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Esta obra ofrece una selección del conjunto de investigaciones realizadas desde diversas disciplinas como la Arqueología, Historia, Antropología, Lingüística y Genética sobre los pueblos indoamericanos que habitaron nuestro archipiélago antes de la conquista española. Brinda una aproximación al conocimiento más actualizado sobre el legado aborigen a la cubanía: la presencia del elemento indígena en la génesis de la actual población, en su historia y su cultura.Frente a la generalizada creencia de la desaparición de nuestros primeros descubridores, el lector interesado encontrará los argumentos que demuestran la historicidad de su permanencia.
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Seitenzahl: 911
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Título original: Los Indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente
Edición base: Lili Chi
Edición para ebook: María de los Angeles Navarro
Corrección: Addis Alarcón
Diseño del perfil de la colección: Rafael Lago Sérichev, Axel Rodríguez García
y Adolfo Izquierdo Mesa
Diseño de cubierta: Alexis Rodríguez Rodríguez
Título de la obra: Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente
Técnica: Acrílico sobre lienzo
Realización de cubierta: Ariadna Boris Cobas
Realización: Daniela Ramos
Composición computarizada: Madeline Martí del Sol
Composición para ebook: Amarelis González La O
© Felipe de Jesús Pérez Cruz, 2014
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2016
ISBN 978-959-06-1761-4
“Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada... Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra... La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los acontes de Grecia.
Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesario”.
josé martí: Nuestra América, 1891.
En 1992, la líder indígena Rigoberta Menchú, recibió en Suecia el premio Nobel de la Paz. En su discurso por la ocasión expresó: “No debemos olvidar que cuando los europeos llegaron a América, florecían civilizaciones pujantes. No se puede hablar de descubrimiento de América porque se descubre lo que se ignora o se encuentra oculto. Pero América y sus civilizaciones nativas se habían descubierto a sí mismas mucho antes de la caída del Imperio romano y del medioevo europeo. Los avances de sus culturas forman parte del patrimonio de la humanidad y siguen asombrando a sus estudiosos”.
El presente libro nos llega en un momento crucial en la historia del país, donde las ciencias sociales y humanistas y en particular la historia tienen la deuda y el reto de repensar nuestro proceso de construcción cultural. Prologar esta obra es tarea difícil, sobre todo, por tratarse de la historia de Cuba. Sin embargo, negarme sería no corresponder al esfuerzo de un colectivo de autores empeñados en asumir una historia crítica que encuentra como sostén el análisis de una importante etapa de nuestra historia desde los marcos del Caribe a partir de estudios multidisciplinarios, lo que facilita una comprensión holística de los procesos que se tratan.
Es también saldar la deuda con las advertencias de José Martí en su ensayoNuestra América,de 1892, cuando con una visión preclara enfatizaba entre otras ideas: "Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano; Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra, nos es más necesaria".
El enfoque de los trabajos presentados por los autores se enmarcan en el necesario proceso de descolonización de los saberes, que en nuestro caso no es solo de los referentes y paradigmas de la historiografía creada desde la perspectiva de la modernidad, sino también del marxismo dogmático que a través de los manuales nos llegó a varias generaciones de cubanos. También se insertan dentro de las corrientes historiográficas latinoamericanas que vienen tratando de hacer una historia crítica, que nos permita, al decir de Fernando Martínez Heredia, pensar a contracorriente, pensar con cabeza propia. En ese propósito las obras de Edgardo Lander, Aníbal Quijano, Néstor García Canclini, Martín Barbero, y otros son referentes teóricos ymetodológicos en tal empeño.
La lectura de los trabajos mueve a la reflexión y el debate en torno a la condición humana, a su esencia cultural, lo cual no minimiza la especificidad biológica de la especie; todo lo contrario, inserta esta en la dimensión que la posibilita y magnifica: la cultura.
Se trata de indagar sobre nuestros pueblos originarios, penetrando en su mundo mitológico, simbólico, mítico y ritual, expresión de una cosmogonía universal. Lograr desde la perspectiva histórica esa visión holística solo es posible cuando convergen en un mismo objetivo diversas miradas, que desde la arqueología, la etnología, la antropología, la lingüística y la politología, penetran en el objeto de estudio para revelarnos el proceso de construcción cultural y sistemas de valores y creencias que establecen y desarrollan los grupos humanos en sus relaciones sociales en armonía con su medio natural.
Asumir tal enfoque permite a los autores comprender que cada sociedad produce sus propios saberes y prácticas. Esto nos aleja de la historia elaborada y contada a partir del legado teórico y conceptual que se gesta y desarrolla bajo la colonización del conocimiento por fuerzas foráneas, lo que explica por qué durante tanto tiempo calificamos a nuestros pueblos aborígenes de inferiores, con bajo nivel de las fuerzas productivas, atrasados técnicamente, de oscurantistas, y solo asumimos en el presente sus prácticas y saberes desde el rótulo de lo folklórico.
Considero muy acertado iniciar el libro con el texto de José Martí y a continuación el trabajo del doctor Felipe de J. Pérez Cruz, que nos introduce desde un profundo análisis teórico y conceptual a entender por qué hablamos de repensar desde un sentido crítico nuestro proceso histórico.
La primera parte, con once artículos, aborda el poblamiento del archipiélago cubano y la presencia humana en este, desde un acercamiento al medio geográfico, las migraciones e intercambios socioculturales en el área, los modos de vida, las economías, culturas materiales y cosmovisiones que les caracterizaba. Con enfoques no siempre coincidentes —lo que resulta un valor adicional de la entrega que se realiza—, Fernando Ortega Sastriques, Gerardo Izquierdo Díaz, Efrén Jaimez Salgado, Antonio López Almirall,Alfredo Pérez Carratalá, Enrique M. Alonso Alonso, Antonio J.Martínez Fuentes, Isabel Mendizábal y David Comas, Lourdes S.Domínguez, Alfonso Córdova Medina, Griselda Hernández Ramírez, Racso Fernández Ortega, Divaldo Gutiérrez Calvache, José B. González Tendero, profundizan sobre los primeros descubridores de Cuba y de las Antillas.
José Jiménez Santander, Josué Sánchez, Ludín B. Fonseca García, Oscar Pereira Pereira, con el aporte del poeta insigne Jesús Orta Ruiz, con un acucioso dominio de las fuentes históricas exponen el momento de la llegada de los europeos y el genocidio y etnocidio que estos desataron, con el propósito de apoderarse del territorio y las riquezas del “Nuevo Mundo”. Los artículos mencionados abren lo que es orgánicamente la Segunda Parte del libro, que en quince Artículos tiene como propósito sustentar la pervivencia histórica del aborigen, su continuidad y permanencia. A tales fines, se reunieron trabajos de Jorge Ulloa Hung, Juan Manuel Reyes Cardero, Lilian Padrón Reyes, José A. Matos Arévalo, José Antonio García Molina, Giselda Emérita Hernández Ramírez y Gerardo Izquierdo Díaz, Jesús Guanche, Sergio O. Valdés Bernal, Alfredo Alberdi Vallejo, Avelino Víctor Couceiro Rodríguez, Ulises M. González Herrera, Enrique M. Alonso, Lohania J. Aruca Alonso, Beatriz Marcheco Teruel, Miguel Lozano Alemán, Wilkie Delgado Correa, y Felipe de J. Pérez Cruz.
En conjunto los trabajos citados que completan la obra, permiten al lector una visión totalizadora de nuestros pueblos originarios, revelando al igual que el Gran Caribe la existencia de un chamanismo central, que aún hoy mantiene rasgos de las culturas precedentes, incluso en aquellos que aceptaron el cristianismo, pero que escondieron en él, visiones y rituales ancestrales para poderlas salvar. De igual manera, acontece con el pensamiento mítico de etnias y culturas de origen: yekwana, piaroa, wayú, yanoama, guajibo, warao, taínos, chibchas y otros que mantienen rasgos de las sociedades comunitarias, destacándose las actividades de subsistencia y otras representaciones culturales, unidas al conocimiento de su universo mítico y simbólico que poco o nada tienen que ver con la cultura impuesta. Se trata de abandonar las posiciones de muchos positivistas que ven este pensamiento como pre filosófico y cuya superación es interpretada como progreso necesario de los humanos. Recordemos que el pensamiento mítico constituye un modelo de las acciones y decisiones humanas. Da sentido, legitima las relaciones sociales, actúa a partir del consenso, es un soporte fundador. Es la expresión de cómo estos grupos humanos captan la realidad del universo del cual se sienten parte, junto a todo lo que existe en su entorno, por esa razón el saber deviene proceso regulador de su actuación.
A decir del teólogo brasileño Frei Betto... “Todos los pueblos indígenas viven la intuición de una totalidad que abarca todo lo existente. Para ellos, lo divino es la interrelación íntima delser absoluto de la totalidad con la comunidad que cuida de la vida de cada uno de sus miembros y de la vida de todos”.
Los ensayos que se exponen pueden ser leídos por separado y en cualquier orden, aunque en la secuencia que aparecen en el libro nos parce la más indicada, en tanto permite la comprensión de lascaracterísticas de los pueblos originarios de la Isla desde la mirada eindagación desde múltiples saberes, que al integrarse nos ofrecen esa visión holística y necesaria que solo desde el enfoque sociohistórico y cultural podemos lograr.
La Resolución aprobada por la sesión habanera del XXI Congreso Nacional de Historia, como propuesta al plenario del Congreso, que se anexa, completa el aporte de ciencia y conciencia del libro. Es sin duda un documento de política científica, entendida esta, como el arte de concretar las verdades probadas por el estudio, en acciones de formación y desarrollo educacional y cultural. Hora es de remover los mitos colonialistas y las falsas asepsias que persisten en nuestro medio y, en tal misión, la asociación habanera de historiadores desbroza el camino.
Finaliza la obra con un vocabulario que será muy útil no solo a quienes se introduzcan en los textos sin un dominio de las epistemologías específicas de las ciencias desde las que trabajan, también lo será para todos los que acompañen este esfuerzo que intenta trascender las fronteras disciplinares en búsqueda de una total integración de saberes y generalización cultural.
Los autores defienden sus puntos de vistas con rigor, objetividad y honestidad intelectual, lo que expresa que cada investigación sea asumida como fenómeno cultural.
Espero que este texto sea útil a maestros y profesores que tienen el encargo de enseñar la historia de la nación, la que siempre sería incompleta si desconocemos a nuestros primeros pobladores, si nos olvidamos de dónde venimos, y a qué mundo realmente pertenecemos. Los estudiantes que deseen profundizar su conocimiento, encontrarán en las páginas que le siguen un interesante reto de aprendizaje y sobre todo de reflexión. Los colegas de las instituciones académicas, culturales, y de investigación en el campo de las ciencias sociales, apreciarán una manera inteligente y certera de construir consenso desde el debate multidisciplinar. No es esta una simple agrupación de artículos, se trata de una articulación de saberes, que en su interacción nos acercan a la totalidad.
Aprecio que el libro, además de ser relevante para quienes estánen la esfera de la educación y la producción del conocimiento científico, resultará interesante para el más amplio público lector, que no tendrá dificultad para adentrarse en los textos que se presentan. Como incentivo adicional, podrán emprender la aventura de aprender-desaprendiendo, pues en no pocos temas los autores rompen lanzas con lo que tradicionalmente se ha afirmado.
Daniel Felipe Fernández Díaz
Jefe del Departamento de Historia
Escuela Latinoamericana de Medicina
La Habana, marzo de 2014
José Martí Pérez
Cazando y pescando; desentendiéndose a golpes de pedernal deltigrillo y el puma y de los colosales paquidermos; soterrando deuna embestida de colmillo el tronco montuoso en que se guarecía, vivió errante por las selvas de América el hombre primitivo en las edades cuaternarias.
"José Martí", actor Roberto Albellar, La Habana, 2014.
En amar y en defenderse ocupaba acaso su vida vagabunda y azarosa, hasta que los animales cuaternarios desaparecieron, y el hombre nómada se hizo sedentario. No bien se sentó, con los pedernales mismos que le servían para matar al ciervo, tallaba sus cuernos duros; hizo hachas, harpones y cuchillos, e instrumentos de asta, hueso y piedra. El deseo de ornamento, y el de perpetuación, ocurren al hombre apenas se da cuenta de que piensa: el arte es la forma del uno: la historia, la del otro.
El deseo de crear le asalta tan luego como se desembaraza de las fieras; y de tal modo, que el hombre solo ama verdaderamente, o ama preferentemente, lo que crea. El arte, que en épocas posteriores y más complicadas puede ya ser producto de un ardoroso amor a la belleza, en los tiempos primeros no es más que la expresión del deseo humano de crear y de vencer. Siente celos el hombre del Hacedor de las criaturas; y gozo en dar semejanza de vida, y forma de ser animado, a la piedra. Una piedra trabajada por sus manos, le parece un Dios vencido a sus pies. Contempla la obra de su arte satisfecho, como si hubiera puesto un pie en las nubes. Dar prueba de su poder y dejar memoria de sí, son ansias vivas en el hombre.
En colmillos de elefantes y en dientes de oso, en omóplatos de renos y tibias de venado esculpían con sílices agudos los trogloditas de las cuevas francesas de Vezere las imágenes del mamut tremendo, la foca astuta, el cocodrilo venerado y el caballo amigo. Corren, muerden, amenazan, aquellos brutales perfiles. Cuando querían sacar un relieve, ahondaban y anchaban el corte. La pasión por la verdad fue siempre ardiente en el hombre. La verdad en las obras de arte es la dignidad del talento.
Por los tiempos en que el troglodita de Vezere cubría de dibujos de pescados los espacios vacíos de sus escenas de animales, y el hombre de Laugerie Basse representaba en un cuerno de ciervo una palpitante escena de caza, en que un joven gozoso de cabello hirsuto, expresivo el rostro, el cuerpo desnudo, dispara, seguido de mujeres de senos llenos y caderas altas, su flecha sobre un venado pavorido y colérico, el hombre sedentario americano imprimía ya sobre el barro blando de sus vasijas hojas de vid o tallos de caña o con la punta de una concha marcaba imperfectas líneas en sus obras de barro, embutidas a menudo con conchas de colores, y a la luz del sol secadas.
En lechos de guano cubiertos por profunda capa de tierra y arboleda tupida se han hallado, aunque nunca entre huesos de animales cuaternarios ni objetos de metal, aquellas primeras reliquias del hombre americano. Y como a esas pobres muestras de arte ingenuo cubren suelos tan profundos y maleza tan enmarañada como la que ahora mismo solo a trechos deja ver los palacios de muros pintados y paredes labradas de los bravíos y suntuosos mayapanes, no es dable deducir que fue escaso de instinto artístico el americano de aquel tiempo, sino que, como a nuestros ojos acontece, vivían en la misma época pueblos refinados, históricos y ricos, y pueblos elementales y salvajes. Pues hoy mismo, en que andan las locomotoras por el aire, y como las gotas de una copa de tequila lanzada a lo alto, se quiebra en átomos invisibles una roca que estorba a los hombres, hoy mismo, ¿no se trabajan sílices, se cavan pedruscos, se adoran ídolos, se escriben pictógrafos, se hacen estatuas de los sacerdotes del sol entre las tribus bárbaras? No por fajas o zonas implacables, no como mera emanación andante de un estado de la tierra, no como flor de geología, pese a cuanto pese, se ha ido desenvolviendo el espíritu humano. Los hombres que están naciendo ahora en las selvas en medio de esta avanzada condición geológica, luchan con los animales, viven de la caza y de la pesca, se cuelgan al cuello rosarios de guijas, trabajan la piedra, el asta y el hueso, andan desnudos y con el cabello hirsuto, como el cazador de Laugerie Basse, como los elegantes guerreros de los monumentos iberos, como el salvaje inglorioso de los cabos africanos, como los hombres todos en su época primitiva. En el espíritu del hombre están, en el espíritu de cada hombre, todas las edades de la Naturaleza.
José Martí como Chac Mool a partir de su autorretrato.
Las rocas fueron antes que los cordones de nudos de los peruanos, y los collares de porcelana del Arauco, y los pergaminos pintados de México, y las piedras inscritas de la gente maya, las rocas altas en los bosques solemnes fueron los primeros registros de los sucesos, espantos, glorias y creencias de los pueblos indios. Para pintar o tallar sus signos elegían siempre los lugares más imponentes y bellos, los lugares sacerdotales de la naturaleza. Todo lo reducían a acción y a símbolo. Expresivos de suyo, no bien sufría la tierra un sacudimiento, los lagos un desborde, la raza un viaje, una invasión el pueblo, buscaban el limpio tajo de una roca, y esculpían, pintaban o escribían el suceso en el granito y en la siena. Desdeñaban las piedras deleznables. De entre las artes de pueblos primitivos que presentan grado de incorrección semejante al arte americano, ninguno hay que se le compare en lo numeroso, elocuente, resuelto, original y ornamentado. Estaban en el albor de la escultura, pero de la arquitectura, en pleno medio día. En los tiempos primeros, mientras tienen que tallar la piedra, se limitan a la línea; pero apenas puede correr libre la mano en el dibujo y los colores, todo lo recaman, superponen, encajean, bordan y adornan. Y cuando ya levantan casas, sienten daño en los ojos si un punto solo del pavimento o la techumbre no ostenta, recortada en la faz de la piedra, o en la cabeza de la viga, un plumaje rizado, un penacho de guerrero, un anciano barbudo, una luna, un sol, una serpiente, un cocodrilo, un guacamayo, un tigre, una flor de hojas sencillas y colosales, una antorcha. Y las monumentales paredes de piedra son de labor más ensalzada y rica que el más sutil tejido de esterería fina. Era raza noble e impaciente, como esa de hombres que comienzan a leer los libros por el fin. Lo pequeño no conocían y ya se iban a lo grande. Siempre fue el amor al adorno dote de los hijos de América, y por ella lucen, y por ella pecan el carácter movible, la política prematura y la literatura hojosa de los países americanos.
No con la hermosura de Tetzcoutzingo, Copán y Quiriguá, no con la profusa riqueza de Uxmal y de Mitla, están labrados los dólmenes informes de la Galia; ni los ásperos dibujos en que cuentan sus viajes los noruegos; ni aquellas líneas vagas, indecisas, tímidas con que pintaban al hombre de las edades elementales los mismos iluminados pueblos del mediodía de Italia. ¿Qué es, sino cáliz abierto al sol por especial privilegio de la naturaleza, la inteligencia de los americanos? Unos pueblos buscan, como el germánico; otros construyen, como el sajón; otros entienden, como el francés; colorean otros, como el italiano; solo al hombre de América le es dable en tanto grado vestir como de ropa natural la idea segura de fácil, brillante y maravillosa pompa. No más que pueblos en cierne, —que ni todos los pueblos se cuajan de un mismo modo, ni bastan unos cuantos siglos para cuajar un pueblo—, no más que pueblos en bulbo eran aquellos en que con maña sutil de viejos vividores se entró el conquistador valiente, y descargó su poderosa herrajería, lo cual fue una desdicha histórica y un crimen natural. El tallo esbelto debió dejarse erguido, para que pudiera verse luego en toda su hermosura la obra entera y florecida de la Naturaleza. ¡Robaron los conquistadores una página al Universo! Aquellos eran los pueblos que llamaban a la Vía Láctea “el camino de las almas”; para quienes el Universo estaba lleno del Grande Espíritu, en cuyo seno se encerraba toda luz, del arco iris coronado como de un penacho, rodeado, como de colosales faisanes, de los cometas orgullosos, que paseaban por entre el sol dormido y la montaña inmóvil el espíritu de las estrellas; los pueblos eran que no imaginaron, como los hebreos, a la mujer hecha de un hueso y al hombre hecho de lodo; sino a ambos nacidos a un tiempo ¡de la semilla de la palma!
1La América, Nueva York, abril de 1884.
Felipe de J. Pérez Cruz
Recientemente asistimos a unboomde estudios y preocupaciones sobre la cuestión afrocubana. Muy necesaria y justa es esta reivindicación. Sin embargo, el tema indoamericano continúa padeciendo de desatención y subvaloración en nuestra vida cultural, en el sistema educacional y en la comunidad académica. Considero que si vamos a tratar de identidad étnica, raza y nación, resulta imprescindible abrir el espectro de análisis al proceso histórico que acredita un poblamiento y construcción societal de más de siete mil años.1Y este no es un criterio de ocasión. He insistido en su pertinencia desde misprimeras incursiones en estos estudios (Pérez Cruz, 1988). La recuperación del legado aborigen en Cuba, pasa por la solución de varias problemáticas eminentemente culturales, científicas e ideológicas.
El Gran Caribe, Cuba y las Antillas Mayores.
La historia blanca, racista, urbana y capital-céntrica, que ha persistido en nuestro país, los academicismos de herencia positivistas, los tránsitos infelices hacia y desde un marxismo anquilosado y dogmático, y la recurva neopositivista que se aprecia en buena parte de nuestra producción, han creado barreras para penetrar en la complejidad pluricualitativa del mundo indoamericano.
Permanece un criterio ahistórico que resta valor o menosprecia el legado indígena. Hablar de nuestros aborígenes se reduce, por generalidad, al exotismo de lo ignoto.
Lo “prehistórico” y antiguo se aprecia tan lejano, como devaluado e inoperante para nuestra época cibernética. Un mito de la modernidad eurocéntrica a vencer, está en preguntarnos si ¿los aborígenes indoamericanos que habitaban las Antillas eran realmente primitivos…? No tenemos realmente incorporada un noción clara y definitiva sobre la Cuba que encontraron y poblaron nuestros antepasados. Ni siquiera tenemos un consenso establecido sobre cómo denominar a los primeros habitantes de Cuba. Un problema está en la necesidad de trascender y rearmar el imaginario asentado tradicionalmente en nuestra cultura, según el cual, no quedaron “indios”.2
TEMA MARGINAL
Lo “aborigen” ha sido un tema marginal para la historiografía y en general la ciencia social cubana. El descubrimiento y poblamiento original de nuestro archipiélago y la historia que le es consustancial y común al Caribe antillano, antes y después de la irrupción del colonialismo europeo, solo ha ocupado a un reducido círculo de especialistas. Afortunadamente quienes dedicaron sus esfuerzos a desbrozar el más ignoto pasado, lo han hecho bien, muy bien. Desde la época colonial a la actualidad hombres sabios —y varias damas insignes—, vencieron todo tipo de dificultades materiales, entuertos burocráticos y desestímulos, para forjar un sólido conocimiento multidisciplinar. Este ha sido patrimonio casi exclusivo de los arqueólogos y antropólogos, y a ellos les debemos el mayor cúmulo de resultados y sistematizaciones (Hernández Godoy, 2010).
Al triunfo de la Revolución en 1959, y la creación de la Academia de Ciencias de Cuba y del Departamento de Antropología adscrito a la misma,3 los estudios arqueológicos en Cuba cobraron una significación nunca antes vista. Esto permitió organizar y sistematizar el trabajo a escala nacional, de manera tal que se vertebró con las universidades y otras instituciones afines la tarea de rescate y estudio del pasado más remoto, sobre bases superiores tanto en recursos técnicos como en enfoques teóricos (La Rosa, 2000). Con la formación por primera vez en el país de historiadores en las universidades e institutos pedagógicos,4los estudios aborígenes recibieron un sustantivo impulso, pero en escala comparativa en el conjunto de las ciencias sociales, siguió pesando la subvaloración y desatención. El tema además continúa sufriendo de “invisibilidad” en los medios de comunicación social. Tal escenario hace que el estudio del legado aborigen perviva solo como espacio exclusivo de especialistas, en momentos en que no casualmente las disciplinas que estudian el tema, se caracterizan por su crecimiento cienciológico y solidez de resultados.
Hoy estamos en condiciones de dar un salto en la multiplicación del saber social, sobre el mundo aborigen en Cuba. La acumulación de experiencia teórica y metodológica y los resultados obtenidos en los últimos veinte años, dibujan una situación cualitativamente superior.El Departamento de Arqueología, del Instituto Cubano de Antropología, y elDepartamentoCentroOrientaldeArqueología, ambos adscritos al Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), las delegaciones de este ministerio en varias provincias con áreas específicas como el Grupo de Arqueología del Centro de Estudios y Servicios Ambientales de Villa Clara, radicado en Sagua la Grande, el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la ciudad deLa Habana, y las oficinas de historia y conservación de las principales ciudades del país, han consolidado una planta de investigadores, y una cantera de especialistas en distintos momentos de formación.
La labor de investigación y el desarrollo de la museología aborigen se han fortalecido en el sistema del Consejo Nacional de PatrimonioCultural. Novedosas propuestas como la de la sala de paleopatologíaen el Museo Memorial El Morrillo, de Matanzas el Museo del Chorro de Maíta, en Holguín y el Museo Arqueológico Cueva del Paraiso en Baracoa, reconfiguran las posibilidades de investigación, estudioy promoción científica. El Museo Antropológico Montané de la Universidad de La Habana,5ha liderado con éxito las excavaciones que aportaron un nuevo fechado para la presencia aborigen en Cuba.
En los últimos años han tomado un singular impulso los estudios antropológicos, nunca abandonados por un reducido grupo de patriotas de la ciencia,6que abren cursos en varias universidades del país, y se ha creado una red universitaria. La Cátedra de Estudios del Caribe de la Universidad de La Habana, fundó en 2008, un Aula especializada pionera de este tipo de cursos libres y de posgrados. El Instituto Superior de Arte (ISA) imparte desde el 2008 la asignatura de arqueología en las carreras de danza y artes plásticas, y el ColegioUniversitario San Gerónimo de La Habana, institución adscrita a laUniversidad capitalina, incluyó la arqueología en su currículo.En las maestrías en curso de las especialidades de Historia y Desarrollo Cultural han incorporado módulos dedicados al estudio de la herencia aborigen.
Las publicaciones y el intercambio en soporte digital dan nuevo impulso a la socialización profesional. Lo propiamente gubernamental, se potencia con la irrupción de colectivos e iniciativas de investigación y promoción desde la sociedad civil a lo largo de toda la geografía del país, como la veterana Sociedad Espeleológica de Cuba; la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre; el Grupo de Trabajo Permanente Expediciones, Exploraciones y Viajeros en el Caribe; el Grupo Cubano de Investigaciones de Arte Rupestre; el Grupo Kaweiro; la Sociedad Arqueológica de Baracoa y la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, entre muchas otras asociaciones. Estos esfuerzos también dibujan una contribución a los actuales procesos de integración cultural Nuestroamericana. Y se refuerza la perspectiva de los estudios regionales y de investigaciones comparadas.
Sin duda, las ciencias que han acumulado resultados en el estudio del legado aborigen, tienen sus propios retos internos, pero en opinión de este autor la problemática del entorno, las relaciones con los sistemas de las ciencias sociales, la educación y la cultura, y las disarmonías con los articuladores y los que toman decisiones gubernamentales, conforman un ámbito de incidencias que interpenetra todo el quehacer disciplinario.
Un problema que lastra a nivel social el avance de los estudios académicos referentes al tema aborigen, está en la débil gestión de publicación e introducción de resultados investigativos. Hay numerosos y destacados estudios geográficos, arqueológicos, antropológicos, y lingüísticos, que desbrozan el universo de nuestros primeros pobladores, que no han hallado la oportunidad de su publicación, o lo lograron en una tirada reducida que no satisface las necesidades de la formación escolar y la educación ciudadana.
La Historiografía no ha prestado suficiente atención a la falacia sobre la desaparición de los aborígenes, y sigue repitiendo los prejuiciosos esquemas heredados. No nos hemos librado aún de las visiones eurocéntricas y en particular de los hispanismos a ultranza. Mientras, faltan estudios multi, inter y transdisciplinarios que permitan profundizar aún más, y emerger la complejidad del mundo impactado por el genocidio de la conquista europea.
Una dirección del trabajo debe estar en criticar las ideas estereotipadas que tienden a minimizar la esencia, y el verdadero desarrollo cultural alcanzado por las primigenias sociedades. Hoy está plenamente probado que las comunidades aborígenes, fueron las verdaderas protagonistas de los primeros capítulos de nuestra historia, y desarrollaron sistemas económico-sociales complejos, que les permitieron vivir en armonía con su entorno físico y biológico, preservando su innato potencial de recursos.
Un nudo fundamental está en el tema de la identidad cultural. La identidadcubana, no comenzó a forjarse en el sigloxix—tampoco a fines delxviiicomo también suele afirmarse en los programas de estudio y la bibliografía que están al alcance de los estudiantes y el público en general—, sino que se inició de forma palpable en el mismo siglo de la invasión española: en el sigloxvi, cuando los pueblos aborígenes primero, y estos junto con los africanos después, se rebelaron frentea los esclavistas peninsulares, y buscaron en la profundidad del territorio, con el cimarronaje, un proyecto de vida alternativo frente a la dominación europea.
Las debilidades historiográficas, las deudas de la publicación científica y el desencuentro de los que toman decisiones, colectivos metodológicos, autores de textos escolares e investigadores, impactan en el ámbito escolar y universitario. En la escuela, la presencia de los sujetos históricos que descubrieron y habitaron nuestro archipiélagoy el área caribeña conjuntamente, carece de una concepción holística y sistémica para su estudio.
La madurezinvestigativa y el aumento del conocimiento científico que ha fundamentado su alcance, precisan del encuentro con el conjunto de las ciencias y la cultura nacionales, con el propósito de validar, en el mundo escolar y universitario, el enriquecimiento y realimentación de los saberes populares.
La división artificial mediante la presencia o no de escritura, entre “prehistoria” e “historia” posee una larga tradición en occidente. La idea de una prehistoria, con un amplio espacio de tiempo antes de la invención de la escritura, fue una ruptura radical en su momento, y aportó definitivamente a la fundación misma de la Arqueología como ciencia moderna, pero hoy este concepto resulta cada vez más cuestionado.7No supera la visión segregada del pasado, que nos aleja, en gran parte, del estudio del cambio cultural a largo plazo, especialmente en contextos multiculturales como los que caracterizan la evolución histórica del hombre y la mujer americanos. ¿Por qué considerar que lo acontecido antes de la invención de la escritura es anterior a la historia? ¿Y si existieron otras formas de representación y comunicación que hacían la función de la escritura? ¿Y si las pictografías ocultan una escritura y no solo fueran representaciones estéticas y mágico religiosas?8Sin embargo, lo fundamental es que sin la larga etapa de las sociedades sin escritura, no se hubiera llegado a la nueva etapa de las civilizaciones con escritura. En tal punto coincido con quiénes afirman que lo que se denomina Prehistoria es parte inseparable de la Historia. Puede afirmarse que la ciencia arqueológica ha aportado durante los últimos doscientos años, conocimientos suficientes para probar que esas dos grandes etapas, antes y después de la invención de la escritura, forman parte de un mismo proceso, que no son independientes una de otra, ni están separadas en la realidad.9
La historia americana es resultado de un largo proceso civilizatorio, desplegado a lo largo de milenios, que comenzó hace más de 20000-35 000 años —con la presencia de cazadores-recolectores a fines del Pleistoceno—10y que, durante los cinco milenios que preceden a nuestra era, alcanzan una complejidad mayor con la paulatina instauración de la economía agrícola,11el desarrollo de los modos de vida sedentaria, y expresiones políticas y culturales cada vez más complejas e interconectadas, incluida la escritura en Mesoamérica. En esta parte del mundo surgieron estados e imperiosque se forjaron también mediante la opresión y explotación de los pueblos más débiles,12tanto así que muchos de esos pueblos se unieron alos europeos para luchar en contra de sus opresores, sin saber que adelantaban un peor destino.Paradójicamente la llegada a la regiónde una “civilización con escritura” fija el momento de mayor barbarie,de genocidio, etnocidio y regresión.
El silencio sobre el aporte universal de los pueblos indoamericanos, la insistencia en su “atraso”, sustentan la pretendida dicotomía entre barbarie y civilización, y en tanto, en la construcción del mito colonialista que glorifica la victoria de la “civilización” sobre la “barbarie”, base de las actuales teorías racistas y etnocéntricas del occidente capitalista: Los hombres “blancos” traían consigo el adelanto de la modernidad capitalista: la economía mercantilista, la pólvora, las armas de fuego, losinstrumentos de navegación, el hierro, la rueda, variedades de semillas, más eficientes instrumentos y animales de trabajo, y sobre todo tenían “la Biblia”. Los indígenas mal vivían en los bosques, lucían sus tocados de plumas en la cabeza, eran tan ignorantes que no conocían el valor del oro, y profesaban religiones bárbaras. Parabienes para la victoria del progreso, aunque esta se haya hecho sobre ríos de sangre, tras la destrucción y criminalización de las culturas autóctonas. Si desde las perspectivas de la antropología, la historia y en general la cienciología humanista esta lectura es falsa, en el orden ético resulta cínica, inaceptable.
Para todos los tiempos José Martí Pérez (1853-1895) precisó:Nohay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras esta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Por esta conformidad con los elementos naturales desdeñados han subido los tiranos de América al poder: y han caído, en cuanto les hicieron traición. (Martí, OC, t. VI, p. 21).
El concepto de comunidad primitiva, ha devenido en la codificación del pretendido “atraso” en que vivían nuestros antepasados, desde la unilateralidad de la concepción que privilegia el avance civilizatorio solo a través de un progreso lineal donde el “crecimiento económico” y “tecno-científico” resultan unilateralmente decisivos. En el enfoque se minimiza el nivel de organización social, la capacidad intelectual y la importancia de los aportes de los pueblos indígenas a la humanidad.
Quizás les sea pertinente el concepto de antiguos como propusoel antropólogo y ensayista puertorriqueño Ricardo Alegría (1921-2011), pero no prehistóricos. ¿Primarios, ancestrales, tal vez?
El término apropiado debe ser el de sociedades comunitarias, como afirma Daniel Felipe Fernández Díaz (Fernández, 2014), y a partir de sus rasgos y esencia poder hacer un análisis holístico de la conservación de los grupos humanos que todavía hoy mantienen esas formas de organización en espacios diversos.
¿Hasta dónde había avanzado la revolución neolítica en Cuba y el Caribe? Una pista de la real situación, la encontramos en el momento histórico del contacto de los europeos con los indígenas de las Grandes Antillas. Sin lugar a duda existía un fuerte despliegue económico social entre los pueblos taínos, de cuyos avances productivos y culturales se valieron primero los “descubridores europeos”, que se apropiaron de los saberes y las prácticas de producción y ocupación territorial de los aborígenes (conocimientos sobre la geografía, el clima, la flora y la fauna, la agricultura y pesca, cerámica, técnicas de navegación marítima y fluvial, uso del tabaco, etcétera), lo que les permitió sobrevivir, levantar la primeras villas e incluso progresar, aunque no lo reconocieron en su época la inmensa mayoría de los cronistas, y aún lo nieguen los actuales herederos de la empresa expoliadora colonialista.13
La introducción forzosa de africanos, su esclavización y manejo,14marcó aún más la polarización de la sociedad colonial, sustentó el discurso de lapigmentocracia—la ideología racista— y profundizó la conflictividad social. En el descubrimiento africano de América, miles de hombres y mujeres transitaron un traumático curso de aprendizajes, adaptaciones y rebeldías. Frente al antagonismo del conquistador europeo devenido en esclavista, fueron los indígenas quienes proporcionaron a los africanos sus conocimientos y tradiciones de adaptación y relación con el medio antillano.
En no pocos documentos de la época e investigaciones contemporáneas se sustenta la hermandad establecida entre los indígenas y los esclavos negros, cuando se “cimarroneaban” (Rey, 2003:84), unión influenciada no solo por que luchaban contra el enemigo común, sino también por tener experiencias de organización social más cercanas. En los montes, libres de la explotación de los españoles, se formaron pueblos donde vivían en paz y colaboración, indígenas y negros. Al calor de estas relaciones materiales objetivas, se realizó un significativo encuentro de civilizaciones y culturas. ¿Responde esta historia a la imagen subvalorativa del primitivismo de nuestros antepasados aborígenes?
La primera dificultad —como afirma el colega Avelino Víctor Couceiro Rodríguez, uno de los autores de este libro—, que se detecta al abordar este tema es, precisamente, su denominación: ¿cómo llamar aquellos grupos tan diversos y que sin embargo, se nos unen desde la distancia que parece abismal, de la macro-historia? Sabemos que no nos referimos a hombres y mujeres autóctonos de este continente.
En definitiva todos los pueblos del mundo son originarios de África, que fue donde evolucionaron los primeroshomo sapiens. Está —como precisa nuestro maestro Gabino La Rosa Corzo—, es la única originalidad.15Allí surgió el hombre y la mujer esencialmente aborigen, la Eva mitocondrial, según las comprobaciones genéticas (Cann, Rebecca, 1987). Todo lo demás son migraciones y raíces.
El llamar a los habitantes del archipiélago “indios” no responde más que al equívoco de aquellos empresarios capitalistas europeos, que buscaban las Indias, y eran desconocedores de esta otra realidad, que luego llamarían “América”.16La misma polémicacabe alllamarles amerindios.
Gran migración de la humanidad.
Los primeros pobladores, no pueden ser considerados cubanos, puesto que Cuba como país y el concepto de “lo cubano” en tanto la nacionalidad, si bien “arranca” con las resistencias y luchas de estos primeros pobladores frente al colonialismo europeo, no se formaría sino hasta vísperas e inicios del siglo xix. Se trata a lo sumo del territorio que luego sería Cuba y donde cuajaría “lo cubano”. No resulta acertado entonces llamarles, indocubanos. Este fue un término típico de la arqueología y antropología cubana de matriz nacionalista de los años treinta del pasado siglo xx.
Por la precedencia a la época que marcaron los viajes “de descubrimiento”, hay quienes llaman a los primeros habitantes prehispánicos oprecolombinos… ¿pero acaso esta partición por el eje de la irrupción colonialista, tiene alguna validez cultural o cienciológica para el estudio de comunidades y pueblos que acumulaban varios miles de años de existencia antes de iniciarse la constitución de las entidades estatales hispanas. Precisamente estas monarquías logran consolidar sus Estados nacionales con el aporte económico y político de los “descubrimientos”, con las guerras de rapiña contra los pueblos indígenas en América, Asia y África, y las empresas militares de conquista y colonización17de estos territorios.
Tras el concepto prehispánico, se esconde el ya referido mito colonialista de la victoria de la “civilización” sobre la “barbarie”. La referencia precolombina, se orienta en el mito no menos fraudulento que defiende a un Cristóbal Colón (1446-1506) representante de esa “civilización”, cuyo valor personal, destreza física e inteligencia, lo llevó a descubrir los misterios del océano y a encontrar pueblos que vivían en el atraso y la ignorancia, para luego ser objeto de engaño y maltrato, y morir en el olvido. Esta imagen edulcorada, evade mencionar el contrato comercial de las Capitulaciones de Santa Fe,18y la obsesión de riqueza que llevó al Almirante a escribir 139 veces la palabra oro en suDiario de viaje(Colón,1984). La “desmemoria” también olvida las campañas militares de tierra arrasada, que personalmente comandó contra el cacique Caonabo y los indígenas rebeldes de Haití.*
Aborígenes, es el término más utilizado por los especialistas cubanos. Se trata de un concepto acuñado desde el sigloxix, que proviene del latínab origine, y significa “desde el comienzo” o “desde el principio”.Los especialistas en estas cuestiones saben que el término aborigen es un convenio, que no significa que sonoriginariosde ese lugar, sino losprimeros pobladores. Reconocido en los círculos académicos internacionales, el concepto se ha validado en los resultados de las investigaciones arqueológicas, antropológicas e históricas realizadas en el país en los últimos veinte años.
El términoindígenase utiliza más en los estudios del área continental americana. Es un término que, en un sentido amplio, se aplica a todo aquello que es relativo a unapoblación originariadel territorio que habita, cuyo establecimiento allí precede al de otros pueblos o cuya presencia es lo suficientemente prolongada y estable como para tenerla por oriunda de un lugar. Con el mismo sentido se utiliza, como término equivalente el denativo, presente en expresiones “idioma nativo”. También es habitual utilizar los términos como pueblos nativos americanos, naciones nativas o aborígenes. Todas estas denominaciones parten del presupuesto de la antigüedad en la ocupación del territorio americano, de su pertenencia a tradiciones organizativas anteriores a la aparición del Estado capitalista moderno, así como de la resistencia de las culturas que sobrevivieron la expansión planetaria de la civilización burguesa occidental.
Tanto “lo aborigen” como “lo indígena”, hace referencia a una antítesis de la cultura hegemónica en la denominada modernidad occidental capitalista, por su carácter eminentemente colonialista, racista y excluyente.19
El indigenismo, en tanto corriente de la intelectualidad latinoamericana y caribeña concentrada en el estudio y valoración de las culturas indígenas, y en el cuestionamiento de los mecanismos de discriminación y etnocentrismo en perjuicio de los pueblos indígenas,dio su aporte a la reivindicación del concepto indígena.20Su principal legado estuvo en que estableció la polaridad indígenaversusno indígena, como expresión de la polaridad latinoamericano versus no-latinoamericano. Al ser la realidad latinoamericana concebidacomo lo indígena, se transitó hacia una representación más propia y profunda de nuestra realidad; con lo que se superó el arielismo latinista que había marcado los años anteriores,21con la polaridad latino-sajón, a lo que suma que lo propiamente culturalista cede frente a lo social. Pero más allá de la buena voluntad de los intelectuales nacionalistas y humanistas, definitivamente fueron los movimientos propiamente indígenas surgidos en el siglo xx, los que han conferido un significado distinto a las palabras indio e indígena.
El inicio del tránsito conceptual puede constatarse al evaluar la propuesta realizada por antropólogos y humanistas cristianos, en la Primera Declaración de Barbados: Por la liberación del indígena de 1971,22 en relación con la Segunda Declaración de Barbados, simposio que, en 1977, logra ya la presencia indígena en los debates.23 Se trata de que los movimientos indígenas fueron ganando en cohesión ideológica, y en tanto se pronunciaron a favor de la utilización de términos identificativos más radicales, con mayor capacidad para subrayar la autoafirmación de su historia, y a tal propósito fueron coherentes expresiones como primeras naciones, y se fortaleció el concepto de “pueblos originarios”. Y quizás sea este depueblos o naciones originarias, el término más exacto a que se haya arribado, pues los pueblos y naciones que se estructuraron a lo largo de siglos de trabajo y vida comunal, en interacción con la biota y la geografía americanas, fueron esencialmente entidades nuevas, pueblos y naciones originarias de las circunstancias históricas particulares en que se autoformaron y evolucionaron.
Muchos pueblos que antes se identificaban genéricamente como indígenas, ahora lo hacen como originarios y recurren directamente a etnónimos tradicionales o en sus lenguas vernáculas. En este escenario el términoIndoamérica, ha vuelto a ocupar notoriedad, y hoy ha ganado un reconocimiento sustantivo entre numerosos antropólogos, lingüistas, historiadores y politólogos. En tanto es el concepto que consideramos para titular el presente libro, resulta necesario detenernos en su origen, presencia y alcance.
Es cierto que cualquier vocablo con la raíz indo, nos está remitiendo etimológicamente al erróneo concepto de Colón, pero tal pertenencia se ha superado en la historia de la cultura y del pensamiento político latinoamericano y caribeño. Desde los momentos iniciales de las luchas por la primera independencia, la apelación a los orígenes24 pobló el imaginario de la intelectualidad continental más comprometida con la emancipación humana, suscitando muchas adjetivaciones sobre la base del racialismo de raíz indo, lo que, más que con la antropología culturalista anglosajona, tradujo las deudas con la filosofía positivista evolucionista de Herbert Spencer (1820-1903) y la sociología de Wilfredo Pareto (1848-1923).
Después de la muerte de Simón Bolívar (1783-1830), y otros líderes revolucionarios, y la derrota continental del proyecto unitario y revolucionario bolivariano, la oligarquía logra apoderarse de los destinos de las recién inauguradas repúblicas, e impone su ideología conservadora y racista. Lo indígena fue despreciado por las repúblicas oligárquicas y sus élites burguesas reasumieron la plataforma genocida y etnocida del colonialismo europeo. Entonces recomenzó para los indígenas una nueva operación de exterminio físico y cultural, que no tuvo el merecido repudio en la sociedades de la época, sigue impune y aún hoy se continúa, tanto en las masacres perpetradas, como a través del genocidio silencioso, que llega hasta nuestros días en forma de explotación y exclusión social.
A partir de la Revolución Mexicana de 1910, el nacionalismo continental a través de la ensayística filosófica y política, abrió una nueva primavera de los discursos del rescate de lo indígena y el bosquejo de una “nación mestiza”. A contracorriente de la atmósfera conservadora internacional proclive a las ideologías de la exclusión, que devinieron en ideología fascista, la izquierda intelectual latinoamericana y caribeña comenzó a mirar más hacia el interior de la región y apartarse de la dependencia del colonialismo cultural que pervivió tras la época de la primera independencia.25
En México los fundamentos ideológicos de este proyecto de sociedad se sintetizaron con el concepto del Indohispanismo, que tuvo su expresión más conocida, aunque de ninguna manera la más coherente, en la visión de la “raza cósmica” de José Vasconcelos, en 1925. A partir de 1927, el General de Hombres Libres Augusto César Sandino (1895-1934) asumirá lo indohispano como parte de su plataforma antimperialista en Nicaragua.26 También se utilizó el término Indolatina, presente en la discursiva de la diplomacia del presidente mexicano Venustiano Carranza (1859-1920), yAmérica India, asumida en 1929 por una corriente aztequista dirigida por R. J. Durán.Negrindiaen los años veinte, sería una reelaboración caribeña, creada en oposición al movimientoRegreso a Áfricadel jamaicano Marcus Garvey (1887-1940). En este panorama, desde la izquierda de inspiración marxista, surge el términoIndoamérica, siendo sus máximos exponentes Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) y José Carlos Mariátegui (1894-1930).27
El término de Indoamérica se refirió desde su aparición a los pueblos indígenas americanos, desde Alaska hasta el Cabo de Hornos, aunque por razones de las circunstancias históricas en que aparece, y su coexistencia ideológica con el desarrollo de la ideología antimperialista, potenció y legitimó los indigenismos que en los años treinta y cuarenta se dieron al sur del Río Bravo. Además de sus principales promotores peruanos, la categoríaIndoaméricalogra puntuales elaboraciones en Ecuador, con Luis Monsalve Pozo (1934); en Chile, con Alejandro Lipzchütz (1937), y en México a través de Ángel M. Corzo (1938). También fueron objeto de una ensayística política peculiar los conceptos deIndohispana(Teysser, 1943) eIndoíbera(Tejera, 1943), pero sin duda el concepto de indoamérica fue el quemás impactó en el panorama cultural y político de la región. Su fuerza radicó en su densidad semántica al reafirmar el espacio continental, pero también por apoyarse en la proyección intelectual y política de sus autores y propagandistas.
Después de la trágica etapa de las dictaduras militares que se inició con el golpe de Estado en Brasil en 1964, al calor de la efeméride del Quinto Centenario de la llegada de los conquistadores españoles en 1992, resurgió el concepto deIndoamérica, frente a las propuestas recolonizadoras que portaba la plataforma iberoamericana. En aquellos momentos, en México, con similar propósito reivindicativo se propuso la categoría alternativa Amerindia, marcada con fuertes tonos etnicistas, pero frente a la generalización del término indoamericano, esta otra categoría quedó como término marginal. Tras la emergencia de las movilizaciones indígenas en América Latina durante los años ochenta y noventa del sigloxx(Bengoa, J., 2000), y con el actual protagonismo del nuevo nacionalismo indígena que enriquece el movimiento sociopolítico y cultural actual, el término que se aprecia como más consensual es el deIndoamérica.
Sobre la base del paradigma de la diversidad etnocultural, se ha intentado cuestionar el etnicismo del concepto. Nada más lejano al planteamiento de matriz de Indoamérica. A tal efecto Haya de la Torre precisó:Las invasiones de las razas sajonas, ibéricasynegras, como las asiáticas y el resto de Europa, que nos han llegado, nos llegan y llegarán, han contribuido y contribuyen a contextuar laAmérica nueva. Empero, pervive bajo todas ellas la fuerza de trabajo del indio… Con la raza india se fundirán muchas otras, pero nuestra América encontrará su definición y su camino antes que esos setenta y cinco millones de indígenas hayan desaparecido(Haya de la Torre, 1961: 26-27).
La naturaleza inclusiva y propositiva del concepto indoamérica tendrá su máxima expresión en la propuesta de Mariátegui en 1928, de un socialismo indoamericano:No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. (Mariátegui, 1979: 249). Lo indoamericano en Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979), y definitivamente en José Carlos Mariátegui (1895-1930), asume una voluntad y anhelo por transformar la sociedad latinoamericana, en la construcción de una ética de justicia social, junto con una estética de ritmos y colores propios, que constituye hasta hoy un decisivo método de acercamiento a la realidad.
El mundo indoamericano en su apertura cultural es por demás espacial y universal, nos une y convoca con el inmediato entorno caribeño, por el Norte con los pueblos que habitaron la Florida, y definitivamente con México, Centro y Sur América. Todos compartimos la abrupta y cruel irrupción de los soldados y capitanes del Almirante invasor Cristóbal Colón, heraldo del capitalismo mercantil, y en tanto del egoísmo y la criminalidad del capital.
El padre fray Bartolomé de las Casas (1484-1566), en su noble intento de detener el genocidio, insistía en su época, en que ya no quedaban más aborígenes… cuando en verdad, huían a refugiarse en los más intrincados rincones de la geografía isleña y sus cayos adyacentes. No logró convencer el buen padre a los encomenderos, que una y otra vez organizaron expediciones para capturar a losaborígenes en rebeldía, y someterlos al trabajo forzado en las minas y en la producción de alimentos. La afirmación de Las Casas si fue muy conveniente para esconder y “limpiar” los linajes nacidos de la esclavización sexual de las mujeres aborígenes. Muy lejos de su interés humanista, Las Casas sirvió a la operación de blanqueamiento de la nueva aristocracia encomendera y sus descendientes mestizados, reconocidos pronto como criollos.
No casualmente los primeros historiadores coloniales confirmaron la desaparición de los indígenas cubanos, y ellos, y no Las Casas, contribuyeron a que perviviera hasta hoy en la conciencia colectiva, la falsa idea de la desaparición física del sujeto aborigen. Así la real extinción de la población aborigen cubana se produjo definitivamente en los textos de Historia en la colonialidad de los círculos intelectuales orientados a pensar en una Cuba “blanca”, desde los intereses racistas de la oligarquía de impronta burguesa.
En su diferencia, la sociedad pigmentocrática colonial hizo que todo trabajador y campesino pobre que tuviera rasgos indígenas, fuera clasificado como indio o mestizo. Con la carga de racismo que lleva implícita, escuchamos decir que una mulata o un mulato son “aindiados”.
La llegada a mediados de la década del cincuenta del pasado siglo, desde el territorio estadounidense de la televisión y la cinematografía masiva, con la plataforma ideológico cultural de Hollywood y el cine “del oeste”, tuvo entre sus propósitos el inundar el imaginario de los cubanos y cubanas, con las batallas épicas de los valerosos vaqueros yanquis, que se enfrentaban a la maldad de los bárbaros “indios” apaches, cheyennes y sioux, y también a los mexicanos, negados a que “la civilización” abriera sus cauces en los entonces ignotos territorios al oeste y sur de los Estados Unidos. Este paquete mediático resustentó en el país la subvaloración del mundo aborigen y calificó las tesis colonialistas. La impronta de tal campaña no solo fue ideológico-cultural, también impactó a nivel de la psicología colectiva, y en particular provocó en buen aparte de la población, un vaciamiento de la memoria histórica sobre la presencia entre nosotros de las culturas aborígenes caribeñas.
Medio siglo después, a tres lustros del inicio del sigloxxi, ni la educación escolarizada ni la que se ofrece por los medios masivos y los proyectos culturales en Cuba, han logrado reincorporar al universo visual contemporáneo, la imagen de los aborígenes caribeños. Cuando una escuela o proyecto cultural comunitario, convocan a un concurso de plástica, al diseñar el vestuario para una representación teatral, los niños y jóvenes artistas, sus maestros, instructores de arte, padres y madres, generalmente recurren a la imagen hollywoodense del indígena norteamericano, fenómeno que se evidenció de forma muy sostenida en un reciente concurso realizado en el país.28
Las clases y textos de Historia de Cuba y de la cultura cubana, cuando más, mencionan a los primeros pobladores, y le dedican lo que no parece sino un prefacio, que no suele trascender al genocidio y etnocidio que contra ellos cometió la conquista y colonización española. Se han publicado libros para la enseñanza de la historia que precisamente comienzan “la historia” con la llegada del Almirante Cristóbal Colón.
Recién leímos un estudio actual sobre la historia de la literatura cubana que critica a los poetas siboneyistas de mediados del sigloxix, por llegar al extremo de inventarse un pasado aborigen, casi de ficción, al tratar de describir e historiar la vida de los habitantes originarios del archipiélago cubano. Tal crítico no se percató del sentido de pertenencia que hoy debemos rescatar.
No toda la población aborigen en Cuba sucumbió al etnocidio de la guerra y la asimilación. Núcleos significativos perduraron hasta el siglo xix, para constituirse en el grueso del primer campesinado cubano. Los terratenientes que dominaban los cabildos y la impartición de justicia, tratarían una y otra vez de arrebatar las tierras realengas29 que les fueron otorgadas a los indígenas sobrevivientes a raíz de decretarse el fin de las encomiendas en 1542.30 El robo y la injusticia, pueden hallarse en los archivos que guardan los documentos más antiguos de la jurisdicción habanera de Guanabacoa. Esta situación se hizo crítica para los avecindados en San Luis de Los Caneyes, lo que los llevó a rebelarse en 1758 (Portuondo, 1981). La continua y explosiva situación, provocó que el rey Carlos IV interviniera, en 1796 a favor de los indígenas de San Luis, momento en que se censura al llamado protector de indios, por ser ese funcionario cómplice de los hacendados de la juridisción santiaguera.
Los conflictos con los terratenientes continuaron31