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Esta obra sintetiza una amplia y minuciosa investigación acerca de los musicales de la radio y la televisión en Cuba. En el período 1950-1958, Carlos Bartolomé Barguez analiza la significación cultural que tuvieron la radio, consolidada como medio de comunicación de carácter comercial, y la naciente televisión en Cuba, devenidas plataformas imprescindibles para el éxito y reconocimiento público de artistas y géneros de la música nacional y foránea divulgada entonces.
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Seitenzahl: 450
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición y corrección:
Danayris Caballero García
Diseño, realización y cubierta:
Arnaldo Morán López
Conversión a ePub y Mobi:
Valentín Frómeta de la Rosa y Ana Irma Gómez Ferral
© Sobre la presente edición:
© Carlos Bartolomé Barguez, 2019
© Editorial enVivo, 2023
ISBN:
9789597276067
Instituto Cubano de Radio y Televisión
Ediciones enVivo
Edificio N, piso 6, Calle N, no. 266, entre 21 y 23
Vedado. Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba
CP 10400
Teléfono: +53 7 838 4070
www.envivo.icrt.cu
www.tvcubana.icrt.cu
Los continuos errores difundidos en los medios sobre la música molestaban mucho a Manuel Villar, quien fuera el director fundador de Memorias, de Radio Rebelde. Aunque aclaraba los datos correctamente en nuestro espacio, si el gazapo tenía su origen en publicaciones escritas el problema se complicaba por los incontrolables repetidores.
Se imponía una obra no para enfrentar los errores, que iban en aumento, sino sistematizar en rigor la antología del espectro musical. Yo investigaba las décadas del 60 y 70, que era el objetivo de mi sección en Memorias, pero Villar me sugirió remitirme por lo menos a los años 50 para paliar la orfandad de tantos buenos intérpretes y números musicales olvidados con el tiempo. Los mal llamados “programas del ayer” no dábamos abasto para difundir y legitimar lo mejor de la música cubana y universal.
Siendo un símbolo referente de identidad y cubanía, paradójicamente buena parte de la historiografía de nuestra música se ha basado en testimonios, a pesar de lo peligroso que suele ser el recuerdo sobre todo al ubicar los acontecimientos en tiempo. Por supuesto, hay autores con oficio que han sabido cruzar las fuentes orales y escritas para lograr obras maravillosas sobre agrupaciones y artistas. Queda pendiente abordar la música en su integralidad, por etapas y en sus contextos.
Aún a las puertas del centenario de nuestro genial Benny Moré han prevalecido inexactitudes que quiero esclarecer. Reconocidos biógrafos e investigadores de la música cubana han escrito que cuando debutó en el programa Batanga fue por contratación de Amado Trinidad Velazco para la RHC Cadena Azul. Sin embargo, este conocido empresario ya había perdido sus emisoras y estaba en poder del trinomio Marden-Chester-Batista. El nombre también cambió y el detalle ha sido hasta ahora imperceptible para los estudiosos.
Sobre el debut de Clara y Mario en televisión –“el dueto más importante del bolero cubano”, al decir de Villar– ha tenido imprecisiones al conmemorar su fundación y otros, por las dudas, no lo mencionan. En una entrevista Mario Rodríguez dijo que cuando debutaron en Masón y San Miguel tenía él “casi 16 años” pero en realidad había cumplido 19. Consecuente con este simpático dislate aseguró que fue en mayo de 1950 cuando participaron en el concurso de aficionados en Escuela de Televisión; es decir, tres años antes de que surgiera este programa de Gaspar Pumarejo y seis meses previos al inicio del servicio regular de la televisión en Cuba.
Por su parte, Aida Diestro, en testimonio sobre la presentación de su cuarteto en televisión, cambió el año. A saber, el error original apareció en un periódico, luego en un libro, repitiéndose por muy diversas vías que se fundaron en 1952. El gazapo se ha reflejado en efemérides y hasta en obras tan prestigiosas y monumentales como el Diccionario de Mujeres Notables de la Música Cubana y el Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba.
La memoria también ha traicionado a quienes aseguran que Rosita Fornés salió bailando el cha cha chá “Los marcianos” de un platillo volador en la Ciudad Deportiva para el show por control remoto del programa de televisión Mi esposo favorito, de Joaquín M. Condall en 1958. Sobre el mito de este frustrado espectáculo hay cuatro gazapos y los convido a reconocerlos en el epígrafe: “El CNC, Navidad y el Día de los Inocentes”.
Hago votos por un estilo coloquial en el discurso histórico para trasmitir los resultados de la investigación en un lenguaje claro y lo más ameno posible. Escribo no para una entelequia ni para los cancerberos de lo que se debe o no decir sino para el rumbero, el repentista, el sonero, el concertista, el espectador amante de la música, el especialista de los medios; para colegas investigadores, estudiosos y públicos en general.
Tengo la convicción de que lo esencial en la investigación histórica es desarrollar la tesis con su mensaje ideológico sin estridencias y legitimadas por fuentes confiables, principalmente primarias, datos estadísticos, tablas, anexos, notas y citas de autoridad elocuentes, correctamente avaladas en un aparato referencial.
Las memorias de la música en Cuba deben tener muy en cuenta los programas de radio y televisión. Este libro tributa al conocimiento sobre el tema mientras preparo una obra donde incluyo el movimiento autoral, el desarrollo de la industria del disco, su difusión popular a través de las victrolas y el boom de los cabarets.
Aunque menciono en un discreto epígrafe los antecedentes de la televisión en 1946, el contenido se estructura desde su inicio en 1950 hasta los primeros momentos de la Revolución. Propongo un recorrido, en orden cronológico, mediante programas de emisoras y canales. Transgredí la línea estrictamente artística, en algunos casos, ante la ineludible integralidad para la historia de la radio y la televisión.
La investigativa combina las fuentes documentales, periódicas, bibliográficas y orales, siempre en el afán de reconstruir lo más fielmente posible los escenarios mediáticos de la música cubana. Resulta más objetivo analizar un género o un intérprete en su contexto, sobre todo en esta década con tantas visitas de artistas extranjeros. La interacción e influencias mutuas no solo se reflejaron en producciones concretas sino en el enriquecimiento del quehacer musical.
Me identifico con la máxima guevariana de que la historia escrita debe ajustarse como el guante a la mano. Las concesiones, de cualquier tipo, son incompatibles con la exposición de los resultados investigativos. La verdad debe presidir toda obra sin decantaciones complacientes. De manera que aquí podrán encontrar, sin medias tintas, la personalidad pintoresca e impredecible del empresario Gaspar Pumarejo o las actuaciones de artistas valiosos como Celia Cruz o Paquito D'Rivera, sin los prejuicios del ninguneo excluyente.
Encontrarán detalles poco conocidos sobre Benny Moré, la orquesta Aragón, Arsenio Rodríguez, Celeste Mendoza, Xiomara Alfaro, Rolo Martínez, Pacho Alonso, Los Armónicos de Felipe Dulzaides, los tríos Taicuba y Morgado (Los Príncipes) o los inicios de figuras tan populares como José Corrales, Alden Knight, Bertha Dupuy, Clara y Mario, Pablo Milanés y Pedrito Calvo.
Grandiosa y espectacular fue la presencia en la radio y la televisión en Cuba de astros extranjeros, por lo que reflejamos, entre otros artistas a: Josephine Baker, Roland Gerbau, Ernesto Bonino, Pedro Vargas, Lola Flores, Pedro Infante, Lucho Gatica, Nila Pizzi, Katyna Ranieri, Yma Sumac, Pablito del Río, Pedrito Rico, Sarita Montiel o Joselito. Tratamos las restricciones de que fueron objeto el español Juan Legido y el venezolano Alfredo Sadel, ambos de extraordinario talento y popularidad entre los cubanos.
Abordo la rivalidad entre Gaspar Pumarejo y Goar Mestre, que algunos creyeron fue una guerra fingida para dar matices a la hegemonía empresarial del clan de los Mestre. Sobre la credibilidad de esta conflictiva competencia, más que darles mi opinión, prefiero valoren los hechos sucedidos una y otra vez en estos interesantes años de historia de la radiodifusión en Cuba.
Al cotejar los pequeñísimos y numerosos fragmentos del rompecabezas informativo recolectado, voy imaginándome la época, artistas, empresarios y sucesos. Mágicamente, como si estuviera en una máquina del tiempo, empieza todo a revelarse. Como si lo hubiera vivido, tomo partido con pasión por uno u otro intérprete y surge una opinión crítica, sin haber escuchado el número en su momento y hasta llego a sentir identidad afectiva y agradecimiento entrañable por la música que nos legaron.
Si usted difiere de algunas valoraciones que aquí expongo, no importa. Toda lectura crítica debe generar pensamientos no necesariamente coincidentes con al autor. Y si así fuera, no hay nada reprochable pues demostraría la entrega de una obra viva, inspiradora de polémica y reflexión.
Gracias a esa grandeza espiritual que nos hace la vida mejor. A ella y a mi madre dedico el mayor agradecimiento. De corazón pienso que jamás hubiera podido investigar, escribir o amar si no tuviera en mi alma los valores inculcados por mis padres y la música.
De los colaboradores que me acompañaron para hacer posible este libro menciono con orgullo a Manuel Villar Fernández, quien convirtió mi simple vocación, con su ejemplo personal en un imprescindible y amado quehacer investigativo por la más certera difusión de la música y sus intérpretes.
Por todo su interés, entusiasmo y apoyo, al psicólogo y doctor en Ciencias Sociales Fabio E. Fernández Kessel, quien por muchos años fue el director del Centro de Investigaciones Sociales (CIS) del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), actualmente al frente de Contenidos y Programación de la TV cubana. Difícilmente esta obra fuera realidad sin su estímulo y confianza en los resultados.
Mi reconocimiento a los críticos y cronistas de la etapa historiada, no siempre debidamente justipreciados. Es cierto que en ocasiones incurrían en excesos, discriminaciones o incapacidad para percibir valiosas transgresiones. Hubo algunos realmente con poca ética profesional, tras el chisme, la alabanza pagada o el sensacionalismo. A esto se sumaban sus inevitables vínculos con la displicente bohemia farandulera, pero en mi criterio hubo más justos que pecadores. Gracias a ellos, en gran medida, ha sido posible escribir este libro. A partir de ese legado de inmensa y detallada información se escribirán otras muchas obras.
Para mí han sido de extraordinario valor por sus inteligentes entrevistas y documentada columna “Hit! Radial”; los trabajos de Francisco Pita Rodríguez, Pacopé; las secciones “Tele-Radiolandia”, de Francisco Vergara, y “La farándula pasa”, de Germinal Barral López, Don Galaor; así como las crónicas de Emma Pérez Tellez, Olga Abreu Sánchez, Guillermo Willy Ortiz Rebustillos, Fernando J. Fernández Bárcena, Heriberto Espinet Borges, Enrique Núñez Rodríguez, José Ramón González Regueral y, sobre todo, Andrés Castillo Mesa, con sus múltiples y diseminadas secciones en cancioneros, periódicos y revistas.
Uno de los aportes de las organizaciones de críticos y cronistas[1] fue la selección anual de programas y talentos. Por lo general no repetían los mismos premiados del año anterior para propiciar el estímulo de otras figuras. Pensé seleccionar en los anexos los premios de todas las organizaciones pero era demasiado extenso y se repetían muchas de las menciones.
Para los anexos preparé información que puede ser útil sobre todo a los productores de programas musicales, como: 100 hits de la radio y la televisión entre 1951 y 1958, 120 cantantes y agrupaciones cubanas en esos medios durante esta etapa y 120 artistas extranjeros que visitaron a Cuba y/o impactaron en espacios musicales de entonces, ¿qué les parece?
Agradezco a todos los compañeros del medio, a Tony Pinelli, José Reyes Fortún, Paquito Miranda Tassé, a Rafael El Chino Lam; a Eddy Rodríguez Garcés, Hiosvani Ramos Danta, que me facilitó muchas fotos de la época; a mis entrañables amigos: Aníbal J. Valdés Castro y Martínez de la Costa, Leonardo Macías Betancourt, Andrés R. Toscano Morales, Julio Lima Kelly, Oscar A. Madiedo Cabello, Rómulo Ameneiros La Rosa, José López Santander, Oscarito Cárdenas Montes, mi hijo Rodin Bartolomé Díaz-Páez y mi señora Esperancita Ojeda Cabrera.
Un abrazo inmenso a quienes me han facilitado información en los fondos patrimoniales del ICRT, de la Agencia Cubana de Derecho de Autor Musical (ACDAM), la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), el Archivo Nacional de Cuba, la Biblioteca Nacional “José Martí”, el Instituto de Literatura y Lingüística, el Instituto de Historia de Cuba y las colecciones personales de mis amigos, del propio Villar, el Dr. Carlos Palma, Andrés Castillo o el reconocido especialista de los medios Guillermo Rebustillos Ortíz.
Especial reconocimiento a mi amable, comprensiva y talentosa editora Dana y a otras amigas trascriptoras que se familiarizaron con mi letra a fuerza de tanto leerme. Ellas son: Yamila Álvarez Jaquinet, Lisandrita Montesino Argüelles y Zulema Calzadilla Farías. No solo teclearon todo el trabajo sino que lo revisaron y arreglaron conmigo una y otra vez.
A todos, como a la música, muchas gracias.
A la memoria de Manuel Villar Fernández,
historiador de la música
en la radio y la televisión cubanas,
Premio Nacional de Radio,
mi maestro durante 20 años
en Memorias, de Radio Rebelde.
Muchos pensaron, empezando por los empresarios del ramo, que la televisión aplastaría a la radio. La clase pudiente, en sus diversos matices, corrió a comprarse un televisor. Ostentar una marca famosa o un suntuoso modelo daría una referencia favorable de distinción social a la familia. Por el “plante” y la novedad de la sensacional tecnología, otros sectores menos favorecidos económicamente prefirieron apretarse un poco el cinturón y tener el telerreceptor, aprovechando las facilidades de la venta a plazos.
Técnicos y artistas cubanos de la radio nutrieron en masa la televisión sin que la fuente matriz colapsara. Aunque fueron numerosos los trabajadores que ingresaron en la industria de la pantalla del hogar, muchos simultanearon responsabilidades y hubo renovación con nuevas figuras que hallaron espacio a sus inquietudes y vocación profesional.
Determinante para el diseño de una buena programación musical en la naciente televisión cubana, fueron tres factores desarrollados durante la década de los años 40: el ascenso en calidad y número de los cabarets o night clubs, el surgimiento de la industria criolla del disco a través de la Cuban Plastic & Record Corporation (Pan-Art) y la excelencia de muchos de los espacios en vivo ofrecidos por las emisoras de radio.
Se crean infinidad de industrias en el territorio cubano a la sombra de la Segunda Guerra Mundial, en aras de contribuir a la sustitución de productos provenientes del mercado internacional, tradicionalmente exportados por los países implicados directamente en el conflicto bélico.
Además se desarrolla un movimiento fabril y de servicios —incluida la mencionada industria de discos de los Sabat— aumenta la oferta de empleos a la población, se beneficia no solo la burguesía industrial sino otras capas sociales. En ese contexto, los más hábiles empresarios de la radio se plantean nuevas metas como establecer la televisión en Cuba.
Television Show: oferta local y temporal de una exposición de video a través de un circuito cerrado, fue precursora de la implantación del sistema de televisión en Cuba como servicio regular.
Principalmente tuvo lugar en el salón de exhibición de automotores Dodge-De Soto, perteneciente a la Compañía de Autos y Transportes, donde en los altos se hallaba el cabaret Montmartre. Se acondicionó como show room, con medio centenar de butacas. Este acontecimiento histórico, tecnológico y cultural se produjo entre el 3 y el 12 de diciembre de 1946.
Edificio desde donde se transmitió Television Show, actualmente frente al Canal Educativo.
La idea estuvo concebida por la hermosa actriz y vedette María de los Ángeles Santana y su esposo, quienes quedaron muy impresionados con un sistema interno de televisión en el Empire State cuando visitaron Estados Unidos.
“Hasta entonces solo había visto mi figura proyectada en el aire —contó La Santana a su biógrafo, Ramón Fajardo Escalona— y mi mayor sorpresa fue que, mediante la prueba realizada con el público frente a un micrófono y sus cámaras, en la cual yo participé, Julio logró verme y oírme desde un punto distante; fue algo increíble […][2]”.
Desde entonces el matrimonio se empeñó en traer la televisión a Cuba. Les apoyó en la organización del espectáculo artístico Heliodoro García, el representante de la artista. Naturalmente, la atracción mayor sería verse a sí mismo en la pantalla. Para el arriendo e instalación de la tecnología se valieron de Ricardo Planas, vinculado a empresarios norteamericanos. Fue encargada la experiencia en La Habana a la entidad que denominaron Cuban American Television & Hotel Chain Incorporated.
La estrella absoluta de Television Show fue María de los Ángeles. Además de cantar y bailar figuró como la maestra de ceremonias e hizo la explicación sobre el fenómeno de la televisión, llamado “el invento del siglo”.
La agrupación musical que la respaldó y aportó números propios fue la orquesta de los Hermanos Palau. Se anunció solamente por una semana, desde el martes 3 de diciembre. Actuaron la cantante mexicana Marta Fernández, la norteamericana Neil Montaine, así como equilibristas y cómicos de fama mundial, según datos de esa época.
Nadie piense que el espectáculo marchó sobre ruedas. Aunque los primeros días cobraron 2 pesos la entrada, luego tuvieron que hacer rebajas hasta más de la mitad[3]. Hubo burlas mal intencionadas en los medios y hasta se puso en duda la credibilidad del acontecimiento.
Amado Trinidad Velazco, el célebre Guajiro de Ranchuelo, propietario de las radioemisoras RHC Cadena Roja y RHC Cadena Azul, hombre inteligente pero de poca preparación académica, pensó que aquello era “un truco de los americanos”. Conversó al respecto con María de los Ángeles en su oficina sita en Prado No. 53:
—María, estoy horrorizado. Tú eres artista exclusiva de la firma Crusellas en RHC Cadena Azul. ¿Cómo te vas a prestar para meterte en ese asunto de la televisión? Eso es un verdadero fraude, un mecanismo de espejos y de cosas que han inventado para alborotar a la gente, pero que no existe en realidad. Voy a verme en la obligación de romper tu contrato si no le pones término a eso[4].
Aunque no se entendieron aquel día, no pocos radialistas cubanos comenzaron a interesarse por la televisión. Los hermanos Manolo y Ovidio Fernández, regentes de la compañía Estaciones Radiodifusoras Radio Progreso S.A., hasta colaboraron con Television Show.
Al cumplirse la semana, desde el 10 de diciembre la Cuban American Television anunció una oferta especial junto a Radio Progreso. El ingeniero Carlos Estrada Castro creó las condiciones para trasmitir por control remoto desde el edificio de la calle P hasta la escuchada radioemisora, ubicada entonces en San José y Prado. La prensa reflejó así sensacional alternativa del espectáculo:
¡¡Flash!!. Última hora, por primera vez en Cuba se trasmite un programa de televisión por el aire a distancia. ¡Vea y diga el Television Show que se trasmite desde 23 y P en el Vedado hasta el estudio teatro de Radio Progreso en los bajos del Centro Gallego, por San José![5].
La entrada a Radio Progreso la establecieron en dos tandas; de 6 a 7 y media de la noche y de 9 a 10, cobraron solo 40 centavos por la entrada. Por lo general, el público aquí estaba vinculado con amigos o familiares en el local matriz del Vedado, estos saludaban ante la cámara, se veían ellos mismos y eran vistos en los tele-receptores colocados por la firma en Progreso.
Aquel fugaz Television Show, de 10 días de duración, no caería en saco roto. Además del hito por las primeras imágenes de la televisión en el país, exacerbó en los empresarios, principalmente radiales, el interés por invertir. Existió el temor de que la televisión aniquilara a la radio y muchos empresarios del medio se dispusieron a dar el salto tecnológico hacia el video.
El primero en declarar públicamente su entusiasmo por introducir la televisión en Cuba fue precisamente Amado Trinidad Velazco. Tuvo conversaciones con personalidades del monopolio norteamericano del ramo Du Mont y dijo que trasmitiría desde su grandioso estudio teatro de Prado, llamado El Palacio de la Radio y la Televisión.
Los propietarios de Radio Progreso valoraron la posibilidad de construir una planta de televisión y enviaron a los Estados Unidos al ingeniero Carlos Estrada Castro para explorar las perspectivas del proyecto. Los ejecutivos de la Cadena Oriental de Radio pensaron en crear una planta de televisión en Santiago de Cuba y constituir una cadena nacional de video.
Faltaba un año, dos meses y días para la inauguración del edificio Radiocentro, en 23 y L[6]. Aunque no hallé un pronunciamiento expreso de los hermanos Luis Augusto, Goar y Abel Mestre Espinosa, los conocedores del medio aseguraban que el rival más serio de Amado Trinidad sería la CMQ. S.A., dirigida por el flemático, hábil e inteligente Goar. ¿Quién se llevaría el gato al agua?
Gaspar Pumarejo, el empresario fundador de la televisión en Cuba. Primera imagen que apareció en la pantalla, desde su casa en Mazón y San Miguel, actualmente sede del Canal Habana.
Sorpresivamente, contra todo pronóstico, el primero en establecer la televisión en Cuba fue un hispano-cubano: Gaspar Pumarejo Suhc[7]. No tenía los recursos para el proyecto pero se lo propuso, en gran medida para adelantarse a los preparativos de su enemigo: Goar Mestre, Director General del Circuito CMQ S.A.
El Ministro de Comunicaciones le otorgó a Pumarejo el Canal 4 para trasmitir entre los 66 y 72 megaciclos. Como consideraba a la televisora una extensión de su planta Unión Radio, denominó a la nueva empresa Unión Radio-Televisión, con el indicativo CMUR-TV.
Escogió para la inauguración el 24 de octubre, por ser entonces el Día del Periodista. Los especialistas de la RCA Víctor, el monopolio norteamericano que le respaldó tecnológicamente (con medios de uso) en la aventura, le explicaron que necesitaban más tiempo para la importación de equipos, instalación y pruebas pertinentes. Pero él los convenció de mantener la fecha anunciada. Como no tenía donde construir la televisora, adaptó la casa de sus suegros en Mazón 52 y San Miguel. La familia pasó a vivir provisionalmente en la planta alta.
No pocos se burlaron de Pumarejo, resaltaban su origen humilde y extranjero, disfrutaban referirse a él con nombretes y hasta le tildaron de “inepto” e “irresponsable”. Lo cierto es que fue una personalidad líder en los medios, revolucionador. Todos los trabajadores, artistas y técnicos de Unión Radio le apoyaron sin que prevaleciera el estímulo material directo. Fue capaz de insuflar su entusiasmo, amor al trabajo y a la televisión.
Logotipo del primer canal de televisión en Cuba.
Mirta Muñiz Egea —entonces su secretaria— significó cómo Gaspar logró “una cosa tan linda y era que todo el mundo se esforzaba para que las cosas salieran bien y estábamos en el lugar donde fuera necesario, sin protagonismos y sin mecanismos económicos”[8].
El patrón de pruebas del Canal 4 Unión Radio-Televisión salió por primera vez al aire el 14 de octubre. Luego hubo otras emisiones experimentales como la del día 17, cuando la actriz Margarita Balboa, a petición de Pumarejo, cantó un bolero acompañada al piano.
Efectivamente, el día 24 se hizo la inauguración oficial. Fue a las 12 y media, en un control remoto desde el Palacio Presidencial, donde destacó la importancia del acontecimiento el Doctor Carlos Prío Socarrás, Presidente de la República.
A las 7 de la noche comenzó un desfile gigantesco con los principales valores artísticos de la radio, sin discriminar a qué emisora o firma representaban. A las 10 de la noche se televisó igualmente la llamada “fiesta inaugural”, en la cual participaron cerca de 5 mil invitados, incluyendo la representación de la CMQ. El espectáculo fue animado por Raúl Castellanos y Alberto Ganadero.
Además de los televisores encendidos en las vidrieras de las tiendas, el público acudió a los predios de la calle Mazón y a los jardines de la casa donde también se instalaron televisores.
Mucho éxito tuvo el programa Estampas cubanas, llamado luego Noche tropical, en los cuales el anfitrión era el maestro Ernesto Lecuona, acompañado por Esther Borja, María Ciérvide, Hortensia de Castroverde, Zoraida Marrero y otras valiosas voces sin barreras entre lo lírico y popular. De su elenco musical en Unión Radio, Pumarejo lleva también a Luisa María Hernández, La India de Oriente.
Los espacios de variedades, como los musicales, en no pocos casos se transmitieron por control remoto desde el teatro Alkázar —antes Alhambra y luego Teatro Musical de La Habana—. El artífice de estas y otras hazañas tecnológicas sería un habanero de 28 años y padres alemanes, Erich Kaupp Goedeckmeyer [9].
Antecedente de lo que sería el gran programa de aficionados Escuela de Televisión, aparece en esta etapa fundacional el Buscando estrellas. Aquí podían verse en pantalla figuras jóvenes como Maruja Calvo, la bella Emma Kramer y la debutante de 17 años Emilita Dago[10]. En la dirección musical, junto al maestro Alfredo Brito[11] estuvieron su hermano Julio y un talentoso pianista de solo 26 años: Mario Romeu González[12].
Los excéntricos musicales y payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki animaron los espacios Telecirco, La escuelita del maestro Pulgarcito, Kindergarten musical, ante el regocijo de niños y adultos, con la dirección de Antonio Vázquez Gallo.
El excelente director y productor Humberto Bravo estrena el programa Jueves de moda; Pompilio Ramos conduce Telecrónica social. No podían faltar los controles remotos desde el Stadium de Cerro con el beisbol profesional, los noticieros con las imágenes internacionales aportadas por Telenews Du Mont y especialísima atención otorga Pumarejo a un programa estratégico que desarrollaría después como cooperativa mutualista para el financiamiento de su empresa: Teleclub del hogar.
La mayor expectación en shows televisivos durante estos primeros tiempos fundacionales de la televisión constituyó también un triunfo de Pumarejo.
Mambeando se transmitía los jueves a las 7 de la noche. La estrella era nada menos que el mítico Dámaso Pérez Prado con su orquesta, contratado exclusivamente para Unión Radio-Televisión.
El primer programa musical de gran impacto en la televisión tuvo como protagonista al maestro Dámaso Pérez Prado y su orquesta.
El cantante Aurelio Yeyo Estrada, de timbre muy semejante a Benny Moré, interpretó en vivo junto a la banda: Qué rico Mambo, Caballo Negro, La Chula linda, Mambo # 5 y otros temas de la arrolladora música imperante.
El primer jueves de 1951, Pérez Prado no llegó a la hora acordada. Le esperaban ansiosos los 16 profesores de su orquesta. Ninguno podía explicar el motivo de su tardanza cuando debía comenzar el programa a las 7 en punto.
Pumarejo se presentó solemnemente ante las cámaras para decir:
Señoras y señores: El maestro Pérez Prado no ha concurrido a esta transmisión. Creemos le habrá ocurrido algún accidente, pues sabemos que los artistas cuando más grandes y famosos son, más se preocupan por cumplir con sus obligaciones. Si a Pérez Prado le ha ocurrido algo, que es lo único que puede haberle impedido llegar a tiempo a nuestros estudios, deseamos sinceramente que no sea grave[13].
El rey del mambo llegó a Mazón y San Miguel con 8 minutos de retraso respecto al comienzo del programa y, al decir popular: “fresco como una lechuga”. No le había sucedido nada, ni ofreció una justificación razonable. De todas formas ya Pumarejo había sustituido su espacio por una película, ofreciendo las disculpas correspondientes a la teleaudiencia.
Este olvidado detalle es una buena muestra de la disciplina y exigencia en la producción pumarejiana. No podía confundirse la espontaneidad con perjudiciales violaciones. Toda improvisación, válida en caso necesario, tenía que estar en armonía con la línea de la empresa, los patrocinadores y la correcta marcha del espectáculo.
Como no siempre se ha justipreciado la obra de Gaspar Pumarejo, aquí le expongo el criterio de un hombre de los medios muy vinculado a las interioridades de músicos y empresarios, digno de todo crédito y respeto, Andrés Castillo Mesa. De él estas breves líneas: “Pumarejo prometió el invento del siglo y lo consiguió primero que nadie a costa de esfuerzos y sacrificios, valiéndose mucho de sus conocimientos radiales y de su gran prestigio de hombre correcto y cumplidor”[14].
Cualquier referencia a los inicios de la televisión en Cuba debe analizar también la obra de Goar Mestre Espinosa, su empresa Circuito CMQ, sobre todo los aportes de artistas, autores y técnicos, quienes con no menos devoción y amor hicieron posible aquel gran suceso.
Hombre de negocios por excelencia, en diversas vertientes estuvo siempre vinculado a monopolios norteamericanos. Su cosmovisión comercial, estilos y preferencias estéticas tenían por plataforma su fiel admiración por el modelo de los Estados Unidos[15].
De manera que Goar, aunque nacido en Santiago de Cuba, era un oriental “americanizado”, flemático y calculador, de signo zodiacal Capricornio. Su retador, Gaspar Pumarejo, era escorpiano montañés pero bien cubanizado, sanguíneo, con decisiones rápidas, audaces y hasta aventureras.
Goar Mestre, con su sistema de trabajo, contribuyó al desarrollo de la radiodifusión en Cuba.
Ambos tenían en común una meridiana posición clasista burguesa. Decían no estar interesados en la política, vivían consagrados a los medios y eran implacables contra la informalidad.
El dueño de Radiocentro era más académico, un organizador estable y eficiente apegado a los códigos vigentes y a la aritmética empresarial. El creador de Unión Radio-Televisión se entregaba emocionalmente a su obra, siempre estridente, con desmedido entusiasmo y pasión.
Presionado por la exitosa puesta en marcha de la primera planta de la televisión en La Habana, Goar Mestre tuvo que adelantar su proyecto. El Ministerio de Comunicaciones le concedió la utilización del Canal 6 en los 88 megaciclos. Desde el 18 de diciembre de 1950 se avistó en las pantallas el patrón de pruebas de la CMQ Televisión y comenzó su programación experimental.
La señal se emitió desde una torre de 265 pies de alto, instalada en el edificio Radiocentro. Fue diseñada y construida por la Blaw Knox de Pittsburgh, especialmente para el Canal 6 en La Habana. Los estudios estaban climatizados y protegidos con sofisticados medios, incluyendo frazadas rock wool. Nada de ruidos parásitos y mucho menos se oirían los cláxones y pregones de los vendedores ambulantes, como en los precarios estudios de la casa de Pumarejo.
Uno de los primeros artistas extranjeros en estrenar la CMQ Televisión en vivo fue el actor humorista y cantante mejicano Germán Valdés, Tin Tan, muy popular en Cuba a través de sus películas. Cantó acompañado a la guitarra de su carnal Marcelo Chávez (su carnal) y gustó especialmente su versión del tema Bonita, de Luis Arcaraz y Zorrilla.
Sobresalían entre los artistas cubanos exclusivos del canal de los Mestre: Marta Pérez, Bola de Nieve, Alba Marina, Ramón Veloz, Luis Carbonell, El trío de Servando Díaz, Las Hermanas Lago, El Trío Antillano, el Cuarteto de Orlando de la Rosa, Los Llopis-Dulzaides, Panchito Naya y el cantante-animador Manolo Fernández.
El trío de las Hermanas Lago, en la foto junto a Luis Carbonell y el popular cantante Pepe Reyes, poco antes de presentarse en De fiesta con Bacardí.
El patrón de prueba del Canal 6, de CMQ Televisión, salió al aire experimentalmente desde el 18 de diciembre de 1950.
Junto a la Orquesta de la CMQ fue también fundadora de la televisión la jazz band Riverside. No faltaron en aquellos primigenios espacios de musicales y variedades, como Video revista Bacardí y Ritmo antillano, hermosas modelos, coristas y las atractivas vedettes Blanquita Amaro y Olga Chaviano.
El 11 de marzo de 1951 se oficializa la constitución del Canal 6 de CMQ Televisión. Goar Mestre lo había preparado todo para el día 12 y hacerlo coincidir con el aniversario 28 de la CMQ y el tercero de la inauguración del edificio Radiocentro en 23 y L. Pero el presidente de la República, Doctor Carlos Prío Socarrás, le pidió adelantar el acto para poder asistir[16].
La programación se sustentaba, supuestamente, en cuatro principios: educar, informar, orientar y entretener. Los mejores espacios clasificaban como variedades: Cabaret Regalías El Cuño (miércoles, 8:30 p.m.), De fiesta con Bacardí (lunes a sábado, 9:30 p.m.), el de música campesina Controversias Trinidad y Hermano, con Ramón Veloz y las guitarras de Eduardo Saborit; Ritmos del Trópico, animado por el Conjunto Casino, y la versión televisiva de Cascabeles Candado, donde el conjunto insigne era la Sonora Matancera.
Durante los últimos meses 1950 y principio de 1952 llegaron por vía aérea miles de telerreceptores (televisores). Los monopolios norteamericanos de producción electrónica escenificaron una cerrada competencia aliándose a casas comerciales criollas para prevalecer en el mercado cubano.
La marca Sylvania aseguró haber “tropicalizado” sus equipos, la Olimpic fue anunciada como la “favorita de América”. El representante de la Emerson, el comerciante árabe Anuar Baret, promovió esta marca como la preferida de los artistas. Abundarían aparatos de las conocidas firmas: General Electric, Du Mont, Stromberg-Carbón, Crosley, Hallicrafters, Westinghouse, Admiral.
Ernesto Lecuona era utilizado por los anunciantes de la Zenith. El maestro aparecía en una fotografía sentado frente a un lujoso modelo que hoy llamaríamos “tres en uno”: radio-fonógrafo-televisor. Se vendía en 1 460 pesos; para la época era realmente un precio alto[17].
Pero había opciones para distintos bolsillos. La marca Arvin, con pantallas de 14 pulgadas, los ofrecía a $289.50. Al margen de los modelos y las marcas, lo más importante para muchos de los potenciales compradores fueron las facilidades de pago. La General Electric, por ejemplo, brindaba la oportunidad de plazos semanales por 20 pesos.
Amado Trinidad Velasco, enemigo también de Goar Mestre, al no poder ser de los primeros en establecer la televisión en blanco y negro, declaró que preparaba la televisión en colores por el Canal 11.
Un cronista especializado comentó: “Conociendo como conocemos que cuando Amado se hace un propósito lo cumple, seguramente el guajiro ofrecerá también su aporte al progreso de nuestro país”[18].
Roberto García Serra y sus hermanos Mario y Evelio, desde la CMCU, expresaron también los sueños por la televisión en colores y dijeron haber solicitado el Canal 7.
Hubo un acaudalado periodista de noticieros radiales que anunció la presentación del tercer canal de televisión en La Habana. Era Manolo Alonso asociado a una entidad noticiosa norteamericana. Una resolución del Ministerio de Comunicaciones, fechada el 16 de enero 1951, le concedía la autorización solicitada.
Esta nueva empresa se denominó: Telenews Company Alonso S.A. Se definían para la radiodifusora de televisión 5 mil vatios de potencia y le asignaban el Canal 2. Alonso aseguraba que además de ofrecer información y reportajes, como línea principal, brindaría atractivos espacios en su programación incluyendo música en vivo. Dijo que prepararían “sobre la marcha” nuevos estudios de televisión con 14 sets.
Durante el verano Gaspar Pumarejo se convenció de la imposibilidad de competir ventajosamente con los Mestre. Toma la decisión de vender todas sus acciones de Unión Radio y Unión Radio-Televisión. Aplazaba la lucha con Goar Mestre para reaparecer desde mejores condiciones.
Como Manolo Alonso aún no había cristalizado sus proyectos, acepta la oferta de Pumarejo incluyendo el edificio y las instalaciones de Mazón y San Miguel[19].
Goar Mestre cree haber liquidado definitivamente al español cubanizado y desarrolla a su ritmo una producción televisiva hegemónica. Le secundan casi incondicionalmente las direcciones de las organizaciones del medio, dependientes en gran medida del tejido y la infraestructura creada por el circuito CMQ. Solo a ratos parece seguirle molestando, como una piedrecita en el zapato, el empresario radial Amado Trinidad Velasco[20].
El clan de los Mestre, los anunciantes y los asesores publicitarios coincidieron en diseñar para los espacios de mayor potencial de teleaudiencia, la presencia de artistas de fama internacional. Los programas mejor presupuestados y con elevado respaldo divulgativo, al margen de la participación de artistas cubanos, debían invitar a esperadas y sensacionales figuras de la escena mundial. Tan solo en De fiesta con Bacardí presentarían una veintena de artistas extranjeros.
Siguiendo la estrategia de potenciar las actuaciones de famosos, Omar Vaillant hace lo indecible por localizar y contratar a la vedette universal Josephine Baker, La diosa de ébano[21]. Ella actuó no solo para las pruebas experimentales de televisión, tuvo también clamorosa acogida en Tropicana y el teatro América. Así prorrogó su espectáculo más allá del invierno hacia la primavera de 1951.
La diva mundial actuó para el Circuito de la CMQ. Alternó fraternalmente con artistas cubanos, incluyendo al trío de los Hermanos Rigual, con quienes compartió en México.
El francés Gerbeau fue el cantante extranjero más popular en Cuba durante 1951
Josephine Baker y Joseph Bouillon habían invitado a esta gira artística por América al amigo y ex artillero de la resistencia francesa Roland Gerbeau[22]. De simple telonero, pronto comenzó a ganar simpatías. Paralelo al espectáculo de sus amigos, es contratado por Flor Ángel Cañizo de Trinidad para participar en el estelar espacio Variedades Hatuey, de la RHC Cadena Azul.
Para marzo ya tiene un rosario de ofertas como la de Alejo Cossío del Pino, en un programa a las ocho en punto de la noche por Radio Cadena Habana. En su sección de Prensa Libre, Pacopé relata que el cancionero francés está aprendiendo rápidamente el idioma castellano y con “una sencilla simpatía” hace el juego a las bromas del conductor del programa[23].
El sobrino del creador de Siboney, Fernando Lecuona Ascencio, le haría los arreglos en castellano de Pigalle, Viens ce soir mon amour y otros temas franceses de puntería en su repertorio. A través de la Editorial Musicabana, Tania Castellanos difundió su arreglo en español de C’est si bon, el gran hit de 1951 en la voz de Gerbeau, llamándole Qué bueno es. Lo cantó ese año hasta una de las mejores locutoras de radio y televisión en Cuba, Bellita Borges, promotora comercial de la firma Crusellas[24]. Pero solo fue el Cuarteto Llopis-Dulzaides el que más se acercó a Gerbeau en el hit parade. Partían del arreglo de Frank Llopis con el título ¡Qué sabroso!.
Los Llopis-Dulzaides, el más reconocido cuarteto en la televisión durante los primeros años de la década del 50. En la foto aparecen con Fernando Fernández, el crooner de México.
La melodía francesa C’est si bon llegó a ser tarareada por todo el pueblo cubano. Jean Sablon la había llevado al número 1 en París, pero en la nación antillana era Roland Gerbeau quien se llevaba las palmas. Los Sabat, olfato atento a lo más popular, rápidamente graban y prensan el tema con el código discográfico Nro. 1363 de Panart, y release[25] de fecha 3 de marzo. La Gorís Shop[26] pronto reporta records de venta del single C’est si bon y El Río Sena.
Cuando se valoró quién era el cantante extranjero del año en Cuba, hubo consenso en seleccionar a Roland Gerbeau[27]. Otro europeo, el italiano Ernesto Bonino, se le acercó bastante, sobre todo en el verano cuando casi rivalizaron cuerpo a cuerpo y hasta con diferencias en el orden personal. Bonino abandonó la pelea en septiembre, por un contrato en México.
Determinó la balanza hacia el francés la cantidad de números en la lista de éxitos, tanto en la de autores nacionales como extranjeros; y sobre todo por aquel formidable golpe musical del año “C’est si bon”.
A juzgar por los gustos de Goar Mestre, la mayor cantidad de invitados en Radiocentro hubieran sido astros de Hollywood. El tenor Mario Lanza, muy famoso desde finales de los 40, tuvo su climax de difusión en 1951 cuando se vio en Cuba el filme El gran Caruso, donde el intérprete representaba al célebre napolitano. Incluso Radio Álvarez, en La Habana, creó el programa de discoteca dominical Canta Mario Lanza.
Goar pensó contratar también a crooners como Frank Sinatra, Bing Crosby, Perry Como, Eddie Fisher y Frankie Lane. Pero todos los “monstruos” del cine y el disco en los Estados Unidos pedían lo que no estaban dispuestos a pagar los patrocinadores de programas. Solo vino en 1951 el admirado showmen negro ya en descenso Cab Calloway con sus Cavaliers. Harían una simpática versión del tema de Ernesto Duarte, El baile del pingüino.
De América del Sur, los Mestre presentaban una tetralogía de artistas argentinos. El de mayor impacto hacía su segunda visita a La Habana. Era de madre italiana y padre francés, se le conocía con el nombre artístico de Leo Marini[28]. Dio a conocer del chileno Armando González Malbrán el bolero Vanidad y tuvo varios números exitosos incluyendo el bolero-mambo de Severino Ramos y Luis Reyes: Luna yumurina.
Bienvenida como siempre la popular Amanda Ledesma con temas insoslayables como Buenos Aires. Ninguno de los empresarios del medio pudo traer este año a Libertad Lamarque, pero la CMQ TV presentaba como su sobrina a la joven Amalia Leonor Molina, Morenita Rey. Por su exitoso debut, fue prorrogada en sus actuaciones en las cuales gustó especialmente el arreglo del viejo tango El choclo y Abre la puerta querida.
Para el otoño De fiesta con Bacardí presentó al cantante de tangos y médico argentino Alberto Castillo. Había gustado su arreglo en milonga del clásico de Atahualpa Yupanqui Los ejes de mi carreta.
Antes de su debut tuvo dos incidentes poco felices en el estudio 2 de la CMQ. Se molestó al saber que alternaría en el programa con Luis Carbonell y no le agradó tener que ensayar, algo innecesario para un artista de alta categoría según él[29]. A pesar de seguir exhibiéndose sus películas, la popularidad de este artista en Cuba decreció y ninguna otra empresa de televisión volvió a contratarlo.
El pimentoso trío de Las Hermanas Julián fue invitado a De fiesta con Bacardí. Gustó mucho la guaracha Penita contigo, de Rafael Buyumba Landestoy. En cambio defraudaba un tanto el retorno de la cancionera mejicana Ana María González. Luego de años sin recibir sus discos ni venir se presentaba con un repertorio cosmopolita incluyendo un viejo tema de Cole Porter y sorprendió no muy gratamente su interpretación del hit del momento de Lola Flores: La Zarzamora.
El popular astro del cine mejicano y del disco Tito Guizar fue de los invitados de lujo de la CMQ Televisión, aunque ya sin las decenas de muchachas esperándolo a la entrada y salida de los escenarios y llenando los estudios en vivo.
Más del momento era el compositor y cantante Chucho Martínez Gil, que debutó en Cabaret Regalías El Cuño. Cantó con Rosita Fornés e hizo temas muy gustados de su repertorio, como: Si tú me quieres, de Gonzalo Curiel, y dio a conocer su versión de la canción de Fernando Mulens: Habana.
La música y el baile español tienen un peso importante en el gusto del cubano como parte del mismo tronco cultural. Los Mestre lo saben y en contraposición al estelar Estampas Cubanas, de Unión Radio - Televisión, crean Estampas Españolas. Debuta en 1951 aquí la orquesta Los Churumbeles de España. Su éxito es muy superior al de otras temporadas ¿Por qué? Les acompaña un cantante nacido en Marruecos, casi desconocido en la península: Juan Legido. Su popularidad comienza con Cariño verdá, dedicado a las madres, a este se suma el pasodoble de Carmelo Larrea, No te puedo querer.
Cuando llegan Los Chavales de España perciben que el trono de popularidad que habían mantenido como orquesta en Cuba está en discusión. Se esmeran en hacer una exquisita versión de Sombra Verde y del repertorio de Nat King Cole toman Too Young llamada por ellos Demasiado Joven. Fue muy bien recibido el tema Estudiantina Portuguesa, entre otros éxitos. Tanto fue el interés por recuperar el cetro de simpatía entre los cubanos que este año vendrían en dos ocasiones[30].
De canto andaluz hubo una fuerte competencia en los mismos estudios de la CMQ entre tres figuras: Miguel Herrero, El niño de Huelva, con su esposa Carmen Vázquez (bailarina), Gracia de Triana, el cantaor Ángel San Pedro Montero, Angelillo, —quien había popularizado Ni hablar del peluquín— y Juan de Mendoza, El Niño Utrera, con su esposa Trini Morén (compositora y cantante). Mendoza, radicado en Buenos Aires, no era tan popular en Cuba como Miguel y Angelillo pero fue aplastante el impacto de su creación dramática El hijo de nadie[31].
Curiosamente los tres cantaores habían rivalizado por lograr la versión más popular del tema de López-Quiroga, Valverde y León: Ojos verdes, pero acaparaba todas las simpatías una diva valenciana al debutar en CabaretRegalías El Cuño. Esta era parte esencial de la estrategia de los shows, no solo arte y lentejuela puntual, sino ir eslabonando expectativas en la selección de “lo mejor”, hasta un desenlace sensacional como el de fin de año con la afamada Conchita Piquer[32].
El 17 de febrero de 1947 se fundó la Comisión de ética para la Radio. Virtualmente era una especie de tribunal con tres integrantes donde la figura decisiva era el Comisionado General[33]. Ellos determinaban lo que debía o no difundirse en los medios.
No tenía carácter estatal, era auspiciada por otras entidades no gubernamentales del ramo como la Federación de Radioemisoras de Cuba, la Asociación Cubana de Autores de Cine, Radio (y luego Televisión) y la Asociación de Anunciantes de Cuba. Al constituirse la televisión se denominó Comisión de Ética para la Radio y la Televisión (CERTV).
El Comisionado General era de origen canario, el Doctor Juan José Tarajano. Fue un hombre de mucha autoridad y prestigio en los medios; llegó a ser Gran Maestro masón. Pero la ética, como sabemos, es un concepto histórico y varía según los cambios en la sociedad. Por tanto, medidas adoptadas que hoy nos puedan parecer extremas, se ajustaban a los códigos de la época.
La Comisión de Ética se proponía conceptualmente contribuir a la cultura y la educación popular, basándose en el principio martiano del mejoramiento humano y la utilidad de la virtud. En la práctica se develaba celosa por el gusto estético, a fin de poder depurar costumbres públicas, actitudes y estilos de vida considerados decadentes. De manera que tanto para los musicales, dramatizados y programas hablados en general se prohibían temas como:
– La prostitución y el homosexualismo.
– Ridiculizar el matrimonio, el hogar y las buenas costumbres.
– Hacer referencia a drogas como la cocaína y la marihuana.
– La venganza como justificación de actitudes negativas.
– Destacar biografías de famosos delincuentes o dejar crímenes sin castigo.
– Regodearse en tema sádico como la tortura y el suicidio.
– Excitar el interés por supersticiones o prácticas religiosas no cristianas.
– Recrear temas eróticos y vulgares.
– Mostrar bailes, movimientos y gestos que sugieran impudicia.
– Interpretar números musicales que no se ajusten a la decencia y el buen gusto.
Una fatal prohibición se decretó el 3 de noviembre de 1950. Era el caso del sucu sucu Felipe Blanco. Eliseo Grenet Sánchez lo había rescatado del folclor pinero. El texto tenía varias lecturas. Una estrofa mencionaba a una chiquita muy linda y sandunguera loquita por ver algún “majá”. Decía la letra: y como tiene apuro / la llevaré a la cueva / en donde le aseguro / que pronto la verá.
Consideró la Comisión de Ética que estas líneas contenían una insinuación intolerable para la difusión pública. El maestro Grenet, al enterarse extraoficialmente de la censura, se disgustó tanto que le invadió un creciente dolor de cabeza. Era el primer viernes de noviembre en los estudios de la CMQ.
A pesar del cuidado de los médicos, víctima de una hemiplejia, fallecía al amanecer del sábado 4 de noviembre. Las grabaciones hechas de este sucu sucu, con posterioridad, suprimieron la controvertida estrofa para poder ser transmitidas en la radio y la televisión.
Mucha expectación hubo para ver por TV a la bailarina, pero el ministro Lomberto Díaz influyó para que no la invitaran.
Otro suceso de gran repercusión donde intervino la Comisión de Ética sucedió a principios de 1951, durante la visita a La Habana de la famosa bailarina tahitiana Yolanda Montes, Tongolele. Tenía un contrato en el cabaret Tropicana, en virtud del cual se presentaría en la revista Peligro del ritmo con música del maestro Bebo Valdés y la orquesta dirigida por Armando Romeu González.
Era la oportunidad para que los canales de televisión en Cuba aprovecharan la presencia de Tongolele y la invitaran a sus programas estelares. Pero en esos momentos factores de la sociedad civil presionaban al gobierno para controlar excesos morales que transgredían las llamadas buenas costumbres.
El Doctor Lomberto Díaz Rodríguez, Ministro de Gobernación, prometía acabar con la prostitución empezando por el barrio más escandaloso en el centro de la ciudad: Colón[34].
Escultural bailarina, Tongolele era una muchacha de solo 21 años que lucía un mechón de canas en su larga cabellera. Era realmente muy hermosa y bailaba con movimientos de caderas considerados demasiado atrevidos.
La Comisión de Ética, sabiendo que ella bailaba sin mucha ropa, hizo un decreto donde prohibía mostrar el ombligo al actuar por televisión. Igualmente el comisionado general alertó a los jefes de programación de los canales que no debía hacer evoluciones indiscretas que sugirieran “impudicias”.
La joven, temerosa de que se le acusara de inmoral, desestimó actuar para la televisión. Ella declaraba la exigencia de condiciones tan conservadoras que desvirtuarían su arte[35].
A la Comisión de Ética sistemáticamente se le escapaban o no le era posible actuar ante asuntos éticos verdaderamente de contenido. Con frecuencia toleraban mensajes y anuncios a favor de la filosofía de la suerte y del juego, como solución a los problemas del pueblo,la distorsión de la verdad y las discriminaciones de todo tipo con marcada intencionalidad en prejuicios contra el negro, la mujer y las capas más humildes de la sociedad.
Cuba discute sitiales punteros en la radiodifusión entre los países latinoamericanos[36]. En 1951 ocupa el segundo lugar en cantidad de radioemisoras, solo superada por el gigante Brasil.