Los colores del asesino - Heather Graham - E-Book
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Los colores del asesino E-Book

Heather Graham

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Beschreibung

Chloe Marin podía considerarse una mujer afortunada. Solo era una adolescente cuando la mansión de la playa en la que se encontraba con unos amigos quedó reducida a un baño de sangre. Según las autoridades, los asesinos fueron hallados muertos más tarde en el manglar, pero Chloe no terminaba de estar convencida de ello. Diez años después, siendo ya una psicóloga a la que la policía consultaba con regularidad, se vio envuelta en el caso de la desaparición de una joven modelo. Todo el mundo daba por sentado que se había escapado con alguien para disfrutar de la vida, todos menos Chloe, que había empezado a recibir la visita del fantasma de la joven. Alguien más se estaba interesando por la suerte de la modelo: Luke Cane, un investigador privado que estaba indagando en la desaparición por cuenta del padre de la chica. Chloe y Luke no confiaban demasiado el uno en el otro, aunque sí eran conscientes de que había una innegable atracción entre ellos. Pero una segunda masacre empezó a convencer a Chloe de que su presencia ya no podía ser una mera coincidencia...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Heather Graham Pozzessere. Todos los derechos reservados.

LOS COLORES DEL ASESINO, Nº 35 - junio 2013

Título original: The Killing Edge

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3112-4

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

De la mano de la brillante escritora Heather Graham nos llega Los colores del asesino.

Una historia con un inicio y un final trepidante que mantiene la intriga del relato y la emoción del romance entre los protagonistas durante toda la novela.

Ambientada en el sur de la península de Florida, Graham hace una magnífica descripción de la historia y la geografía de la zona. Desde el inquietante y hostil humedal de los Everglades hasta el paraíso tropical de los cayos de Florida, donde un sinfin de pequeñas islas tropicales se pueden recorrer por medio de una carretera: la US1. Sin olvidar la vibrante ciudad de Miami.

En estos increíbles escenarios se mueve un asesino que está dispuesto a acabar su obra.

Estamos seguros de que este relato de suspense romántico con un toque paranormal mantendrá en vilo a nuestro lectores, por eso no queremos dejar pasar la oportunidad de recomendárselo.

Los editores

Para mi familia y amigos del sur de Florida, ya que entre todos han conseguido que esté orgullosa de que Miami haya sido siempre mi hogar. Especialmente para Graham, Franci, DJ Davant… ¡y mi nuevo sobrinito, el último señor Davant!

A Victoria Sophia, Alicia y Bobby Rosello… ¡y a Anthony Robert Rosello!

Prólogo

Plata.

Ese era el color de la noche, de la luz que reverberaba en la luna y que se colaba en el salón a través de las cortinas.

Entró intentando no hacer ruido y calculando mentalmente el espacio de acuerdo con el plano de la casa, y se maravilló de lo clara que resultaba la luz de aquella noche.

Se detuvo ante la forma de un hombre joven que dormía y se agachó para estudiar su rostro. Tan joven, bañado en aquella claridad lechosa suavizada por el resplandor plateado de la noche, cálida y tranquila.

Con una mano enguantada tapó fuertemente la boca del joven y le tajó el cuello. La hoja bien afilada del cuchillo se movió sobre su carne con la misma rapidez que una lancha parecía volar sobre la superficie del mar en calma. Cortarle el cuello a alguien no era ni mucho menos tan fácil como aparecía en las películas. Hacía falta esfuerzo y talento, incluso con un cuchillo tan cortante como aquel.

Él tenía la fuerza. Tenía el talento.

El muchacho apenas hizo un ruido como de líquido que hierve y eso fue todo. A un escaso medio metro de distancia, sobre el suelo, una mujer joven dormía abrazada a una almohada. No oyó nada.

Se acercó a ella.

Oro. Esa fue la impresión que tuvo al acercarse. El color de su pelo.

La envió a otro mundo más glorioso que aquel con fría y rápida determinación y luego contempló con interés su rostro. Permaneció así un instante; luego se dijo que tenía que moverse. Todavía no había alcanzado su objetivo. No trabajaba solo, por supuesto, pero incluso así…

No podía confiar en nadie. No podía estar seguro de que no la jodieran. Además era un hecho indiscutible que solo él tenía una misión que cumplir.

Se detuvo de nuevo. Silencio. La casa estaba llena de silencio. Era hora de hacer su declaración antes de concluir la misión, de modo que mojó un dedo de su mano enguantada en la sangre de la chica, se acercó a la pared y escribió rápidamente antes de que se secara. Aún quedaba mucho por hacer.

Una nube cubrió como un velo la luna dejándolo a oscuras, una negrura que lo dominó todo durante varios segundos.

Negro.

Qué adecuado.

Porque negro era el color de su alma.

Rojo.

Intenso y oscuro rojo.

El color se derramaba espeso y violento sobre el suelo de mármol blanco.

En un principio, oculta como estaba bajo la cama de dos metros de ancho del dormitorio principal, Chloe Marin solo pudo percibir la riqueza de aquel color.

El terror la tenía tan paralizada que no podía percibir nada más allá del intenso color rojo de aquel líquido.

El tiempo también había perdido su sentido. No sabía si acababa de abrir los ojos o si llevaba ya un rato despierta. Había oído algo, un ruido, algo que había bastado para despertarla mientras dormía en la villa de la playa, pero que no la había asustado. El ama de llaves y dos internas dormían en alguna parte de la casa, y había al menos veinte chicos y chicas dispersos por todas las habitaciones, chicos de entre dieciséis y veintiún años.

David Grant, un mazacote estrella de fútbol, se había quedado dormido en el sofá de abajo, y Kit Ames, su novia, había caído en el puro suelo. Con tal de no separarse de David, era capaz de dormir tirada en cualquier parte. Protegía a su novio con más ferocidad de la que demostraban la mayoría de jugadores en el campo.

Pero de pronto algo, tan elusivo que no había podido identificarlo, la despertó por completo, y tuvo la impresión de que sus sentidos se ponían de inmediato en sintonía con la noche. Había percibido movimiento en algún punto de la casa, y no el movimiento natural de aquellos que vivían allí, ni de los invitados, sino algo mucho más sutil, parecido al avance de una serpiente sobre la hierba.

Compartía habitación con dos chicas más, ambas dormidas plácidamente, pero algo no iba bien, aunque no podía explicar por qué tenía esa certeza. Intentó despertar a Jen Petersen, pero Jen estaba tan profundamente dormida que ni siquiera contestó a sus apremiantes susurros. Tuvo más suerte con Victoria Preston, quien empezaba a despertarse cuando vio a aquel hombre entrar en la habitación. Iba vestido completamente de negro con una especie de traje de submarinismo que incluía un verdugo que lo cubría todo excepto la boca y los ojos. No las había visto a ellas y se dirigió directamente a Jen, ante quien se detuvo un instante. Entonces, antes de que Chloe pudiera moverse siquiera, la atacó.

Intentó no gritar y tapó la boca de Victoria con todas sus fuerzas. La cama de Jen era la más próxima a la puerta, de modo que para salir de allí tuvieron que entrar en el baño que comunicaba su dormitorio con el siguiente. Sorprendida por la rapidez con que era capaz de pensar aterrada como estaba, agarró a Victoria por un brazo y la arrastró hasta el baño, cerrando la puerta tras de ella.

Victoria empezó a gritar entonces y Chloe, de un empujón, la hizo salir al pasillo. Cuando iba a salir ella también alguien cerró la puerta desde fuera, lo cual no le dejó más opción que la de retirarse a la otra alcoba.

Había más de un desconocido en la casa, pensó.

Más de un asesino.

La puerta se abrió. Alguien entraba arrastrando un cuerpo muy voluminoso.

Rápidamente se metió debajo de la cama.

La luna llena se abrió paso entre las nubes y derramó su luz blanca como la concha de una ostra por toda la estancia, aprovechando el hueco de las cortinas entreabiertas.

Fue entonces cuando empezó a verlo todo rojo, un carmesí que cubría el suelo y que caía de un punto elevado. Del cuerpo que ocupaba el colchón.

Intentó no gritar y permaneció a la escucha. Se oían pasos, apenas discernibles, pero eran pasos. Miró un poco más allá y vio que el asesino llevaba bolsas de congelar en los pies y el traje de buceo apropiado para las aguas de Florida y el Caribe, que se vendían a miles en aquella zona.

Dos asesinos, uno en aquel dormitorio y otro en el siguiente. ¿O habría más? ¿Habría conseguido Victoria llegar a la planta baja?

Vio sus pies avanzar hacia el cuarto de baño.

Iba a acabar encontrándola debajo de la cama. Seguro.

Consciente de que no tenía otra salida se deslizó de su escondite y con mucho cuidado de no hacer ruido, descalza, fue hasta la puerta que daba al pasillo. Miró antes de salir. No vio a nadie. ¿Quedaría alguien vivo? Tenía que encontrar algo con lo que protegerse.

Nada. Nadie. Corrió por el pasillo hasta la escalera. Una luz ocre difuminaba el espacio del salón que se abría desde la gran escalera, a cuyos pies el rojo ocultaba también el mármol del suelo.

El mismo rojo que deletreaba un mensaje escrito en la pared.

¡Muerte a los profanadores!

Junto a las letras había un dibujo. Era el contorno de una mano algo desfigurado, también dibujado con sangre.

Sintió movimiento a su espalda y se volvió. Brad Angsley, un universitario primo de Victoria, salía dando trompicones de otro dormitorio, sujetándose la cabeza. Corrió hacia él.

–¡Viene detrás de nosotros! –gritó.

–¡Vamos! –contestó ella, y le ayudó a bajar las escaleras. Cuando llegaron a la puerta de dos hojas que daba a la calle, se atrevió a volverse a mirar.

Alguien venía tras ellos, otro hombre también vestido completamente de negro y que portaba una especie de saco sobre el hombro.

¿Qué clase de asesino sería aquel? ¿Cuántos habría en total? ¿Qué pasaría cuando abriese la puerta? ¿Habría otro aguardando al otro lado?

No le quedaba otra que averiguarlo. Forcejeó brevemente con la cerradura, abrió de par en par y salió corriendo, con Brad apoyado en su hombro. Recorrieron el largo camino de grava y llegaron a la zona de aparcamiento donde casi se perdieron entre la extensa colección de BMW, Audi y cafeteras varias que pertenecían a los chicos que ocupaban la casa.

Tras de sí, acercándose cada vez más, se oía el ruido de unas pisadas.

Se volvieron a un tiempo y el cuchillo brilló a la luz de la luna, goteando sangre la hoja.

Apoyó a Brad contra un coche y agarró una estatua de Poseidón. Pesaba, pero la arrancó del suelo para blandirla con ambas manos.

Consiguió impactar con la cabeza de su perseguidor, que reculó varios pasos, y Chloe gritó con todas sus fuerzas, un grito que le pareció que duraba una eternidad hasta que se dio cuenta de que Brad había logrado abrir la puerta de uno de los coches y se había disparado la alarma.

Sus luces rompieron la oscuridad e iluminaron el camino de acceso a la casa. Vio a Victoria salir de los árboles que lo bordeaban agarrada a Jared Walker, que parecía ileso pero pálido como la cera. Agitaba un brazo y gritaba:

–¡Aguanta! ¡Viene ayuda!

Era un teléfono móvil lo que tenía en la mano. Gracias a Dios por la tecnología.

Las luces venían de un coche de policía que se acercaba a la propiedad.

Chloe echó a correr tras su atacante. Ojalá perdiera el equilibro por el golpe, ojalá no pudiera volverse contra ella antes de que la policía le disparase.

El hombre se volvió. La máscara se le había roto donde había impactado la estatua y tuvo la impresión de estarle mirando a los ojos al mal en estado puro.

El corazón le dejó de latir y rezó.

Pero el hombre no arremetió contra ella, sino que miró a la policía que ya llegaba y echó a correr.

Como si hubiera sido acordado de antemano, la luna escondió su cara tras una nube y el asesino se perdió en las hondas sombras que proyectaba la pared de la casa.

La policía y los sanitarios empezaron a recorrer la propiedad. Alguien se llevó a Brad y otra persona se acercó a ella.

Sin poderse controlar, volvió a gritar.

–Ya ha pasado todo –le aseguró una voz de hombre, y se encontró mirando a un policía–. Estás herida. Necesitas ayuda.

–No estoy herida –contestó alzando las manos, y fue entonces cuando se dio cuenta de que las tenía bañadas en sangre.

Rojas. Completamente rojas.

El negro lo ocupó todo y perdió el conocimiento.

Todo había terminado, pero todo seguía allí.

En los días y meses que siguieron a aquella noche, volvió a verlos a todos, a sus amigos, con sus virtudes y sus defectos, que no habían tenido ocasión de madurar y llegar a ser buenas personas o cerdos egoístas.

Sus amigos, que no dejaban de aparecérsele en sueños.

Los veía muertos, en el lugar exacto en que habían caído sobre charcos de sangre que no dejaban de crecer.

¿Lo eran de verdad? Porque cuando abría los ojos se los encontraba allí, junto a su cama, rodeándola, mirándola.

Pidiéndole ayuda. Rogándole que los ayudase.

–¿Cómo puedo ayudaros? Decídmelo… –les preguntó en voz alta en más de una ocasión.

Pero nunca la contestaban.

Por supuesto. ¿Cómo iban a contestar si no eran reales? Solo eran síntoma de su estrés postraumático.

Eran sueños. Malos sueños. Pesadillas.

En las sesiones de terapia a las que asistió la convencieron de que no los veía, que eran solo síntomas inducidos por la sensación de culpa del que lograba sobrevivir y que solo el tiempo tendría la capacidad de sanar semejante herida.

Al final, como ocurre con la niebla entre plata y gris, fueron desvaneciéndose, y ella aprendió de nuevo a vivir.

Capítulo 1

Diez años más tarde

La vieja mansión Branoff de la playa resultaba exquisita. Había sido construida en los albores de la era de desarrollo de la zona, con lo que tenía más de ochenta años, y resultaba muy elegante en su estilo mediterráneo español, tan recurrente en los años veinte. No estaba lejos de otra mansión similar en la que hacía no muchos años Gianni Versace había sido tiroteado, y los turistas solían pasar por allí de camino al escenario del asesinato para ganarse el derecho a decir que ellos habían estado allí.

Aquella mansión mucho menos famosa y que ahora albergaba el cuartel general y residencia informal de las modelos que trabajaban para la conocida Bryson Agency, ocupaba más de kilómetro y medio de perímetro por cada lado de terreno y lucía un magnífico césped en la parte delantera adornado en aquella estación por todos los colores del arcoíris. Los jardines y sus caminos resultaban indiscutiblemente elegantes y la verja de acceso profusamente labrada que remataba el muro de casi tres metros de alto que cerraba la finca estaba aquella tarde de par en par. Aun así, el acceso no era cosa fácil. Aquella noche, la beautiful people era la única que podía entrar a la última fiesta de la agencia, en particular mujeres hermosas, esa clase de mujeres que si no encarnaban ya antes de entrar la perfección más absoluta, podían retocarse allí.

Solo los más guapos podían franquear la muralla de los guardias, siempre que hubieran sido escrupulosamente inscritos en la lista de invitados. Solo los más elegantes.

Y por supuesto quienes tenían más dinero. Estaban, al fin y al cabo, en la zona más privilegiada de Miami Beach.

Al llegar a la verja vestido de etiqueta y mostrar al personal de seguridad su invitación y su carné de identidad falso, Luke sabía que lo encajarían en la categoría de los ricos… al menos, aquella velada. Gracias al hecho de que se pasaba la mayoría de días en pantalón corto y camiseta, sus pocos trajes con etiqueta de diseñador estaban perfectos. Y gracias, se dijo con hilaridad, a su talla media y a su físico medianamente cuidado, pudo pasar desapercibido entre toda aquella multitud de etiquetas. A pesar del tiempo que tenían sus prendas, y él mismo, encajaba perfectamente. No era policía, pero sí trabajaba de incógnito.

No solía usar gafas de sol por la noche, pero entre todas aquellas personas le había dado la sensación de que parecería más una de ellas llevándolas. Y no se había equivocado. Incluso los guardias de la puerta las llevaban, a pesar de que con la iluminación tenue que bañaba el lugar no podía imaginar cómo se las arreglaban para leer algo.

O a lo mejor no leían, sino que simplemente sabían. O quizás el rumor que circulaba entre los menos afortunados era cierto y la belleza más exquisita era lo que te abría las puertas, con o sin invitación. Lo cierto era que los guardias solo estudiaban la identificación de la gente corriente, y después la etiqueta de su indumentaria.

Dio las gracias a los dos corpulentos tipos que le franquearon el paso tras examinarlo detenidamente. Tenía su misma estatura pero nunca había tenido cuerpo de bulldog, aunque trabajaba lo suficiente todos los días del año para mantener en buen estado la musculatura que necesitaba. No obstante para la velada de aquella noche su estatura y su forma física debían haber resultado correctas, además de conseguir que la ropa le sentara mejor.

Una vez empezó a caminar ya sobre el césped, reparó en que en el porche de la casa había un auténtico ramillete de bellezas tomando sorbitos de cóctel y posando. Subidas a la barandilla, sentadas en el borde de las sillas, las piernas elegantemente cruzadas y con un escorzo sin duda provocador, no mostraban abiertamente sus encantos, ya que no eran carne de porno, sino aspirantes a jugar en primera división, a alcanzar el estrellato y aparecer en bañador en las portadas de las revistas de moda.

Debieron darse cuenta de inmediato de que, a pesar de que resultaba un hombre atractivo, no era joven ni poseía la perfección de un modelo, de modo que en su mundo eso significaba que su punto fuerte era la cartera.

Lo recibieron con una cascada de holas y sonrisas, algunas más obvias que el resto. Él devolvió las sonrisas e intentó parecer un hombre de negocios con particular interés en el de la moda. La Agencia Bryson, con delegaciones por todo el mundo, era una de las más reputadas en el sector, famosa por haber creado a algunas de las modelos mejor pagadas del siglo, mujeres muy por encima del sórdido mundo de sexo y bañadores que eran habituales en el extremo más bajo de la profesión, aunque sospechaba que algunas de ellas estarían más dispuestas que otras a participar en determinadas actividades extracurriculares para alcanzar el estrellato.

Pero eso era harina de otro costal… ¿o no?

En cuanto a que la agencia no tuviera intereses legítimos… su fama era de una integridad tal que ni siquiera la familia o los amigos de una chica que desapareció en una sesión fotográfica se plantearon ni por un momento que su desaparición hubiese tenido que ver con la agencia. Bryson contrataba chicas hermosas y las ofrecía al mundo, de modo que la desaparición de una de ellas no bastaba para que quienes pretendían llegar al estrellato se abstuvieran de intentarlo con ellos. Dos meses atrás Colleen Rodríguez, una típica chica joven de Miami cuyos genes cubanos e irlandeses se habían cruzado para crear una belleza de ojos verdes y cabello negro como la noche, había desaparecido durante una sesión fotográfica para la agencia en los cayos. Las autoridades de Monroe County y Miami-Dade no habían conseguido salir de su asombro: había quienes creían que la chica había sido víctima de algún juego sucio, mientras que otros creían que a pesar de estar saliendo con un hombre llamado Mark Johnston, era joven, impresionable y ambiciosa, y podía haberse escapado con alguien que le ofreciera una carrera más ventajosa y un cartera muy abultada. Sana y salva o muerta y desaparecida, Colleen había cumplido ya los veintiuno cuando aceptó el trabajo y se embarcó para la sesión de fotos que tendría lugar en una isla privada. Sin cadáver ni pruebas de juego sucio, fue clasificada oficialmente como desaparecida y su caso quedó inconcluso.

Pero Luke no creía que se hubiera marchado por voluntad propia. Su mejor amiga, René González, también figuraba en las listas de la agencia y evitaba últimamente a sus padres convencida de que su exceso de celo a la hora de protegerla iba a costarle la carrera, de modo que tanto si lo creía como si no, insistía en que Colleen había desaparecido por propia decisión. Y allí estaba él, un diseñador al alza, para encontrar el modo de hablar con René e intentar descubrir la verdad de lo ocurrido con Colleen.

–Hola –lo saludó una rubia, descruzando las piernas con un elegante movimiento y levantándose para ofrecerle una mano de manicura perfecta–. Soy Lena Marconi. ¿Y usted es…?

Luke sacó una tarjeta.

–Jack Smith, Mermaid Designs –se presentó–. Es un placer conocerla.

–¿Mermaid Desings? –preguntó, echando chispas por sus ojos grises–. ¿La marca de ropa de baño?

–Exacto. Ropa de baño femenina. Biquinis, triquinis… «inis» de todo tipo.

–Qué maravilla –se entusiasmó.

Una mujer de cabello oscuro se levantó con una fluidez tal que le habría dejado sin palabras de no ser un movimiento aprendido a fuerza de ensayarlo.

–¡Un diseñador de prendas de baño! ¡Es perfecto! En estos días están empezando a organizar el calendario de baño de la agencia para la próxima temporada, ¿sabe? –explicó al tiempo que le ofrecía una elegante mano–. Maddy Trent. De Amarillo, Texas, pero enamorada de South Beach. Es un placer conocerle, señor Smith.

–Lo mismo digo.

Había dos mujeres más sentadas en el porche, ambas rubias. La primera, muy delgada, con unos enormes ojos azules y sonrisa abierta y divertida, se levantó también.

–Hola, señor Smith. Soy Victoria Preston. Pase, por favor. Le presentaré a Myra… Myra Allen, la directora de la oficina de Miami, y me encargaré de que le sirvan algo de beber.

La cuarta mujer, sentada en una hamaca de mimbre para dos, no se movió aunque lo estudió con la mirada. Había un toque de rojo en la melena rubia que se le rizaba en los hombros. Tenía los ojos verdes, de un verde rabioso, casi como los de un gato, y seguía examinándolo con atención, sin decir una palabra. Era curioso, pero no parecía pretender mostrarse fría y distante, sino que parecía más interesada en estudiarle a él que en presentarse.

Interesante.

–¿Chloe? –la llamó Victoria con suavidad.

–Ah… sí, claro.

La mujer con un toque de atardecer en el rubio de su pelo se levantó. Era alta, cera del metro ochenta seguramente, y llevaba unas sandalias con un tacón pequeño y de forma extraña, seguramente la última moda. No era la belleza más clásica de las cuatro, ese título habría ido a parar a Victoria, pero resultaba la más fascinante. Eran sus ojos claros, grandes y ligeramente inclinados hacia arriba, lo que le proporcionaba un aire de misterio. Tenía una boca generosa de labios carnosos y unos dientes perfectos y blanquísimos, necesarios sin duda en su trabajo. No era tan delgada como las otras. Parecía más una atleta.

Por fin le ofreció la mano.

–Chloe… Marin –dijo.

Hubo una curiosa indecisión a la hora de darle su apellido, casi como si no quisiera identificarse. El nombre le salió con rapidez, pero no el apellido. Quizás fuese una especie de nombre artístico porque su verdadero apellido fuese un trabalenguas con veinte sílabas o seis consonantes seguidas. Algo difícil de pronunciar, como Schwartzkopfelmeyer o Xenoskayanovich.

O quizás su instinto le había advertido que no debía confiar en él.

–Encantado de conocerla, Chloe.

–¿Es usted diseñador?

Él asintió.

La sombra de una sonrisa se dibujó en sus labios y el escepticismo brilló en su mirada.

–Chloe, vamos a presentarle al señor Smith a Myra –urgió Victoria.

–¡Mirad quién viene! –anunció Maddy–. ¡Es Vincente!

–¿Vincente qué más? –preguntó Lena.

–Vincente a secas. ¡Hace poco publicaron un artículo sobre él en GQ!

Luke intentó no echarse a reír.

–Vamos, señor Smith –dijo Victoria, y entró en la casa.

Chloe los siguió a ambos.

La casa era todavía más elegante por dentro que por fuera. Apenas habían puesto un pie en el vestíbulo de mármol travertino cuando una doncella de uniforme se acercó a ellos para ofrecerles una copa de champán servida en bandeja de plata. Él aceptó la copa, pero las mujeres no. Puede que fuera la bebida más cara, reservada a clientes y otros invitados.

Siguieron hasta llegar a un salón con el techo a kilómetros de distancia del suelo del que partía una escalera en curva, con suelos de mármol blanco cubiertos con carísimas alfombras y una magnífica y enorme chimenea que seguramente hacía décadas que nadie encendía.

Tres pares de puertas de cristal daban acceso a un maravilloso patio con piscina y una bañera de agua caliente al lado. Salieron en dirección a un bar polinesio situado al otro lado de la piscina y al pasar fueron saludando a pequeños grupos de personas vestidas del modo más extravagante.

–Allí está Myra –dijo Victoria, señalando a una mujer a la izquierda del bar.

Hablaba con otras dos mujeres morenas y atractivas que rondaban los cuarenta, ambas con sencillos vestidos negros y tacones no demasiado altos.

–Está hablando con las mujeres de Rostini. ¿Conoce la marca?

«Hasta hoy, no», pensó. Se había hecho un intensivo de la industria de la moda.

–Rostini –dijo, asintiendo. Chloe lo miraba y sintió su desconfianza. ¿De qué desconfiaba?–. Hacen una pareja encantadora. Y pensar que se conocieron en la universidad y que llevan juntas más que muchos matrimonios… son la Biblia en vestidos de cóctel, en mi opinión.

Myra miró hacia ellos en aquel preciso instante. Se había encontrado con ella en una única ocasión, precisamente para preparar su invitación para la velada, pero mantuvo desinteresada su expresión, como si fuera la primera vez que la veía.

Ella sonrió y con un gesto de la mano los invitó a acercarse manteniendo la expresión tan neutra como la de él. Aunque la hubiese visto solo en una ocasión, la encontraba fascinante. Myra Allen había sido una de esas mismas despampanantes modelos hasta que en el rodaje de un anuncio publicitario en la playa resultó con una mejilla abrasada. A resultas del accidente y durante su convalecencia aceptó un trabajo administrativo en la agencia, además de una jugosa indemnización de la aseguradora del cliente. En lugar de recurrir a la cirugía plástica y confiar en el maquillaje para volver a su trabajo de modelo, ascendió rápidamente en la agencia y en la actualidad dirigía uno de sus emplazamientos más lucrativos: la mansión de Miami Beach.

A pesar del accidente seguía siendo una mujer hermosa: alta, delgada y de cálida sonrisa.

–Señor Smith –lo saludó–. Qué alegría que por fin haya podido venir.

Le ofreció la mano y él dio un paso hacia adelante para estrechársela, pero por el modo en que se la había ofrecido se preguntó si no esperaría que se la besara. Un francés lo habría hecho sin dudar, pero él era un emigrante británico que vivía y trabajaba en Estados Unidos, de modo que se la estrechó.

Ella se apartó un mechón de cabello castaño cortado en un ángulo decididamente sofisticado antes de hablar:

–Señor Smith, Josie Rowan e Isabel Santini. Estoy seguro de que usted las conoce como…

–Rostini, por supuesto –sonrió.

Después de la presentación, Myra se hizo cargo de él y lo condujo de vuelta al salón, presentándole en el camino a varias personas relacionadas con su negocio.

Jesse y Ralph Donovan, una pareja joven que diseñaba ropa de noche. Bob, o Bobby Oscar, extravagante y altivo, pero difícilmente un candidato para seducir a una joven y hacerla desaparecer. Cindy Klein, dramática y pagada de sí misma, pero una figura poderosa en una de las marcas más implantadas en el mundo.

Harry Lee también estaba allí, un peso pesado en el grupo Bryson, un hombre que debía andar por los sesenta años, delgado, elocuente e impecablemente vestido, acompañado de otro hombre indescriptible, delgado, bajito y con unas gafas grandes de montura negra que parecía ser su asistente, pendiente de su más mínimo gesto. Como era de esperar, una verdadera caterva de mujeres lo rodeaba.

Harry Lee no pareció dudar de la autenticidad de Luke y le dio encantado la bienvenida a la fiesta.

–Nada como Miami Beach. En cada delegación confeccionamos un calendario en ropa de baño, pero este es indiscutiblemente el más importante. Miami es famosa, para qué nos vamos a engañar, por sus cuerpos calientes. Cuerpos de playa. Claro que hay demasiadas mujeres paseándose en trajes de baño tan pequeños en los que no cabe siquiera una taza de té– hizo una pausa para estremecerse–. Pero los cuerpos más hermosos están aquí también, y naturalmente nos aprovechamos de ello. Myra me ha contado que va a confeccionar su primer catálogo al mismo tiempo que nuestro calendario, de modo que me alegro de poder darle la bienvenida. Como usted mismo comprobará de primera mano, Bryson es conocida por contar con las modelos más espectaculares y de mayor talento. Eso es indiscutible.

Luke se mostró educadamente de acuerdo con él y siguió adelante. Directo a las chicas más jóvenes, a las modelos más espectaculares y de mayor talento.

No pudo evitar reparar en Lacy Taylor, el bellezón que había acaparado las portadas de al menos una docena de revistas de tirada nacional. Resultaba agradable pero parecía un poco dispersa y le entristeció darse cuenta de que iba puesta, además de borracha; fue entonces cuando reparó en una morena menuda y ratonil que la seguía a todas partes para asegurarse de que no se tropezaba con ninguna mesa o se ahogaba al caerse en la piscina. Lena Marconi, vibrante y dulce, reapareció y le dedicó los minutos que no dedicó a perseguir a Vincente. La muchacha parecía tener la energía necesaria para cubrir todas las bases, y en su cabeza debía haberse imaginado que él debía ser la siguiente base a cubrir. Luego estaba Jeanne LaRue –un nombre profesional, seguro–, alta, delgada, de rostro angular y seguramente ultrachic; pero también muy áspera, lo opuesto a Lacy, toda naturalidad, que no necesitaba hacer nada para atraer tanta atención como se puede desear. Lacy era como un cachorro de Golden retriever, mientras que Jeanne era más un pit bull. Había muchas otras modelos en la reunión, pero no vio ni rastro de René González.

No tuvo que preocuparse por si metía la pata en alguna conversación ya que todo el mundo parecía encantado de monopolizar el diálogo. Mientras siguiera asintiendo de vez en cuando y se mostrara de acuerdo con lo que decían los demás, parecía caerles bien.

Aun así se las arregló para averiguar unas cuantas cosas, pero extremando la precaución con las preguntas. A Myra le preguntó por René, y fue quien le dijo que claro, por supuesto, sin duda aparecería a lo largo de la velada.

Jeanne LaRue no se mostró interesada cuando se sentó junto a ella en el bar. Conocía a René, pero en su opinión era una chica desgarbada e inexperta, de modo que si estaba planeando hacer una sesión en la playa no le sacaría partido al dinero que invirtiese en contratar a René.

–Victoria conoce bien el trabajo y sería buena. Y Lacy, por supuesto, siempre que consiga mantenerla sobria, aunque es cierto que ha hecho unas fotos exquisitas para ese nuevo perfume, Dream. Y por supuesto estoy yo. Soy la mejor, particularmente en traje de baño.

Él frunció el ceño.

–¿Y esa otra chica… Colleen Rodríguez? Durante un par de semanas su desaparición estuvo constantemente en las noticias, y ahora la gente parece haberse olvidado por completo de ella.

Jeanne arrugó la nariz.

–Porque la muy tonta se enamoró de alguien y se largó.

–Qué raro. Si te enamoras de alguien, ¿no te gustaría anunciarlo al mundo?

Era evidente que Jeanne empezaba a aburrirse con tanta conversación sobre otra mujer.

–Puede que sea un truco publicitario. Ya sabes, un chanchullo de esos. Espero que la metan en la cárcel cuando aparezca. Estuvo a punto de estropearlo todo.

–¿Ah, sí? ¿Es que no te preocupa que haya podido pasarle algo? ¿No erais… no sois amigas?

–Claro. Todas lo somos. Pero ella se comportó como una egoísta. Estábamos todas en la isla, rodando un anuncio, tan contentas… hasta que ella va, y desaparece. Con su bolso y su pasaporte, ¿sabes?

–Pero no se llevó todas sus cosas, según dijeron.

Jeanne agitó una mano en el aire.

–No sé lo que se llevó o lo que se dejó porque no compartíamos habitación. Yo no comparto habitación con nadie. Está estipulado en mi contrato. Podrías hablar con Lacy, que era su compañera. Colleen era una chica lista, y Lacy es oro molido, así que sabía que debía arrimarse a ella. Claro que Lacy suele estar mojada la mitad del tiempo, así que si Colleen le dijo adónde pensaba ir, puede que Lacy no se diera ni cuenta.

Tendría que hablar con Lacy sobre Colleen Rodríguez, a ser preferible cuando estuviera sobria. Pero aquella noche tenía que encontrar a René.

Jeanne volvía a hablar sobre su competición.

–No sé qué decirte de Chloe Marin. Es la mejor para cosas un poco deportivas, y con esos ojos tan poco corrientes… Además tiene unas tetas perfectas. Tengo entendido que son todas suyas. Personalmente pienso que un poco de silicona las ayuda a quedarse donde deben estar. Aún no he conocido a un solo hombre que tenga algo que objetar. ¿Qué opina usted, señor Smith? Que tengo razón, ¿verdad?

Estaba intentando ganarse un cumplido y él bajó la cabeza intentando no sonreír y dejarle ver lo divertido que le parecía todo aquello. Sin duda esperaba que aceptase su poco sutil ofrecimiento, y hubo un tiempo en que lo habría hecho, en sus días de juventud en que siempre estaba deseando pillar algo y dispuesto a encamarse con cualquier cosa que se moviera. Pero aquellos días habían quedado atrás hacía mucho, y no precisamente porque su vida hubiese cuajado en una relación profunda. De hecho, la más intensa de ellas había acabado en un amargo fracaso. Aún no sabía lo que quería, pero desde luego tenía claro que no era lo que Jeanne LaRue le estaba ofreciendo.

La compañía en el dormitorio no se subastaba.

Y mientras preparaba cuidadosamente la respuesta, fue embestido, literalmente, por alguien que llegó a su costado.

–¡Ay, cuánto lo siento! No pretendía echarte de la silla.

Se volvió sin tener que darle una respuesta, salvado por la llegada de la poseedora de los atributos sin adulterar.

Chloe Marin había llegado por el otro lado y el efecto de su aparición no podría haberle sorprendido más, los ojos muy abiertos y brillantes, el olor suave y etéreo de su perfume envolviéndolo. Era diferente a las demás. Parecía un gato, el más sinuoso y elegante del mundo. No era la suya una declaración abiertamente sexual, y sin embargo tenía un aura tremendamente sensual.

Siguió mirándolo con aquellos ojos suyos de jaguar y Luke se sintió estudiado.

El camarero dejó dos cervezas en la barra y ella le colocó una delante antes de acercarse y preguntarle en tono confidencial:

–¿Necesitas que te rescaten?

–Pues…

–No es una pregunta complicada. Puede que no quieras que te rescaten, y si es ese el caso, desapareceré y te dejaré disfrutar de la… compañía. Pero si no es así…

–Desapareceré contigo, si no te parece mal –respondió en voz baja.

Su sonrisa no denotaba ganas de flirtear. Simplemente se había dado cuenta de que se encontraba en una situación incómoda y le había ofrecido la posibilidad de escapar si era lo que quería.

Entonces habló más alto.

–Señor Smith, Brad, el primo de Victoria ha llegado. Antes le hablé de él.

Él se volvió a mirar a Jeanne.

–Si me disculpa, señorita LaRue. La señorita Marin me ha indicado la presencia de alguien a quien debo conocer.

–Es Brad –explicó Chloe–. Va a tener que alquilar un servicio de transporte para la sesión de su catálogo.

–Podría limitarse a alquilar un barco –respondió Jeanne.

–Querrá tener algo más personal a su disposición. Y cuantos más barcos, más divertido.

Jeanne frunció el ceño como preguntándose qué experiencia podía tener Chloe para decir algo así, pero la aludida no esperó a que la otra siguiera con la conversación sino que pasándole a Luke un brazo por el suyo, se lo llevó de allí.

–Brad es propietario de una flota de barcos de alquiler, y si va a estar yendo y viniendo a la isla mientras rodemos, se alegrará de tener un trasporte a su disposición.

Se mostraba agradable, servicial y al mismo tiempo distante. Había una contradicción en Chloe Marin que despertó sus sospechas.

–¿Va a aparecer René González en el calendario?

Ella lo miró de pronto.

–¿René? No estoy segura.

–Esperaba que estuviera aquí hoy.

–¿Ah, sí? ¿Y qué sabe de René González?

–Me han dicho que tiene un aire muy exótico, perfecto para lo que yo quiero que aparezca en mi catálogo.

–Es preciosa –contestó ella, pero no dijo nada más.

Al otro extremo de la piscina encontraron a Victoria charlando con dos hombres, ambos de veintitantos, casi treinta, vestidos los dos con el atuendo chic más apropiado para Miami: una chaqueta de marca, camisa abierta, nada de corbata, pantalones de vestir arrugados, todo ello por supuesto con etiqueta de diseño. Uno era un hombre de cabello color arena, bien cortado y con el peinado congelado por la gomina, y el otro tenía el pelo más oscuro y denso, que le caía sobre la frente. Podrían ser un par de rockeros de estrella ascendente.

–Señor Smith, ya conoce a Victoria, y ahora quiero presentarle a Jared Walker y Brad Angsley. Brad el primo de Victoria –añadió, dirigiéndose al de cabello más oscuro.

–Encantado –dijo Luke–. Llamadme Jack, por favor.

–Jack es uno de los diseñadores al alza que hay aquí esta noche –explicó Chloe–. Quiere hacer una sesión fotográfica para su catálogo con la nueva línea mientras rodamos para el calendario de baño en los cayos, y le he contado que no es divertido quedarse atascado en una isla si no se tiene un bote. Un yate con cabina sería lo mejor. ¿Y quién mejor que tú para proporcionárselo?

–A eso me dedico –respondió Brad con una sonrisa de crío.

Luke se sorprendió al ver estremecerse a Victoria.

–Esa isla… no deberíamos volver a ir allí.

Jared le pasó un brazo por los hombros. Había afecto sincero en su mirada y en su tono de voz al hablar.

–Victoria, no hay nada malo en la isla.

–Es donde desapareció Colleen –explicó sin más Chloe. Se dirigía a Jared, pero miró a Luke–. El señor Smith… Jack es un cliente nuevo para la agencia y deberíamos estarle cantando las alabanzas de nuestras sesiones en lugar de asustarlo.

Brad sonrió a Luke.

–Tiene razón. Y te encantará el sitio. Es el pequeño paraíso inmaculado de la agencia, a tres millas de Islamorada, de la que seguro habrás oído hablar. Es el mejor lugar de pesca de todos los cayos, puede incluso que del mundo.

–Aun así es cierto: es donde desapareció Colleen –dijo Chloe. Aquello parecía el juego del yoyó. Acababa de decir que no debían asustarlo y sin embargo volvía a sacar el tema de la desaparición. Estaba claro que no quería dejar pasar la conversación, y seguía mirándolo con una extraña fijeza, algo que lo tenía ciertamente desconcertado.

–Oí hablar de ello –dijo–. ¿Están seguros de que no le pasó nada? ¿Por qué iba a desaparecer así sin más, digo yo?

Jared movió la cabeza.

–¿Quién sabe? Las modelos suelen ser muy temperamentales y las hay que están directamente locas.

–¡Eh!– protestó Victoria, dándole con un codo.

–Muchas. Algunas –puntualizó Jared–. No tú, Vickie. Tú estás perfectamente cuerda.

–Ahora en serio –dijo Brad, bajando la voz, aunque con las conversaciones que había a su alrededor y la música nadie podría oír lo que decían–: decidme si Jeanne LaRue no está un poco zumbada.

–Es… muy directa, pero eso es todo –respondió Victoria.

Jared se rio.

–Sería capaz de pisar a su madre con tacones de aguja con tal de conseguir lo que se proponga.

–Pero al menos se la ve venir, y a mí eso me gusta –la defendió Chloe–. ¿Cómo es el dicho ese: protégeme de los enemigos, que de los amigos ya me protejo yo?

–Sí, algo así –respondió Brad. Del bolsillo de su chaqueta sacó una tarjeta que ofreció a Luke–. Te ayudaremos a prepararte para la sesión. Mucha gente va en avioneta, pero no son ni cincuenta millas y un barco te da mucho más control sobre el tiempo. ¿Sabes algo de barcos?

–Un poco.

Brad asintió.

–Entonces tú decides si quieres capitán o no. Depende de lo que te parezca más relajado.

–¿Estás asociado con la agencia?

Brad se rio.

–No, qué va. Pero soy primo de Victoria, algo así como su hermano mayor, y me gusta cuidar de ella.

–Y de Chloe –añadió su prima.

–Y de Chloe, por supuesto –parpadeó varias veces.

–Hace mucho tiempo que nos conocemos todos –intervino Jared.

–¿Sois todos de esta zona? –preguntó Luke.

–Nacidos y criados aquí –declaró Jared sonriendo–. Yo no tengo relación alguna con la agencia, pero me gusta pasarme en estas ocasiones porque todos somos amigos y las chicas recurren a mí de vez en cuando. La verdad es que no me importaría hacer algún trabajito de modelo –bajó la voz–. Esta noche va a ser grande para mí. Es la primera vez que voy a ver a Myra Allen.

–A Myra le gusta trabajar desde la mansión, o si alguna vez participa en las sesiones, opera desde la habitación del hotel. Lo suyo no es el aire libre –dijo Brad.

–Pero es una leyenda, y va a ser genial conocerla –sentenció Jared.

–Me parece que alguien se ha enamorado –bromeó Victoria.

–Sí, pero de ti. Myra Allen es para tenerla en un pedestal y adorarla… de lejos –le aseguró.

Hablaba como si bromeara, pero Luke vio cómo miraba a Victoria, cómo su mirada se volvía dulce al hablarle. Estaba enamorado. Puede que llevara años estándolo. Seguramente Victoria le arreglaba citas con otras modelos y él salía con ellas, pero no significarían nada para él. Era de ella de quien estaba enamorado.

–Además –continuó Jared–, no me creo eso de que Colleen Rodríguez se largara sin más. Tuvo que pasarle algo, así que si vosotras vais, yo también.

Por el rabillo del ojo Luke creyó ver a alguien que se escabullía del salón cuando ellos emprendieron el camino a las escaleras.

–¿Qué piensas tú, Jack? –preguntó Victoria.

–¿Perdón?

Estaba distraído. Tenía que encontrar cualquier excusa para separarse de ellos, subir al primer piso y enterarse de lo que estaba pasando. Y así iba a hacerlo cuando reparó en que Chloe ya no estaba con ellos.

Rápidamente se disculpó pretextando que tenía que buscar el excusado, un término que a todos les hizo sonreír, y entró en la casa, sorteó grupos de invitados y subió.

La casa era enorme. No podía calcular el número de habitaciones pero tuvo la inexplicable y repentina intuición de que René González estaba en una de ellas.

Abrió la puerta de una enorme suite. No encontró a nadie, a pesar de que transmitía la sensación de estar en uso. Había unas fotos sobre la cómoda y echó un rápido vistazo: los retratos eran de Myra, joven e increíblemente perfecta.

Salió de la alcoba y probó la siguiente puerta. Había una bolsa de viaje al pie de la cama, identificada como propiedad de Jeanne LaRue. De modo que vivía allí, al menos por el momento.

Una tercera habitación resultó ser la de Lacy. Unos cuantos osos de peluche adornaban la cama.

Avanzó más deprisa. La siguiente también estaba en uso, pero su ocupante parecía haber preferido mantener el espacio impersonal.

Pero al volverse intuyó un movimiento: las cortinas que colgaban delante del ventanal que daba al balcón se movían. De dos zancadas se plantó en el balcón y descubrió una sólida espaldera de madera a la que se podía acceder muy fácilmente desde la barandilla del piso de abajo.

Alguien, una mujer, corría por el césped al otro lado de los árboles que delimitaban la zona de la piscina. Se dirigía a la parte trasera de la propiedad. Había estudiado los planos de la finca y sabía que el muro la rodeaba en su totalidad, con una única segunda puerta que podía abrirse para acceder cómodamente a la playa.

Aquella noche no debía estar abierta, pero eso no quería decir que nadie pudiera abrirla, y desde allí le daba la impresión de que no estaba vigilada.

Tuvo la certeza de que quien corría era René González, ya que en la carrera había podido ver su espesa melena morena flotando tras ella.

¿Llegaría a la playa o se encontraría atrapada? ¿Huiría de él? ¿Habría oído que la andaba buscando o estaría huyendo de quienquiera que hubiese orquestado la desaparición de Colleen Rodríguez?

Pasó una pierna por encima de la barandilla y empezó a bajar por la espaldera. Entonces oyó a alguien aclararse la garganta y miró hacia arriba.

Chloe Marin estaba en el balcón, mirándolo con desconfianza.

–Me habían dicho que te habías ido a buscar un baño, pero ¿sabes? No es necesario que te descuelgues por el balcón para ir a usar la playa como excusado, que es como me han dicho que tú lo llamas. Porque asumo que esa es la historia que vas a contarme, ¿verdad?

René González se le estaba escapando.

–No hay nada como disfrutar del aire libre –respondió, y descendió aún un poco más rezando para que la espaldera aguantase su peso. A continuación saltó al suelo y echó a correr tras René González.

Capítulo 2

Demonio de hombre…

No iba vestida para andar saltando desde los balcones, pero el hombre que se hacía llamar Jack Smith le había resultado sospechoso incluso antes de que se decidiera a saltar del balcón y salir corriendo tras René, una situación por la que ella debería haber llamado a la policía, pero por el momento no tenía sentido hacerlo. Tenía invitación para estar allí, aunque desde luego se había comportado como un invitado bastante grosero, registrando habitaciones y, para colofón, saltando desde un balcón. Aun así, Victoria le había contado que dos años antes Bjorn Bradikoff, famosos por sus sandalias cubiertas de piedras, había decidido darse un paseo hasta la playa vestido tan solo con un par de sus conocidas sandalias para demostrar su elegancia, ya fuera emparejadas con la mejor prenda de cóctel, con un atuendo casual o con nada en absoluto.

Comparado con eso, salir por un balcón no era ni siquiera causa de arresto.

Maldiciendo se quitó sus zapatos de tacón prestados, levantó una pierna y maniobró con cuidado para descender por la espaldera. Era de madera muy labrada y le sorprendió que ni uno solo de sus arabescos se hubiera roto. Justo en el momento en que se congratulaba de su buena estrella, una de las piezas de madera se partió y ella cayó los dos metros más o menos que la separaban del suelo, sobre una zona de tierra y arena, pero afortunadamente lejos de las afiladas agujas de la buganvilla que crecía como una cascada de color por toda la casa.

Maldiciendo entre dientes se levantó, se limpió el polvo y echó a correr en la dirección que habían tomado los otros dos.

Cuando dejaba atrás los árboles sintió una punzada de culpabilidad. Su tío se pondría furioso con ella por salir tras un hombre que podía ser peligroso, que incluso podría ir armado.

Pero no le daba esa impresión. Al menos estaba bastante segura de que no estaba armado, aunque sí que podía ser peligroso. Desde luego era el primer sujeto sospechoso de cuantos había visto por la agencia, aunque a veces era difícil de decir. Las excentricidades podían disimular las manchas más oscuras del alma humana.

Aquel hombre tenía un acento británico y educado. ¿Sería fingido? Seguramente no. No era demasiado marcado ya, como si llevase años lejos de su lugar de nacimiento.

Las puertas de atrás estaban abiertas. Había un guardia de seguridad vigilándolas, pero estaba flirteando con alguien que ella no conocía, una pelirroja embutida en un traje de tubo sin hombreras al que estaba sacando mucho partido. Si estaba en lo cierto y aquella mujer no estaba en la lista de invitados, quedaba claro que los guardias no impedían el paso a todo aquel que no figurase en la lista de invitados o que no reuniese ciertos requisitos.

Ella misma estaba cubierta de polvo, arena y restos vegetales, y sin duda llevaba el pelo hecho un desastre. Podía preguntarle al vigilante si había visto salir a alguien, pero probablemente no tenía ojos más que para la pelirroja.

Salió hacia la playa. Ni el segurata ni la pelirroja la miraron siquiera. Menuda seguridad.

Tomó dirección sur siguiendo un rastro de pisadas que partían de la mansión. No tenía miedo. Había algunos paseantes nocturnos a la orilla del mar. Viejos hoteles remodelados, antes albergues baratos, brillaban en la noche iluminados con haces de luces brillantes para llamar la atención. El murmullo del mar servía de agradable telón de fondo y la brisa resultaba fresca con aquellas notas de agua salada.

¿Cómo podrían haber llegado tan lejos y tan rápido?

Se detuvo. Podían estar en cualquier parte. Sus pisadas se mezclaban con las que se habían ido acumulando a lo largo del día.

Miró a su alrededor intentando recuperar el aliento. Imposible imaginar qué dirección podían haber tomado. No solo era imposible distinguir sus huellas, sino que había pasado por delante de al menos cinco hoteles, restaurantes y clubes y podrían haber entrado en cualquiera de ellos. Eso sin mencionar que una manzana más allá todos los hoteles y restaurantes pasaban a estar en la otra acera, de modo que los lugares donde esconderse crecían exponencialmente.

¿Y si aquel hombre estaba relacionado con la desaparición de Colleen Rodríguez? ¿Estaría René en peligro también?

Cerró los ojos intentando controlar un asalto de pánico. De vez en cuando, durante un lapso de tiempo tan breve que nadie más lo notaba, volvía. Era una sensación de absoluto terror. Un recuerdo de los colores de la muerte que habían bañado el mundo en rojo y negro aquella noche diez años atrás.

Aquello no tenía nada que ver con el pasado, se dijo. Nada en absoluto.

Resistiéndose con uñas y dientes, consiguió que desapareciera tan rápidamente como había llegado. Ese esfuerzo había sido su forma de conjurar los demonios día a día, los demonios que la asaltaban desde aquel día hacía una década ya. Su tío le había dicho que podía esconder la cabeza y ocultarse durante el resto de su vida, o bien aprender a vivir otra vez.

Había escogido vivir, y para ello había tomado clases en cuantas formas de defenderse e incluso de atacar se habían puesto a su alcance. Era hasta una experta tiradora, tanto con pistola como con arco. Pero ni todo el entrenamiento del mundo servía de nada si no eras capaz de encontrar a la persona a la que pretendías proteger.

Había llegado el momento de volver, de admitir la derrota y vivir para poder luchar otro día.

Precisamente lo que estaba haciendo encarnaba en sí mismo el motivo de su lucha: quería descubrir la verdad sobre la agencia Bryson y la desaparición de una joven que tenía todo lo que se podía tener para desear seguir viviendo.

Dio la vuelta para enfilar el camino hacia la mansión y se tropezó atónita con Jack Smith.

–¿Dónde está René? –le preguntó, inmediatamente a la defensiva.

–Tú me lo dirás. Y gracias por confirmarme que se trataba de ella. Al menos sabemos que está viva… por ahora.

Chloe frunció el ceño.

–¿Y a ti por qué te preocupa René?

Él se encogió de hombros.

Desde luego era un hombre interesante. Alto, delgado, con hombros anchos y brazos fuertes, y un abdomen que parecía ser de acero. Y sus ojos… eran unos ojos que parecían capaces de penetrarlo todo. Sus facciones eran demasiado duras como para ser calificadas de bellas, pero de algún modo, en su conjunto, lo hacían más atractivo que muchos de los modelos de fisonomías perfectas que había en la fiesta. Resultaba definitivamente atractivo. Desconfiaba por completo de él y sin embargo estar a su lado hacía que la noche resultase más cálida. Es más: tenía la impresión de que si lo tocaba sentiría algo parecido a una descarga eléctrica. Se había mostrado cortés al ser presentado, pero había algo en sus ojos que… una mirada tenaz, quizás, inflexible, algo que de algún modo acrecentaba su atractivo.

–Sería una modelo de bañadores perfecta.

–¿Tan buena como para que subieras al primer piso para intentar encontrarla?

–Para ir por delante de los demás has de romper algunas reglas en este mundo –le replicó–. Y ahora tú. ¿Por qué me seguías?

–Porque tú seguías a René.

–¿Y por qué no estaba en la fiesta estando en la casa? Supongo que las chicas debéis estar bastante unidas… ¿o no?

Por supuesto era una farsante, pero los demás eran quienes decían ser.

–No sé. A lo mejor temía que algún diseñador nuevo anduviera buscándola, un tipo capaz de pasarse de la raya y de perseguirla bajando por una espaldera y trotando por la playa.

Él sonrió, y le sorprendió comprobar el efecto de aquella sonrisa. Le hacía parecer todavía más atractivo… y sexy. ¿Peligroso también? Al fin y al cabo, la mayoría de los asesinos más famosos de la historia habían sido hombres letalmente encantadores.

–Todo vale en la industria de la moda, o eso dicen.

Mientras seguían allí, en aquel extraño cara a cara, alguien salió de pronto de entre los arbustos que separaban la arena de la calle. Era René, que echó a correr como un conejito asustado.

Jack perdió inmediatamente el interés por su conversación y salió corriendo tras ella.

La reacción de Chloe fue impulsiva y protectora: de un salto se lanzó por encima de la arena sobre su espalda, pero se llevó una buena sorpresa ya que él consiguió permanecer de pie y se la quitó de encima como si fuera una mosca, lanzándola sobre la arena. Volvió a ponerse en movimiento pero ella lo agarró por una pierna. Tampoco en aquella ocasión consiguió derribarlo. Tuvo que ejecutar una maniobra de artes marciales que consiguió por fin tirarlo al suelo.

No necesitaba ganar; solo darle un poco de tiempo a René para que pudiera desaparecer. No sabía lo que estaba pasando, pero desde luego ningún diseñador perseguía de ese modo a una modelo, tanto si en moda todo valía como si no.

Se puso de pie de un salto. Ahora le tocaba a ella correr.

Pero él parecía haber decidido que ya que había perdido toda posibilidad de seguir a René, mantendría la conexión que había establecido con ella. Aquella vez fue él quien le agarró la pierna y ella volvió a aterrizar en la arena, y antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, lo tenía sentado a horcajadas sobre su abdomen y le sujetaba las muñecas. Aun así tenía claro que no pretendía hacerle daño. La sujetaba únicamente con la fuerza necesaria y no había dejado caer todo su peso sobre ella.

–Está bien: ha llegado el momento de que tengamos una conversación sincera –dijo.

Parecía acostumbrado a dar órdenes y ella lo lamentó, como también lamentó darse cuenta del calor que le estaban transmitiendo sus muslos en aquella postura y no poder evitar preguntarse cómo sería estar con él en otra situación bien distinta.