Lo real y lo imaginario. Ensayos literarios - Luis Barahona - E-Book

Lo real y lo imaginario. Ensayos literarios E-Book

Luis Barahona

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Beschreibung

Luis Barahona reivindica una Costa Rica con pensamiento de identidad. Nos lleva a través de su vívida prosa, a las márgenes del discurso donde convergen lo imaginario y lo real. Allí nos encontramos con el ideario de Mario Sancho, Pío Víquez, Víctor Manuel Sanabria y Manuel de Jesús Jiménez; con las reflexiones acerca de la paz, las ideas estéticas, la picaresca y el idealismo del Quijote. Animado por la idiosincracia de un Cartago y una Costa Rica todavía iluminados por el pensamiento hispanoamericano, como confluencia filosófica, nos deja el valor de hechos y personalidades que mantienen su capacidad de discernimiento y asombro característicos del vitalismo y con los que se ha construido la nación.

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Luis Barahona Jiménez

Lo real y lo imaginario

Ensayos literarios

Selección y prólogoMacarena Barahona Riera

A la juventud costarricense.

MBR

De utopías, identidades y literaturas

Macarena Barahona Riera

Las triadas: cielo, tierra y aire, o fuego, viento y agua, las más antiguas o las más próximas, conforman señales de las rutas de la humanidad y sus diversidades culturales, de las sendas singulares que los seres humanos elegimos y nos trazamos, para buscar y perseguir o continuar, y conformar así, nuestro propio destino.

Mi padre construyó desde muy joven, viendo los trazos firmes de su padre, labrando canteras y bloques inmensos de piedra, dando cincel y mazo, transformando, creando a las dúctiles piedras, las formas que ella ya traía –a decir del abuelo–; construyó, eligió y trabajó sus rutas íntimas.

Sus propias utopías: la identidad, su patria y el pensar. Y decidió andar los caminos del pensar; investigar, conocer, aprehender de la cultura, de la filosofía, de las ciencias cognitivas, de la historia, del arte, de los viajes. Se forjó como quien se cincelase a sí mismo. Su cultura fue universal, su pensamiento amplísimo, pero sus objetivos siempre precisos: un lugar mejor para el ser humano.

Si el humanismo abarca dimensiones de utopía, mi padre –utópico per se– dedicó su vida a través de las búsquedas, ya quijotescas, ya románticas, o como abanderado del realismo o de las libertades del pensar. Un mundo literato en el análisis de sus obras preferidas o elegidas. Porque en su camino se conformaron buques, donde navegó su imaginación y oteó las libertades y las razones por la dignidad de los seres humanos.

Pasado, presente, futuro; sus búsquedas y construcciones éticas. Siempre buscando también –amante del arte– la belleza y las mejores cualidades estéticas en la literatura, en la música, las artes plásticas, o el cine.

Su andar por este mundo dejó la huella del apasionado por la belleza. No como misterios u oscuridades crípticas, sino como la transparencia y la sabiduría de espíritus humanos superiores; una armoniosa conjunción entre la ética y la estética.

No sé si esta selección de trabajos llevaría su aprobación, pero a instancias de la Editorial Costa Rica me vi en la obligación de seleccionar solo ensayos de “literatura”, de la propuesta original que incluía ensayos de filosofía y política.

La triada de la inteligencia, diría mi padre: Filosofía, Política y Arte. Asimismo, unidas bajo la calurosa utopía de la libertad y la estética.

Ese lugar, de elaboración creativa desde su hogar, buscando en los antepasados –Manuel de Jesús Jiménez–, en sus conocidos –Monseñor Sanabria, Pio Víquez, Mario Sancho, Jorge Volio, Moisés Vincenzi, Ricardo Jiménez (libro inédito)–, hurgando el sustento espiritual y constructor de lo que nos une y nos amarra en esta tierra, esa elaboración cívica y amorosa de la “patria”, en las letras, las ideas y las acciones. Así, hurgó en la literatura y el pensamiento político desde la colonia hasta nuestros días, de las letras de compatriotas a las hispanas del continente latinoamericano, de todos los tiempos como de las letras de la Hispania primera. Gracias a su formación pública en el Colegio San Luis Gonzaga, con maestros que lo iniciaron en los clásicos, enrumbó su mente por el Cid y El Quijote; dedicó sus mejores años a la filosofía y a la política activa e ideológica.

La literatura siempre fue su pasión como las otras artes, pero en este libro he querido presentar la línea estética de las lecturas nacionales; una ruta de ideas estéticas, siempre tratando de encontrar un grial, una luz ética, lo luminoso de la filosofía de alma nacional. Aquí aparece mi madre, Joanna Riera, historiadora mallorquina que irradió luz dorada en su vida, siempre compañera de letras, quien revisó siempre sus escritos, conversó sus temas y acompañó a papá en viajes terrenos y utópicos en este mundo, y ojalá en los demás.

Con Carlos Luis Fallas –ensayos incluidos–, José Marín Cañas –ensayo incluido–, Carlos Luis Sáenz –ensayo inédito, discurso de incorporación a la Academia de la Lengua–, encuentra el alma nacional, construida y valorada en la pluma de estos autores, y de otros, aunque no trata solo temas nacionales. Porque desde lo nacional, es decir desde el hogar del autor, se viaja a lo local, lo centroamericano, lo latinoamericano, hispanoamericano, lo mundial. Esa letra viva que es la literatura viajando en el tiempo y el espacio, llena de libertad. Así podemos leer esta selección de ensayos literarios, un viaje, una ruta desde la casa hacia el mundo.

Seleccioné los textos que conforman este libro, pretendiendo honrar a través de estos trabajos literarios, sus verdaderas pasiones. Es así como comprendí esta indisoluble triada de razones y amores. Si es literatura, es arte, es estética, es filosofía y es política. Estas sendas trazadas desde muy joven por Luis Barahona Jiménez, siempre se reencuentran y se visibilizan con luz propia en sus elecciones.

Si analiza a Manuel de Jesús Jiménez, a Víctor Manuel Sanabria o a Pío Víquez, su mirada se posa como filósofo, como esteta, como constructor de pensamiento patrio, conformando éticamente una identidad del ser costarricense, en sus tribulaciones pasadas y, siempre, en la utopía del compromiso humanista, ético, de transformar la realidad para las mejores libertades e igualdades entre los seres humanos.

Así, con el placer del romántico caballero conquistador, analiza a Rodrigo Díaz de Vivar, en Al margen del Mio Cid en uno de sus primeros libros.

En las Glosas del Quijote, ese espíritu libre, loco y valiente, revela la esencia de los héroes, de los que transforman sus realidades. Ese ideal del que, para el filósofo de mi padre, es lo posible, lo imaginario; lo real.

En Carlos Luis Fallas tal vez encuentra su otro novelista, donde lo real puede ser posible; donde la estética da paso a la utopía, en la guerra constante de los seres humanos que, avasallados por injusticias, se rebelan; hacen real lo ideal de la justicia y de la igualdad de los seres humanos.

De una selección con carácter literario, también, como tesoros vivientes que son las letras verdaderas, podemos leer sus conexiones íntimas, siempre trascendiendo y en continuo en la vida humana.

“También puede suceder que la vida humana tome estos tres ingredientes y con ellos elabore, cada quien según su fórmula, una mezcla original con la que va tejiendo la urdimbre de su propia existencia” (Barahona, inédito).

La “urdimbre” de Luis Barahona Jiménez se teje en el valor de su Patria, desde su libro El Gran Incógnito, El ser hispanoamericano, Anatomía patriótica, Las ideas políticas en Costa Rica, La inteligencia comprensiva, Las ideas estéticas, entre lo imaginario, y lo ideal. Pero lo real, es su compromiso ético con la utopía.

“Además de que realmente lo real, lo imaginario y lo ideal andan mezclados en la vida y en toda obra de arte. En la vida lo real viene siendo como el quicio o fundamento de lo que se relaciona directamente con todo lo existente. Nuestra imaginación es una necesidad de representar elementos tomados de la realidad para combinarlos de tal modo, que luego los plasmemos en la realidad material o sencillamente en el alma” (Barahona, inédito).

En esta selección que presenta mi querido primo, Doctor en Historia, Arnaldo Moya Gutiérrez, el lector encontrará la ubicación histórica y cultural más precisa en el viaje de la vida de mi padre: como escritor, ensayista, filósofo, político, y ciudadano íntegro de utopías y locuras.

Y de esta forma, dejo a los amables lectores la continuación de su imaginación entre lo real y lo ideal.

Del humanismo y la filosofía: Luis Barahona Jiménez

In memoriam

En esta selección de la obra de Luis Barahona Jiménez ha prevalecido el interés por demostrar que las preocupaciones del ínclito filósofo costarricense mantienen absoluta vigencia y que, ante la crisis actual del pensamiento crítico, hemos de reconsiderar a los clásicos del pensamiento costarricense. En Luis Barahona se conjugaron de manera exquisita tres factores: su altura moral, su magnífica prosa y su penetrante oralidad. Su vida transcurre en una Costa Rica que galopa entre el conservadurismo irradiado por los últimos estertores del orden oligárquico y las contradicciones propias de una sociedad que teme modernizarse y que se pliega, por conveniencia, a lo agreste del medio cultural y al rechazo a la novedad.

José Abdulio Cordero se refiere a Luis Barahona como “el prototipo nacional de hombre culto. Un filósofo que figura entre los mejores de su tiempo no solo por la amplitud y profundidad de sus conocimientos, sino por la amplitud y profundidad de sus escritos”.[1] Arnoldo Mora ha caracterizado a Barahona Jiménez como “una de las figuras más descollantes de la primera generación de filósofos costarricenses”.[2] Mora Rodríguez abunda en el perfil del humanista y del académico por cuanto Luis Barahona dedicó sus investigaciones –y en particular sus ensayos– “al rescate de la identidad del costarricense, a la búsqueda de una nueva poética humanista y a la creación de puentes que unieran el roll intelectual y pasivo del filósofo, con el compromiso con la realidad del accionario político, fundamentándose en principios de la filosofía clásica, del humanismo, de la filosofía cristiana de la liberación y de la teoría de la inteligencia comprensiva entre otros”.[3] Entonces convengamos en que Luis Barahona estuvo más cerca de la teología latinoamericana y de su opción por los más pobres que de la ortodoxia impuesta por Roma.

En la semblanza que de su padre hace la mayor de sus hijas refiere que “Luis Barahona Jiménez, pensó, creó y recreó a su país desde su profundo, riguroso y disciplinado pensamiento filosófico, político y social. Fue un pensador cristiano. Solo desde esta piedra angular es posible comprender la intensidad y el compromiso de sus ideas e ideales en el tiempo en que le correspondió vivir. Su pensamiento político es consecuente con su pensar filosófico y va indisolublemente unido a su creencia en un ser absoluto, que considera la verdad esencial, de la que toda verdad humana se alimenta y es en referencia a esa verdad eterna. El hombre, nos dice, tiene implantado en su corazón lo eterno, que se desarrolla y crece hasta alcanzar, mediante el pensar comprensivo, la eternidad del ser”.[4]

Nacido en la ciudad de Cartago, en 1914, tan solo cuatro años después de que el terremoto de Santa Mónica devastara la ciudad decimonónica, Barahona Jiménez ha sido considerado no solo como hijo esclarecido y predilecto de su amada ciudad natal, sino como uno de los pensadores nacionales más señeros y prolíficos de una Costa Rica que ofrecía feroz resistencia al avance de ciertas corrientes de pensamiento que atentaban contra el status quo. Luis Barahona se graduó como Licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad de Costa Rica, en 1946, y se recibió como Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, en 1959, graduándose con honores con el trabajo doctoral que marca el inicio de la investigación sociológica en Costa Rica: “El ser hispanoamericano”. Fue Catedrático de la Universidad de Costa Rica, a partir de 1947, en las cátedras de Estética, Filosofía Política, Metafísica, Historia del Arte e Historia de la Música. Integró el Centro de Estudios para los Problemas Nacionales y la Revista Surco. Fundó el Partido Democrático Cristiano, el Instituto de Cultura Hispánica, y el Ateneo de Costa Rica. Fue Miembro de Número de la Real Academia Costarricense de la Lengua, y ocupó varios cargos diplomáticos en España, así como el de Embajador en la Unión Soviética.

Barahona Jiménez fue el autor de los siguientes libros publicados: Al margen del Mio Cid, 1943; Primeros contactos con la filosofía, 1952; Glosas del Quijote, 1953; Anatomía patriótica, 1971, El ser hispanoamericano, 1973; El pensamiento político en Costa Rica, 1973; Ideas, ensayos y paisajes, 1974; La Universidad de Costa Rica, 1976 (Premio Aquileo J. Echeverría en Ensayo); Manuel de Jesús Jiménez presentado por Luis Barahona Jiménez, 1977; Las ideas políticas en Costa Rica, 1977; Juventud y política y otros ensayos, 1978; La patria esencial, 1980; Apuntes para una historia de las ideas estéticas en Costa Rica, 1982; Ensayos, 1984; Anatomía patriótica, 1985; La inteligencia comprensiva, 1986; Remembranzas, 1995 (póstumo); Primeros contactos con la filosofía y la antropología filosófica griega (póstumo) 1998, El huerto interior (póstumo) 2007.

Luis Barahona hubo de enfrentar una Costa Rica en la que predominaba una sociedad montaraz y farisea, atenta a aplicar el cortapisos a quien se atreviera a elevar su cabeza por encima de la media. Esta situación empezará a cambiar al promediar el siglo XX, mas una verdadera renovación que apuntara a desbaratar los supuestos y prejuicios dominantes no se percibirá sino hasta bien entrada la década de 1970. Existencialismo, revoluciones latinoamericanas, humanismo y mayo de 1968 se conjugaron para sacudir la somnolencia de una Costa Rica que se creía al margen de las grandes discusiones mundiales. Luis Barahona Jiménez murió en San José en el año de 1987. Costa Rica perdía a uno de sus más esclarecidos intelectuales y a un crítico incapaz de ceder ante las presiones del discurso dominante.

Encontramos en el medio cultural costarricense una dimensión del filósofo que suele ocultarse. Luis Barahona fue ensayista por vocación y polemista por convicción. Sus artículos se encuentran, desde principios de la década de 1940, en La Tribuna, el Diario de Costa Rica, La República y La Nación. El recorrido por estos artículos ofrece el mejor itinerario de los problemas que aquejaban a la nación.

De fuerte ancestro demócrata-cristiano y ante los desmanes de quienes, bajo el abrigo de la facción vencedora de la guerra civil de 1948 y bajo sus banderas, impulsaron el exilio del vencido e incautaron su propiedad, Barahona Jiménez blandió sus principios en los que privaba la solidaridad y el respeto al otro, más allá de su color político. Al no cerrar filas con la facción triunfante, su legado ha sido desestimado y omitido por algunos sectores de la intelligentzia costarricense y, al endilgarle los adjetivos de “conservador” y “ultracatólico”, se le impuso una suerte de ostracismo político y académico.

El activismo político de Luis Barahona empezó con su participación en el Centro de Estudios para los Problemas Nacionales que fue, sin duda, el embrión del Partido Liberación Nacional. Fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1949 y miembro fundador del Partido Liberación Nacional. La primera vez que dicho partido fue a las urnas, en 1952, Luis Barahona fue elegido diputado por la Provincia de Cartago. Posteriormente, a fines de la década de 1960, Luis Barahona se separa de Liberación Nacional y funda el Partido Demócrata Cristiano, en el cual se torna el máximo líder y oráculo hasta fines de la década de 1970. El Partido Demócrata Cristiano sufre una crisis interna relacionada con los puestos de representación popular y Barahona rechaza el comportamiento oportunista de sus compañeros de partido. Al abandonar sus filas se vincula al naciente Renovación Democrática que, junto a una amplia e insatisfecha oposición, se convierte en la Unidad Social-Cristiana. Luis Barahona se constituye en fundador e ideólogo del partido que llevó al poder a Rodrigo Carazo Odio, otro tránsfuga de Liberación Nacional, en las elecciones de 1978.[5]

Lo más revelador en la vida de Luis Barahona es que en su cotidianidad supo armonizar la práctica política con el ejercicio académico. Su trabajo académico fue aquilatado por varias personalidades. Abelardo Bonilla en su Historia de la literatura costarricense escribió que “Barahona es el escritor contemporáneo más capacitado para el ensayo”. Luis Ferrero lo incluye en su importante antología de los mejores ensayistas de Costa Rica. Constantino Láscaris planteó que con el libro sobre el Mio Cid Barahona irrumpía en el campo de la especulación filosófica.[6] Arnoldo Mora contribuye, además, a ubicar a “un verdadero clásico del ensayo costarricense, auténtico sucesor del maestro cartaginés por excelencia del ensayo, Mario Sancho y antecesor de Roberto Murillo, otro (gran) maestro del género ensayístico, filósofo y cartaginés como Barahona, colega suyo por muchos años en el Departamento y luego Escuela de Filosofía de la Universidad de Costa Rica…”.[7] El comentario de Arnoldo Mora es acertado, mas no hace justicia suficiente a la amistad que unió a Mario Sancho y a Luis Barahona. En Sancho Jiménez reconocía Luis Barahona al maestro y disfrutó plenamente de sus ensayos; de su fisga encantadora, de su aquilatada ironía y de un desenfado procaz. De Mario Sancho se podría decir que, además de polemista, era provocador, y que la pluma, bien utilizada, revierte cualquier situación. Mario Sancho, director de la magna Biblioteca del Colegio de San Luis Gonzaga fungió como el tutor intelectual de Barahona Jiménez y, posteriormente, como su entrañable amigo.[8]

Macarena Barahona-Riera afirma que su padre “fue un gran amante del ensayo. En este vertió todas sus pasiones y pensares”.[9] A Luis Barahona Jiménez le correspondió, como a ningún otro escritor costarricense de su generación, catapultar el ensayo como el género idóneo para reivindicar sus preocupaciones más genuinas.

La selección de la obra que hoy se presenta al lector cumple con el doble propósito de ubicar a Barahona Jiménez en la corriente de los grandes pensadores costarricenses y, además, con el de redimensionar su estaturacomo humanista, ideólogo y ser político.

¿Cómo se forjó este ilustre pensador costarricense? José Abdulio Cordero arroja alguna luz sobre el perfil de Barahona Jiménez. Señala Cordero que “don Luis Barahona fue el prototipo nacional de hombre culto. Un filósofo que figura entre los mejores de su tiempo, por la amplitud y profundidad de su conocimiento y la propiedad y claridad de sus escritos (…) don Luis, hijo de un cantero, de un artista de la piedra, fue un cantero de las ideas, un forjador de mentalidades en el aula, en la tertulia, en el diálogo y en el ejercicio fecundo de la pluma”.[10]

De carácter sereno y a veces, quizá, algo introvertido, Luis Barahona huía de la pompa y del fasto y deploraba la falsedad de sus aduladores. Disfrutaba de sus contertulios en pequeños grupos y tuvo la virtud de saber escuchar y respetar a sus detractores. Defendió sus convicciones con una elocuencia e ironía que las más de las veces desesperaban al adversario.

Afirmaba Constantino Láscaris que: “En Costa Rica han sido intelectuales, antes que otra cosa los que han contado”.[11] Al respecto, Barahona Jiménez habría expresado en su oportunidad que, en especial, durante la segunda mitad del siglo XIX, nuestros intelectuales estaban ayunos de “inquietudes artísticas desarrolladas cuando la vida se les iba en consolidar el naciente Estado y en darle forma a la República que vino después”.[12] El comentario de Barahona es certero y pertinente para ese tracto de nuestra historia, aunque es necesario apuntar que algunas de las inquietudes de los estudiosos e intelectuales costarricenses se forjaron en este período. Una lectura pertinente y profunda del liberalismo costarricense del último tercio del siglo XIX ofrece la posibilidad de rastrear la genealogía de muchas de las ideas que estarán en boga durante las primeras décadas del siglo XX. Luis Barahona es hijo de esta sed de conocimiento, pero también, como lo apunta Arnoldo Mora, fue el abanderado de un antiliberalismo a ultranza toda vez que sitúa a Barahona en la tradición antiliberal que remonta a los años de los más agudos conflictos entre Iglesia y Estado a finales de siglo (XIX) y que tuvieron al Obispo Thiel como su principal representante. La tendencia social y política se manifestó en esos sectores católicos desde sus orígenes en forma muy marcada. Los sectores intelectuales de la ciudad de Cartago (a los que pertenecían), Claudio y Jorge Volio Jiménez, fueron luego los principales sucesores de esa corriente doctrinal y política.[13] Mas en la afirmación de Mora Rodríguez se percibe un sesgo que impide poner en la palestra todos los asuntos implicados en la pugna entre la Iglesia y el Estado en las dos últimas décadas del siglo XIX. En primer lugar ni la jerarquía de la Iglesia Católica ni los liberales más jacobinos estaban dispuestos a ceder, y el trabajo subrepticio que estaba realizando la clerecía más reaccionaria con frecuencia se omite. Por otro lado nos encontramos al margen de estudios que contemplen el papel desempeñado por la masonería, por los clubes católicos y, especialmente, de una investigación definitiva que señale las escisiones que sufría el mismo liberalismo costarricense en una suerte de “querella entre las élites”. Una vez atendidos los interrogantes arriba expuestos, es posible apelar a la filiación conservadora o liberal de los individuos que constituyen el conjunto social. Pero no nos desanimemos, pues los estudiosos de lo social, hoy en día, convienen en que es la costarricense una sociedad de tendencia conservadora.

Remontemos entonces la década de 1880. En el naciente Estado costarricense el segmento más importante de la intelectualidad estaba constituido por abogados y por abogados-historiadores. Era este el sustento intelectual de la Costa Rica liberal y oligárquica. Luis Barahona creció, intelectualmente, en una Costa Rica que galopaba entre la última generación liberal, las propuestas reformistas de Jorge Volio y los ingentes esfuerzos del Dr. Calderón Guardia, de la jerarquía de la Iglesia Católica costarricense (del arzobispo Monseñor Víctor Manuel Sanabria) y del Partido Vanguardia Popular por resolver la “cuestión social”[14]. Miembro prominente del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, Barahona Jiménez, en plena madurez reconocía –con cierta amargura– que fue “la protesta armada de 1948 la que interrumpió aquella labor”. Como lo veremos en algunos de sus escritos, a Luis Barahona le preocuparon profundamente la injusticia, la inequidad social y la concentración de la riqueza. Escuchemos en la voz del filósofo la esencia de sus inquietudes intelectuales al afirmar que: “Desde el inicio de mis labores literarias me han atraído fuertemente los temas filosóficos, literarios, estéticos, políticos y sociales. Desde entonces he estado escribiendo libros en los que me he propuesto desarrollar algunas ideas sobre esos mismos temas que, por lo general, están vinculados de un modo u otro, con el tema general del hombre”.[15] He aquí la profesión de fe del humanista del siglo XX, del hombre de su tiempo y de sus circunstancias. Salpicado por las dos más grandes conflagraciones mundiales, por la guerra civil española y por su corolario, la dictadura franquista, por los hechos armados que enfrentaron a los costarricenses en 1948 y por la guerra fría, Luis Barahona optaría por un discurso que reflejaba el acontecer mundial. Entre otras, en él se conjuga una búsqueda humanista profunda. Dicha búsqueda no solo se tradujo en sus libros y ensayos, sino en su praxis humanista. Se destacó en la Cátedra de Filosofía Política, participó en la Fundación de Promoción Humana Monseñor Sanabria y el Ateneo de Costa Rica, y fue un referente obligado para las juventudes políticas de los distintos partidos con los que estuvo vinculado. Entre la década de 1940 y la de 1980 giró de la socialdemocracia al socialismo. Luego de su representación diplomática como Embajador en Moscú, Luis Barahona concilió sus mundos posibles y sus utopías y entendió que –según las condiciones históricas que exhibía la América Latina– no era posible, en medio del desgarramiento de Centroamérica y del norte de Suramérica, la independencia política. Junto a otros ciudadanos costarricenses funda el PODE (Poder Popular, 1983). El partido recién fundado ofrecerá su caudal electoral a la Alianza Pueblo Unido, que en ese entonces apostaba por el doctor Rodrigo Gutiérrez Sáenz como su candidato presidencial (1985).[16] Esta síntesis del trabajo político de Barahona Jiménez explica gran parte de sus inquietudes. Despachado su ser político, abordemos al Luis Barahona escritor.

En el introito de Al margen del Mio Cid, 1943, uno de sus trabajos pioneros, Barahona Jiménez sintetizaba el medio intelectual en que se desenvolvía y aseguraba que sus aspiraciones “han nacido de las mismas dificultades que hay en hacer un trabajo de envergadura en un medio tan estrecho como el nuestro, donde ni abunda “ni hace falta” según el sentir de la ignorancia ambiente, el material de investigación, pues los libros escasean lastimosamente y las autoridades en achaques literarios viven alejadas de quienes muestran algún empeño en sacudir la modorra, emprendiendo trabajos de aliento”.[17] El desencanto que lo condujo a criticar el medio intelectual costarricense de entonces, habría, tan solo cinco años antes, motivado El ambiente tico y los mitos tropicales de Yolanda Oreamuno, en los que esta autora responsabilizaba al mismo segmento de “intelectuales de pacotilla” del letargo en que se encontraban todas las áreas de la cultura costarricense. Un medio intelectual aperezado y conservador debió sacudir su modorra para dar pábulo a las corrientes de pensamiento que cuajaban en el período de entreguerras. Aquí hemos de situar esa mente sagaz e inquieta de Luis Barahona. Fue ese talante quijotesco el que lo hizo emprender ese viaje obligado allende el Atlántico y explorar esos ricos filones que lo acompañaron durante su existencia terrena. Además, para el intelectual latinoamericano ha sido de cabal importancia esa suerte de “ajuste de cuentas” con la Madre Patria, en tanto el pensamiento, las letras y la cultura que afloraron en América reconocen su ancestro ibérico, al apelar a una tradición casi dos veces milenaria.

Diez años después de la publicación de Al margen del Mio Cid, se publicaron, en 1953, las Glosas del Quijote. En palabras del autor se dedicó a escribir “unas sencillas GLOSAS… con el solo propósito de captar y catar del mejor modo posible, tanto la belleza inimitable del Quijote, como su mensaje eterno a la humanidad… Porque este libro no debe leerse despreocupadamente, sino con un espíritu atento a los valores que encierra a fin de poder sentir en toda su intensidad y grandeza las dimensiones trascendentales del héroe…”.[18] Las glosas son una oda a Cervantes y al caballero de la triste figura, al Manchego inmortal. El autor se confiesa cuando admite “haber extraído de mi alma una visión propia de la obra inmortal”[19] y en la GLOSA I, dedicada a LA LOCURA, Barahona humaniza la demencia de don Quijote al encontrarle una causa común “con la de todos los que un buen día deciden salir por los caminos del mundo a exhibir alguna novedad”,[20] siendo este el sino de Cervantes y el del Quijote, “porque todos tenemos un sí es no es de locura que corre pareja con la del Manchego y por muy similares caminos”.[21] Esta glosa encierra un elogio a la locura por cuanto “el escritor, el poeta, el sabio, el filósofo, una vez que se entrega en brazos de la sugestión de lo bello o de lo verdadero, va pasando, tras imperceptibles etapas, de la cordura a la locura”.[22] Estos arrebatos que son hijos de la “mucha ciencia, del mucho filosofar, el mucho anhelar las puras formas, así como el mucho leer y poco dormir del Manchego” conducen a la creación y no a la locura. Pero ante la delgada línea que separa ambas condiciones, estaba seguro el Manchego de que lo imaginado era real, tan real que hasta Sancho luchó contra los gigantes, o fue tan solo “por la oportunidad que brinda a todos de sumirse, sin perder los estribos, siquiera aparentemente, en la locura ajena”.[23]

De las Remembranzas de Cartago hemos extractado el capítulo dedicado a “Los preclaros varones de Cartago”. En estas páginas desfilan don Valeriano Fernández Ferraz, don Arturo y don Jorge Volio Jiménez y don Ricardo Jiménez Oreamuno. Del General Volio Luis Barahona fue su discípulo y amigo a su regreso de Europa. De entre los escritores cartagineses conocidos de Barahona Jiménez sobresalen Monseñor Sanabria, Mario Sancho, Abelardo Bonilla y Luis Demetrio Tinoco. Entre los artistas cabe destacar, como músicos, a los Mata Oreamuno, como escultor a don Juan Ramón Bonilla. De los pintores se menciona a Juan Andrés Bonilla, Federico Monge, Marco Aurelio Aguilar. Como bajo ocupa un importante lugar Claudio Brenes así como el tenor Gustavo Silesky. Del mismo modo el autor menciona a los gamonales de los arrabales de Cartago y hace alusión al magnífico templo de maderas preciosas que erigieron los tejareños y que, ante el espejismo que ofrecía la erección de una nueva basílica, no vacilaron en demoler. De estas mismas Remembranzas… también han sido consideradas “La picaresca estudiantil” y “Juventud, divino tesoro” en una sección que hemos dedicado a los pícaros y a la picaresca en procura de establecer cierta afinidad temática que caracteriza a la extensa producción de Barahona Jiménez. La picaresca, como veremos, enriquece, actualiza y emparenta a los clásicos del Siglo de Oro con Carlos Luis Fallas.

El Manuel de Jesús Jiménez presentado por Luis Barahona (1976) es un merecido homenaje a otro de los preclaros varones de Cartago. Manuel de Jesús Jiménez Oreamuno “pertenece al primer grupo de historiadores que tuvo el país y el motivo que lo lleva a la búsqueda de datos, a través de una información recogida oralmente entre sus parientes y de las fuentes documentales, no es otro que determinar quiénes fueron sus antepasados, qué hicieron y qué dijeron, y sobre todo valorar aquellas actuaciones y dichos en función de su trascendencia histórica para el desarrollo de su ciudad y luego de su país.[24] La impronta que dejó Manuel de Jesús Jiménez en las letras costarricenses es incuestionable y lo constata Barahona Jiménez al concederle el título de “nuestro mejor cronista”.[25]

Luis Barahona ubica a Manuel de Jesús Jiménez en un Cartago percibido eglógicamente en correcta alusión a los paisajes bucólicos y a veces exagerados, en lo que considera Barahona era apenas una “abra” en medio de montes.[26] Ambas figuras, Jiménez Oreamuno y Barahona Jiménez compartían su amor al terruño, a la “patria chica”, al espacio legado por sus antepasados, porque, como lo apuntaría Renan, no nos debemos ni a la geografía, ni a la religión ni a la cultura, nos “debemos a nuestros antepasados” como fundamento de una nación y de una identidad que ha sido por todos compartida. En su Manuel de Jesús Jiménez, el filósofo ubica al hombre de las letras y de la política en ese Cartago “patricio”, de gentes respetables y honestas que alternaban con gentes sencillas, del terruño. Luego se dedica a establecer el perfil del Manuel de Jesús prohombre, político, orador, historiador y escritor. Hubo dos móviles, no siempre confesos, en los escritos que nos legara Manuel de Jesús Jiménez; en el primero privó la razón de que al saberse descendiente de las familias fundadoras de la Provincia de Costa Rica deseó dejar para la posteridad el testimonio literario de las vivencias de sus antepasados. En este sentido se convirtió en el cronista de su propia familia y de su ciudad natal. La otra motivación, menos evidente, la descubrimos en el devenir histórico de la nación costarricense en el momento crucial en que cuaja la identidad nacional. Este proceso no es ajeno a los escritos de Manuel de Jesús Jiménez y, sin duda, sus “cuadros de costumbres” contribuyen a cimentar este argumento. En él descubrimos al moderno humanista, interesado en las letras, la historia y la política; “Mucho de su éxito político -apunta Luis Barahona- lo debió don Manuel de Jesús a su prestancia señorial, a su abolengo aristocrático, a su preclara inteligencia, a su talento literario, a sus indiscutibles virtudes ciudadanas, pero no cabe la menor duda de que un político no parece completo si a todas estas virtudes no agrega el don supremo de la elocuencia”.[27] En las aspiraciones intelectuales y políticas de Manuel de Jesús se revela el hombre de su tiempo; cuando muere en 1916, a los 62 años, las letras costarricenses pierden a una de sus más insignes plumas pero, en especial, la nación pierde a ese varón preclaro que tan interesado estuvo en escudriñar el alma del ser cartaginés, en particular, y del ser costarricense, en general.

Si el Manuel de Jesús de Barahona Jiménez es un homenaje a la cartageneidad, en sus ensayos acerca de “Tres escritores cartagineses” el filósofo se deleita con aquellos coterráneos en los que reconoce su ancestro intelectual y a los que considera como los tres escritores más representativos de Cartago. La primera parte de estos ensayos está dedicada a la percepción que ellos tuvieron de la ciudad y de la provincia, y en las otras tres secciones Barahona se dedica a elaborar la semblanza literaria de tres clásicos de las letras cartaginesas en el marco de la conmemoración de la cuatro veces centenaria ciudad, en 1964; estos son Pío Víquez (1848-1899), Mario Sancho (1899-1948) y Monseñor Víctor Manuel Sanabria y Martínez (1899-1952). El denominador común de estos coterráneos de Barahona Jiménez es que a los tres podemos ubicarlos, temporalmente, en lo que Pérez Brignoli ha llamado el “Siglo del café”, 1848-1948. Este siglo constituye un segmento histórico particular que se funda en tres aspectos que abreviamos; 1) la incorporación eficaz de Costa Rica a las redes del comercio mundial con la exportación del café, 2) el surgimiento y consolidación de la burguesía agro-exportadora amparada bajo un proyecto de Estado exitoso desde las últimas décadas del siglo XIX y, 3) el agotamiento del modelo liberal-oligárquico que se hace trizas ante los acontecimientos armados de finales de la década de 1940. A Sancho y Sanabria, en especial, la década de 1940 los marcó profundamente.[28]

Al particularizar las semblanzas de cada uno de estos autores, Barahona Jiménez hurga en el espíritu de aquel Cartago que partió para siempre, y que cabe en el esquema que enunciaba el mismo Pablo Picasso; “el terruño en que naces te marca para siempre”. Al respecto Barahona Jiménez manifiesta que “…no es posible salirnos del mundo en el cual nacemos y vivimos, a no ser que nos marchemos definitivamente a vivir a otros países, y aún así a lo lejos se conoce la tela de que estamos hechos”.[29]

Luis Barahona particulariza algunos temas presentes en la obra de los tres escritores tales como la ironía, su relación con el entorno, sus frustraciones, la sátira, las influencias intelectuales reconocibles, el humor y la fisga cartaginesa. Pío Víquez, Mario Sancho y Monseñor Sanabria se revelan como clásicos: “Sus calidades literarias, sus estilos y su formación ya han sido estudiadas y responden, en la proporción que corresponde a nuestro pequeño mundo cultural, al concepto de lo mejor logrado que podemos ofrecer en el transcurso de un siglo (XX)”.[30]

En “Tres escritores cartagineses” Barahona ha examinado la producción de sus coterráneos más esclarecidos y el saldo es, sin duda, positivo; mas cuando se dedica a examinar la estética en los novelistas del siglo XX costarricense su juicio es contundente, la acusa de ser “una continuación de la del siglo XIX, todavía muy propensa al nativismo…”.[31] Ese nativismo al que apela Barahona tiene un ancestro, si se quiere naif,por cuanto pareciera que nuestros escritores no querían desprenderse de una minoridad esencial que convenientemente los alejaba de los problemas fundamentales del ser costarricense. El pobre, el campesino, el peón de finca, actúa siempre en función de lo que le dicte la superioridad constituida por los gamonales, señoritos de ciudad y curas. Ese es un problema que se ha reflejado en la participación política y en la incapacidad cuasi histórica que impuso la oligarquía de nuestro país a las gentes sencillas porque las consideraba incapaces de decidir, aun sobre los asuntos que eran de su completa incumbencia. Barahona explora el comportamiento de esta gente sencilla, repara en su humor y en su fisga, en la picardía con que día a día enfrentan la vida y los problemas que los aquejan. Esa particular idiosincrasia de los costarricenses, como tema fundamental que cautivó a Barahona Jiménez, no siempre afloró de la pluma de nuestros escritores. Las discusiones acerca de la “alta cultura” y la “cultura popular” también permearon el recinto académico y obligaron, tras largas discusiones entre las décadas de 1970 y 1980, a optar por una u otra.

En un esfuerzo supremo por sacudir la modorra acumulada por más de medio siglo en el ámbito cultural, Barahona se sitúa al lado de una vanguardia que apostaba por nuevos temas y por explicaciones alternativas al devenir histórico de los costarricenses. La visión de mundo y el capital cultural acumulado por Barahona Jiménez se conjugaron para incursionar en temáticas de índole variada. Sus preocupaciones acerca de la estética culminaron con sus apuntes sobre estética costarricense.[32] En su momento, su única pretensión era hacer lo que todavía nadie había hecho: “escribir la historia de las ideas estéticas en Costa Rica… (o sea) lo que los costarricenses hemos tenido por bello.[33]

Para efectos de esta selección de la obra de Luis Barahona, hemos de considerar la “Estética en los novelistas del siglo XX (1920-1975)”. En este capítulo son considerados José Marín Cañas, Yolanda Oreamuno, Fabián Dobles, Joaquín Gutiérrez, Carmen Naranjo, Julieta Pinto y Rima de Vallbona. El decano de todos estos escritores era Marín Cañas, pero ¿cuál es el denominador común que emparenta a esta prolífica generación? Partamos de la premisa de que la estética en la obra de un autor no escapa a la época en que le corresponde vivir, pues dicha época lo atrapa y lo condiciona, aunque este se torne un crítico de su sociedad; de otro modo difícil sería entender la beligerancia de Yolanda Oreamuno que arremetió contra todo aquello que entendía eran las reminiscencias de una sociedad patriarcal construida sobre la moralina y la autocensura pero alejada de la autocrítica. De Marín Cañas dice Barahona que en el Infierno verde se da la belleza por medio del espacio geográfico… que actúa como un personaje apocalíptico que castiga, destruye y consume a los hombres que se debaten en una lucha primitiva y feroz.[34] “Hay belleza trágica en los trazos goyescos con que Marín Cañas presenta el escenario de la guerra, pero sus personajes parecen simples víctimas, sin heroísmo, sin causa”.[35] Entonces si por ideas estéticas hemos de entender “lo que los costarricenses hemos tenido por bello” es necesario apelar a esa otra dimensión de la estética que se ha ensayado durante el período entreguerras en Europa y Estados Unidos y que recibe el nombre de grotesque o estética de lo grotesco y nos aproxima a los trazos goyescos que menciona Barahona Jiménez. Esta corriente fue ensayada por las letras y la plástica universal a partir del expresionismo alemán del período de entreguerras. Por una razón semejante, la idea de lo bello en Yolanda Oreamuno riñe con las estampas solariegas y bucólicas que se esforzaban en presentar algunos de sus contemporáneos: “Mi actitud, dice Oreamuno, tiene valor en la proporción en que la profundidad del dolor, la miseria y la angustia humanos, son humanos y generales”.[36] No en vano sus autores preferidos fueron Galdós, Mallea, Huxley, Malraux, Proust y Thomas Mann, señala Luis Barahona.[37]

Fabián Dobles continúa en la línea realista de Carmen Lyra y Carlos Luis Fallas. Acusa la influencia de Zolá y Dostoievski. De Joaquín Gutiérrez privilegia la concepción estética particular que aparece en cada una de sus obras como si al fin lograra mimetizarse con cada entorno. Realismo crítico o intelectualizado en Manglar; un modo de ser pesimista, alicaído y conformista en Puerto Limón. Barahona Jiménez afirma que “en ninguna parte aparece un mensaje estético explícito”.[38] De Carlos Luis Fallas dice que no hay en él pretensión estética alguna, aunque en Marcos Ramírez se ofrece una visión diáfana del mundo, de nuestro paisaje, de nuestra vida nacional, de nuestra realidad humana y social. De Mamita Yunai enfatiza su carácter de denuncia y no encuentra ninguna idea estética de forma explícita.[39] En Carmen Naranjo, Julieta Pinto y Rima de Vallbona el autor encuentra un valor estético intrínseco en su obra. Naranjo con pasmosa sobriedad nos entrega –señala Barahona– personajes que se mueven en el ambiente sórdido de la miseria. Julieta Pinto llega a la conclusión de que la belleza se alcanza cuando logra eternizar poéticamente el momento fugaz.[40] Para Rima de Vallbona la poesía es la expresión bella y total de nuestro ser y es su ideal estético más acabado.[41]

Observemos la manera en que Barahona construye la secuencia de los temas que lo inquietan. Al estudiar la estética en los novelistas costarricenses ha hurgado en un solo aspecto de la novela de los clásicos de las letras costarricenses y para entonces ya había escrito sobre “tres clásicos cartagineses”, que a su entender constituían lo más granado de las letras de su amado terruño. Pero Barahona aún tiene que completar su faena y rinde homenaje a Carlos Luis Fallas en la forma de dos excelentes ensayos: “La picaresca clásica en Marcos Ramírez” (1976) y “Gentes y gentecillas: una novela auténticamente nacional” (1978).

En el primero, Barahona Jiménez se deleita en un género que sin duda atrapó su atención y lo apasionó. Esta pasión lo condujo a desbrozar la literatura picaresca en sus orígenes, aun antes del Siglo de Oro español, y lo obligó a hurgar en la genealogía de dicho género para afirmar “que los pícaros van apareciendo casi desde el principio de la constitución del idioma escrito” y que, por ejemplo, “Menéndez y Pelayo cita a Ribaldo, escudero del caballero Cifar, como el primer antecedente conocido del pícaro clásico”.[42] Barahona también cita a los arciprestes de Hita y Talavera con el Libro del buen amor y con Corvacho, donde hay criados y celestinas que piensan, hablan y se comportan como redomados pícaros. Así las cosas, llegamos al Siglo de Oro y nos encontramos con que “debido a diversos factores, unos de carácter social y otros de carácter económico y hasta político y moral, los mendigos pululaban en las grandes ciudades de aquel tiempo, sobre todo en Sevilla y Madrid, donde según Cervantes, se cursaban altos estudios en la escuela de la picardía, alcanzando grados, según el ingenio y aplicación de los aspirantes”.[43]

Mediante tretas y ayudado con ungüentos, maquillajes, vendajes, remiendos y simulaciones de todo tipo se lanza a la calle a pedir limosnas “por el amor de Dios”. Este andrajoso pululaba en las ciudades españolas del Siglo de Oro como hoy los indigentes en las capitales latinoamericanas. Barahona señala que las tretas del pícaro no serían más que “desvergüenza vulgar y corriente si el pícaro no agregara de su propio caletre un poco de ingenio, de sal para condimentar sus engaños con un toque de gracia…”.[44]

Del paso de pícaro anónimo a héroe de las letras clásicas es de lo que trata este ensayo. El Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, Marcos de Obregón, Estebanillo o Justina adquieren en las manos del escritor el talante del siglo, el carácter de la época, o bien, de los extremos que observamos en los personajes de Quevedo a la evocación de las caricaturas y personajes satíricos de Goya. Si bien a Barahona no le interesó la estética que se podía decantar de esta literatura, se acercó, sin proponérselo, a enunciar las características propias del grotesque.

Más allá del ingenio del pícaro, del malabar y de su fisga incontenible el ensayista se detiene en un aspecto particular del género picaresco: su carácter autobiográfico.[45] En Costa Rica también se ha cultivado la novela picaresca y el Marcos Ramírez de Carlos Luis Fallas constituye el gran ejemplo de nuestra literatura. Barahona Jiménez en su ensayo sobre “La picaresca clásica en Marcos Ramírez” procura emparentar la obra de Fallas con los clásicos españoles, pero quizá más allá de la fisga, los malabares y los rasgos autobiográficos, y es el modelo que ofrece el mismo Barahona Jiménez, el pícaro está inserto en una época histórica sometida a condicionantes sociales, económicos y morales. Abundemos aún más, porque cuando Luis Barahona se refiere a las lecturas predilectas de Fallas es a Cervantes, Pérez Galdós, Eça de Queirós, Tolstoi, Dostoievski, Gorki y los costumbristas costarricenses.[46] En fin, el Marcos Ramírez es tributario de la picaresca clásica en la misma medida en que también se debe a una literatura social. En este entendido el Marcos Ramírez posee una dimensión universal puesto que como propuesta literaria es un crisol en el que confluyen los grandes temas de la literatura social y, además, es un homenaje al costumbrismo costarricense circunscrito al último hálito del liberalismo. Marcos Ramírez se constituyó en una obra singular al representar y dar voz a los grupos sociales emergentes que pugnaban por obtener representación social y política en una Costa Rica que se mantenía decididamente conservadora. Una nación donde los “brutos de levita” se habían erigido en árbitros de la moral y de las buenas costumbres y en la que cualquier crítica al establishment era considerada sediciosa. Estas circunstancias se dieron, las más de las veces, a la sombra del campanario y con la complicidad del púlpito. Este es el mundo que deplora Carlos Luis Fallas y por el cual alardea de su ateísmo, lo que no es óbice para que el Marcos Ramírez se lea en clave de esperanza y justicia social; valores difíciles de compartir en un mundo que está escrito en clave patriarcal.

Con su análisis de la picaresca en Marcos Ramírez no se acaba esta veta en Barahona Jiménez, puesto que en las Remembranzas de Cartago (1994) nos deleita con un ensayo sobre “La picaresca estudiantil” de fuerte sabor autobiográfico. En este ensayo narra su paso como interno por el Colegio Seminario. Una “fiebre paralítica” lo postró por seis semanas y el Rector del Colegio Seminario lo suspendió, por lo que Barahona se vio obligado a matricularse en el tercer año del Colegio de San Luis Gonzaga. En el Seminario habría conocido a Monseñor Sanabria y en el San Luis Gonzaga a Mario Sancho. Al contrastar este ensayo con “Juventud, divino tesoro”, nos enteramos que el contacto de Barahona Jiménez con los clásicos fue más bien temprano y que a los 17 años leía de Menéndez y Pelayo La historia de las ideas estéticas en la Biblioteca de los Padres Capuchinos. Cuando con Meléndez y Pelayo arribó al siglo XIX, le pareció descubrir su propio mundo: “Aquella prosa retórica del santanderino, me reveló el mundo poético de Víctor Hugo, Alfred de Musset, Lamartine, Vigny, Gautier, Madame de Stäel, Chauteabriand, Byron, Shelley, George Sand y, sobre todo, Goethe.[47] En “Juventud, divino tesoro” hallamos mayor picardía que en “La picaresca estudiantil” por dos episodios memorables, el primero referido a estudiantes del bachillerato convertidos en huaqueros para descubrir tesoros indígenas y luego, cuando en la finca “La Troya” se dedicaron a robar naranjas y los persiguió el mandador con sus perros. Claro está, no es el pícaro sórdido que hace sus fechorías porque sino carece del sustento diario. La ensayada por Barahona Jiménez y su grupo de amigos es la picaresca juvenil clásica, alentada por el compadrazgo, la competencia y el testimonio de virilidad.

El ensayo que realiza Luis Barahona sobre la novela Gentes y gentecillas, de Carlos Luis Fallas es de carácter excepcional.[48] “Gentes y gentecillas, una novela auténticamente nacional” es el título del ensayo en que el autor reconoce dicha novela como un verdadero hito literario, pues cuando sale a la luz, en 1947, lejos estaban los costarricenses de reconocerse en las capas más ínfimas de la sociedad. Los caracteres universales tipificados por Fallas hurgan en la psique de nuestro pueblo. Su desarrollo intelectual está en función de su praxis política y en su novela adquieren voz los olvidados y sacrificados del sistema socioeconómico. Desde el año de 1947 a la fecha han transcurrido poco más de 60 años, pero ¿la situación habrá cambiado diametralmente? 1947 es un año crucial por cuanto estamos en vísperas de asistir al más grave conflicto armado que hemos enfrentado los costarricenses. Después vendrá el silencio impuesto por la facción triunfante a los vencidos. Costa Rica sufrió un remezón y un reacomodo político. En este proceso Luis Barahona Jiménez fue un actor social crucial cuya voz no pudo ser apagada ni por el estruendo de los fusiles ni por el galanteo de los vencedores. Entonces revaloremos con Luis Barahona lo “auténticamente nacional”. Porque los personajes de Fallas, Jerónimo, Soledad, Rafael, doña Clara, don Concho, son auténticos y creíbles y por lo tanto escudriñan el alma nacional. Porque doña Rosita, en su hipocresía y en su mundo paralelo se parece a muchos personajes de carne y hueso que encaramos en nuestra vidas. Porque en Gentes y gentecillas Carlos Luis Fallas nos entrega el testimonio de las vivencias de hombres y mujeres que encarnan nuestro pasado y nuestro futuro. Porque Gentes y gentecillas emparenta a Fallas y a Barahona, no solo en el difícil oficio de la escritura, sino en ese oficio que es aún más duro, el de escudriñar el alma.

El ensayo sobre Gentes y gentecillas es finalizado por Luis Barahona en el año de 1978, annus horribilis en la historia de la nación, en especial porque empieza a golpear una de las crisis más profundas y severas que vive nuestro país y que fue la que indujo a que los profetas de la economía criolla optaran por el modelo neoliberal. Pues entonces resulta paradójico que Luis Barahona apelara a que la novela de Fallas iba dirigida a un ser nacional, justo en el momento en que ese ser explotaba en múltiples pedazos; y, sin embargo, al referirse al ser costarricense contribuye a reconstituir el alma de la nación que desvencijada andaba en ese entonces. Surgen otros interrogantes acerca de las motivaciones del ensayista. Entre la primera edición de Gentes y gentecillas y el ensayo de Luis Barahona transcurren poco más de 30 años. Revisemos las claves expuestas por Barahona para entender el proceso volitivo del ensayista al desentrañar dicha novela. Del autor refiere Barahona que “con su propio bagaje cultural, adquirido a salto de mata en largas horas de lectura apasionada emprende la tarea en Gentes y gentecillas, de contar algo de la vida de los trabajadores en la zona atlántica de Costa Rica, describiendo de pasada el mundo natural en el que viven y dan la batalla en contra de la injusticia que padecen”.[49] Y sin embargo, aunque Jerónimo, el personaje principal, huye de un medio que se presenta inhóspito y estéril hemos de concebir una estética particular en esta novela, toda vez que ante las situaciones más desgarradoras se desatan fuertes vínculos de solidaridad en un mundo en que los actores están dispuestos a compartir, aún, sus peores desgracias. La candidez, la perfidia, la maldad, la venganza, el amor, el odio, los celos, las más bajas pasiones pululan en la novela de Carlos Luis Fallas que con su nombre hace alusión a las gentes de “buen ver” y a las “gentecillas”, “gentucillas” de baja estofa. Estamos en presencia de un mundo contradictorio que desnuda las pasiones humanas de la índole más diversa. Gentes y gentecillas “representa a mi modo de ver –dice Luis Barahona– un homenaje a la memoria de aquellos héroes anónimos, caídos en la brega a que los sometió un capitalismo sin entrañas que no reparó en nada con tal de fortalecer su naciente imperio económico…y que algún día habrá de desaparecer para dar paso a un mundo mejor, más justo y más libre”.[50]

Fallas y Barahona pertenecen a una valiente generación de costarricenses dispuestos a utilizar la palabra como instrumento de liberación. Cuando Luis Ferrero se dedica a explorar el mundillo cultural costarricense del último tercio del siglo XX, el diagnóstico resulta, todavía, bastante sombrío. Hay que pertenecer al “cogolillo”, a la ronda de los jurados y de los premiados, para “ser” tenido en consideración por los árbitros de la cultura nacional. Este panorama ¿habrá cambiado lo suficiente?

Un ensayo inédito se presenta por primera vez al público y se titula “Sobre la paz”. Entre los tópicos tratados por Barahona Jiménez, el de la “paz” no es un tema más; como lo dijimos más arriba, Luis Barahona nació y vivió al filo de las dos más grandes conflagraciones mundiales, sufrió los efectos más devastadores del sistema bipolar y se destacó como diplomático en la España franquista y como embajador en la URSS durante el gobierno de Rodrigo Carazo. Como humanista y hombre del siglo XX deploró la guerra y sus consecuencias y conoció a fondo las flaquezas del capitalismo y del “socialismo realmente existente”. Como demócrata-cristiano opuso su profunda fe ante la irracionalidad de los bloques en conflicto que aseguraban destruirse mutuamente varias veces. En fin, no tenía sentido que los Estados Unidos tuviera la capacidad de destruir veinte veces a la URSS y que esta pudiera destruir a los Estados Unidos tan solo diez veces, si con solo una vez que se destruyeran mutuamente era suficiente. Luego se dijo que la capacidad nuclear era un instrumento de persuasión; luego se convirtieron en potencias nucleares la China y la India. En medio del espectro de la hecatombe nuclear, el sistema capitalista provocó sus propias crisis y encontró que la causa belli era el mecanismo idóneo para enfrentar las crisis periódicas del sistema y que la maquinaria de guerra enriquecía a los señores de la guerra que actuaban con un interés meramente corporativo. Luis Barahona abjuró de este sinsentido y condenó la guerra en todas sus manifestaciones y consecuencias.

Como vemos, se preocupó por los problemas más apremiantes del orden internacional, pero esta situación no impidió que también estuviera al corriente de lo que acontecía en Costa Rica, aun en el período en que se destacó como Embajador ante la URSS. Fue sin lugar a dudas en este período, cuando afloran en el filósofo las reflexiones más profundas acerca de la paz mundial. No nos habla de una entente cordial,ni una paz lograda por el poder de persuasión del armamento nuclear. La paz en la que creía Barahona Jiménez era producto del género humano, un llamado al altruismo y la solidaridad del orbe. En aquella época dicho llamado pudo haber sido calificado como una utopía, pero la crisis actual (2008-2009) ha demostrado por enésima vez que los dueños del mundo –políticos, economistas y banqueros– deben escuchar el clamor de quienes sufren las consecuencias más funestas de las crisis que ellos mismos han propiciado.

Arnoldo Mora señala que en Barahona Jiménez priva un pensamiento utópico de raigambre humanista cristiana cuya finalidad no era el pensamiento o la teoría por sí misma, sino la acción que conlleva la transformación integral de la sociedad, tanto en su realidad material como en el conjunto de sus valores y representaciones simbólicas, al igual que en sus estructuras de poder y convivencias políticas. Así lo demostró en su vida real y en su praxis ciudadana hasta el final de sus días.[51]

Hemos de reconstruir la génesis de estas preocupaciones que no fueron ajenas a Luis Barahona. De aguda observación y profunda reflexión son los escritos en que el autor aborda los problemas de la nación y de sus pobladores; tópicos que apenas habían sido enunciados por otros pensadores.

Entre El Gran Incógnito (1943) y La Patria esencial (1980) transcurrieron casi cuatro décadas. En el primero el autor alude a una de las grandes encrucijadas de nuestra historia y afirma que: “Ignoramos lo que somos porque no sabemos lo que fuimos y menos nos preocupamos por lo que seremos”.[52] Hubo entre los eruditos y estudiosos de fines del siglo XIX una disposición especial a otear ciertos rasgos de la historia de Costa Rica para hacerla cuadrar con el mito de la patria blanca, pobre e igualitaria. A estos rasgos identitarios apelaban los miembros del grupo dominante y, mediante el consenso, hicieron todo lo posible para que su proyecto alcanzara una dimensión supranacional. La ignorancia de ese “ser histórico” al que apelaba Barahona Jiménez está en directa relación con lo que nos han hecho creer que somos. Entre la Costa Rica liberal y la Costa Rica socialdemócrata se tejieron los mitos más perdurables de nuestra historia,[53] en contubernio con el intelectual orgánico y con el político de turno.

Valga decir que en las dos obras arriba mencionadas la percepción que el autor tiene del costarricense y de lo costarricense se separa del discurso dominante. Si Manuel de Jesús Jiménez no les dio voz en sus escritos a los humildes, con Barahona Jiménez se revierte esta situación y en El Gran Incógnito el campesino, el concho, el humilde es el amo de la situación: “Es necesario dirigir las miradas libres de prejuicios al campo, al hogar concho, ese recinto sagrado donde se desenvuelve su espíritu libre de complicaciones, donde vive sus alegrías y angustias y donde suele forjar su voluntad y carácter, bueno o malo, hasta llegar a ser lo que es un campesino nuestro”.[54] Al caracterizar al jornalero, al peón, al bracero y al gamonal contribuyó Barahona Jiménez a edificar la sociología como una disciplina que por cierto resultaba ajena a los estudiosos.[55] Cuando la erudición histórica impedía referir asuntos que no se concebían como históricos, escudriñó el mundo campesino y nos legó los testimonios más vívidos de sus diversiones, su religiosidad, su hogar, su cultura intelectual y artística y su “sabiduría”. Es el alma campesina y rural de esa Costa Rica que en la década de 1940 estaba constituida por más de un sesenta por ciento de su población. Los planteamientos de Barahona Jiménez antecedieron, con particular lucidez, a algunos de los temas que retomaría la historia cultural. El Gran Incógnito tiene, dentro de su obra, un cariz rectificador por cuanto deseaba “contrastar la imagen dada por Aquileo y Magón de nuestros “conchos” con la imagen real que había entrevisto al través de mis observaciones…”.[56] En las preocupaciones acerca del ser costarricense tal y como las particulariza Luis Barahona, encontramos una evidente afinidad con la obra de Carlos Luis Fallas, pues no es otro el costarricense genérico que puebla las páginas de Gentes y gentecillas. Es el campesino de habla sabrosa que se ha visto desplazado desde el Valle Central a los límites de la frontera agrícola sur. Aquí la vorágine no está constituida solo por la selva esmeralda de los bananales, sino que la irrupción capitalista de la corporación cafetalera (Pejibaye) no tiene nada que envidiar a su homónima, la United Fruit Co. El parangón no es una metáfora, pues ambas entidades, como Doña Bárbara, devoraban hombres y territorios.

Del Gran Incógnito Arnoldo Mora ha señalado que: “Más que explicar la realidad, pretendió cambiarla teniendo como pretensión una visión integral de la sociedad en vistas a un futuro material, cultural, espiritual mejor para toda la sociedad”.[57]

La Patria esencial constituye, de algún modo, el testamento intelectual de Luis Barahona. José Abdulio Cordero apunta que en esta obra retoma algunos temas que habría desarrollado en sus libros anteriores sobre temas nacionales: “Pondera la cultura, en su conjunto, la cantidad y la calidad del producto nacional correspondiente a la literatura, las artes, el pensar metódico, la historia y las ciencias sociales”.[58] El balance establecido es deficitario. Desentrañemos este déficit. Estamos a inicios de la década de 1980. La década anterior se ha nutrido con la reflexión sociológica y los estudios históricos se han renovado a partir de su contacto con la historiografía francesa, inglesa y estadounidense. El modelo socialdemócrata instaurado a inicios de la década de 1950 toca sus acordes finales con todo lo que esto pudo haber significado para amplios contingentes de población y, en especial, para los sectores medios educados. El recién creado Ministerio de Cultura habría puesto en evidencia que “la cultura es el privilegio de unos pocos”, la plástica parece haber sufrido un retroceso, tal como lo proclaman y manifiestan los artistas disidentes y críticos de esa condescendencia que imperaba en el medio. La literatura, salvo unas pocas y muy dignas excepciones, habría corrido la misma suerte. Este panorama es criticado con cierta amargura por Luis Barahona Jiménez. Lo que hemos de ponderar de su crítica es que venía acompañada de su enorme aporte intelectual. Crítica, trabajo y praxis académica constituyen en esencia los pilares que contribuyó a edificar este intelectual costarricense.

Esta presentación constituye un tributo a la obra y a la memoria de Luis Barahona Jiménez y al enorme cariño que le profesaron “a Luis” sus primas, Isabel y Elia Barahona Fernández, mi abuela paterna y mi tía abuela, respectivamente. Agradezco a mi prima, Macarena Barahona-Riera, la confianza que en mí ha depositado al encomendarme la escritura de esta presentación.

Arnaldo Moya Gutiérrez, historiador

Cartago, 30 de junio de 2009

[1] CORDERO SOLANO, José Abdulio, Personalidad y obra del Doctor Luis Barahona Jiménez. San José: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Editorial de la Dirección de Publicaciones. 1997, p. 18.

[2] 2MORA RODRÍGUEZ, Arnoldo, La identidad nacional en la filosofía costarricense. San José: Educa. 1997, p. 43.

[3] MORA RODRÍGUEZ, Arnoldo, Primeros contactos con l a filosofía. San José: Publicaciones del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Serie de Ensayos. 1998.

[4] BARAHONA-RIERA, Rocío, “Semblanza del Dr. Luis Barahona Jiménez”. Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica. 1º de enero de 2001.

[5] Esta síntesis que revela la praxis política de Luis Barahona Jiménez ha sido facilitada por la Dra. Macarena Barahona-Riera en entrevista concedida al autor de este texto el 9 de junio de 2009.

[6] MORA RODRÍGUEZ, Arnoldo, La identidad nacional en la filosofía costarricense. San José: EDUCA, 1997, pp. 45-46.

[7] MORA RODRÍGUEZ, Arnoldo, La identidad nacional en la filosofía costarricense. San José: EDUCA, 1997, p. 47.

[8] Según datos brindados en la entrevista concedida por la Dra. Macarena Barahona-Riera al autor de este texto el 9 de junio de 2009.

[9] Entrevista concedida por la Dra. Macarena Barahona-Riera al autor de este texto el 9 de junio de 2009.

[10] CORDERO SOLANO, José Abdulio, Personalidad y obra del Doctor Luis Barahona Jiménez. San José: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Editorial de la Dirección de Publicaciones. 1997, pp. 18-19.

[11] LÁSCARIS, Constantino, Desarrollo de las ideas en Costa Rica. San José: Editorial Costa Rica. 1975, p. 7.

[12] BARAHONA JIMÉNEZ, Luis, Apuntes para una historia de las ideas estéticas en Costa Rica. San José: Dirección de las Publicaciones del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. 1982, p. 22.

[13] MORA RODRÍGUEZ, Arnoldo, La identidad nacional en la filosofía costarricense. San José: EDUCA, 1997, pp. 44-45.

[14] 14En lo que respecta al pensamiento social de Luis Barahona Jiménez, citamos a José Abdulio Cordero, pues de algún modo a Barahona Jiménez le habrían decepcionado, según se desprende de sus reflexiones de madurez, las causas del Partido Liberación Nacional. Manifiesta Cordero que “fue progresivo el acercamiento de Luis Barahona a las ideas de Monseñor Sanabria y a su fuente doctrinal: la doctrina social de la Iglesia proclamada por los pontífices León XIII y Pío XI, en sus respectivas encíclicas sobre al cuestión social, Rerum Novarum y Quadragesimo Anno, el Código Social de Malinas y los escritos de Mercier, de Maritain y de Mournier. A partir de entonces se ubicó más cerca de las ideas del General Volio en punto a la visión social, al Dr. Calderón Guardia por su gestión política realizada en beneficio de los trabajadores y, muy especialmente, a Monseñor Sanabria”: véase; CORDERO SOLANO, José Abdulio, Personalidad y obra del Doctor Luis Barahona Jiménez. San José: Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Editorial de la Dirección de Publicaciones. 1997, p. 25. Arnoldo Mora se refiere a “unas sólidas y acendradas convicciones católicas desde su más tierna infancia” en: MORA RODRÍGUEZ, Arnoldo, La identidad nacional en la filosofía costarricense. San José: EDUCA, 1997, p. 44.

[15] BARAHONA JIMÉNEZ, Luis, La Patria Esencial. Costa Rica: s.e. 1980, p. 7.

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