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Debra Webb

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Beschreibung

La periodista más apreciada de Atlanta quería que despidieran a su cámara. ¿Por qué? Pues porque con sólo mirar a aquel atractivo latino se moría de ganas de tocarlo y comprobar si realmente era tan ardiente como aparentaba. Aquel hombre era una distracción que no se podía permitir... cuando su principal preocupación era mantenerse viva. Pero había algo que Piper Ryan no sabía y que podía salvarle la vida. Resultaba que Ric Martínez era algo más que un cámara guapo y altanero capaz de hacerla derretir y empeñado en protegerla...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Debra Webb. Todos los derechos reservados.

ALGO PRIVADO, N.º 73 - 3.9.10

Título original: Personal Protector

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2005.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-853-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Acerca de la autora

Personajes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Acerca de la autora

 

Debra Webb nació en Alabama. Empezó a escribir a los nueve años. Con el tiempo se casó con el hombre de sus sueños y se dedicó a diversos trabajos, como vender aspiradoras, trabajar en una fábrica, en una guardería, un hospital y unos grandes almacenes. Su marido entró en el ejército y se trasladaron a Berlín, donde Debra trabajó como seretaria en el despacho de un general. En 1985 volvieron a Estados Unidos y se instalaron en Tennessee, en un pueblo donde todo el mundo se conoce. Con el apoyo de su esposo y de sus dos hijas, Debra volvió a escribir e hizo realidad su sueño de publicar sus libros.

Personajes

 

Piper Ryan: La periodista más excitante de todo Atlanta. Una organización terrorista americana quiere verla muerta. Y sus miembros tienen planes muy especiales para ella.

 

Ric Martínez: Es su primera misión de importancia para la Agencia Colby. Tiene que permanecer muy concentrado, pero la bella y misteriosa Piper se lo pone difícil.

 

Victoria Colb: La máxima autoridad de la Agencia Colby.

 

Lucas Camp: El director ejecutivo de una organización secreta dependiente del gobierno. Piper es su única sobrina.

 

Jack Raine: Un confidente de confianza para Victoria y para Lucas.

 

Townsend y Green: Agentes del FBI encargados de la seguridad de Piper Ryan.

 

Dave Sullenger: El director de informativos de WYBN Televisión.

 

Keith: El nuevo secretario del director de WYBN Televisión.

Senador Rominski: El presidente de los Estados Unidos lo ha puesto a la cabeza de la nueva división antiterrorista. Y también tiene planes para Piper.

 

Jacob Watts: Ayudante personal del senador. Quiere labrarse un nombre.

 

Alex Preston: Una de las mejores agentes de la Agencia Colby.

Prólogo

 

—Espero que no me estés ocultando algún detalle importante, Lucas —Victoria fijó la mirada en su antiguo y querido amigo. Las sienes encanecidas y el malicioso brillo de sus ojos grises hacían verdaderos estragos en su habitual impasibilidad.

La sugerencia le arrancó una sonrisa.

—¿Acaso no confías en mí, Victoria? —apoyó el bastón en un brazo de la silla y ladeó la cabeza, subrayando su pregunta.

Victoria arqueó una ceja, escéptica.

—Yo no confío en nadie que haya trabajado para la Agencia y para Operaciones Especiales. Y tú tampoco, por cierto.

—Bueno, supongo que no puedo culparte por ello. Pero sabes perfectamente que yo jamás te engañaría, Victoria.

El sonido de su nombre en sus labios logró conmoverla profundamente. Sí, sabía que le estaba diciendo la verdad. Lucas jamás haría nada que pudiera perjudicarla. Él siempre había estado a su lado, y en aquel momento ella tenía la oportunidad de compensarlo mínimamente por todo lo que le debía.

—De acuerdo entonces. Creo que tengo al hombre perfecto para el trabajo —Victoria pulsó el botón del intercomunicador—. Mildred, por favor, dile a Ric Martínez que entre.

—¿Martínez? —Lucas frunció el ceño—. No lo conozco.

—Sí, es nuevo. Pero bueno. Y posee el perfil adecuado.

—¿Te importa si lo someto a una pequeña prueba? —inquirió, ya serio—. Después de todo, estamos hablando de la única sobrina que tengo.

Victoria se encogió levemente de hombros.

—Como quieras.

Se abrió la puerta y Ric Martínez entró en la sala. Alto, moreno, guapo, su belleza latina y su capacidad de seducción le habían reportado notables éxitos en su trabajo. Ric podía seducir o engañar a cualquiera.

—¿Querías verme? —le preguntó a Victoria.

—Sí. Por favor, toma asiento —le señaló la silla libre delante del escritorio.

Pero antes de que Ric pudiera sentarse, Lucas se puso en movimiento.

—Cierra los ojos, Martínez —levantándose rápidamente, le encañonó la sien con su pistola. A pesar de su cojera, conservaba una gran agilidad.

—¿Qué diablos le pasa?

—Cierra los ojos.

Victoria le hizo una seña con la cabeza y Ric obedeció la orden.

—De acuerdo —pronunció fríamente—. Tranquilo.

—No, si yo estoy muy tranquilo —Lucas acercó aún más el cañón a su sien—. La pregunta es si lo estás tú.

—Ahora mismo estaré como usted quiera que esté, eso se lo garantizo.

—¿Qué es lo que viste cuando hace un momento entraste en esta sala?

Con los ojos aún cerrados, Ric frunció el ceño.

—¿Qué?

—Dale a tu jefa una descripción de mi persona. Tienes treinta segundos.

—Pelo negro, gris en las sienes —empezó Ric, aparentemente relajado—. Alto, musculoso. Cincuenta años, más o menos. Ah, y tiene una pequeña cicatriz en la mejilla, debajo del ojo derecho. Obviamente, usa bastón.

—¿Algo más? —le espetó Lucas impaciente.

—Ah, sí —añadió con tono burlón—. Lleva un reloj deportivo, un traje barato de color azul marino y los mismos zapatos que solía llevar mi abuelo.

A Victoria no le pasó desapercibida la sonrisa que asomó a los labios de Lucas. Ella también sonrió.

—Muy bien, Martínez —Lucas bajó el arma—. Ya puedes sentarte. A no ser, por supuesto, que quieras cambiarte de pantalones.

—Oh, no hay problema —y se sentó.

—Tenías razón, Victoria. Es bueno.

—¿Te importaría explicarme la broma? —inquirió Ric con tono irritado—. Sabía que existía una cierta dosis de riesgo cuando firmé el contrato, pero lo que no esperaba era que lo correría en tu despacho.

—Ric, te presento a Lucas Camp. Trabaja en una organización secreta de operaciones especiales de la que no puedo darte detalles. Y además es un gran amigo mío.

Vio que Ric la miraba incrédulo, como si se estuviera preguntando de qué podía conocer a un hombre como Lucas. Lo cierto era que sabía demasiadas cosas de las que él, como novato, ni siquiera alcanzaba a imaginar.

En cuanto a Ric, estaba seguro de que no olvidaría fácilmente aquella reunión. ¿Qué diablos estaba haciendo aquel tipo allí? A pesar de su incomodidad, le tendió la mano.

—Le diría que es un placer conocerlo, señor Camp, pero no quiero mentirle.

—Si me lo dijeras —se la estrechó—, tendría que cambiar mi opinión sobre ti.

—Ric, tengo una misión para la que estás singularmente bien capacitado —le espetó Victoria.

—Estupendo —repuso, expectante. Por fin Victoria había empezado a reconocer sus capacidades.

—Ésta es Piper Ryan —le explicó Victoria mientras le entregaba una carpeta—. Es una nueva corresponsal para la cadena de televisión de Atlanta.

Ric abrió la carpeta, sin dejar de escucharla. Su atención se vio instantáneamente atraída por la fotografía de una mujer joven y extraordinariamente hermosa.

—¡Vaya! ¡Menudo bombón!

—Piper es la sobrina de Lucas —se apresuró a señalarle su jefa.

Ric maldijo para sus adentros. Alzó los ojos y se encontró con la fulminante mirada de Lucas.

—Lo he dicho con el mayor de los respetos.

Lucas se volvió hacia Victoria:

—¿Y dices que éste es el hombre adecuado para el trabajo?

Ric se tensó. Y volvió a maldecir para sus adentros. Su primera gran oportunidad y la desaprovechaba por bocazas…

—Lo es, sin lugar a dudas.

Suspiró de alivio. Quizá, después de todo, no fuera demasiado tarde…

—Hace un mes —empezó a explicarle Victoria—, Piper y cinco periodistas más fueron invitados a una conferencia de prensa secreta convocada por un grupo terrorista denominado Soldados de la Unión Soberana, SUS.

Ric asintió. Aunque no había visto a Piper en los informativos, sí que estaba al tanto de aquella clandestina conferencia de prensa. Recordaba que los periodistas, con una venda en los ojos, habían sido trasladados a un remoto paraje. El líder del grupo había confiado en ganarse las simpatías de la prensa. Pero en lo que finalmente los medios habían publicitado había brillado por su ausencia cualquier tipo de simpatía por aquella causa.

—Vi alguna de esas informaciones.

—Entonces sabrás que tres de aquellos periodistas han fallecido de muerte violenta a manos de aquella gente. El FBI está investigando y garantizando protección a los restantes, incluida Piper.

—¿Qué papel quieres que juegue yo en todo esto?

—Lucas se ha encargado de los detalles. Con tu experiencia como técnico de vídeo, harás un buen papel como cámara recién asignado a Piper. Tu misión consistirá en seguirla como una sombra.

—¿Qué pasará con mis horas de trabajo?

—Ya me he ocupado de eso también —se adelantó Lucas—. Conseguí que el vecino del apartamento contiguo al de Piper se ganara unas merecidas vacaciones en Hawai. Se ha marchado hoy mismo. Tú le guardarás el apartamento mientras tanto.

Ric arqueó una ceja.

—¿Y su hija no sospechará de mi súbita aparición en su vida como vecino y nuevo cámara suyo?

—Mi sobrina es una profesional muy ocupada. No perderá el tiempo haciéndose preguntas por un tipo como tú.

Ignorando aquel despreciativo comentario, esbozó una fría pero cortés sonrisa.

—Ya. Sin embargo, no deja de extrañarme que no confíe lo suficiente en el FBI como para asignarle la protección de su sobrina. ¿Alguna razón en particular?

Victoria intentó advertirle con un carraspeo. Se estaba metiendo en un terreno peligroso.

—Si no hubiera tomado precauciones suplementarias no habría conseguido sobrevivir durante tanto tiempo en este negocio, Martínez. Yo nunca dejo nada al azar.

—¿Tiene el FBI a alguien dentro? —quiso saber Ric.

—Tienen a un hombre infiltrado en el SUS, un topo —Lucas apoyó las dos manos en el puño de su bastón—. Y a alguien muy especial preparado para apoyarlo en caso de que lo necesite.

—Jack Raine vuelve a estar en activo —añadió Victoria—. Es el mejor que hay. Podrás contar con él —se volvió hacia Lucas—. Aunque me sorprende que lo hayas convencido de que vuelva. Últimamente estaba completamente dedicado a su esposa y a su hijo recién nacido.

Ric recordaba bien a Jack Raine. Su caso era legendario.

—La cuestión, Martínez —prosiguió Lucas—es que quiero a alguien vigilando a mi sobrina las veinticuatro horas del día. Quiero que comas, duermas y respires con Piper Ryan hasta que yo pueda pararles los pies a esos canallas.

—Podré hacerlo —le aseguró Ric.

—Eso espero —le lanzó una mirada de advertencia—. Porque te hago personalmente responsable de la seguridad de mi sobrina. No me defraudes.

—Puede estar tranquilo, señor Camp. Se lo aseguro. Esta misión será un paseo para mí.

Capítulo 1

 

—Llego tarde —masculló Piper Ryan con tono irritado. Aferrada al volante, contempló las interminables filas de coches que invadían los tres carriles de la carretera. Detestaba la hora punta de la mañana.

Especialmente los lunes. Y sobre todo cuando ya llegaba tarde.

Las eternas obras de aquella zona del centro de Atlanta sólo contribuían a empeorar la situación. Y el hecho de que la temperatura hubiera rebasado ya los treinta grados a las nueve de la mañana tampoco ayudaba en nada.

Miró por el espejo retrovisor. El Sedán oscuro que no se despegaba de ella se hallaba tres coches más atrás, en el carril derecho. Seguro que no era la única en quejarse del tráfico de aquella mañana. Los dos agentes del FBI asignados para vigilarla tampoco debían de estar muy contentos. El hecho de saber que estaban allí era un consuelo, por mucho que le molestara admitirlo.

Resopló frustrada, se recostó en el asiento y se dedicó a reflexionar sobre el caótico panorama que se extendía ante ella. La vida en la gran ciudad. ¿No había sido precisamente el otro día cuando se había jactado de lo entusiasmada que estaba de vivir en una de las más florecientes y bulliciosas ciudades del país? «A excepción del tráfico», debería haber matizado.

Sonaron varias bocinas y algunos conductores protestaron a gritos. Los motores no eran lo único en calentarse en un día como aquél. De repente, para su sorpresa, alguien intentó abrirle la puerta del coche, por el lado del conductor. Cuando giró la cabeza, vio el negro cañón de una pistola. Parpadeó varias veces, incrédula. Como en una película a cámara lenta, alzó la mirada y se encontró con una mirada llena de odio.

Antes de que tuviera tiempo de gritar, otro hombre se abalanzó sobre su agresor. Sonó un disparo y el estallido de un cristal. El miedo la envolvía, robándole el aire de los pulmones.

—¡Huye! —gritó una voz masculina.

Sin pensárselo dos veces, hundió el pie en el acelerador. Esperó escuchar el crujido metálico del choque contra otro vehículo, pero para su asombro no fue así. Los coches se estaban moviendo. Justo a tiempo. El pulso le atronaba en los oídos. Miró por el espejo retrovisor y vio a dos hombres forcejeando en la mediana de dos carriles, con las dos filas de coches en marcha. ¿Y si el hombre que la había salvado resultaba atropellado? Por cierto… ¿quién diablos sería? Seguro que no era uno de los federales asignados a su vigilancia.

Justo cuando se disponía a llamar a la policía por su móvil, el Sedán frenó en seco un par de coches por detrás de ella, interrumpiendo el tráfico. Los agentes del FBI, claramente reconocibles por sus trajes negros y gafas oscuras, salieron rápidamente y corrieron hacia los dos hombres que seguían peleando en el suelo.

«Tranquila», se dijo Piper, soltando un profundo suspiro. «Maldita sea, esta vez te has librado de milagro». Su tío Lucas se pondría hecho una furia cuando se enterara. Sintió ganas de gritar. Ni siquiera podía dirigirse tranquilamente a su trabajo sin que alguien se acercara para atacarla.

Intentó hacer acopio de la poca fuerza interior que todavía le quedaba. Lo ocurrido durante aquel último mes había conseguido mermar sensiblemente su capacidad para afrontar aquella locura. No tenía forma alguna de reconocer al enemigo. Podía ser cualquiera.

«No te rindas», murmuró, apretando los dientes. No podía derrumbarse en aquel momento. Después, cuando estuviera sola y en casa, daría rienda suelta a su desahogo. Pero no ahora. Tenía trabajo que hacer.

Cuando por fin entró en el aparcamiento de la cadena de televisión WYBN, el terror había ido cediendo paso a una rabia sorda. No se rendiría. No se convertiría en una cautiva en su propio hogar o en alguna casa de seguridad, tal y como pretendía su tío.

Bajó del coche y contempló el cristal destrozado. Le encantaba su pequeño deportivo rojo. Llamar a la agencia de seguros y al taller de reparación sería lo primero que tendría que hacer esa mañana. Pero al menos no se encontraba en una ambulancia, camino del hospital. Se acordó de su anónimo salvador. Esperaba que no hubiera resultado herido.

Ojalá hubiera alguna manera de esconderle el episodio a su tío y de paso a su jefe, pensó mientras se dirigía hacia las escaleras del fondo donde la esperaba el vigilante. Pero era inútil. Seguro que alguno de los agentes del FBI ya le habría telefoneado para informarlo. Y Dave, el director de informativos, probablemente también lo sabría.

Sonriendo, el vigilante le abrió la puerta y la siguió. Abatida, subió las escaleras hasta la redacción de informativos. Tres de los periodistas que habían asistido a aquella maldita rueda de prensa estaban muertos: sólo quedaban ella y dos más. Quizá el tío Lucas tuviera razón. La imagen de aquel negro cañón de pistola volvió a asaltar su mente. Tal vez debería hacerle caso y esconderse hasta que todo aquello hubiera pasado…

—Ni hablar —murmuró, cuadrando los hombros y alzando la barbilla.

 

 

—Detenla justo aquí —le pidió Piper mientras contemplaba las imágenes de la pantalla—. Ahora pon el horizonte de fondo y difumínalo.

—Ya está —los ágiles dedos de Ned se movieron sobre las teclas y la secuencia terminó justo como ella la había imaginado. El reportaje ya estaba listo para ser emitido.

—Perfecto —se levantó de su asiento, satisfecha—. Dave quiere emitirlo hoy a mediodía. Y repetirlo en las noticias hora punta de la tarde.

—Se lo pasaré cuanto antes —le sonrió Ned—. Buen trabajo, Piper. A la audiencia le encantará.

—Gracias. Le diré a Jones que te ha gustado. No habría podido hacerlo sin él.

—Jones es un auténtico crack. Y tú también.

Satisfecha, Piper atravesó la redacción de informativos de WYBN Televisión. Jones era el mejor cámara que había existido nunca, como él mismo se ocupaba de recordárselo de vez en cuando. No habían dejado de trabajar juntos desde el día en que entró en la agencia como periodista, cuatro años atrás. Dave, el director de informativos, había acertado al seleccionarlos para que formaran equipo, algo de lo que siempre le estaría agradecida. Por muy bueno que fuera el trabajo de un periodista, resultaba imprescindible una perfecta sintonía con el cámara.

Finalizado el reportaje sobre las bandas de delincuentes de la ciudad, Piper se acordó de que le debía a Jones una cena en Ray’s. Se sonrió. Una mesa en Ray’s con una espléndida vista del río Chattahoochee sería un cambio muy agradable comparado con la comida rápida que habitualmente tenían que engullir en la furgoneta mientras se dirigían a rodar. En un trabajo como aquél, el tiempo era siempre un bien escaso.

El constante timbre de los teléfonos y el rumor de las conversaciones eran la nota característica de la redacción de informativos, siempre sumida en una actividad frenética. Las noticias desfilaban por las pantallas de los monitores durante las veinticuatro horas del día. Los periodistas se apresuraban a tomar nota de cualquier dato que pudiera convertirse en noticia. Sonrió de nuevo. Era el corazón de la cadena.

Y Piper Ryan se sentía inmensamente satisfecha de formar parte del mismo. Según su agente, su reciente popularidad entre los telespectadores era el primer y exitoso paso hacia responsabilidades más importantes. Dave no la retendría mucho más tiempo allí. Y ella echaría de menos aquello.

Su agente ya estaba apostando por mercados más amplios. Pero Piper no estaba dispuesta a marcharse a ninguna parte sin Jones. Formaban el equipo ideal. Tal vez ella se hubiera hecho muy popular en Atlanta, pero era Jones quien lo capturaba todo en película, para que el mundo lo viera. Llegado ese momento, Dave Sullenger tendría que resignarse a perderlos a los dos.

—¡Piper!

—Hablando del rey de Roma —musitó mientras desviaba la mirada hacia la puerta del director.

Allí estaba, haciéndole señas para que se acercara. Ya habían tenido su reunión de plantilla del lunes por la mañana: nada podía haber cambiado durante la última hora. No le había mencionado su retraso, y le había sorprendido bastante que no le hubiera preguntado al respecto. Al parecer los federales no le habían dicho nada, y ella tampoco había querido preocuparlo a una hora tan temprana de la mañana. Ya se enteraría del suceso, de eso estaba segura. Tan pronto como el FBI lo pusiera al tanto de todo, Lucas llamaría a Dave para regañarle una vez más por consentir que Piper continuara trabajando para él.

Desechó ese pensamiento. Lo que tenía que hacer era localizar a Jones y largarse. Tenía una entrevista apalabrada con varias familias de residentes de Hope Place, la zona que últimamente estaba padeciendo más ataques vandálicos.

—¿Qué pasa? —preguntó, deteniéndose en el umbral.

—Tengo que hablar contigo de una cosa que no quise mencionarte en la reunión de esta mañana.

Dave parecía demasiado serio. Piper tuvo un mal presentimiento.

—¿De qué se trata?

—Jones ha tenido que marcharse por una emergencia. Estará fuera de la ciudad un par de semanas.

Piper parpadeó varias veces, sorprendida.

—Pero si anoche mismo estuve hablando con él y no me dijo nada…

—Él mismo no se enteró hasta esta mañana. Es un asunto personal sobre el que no quiso extenderse mucho. Así que tomó el primer avión para Detroit.

Piper se dijo que tenía que haberse tratado de una emergencia muy seria. Nunca antes se había marchado de esa forma, sin avisarla. Más que colaboradores, eran amigos.

—Lo llamaré por si puedo ayudarlo en algo —dijo más para sí misma que para Dave.

—No… no creo que sea una buena idea. Jones me dio la impresión de que era un asunto íntimo… e insistió en que nos llamaría cuando pudiera.

Piper estaba perpleja. Todo aquello le parecía demasiado misterioso, además de absurdo.

—Bueno, de acuerdo, si eso fue lo que te dijo…

—Mientras tanto, te he conseguido un nuevo cámara —continuó Dave. Ante la angustiada expresión de Piper, se apresuró a tranquilizarla—: No te preocupes. Será sólo un cambio provisional, hasta que regrese Jones.

—Vaya, no sabía que tuviéramos sustitutos —no había visto caras nuevas en la redacción.

—Hace unos minutos he entrevistado a un tipo —le explicó Dave—. Está aquí ahora mismo —miró a alguien detrás de ella, en la redacción—. Martínez, te presento a Piper Ryan.

«Estupendo. Justo lo que necesitaba», pensó. Un fichaje recién recogido de la calle. Pero al volverse para mirarlo, se quedó con la boca abierta. Un tipo alto, moreno y extraordinariamente guapo caminaba lentamente hacia ella. Tenía el pelo negro, muy corto. La mandíbula cuadrada y los rasgos exquisitamente cincelados le recordaron inmediatamente el rostro de una estatua clásica. El canon mismo de la perfección.

Y luego estaba su cuerpo… Piper estaba sin aliento. Unos hombros muy anchos, destacados por una camisa de seda blanca, con los faldones por encima de un pantalón ancho y negro. Aquel hombre parecía recién salido de una revista de moda masculina.

Definitivamente no se parecía a ningún cámara que Piper hubiera conocido antes. Para empeorar las cosas, cuanto más se acercaba a ella, más obvio resultaba que era perfectamente consciente de su atractivo. Exudaba confianza por todos sus poros. Una confianza, de tan descarada, escandalosa. Como si le estuviera diciendo con la mirada: «cierra la boca, pequeña, porque ya sé lo guapo que soy». Aquel hombre no había nacido para estar detrás de una cámara, sino delante.

—Ric Martínez —le tendió la mano—. Es un placer conocerla, señorita Ryan —su voz profunda y vibrante tenía un leve acento sureño.

Transcurrieron varios segundos antes de que Piper recuperara la presencia de ánimo suficiente para estrecharle la mano, y cuando lo hizo se sintió flotar. Al cerrarse sobre los suyos, sus largos dedos le provocaron un delicioso estremecimiento.

—¿Podría disculparnos un momento, señor Martínez? —le espetó de pronto, retirando la mano con la misma brusquedad. Acto seguido, hizo entrar a su jefe en el despacho y cerró la puerta de cristal—. No puedes hablar en serio —susurró.

Dave frunció el ceño antes de mirar a Martínez, que esperaba pacientemente al otro lado.

—Yo no le veo el problema. Diablos, es un tipo debidamente cualificado. Revisé todas sus referencias antes de entrevistarlo.

—Mira cómo va vestido… —lo miró de reojo—. Si parece que va a desfilar por una pasarela de moda masculina… No tiene aspecto de cámara. O, al menos, del cámara que yo necesito —camiseta y vaqueros era el atuendo favorito de Jones.

Dave seguía frunciendo el ceño, impaciente. Detestaba los conflictos, sobre todo entre miembros de su plantilla.

—Ya sabes que yo jamás me he metido con la vestimenta de nadie en esta empresa, a excepción de los que se ponen delante de la cámara. Al tipo le gusta vestir bien. ¿Qué tiene eso de malo?

—¡Pero si parece un… un gigoló de categoría! —un gigoló increíblemente guapo, eso tenía que admitirlo—. Esto no va a funcionar. ¿Me ves a mí por el barrio de Hope Place con un tipo así siguiendo mis pasos? ¿Cómo conseguiré atraer la atención de la gente? Todos se lo quedarán mirando embobados. Esto no va a funcionar…

En aquel preciso instante, como si hubiera dicho algo absolutamente gracioso, una gran sonrisa se dibujó en el enjuto rostro de Dave:

—No me digas que tienes miedo de que ese listillo te robe la atención…

Piper rabió ante aquel comentario, pero se tragó la primera respuesta que le vino a la cabeza. Después de todo, Dave era su amigo. Y su jefe.

—Voy a hacer como si no hubiera oído nada. Sabes perfectamente que no era eso lo que quería decir…

Pero Dave le lanzó una mirada ligeramente acusadora.

—Si crees que no podrás arreglártelas con él… —se encogió de hombros con gesto indiferente—… esto es, si crees que puede existir algún tipo de atracción extraprofesional entre vosotros que…

La mirada que le lanzó Piper lo dejó con la palabra en la boca.

—No sigas por ahí —le advirtió. Tenía un contrato y un agente que velaba por sus intereses. No era una cualquiera en la empresa. No estaba obligada a hacer nada que la hiciera sentirse incómoda. Y definitivamente no estaba dispuesta a que la acusaran… de lo que su jefe estaba insinuando.

Dave suspiró, cansado, y se pasó una mano por la cara.

—Sólo serán dos semanas. Además, esto se me escapa de las manos —se sentó en el brazo de un sillón—. Martínez debe de estar relacionado con las esferas altas de la cadena, porque me ordenaron que lo contratara.

Piper alzó los ojos al cielo, expresiva. Aquello estaba mejorando por momentos.

—Genial. Así que se supone que voy a tener que hacer de niñera de ese Casanova durante dos semanas, gracias a la larga mano de un pariente suyo. Es perfecto. Por si no tenía ya bastante con los federales siguiéndome a todas partes, ahora además tendré que entretener a este galán de película —se interrumpió, vacilante, al evocar el episodio de aquella mañana. Se negaba a pensar en ello. Si cedía a la tentación, se derrumbaría. Tenía que ser fuerte—. Te lo digo una vez más, esto no va a funcionar, Dave. Ese tipo no es el adecuado. Sobre todo su… su atuendo.

—A mí me parece bien. ¿Qué diablos quieres que lleve? ¿Un traje de tres piezas? Estamos en agosto, por el amor de Dios…

Piper se quedó callada, asaltada su mente por una perturbadora imagen de Martínez vestido de traje. Otra oleada de calor interno la barrió por dentro, irritándola aún más.

—Tú intenta llevarte bien con él, ¿de acuerdo? —le rogó Dave—. Me gusta el trabajo que tengo y quiero seguir así.

Procurando sosegarse, Piper se alisó la ligera chaqueta de rayón que llevaba y adoptó la actitud de «calma tensa» que tanto la caracterizaba. Al fin y al cabo, sólo serían un par de semanas. Podría soportarlo. Tampoco tenía sentido complicarle la vida a su jefe.

—De acuerdo. Me aseguraré de que haga un trabajo decente hasta que vuelva Jones.

—Sus credenciales son impecables —añadió, esperanzado.

Piper forzó un amago de sonrisa en beneficio de su jefe. Todo aquello no era culpa suya. Mientras pudiera garantizarle su plaza a Jones, estaría contenta. Dos semanas no era tanto tiempo.

—Bien, seguiremos como hasta ahora, entonces.

—Piper.

—¿Sí? —se volvió hacia él antes de abrir la puerta.

—Quiero que lleves mucho cuidado cuando salgas fuera —la miró a los ojos—. Martínez ha sido informado de la situación, pero estoy muy preocupado por ti. Sabes que me sentiría mucho mejor si consintieras en quedarte en la redacción hasta que todo esto haya pasado.

—¿Quién dice que vaya a pasar alguna vez? —objetó ella—. No voy a dejar de vivir, ni a dejar de ser quien soy sólo porque un maldito canalla ha decidido condenarme a muerte —sonrió, esa vez con sinceridad. Dave se preocupaba por ella, y se sentía agradecida por ello—. No te preocupes, jefe. Para eso están los federales, ¿no? Que se preocupen ellos de mantenerme a salvo. Dios sabe que no se apartan ni un metro de mí.

Esa mañana, sin embargo, lo habían hecho. Aunque no podía culparlos por ello. Frunció el ceño al recordar al tipo que la había salvado. ¿Quién diablos sería? ¿Simplemente un buen samaritano, de paso por allí? Se le antojaba demasiado improbable. Tal vez se tratara de otro federal, o de alguno de los amigos de su tío. Sabía que Lucas nunca dejaba nada al azar.

Después de darle una tranquilizadora palmadita en el brazo, se volvió nuevamente hacia la puerta.

—Todo saldrá bien —lo único que tenía que hacer era permanecer alerta. Lo ocurrido esa mañana era un perfecto ejemplo de que no debía bajar jamás la guardia, ni alejarse demasiado de sus protectores.

—No se lo hagas pasar muy mal a Martínez —le pidió Dave—. Tengo la sensación de que esconde algo de valor tras esa frívola apariencia.

—Eso espero yo también.

 

 

Ric soltó un suspiro de alivio cuando Piper salió del despacho de su jefe y lo miró. Por un momento había temido que fuera a montar un escándalo. En cualquier caso, más enfadada que su cámara no podía estar. El tipo se había puesto hecho una furia cuando lo mandaron de vacaciones forzadas a Hawai. Disimuló una sonrisa al recordar lo muy persuasivo que podía llegar a ser Lucas Camp…

—Tenemos una entrevista preparada para las diez —dijo ella, mirando su reloj—. Será mejor que nos pongamos en marcha.

—Mi equipo ya está en la furgoneta.

Se lo quedó mirando por un momento.

—Bien.

Ric se dijo que había llegado la hora de desplegar su capacidad de persuasión. No estaba dispuesto a estropear aquel trabajo. Si Piper Ryan dudaba que pudiera hacer el trabajo normal y regular de un cámara, le demostraría que estaba equivocada. Y la convencería de que sus recelos eran infundados. Sólo en ese momento se permitió una leve sonrisa. Todavía no había conocido a la mujer que pudiera resistírsele. Y esa vez no sería diferente.

La siguió a través de la redacción y después escaleras abajo, hasta el aparcamiento. Los dos agentes del FBI asignados a su vigilancia se adelantaron para revisar el garaje y la furgoneta de la cadena. Para sorpresa de Ric, en la actitud de Piper no quedaba el menor rastro de temor por el dramático episodio de aquella mañana. Ric no pudo evitar preguntarse si sería tan dura como aparentaba ser. Se necesitaba ser de hierro para mirar cara a cara a la muerte y luego caminar tranquilamente como si nada hubiera sucedido.

También decidió que Piper era aún más guapa en persona que en foto. El contoneo de sus caderas era deliciosamente seductor, así como su manera de vestirse. No explotaba sus armas de mujer, pese a lo cual no podía esconder unos atributos que por fuerza tenían que haberla ayudado en su carrera. El traje de corte conservador que llevaba no lograba disimular su sensualidad.

Llevaba el cabello, casi tan negro como el suyo, peinado con un estilo sofisticado a la vez que sexy. Pero eran sus ojos el rasgo más notable de todos: tan azules como un cielo de verano. El tipo de azul cristalino que jamás se habría esperado en una morena. Cuando lo miraba, una marea de calor, de excitación, lo barría por dentro. La atracción estaba ahí, presente, pero nada podía hacer al respecto. Estaba inmerso en una misión, y aunque no hubiera sido así, Lucas Camp lo mataría por albergar siquiera cualquier tipo de pensamiento carnal hacia su sobrina.

—Hope Place está cerca del Memorial Drive —le informó Piper mientras abría la puerta del conductor—. Si nos damos prisa, podremos estar allí a tiempo de rodar un poco de metraje antes de la entrevista.

—Sólo tienes que indicarme el camino —repuso, disponiéndose a cerrársela.

—¿Es que no lo sabes? —lo miró entre sorprendida y acusadora.

—Éste es mi primer día en Atlanta —repuso con una sonrisa confiada—. Pero aprendo rápido.

—Estás de broma, ¿verdad? —rió sin humor—. ¿De veras no sabes orientarte en la ciudad? —su incredulidad se convirtió en algo peligrosamente parecido al pánico al ver que no contestaba—. Oh, Dios mío, hablas en serio…

Ric le dedicó una de aquellas esplendorosas sonrisas con las que habitualmente siempre conseguía lo que quería.

—No te agobies, querida. No te fallaré.

El pánico de sus ojos azules se convirtió en indignación. Pero antes de que pudiera adivinar sus intenciones, Ric extendió una mano y le delineó suavemente el ceño con un dedo.

—Eres demasiado bonita para fruncir el ceño de esa manera, querida.

Retrocedió un paso, sorprendido, cuando ella bajó rápidamente del asiento y se le encaró. Era auténtica furia lo que brillaba en aquel momento en sus ojos.

—Dejemos esto claro, Martínez. Yo no soy tu querida ni ningún otro nombrecito de tu vocabulario de seductor. Me llamarás por mi nombre o no me llamarás en absoluto. Y nada de ponerme las manos encima, ¿entendido?