian con rapidez de sombra los otros quince testigos.
«¿O “sospechosos” sería una palabra más exacta?», se pregunta la casa. Porque ella sabe algo que el detective desconoce.
Por supuesto que el asesino está en la habitación.
—¿Puede decirnos quién tiene alquilado ese apartamento de la última planta, señora Nilsson? —insiste el detective, a lo suyo.
La propietaria resopla de nuevo, y la casa se acomoda, encantada, a escuchar:
—La señora Grace March.
Junio de 1950