Una bella sospechosa - Debra Webb - E-Book

Una bella sospechosa E-Book

Debra Webb

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Beschreibung

Nadie se atrevía a causar problemas en el condado de Mitch Hayden, y menos aún una sofisticada detective privado de la gran ciudad. El sheriff Hayden era un hombre de palabra, pero con su amnesia y sus encantos, Alexandra Preston estaba haciendo que se comportara como un mentiroso. Alex había acudido a investigar la desaparición de una persona, pero había acabado como principal sospechosa del asesinato de uno de los ayudantes de Mitch. Aunque todas las pruebas la señalaban como culpable, Mitch seguía creyendo que era inocente...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Debra Webb

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una bella sospechosa, n.º 194 - junio 2018

Título original: Physical Evidence

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-239-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Acerca de la autora

Agencia Colby

Personajes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Acerca de la autora

 

 

 

 

 

Debra Webb nació en Alabama. Empezó a escribir a los nueve años. Con el tiempo se casó con el hombre de sus sueños y se dedicó a diversos trabajos, como vender aspiradoras, trabajar en una fábrica, en una guardería, un hospital y unos grandes almacenes. Su marido entró en el ejército y se trasladaron a Berlín, donde Debra trabajó como secretaria en el despacho de un general. En 1985 volvieron a Estados Unidos y se instalaron en Tennessee, en un pueblo donde todo el mundo se conoce. Con el apoyo de su esposo y de sus dos hijas, Debra volvió a escribir e hizo realidad su sueño de publicar sus libros.

Agencia Colby

 

 

 

 

 

Fundada más de veinte años atrás por James Colby, la Agencia Colby es regida y administrada actualmente por su viuda, Victoria. Aunque se trata de una agencia relativamente pequeña, se ha ganado una inmejorable reputación en el mundo de la investigación privada y la seguridad personal. Victoria Colby es muy respetada por las fuerzas de la ley y está muy bien relacionada con los departamentos de espionaje del gobierno.

La Agencia Colby contrata a los mejores en los campos de la investigación y la protección privadas. Cada uno de los hombres y mujeres que la representan deben poseer las cualidades que James Colby personificó durante su vida: el honor, la lealtad y la valentía.

Personajes

 

 

 

 

 

Alexandra Preston: Entrenada en Quantico, Alex es una de las mejores investigadoras de Victoria Colby. Alguien quiere matarla, pero ella no puede recordar quién ni por qué.

 

Mitch Hayden: Sheriff del condado Raleigh, Tennessee. La atracción que siente por Alex Preston llega a poner en peligro su lealtad más firme: la que profesa a su familia.

 

Victoria Colby: La máxima autoridad de la Agencia Colby.

 

Zach Ashton: El principal asesor jurídico de Victoria Colby.

 

Agente Miller: Fue hallado muerto en su coche con Alex, que no puede recordar lo sucedido. ¿Estuvo Miller intentando facilitarle información? ¿O más bien pretendía acallarla antes de que la situación se complicara aún más?

 

Phillip Malloy: Esconde un secreto inconfesable. ¿Hasta dónde estará dispuesto a llegar para ocultarlo?

 

Nadine Malloy: La fiel esposa de Phillip, emocionalmente inestable. Hará lo que sea con tal de proteger a su familia.

 

Roy Becker: Agente de la policía y primo de Mitch. Como hijastro de Phillip, no quiere que sufra su familia. ¿Pero sabe acaso algo que no ha dicho todavía?

 

Marija y Jasna Bukovak: Estudiantes de intercambio procedentes de Croacia. Jasna estudió en la universidad de Chicago. Como alumna de último curso de instituto, Marija estuvo viviendo con los Malloy. Pero desapareció inmediatamente después de su graduación.

 

Agente Talkington: El agente de la Oficina de Investigación de Tennessee encargado de dilucidar una serie de asesinatos.

 

Waylon Gill: Un asesino múltiple presuntamente responsable de la desaparición de Marija Bukovak.

Prólogo

 

 

 

 

 

Victoria Colby contemplaba desde el ventanal de su despacho, en el cuarto piso, a los trabajadores que empezaban a llenar la calle al amanecer. Tenía la premonición de que algo iba a salir mal. Estaba segura de ello.

Suspirando, reflexionó sobre lo mucho que había tenido que trabajar desde la muerte de su marido, en su esfuerzo por convertir a la Agencia Colby en la mejor de su especialidad. Contrataba únicamente a los mejores de cada campo. Pero sabía mejor que nadie que ningún cálculo o estrategia, por muy sofisticado que fuera, podía evitar los inesperados giros que daba la vida.

Unos golpes suaves en la puerta la sacaron de sus reflexiones. Irguiéndose, se volvió para saludar al asesor al que había convocado tan temprano. Zach Ashton entró en el despacho con expresión sombría.

—¿Ya ha venido Hayden?

—Todavía no —Victoria le señaló un sillón mientras se sentaba ante su escritorio, preparándose para escuchar su informe—. ¿Has conseguido localizar a Alex?

Zach negó lentamente con la cabeza.

—La he llamado por lo menos diez veces en las dos últimas horas, y nada —desvió por un instante la mirada, confuso por el hecho de que Alex no se hubiera puesto en contacto con él—. Y tampoco he podido localizar a la chica Bukovak.

Una insólita sensación de impotencia asaltó a Victoria, muy semejante a la que tuvo que padecer durante los largos meses que siguieron a la muerte de su marido. Recuperándose, sentenció:

—Cuando llegue el sheriff Hayden sabremos algo.

Zach se quedó mirando al suelo durante un buen rato. Victoria sabía que estaba evaluando la situación y llegando a las mismas conclusiones que ella. Y lo peor de todo era que, pese a que no eran nada halagüeñas, ambos parecían negarse a reconocerlo.

Alexandra Preston llevaba trabajando para la Agencia Colby casi tanto tiempo como Zach. Era muy buena en su especialidad. Entrenada en Quantico como agente especial del FBI, Zach había valorado en seguida sus capacidades. Era una mujer inteligente, tenaz y atractiva. Pero en aquel momento parecía haber desaparecido en combate. No habían tenido noticia alguna de ella en las últimas cuarenta y ocho horas. Y nadie permanecía tanto tiempo fuera de contacto a no ser que se hubiera quedado sin posibilidad de comunicar, hubiera resultado herido o… algo peor.

A Victoria le habría gustado ahorrarle a Zach aquella angustiosa espera, pero él conocía a Alex mejor que nadie en la Agencia. Por eso necesitaba de su consejo para la inminente entrevista con el sheriff Hayden. Habitualmente evitaba reunir en un mismo equipo a dos personas vinculadas por una relación personal, pero lo de Zach y Alex hacía tiempo que había terminado. Ambos parecían haberlo superado, a la vez que seguían siendo buenos amigos.

—Es posible que la situación se complique —comentó Zach, mirándola con expresión preocupada—. Quizá prefieras que te asesore otro. No estoy muy seguro de poder mantener la objetividad necesaria en este asunto. Si recibimos una mala noticia… —se interrumpió sin llegar a terminar la frase.

Victoria reflexionó por unos segundos.

—Hay que tener esperanzas, pero dudo que ese sheriff del condado Raleigh haya abandonado de repente todas sus ocupaciones para volar hasta aquí sin un motivo de peso. En cuanto a ti, ya sabes que te considero la persona más capacitada para la tarea.

El timbre del intercomunicador dejó en suspenso la réplica de Zach.

—Ha venido el sheriff Hayden —anunció Mildred.

—Hazlo pasar, por favor —Victoria se levantó, al igual que Zach, para recibir al hombre que le había hecho madrugar tanto para mantener aquella entrevista.

El sheriff Mitchell Hayden atravesó el despecho con gesto decidido. Lo primero que llamó la atención de Victoria fue su cabello largo, que llevaba recogido en una coleta. Y lo siguiente fueron sus ojos azules de mirada serena, fría.

—Señora Colby, soy Mitch Hayden —le tendió la mano—. Gracias por haber aceptado recibirme.

Un inequívoco acento sureño teñía su profunda y aterciopelada voz. Era alto, cerca de uno noventa. Y fuerte. Victoria resistió el impulso de fruncir el ceño a la vista de los viejos vaqueros y la desteñida camisa caqui que llevaba. Las botas de montaña también desentonaban. No recordaba haber visto nunca a un representante de la ley vestido de una manera tan informal…

—Sheriff Hayden —le estrechó la mano—. Le presento a Zach Ashton, abogado de la Agencia.

—Espero que haya tenido un buen vuelo, sheriff.

—No ha estado mal —respondió lacónico antes de volver a concentrar su atención en Victoria—. Tengo varias preguntas necesitadas de respuesta. Y pensé que usted podría ayudarme.

—Póngase cómodo, sheriff —le señaló el sillón contiguo al de Zach—. Usted me dirá qué es lo que le ha traído a Chicago esta mañana.

El sheriff Hayden no relajó su postura mientras se sentaba. Tenía una expresión alerta, suspicaz.

—¿Por qué su agencia ha enviado a uno de los suyos a husmear en los asuntos de mi condado? —le espetó con tono brusco.

—Si se refiere a Alex Preston, está en lo cierto: trabaja para mí —admitió Victoria—. Sin embargo, supongo que será consciente de que la información relativa al caso que está investigando no es pública. ¿Hay algo más que desee saber?

Sólo un ligero latido en su mandíbula traicionó la irritación de Mitch Hayden. Victoria estaba impresionada. Aquel hombre había recorrido una enorme distancia para estrellarse contra un muro… y prácticamente ni se inmutaba.

—No me venga con evasivas, señora Colby —le advirtió—. No he dormido en toda la noche y he recorrido un largo camino. Necesito respuestas.

—¿Ha venido aquí porque Alex se encuentra en algún tipo de problema? —inquirió Zach con tono aparentemente desinteresado, disimulando su ansiedad.

Se hizo un insoportable silencio que duró varios segundos.

—Creo que usted ya conoce la respuesta a su pregunta —repuso al fin el sheriff con tono tranquilo. Demasiado tranquilo.

—Si algo le ha sucedido a Alex, le exijo que nos lo diga ahora mismo —declaró Victoria con tono firme.

El sheriff se volvió hacia ella, sosteniéndole la mirada:

—Uno de mis agentes está muerto, y Alex Preston se encuentra hospitalizada y en detención preventiva. Es mi sospechosa número uno.

Mitch sabía que atraería toda su atención con aquella impactante noticia. El abogado se mostró profundamente afectado, mientras que la mujer, Victoria Colby, pareció casi aliviada, como si hubiera temido lo peor. Quizá ahora sí que consiguiera las respuestas que tanto necesitaba.

—¿Qué ha pasado? —exigió saber Ashton.

—¿Se encuentra bien Alex? —inquirió la señora Colby.

—Sí, sólo que no recuerda nada de lo sucedido —explicó Mitch, reservándose los detalles—. Los dos fueron hallados en el coche del agente Miller ayer por la mañana, por un grupo de chicos que habían acampado cerca. Miller está muerto, como ya les he dicho. Parece que se dispararon mutuamente. Había cocaína en el vehículo —se interrumpió para que asimilaran bien el efecto de sus palabras—. De modo que si quieren ahorrarle una denuncia por asesinato, será mejor que empiecen a contármelo todo.

—Yo le aseguro, sheriff Hayden —empezó Victoria Colby con un tono más tranquilo de lo que Mitch había esperado—, que nuestra investigación no tiene nada que ver con drogas. Y que Alex no es una adicta.

—Está eludiendo el asunto —le espetó Mitch, impaciente.

—¿Y usted no? —replicó ella.

—Puedo conseguir una orden de detención.

La señora Colby sonrió.

—Por si no lo sabe, Zach es uno de los mejores abogados del país. Puede que tenga que esperar un poco.

—¿Es una amenaza?

—De ninguna manera —negó enfáticamente Zach, esbozando una bien ensayada sonrisa—. Es sólo una advertencia.

Mitch se contuvo para no soltar un juramento.

—Miren, tengo tantas ganas de llegar al fondo de este asunto como ustedes. Yo también conozco a mis hombres. El agente Miller jamás habría disparado a no ser en defensa propia. Y él, desde luego, sí que no estaba relacionado con las drogas.

—Sheriff Hayden, le aseguro que haremos todo lo posible por ayudarlo a averiguar lo sucedido —le prometió la señora Colby.

Mitch sabía que hablaba en serio. Tenía la impresión de que Victoria Colby era una mujer de palabra. Pero lo último que necesitaba en aquellos momentos era la intromisión de una agencia de investigación privada. Lo único que deseaba eran respuestas.

—¿Y bien? —Mitch pareció relajarse por vez primera en las últimas veinticuatro horas—. ¿Significa eso que van a colaborar conmigo?

—Sólo si usted está dispuesto a colaborar a su vez con nosotros —repuso ella con tono sincero.

—¿Qué es lo que quiere a cambio de facilitarme de inmediato la información que necesito?

—Si su departamento trabaja codo a codo con nuestra agencia, le devolveré el favor—explicó—. Teniendo en cuenta la distancia, le pediría que uno de mis agentes lo acompañase de vuelta a Tennessee. Quiero un informe completo sobre el estado médico actual de Alex. También necesitaría que a mi representante se le permitiera participar en todas las fases de la investigación.

—¿Nada más? —inquirió Mitch, sarcástico.

—Creo que con eso bastará.

Soltó un profundo suspiro. Se le pasó por la cabeza negarse, pero tenía la sensación de que Victoria Colby no era mujer que renunciara fácilmente. Retendría la información que él tan desesperadamente necesitaba hasta que algún juez la obligase a soltarla. Y Mitch no quería perder el tiempo. Miller, compañero y buen amigo suyo, estaba muerto. Por lo que estaba decidido a resolver aquel caso lo antes posible. Nadie, ni Victoria Colby ni su selecta agencia, lo detendría.

—De acuerdo, señora Colby. Dígale a su hombre que se prepare para salir dentro de tres horas. Es cuando sale mi avión. Y ahora…. —se inclinó hacia delante, expectante—. ¿Le importaría ilustrarme sobre el caso Alex Preston?

—No hay problema. Zach se lo contará todo durante el trayecto. Pero no hay necesidad de que espere esas tres horas. Haré que mi piloto los lleve a Nashville en el reactor de la Agencia.

¿El reactor de la Agencia? Mitch disimuló su sorpresa, pero lo que no pudo reprimir fue una punzada de irritación. De nuevo estaba intentando despistarlo.

—El caso, señora Colby. Quiero que me hable del caso.

La mujer se levantó, dando por concluida la entrevista.

—Ya le he dicho que Zach responderá en ruta a todas las preguntas que desee hacerle. Quiero que se reúna lo antes posible con Alex. Ella tiene derecho a contar con su abogado.

Frunciendo el ceño, Mitch se levantó también. Justo lo que necesitaba: un abogado listillo husmeándole los pasos. Sobre todo aquél, que parecía mirarlo con ganas de arrancarle la cabeza en cualquier momento.

—No sé si…

—Lamento interrumpir —anunció de pronto la secretaria, desde la puerta—. Pero hay una llamada urgente para el sheriff Hayden.

La señora Colby le acercó el teléfono.

—Puede recibirla aquí, sheriff.

Cansado e irritado, más que harto de tantos problemas, Mitch levantó el auricular y pulsó el botón de la luz parpadeante.

—Hayden —era Russ Dixon, uno de sus agentes—. Tranquilízate un poco, Dixon, y cuéntamelo todo… —sus siguientes palabras lo dejaron consternado. Una mezcla de ira y ansiedad le atenazó el estómago—. Voy para allá —repuso antes de colgar.

—¿Algún problema, sheriff? —la señora Colby lo observaba atentamente.

—Era uno de mis hombres —explicó con tono carente de toda expresión—. Alex Preston ha desaparecido. Y el agente que la vigilaba ha sido asesinado.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

—El primer disparo entró por aquí —el agente Dixon señaló uno de los agujeros de bala en la ventana del hospital.

Mitch Hayden se quedó mirando el orificio de entrada en el cristal astillado.

—Debió de haber partido del hotel del otro lado de la calle —reflexionó en voz alta. Las habitaciones de aquel hotel de cuatro pisos disponían de terrazas con puertas correderas de cristal. Y pesadas cortinas detrás de las que cualquier francotirador podría perfectamente apostarse.

—Ya lo suponía —lo secundó Dixon—. Probablemente el primer disparo hizo impacto en la almohada donde la señorita Preston tenía apoyada la cabeza. En su intento por protegerse, derribó el teléfono.

Una maldición mascullada junto a la cama hizo que Mitch se volviera para mirar a Zach Ashton. El abogado de la Agencia Colby tenía la mirada fija en el agujero perfectamente redondo que atravesaba la pequeña almohada.

—Quizá rodó a un lado o se levantó en el momento justo —observó con un tono sombrío que parecía desmentir una relación puramente profesional con su compañera.

Mitch no hizo comentario alguno, sino que se volvió nuevamente hacia Dixon para escuchar su diagnóstico de lo sucedido:

—El ruido debió de alertar a Saylor, que entró corriendo en la habitación. O tal vez ella gritó —señaló el segundo agujero en el cristal—. El segundo disparo lo acertó de lleno en el pecho.

«Disparo mortal» era la expresión técnica, precisa. Tensando la mandíbula, Mitch contempló el lugar donde había caído su agente. A Saylor se le había escapado la vida a medio camino entre la puerta y la cama. Ashton, a su vez, se acercó a examinar las huellas dactilares de sangre seca que todavía resultaban visibles en el suelo.

—Pensamos que la señora Preston se levantó de la cama por aquel lado —Dixon señaló el extremo opuesto donde se encontraba Ashton—. Para protegerse o tal vez para ayudar a Saylor. Esa huella de sangre no pertenece a Saylor ni a nadie del hospital. Seguramente intentaría detenerle la hemorragia o reanimarlo con algún masaje cardiorrespiratorio.

Las palabras de su agente evocaron una nítida imagen en la mente de Mitch. La escena de Alex Preston arrodillada al lado de Saylor, intentando frenar impotente el chorro de sangre que brotaba de su pecho, consiguió revolverle el estómago.

—Buen trabajo, Dixon —se dispuso a apartarse del ventanal, pero en el último momento cambió de idea—. ¿Has revisado ya el hotel?

—Por supuesto —el agente se sacó un cuaderno de notas del bolsillo de la camisa—. Roy y Willis peinaron todo el edificio e incluso el camino campo a través que recorre este lado del hospital. No encontraron nada. Entrevistaron a decenas de personas y nadie parece haber visto ni oído nada sospechoso —suspiró—. Es como si nuestro francotirador se hubiera desvanecido en el aire.

Mitch se pasó una mano por la cara intentando concentrarse en la conversación… cuando lo que le pedía el cuerpo era salir a buscar a Alex. Pero lo primero era lo primero.

—Bueno, eso sí que no pudo hacerlo. Nadie desaparece así como así. Tenemos que insistir en la búsqueda, eso es todo. Alguien tiene que darnos noticias de él —miró su reloj. El asesinato se había producido unas cuatro horas atrás.—. Quiero que todos los voluntarios que consigáis reunir se dediquen a peinar ese bosque. Y quiero que esa chica aparezca antes del amanecer.

—Tenemos ahora mismo a los nuestros, a un grandullón de la milicia de la alcaldía y a una docena de voluntarios rastreando la zona —le aseguró Dixon—. Si todavía sigue por ahí, seguro que la encontraremos.

—Eso es lo que quería escuchar —Mitch hizo una lista mental de tareas pendientes—. Ashton y yo nos incorporaremos al grupo de búsqueda después de pasar por comisaría. Tú asegúrate de que el escenario del crimen siga intacto. Puede que el grupo de los chicos de la científica necesiten analizarlo de nuevo —pensó que era una suerte que la Oficina de Investigación de Tennessee estuviera cerca y hubiera reaccionado con tanta rapidez.

—Bien —Dixon se dio unos golpecitos en la frente, pensativo—. Una cosa más, sheriff. El jefe Lowden me dijo que no reclamaría la jurisdicción dado que el asesinato de Saylor cae dentro de la nuestra. Pero quiere asegurarse de que lo mantengamos informado en todo momento.

Mitch asintió.

—Lo llamaré. Gracias, Dixon.

Saylor acababa de entrar en el cuerpo. Su esposa todavía vivía en Knoxville, esperando vender la casa. Y Mitch tenía una llamada pendiente: la última que deseaba hacer. Pero había que hacerla. El jefe Lowden ya había comunicado la noticia a la señora Saylor personalmente.

—Vamos, Ashton.

Con las manos enterradas en los bolsillos, Ashton lo siguió al pasillo. Mitch saludó al agente apostado en la puerta y de inmediato volvió a pensar en su acompañante, el brillante abogado de la Agencia Colby. El traje de marca que llevaba probablemente costaría el salario mensual de un sheriff de condado como él. Sin embargo, pese a su atuendo, Ashton parecía un tipo honesto y decente. Se había mostrado muy cordial durante el vuelo, ilustrándolo sobre los detalles del caso en el que Alex había estado trabajando. Que a buen seguro no habían sido todos.

La irrupción del nombre Bukovak había sido una sorpresa para Mitch. Supuestamente Alex había estado investigando la desaparición de Marija Bukovak, una estudiante de intercambio, de nacionalidad croata, que había vivido con Phillip y Nadine Malloy durante su último año de instituto. Tres meses atrás había dejado Tennessee para reunirse con su hermana mayor en Chicago. Pero Marija se había evaporado en el aire desde que los Malloy se despidieron de ella en el aeropuerto de Nashville.

Según Ashton, su hermana Jasna había renunciado a encontrarla por sí sola y había recurrido a la Agencia Colby una vez fracasadas las pesquisas policiales. Al parecer, Jasna Bukovak se había reservado un par de datos relevantes cuando contó a la agencia su versión de la historia. Mitch se preguntó por qué Alex no le habría revelado la verdad sobre sus actividades en Shady Grove: eso ciertamente habría facilitado las cosas a ambos.

Saludó con una sonrisa a la enfermera de sala y pulsó el botón del ascensor. Una docena de preguntas bullían en su cabeza, afectando su capacidad de concentración. ¿Quién habría podido beneficiarse de la muerte de Miller? El pobre no había contado con otros ingresos que su salario como agente de sheriff. Era una persona que caía bien a todo el mundo. Era soltero y tenía bastante éxito con las mujeres… lo que tal vez explicaba que Alex hubiera buscado su compañía.

Una incómoda sensación se sumó a aquel baile de pensamientos inconexos. Frunció el ceño. ¿Qué diablos le estaba pasando? Primero se imaginaba que Ashton era amante de Alex, y luego le atribuía aquella misma condición a Miller. Suspiró. Estaba demasiado cansado de pensar, de hacer cábalas: eso era todo. Tenía que dejar de conceder tanta importancia a lo sucedido durante aquellas pocas horas que había pasado cenando con ella. Aquella única noche no había cambiado nada. No conocía a Alex Preston. Peor aún: le había mentido desde el principio.

Llegó el ascensor. Mitch cedió el paso a Ashton y pulsó el botón del vestíbulo. Después de telefonear a la esposa de Saylor, necesitaría entrevistarse con el responsable de la batida y seleccionar bien la zona de rastreo. Todo lo demás en la agenda de aquel día tendría que esperar.

—¡Sheriff!

Mitch sujetó la puerta para que Dixon pudiera reunirse con ellos.

—Una cosa más… —pronunció jadeante mientras se colaba en el ascensor a toda prisa—. A Roy le ha molestado que Willis no le dejara revisar la habitación de la señora Preston en el hotel. Willis se oponía a franquearle la entrada sin contar con una autorización directa del sheriff, de modo que aún sigue precintada.

Mitch esbozó una mueca al pensar en su primo. Siempre demasiado diligente… y demasiado autoritario con sus propios compañeros. Sabía que Mitch no lo respaldaría si alguna vez llegaba a traspasar los límites, a vulnerar alguna regla. Ése era su constante motivo de queja. Lo cual, por cierto, sólo servía para reducir aún más su ya escasa popularidad entre los compañeros.

—No estará de más que volvamos a echar un vistazo a esa habitación.

Dixon sonrió.

—Le diré a Roy que se encargue personalmente.

Mitch resistió el impulso de pedirle a Dixon que lo hiciera él mismo: Roy se regodearía con aquel triunfo durante meses. Evocó aquel primer registro de la habitación de Alex. Se había puesto furioso cuando uno de sus hombres hizo un comentario sobre su ropa interior de seda y se había odiado por ello. Enfrentado a la realidad del engaño del que había sido víctima a manos de Alex Preston, la sensación de traición le había sabido especialmente amarga.

El ascensor se detuvo en el vestíbulo y Mitch se obligó a desterrar aquellos recuerdos. Miró a Ashton: para ser abogado, apenas abría la boca. Pensó que debía de estar analizando fríamente su caso, y tal vez observando de cerca a quien consideraba un enemigo. Pero Mitch no era su enemigo. Lo único que quería era saber quién había asesinado a dos de sus agentes. Y por qué. El asesinato no era un delito frecuente en su condado.

Aun así, no podía sacudirse la sensación de que la relación de Ashton con Alex trascendía el nivel puramente profesional. Supuestamente eso no debería importarle, dado que él no iba a hacerse cargo del caso: era el acuerdo al que había llegado con Colby. Pese a todo, le importaba.

Mientras Dixon se alejaba en el coche patrulla, Mitch subió a su todoterreno con Ashton.

—Supongo que este incidente debería despejar las sospechas de asesinato que recaían sobre Alex —comentó de pronto el abogado, rompiendo el silencio.

Lo dijo casi con un tono indiferente, pero Mitch podía detectar la tensión que se traslucía bajo su inmaculado aspecto. Salió del aparcamiento en marcha atrás, alzando la mirada hacia la ventana del segundo piso del hospital, donde Saylor había perecido.

—Quizá no.

—¡Por favor, sheriff! —replicó Ashton, impaciente—. ¿Cree que Alex se disparó a sí misma? Escapó para salvar la vida. Alguien intentó matarla. Quizá la misma persona que asesinó a Miller. El autor de aquellos disparos probablemente creyó que sabía algo o que podía identificarlo.

Mitch entró en aquel momento en Commerce Street.

—O quizá todo fue un montaje elaborado por su cómplice para hacer que pareciera inocente.

—¿Qué cómplice? —a esas alturas, Ashton estaba más que irritado—. Ella vino aquí sola.

—Eso es lo que dice usted.

—Mire, Hayden —le espetó, furioso—. Ya le he contado todo lo que sé acerca del caso en el que Alex estaba trabajando, pero tengo la sensación de que usted no ha sido completamente sincero conmigo. Me está ocultando algo.

Mitch frenó ante un semáforo en rojo y se volvió para mirarlo. Supuso que, en rigor, debería contarle el resto. De todas formas, no tardaría en averiguarlo… eso suponiendo que encontraran a Alex viva. Porque se negaba a considerar la otra opción.

—Sus huellas estaban en el arma homicida —pronunció al fin.

—¿Y qué? Apuesto a que las de Miller estaban en su pistola. Empate técnico. ¿Quién disparó primero?

—Ésa es la pregunta del millón. No hay manera de saberlo

—¿Cuál fue la versión exacta de Alex? ¿Qué es lo que le dijo a usted? Porque esta mañana se las ha arreglado muy bien para evitar responderme.

—Ella no sabe lo que le pasó —admitió Mitch mientras aparcaba frente a la comisaría.

—¿Qué quiere decir?

Mitch retiró las llaves del encendido y se volvió nuevamente para mirarlo.

—Padece amnesia. No recordaba nada desde que llegó al pueblo.

La furia y un sentimiento bastante más ambiguo y menos definido se dibujó de pronto en los rasgos de Ashton.

—Usted nos aseguró que se encontraba bien.

—Y así era. El disparo no le dejó más que una fea cicatriz. El neurólogo piensa que la amnesia se debió a un golpe recibido en la nuca. Los rasguños que presentaba indican que hubo una pelea —sacudió la cabeza, presa de la misma sensación de frustración que lo había torturado durante las últimas veinticuatro horas—. No sabemos cuándo ni por qué. Porque Miller no presentaba ninguna magulladura que indicara que hubiera participado en la pelea.

—¿Me está diciendo… —quiso asegurarse Ashton—… que no recuerda absolutamente nada?

Mitch sacudió de nuevo la cabeza. Él mismo no estaba completamente seguro de ello.

—Lo recuerda todo justamente hasta su llegada al pueblo. Sabe quién es, dónde trabaja… —se encogió de hombros—… todo excepto lo que yo necesito que sepa.

—Victoria querrá llamar a un especialista.

—Ya lo he hecho yo —bajaron del todoterreno y lo hizo entrar en el edificio donde solía pasar la mayor parte del día—. El neurólogo dijo que podía recordar parte, todo o nada —se detuvo en la puerta, volviéndose hacia él una vez más. Y esperando que su mirada no traicionara lo desesperado de la situación—. Quizá hoy mismo, o mañana, o nunca. Y sus recuerdos siempre serán fragmentarios, como las piezas de un puzle.

—De modo que no dispone usted de testigos ni de móvil conocido —repuso el abogado—. No tiene usted caso, sheriff. Legalmente ni siquiera puede retener a Alex durante más tiempo del que ya lo ha hecho.

—Le diré lo que tengo, Ashton —se le enfrentó, airado—. Tengo sus huellas en el arma homicida y muestras de pólvora procedentes de su mano derecha. Puede que no sea gran cosa, pero no necesito más para abrir un caso y usted lo sabe.

—Eso ya lo veremos, Hayden —una lenta sonrisa asomó a sus labios—. Es imposible que Alex matara a ese policía a no ser que fuera en defensa propia. Jamás me hará sospechar lo contrario. Y por supuesto será incapaz de demostrarlo en un tribunal.

Mitch abrió la puerta y entró el primero, con Ashton siguiéndole los pasos. Eso era lo que más le irritaba de los abogados: su apabullante seguridad en sí mismos. Lo malo era que probablemente aquel abogado en concreto tenía razón. No sólo le llevaría una enorme cantidad de tiempo justificar una acusación de asesinato contra Alex bajo las presentes circunstancias: a él mismo también iba a costarle bastante creérsela.

 

 

Después de dejar a Ashton en el único hotel del pueblo, el mismo donde se había quedado Alex cuando llegó a Shady Grove, Mitch puso rumbo a su casa. Aparcó delante de la puerta y apagó el motor. Durante un buen rato se quedó mirando la oscura silueta del edificio. Últimamente siempre regresaba tarde a casa. Y en muchas ocasiones con trabajo pendiente.

Estaba terriblemente cansado. Demasiado para preocuparse de abrir el garaje o de subir la capota del todoterreno. Era una suerte que no hubiera previsión de lluvia para esa noche. Se recostó en el asiento y cerró los ojos por unos segundos. Había registrado cada roca en un radio de quince kilómetros a la redonda y no había encontrado nada. Alex había desaparecido, al igual que el francotirador que se había llevado la vida de Saylor.

Suspiró. La señora Saylor quería llevar el cuerpo de su marido a Knoxville. Era su padre quien se había encargado de los trámites, dado que ella no estaba en condiciones de nada: ni de pensar, ni de hablar ni de tomar decisiones. Mitch había comisionado a uno de sus hombres para que lo ayudara. Y, a las tres en punto de aquella tarde, el condado entero había asistido al funeral del agente Miller. Un nuevo jalón en un día particularmente odioso.

Hacía mucho tiempo que no se producía ningún asesinato en aquel condado. ¿En qué oscuro negocio se habrían mezclado Preston y Miller? Alex sólo llevaba unos pocos días en el pueblo. ¿Cómo podía una simple chica llegada de la ciudad generar un trastorno semejante y en tan poco tiempo? Por lo demás, Mitch se negaba a evaluar el trastorno personal que le había generado a él en unas pocas horas. ¿Y de dónde diablos habría salido aquella droga? Miller no había sido un consumidor. Y habría apostado cualquier cosa a que Alex tampoco.

Aunque lo único que había sabido de ella era que se había presentado en el pueblo haciendo preguntas… sobre una excelente persona que no se merecía que un investigador se dedicara a curiosear en su vida privada. En ningún momento le había mencionado a la chica croata desaparecida. En todo caso, y por lo poco que sabía, se había mostrado únicamente interesada en investigar la trayectoria de Phillip Malloy en busca de algún trapo sucio… Mitch había supuesto que su rival en las elecciones para el senado la habría contratado para ello.

Abrió los ojos, intentando sobreponerse a la sensación de culpa que lo anegaba. La idea de que lo hubiera engañado con tanta frialdad la primera vez que se encontraron aquella noche en la cafetería… lo había enfurecido. De repente lo había visto todo rojo. Había hecho circular la voz de que nadie le facilitara la menor información, de que nadie respondiera a una sola de sus preguntas. En una población tan pequeña como Shady Grove, si el sheriff decía que no había que hablar sobre algo, no se hablaba. Y como ni un solo residente respondió siquiera a su primera pregunta, Alex se presentó una noche en su casa exigiéndole que dejara de entorpecer su investigación. Discutieron, largo y tendido.

Y a la mañana siguiente, la encontraron… con Miller.

Bajó lentamente del todoterreno y se dirigió con paso cansino hacia la puerta. Estaba exhausto y tenía hambre, pero lo peor de todo era otra cosa. El espectro de sus emociones oscilaba entre el miedo por la vida de Alex y la irritación de que se le hubiera escapado antes de haberle podido arrancar la verdad. Y luego estaba esa necesidad que le quemaba las entrañas. Su deseo por ella. El deseo que había surgido la primera vez que la vio. Incluso la ira que sintió al descubrir que le había mentido no había conseguido sofocar aquel fuego creciente, aquel incendio interior. Era lo más absurdo que había experimentado en su vida.