Lobo solitario - Debra Webb - E-Book
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Lobo solitario E-Book

Debra Webb

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Beschreibung

Rachel Larson había oído que aquel tipo tenía un corazón tan imperturbable como sexy era su cuerpo, pero Sloan también era su última esperanza. Ya no le quedaba ningún sitio donde esconderse del padre de su hijo, un asesino implacable... y enemigo mortal de Sloan. Así que tenía que enfrentarse a aquel Lobo solitario e implorarle que la ayudara...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Debra Webb. Todos los derechos reservados.

Lobo solitario, Nº 65 - noviembre 2017

Título original: Solitary Soldier

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-704-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Acerca de la autora

Personajes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Acerca de la autora

 

Debra Webb nació en Alabama. Empezó a escribir a los nueve años. Con el tiempo se casó con el hombre de sus sueños y se dedicó a diversos trabajos, como vender aspiradoras, trabajar en una fábrica, en una guardería, un hospital y unos grandes almacenes. Su marido entró en el ejército y se trasladaron a Berlín, donde Debra trabajó como seretaria en el despacho de un general. En 1985 volvieron a Estados Unidos y se instalaron en Tennessee, en un pueblo donde todo el mundo se conoce. Con el apoyo de su esposo y de sus dos hijas, Debra volvió a escribir e hizo realidad su sueño de publicar sus libros.

Personajes

 

Rachel Larson: No puede permitir que Ángel se apodere de su hijo. Hará lo que sea preciso para proteger al niño de propio su padre.

 

Trevor Sloan: Lo último que quiere es una mujer y un niño que le recuerden todo lo que ha perdido.

 

Josh: Cuatro años, hijo de Rachel. ¿Podrá ésta protegerlo de su padre?

 

Gabriel DiCassi, alias «Ángel»: Un asesino muy bien pagado. Quiere a su hijo y no se detendrá ante nada para hacerse con él.

 

Victoria Colby: Directora de la Agencia Colby. Ella envía a Rachel y a su hijo a Sloan. A pesar de la situación desesperada de éste, sabe que es la única esperanza de Rachel.

 

Tanya: Amante de Ángel. Lo quiere para ella sola, ¿pero puede exponerse a su ira para conseguir lo que desea?

 

Ric Martínez: Empleado de la Agencia Colby. Tiene un encanto especial y todas las cualidades necesarias para sacar la información que necesita para completar su misión.

Prólogo

 

—Pagaré todo lo que me pida —insistió Rachel Larson.

Victoria Colby la miró durante un momento desde el otro lado del escritorio.

—Señorita Larson, esto es primordialmente una agencia de investigación. Pocas veces aceptamos clientes que requieran protección especial, y generalmente sólo porque nos los envían otras agencias.

Rachel pareció decepcionada. Las ojeras oscuras que mostraban sus ojos y la talla demasiado grande de su ropa indicaban que hacía meses que no comía ni dormía bien. Mostraba una fatiga extrema, al borde del colapso. Victoria había llegado a la cima en su trabajo gracias a su habilidad para evaluar a los clientes y su instinto le decía que aquella joven estaba más allá de la desesperación.

—Tengo que saber mucho más antes de decidir si la Agencia Colby se ocupará de su caso —le explicó.

Rachel respiró hondo y enderezó los hombros.

—Me envía el inspector Clarence Taylor. Trabajó aquí en Chicago antes de mudarse a Nueva Orleans.

Victoria pensó un momento.

—Sí, me acuerdo de él. Se fue hace tres o cuatro años.

Rachel asintió esperanzada.

—Así es. Sabe que he agotado todas las demás posibilidades, incluida la policía —se inclinó hacia delante y se agarró al escritorio como una tabla de salvación—. Tiene que ayudarme —una lágrima rodó por sus mejillas pálidas—. No puedo permitir que se lleve a mi hijo.

Victoria la miró con simpatía. Conocía bien la clase de miedo y dolor que intuía en la joven. Y si la enviaba Clarence Taylor, haría lo posible por ayudarla.

—De acuerdo. Consideraré su caso, pero usted tiene que contármelo todo, señorita Larson.

—Gracias —la voz de Rachel se quebró por la emoción.

Victoria abrió su libreta y tomó su bolígrafo de oro.

—Tengo que saber todos los detalles posibles sobre el perseguidor. ¿Conoce su nombre?

Rachel se humedeció los labios y tragó saliva con fuerza.

—Creo que su agencia ha trabajado antes en un caso relacionado con él. Se llama Gabriel DiCassi. Lo llaman…

—Ángel —susurró Victoria. Se estremeció. No había oído aquel nombre desde… desde la marcha de Sloan.

—El inspector Taylor cree que uno de sus investigadores puede tener experiencia en tratar con él —musitó Rachel.

Victoria la miró a los ojos.

—Por desgracia, sí lo conozco.

—Entonces sabrá que no es una situación corriente.

—Sí —asintió Victoria—. Ángel es un asesino bien pagado que presume de tener un récord muy alto de encargos. Es despiadado y, si va a por usted, no parará hasta que esté muerta.

—Por favor, dígame que me ayudará —le suplicó Rachel—. Tengo que proteger a mi hijo.

Victoria frunció el ceño.

—¿Por qué quiere Ángel llevarse a su hijo?

Rachel apartó la vista un momento.

—Porque es el padre de Josh —le temblaron los labios—. Hace cinco años tuvimos una… relación.

—¿Relación? —Victoria oyó el desprecio en su voz y se arrepintió de inmediato. El rostro de Rachel se cubrió de vergüenza.

—Yo era muy joven, fue un error —cerró los ojos con fuerza y movió la cabeza. Abrió los ojos—. Me utilizó para llegar hasta mi padre.

—Pero sigue viva —la directora de la agencia enarcó las cejas—. No es su estilo. Él nunca deja cabos sueltos.

—Tuve suerte de escapar… y desde entonces estoy huyendo. Pero se enteró de la existencia de Josh y quiere llevárselo.

Si su historia era cierta, Rachel Larson corría un peligro muy serio. Ángel no permitía que nadie se entrometiera entre él y lo que quería. Y aunque Victoria trabajaba con los mejores de la profesión, buscar a un hombre como él requería recursos que no podía permitirse. Había aprendido muy bien esa lección siete años atrás.

—Lamentablemente, señorita Larson, la Agencia Colby no puede proporcionarle los servicios que pide.

Rachel se puso tensa.

—¿No me ayudará?

—No quiero decir eso —Victoria abrió el cajón derecho de su mesa y sacó una carpeta. Buscó en ella y luego miró a la joven—. Que yo sepa, sólo hay un hombre que conoce a Ángel lo suficiente para ayudarla y ya no trabaja para mí —anotó un nombre y una dirección en la parte de atrás de una tarjeta—. No le garantizo que quiera aceptar su caso, pero es su única esperanza. Dígale que la envío yo.

Rachel tomó la tarjeta que le ofrecía.

—¿Quién es?

—Alguien que trabajó para esta agencia —Victoria la miró a los ojos—. Alguien a quien confiaría mi vida. Se llama Trevor Sloan.

—Supongo que será el investigador que mencionó el inspector Taylor.

—Sí. Es el mejor investigador con el que esta agencia ha tenido la suerte de contar. Pero ya no trabaja aquí y selecciona muy bien los casos que acepta ahora —hizo una pausa—. Teniendo en cuenta las circunstancias, es posible que no acepte su caso.

Rachel la miró a los ojos.

—Y si lo acepta, ¿en qué puede ayudarme él?

—Conoce a Ángel. Sabe cómo trabaja y qué lo motiva.

La joven frunció el ceño.

—¿Y por qué lo conoce tan bien?

Victoria suspiró.

—Hace siete años, Ángel asesinó a dos hombres de negocios importantes de Chicago. Contrataron a la Agencia para trabajar en el caso —Victoria intentó reprimir los remordimientos—. Yo se lo asigné a Sloan, que siguió el rastro de Ángel durante meses. Cuando se acercó a él demasiado, Ángel asesinó a la esposa de Sloan y se llevó a su hijo de tres años.

Rachel dio un respingo y abrió los ojos horrorizada.

—¡Oh, no!

—El cuerpo del niño tardó en aparecer y, durante ese tiempo, Ángel atormentó a Sloan con llamadas telefónicas en las que le ponía la voz grabada del niño llamando a gritos a su padre.

Victoria guardó silencio y se sumergió en los recuerdos de aquella época terrible. Sloan se había esforzado al máximo sin descubrir nada. Y cuando encontraron al niño cuyo cuerpo estaba casi completamente quemado, desapareció sin dejar rastro. Meses después, Victoria supo que trabajaba por su cuenta en México. Pero seguía siendo el mejor en asuntos de rastreo y protección.

Rachel había palidecido aún más.

—¿Cómo voy a poder detenerlo yo?

Victoria la observó un momento y señaló la tarjeta que le había dado.

—Hable con Sloan y no se deje asustar por su actitud. Si hay alguien que pueda ayudarla, es él.

 

 

Rachel se paró en una esquina del centro de Chicago y miró la tarjeta que tenía en la mano. Cantina Los Laureles, en Florescitaf, México. ¿Qué clase de hombre usaba una cantina como despacho? Se estremeció a pesar del sol de agosto.

Pero no tenía opción… era preciso hacer algo.

Siempre que huía, Ángel acababa encontrándola. Quería a su hijo con ella y él sólo le permitía cuidarlo todavía porque pensaba que el niño necesitaba a su madre, pero tenía intención de llevárselo un día y ella tenía que hacer algo antes de que llegara ese día.

—Tengo hambre, mami.

Rachel volvió al presente y sonrió al niño que se aferraba a su mano.

—Sí, cariño. Comeremos pronto.

Josh le devolvió la sonrisa y ella pensó que tenía que encontrar a Sloan y convencerlo de que la ayudara.

No había más remedio.

Capítulo 1

 

¡Al fin!

Después de buscar toda la tarde bajo el sol ardiente de agosto, Rachel Larson había encontrado el lugar del que nadie parecía haber oído hablar. O quizá era que no entendían su pobre español. Miró el edificio que tenía delante. La cantina, situada en una parte dudosa de una ciudad pequeña llamada Florescitaf, parecía más siniestra de lo que esperaba. Tal vez por eso nadie admitía conocerla.

Enderezó los hombros y apretó con fuerza la mano de Josh, que miraba a los niños que jugaban en el callejón que separaba la cantina del mercado de carne al aire libre que había al lado. Rachel bajó la vista y sonrió al ver que Josh miraba con ojos muy abiertos a las cabras que parecían cuidar los niños. Éstos, con los pies descalzos y los rostros sonrientes, lo observaban a él con la misma sorpresa.

Josh pocas veces jugaba con otros niños. Nunca permanecían en un sitio el tiempo suficiente para hacer amigos y además no podían permitirse crear lazos con otras personas.

Rachel respiró hondo y se acercó con decisión a la cantina. En cuanto entró en ella, la envolvió un hedor a tabaco rancio, alcohol y sudor. Del techo colgaban ventiladores viejos que removían el aire fétido. Antes de que sus ojos se acostumbraran a la penumbra del interior, notó que los hombres la miraban como si fuera el último plato añadido a la carta y la incertidumbre se mezcló en ella con la desesperación que la acompañaba siempre.

Se estremeció, pero se abrió paso con determinación entre las mesas hasta la barra, que se extendía por media sala.

—Perdone —dijo con amabilidad, a pesar del miedo que corría por sus venas—. ¿Habla inglés?

—Sí. ¿Qué desea, señorita? —el camarero, apoyado en la barra, le miró los pechos antes de levantar la vista y sonreírle.

Era un hombre grande, de pelo moreno y bigote amplio que sin duda se consideraba muy atractivo. Rachel tragó saliva y sonrió a su vez.

—Busco a un hombre llamado Sloan —dijo.

El camarero enarcó una ceja, pero conservó la sonrisa.

—¿Y por qué busca una mujer tan bonita a un hombre tan peligroso?

—Me envía un amigo. Y es muy importante que lo encuentre —añadió, temerosa de que el hombre no quisiera ayudarla.

—El solitario —el camarero señaló con la cabeza el rincón más oscuro del establecimiento—. El que está sentado solo.

La joven asintió con la cabeza.

—Gracias.

—No me las dé, señorita. No me gusta enviar ovejas al matadero, pero usted lo ha pedido —tomó un trapo sucio y limpió la barra con aire ausente, con la vista todavía fija en ella.

Rachel lo miró insegura. Apretó la mano de Josh.

—Es muy importante —dijo.

El mexicano se encogió de hombros.

—Quizá debería volver más tarde —miró el reloj viejo de plástico que había en la pared—. Sólo son las cuatro y todavía estará de mal humor un rato.

—Gracias —musitó la joven. Miró a Josh y rezó interiormente una plegaria antes de avanzar en la dirección que le habían indicado. Seguro que el mexicano exageraba y Sloan no podía ser tan fiero. Se lo había recomendado Victoria Colby, ¿no?

No hizo caso de lo que seguramente eran comentarios soeces dirigidos a ella y avanzó con cautela. Se detuvo a pocos pasos de su destino y sacó una silla de una mesa vacía. Sentó a Josh en ella y se acuclilló ante él.

—Quiero que te quedes aquí hasta que mami termine de hablar con ese señor —dijo con una sonrisa—. ¿Vale, tesoro?

El niño asintió con la cabeza, con expresión levemente temerosa y ella le removió el pelo, sacó un cuaderno de colorear y una caja de lápices de su enorme bolso y los dejó en la mesa.

—Quiero que me colorees un dibujo bonito para cuando vuelva.

El niño asintió de nuevo y buscó una página en blanco. Rachel se puso en pie.

El hombre al que buscaba estaba solo, con una botella de tequila ante sí y no levantó la cabeza cuando ella se acercó. Parecía fascinado con el líquido que ocupaba el vaso que sostenía entre el índice y el pulgar.

La primera impresión de Rachel fue que efectivamente era peligroso. Alto y corpulento, el pelo largo y rubio le caía hasta los hombros, llevaba cortadas las mangas de la camisa y mostraba unos brazos musculosos. Parecía muy fuerte.

—A menos que esté aquí para vender su cuerpo, no me interesa —dijo de pronto.

Rachel se estremeció al oír su voz ronca y profunda. Ignoró el comentario e hizo acopio de valor para preguntar:

—¿Es usted Sloan?

Él la miró entonces y ella contuvo el aliento. Los penetrantes ojos azules traslúcidos y la mandíbula cuadrada ensombrecida por la barba reafirmaban su primera impresión. Era peligroso.

—Por desgracia —vació el vaso y lo dejó con un golpe sobre la mesa—. No he bebido lo suficiente para ser otra persona —se lamió los labios—. Pero es temprano.

Rachel se esforzó por hablar.

—Vengo de muy lejos y…

—Sabrá que éste no es un lugar para niños —comentó él.

Rachel se volvió para comprobar que Josh estaba bien.

—Lo sé —repuso—. Me llamo Rachel Larson y necesito su ayuda.

Sloan se puso en pie con un movimiento rápido y ella reprimió el impulso de salir corriendo. Él tardó un momento en contestar.

—Pues ha perdido el tiempo, señorita Larson.

A ella le dio un vuelco el corazón.

—Por favor, tiene que escucharme.

—Lo único que tengo que hacer es morir. Y hasta que eso ocurra, lo único que pienso hacer es beber tequila y follar. Todo lo demás es incierto —inclinó la cabeza a un lado y emitió un sonido que tenía más de gruñido que de risa—. Así que, a menos que piense ayudarme con alguna de esas dos cosas, le sugiero que no pierda más su tiempo ni el mío.

Una oleada nueva de miedo recorrió las venas de la joven. Pero no podía permitir que la echara tan fácilmente. Era su única posibilidad.

—Me envía Victoria Colby —anunció, con voz más firme de lo que se habría creído capaz—. Dijo que usted podía ayudarme.

—Pues se equivocó.

Echó a andar hacia la barra sin prisa. A Rachel le recordó una pantera que se acercara a su presa.

—¡Ángel quiere matarme! —exclamó con desesperación—. Si usted no me ayuda, ¿qué voy a hacer?

Sloan se paró y se volvió. La miró un rato largo con sus ojos claros y vacíos.

—Poner sus asuntos en orden —dijo al fin.

Rachel, atónita por su indiferencia y asustada por su negativa, lo miró acercarse a la barra y pedir más bebida. El camarero le llenó el vaso de tequila.

La desesperación se apoderó de ella. Miró a Josh para comprobar que seguía coloreando y se acercó a la barra.

—Sé lo que le hizo a usted —dijo con voz temblorosa por la emoción—. Sé lo de su esposa y su hijo.

Sloan se quedó muy quieto, con el vaso cerca de los labios. Un músculo se movió en su mandíbula y los nudillos que sostenían el vaso se quedaron blancos. Volvió a dejarlo en la barra despacio, con precisión, y se volvió a mirarla.

—Puesto que sabe tanto de mi experiencia con Ángel —dijo con una mezcla de sarcasmo y desprecio—, ¿por qué no me cuenta por qué quiere matarla ese hijo de perra?

Rachel sentía la garganta cerrada. Tragó saliva, pero no sirvió de mucho.

—Quiere a mi hijo.

Sloan miró a Josh, que estaba entretenido buscando otro color en la caja desgastada.

—¿Por qué quiere a su hijo? —preguntó con desconfianza.

Rachel miró a los ojos del único hombre que podía ayudarla en el mundo. Sabía bien que lo que estaba a punto de decirle podía ser el motivo de que la rechazara.

—Porque Josh también es hijo de Ángel.

 

 

El cerebro de Sloan tardó unos segundos en asimilar lo que acababa de oír. Observó al niño moreno sentado en la mesa y, como si sintiera su mirada, el pequeño levantó la vista y sus ojos grandes y redondos lo miraron con curiosidad. Los mismos ojos negros que atormentaban a Sloan cuando intentaba dormir sin emborracharse antes. Un temblor se inició dentro de él. Llegó hasta su mano derecha y la apretó en un puño. Algo oscuro y feo cruzó por su mente, pero lo apartó con firmeza.

Aquél era el hijo de Ángel. Apartó la vista para anular la imagen de su padre y se recordó que era sólo un niño, inocente de los crímenes odiosos de su padre.

—¿Qué quiere? —preguntó con voz tan fría y dura que apenas la reconoció como suya.

—Necesito su ayuda —repitió ella, en voz baja y suplicante.

Sloan respiró hondo.

—Sí, bueno, eso ya lo ha dicho —miró los grandes ojos marrones de ella, que hacían que sus entrañas se encogieran con una sensación antigua que le resultaba familiar y ajena a un tiempo. Aplastó el instinto de protección que le producía ver a aquella mujer y a su hijo… el hijo de Ángel—. ¿Y qué clase de ayuda cree que necesita de mí, señorita…?

—Rachel Larson.

Sloan la miró y esperó que hablara. Era guapa, aunque delgada. Las ojeras indicaban que no dormía mucho ni a menudo, pero su pelo castaño y abundante resultaba muy atractivo. Y los labios… tenía unos labios llenos atrayentes. La blusa y la falda larga le quedaban anchas y ocultaban sus curvas. En los pies llevaba sandalias de tacón bajo y parecía a punto de echar a correr.

—Vayamos adonde vayamos, siempre nos encuentra —dijo al fin—. La última vez me dijo que estaba harto de que huyera y que pronto se llevaría a Josh y yo ya no le sería útil —parpadeó con furia para reprimir las lágrimas—. No sé qué más hacer. Usted es nuestra única esperanza.

—A mí eso me parece un problema doméstico, señorita Larson —musitó él—. Y yo no soy asistente social.

—Yo no necesito un asistente social —declaró ella con determinación y una buena dosis de amargura—. Necesito alguien que pueda proteger a mi hijo de Ángel.

Sloan la miró escéptico.

—Llame a la policía.

El relámpago de rabia que vio en los ojos de ella lo pilló por sorpresa.

—Usted sabe que la policía no puede ayudarme.

—Entonces dígame qué cree usted que puedo hacer yo que no puedan hacer ellos.

Rachel lo miró a los ojos.

—Ángel vendrá a por su hijo. Quiero que usted haga lo que sea necesario para impedirlo.

Siguió un largo silencio, pero la mirada de ella no vaciló. Sloan comprendió que hablaba en serio. Rachel Larson quería que hiciera lo que había deseado hacer durante años: matar a Gabriel DiCassi.

El tiempo no había disminuido su atroz deseo de venganza, sólo la urgencia por conseguirla. Su esposa y su hijo estaban muertos y nada podía cambiar eso. El dolor y la necesidad de venganza le habían hecho buscar a Ángel un tiempo. Hasta que comprendió que nada importaba, que nada de lo pudiera hacer lograría que volvieran. Y en ese momento dejó de sentir nada.

Pero ahora la idea de matar a Ángel casi hacía que le diera vueltas la cabeza. Miró al niño. La mujer incluso le ofrecía el anzuelo perfecto. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar Ángel por su hijo? Una extraña calma se apoderó de él. Sólo tendría que sentarse a esperarlo. Un montón de recuerdos pasaron por su mente. Cerró los ojos con desesperación cuando los gritos de su hijo resonaron en su alma. Quería matar a Ángel más de lo que quería respirar. Y por primera vez tenía el modo perfecto de atraerlo hasta él.

Abrió los ojos y al ver a la mujer se sintió disgustado consigo mismo. ¿Tan bajo había caído? Movió la cabeza. ¿Qué clase de hombre usaba a una mujer y un niño para saciar su sed de venganza?

—No soy el hombre que necesita —dijo.

Y se alejó sin mirar atrás.

Salió por la puerta a la luz dura del día y levantó el rostro al sol. Llegaría su momento de la venganza, seguro. Y acabaría con Ángel despacio, como se había prometido hacía tiempo. Pero no descendería a su nivel para lograrlo. No usaría a un niño, aunque fuera su hijo.

Unos dedos fríos y suaves tocaron su brazo. Se volvió y miró de hito en hito a la mujer que lo había seguido desde la cantina.

—Le he dicho que no soy el hombre que necesita —dijo.

El niño se escondía detrás de su madre y lo miraba con cautela por detrás de la falda. Sloan lanzó interiormente un juramento. Ahora se dedicaba a asustar niños.

Rachel lo miró con dureza.

—Es el hombre que necesito —insistió.

—Señora, tiene mucho valor para venir a un sitio así —señaló a su alrededor—. ¿Sabe qué tipo de hombres hay por aquí? Escoria que vendería a su madre por una copa. Cualquiera de ellos se la comería viva sin parpadear. Me sorprende que haya podido llegar hasta aquí.

Ella tardó un momento en hablar.

—Tenía que venir —dijo al fin—. Usted está aquí y yo lo necesito.

Sloan movió la cabeza. Victoria no tenía que haberla enviado.

—No soy ningún caballero andante, señorita Larson. ¿Seguro que es a mí a quien busca?

—Victoria dijo que es usted el mejor, que usted conoce a Ángel —se lamió los labios—. Dijo que si había alguien que pudiera ayudarme era usted.

—Pues se equivocó.

—Usted sabe lo que hará —murmuró ella. Las lágrimas caían ya por sus mejillas—. ¿Puede darnos la espalda sabiendo lo que hará?

Sloan apartó la vista. No quería oír aquello, quería volver a la cantina a beber tequila, quería olvidar el nombre de Gabriel DiCassi y borrar de su mente la imagen de la mujer y de su hijo. Pero no podía.

—¡Josh!

Sloan volvió su atención a Rachel, que se había girado al pronunciar el nombre de su hijo.

—¿Dónde puede estar? —lo miró insegura—. Estaba aquí, a mi lado… ¡Josh!

A Sloan le latió con fuerza el corazón. Recordó los días y noches interminables en los que buscaba a su hijo, el primer momento en que se dio cuenta de que el niño no estaba en casa ni… en ninguna parte. Un sudor frío bañó su piel. Se estremeció.

—¡Josh! —gritó Rachel, con voz que bordeaba la histeria y el pánico. Empezó a abrirse paso entre la gente que iba de puesto en puesto.

La siesta había pasado hacía rato y la calle estaba atestada de tenderos y buhoneros que querían hacer negocio a medida que el calor del día empezaba a disminuir. En los callejones y en las calles jugaban niños. Los perros ladraban y olfateaban en busca de desperdicios. A veces sonaba el claxon de un coche que quería abrirse paso por la calle adoquinada.

Sloan miró un rostro tras otro, todos distraídos con sus cosas. Pasó un grupo de niños, gritando y riendo. Pero ninguno era el que buscaba.

Josh había desaparecido.

Sloan avanzó hacia Rachel, la tomó del brazo y la volvió hacia él. La miró con firmeza, con la esperanza de calmar su miedo.

—Quédese aquí, en la zona abierta, donde Josh pueda verla —ella tenía las mejillas llenas de lágrimas y él no pudo evitar secarle algunas con el pulgar—. Lo encontraré —prometió.

Se dio la vuelta.

Josh no podía haber ido lejos solo…

Capítulo 2

 

Rachel permanecía en medio de la calle, desde donde miraba con desesperación a Sloan salir del último puesto con las manos vacías. El corazón le golpeaba con tal fuerza que le dolía el pecho a cada latido. Quería correr por las calles gritando su agonía, pero sentía los brazos y las piernas como maderos inservibles. Aquello no podía estar pasando. La pesadilla que más temía se había hecho realidad.

Josh había desaparecido.

Habían buscado por todas partes.