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Los relatos de Las Guerras Carlistas fueron concebidos por Ramón María del Valle-Inclán como una larga serie de títulos en analogía con Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. En ellos mezcla personajes reales con ficticios, como su señero Marqués de Bradomín. El resultado son unas novelas a caballo entre la crónica bélica y la novela de aventuras que mezcla pillos, soldados, truhanes, mercenarios y desalmados. Solo llegaron a publicarse tres de ellos, de los cuales Los cruzados de la causa es el primero.
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Seitenzahl: 113
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Ramón María del Valle-Inclán
Saga
Los cruzados de la causa. La España tradicional
Copyright © 1908, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726485783
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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LA ESPAÑA
TRADICIONAL
POR DON
RAMON DEL VALLE INCLAN
PRIMERA PARTE
LOS CRVZADOS *CRUZADOS*
DE LA CAVSA *CAUSA*
[5]
LOS CRUZADOS DE LA CAUSA
LA GUERRA CARLISTA
[7]
LA GUERRA CARLISTA. VOL. I
LOS CRUZADOS DE LA CAUSA POR DON RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN
MADRID: MCMVIII LIBRERÍA DE
VICTORIANO SUÁREZ: PRECIADOS, 48
[8]
Imp. de Balgañón y Moreno Pelayo, 86. -MADRID
[9]
LOS CRUZADOS DE LA CAUSA
[11]
Caballeros en mulas y á su buen paso de andadura, iban dos hombres por aquel camino viejo que, atravesando el monte, remataba en Viana del Prior. A tiempo de anochecer entraban en la villa espoleando. Las mujerucas que salían del rosario, viéndolos cruzar el cementerio con tal prisa, los atisbaron curiosas sin poder reconocerlos, por ir encapuchados los jinetes con las corozas de juncos que usa la gente vaquera en el tiempo de lluvias, por toda [12] aquella tierra antigua. Pasaron los jinetes con hueco estrépito sobre las sepulturas del atrio, y las mujerucas quedáronse murmurando apretujadas bajo el porche, ya negro á pesar del farol que alumbraba el nicho de un santo de piedra. Voces de viejas murmuraron bajo el misterio de los manteos:
-¡Son las caballerías del palacio!
-Esperaban, días hace, al señor mi Marqués. Viene para levantar una guerra por el rey Don Carlos.
-¡Y el sacristán de las monjas espareció!
-Bajo el Crucero de la Barca, dicen que hay soterrados cientos de fusiles.
-El sacristán no se fué sólo, que con él se partieron cuatro mozos de la aldea de Bealo. Á todos los andan persiguiendo.
-No quedará quien labre las tierras. Aquellos [13] mozos que no van á la guerra por la su fe, luego se van por la fuerza á servir en los batallones del otro rey.
-¡Nunca tal se vió como agora! ¡Dos reyes en las Españas!
-¡Como en tiempo de moros!
-Bárbara la Roja, que tiene al marido contrabandista, va diciendo por ahí que el sacristán dejóse ver con una partida en la raya de Portugal.
-¡Santo fuerte, si lo cogen lo afusilan!
-¡Afusilado murió su padre!
-¡No hay plaga más temerosa que la guerra que se hacen los reyes!
-¡Las Españas son grandes, y podían hacer partición de buena conformidad!
-Son reyes de distinta ley. Uno buen cristiano, que anda en la campaña y se sienta á [14] comer el pan con sus soldados, el otro, como moro, con más de cien mujeres, nunca pone el pie fuera de su gran palacio de la Castilla.
Amenguaba la lluvia, y las viejas dejaron el abrigo del porche, encorvadas bajo los manteos, chocleando los zuecos. Se dispersaron, y algunas pudieron ver que estaban iluminadas las grandes salas del palacio de Bradomín. El Marqués acababa de descabalgar ante la puerta que aún conservaba, partidas en dos pedazos, las cadenas del derecho de asilo. El caballero legitimista venía enfermo, á convalecerse en aquel retiro de una herida alcanzada en la guerra.
[15]
Han encendido fuego en la gran sala del palacio, y allí, al toque de las ánimas, le sirven la colación al viejo dandy. El mayordomo, que había ido á esperarle con las mulas, viene á entretenerle con historias sin interés. Después llegan dos clérigos, canónigos de la Colegiata, Los dos habían recibido recado del caballero, que traía para ellos órdenes del Cuartel Real. Ninguno le conocía, porque eran veinte años los que llevaba ausente el famoso Marqués. [16] Todo entre ellos fué plática de cortesanías, hasta que, levantados los manteles, salió el mayordomo y el caballero cerró con noble empaque las cuatro puertas de la sala. Los canónigos cambiaron una mirada, y el viejo dandy, avanzado hacia el centro de la estancia, exclamó:
-¡Saludemonos *Saludémonos*, como cruzados de la Causa!
Estas palabras bastaron para que los clérigos se emocionasen. Las habían oído otras muchas veces, ellos mismos solían repetirlas, y sólo entonces, pronunciadas por aquel anciano caballero que volvía de la guerra con un brazo de menos, las sintieron resonar dentro del alma como palabras de oración. Tenían un sentido religioso y combatiente, un rebato de somatén, en el silencio de aquella sala y en los labios de aquel prócer que volvía después de veinte [17] años. Uno de los canónigos dijo con grave dignidad:
-Como sacerdotes, somos cruzados de la milicia cristiana, y el rey legítimo defiende la causa de Dios.
El otro tonsurado asentía moviendo la cabeza y entornando los ojos: Solo era canónigo, y por timidez dejaba la palabra á su compañero que era Maestre-Escuela. Después, como todos callasen, murmuró con una llama de amor en los ojos y la voz enajenada:
-¡Cruzados cual aquellos que iban á redimir el Santo Sepulcro!
El Maestre-Escuela, como era mucho más soldado que contemplativo, interrogó:
-¿Qué tal marchan los asuntos de la guerra, Señor Marqués?
El Marqués de Bradomín meditó un momento, [18] con los ojos distraídos sobre las llamas que se retorcían bajo la gran campana de la chimenea. Al responder mostraba una sonrisa triste:
-Los asuntos de la guerra están inciertos, Señor Maestre-Escuela. Sobran soldados y falta dinero.
El otro canónigo murmuró:
-¡Tenemos corazones, porque esos los da Dios!
El Maestre-Escuela hacía pliegues al manteo, con el ceño adusto:
-¿Y no habrá algún judío que nos preste? Sin oro no hay fusiles y sin fusiles no hay soldados... Es fuerza buscarlo y encontrarlo.
El caballero legitimista repuso casi sin esperanza:
-Por la Junta de Santiago, ustedes conocen [19] el motivo de mi viaje. Es preciso que los leales nos sacrifiquemos, y para dar ejemplo, yo comenzaré vendiendo este palacio y las rentas de mis tres mayorazgos. Todo lo que tengo en esta tierra.
Los dos canónigos se entusiasmaron, y aquél de los ojos místicos é ingénuos *ingenuos* juntó las manos con fervor:
-¡Resucitan las antiguas virtudes cristianas en estos tiempos de persecuciones contra la Iglesia de Dios!
El Maestre-Escuela comentó con espíritu menos beato:
-¡Quien heredó grandeza, grandeza muestra!... ¡Y es ascendencia de reyes la de nuestro querido Marqués!
El viejo dandy repuso con una sonrisa de amable ironía:
[20] -De reyes y de papas... En lo antiguo, mi familia tuvo enlace con la del cardenal Rodrigo de Borgia.
El Maestre-Escuela afirmó con un dejo militar:
-El papa español Alejandro VI.
Y murmuró el otro canónigo:
-¡Ya no hay papas españoles! En estos momentos un papa español podría decidir el triunfo de la Causa...
Tornó á sonreir el caballero legitimista:
-Sobre todo si era pariente mío.
El Maestre-Escuela, poniéndose una mano sobre la boca, tosió discretamente. Después recogióse los manteos, hasta lucir los zapatos con hebillas de plata, y habló en tono de sermón, accionando solamente con la mano derecha, una mano blanca y un poco gruesa, que parecía reclamar la pastoral amatista:
[21] -Por el triunfo de la religión, de la patria y del Rey, haremos cuanto sea dable. Creo interpretar en este momento el sentir de todo el Cabildo de Nuestra Santa Iglesia Colegiata. Haremos por la fe, aquello que hemos visto hacer por el infierno al impío Mendizábal. Nuestra Iglesia, afortunadamente, aún es rica en plata y en joyas, tesoros que fueron ocultos cuando los bárbaros decretos del Gobierno de Isabel. Hay mucha más riqueza de metales finos y de pedrería, que riqueza artística. Con ella, y con nuestros bienes personales, acudiremos á sostener la guerra. Pero no seremos vandálicos, como lo fueron al despojarnos los sicarios de Mendizábal. ¡Pronunciemos el nombre sin adjetivos, porque en sus letras lleva todos los estigmas! Las joyas artísticas serán respetadas, y de esta suerte reservaremos toda entera, para [22] aquel hombre infausto, la triste gloria de haber sido un nuevo Atila.
Y el canónigo de los ojos místicos, aseguró:
-Así debía ser llamado, si no le reclamase el nombre de Antecristo.
El Maestre-Escuela, después de oirle, cruzó las manos con esa gravedad señoril y modesta de algunos eclesiásticos, y al hablar de nuevo lo hizo sin tono de sermón:
-Por mis aficiones, y un poco también por mis estudios, me siento inclinado hacia las cosas de arte... Creo continuar así la tradición de la Iglesia... ¡Los más grandes artistas tuvieron á los papas por Mecenas! Julio II fué protector de Rafael de Urvino, como lo fué Alejandro VI del Pinturichio, y Paulo IV de Tiziano Vecellio. Las riquezas artísticas de nuestra Colegiata, me son bien conocidas, y de todas tengo [23] escrita una compendiosa historia: Son donaciones de obispos y de piadosos caballeros, algunas, ofrendas de reyes... La iglesia es muy antigua, data su fundación de una bula del papa Inocencio II. El primitivo claustro románico se conserva purísimo, y el resto no ha sufrido grandes restauraciones. Como tantas iglesias gallegas, data del arzobispado de Gelmirez. Pertenece al mismo momento que el Real Monasterio de András. ¡Esa joya, convertida en cuartel por los vándalos isabelinos!
Después, los dos canónigos y el caballero legitimista acordaron verse al día siguiente en la Sala Capitular. Urgía que los soldados tuviesen pronto fusiles.
[25]
La llegada del caballero legitimista, aquella misma noche corrió en lenguas por Viana del Prior. A la casa grande del vinculero, como seguían diciendo por tradición en la villa, llevó la nueva un criado que llamaban en burlas Don Galán. El amo, un viejo con ese hermoso y varonil tipo suevo tan frecuente en los hidalgos de la montaña gallega, dió grandes voces, en son de regocijo y de sorpresa:
-¿Dices que acaba de llegar mi sobrino [26] Bradomín? ¡Gran señor, gran ingenio, gran corazón!... ¡Mala cabeza!...
La voz tenía una hueca resonancia en aquella cocina de la casona. Don Juan Manuel Montenegro, sentado ante una mesa cubierta con manteles de lino casero, cenaba al amor del hogar, acompañado por dos de sus hijos. Servíales á los tres una moza, barragana del viejo. Tenía los ojos azules y cándidos, con algo de flor, era casi una niña: Siempre que posaba las viandas sobre la mesa, las manos le temblaban y los hijos del hidalgo la seguían de soslayo, con celo y con rencor. Eran dos mancebos muy altos, cetrinos, forzudos y encorvados. El uno, cruzaba con desgaire bajo el brazo la bayeta de un manteo, y en el remate de su silla había colgado el tricornio que aún usan los seminaristas en Viana del Prior: Se llamaba Don Farruquiño. [27] Al otro, por la belleza de su rostro, le decían en su casa y en toda aquella tierra, Cara de Plata. Los dos comentaron la llegada del Marqués de Bradomín:
-En el aula de filosofía contó ayer un lagarto viejo, que Bradomín estaba en Santiago.
Y Cara de Plata, mirando á la barragana de su padre, replicó con un gesto sombrío:
-Viene para encender la guerra. Yo haré que me nombren capitán. Desapareceré para siempre.
El seminarista miró también á la barragana, y le guiñó un ojo con malicia. El hidalgo vió el guiño, frunció el ceño y apuró el vaso. La barragana se acercó temblando y volvió á llenárselo. Cara de Plata, después de un momento, murmuró reflexivo y melancólico:
[28] -¡Siento no haber sabido antes la llegada del Marqués!
Bajo la bóveda de la cocina resonó la voz de Don Juan Manuel:
-En otro tiempo, mi sobrino hubiera entrado en la villa á son de campanas. Es privilegio obtenido por la defensa que hizo uno de sus antepasados, y también mío, cuando arribaron á estas playas los piratas ingleses.
Al Marqués de Bradomín, el orgulloso vinculero le llamaba sobrino, bien que sólo los uniesen esos lejanos lazos de parentesco que casi se pierden en una tradición familiar. Los hijos permanecieron silenciosos. Cara de Plata con una grave expresión de ensueño en los ojos, y el seminarista sonriendo á la zagala de las vacas que, toda roja en el reflejo del fuego, sorbía las berzas del caldo arrimada á un canto del hogar. [29] Don Galán, que era un criado nacido en la casa, giboso, y bufonesco á la manera antigua, sacó la lengua fuera de la boca, imitando al papa-moscas de la fiesta:
-¡Habrá que beber un jarro para celebrar la santísima aparición del señor mi Marqués! ¡Jujú!
Don Juan Manuel Montenegro se incorporó dando grandes voces, que hicieron ladrar á los perros atados en el huerto bajo la parra:
-¡Imbécil, quién eres tú para celebrar la llegada de tan noble caballero como mi sobrino?
Don Galán, sacó otra vez la lengua:
-Algún can traerá consigo... Todo se arregla en este mundo, menos la muerte... ¡Jujú! Beba mi amo por la salud del sobrino, que yo beberé por la del can. ¡Jujú!
[30] Otra vez volvió á gritar el hidalgo:
-¿Pero quién eres tú para beber conmigo?
Don Galán hizo una cabriola:
-¡Jujú! El mismo que bebió tantas otras veces.
-¡Eres un imbécil!
-¡Jujú!
-Un día te arranco la piel á tiras.
-¡Jujú! No será hoy.
-Puede que sí.
-¡Jujú! Hoy es de noche.